Vicente Emilio Sojo dirige aguinaldos del Orfeón Lamas en Sta. Teresa. Evencio Castellanos al órgano.
Los carnavales de 1928 en Caracas vieron nacer un movimiento político y un movimiento cultural. Del primero, naturalmente, se habla más; de él surgieron con el tiempo los partidos políticos del siglo XX venezolano. Pero por esos mismos días nació lo que conoceríamos y apreciaríamos luego como el Orfeón Lamas. Vicente Emilio Sojo, los hermanos Emilio y José Antonio Calcaño, su primo Miguel Ángel Calcaño—dueño de un oído absoluto—, Juan Bautista Plaza y William Werner recorrieron calles caraqueñas en comparsa, disfrazados a la usanza ucraniana, y cantaron en ellas para sorpresa y goce de los transeúntes. El año anterior, un grupo vocal ucraniano había cantado en el Teatro Municipal de Caracas y de esta presentación concibieron la idea de cantar juntos. Luego decidieron honrar la memoria de José Ángel Lamas (1775-1814), el compositor de la pieza venezolana clásica de nuestra Semana Santa: Popule meus. He aquí su comienzo en rendición del ensemble coral y orquesta de la Camerata Barroca de Caracas, bajo la dirección de Isabel Palacios.
Popule meus
El padre Sojo
Probablemente fue mejor compositor que Lamas la estrella de la Escuela de Chacao, Juan Manuel Olivares. El padre Sojo—Pedro Palacios y Sojo, tío abuelo de Simón Bolívar—, estableció la primera escuela de música en Venezuela y llamó a Olivares, ya sabio en composición, para codirigirla con él. El Orfeón Lamas es acompañado por la Orquesta Sinfónica Venezuela mientras los conduce el gigantesco Vicente Emilio Sojo, fundador de ambas agrupaciones y también de Acción Democrática (música y política), en el hermosísimo Stabat Mater de Olivares.
Stabat Mater
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La felicidad coral
El canto de varias voces reunidas en coro, coral, orfeón—voz que viene de Orfeo, el dios griego que era músico y protector del teatro—es una de las invenciones humanas más satisfactorias. Es estupendo oír una agrupación profesional, pero asimismo es muy remunerador participar en una que se forme con aficionados. Me consta porque fui, con mi limitado y nada pulido registro de barítono, miembro de una coral que dirigía Eduardo Plaza Aurrecoechea (sobrino de Juan Bautista e hijo de Eduardo Plaza Alfonzo, también compositor); cantar con otros, puedo certificar, es una incomparable fuente de alegría.
Por otra parte, la cantidad de obras para coro es enorme, sobre todo si se agrega las piezas provenientes del inagotable folclor de los pueblos de la Tierra. Seguramente los fundadores de lo que sería el Orfeón Lamas cantaron en aquel carnaval las Campanas de Ucrania—Eduardo la dirigía estupendamente—, la hermosa pieza de Nikola Leontovich que suena a continuación aunque no, por supuesto, por los revoltosos músicos de la Generación del 28, sino por el fino coro de los Niños Cantores de Viena.
Campanas de Ucrania
Con la última pieza, obviamente, me he salido del luto de la Semana Santa buscando regocijo. Antes de seguir con el jolgorio, pues, retornemos a la pasión y a la muerte con grandes números corales, todos del rito cristiano. Primeramente, una pieza que no es propiamente cuaresmal, aunque sí de tono lóbrego a pesar de su tema: el Ave María de Sergei Rachmaninoff, cantada a cappella por el Coro del Nuevo Colegio de Oxford.
Ave María
Ecce Homo – Antonello da Messina (1473)
Luego, entremos de lleno en el tema de estos días con el coral O Haupt voll Blut und Wunden (Oh, Sagrada Cabeza herida) de la Pasión según San Mateo, obra cumbre de Juan Sebastián Bach. Lo interpretan el Coro y la Orquesta Barroca de la Sociedad Bach de Holanda que dirige Ton Koopman.
O Haupt voll Blut und Wunden
La sobrecogedora majestad de lo que acabamos de oír sólo puede ser seguida por música de un compositor de calidad equivalente: Wolfgang Amadeus Mozart. Su última obra—KV 626—fue su Requiem; una leyenda sostiene que lo compuso al presentir su muerte. De esta grandiosa pieza, oigamos el vigoroso Kyrie y Rex tremendæ. Karl Bohm dirige la Orquesta Filarmónica de Viena y su coro.
