Quien no tenga la Navidad en su corazón nunca la encontrará bajo un árbol. Roy L. Smith
No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño. Erma Bombeck
Dejé de creer en Papá Noel cuando tenía seis años. Mi mamá me llevó a verlo en una tienda por departamentos y él me pidió un autógrafo.Shirley Temple
La Corte Suprema ha dictaminado que no puede haber una escena de la Natividad en Washington DC. No fue por razones religiosas; es que no pudieron encontrar tres hombres sabios y una virgen. Jay Leno
Aquí está un conjunto de piezas navideñas o decembrinas (la segunda es una excepción, metida de contrabando por razones muy delgadas). La combinación no tiene otro propósito que desear a los visitantes de este blog una Feliz Navidad.
Es conveniente comenzar por música desnuda de adorno orquestal, como lo es el canto gregoriano. El Coro de Monjes Benedictinos de Santo Domingo de Silos canta Genuit Puerpera Regem(Ha nacido el Niño Rey):
Genuit Puerpera Regem
Ahora, con el pretexto de los monjes, En el jardín de un monasterio, la pieza de música clásica ligera que lanzó a la fama al inglés Albert Ketelbey en 1915, es interpretada por la Orquesta del London Promenade que dirige Alexander Faris.
En el jardín de un monasterio
La hermosa y tranquilizante obra que sigue es el cuarto movimiento—Andante religioso—de la Suite al viejo estilo En tiempos de Holberg, de Edvard Grieg, compuesta originalmente para piano y luego orquestada por el compositor para conmemorar el segundo centenario del nacimiento del humanista noruego-danés Ludvig Holberg, y este caballero nació el 3 de diciembre de 1684. Herbert von Karajan conduce a la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Andante religioso
Antes ha venido a este blog la pieza navideña Villancico de las campanas (o Campanas de Ucrania), y en esta ocasión se presenta en versión puramente orquestal a cargo de la Orquesta de Filadelfia dirigida por Eugene Ormandy. Su compositor es Mikola Leontovich.
Villancico de las campanas
En 1930, el año de su matrimonio, el maestro venezolano Juan Bautista Plaza compuso Campanas de Pascua, obra que terminaría de orquestar ocho años después. Pablo Castellanos dirige a la Orquesta Filarmónica Nacional.
Campanas de Pascua
Los músicos de Filadelfia y Eugene Ormandy retornan para ofrecernos Epifanía (La Befana), el movimiento que cierra la suite sinfónica Feste romane, de Ottorino Respighi.
Epifanía
La obra siguiente, El idilio de Sigfrido, fue interpretada por primera vez el 25 de diciembre de 1870. Es pieza compuesta por Richard Wagner como obsequio de cumpleaños para su esposa, Cósima Liszt, quien, aunque nacida el 24 de diciembre de 1837, lo celebraba siempre en día de Navidad. Horst Stein conduce a la Orquesta Sinfónica de Bamberg.
El idilio de Sigfrido
Los actos I y II de La bohème, de Giacomo Puccini, ocurren en noche de Natale, y es el segundo acto el que despliega los festejos estacionales del grupo de amigos bohemios en el Café Momus. Cristina Gallardo Domas, Marcelo Álvarez y Hei Kyung Hong, entre otros, cantan bajo la dirección de Bruno Bartoletti y con el acompañamiento de la Orquesta del Teatro alla Scala.
La bohème
No podía faltar acá, naturalmente, una nueva referencia a Cascanueces, el ballet navideño por excelencia de Pyotr Illich Tchaikovsky. Antal Doráti, uno de los mejores intérpretes de la música del ruso, dirige a la finísima Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam. Lo que sigue es un ensamblaje de la Coda, el Pas de deux y el Vals final y Apoteosis del último acto.
Cascanueces
Para cerrar con imágenes, he aquí el video de una de las sorpresas musicales callejeras organizadas por el catalán Banco Sabadell. No sólo en Venezuela se patina en Navidad. Así lo demuestra un grupo de jóvenes mientras suena primero el rock and roll y luego el Allegretto de la Séptima Sinfonía de Ludwig van Beethoven:
La semana que culmina el período litúrgico de la Cuaresma siempre ha tenido música. Alguna es propia de ese tiempo, como la Pasión según San Juan y la Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach, o la Pasión según San Lucas de Krzysztof Penderecki o el Popule Meus de nuestro José Ángel Lamas. Pero no es sólo música culta y triste la que suena. En la Quema de Judas, cuya preparación comienza en muchas ciudades venezolanas un mes antes del Domingo de Resurrección, se canta y se baila alegremente mientras se equipara algún personaje, usualmente un político, al traicionero Sr. Iscariote. Tampoco es música lacrimosa la que suena en las playas del país, que se repletan con gente de asueto, ron o cerveza y trajes de baño en Semana Santa.
Pero sólo se encontrará en esta entrada una pieza, la última, que tiene que ver con el tiempo litúrgico. Y es que la música buena es más poderosa que cualquier calendario, sea éste maya, juliano o gregoriano. Aquí va música porque nos place a todos en cualquier tiempo y lugar. Comencemos, apropiadamente, por una obertura.
Cartel de la «versión de París»
Es una de las oberturas más interpretadas en conciertos la de la ópera wagneriana Tannhäuser, estrenada en Dresden en 1845. Richard Wagner la recompuso para una presentación en París en 1861, atendiendo peticiones específicas de Napoleón III. El compositor alemán quería ser bien recibido en Francia luego de su exilio de Alemania, así que insertó un ballet en el primer acto y cambió la versión original en otras partes de la ópera. Pero Tannhäuser, un miembro de la Orden Teutónica que probablemente peleó en la Quinta Cruzada (1213-1221) y que también fue juglar—Minnesänger, cantor de Minne o canciones de amor (los boleros medievales)—y poeta, tuvo importantes interacciones religiosas. Habiendo pasado un año en Venusberg (la Montaña de Venus), fue a Roma a pedir el perdón papal de sus pecados. La leyenda dice que Urbano IV se negó y le dijo que eso era tan imposible como que su báculo pontifical floreciera. Tannhäuser se retiró frustrado, y a los tres días de su partida el cayado papal echó flores. Urbano mandó a buscarle para absolverlo pero ya Tannhäuser había regresado al Monte de Venus, de donde nunca, explicablemente, regresó. Horst Stein dirige la Orquesta Sinfónica de Bamberg en la famosa obertura de Wagner.
