Música elegíaca y fúnebre
A Aurelio Useche Kislinger, amante de la mejor música.
elegía. (Del lat. elegīa, y este del gr. ἐλεγεία). 1. f. Composición poética del género lírico, en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado, y la cual en español se escribe generalmente en tercetos o en verso libre. Entre los griegos y latinos, se componía de hexámetros y pentámetros, y admitía también asuntos placenteros.
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No podía la muerte estar ausente de la obra musical de los compositores más famosos. La música es vida y ésta es muerte. Federico Nietzsche había sentenciado que «Sin la música, la vida sería una equivocación» y, más simplemente, la abuela de mi esposa—como la madre de Forrest Gump—solía decir que «La muerte es parte de la vida».
Se ha producido, pues, abundante música fúneraria, desde la que conmemora la muerte en forma de réquiem hasta la que sirve para acompañar cortejos exequiales con marchas. Movimientos enteros de sinfonías, como el tercero de la primera sinfonía romántica—la Heroica o Tercera Sinfonía de Ludwig van Beethoven en Mi bemol mayor—, el tercero de la Sinfonía #1 en Re mayor (Titán) de Gustav Mahler, o de sonatas, como en el caso de la #2 de Federico Chopin en Si bemol menor, son marchas fúnebres. Charles Gounod escribió la jocosa Marcha fúnebre para una marioneta, que sirvió de tema a la serie televisiva de misterios de Alfred Hitchcock y es apropiada para el luto de personas que se dejan manejar por terceros, sobre todo si éstos son gobernantes extranjeros.
Como es natural, se trata de música frecuentemente sobrecogedora y muy hermosa. En muchas ocasiones han sido llamadas elegías, incluso en música popular como la canción de Joan Manuel Serrat para la muerte de un amigo de Miguel Hernández sobre poema de éste: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería».
Elegía – Joan Manuel Serrat
Pero es la música académica la que cuenta con mayor cantidad de estas manifestaciones luctuosas. Un ejemplo temprano y destacadísimo viene provisto por la Música para el funeral de la Reina María II de Inglaterra (1662-1694), compuesta por el más grande de los compositores ingleses, Henry Purcell. Ésta es la Marcha fúnebre, de una obra formada por diecisiete piezas; fue popularizada en la ácida película La naranja mecánica, del genio Stanley Kubrick:
Música para el funeral de la Reina María – Henry Purcell
En un continente cristiano, sus músicos compusieron muchas veces con la vista puesta en alguna forma de resurrección. Así, por ejemplo, la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler fue apodada, precisamente, Resurrección, y Richard Strauss compuso a sus 25 años de edad el poema sinfónico Muerte y transfiguración. Después de haberlo completado, pidió a su amigo, el poeta Alexander Ritter, que escribiera versos que correspondieran a las cuatro partes de la obra musical. La primera de ellas representa a un artista enfermo, cercano a la muerte, con un dulce tema:
Muerte y transfiguración, 1ra. sección – Richard Strauss
Y he aquí a la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Daniel Harding, al comienzo de la sección siguiente, una batalla entre la vida y la muerte en la que el artista no conoce cuartel:
En sucesión, ahora, cinco piezas elegíacas, de los compositores Gabriel Fauré y Jules Massenet, franceses, Alexander Glazunov y Sergei Rachmaninoff, rusos, y Edvard Grieg, noruego.
Elegía – Gabriel Fauré
Elegía – Jules Massenet
Elegía para viola y piano – Alexander Glazunov
Elegía – Sergei Rachmaninoff
La última primavera (de Dos melodías elegíacas) – Edvard Grieg
Grieg fue, por supuesto, un gran melodista y por eso cabe proponer acá otras dos piezas de carácter elegíaco: primero, La muerte de Åse, de la música incidental al drama Peer Gynt de su glorioso compatriota, Henrik Ibsen; luego, el inefable Aire—Andante religioso—de su Suite (al viejo estilo) En tiempos de Holberg. Aunque fue compuesta toda para celebrar el bicentenario del nacimiento de otro dramaturgo noruego (y danés), Ludvig Holberg, el aire tiene ciertamente ese carácter.
La muerte de Åse – Edvard Grieg
Aire (Andante religioso) – Edvard Grieg
Finalmente, es otro concepto distinto del luto el de la saga germánica del Anillo del Nibelungo, el ciclo de cuatro óperas de Richard Wagner. En la última de ellas, El ocaso de los dioses (Götterdämmerung), muere Sigfrido a manos de Hagen, quien lo hiere por haber jurado en falso sobre la lanza que lo mata. Es asunto épico, no romántico o renacentista, sino mucho más primordial y antiguo. De aquí que la Música funeral de Sigfrido no sea dulce o melancólica sino poderosa, hasta triunfal. Es la que Hitler quería para el cataclismo de su muerte, con la que debía hundirse todo el pueblo alemán. Joseph Goebbels decía él mismo, o mandaba que dijera la prensa alemana en 1945, o que Radio Werewolf propalara cosas como éstas:
El terror de las bombas no conserva las viviendas ni de ricos ni de pobres; ante los laboriosos oficios de la guerra total las últimas barreras de clase han tenido que caer. Bajo los escombros de nuestras ciudades destrozadas, los últimos presuntos logros de la clase media del siglo diecinueve han sido finalmente sepultados. No hay un fin de la revolución; una revolución está condenada al fracaso sólo si aquellos que la hacen dejan de ser revolucionarios; junto con los monumentos culturales se desmoronan también los últimos obstáculos al logro de nuestra tarea revolucionaria. Ahora que todo está en ruinas, estamos obligados a reconstruir Europa. En el pasado las posesiones privadas nos ataban a una moderación burguesa. Ahora las bombas, en vez de matar a todos los europeos, sólo han roto los muros de la prisión que les mantenían cautivos. Al tratar de destruir el futuro de Europa, el enemigo sólo ha tenido éxito en destruir su pasado; y con eso todo lo que es viejo y gastado se ha ido.
Los alemanes supieron evitar ese destino, y nosotros también podremos. Podemos oír a Wagner sin temor alguno:
Música funeral de Sigfrido – Richard Wagner
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Las elegías formaron todo un género poético en la Edad Media. Se las llamaba planto cuando eran cultas y endechas cuando populares. Jorge Manrique escribió ésta en sus Coplas a la muerte de mi padre:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo a nuestro parescer,
cualquiera tiempo pasado
fué mejor.
Y pues cemos lo presente
cómo en un punto es ido
y acabado
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
má que duró lo que vió,
porque todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos á se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Y la más antigua de las canciones funerarias españolas que se conserva fue la cantada por las mujeres canarias a la muerte del caballero Guillén Peraza (1443). Así dice:
Llorad las damas, / si Dios os vala,
Guillén Peraza / quedó en la Palma,
la flor marchita / de la su cara.
No eres palma, / eres retama,
eres ciprés / de triste rama,
eres desdicha, / desdicha mala.
Tus campos rompan / tristes volcanes,
no vean placeres, / sino pesares,
cubran tus flores / los arenales.
Guillén Peraza, / Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo, / dó está tu lanza?
Todo lo acaba / la malandanza.
No toda elegía es elogiosa. LEA
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