La hora del filósofo-rey
¿Qué propone, pues, Sagan a una humanidad bloqueada incómodamente a medio camino entre la mundialización y la autodestrucción? Es poco probable, estima él, que la sabiduría gane la batalla, si permanecemos encerrados en los marcos políticos y mentales concebidos en una época en que los hombres eran menos numerosos e incapaces de destruir el planeta. Sólo la utopía es hoy razonable. La utopía política: hay que retirarle el poder a la clase política, para dárselo… ¡a los sabios! “La ciencia tiene respuestas, a condición de que se nos quiera escuchar”.
Guy Soreman – Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo
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En el viejo modelo político los caciques mandan, pero no tienen que pensar en la solución a los problemas públicos. De eso debieran ocuparse, subordinados siempre a quienes mandan, los sabios que encuentran los significados y los brujos que producen menjurjes y encantamientos, profesionales que encuentren soluciones. El modelo, el arquetipo, el paradigma en el viejo sentido de ejemplo, prescribe a quien detente o quiera detentar el mando el papel y el carácter de un combatiente. No en vano las imágenes con las que los actores políticos convencionales hacen autorreferencia tienden a ser las de combatiente o luchador político o social, y se refieren a la arena y a la lucha políticas y a los procesos de vencer y derrotar. Y piensan ellos, así como la mayoría de nosotros, que su papel consiste en mandar. No en mandar a secas, lo que pudiese ser moderado si se restringiera al mando sobre los órganos ejecutivos del Estado, sino que se entiende como mandando sobre la Nación. Pero no se gobierna sobre un país, se gobierna para un país.
Con un concepto de la política como mando es del único modo como pudo sostenerse en 1998 una postulación de Irene Sáez: como la de una persona que no necesitaba ser particularmente docta o versada sobre los problemas públicos y sus posibles soluciones o los métodos con los que se puede generarlas, con tal de que pudiera concitar a su alrededor a un grupo suficiente de personas capaces que son las que trabajan resolviendo los problemas y sobre las que se manda. El corolario de esta idea es que los sabios, los brujos, no mandan, no pueden mandar, no se les debe permitir que manden, porque ellos no saben matar dragones ni vencer oponentes en las arenas políticas. Es lo que encontramos en el dictum de Argenis Martínez: “La característica general de la política venezolana hasta ahora es que si usted está mejor preparado en el campo de las ideas, es más inteligente a la hora de buscar soluciones y tiene las ideas claras sobre lo que hay que hacer para sacar adelante el país, entonces usted ya perdió las elecciones”.
No se concibe, pues, que quien ostensiblemente lea mucho, piense mucho, invente mucho, pueda ser un buen gobernante, sea un hombre capaz de acción, capaz de defenderse. Esto es percibido así no sólo por los políticos que trabajan bajo esas premisas, sino por el común de los mortales. Por eso podemos ser sorprendidos cuando llegamos a observar a un “hombre de pensamiento” comportándose como un “hombre de acción”.
Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos. Por esto tomará un tiempo aceptar que son los actores políticos adecuados, los que tienen la competencia necesaria, pues, como ha sido dicho, nuestro problema es que “los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía”. (En Tiempo de incongruencia).
La percepción convencional va a cambiar, no obstante. Desde hace ya algún tiempo es posible registrar una nueva irrupción del pensamiento y la inteligencia en el ámbito del poder. La revista Fortune titulaba en su edición del 14 de enero de 1991: “Ahora capital significa cerebro, no sólo dólares”. Y citaba a líderes empresariales norteamericanos que decían cosas como las siguientes: que el capitalismo empresarial había dado paso a un capitalismo gerencial que ahora cedía el sitio a un “capitalismo intelectual”; que “la materia gris es tan diferente a los billetes que la economía neoclásica, con sus leyes de la oferta y la demanda y de los rendimientos decrecientes, no puede explicar adecuadamente cómo funciona su sustancia”; que el capital intelectual producirá un profundo desplazamiento en la riqueza del mundo de los dueños de los recursos naturales a quienes controlen las ideas y el conocimiento. Este proceso, observable ya en el ámbito de la economía, no tardará en manifestarse con igual fuerza en el de la política, y cuando lo haga cambiará radicalmente el modo como ésta es practicada.
Es probable que continúe habiendo un predominio de los “hombres de acción” en las cabezas ejecutivas de los Estados, de los partidos políticos, pero aun en este caso habrá un marcado aumento del espacio y la influencia de los “hombres de pensamiento” en la política. Es probable que los hombres de pensamiento que se dediquen a la formulación de políticas quieran entenderse más como “brujos de la tribu” que como “brujos del cacique”. Esto es, se reservarán el derecho de comunicar los tratamientos que conciban directamente a los Electores, sobre todo cuando las situaciones públicas sean graves y los jefes se resistan a aceptar sus recomendaciones. Pero también es probable que en algunos pocos casos algunos brujos lleguen a ejercer como caciques. En situaciones muy críticas, en situaciones en las que una desusada concentración de disfunciones públicas evidencie una falla sistémica, generalizada, es posible que se entienda que se está, más que ante una crisis política, ante una crisis de la política misma, y que eso requiere un actor diferente que la trate. Y luego, el nuevo paradigma político se extenderá por el planeta: una concepción en la que la inteligencia reivindique su espacio y su función, en la que los hombres intelectualmente más capaces no sean tratados como inhábiles políticos.
Vilfredo Pareto, sociólogo y economista italiano de principios del siglo XX, se hizo muy conocido en el ámbito empresarial, gracias a que sus famosas curvas han devenido concepto medular en la escuela gerencial de la “calidad total”. También es el autor de La circulación de las élites. En este estudio, Pareto describe la configuración de poder más frecuente como aquélla en la que los hombres de acción, los “leones”, son los que gobiernan. Pero también expone que cíclicamente los leones arriban ante atolladeros que no pueden superar, y deben venir entonces los zorros al gobierno, los hombres de pensamiento, los que dominan el arte de la combinatoria, a resolver la situación. Según su esquema, los leones y los zorros se alternan cíclicamente; según Pareto, las élites circulan.
Tal vez, entonces, estemos en Venezuela necesitando un desplazamiento, aunque sólo sea temporal, de leones por zorros, de Tío Tigre por Tío Conejo, de caudillos por filósofos. Tal vez estemos ante la necesidad de un nuevo ciclo de Pareto, y entonces recupere vigencia la idea de un retorno de los brujos, que fuera el título de uno de los libros de mayor influencia en la fértil década de los años sesenta. LEA
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