Obertura de Tannhäuser
Vincent van Gogh: L’Arlesienne (Madame Ginoux)
Georges Bizet compuso la música incidental a L’Arlesienne (la muchacha de Arles), un breve drama escrito por Alphonse Daudet. (Francesco Cilea compondría después una ópera del mismo nombre sobre la historia de Daudet, llevada a libreto por Leopoldo Marenco). La historia, en verdad un cuento, es simple. La chica de Arles es amada por Fréderi, un joven campesino con quien ha pactado casarse. Pero éste descubre que ella ha sido infiel antes de la boda y procede a enloquecer, y a pesar de los intentos de su familia por salvarle termina arrojándose de un balcón y muere. La obra no tuvo mucho éxito en las tablas—cerró luego de veintiuna representaciones—, pero la música se ha hecho inmortal en dos suites de cuatro movimientos cada una, la primera publicada por el mismo compositor en 1872 y la segunda, luego de su muerte, en 1879 gracias a la selección y arreglo de Ernest Guiraud. Acá escuchamos el primer movimiento—Pastorale—de la Suite #2 de L’Arlesienne en los instrumentos de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín que dirige Heinz Rögner.
Pastorale
Grieg en la cola de un avión de Norwegian Air
Anton Seidl, el director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York en 1864, decidió orquestar cuatro de las cinco Piezas líricas que Edvard Grieg había compuesto para piano y agrupado como su opus 54. (Grieg compuso, entre 1867 y 1901, un total de sesenta y seis de esas Lyriske stykker, agrupadas en diez «libros». Destaca entre ellas Bryllupsdag på Troldhaugen, Día de bodas en Troldhaugen, incluida en El misterio de las 88 teclas en este blog). A su selección, Seidl la llamó Suite noruega, la que fue reorquestada por el propio Grieg, luego de comunicar a la viuda del director austro-húngaro que el trabajo de su esposo tenía mucho valor, pero en algunos casos había transformado el carácter de las composiciones. (El compositor noruego, sin embargo, cambió el título del grupo a Suite lírica). Es la más hermosa de ellas, sin duda, el Notturno, que aquí suena por la Orquesta del Festival de Budapest bajo la conducción de Pavel Urbanek. El Notturno pertenece al Libro V, publicado en 1891. Una buena cantidad de pianistas importantes—entre ellos Walter Gieseking y los rusos Emil Gilels y Sviatoslav Richter—han grabado algunas de las sesenta y seis bellas piezas, y del mismo Grieg se conserva unos cuantos rollos de pianola con su ejecución, los que fueron pasados a disco compacto por el sello noruego Simax.
Notturno
Una verdadera fantasía
Quien haya visto el filme Fantasía (1940) del gran Walt Disney habrá disfrutado de La danza de las horas, la música de ballet de La Gioconda, la más conocida de las óperas de Amilcare Ponchielli. Hipopótamos, cocodrilos, avestruces, elefantes, danzan impecablemente la vivificante música del italiano en una película que mereció elogios de importantes críticos musicales y de cine. (A algunos puristas les molestó la conjunción de melodías e imágenes, o la dirección de Leopoldo Stokowski, el caprichoso Director de la Orquesta de Filadelfia). El ballet es el cierre del penúltimo acto (tercero) de la ópera, y describe las horas del amanecer, las horas diurnas y el atardecer y las de la noche y la mañana. En la escena, se trata de un agasajo de baile a los huéspedes de Alvise, jefe de la Inquisición, quien los recibe en un gran salón que colinda con la cámara de ejecuciones. Disney confió en 1982 a Irwin Kostal la regrabación de las pistas de audio de Fantasía, con una orquesta y un coro especialmente ensamblados para la ocasión. Es su versión la que aquí se oye.
Danza de las horas
Sibelius: vestimenta clara en clima frío
Jan Sibelius fue amado por sus coterráneos, los finlandeses. No en balde compuso el poema sinfónico Finlandia (ver en este blog Música política), que se convirtiera en el himno informal de su país. Al llegar su quincuagésimo cumpleaños (1915), el gobierno finlandés le encargó una obra que terminó siendo su Quinta Sinfonía en Mi bemol mayor, opus 82. Es una obra en la que Sibelius cedía a la presión de los cambios en la música sinfónica, ejercida por obras importantísimas de Igor Stravinsky, Richard Strauss y los impresionistas franceses (Claude Debussy y Maurice Ravel). Así, esta sinfonía tiene una estructura que se aleja de la forma sonata estricta—la «deformación de la sonata», llamó a esto el historiador de la música James Hepokoski—, mientras preserva el lenguaje orquestal típico del compositor. Está formada por tres movimientos, lo que ya es inusual, y se ha convertido, junto con la Primera y la Segunda Sinfonías, en una de las preferidas del público y las orquestas entre las siete obras de esta clase compuestas por Sibelius. Vladimir Ashkenazy dirige la Orquesta Philharmonia en el tercer movimiento (Allegro molto – Misterioso – Un pochettino largamente – Largamente assai – Un pochettino stretto).
