Patología de la arrogancia
Extracto de La enfermedad de la victoria, el Capítulo VIII de Las élites culposas (Libros Marcados, 2012)
El período que va desde el inicio de la tercera presidencia de Hugo Chávez hasta la evidencia de su absceso pélvico es el lento desarrollo de un síndrome inexorable: la enfermedad de la victoria. Los japoneses la llaman senshobyo.
Éstos son los signos: arrogancia, exceso de confianza, complacencia, la repetición de previos patrones victoriosos en la lucha (en vez de desarrollar nuevas tácticas que anticipen los avances enemigos), la caricaturización y subestimación del contrincante, el desconocimiento de la información de malas noticias. Mientras el lado victorioso se vuelve complaciente, creyéndose invencible y conduciéndose con arrogancia, sus contrarios escarmientan y se adaptan.
Los griegos, por su parte, llamaron hibris a esa conducta. La ὕβρις era un crimen, y el más grande de los pecados, en la Grecia clásica. El inglés moderno denota por hubris a la arrogancia y el sentido de superioridad excesivos; los griegos destacaban, más bien, la actitud humillante que se derivaba de esa conciencia, observable con más facilidad en ricos y poderosos. Esta visión antigua coincide con la cristiana: la soberbia es el peor de los pecados. Quien tenía hubris, o “hibris”, en realidad retaba a los dioses y sus leyes, y la tragedia griega le retrataba en su caída.
David Owen* define en In sickness and in power: “No es ‘hibris’ todavía un término médico. El significado más básico fue desarrollado en la antigua Grecia, simplemente como la descripción de un acto: un acto hibrístico era uno en el que una figura poderosa, inflada con excesivos orgullo y confianza en sí misma, trataba a los otros con insolencia y desprecio”.
Es en el teatro griego, sin embargo, donde se refina la característica y se explora los patrones de la conducta hibrística, así como sus causas y consecuencias. Explica Owen en su libro:
Una carrera hibrística procede más o menos por el siguiente cauce. El héroe obtiene gloria y aclamación por haber logrado un éxito desusado en contra de las probabilidades. La experiencia se le sube a la cabeza: comienza a tratar a los demás, meros mortales ordinarios, con desprecio y desdén, y desarrolla tal confianza en su propia capacidad que comienza a creerse capaz de cualquier cosa. Este exceso de confianza en sí mismo le lleva a interpretar equivocadamente la realidad que le rodea y a cometer errores. Tarde o temprano le llega su castigo y conoce su némesis, que lo destruye. Némesis es el nombre de la diosa de la retribución, y en el drama griego a menudo los dioses disponen la némesis porque es visto el acto hibrístico como uno en que el perpetrador trata de desafiar la realidad ordenada por ellos. El héroe que comete el acto hibrístico busca transgredir la condición humana, imaginándose ser superior y en posesión de poderes como los de los dioses. Pero los dioses no aceptarán eso; es así como son ellos quienes lo destruyen. La moraleja es que debemos poner cuidado en no permitir que el poder y el éxito nos suba los humos, haciéndonos demasiado grandes para nuestros zapatos.
Después advierte: “Los síntomas en la conducta que pueden justificar un diagnóstico de síndrome hibrístico se hacen típicamente más intensos mientras más tiempo permanezca en el poder un jefe de gobierno”, y completa la descripción señalando los “factores externos” que aumentan la probabilidad del cuadro clínico: “éxito abrumador en la obtención y preservación del poder, un contexto político en el que hay mínimas limitaciones del líder que ejerce su autoridad personal y la duración del tiempo de su permanencia en el poder”. De seguidas, Owen sugiere que se diagnostique ese síndrome cuando quiera que tres o cuatro síntomas, de la lista que sigue, estén presentes en los gobernantes:
—Una propensión narcisista a ver el mundo primariamente como una arena en la que pueden ejercer poder y buscar gloria, antes que un lugar con problemas que necesitan se les aproxime de manera pragmática y no autorreferencial.
—Una predisposición a emprender acciones que probablemente les exhiban favorablemente, esto es, para resaltar su imagen.
—Una preocupación excesiva con la imagen y la presentación.
—Una manera mesiánica de hablar acerca de lo que hacen y una tendencia a la exaltación.
—Una identificación de sí mismos con el Estado, hasta el punto de considerar la perspectiva y los intereses de los dos como idénticos.
—Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o con el plural mayestático.
—Confianza excesiva en su propio juicio y desprecio por el consejo o la crítica de otros.
—Exagerada fe en sí mismos, rayana en un sentido de omnipotencia, respecto de lo que pueden alcanzar.
—Una creencia en que antes que ser responsables ante el mundano tribunal de sus colegas o la opinión pública, el tribunal al que tienen que responder es muy superior: la historia o Dios.
—Una convicción inamovible de que serán reivindicados en ese tribunal.**
—Inquietud, irreflexión e impulsividad.
—Pérdida de contacto con la realidad, a menudo asociada con un aislamiento progresivo.
—Una tendencia a permitir que su “gran visión”, especialmente su convicción de la rectitud moral de un determinado curso de acción, obvie la necesidad de considerar otros aspectos, como la factibilidad, el costo y la posibilidad de consecuencias indeseadas; una terca renuencia a cambiar de curso.
—Como resultado, un cierto tipo de incompetencia en la implementación de una política, que puede ser llamada incompetencia hibrística. Es aquí donde las cosas van mal, precisamente porque el exceso de confianza hace que el líder no se moleste con la carpintería de una política. Aquí puede haber una desatención a los detalles aliada a una naturaleza indiferente.
Fue un ataque de la enfermedad de la victoria, de hibris o senshobyo lo que llevó a los japoneses al desastre de Midway, poco después de su espectacular bombardeo de Pearl Harbor y su precoz extensión por islas y costas del Pacífico; fue la enfermedad de la victoria lo que llevó a Napoleón a la catastrófica invasión de Rusia, y a Hitler más de un siglo después a concebir y fracasar estrepitosamente, con su Operación Barbarroja, en el mismo intento. A comienzos de 2007, eso mismo estaba pasando a Hugo Chávez, enfermo de triunfo, en el año cuando sufriría a su término la primera derrota electoral de su trayectoria. Hugo Chávez, como acabamos de ver, exhibía muy notoriamente no tres o cuatro de los síntomas enumerados por Owen sino todos los catorce.*** Su hibris lo llevó a la pérdida del referendo aprobatorio de dos proyectos de reforma constitucional; uno sometido por la Presidencia de la República y otro por la Asamblea Nacional. LEA
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* Lord Owen es un médico inglés que investigó sobre la química del cerebro y trabajó con neurólogos y psiquiatras, pero también ha sido un destacado político que sirvió como miembro del Parlamento, Sub-secretario de Estado para la Marina, Ministro de Salud Pública y Ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra. Está particularmente calificado para disertar sobre la enfermedad de poder.
** Pedro León Zapata pintó a un tiranosaurio con charreteras y botas militares—Tiranosaurio Red—que decía: “A mí me absolverá la prehistoria”, en clara alusión a famosa frase de Fidel Castro en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada.
*** Aunque el libro de Owen fue publicado por Praeger en 2008, no se encontrará en él ni una sola mención de la persona política de Hugo Chávez. No pareciera estar el autor muy consciente de su existencia, puesto que verdaderamente nuestro Presidente es un caso de librito, prácticamente el modelo perfecto para la enumeración de los signos del desorden hibrístico tratado en la obra.
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