Finale
De mano del autor (clic amplía)
Menos revolucionaria, la Sexta Sinfonía en Si menor (op. 74) de Pyotr Illyich Tchaikovsky concluye, no obstante, con un anómalo movimiento lento: Adagio lamentoso – Andante. Se trata de la famosísima Sinfonía Patética, una obra para exorcizar los demonios personales del atribulado compositor ruso, según juicio de Modesto, su hermano. Fue éste quien dio el nombre Патетическая a la obra, conocida en todo otro idioma por la traducción al francés: Pathétique. (Tchaikovsky dedicó la pieza a un joven de quien estaba entonces enamorado, su sobrino Vladimir Davydov). El autor quiso llamarla Sinfonía de programa, esto es, con ideas que representaría con música, pero prefirió no revelar sus sentimientos. El musicólogo Richard Taruskin sugirió que Tchaikovsky seguía un programa de suicidio. En todo caso, el último movimiento es de una belleza desgarradora y ciertamente fúnebre. El propio compositor condujo la première en San Petersburgo el 28 de octubre de 1893; nueve días después, el genial músico moría, a los 53 años de edad, quizás de una infección de cólera, tal vez por su propia mano. De todos modos, tuvo tiempo de hacer unas pocas correcciones menores a la partitura, y es con ellas que la obra se ejecuta hoy en día. Claudio Abbado se encarga de la Orquesta Sinfónica de Chicago en este punto.
Adagio lamentoso – Andante
La versión de Muti
Tchaikovsky compuso a sus veintiocho años la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta (ver en este blog Una pieza perfecta). En 1935, otro compositor ruso, Sergei Prokofiev, compuso música brillante para satisfacer un encargo del Ballet Kirov, su ballet Romeo y Julieta. (El Ballet Bolshoi había rechazado previamente la música por considerarla imposible de bailar). La obra completa consta de cincuenta y dos números en cuatro actos, siendo el último el Epílogo. A partir de su compleción, trozos del ballet fueron ejecutados en Moscú y los Estados Unidos en forma de las suites seleccionadas por Prokofiev; el ballet entero no sonaría hasta 1938, cuando su estreno ocurriera en la ciudad de Brno (Checoeslovaquia). Son las suites (op. 64bis, 64ter y 101) las que han popularizado la maravillosa música, aunque el ballet mismo es uno de los más frecuentes en el repertorio mundial. El vigoroso director italiano Riccardo Muti conduce a la Orquesta de Filadelfia (de la que fue su Director Musical entre 1979 y 1992) en un número del acto final:
Romeo ante la tumba de Julieta
Música brillante
De muy distinto carácter es otro ballet, El sombrero de tres picos, obra cimera del español Manuel de Falla. El empresario de ballet Sergei Diaghilev (Les Ballets Russes) encargó la obra en 1917 (première en 1919), como antes había encargado a Igor Stravinsky, entre 1910 y 1913, nada menos que El pájaro de fuego, Petrushka y La consagración de la primavera. Don Manuel, pues, estaba en muy buena compañía, a la que se sumó el lujo de Pablo Picasso en el diseño de vestuario y escenografía. (Para completar la cosa, Léonide Massine creó la coreografía y Ernest Ansermet dirigió la Orquesta de la Suisse Romande en el Teatro Alhambra de Londres). Originalmente, la obra fue un ballet de pantomima a ejecutar por una orquesta de cámara: El Corregidor y la molinera. Diaghilev estuvo en el estreno de esta música y pidió al compositor que la reescribiera, lo que Falla ejecutó para una orquesta plena con gran brillantez. Las melodías, las armonías y los ritmos son inconfundiblemente españoles, más específicamente, andaluces; es decir, música elegante y energizante. Seguimos con Muti y los filadelfianos en la ejecución de las Suites 1 & 2 de Le tricorne.
El sombrero de tres picos
Copia de La procesión de Pascua (Illarion Pryanishnikov) en una calle de S. Petersburgo
Tal vez contradictoriamente se cierra esta entrada con otra obertura—que deja abierta la vena musical de este blog a próximas inclusiones—, pero es que lo que sigue es la única pieza pascual de esta entrega: la Obertura del Festival de la Pascua Rusa—comúnmente conocida como la Obertura de la Gran Pascua Rusa—, de Nikolai Andreievich Rimsky-Korsakoff, el mago de la orquestación. Rimsky fue uno de los famosos Cinco, el grupo de compositores nacionalistas rusos inspirados por la obra de Mikhail Glinka. Sus cuatro colegas eran Mily Balakirev, Alexander Borodin, César Cui y Modesto Mussorgsky. Es a la memoria de Borodin y Mussorgsky que Rimsky compuso esta obertura entre 1887 y 1888. A fines de este último año, se interpretó la pieza por primera vez, en un concierto de la Orquesta Sinfónica Rusa. En su autobiografía, Rimsky, que era ateo, indicó que quiso representar «el aspecto legendario y pagano de la fiesta, y la transición de la solemnidad y el misterio de la noche de la Pasión del sábado a las desenfrenadas celebraciones pagano-religiosas de la Pascua del domingo por la mañana». Esto es, los ortodoxos rusos se sueltan el moño en Domingo de Resurrección. Clausuran este abigarrado concierto los músicos de la Orquesta Anima Eterna—tocan en instrumentos de la época—bajo la dirección de Jos van Immerseel.
Mi piano es para mí como la fragata para el marinero, o el caballo para el árabe.
Franz Liszt
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Trescientos doce años de piano—se le tiene por invento de Bartolomeo Cristofori en el año 1700—han sido más que suficientes para establecerlo como el rey de los instrumentos. Sus cincuenta y dos teclas blancas y treinta y seis negras abarcan un rango tonal muy considerable, segundo sólo del alcanzado por el órgano. Las cuatro voces clásicas—soprano, contralto, tenor, bajo—se acomodan con holgura en su amplio intervalo sonoro de siete octavas y una tercera menor (desde el La0 hasta el Do8). Además puede sonar muy suavemente o con gran fuerza; su nombre completo era pianoforte, pues innovaba respecto de clavecines y clavicordios que sonaban siempre con una misma intensidad. (En un inventario de Ferdinando de Medici consta de aquel año: «Un Arpicembalo di Bartolomeo Cristofori di nuova inventione, che fa’ il piano, e il forte…») Sus pedales pueden atenuar el sonido o prolongarlo.
Pero esa física y mecánica del piano puede producir música de la más satisfactoria a los oídos exigentes. El gran pianista que fue Leopold Godowsky escribió en una carta—desde París, el 10 de julio de 1931—a su asistente, el también pianista Maurice Aronson: «Amo el piano y a aquellos que aman al piano. El piano como medio de expresión es un mundo por sí solo. Ningún otro instrumento puede llenar o reemplazar su discurso en el mundo de la emoción, el sentimiento, la poesía, las imágenes y la fantasía». La inmensa mayoría de los compositores, por otra parte, se basa en él para inventar su música. Tchaikovsky, que lo tocaba también por el mero placer de escuchar música en una era sin iPod o Walkman o muy pocos y primitivos fonógrafos—por ejemplo, tocaba repetidamente partes de la Carmen de Bizet—, comenzaba su tarea todos los días sobre un teclado: «Con regularidad, me siento al piano a las nueve de la mañana en punto, y las Señoras Musas han aprendido a ser puntuales para esa cita». Algún monstruo como Wagner componía con dos pianos adosados el uno al otro; luego se ponía de pie e instrumentaba de una vez sobre las pautas de orquestación en un atril.
Naturalmente, hay que saber tocar el difícil instrumento, cuyo dominio es evidencia de la complejidad motriz de la que son capaces algunos seres humanos. No hay escasez de muy buenos pianistas, especialmente cuando las madres judías sueñan con que alguno de sus hijos llegue a ser un concertista famoso. La densidad de buenos pianistas judíos es significativamente alta: Artur Rubinstein, Alexander Brailowsky, Leon Fleisher, William Kappell, Emil Gilels, Vladimir Ashkenazy, Stefan Askenase, Josef Lhévinne, Daniel Barenboim, Leopold Godowsky, Alexis Weissenberg, Lazar Berman, Artur Schnabel, Yefin Bronfman, Gary Graffman, Julius Katchen, Murray Perahia, André Previn, Rudolf Serkin, Eugene Istomin, Byron Janis y un largo etcétera que incluye, por supuesto, al más grande pianista del siglo XX: Vladimir Horowitz. (Ver en este blogTitán del piano). Pero no se necesita ser circuncidado para sacar bella música de un gran piano; Claudio Arrau, Cor de Groot, Sviatoslav Richter, Alfred Brendel, Wilhelm Backhaus, Wilhelm Kempf, André Watts, Arturo Benedetti Michelangeli, Alfred Cortot (el colaboracionista de los nazis), Walter Gieseking (acusado de lo mismo pero luego exonerado), Dinu Lipatti, Martha Argerich, Robert Casadesus, Géza Anda, Philippe Entremont, Agustin Anievas, Guiomar Novaes, Aldo Ciccolini, Maria João Pires, Ídil Biret, Leif Ove Andsnes, el fenomenal Yang Yang y nuestra Gabriela Montero son todos concertistas de primera línea.
El piano de Leo
En el ámbito familiar, por otra parte, son inconmensurables las horas en que el piano ha proporcionado alegría y belleza. Las hermanas Chenel-Calcaño—mi abuela materna y sus cuatro hermanas (a excepción de Emilia, que tomó por la guitarra, tal vez porque Chopin dijo que sólo había algo más hermoso que este instrumento: dos guitarras)—eran todas ellas pianistas; mi abuela fue la más destacada y llegó a ofrecer recitales. Su tía, Graziella Calcaño, acompañó a Josefina Sucre, bisabuela de mi esposa, en la Exposición Internacional de París en 1889 para tocar valses venezolanos cerca de la Torre Eiffel que se inauguraba. Ahora mi hijo mayor, Leopoldo Enrique, improvisa música New Age en su casa de San Diego, California, en un refinado piano eléctrico. Yo no puedo tocar otra cosa que La vieja y los primeros compases del primer Preludio, en Do mayor, del Clave bien temperado de Juan Sebastián Bach.
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Federico Chopin (1810-1849. Daguerrotipo del último año)
Pero basta de hablar del piano; dejemos que él hable por sí mismo, veinte veces. Arbitrariamente, agruparé las piezas en orden alfabético de sus compositores, lo que conviene porque Federico Chopin, el Rey del Rey de los Instrumentos, nos llega de primero; seis de sus composiciones son suficientes para atestiguar su genio. La primera de ellas es el Estudio #11 del opus 25, en La menor, a cargo de Maurizio Pollini; con un comienzo engañosamente tranquilo, pronto desata un caudal de música apasionada. Después he seleccionado cuatro de los Preludios del opus 28 (uno para cada tonalidad, como los de Bach, a quien tomó por modelo): el #12 en Sol sostenido menor (Vladimir Horowitz), el #17 en La bemol mayor, el extraordinario y armónicamente noble #20 en Do menor y el #22 en Sol menor, cuyo entreverado ritmo recuerda a un malambo argentino. (Estos tres por Vladimir Askkenazy). Finalmente, lo que tengo por la versión insuperada del Nocturno#13 en Do menor, el #1 del opus 48, en la interpretación viril de Eugene Istomin. Cuando la oigo, espero por los tres acordes repetidos con la mano izquierda, un retardo armónico preparatorio de la modulación a Do menor que Istomin destaca (otros ejecutantes no lo hacen) exactamente a los 3 minutos y 40 segundos del comienzo de la pieza. Admito que es mi nocturno preferido.
Estudio #11
Preludio #12
Preludio #17
Preludio #20
Preludio #22
Nocturno #13
Claude Debussy (1862-1918)
Ahora cambiamos del lenguaje romántico al impresionista de Claude Debussy, concebido en Campo de Marte, cuando el compositor escuchara los conjuntos javaneses de música gamelán en la Exposición Internacional antes mencionada. En primer término, Walter Gieseking interpreta La plus que lente; después, Aldo Ciccolini toca dos piezas que fueron más descubiertas que inventadas; tanta es su lógica musical, su inevitable hermosura, que tenían por fuerza que existir: Rêverie y Arabesque.
La plus que lente
Rêverie
Arabesque #1
Edvard Grieg (1843-1907) y Nina Hagerup
Leif Ove Andsnes es un fino pianista noruego que nos ofrece aquí dos hermosas piezas de su gran compatriota, Edvard Grieg. El apacible Nocturno de las Piezas líricas del opus 54 y el alegre Día de bodas en Troldhaugen, del Libro 8 de las Piezas líricas del opus 65. Grieg se casó con su prima, Nina Hagerup, en 1867 y vivió con ella en una casa en Troldhaugen, Bergen, donde ambos están enterrados en los predios del Museo Grieg. Día de bodas expresa su amor con elocuencia.
Nocturno
Día de bodas
Franz Liszt (1811-1886)
La madre de Valerie Boissier, una alumna de Franz Liszt, escribió en su diario: «La ejecución del Sr. Liszt incluye abandono, un sentimiento liberado, pero aun cuando se hace impetuoso y enérgico en su fortissimo, nunca es áspero o seco. (…) Extrae del piano tonos que son más puros, melodiosos y fuertes que los que nadie haya podido producir; su toque tiene un encanto indescriptible. (…) Es enemigo de expresiones afectadas, artificiales o retorcidas. Por encima de todo, busca la verdad en el sentimiento musical». Contemporáneo y amigo de Chopin, Liszt fue universalmente reconocido como el pianista más brillante de su época, aunque no fuera tan buen compositor como el gran polaco. De él escucharemos acá tres de sus piezas más características: la Campanella en la típica ejecución eléctrica de Vladimir Horowitz, la Consolación #3 por Peter Katin y el Estudio de concierto #3, conocido como Un suspiro, interpretado por Fuzjko Hemming.
La campanella
Consolación
Un suspiro
Sergei Rachmaninoff (1873-1943)
Tan destacado pianista fue Sergei Rachmaninoff como compositor, primordialmente para el piano. Con una vena melódica de gran caudal, nos regaló un buen número de temas memorables; con su vigorosa técnica de ejecutante, cautivó a las audiencias de la primera mitad del siglo XX. Compuso cuatro conciertos para piano y la difícil Rapsodia sobre un tema de Paganini, y numerosas piezas para el piano solista. De éstas se ha escogido, primeramente, el famosísimo Preludio en Do sostenido menor, el #2 del opus 3, apodado Campanas de Moscú, al que llegó a detestar porque le era inevitablemente requerido como encore en sus recitales; Philippe Entremont se encarga de la interpretación. Después, el Preludio en Sol menor, el #5 del opus 23, en la versión definitiva de Vladimir Horowitz, tomada en vivo de su presentación en el Conservatorio de Moscú (20 de abril de 1986). Rachmaninoff estimaba a Horowitz como el mejor intérprete de su obra para piano.
Campanas de Moscú
Preludio en Sol menor
Franz Schubert (1797-1828)
Antes de rematar esta selección con dos rusos más, podemos escuchar el luminoso Impromptu en Sol bemol mayor, el #3 del opus 90 de Franz Schubert, el compositor del Romanticismo precoz que sólo vivió 31 años pero fue uno de los más prolíficos músicos de la historia. (Tan sólo en 1815, compuso más de 20.000 compases de música que incluían 140 Lieder, un género en el que se destacó). Sylvia Capova ejecuta impecablemente la maravillosa pieza.
Impromptu
Alexander Scriabin (1872-1915)
Antes se ha ocupado este blog de Alexander Scriabin (Estudio de Scriabin), un compositor que pasó del Romanticismo al Impresionismo para arribar a la atonalidad. La autoridad en su música para piano fue, sin duda, Vladimir Horowitz, que toca a continuación dos estudios característicos de la primera época de Scriabin: el #1 del opus 2 en Do sostenido menor, de hermoso tema, y el #12 del opus 8, en Re sostenido menor, al que se adjudicara el título de Patético.
Estudio #1
Estudio Patético
Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893)
Ahora nos despedimos del piano con el Valse sentimentale de Pyotr Illich Tchaikovsky, el número 6 (en Fa menor) de sus Morceaux (piezas) del opus 51. Alexander Sokolov nos ayuda en esta despedida momentánea de quien compusiera abundantemente para el instrumento, incluyendo dos magníficos conciertos para piano y orquesta.
Egon Schiele: Liebespaar (Amantes; literalmente, Pareja de amor), 1913
Eros (en griego antiguo Ἔρως) era el dios primordial responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como un dios de la fertilidad. En algunos mitos era hijo de Afrodita y Ares, pero según El banquete de Platón fue concebido por Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza) en el cumpleaños de Afrodita. Esto explicaba los diferentes aspectos del amor. A veces era llamado, como Dioniso, Eleuterio (Ἐλευθερεύς), ‘el libertador’. Su equivalente romano era Cupido (‘deseo’), también conocido como Amor. De acuerdo con la tradición iniciada por Eratóstenes, Eros era principalmente el patrón del amor entre hombres, mientras Afrodita presidía sobre el amor de los hombres por las mujeres. Su estatua podía encontrarse en las palestras, uno de los principales lugares de reunión de los hombres con sus amados, y a él hacían sacrificios los espartanos antes de la batalla. Meleagro recoge este papel en un poema conservado en la Antología Palatina: «La reina Cipria, una mujer, aviva el fuego que enloquece a los hombres por las mujeres, pero el propio Eros convence la pasión de los hombres por los hombres».
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En la mitología griega, Euterpe (en griego Ευτέρπη, «La muy placentera», «La de agradable genio» o «La de buen ánimo») es la Musa de la música, especialmente protectora del arte de tocar la flauta. Como las demás Musas era hija de Mnemósine y de Zeus. Por lo general se la representa coronada de flores y llevando entre sus manos el doble-flautín. En otras ocasiones se la representa con otros instrumentos de música: violines, guitarras, tambor, etcétera. A finales de la época clásica se la denominaba musa de la poesía lírica, y se le representaba con una flauta en la mano. Unos pocos dicen que inventó el aulos o flauta doble, aunque la mayoría de los estudiosos de la mitología conceden ese honor a Atenea, como se da a conocer en el mito de Marsias y su duelo con Apolo. El río Estrimón dejó a Euterpe embarazada. Su hijo, Rhesus de Tracia dirigió a una partida de Tracianos y murió a manos de Diomedes en Troya, según Homero en la Ilíada. Su nombre procede del griego eu (bien) y τέρπ-εω (contentar).
Wikipedia en español
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El amor y la música han ido siempre de la mano. De hecho, la inmensa mayoría de las canciones tiene un tema de amor, a veces alegre, otras enguayabado. Y ¿qué sería de nuestros amores sin los boleros, cuya letra frecuentemente cursi hace uso desusado de infinitivos sustantivados? (El amar, el querer, el besar…)
1. La música «culta» porta tanto amor como las despechadas rancheras y los desgarradores tangos, y no propiamente amor platónico sino el que se consuma en la cópula. Un ejemplo clarísimo y abundante lo proporciona Carmina Burana—Canciones del Beuern, de un manuscrito medieval de 254 canciones que incluye 129 amorosas—de Carl Orff, la fenomenal cantata escénica que inicia una trilogía que completan Catulli carmina y, por si hubiera alguna duda, Trionfo di Afrodite. Una dulcísima melodía fue compuesta por Orff para acompañar las dos breves estrofas de In trutina; una mujer canta sobre el dilema entre el amor lascivo—propenso a los deleites carnales—y la pudicia, e inmediatamente aclara que opta por el «suave yugo» de lo primero. Aquí es cantada la sucinta aria por la perfecta voz de Renée Fleming, acompañada por la Orquesta de Cámara Inglesa.
In trutina
In trutina mentis dubia / fluctuant contraria / lascivus amor et pudicitia Sed eligo quod video / collum iugo prebeo / ad iugum tamen suave transeo
2. Edward Elgar, a quien el mundo conoce más por sus marchas militares de Pompa y circunstancia, se enamoró y se casó con Caroline Alice Roberts, una dama ocho años mayor que él que fue desheredada por su padre a raíz de tales amores. Caroline entregó su vida a Elgar, cosa que justificó en su diario al escribir: «El cuidado de un genio es una vida de suficiente trabajo para cualquier mujer». Su esposo le dedicó su opus 12, la suave y enamorada melodía de Salut d’amour. Es interpretada de seguidas por la Orquesta Sinfónica de Baltimore dirigida por David Zinman.
Salut d’amour
Egon Schiele: Pareja sentada, 1915
3. Son también de Elgar las Variaciones Enigma, op. 36. Por alguna razón, Eugene Ormandy incluyó la Variación IX (Nimrod), en el álbum Classical Erotica, en el que dirige la Orquesta de Filadelfia.
Nimrod
4. Edvard Grieg, por su parte, llamó Erotik a la número 5 de sus Piezas líricas del opus 43, que escuchamos tocada por el gran pianista italiano Arturo Benedetti Michelangelli, en una grabación de 1942.
Erotik
5. La película 10, la mujer perfecta incluye una escena de cama de Dudley Moore con nadie menos que Bo Derek. La música que se oye mientras hacen el amor es el Boléro de Maurice Ravel. Desde entonces, ha adquirido popularmente un significado erótico. (La pieza llevaba esa intención de todos modos: fue inspirada por la mecenas y bailarina rusa Ida Rubinstein quien, entre otras cosas, posó desnuda para Valentín Serov en 1910 y era de gusto bisexual). Suena ahora, con la dirección de André Previn, por la Orquesta Sinfónica de Londres.
Boléro
Egon Schiele: Abrazo (Amantes II), 1917
6. En la literatura operística hay pocas arias tan hermosas como Mon coeur s’ouvre a ta voix, del Sansón y Dalila de Camille Saint-Säens. Dalila apremia a Sansón pidiéndole que responda a su ternura y vierta sobre ella la embriaguez, no precisamente alcohólica. La incomparable María Callas la cantó como nadie.
Mon coeur s’ouvre a ta voix
Mon cœur s’ouvre à ta voix comme s’ouvrent les fleurs /Aux baisers de l’aurore! / Mais, ô mon bien-aimé, pour mieux sécher mes pleurs, / Que ta voix parle encore! / Dis-moi qu’à Dalila tu reviens pour jamais! / Redis à ma tendresse / Les serments d’autrefois, ces serments que j’aimais! / Ah! réponds à ma tendresse! Verse-moi, verse-moi l’ivresse!
Ainsi qu’on voit des blés les épis onduler / Sous la brise légère, / Ainsi frémit mon cœur, prêt à se consoler / À ta voix qui m’est chère! / La flèche est moins rapide à porter le trépas, / Que ne l’est ton amante à voler dans tes bras! / Ah! réponds à ma tendresse! / Verse-moi, verse-moi l’ivresse!
7. En 1933, cuando Adolfo Hitler tomaba el poder en Alemania, fue estrenado en París un ballet chanté con el nombre de Los siete pecados capitales, donde Lotte Lenya cantó en el rol principal recién fugada de su patria. La música fue proporcionada por su esposo, Kurt Weill, y el libreto lo escribió el importante dramaturgo Bertolt Brecht. Ésta fue la última colaboración significativa de estos artistas, que discutieron ferozmente el tratamiento dramático de la obra: Brecht pretendía que se la vistiera en ropaje marxista, pero predominó al fin la idea de Weill, quien insistió en una interpretación freudiana. La historia es simple: una mujer esquizofrénica, Anna, incurre en todos los pecados del catálogo capital desde una de sus personalidades escindidas. Naturalmente, no podía faltar la Lujuria, que canta Gisela May acompañada de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Leipzig, conducida por Herbert Kegel.
Lujuria
Egon Schiele: Estudio para Liebesakt (Acto de amor), 1915
8. Nada es más explícito que Principles of lust (Principios de la lujuria), una pieza muy erótica del género pop. Es del proyecto Enigma de música electrónica, y pertenece al álbum MCMXC a. D. Una banda de sonido que recoge los jadeos de una mujer, y el recurso al latín seudorreligioso—y al francés para evocar al Marqués de Sade—en la misma onda irreverente de Carmina burana, la hacen música muy penetrante e incitante.
Principles of lust
Procedamus in pace / In nomine Christi, amen… / Cum angelis et pueris, fideles inveniamur / Attollite portas, principes, vestras / Et elevamini, portae æternales / Et introibit Rex gloriæ Qius est iste rex gloriæ?
Sade, dit moi… / Sade, donne moi…
Procedamus in pace / In nomine Christi, amen…
Sade dit moi quest ce que tu vas chercher ? / Le bien par le mal ? / La vertu par le vice ? / Sade dit moi pourquoi l’evangile du mal ? / Quelle est ta religion ou` sont tes fide`les ? / Si tu es contre Dieu, tu es contre l’homme. / Sade es-tu diabolique ou divin ?
Sade, dit moi… / Hosanna… / Sade, donne moi… / Hosanna…
In nomine Christi, amen…
The principles of lust… are easy to understand / Do what you feel… feel until the end / The principles of lust… are burnt in your mind / Do what you want… do it until you find love…
Sade, dit moi… / Hosanna… / Sade, donne moi… / Hosanna…
9. Tristán e Isolda son los protagonistas de uno de los más famosos e intensos amores de la literatura. Richard Wagner, de preferencia muy acusada por lo legendario, escribió una ópera con sus nombres, basada en el romance de Godofredo de Estrasburgo. El Preludio y muerte de amor, en el Acto III, representa musicalmente la transfiguración y muerte de Isolda, luego de que su amante falleciera. (Se trata, literalmente, de morir de amor, no de la muerte chiquita que es imagen orgásmica). Antes, sin embargo, pasaron una noche entera en el lecho para amarse una última vez. Rubén Gimeno dirige la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia en la siguiente versión.
Prelude und Liebestod
Egon Schiele: Dos jóvenes yaciendo entrelazadas, 1915
10. Dos cantantes de lujo, Katherine Jenkins y Kiri Te Kanawa, acometen acá el Dueto de la flor (Viens Malike), de la ópera Lakmé de Léo Delibes. Ha sido asociada con el amor lésbico—la serie de televisión The L Word la empleó como tema musical—pero, aunque dos mujeres están juntas, Lakmé y su doncella y amiga Malike, hay que leer muy entre líneas de la letra para llegar a una interpretación sáfica.
Viens, Malike
Sous le dôme épais / Où le blanc jasmin / À la rose s’assemble / Sur la rive en fleurs, / Riant au matin / Viens, descendons ensemble. / Doucement glissons de son flot charmant / Suivons le courant fuyant / Dans l’onde frémissante / D’une main nonchalante / Viens, gagnons le bord, / Où la source dort et / l’oiseau, l’oiseau chante.
Sous le dôme épais / Où le blanc jasmin, / Ah! descendons / Ensemble! / Sous le dôme épais / Où le blanc jasmin / À la rose s’assemble / Sur la rive en fleurs, / Riant au matin / Viens, descendons ensemble.
Doucement glissons de son flot charmant / Suivons le courant fuyant / Dans l’onde frémissante / D’une main nonchalante / Viens, gagnons le bord, / Où la source dort et l’oiseau, l’oiseau chante.
Sous le dôme épais / Où le blanc jasmin, / Ah! descendons / Ensemble!
11. Un amor estupendo y conmovedor, que alegra al espectador, es el de Frankie (Michelle Pfeiffer) y Johnnie (Al Pacino). Como a Frankie le gustara el Claro de luna (de la Suite bergamasque) de Claude Debussy, Johnnie logra que un disc jockey radial la haga sonar en su programa al despuntar el día. La dulce melodía se corresponde perfectamente con el éxtasis de dos amantes maduros y emproblemados que han decidido confiar en el amor y han amanecido amándose. (Se ha convocado a Philippe Entremont, un compatriota del líder del impresionismo musical, para rendirla).
Claire de lune
Egon Schiele: Liebespaar, 1917
12. La inminencia de la consumación del amor es patente y tensa en el hermoso Adagio del ballet Espartaco, obra de Aram Khachaturian. El mismo compositor hace a la Orquesta Filarmónica de Viena el honor de dirigirla.
Adagio de Espartaco y Frigia
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Egon Schiele (1890-1918) fue uno de los más genuinos exponentes del expresionismo austriaco. Como ningún otro pintor fue prolífico, especialmente en la representación del erotismo. Habiendo comenzado como pintor impresionista, descubrió el movimiento y el estilo de la llamada Secesión Vienesa, conducida por gente como Gustav Klimt y Oskar Kokoschka. El Museo Leopold de Viena aloja la más grande colección de obras de Schiele. Helo aquí autorretratado con su pequeña familia el año de su muerte:
Partitura de Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración), de Richard Strauss. (Clic amplía).
A Aurelio Useche Kislinger, amante de la mejor música.
elegía. (Del lat. elegīa, y este del gr. ἐλεγεία). 1. f. Composición poética del género lírico, en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado, y la cual en español se escribe generalmente en tercetos o en verso libre. Entre los griegos y latinos, se componía de hexámetros y pentámetros, y admitía también asuntos placenteros.
No podía la muerte estar ausente de la obra musical de los compositores más famosos. La música es vida y ésta es muerte. Federico Nietzsche había sentenciado que «Sin la música, la vida sería una equivocación» y, más simplemente, la abuela de mi esposa—como la madre de Forrest Gump—solía decir que «La muerte es parte de la vida».
Se ha producido, pues, abundante música fúneraria, desde la que conmemora la muerte en forma de réquiem hasta la que sirve para acompañar cortejos exequiales con marchas. Movimientos enteros de sinfonías, como el tercero de la primera sinfonía romántica—la Heroica o Tercera Sinfonía de Ludwig van Beethoven en Mi bemol mayor—, el tercero de la Sinfonía #1 en Re mayor (Titán) de Gustav Mahler, o de sonatas, como en el caso de la #2 de Federico Chopin en Si bemol menor, son marchas fúnebres. Charles Gounod escribió la jocosa Marcha fúnebre para una marioneta, que sirvió de tema a la serie televisiva de misterios de Alfred Hitchcock y es apropiada para el luto de personas que se dejan manejar por terceros, sobre todo si éstos son gobernantes extranjeros.
Como es natural, se trata de música frecuentemente sobrecogedora y muy hermosa. En muchas ocasiones han sido llamadas elegías, incluso en música popular como la canción de Joan Manuel Serrat para la muerte de un amigo de Miguel Hernández sobre poema de éste: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería».
Elegía – Joan Manuel Serrat
Pero es la música académica la que cuenta con mayor cantidad de estas manifestaciones luctuosas. Un ejemplo temprano y destacadísimo viene provisto por la Música para el funeral de la Reina María II de Inglaterra (1662-1694), compuesta por el más grande de los compositores ingleses, Henry Purcell. Ésta es la Marcha fúnebre, de una obra formada por diecisiete piezas; fue popularizada en la ácida película La naranja mecánica, del genio Stanley Kubrick:
Música para el funeral de la Reina María – Henry Purcell
En un continente cristiano, sus músicos compusieron muchas veces con la vista puesta en alguna forma de resurrección. Así, por ejemplo, la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler fue apodada, precisamente, Resurrección, y Richard Strauss compuso a sus 25 años de edad el poema sinfónico Muerte y transfiguración. Después de haberlo completado, pidió a su amigo, el poeta Alexander Ritter, que escribiera versos que correspondieran a las cuatro partes de la obra musical. La primera de ellas representa a un artista enfermo, cercano a la muerte, con un dulce tema:
Muerte y transfiguración, 1ra. sección – Richard Strauss
Y he aquí a la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Daniel Harding, al comienzo de la sección siguiente, una batalla entre la vida y la muerte en la que el artista no conoce cuartel:
En sucesión, ahora, cinco piezas elegíacas, de los compositores Gabriel Fauré y Jules Massenet, franceses, Alexander Glazunov y Sergei Rachmaninoff, rusos, y Edvard Grieg, noruego.
Elegía – Gabriel Fauré
Elegía – Jules Massenet
Elegía para viola y piano – Alexander Glazunov
Elegía – Sergei Rachmaninoff
La última primavera (de Dos melodías elegíacas) – Edvard Grieg
Grieg fue, por supuesto, un gran melodista y por eso cabe proponer acá otras dos piezas de carácter elegíaco: primero, La muerte de Åse, de la música incidental al drama Peer Gynt de su glorioso compatriota, Henrik Ibsen; luego, el inefable Aire—Andante religioso—de su Suite (al viejo estilo) En tiempos de Holberg. Aunque fue compuesta toda para celebrar el bicentenario del nacimiento de otro dramaturgo noruego (y danés), Ludvig Holberg, el aire tiene ciertamente ese carácter.
La muerte de Åse – Edvard Grieg
Aire (Andante religioso) – Edvard Grieg
Finalmente, es otro concepto distinto del luto el de la saga germánica del Anillo del Nibelungo, el ciclo de cuatro óperas de Richard Wagner. En la última de ellas, El ocaso de los dioses(Götterdämmerung), muere Sigfrido a manos de Hagen, quien lo hiere por haber jurado en falso sobre la lanza que lo mata. Es asunto épico, no romántico o renacentista, sino mucho más primordial y antiguo. De aquí que la Música funeral de Sigfrido no sea dulce o melancólica sino poderosa, hasta triunfal. Es la que Hitler quería para el cataclismo de su muerte, con la que debía hundirse todo el pueblo alemán. Joseph Goebbels decía él mismo, o mandaba que dijera la prensa alemana en 1945, o que Radio Werewolf propalara cosas como éstas:
El terror de las bombas no conserva las viviendas ni de ricos ni de pobres; ante los laboriosos oficios de la guerra total las últimas barreras de clase han tenido que caer. Bajo los escombros de nuestras ciudades destrozadas, los últimos presuntos logros de la clase media del siglo diecinueve han sido finalmente sepultados. No hay un fin de la revolución; una revolución está condenada al fracaso sólo si aquellos que la hacen dejan de ser revolucionarios; junto con los monumentos culturales se desmoronan también los últimos obstáculos al logro de nuestra tarea revolucionaria. Ahora que todo está en ruinas, estamos obligados a reconstruir Europa. En el pasado las posesiones privadas nos ataban a una moderación burguesa. Ahora las bombas, en vez de matar a todos los europeos, sólo han roto los muros de la prisión que les mantenían cautivos. Al tratar de destruir el futuro de Europa, el enemigo sólo ha tenido éxito en destruir su pasado; y con eso todo lo que es viejo y gastado se ha ido.
Los alemanes supieron evitar ese destino, y nosotros también podremos. Podemos oír a Wagner sin temor alguno:
Música funeral de Sigfrido – Richard Wagner
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Las elegías formaron todo un género poético en la Edad Media. Se las llamaba planto cuando eran cultas y endechas cuando populares. Jorge Manrique escribió ésta en sus Coplas a la muerte de mi padre:
Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fué mejor.
Y pues cemos lo presente cómo en un punto es ido y acabado si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera má que duró lo que vió, porque todo ha de pasar por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos á se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos; allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos.
Y la más antigua de las canciones funerarias españolas que se conserva fue la cantada por las mujeres canarias a la muerte del caballero Guillén Peraza (1443). Así dice:
Llorad las damas, / si Dios os vala, Guillén Peraza / quedó en la Palma, la flor marchita / de la su cara. No eres palma, / eres retama, eres ciprés / de triste rama, eres desdicha, / desdicha mala. Tus campos rompan / tristes volcanes, no vean placeres, / sino pesares, cubran tus flores / los arenales. Guillén Peraza, / Guillén Peraza, ¿dó está tu escudo, / dó está tu lanza? Todo lo acaba / la malandanza.
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