Kyrie
Rex tremendæ
Fue Eduardo Plaza Aurrecoechea quien me hizo conocer el Requiem en Re menor, op. 48 de Gabriel Fauré. Es un concepto enteramente distinto del convencional; en el último de sus números, In paradisum, son las almas que comparten la gloria divina quienes cantan en el cielo, y por tanto la obra de Fauré no concluye con tristeza. Aquí cantan ese final gozoso los miembros del Coro del Colegio del Rey de Cambridge.
In paradisum
Pero salgamos definitivamente del luto con una pieza para coro y orquesta que todos conocemos: el vibrante Aleluya del oratorio El Mesías, de Georg Friedrich Händel. Colin Davis está a cargo del Coro y Orquesta de la Sinfónica de Londres.
Aleluya
La versión londinense de Muti
Es muy distinta deidad la aludida en O Fortuna, el número que abre la mágica cantata escénica Carmina Burana, de Carl Orff. Hay numerosas grabaciones de la obra, pero una particularmente vigorosa es la interpretación de Riccardo Muti al frente de la Orquesta Filarmonia y su coro.
O Fortuna
Sergei Prokofiev hizo la música para la película de un tocayo suyo, Sergei Einsenstein, sobre el héroe épico ruso Alexander Nevsky. Lo que sigue es la Canción de Alexander Nevsky, en versión de la Orquesta y Coro de la Sinfónica de Londres con André Previn a la batuta.
Canción de Alexander Nevsky
Si Nevsky y sus jinetes pudieron salvar a Rusia de una invasión de caballeros teutones, Finlandia ha tenido que defenderse muchas veces de los rusos. El poema sinfónico de Jan Sibelius con el nombre de su país fue compuesto como protesta a la creciente censura de prensa que imponía, a fines del siglo XIX, el Imperio Ruso. Contiene como sección final lo que él llamara Himno Finlandia, que aunque no es el himno oficial de los finlandeses es, sin duda, una de sus más importantes piezas patrióticas. Acá se reproduce justamente esa sección final en las voces del Coro del Tabernáculo Mormón, en compañía de la Orquesta de Filadelfia y la conducción de Eugene Ormandy.
Finlandia
Y para remachar la tesis de que es sabrosísimo cantar en multitud, cierra esta entrada coral con la #1 de las marchas ceremoniales Pompa y Circunstancia, de Edward Elgar. Es tradicional que la temporada de los conciertos Promenade, que tienen lugar en el Royal Albert Hall de Londres, concluya con esta enérgica y elegante pieza. El público se une con alegre entusiasmo al coro y a la orquesta para palmear y cantar, como buenos imperialistas, Land of Hope and Glory, Mother of the Free, / How shall we extol thee, who are born of thee? / Wider still and wider shall thy bounds be set; / God, who made thee mighty, make thee mightier yet. / God, who made thee mighty, make thee mightier yet. El video que sigue es de la clausura del año pasado, cuando la ejecución fue transmitida a varios parques en Inglaterra, donde miles se unieron al coro. Acá se ve la ejecución por los Cantores, el Coro y Orquesta de la Sinfónica de la BBC, dirigidos por Edward Gardner, y la multitudinaria escena en Hyde Park.
Partitura de Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración), de Richard Strauss. (Clic amplía).
A Aurelio Useche Kislinger, amante de la mejor música.
elegía. (Del lat. elegīa, y este del gr. ἐλεγεία). 1. f. Composición poética del género lírico, en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado, y la cual en español se escribe generalmente en tercetos o en verso libre. Entre los griegos y latinos, se componía de hexámetros y pentámetros, y admitía también asuntos placenteros.
No podía la muerte estar ausente de la obra musical de los compositores más famosos. La música es vida y ésta es muerte. Federico Nietzsche había sentenciado que «Sin la música, la vida sería una equivocación» y, más simplemente, la abuela de mi esposa—como la madre de Forrest Gump—solía decir que «La muerte es parte de la vida».
Se ha producido, pues, abundante música fúneraria, desde la que conmemora la muerte en forma de réquiem hasta la que sirve para acompañar cortejos exequiales con marchas. Movimientos enteros de sinfonías, como el tercero de la primera sinfonía romántica—la Heroica o Tercera Sinfonía de Ludwig van Beethoven en Mi bemol mayor—, el tercero de la Sinfonía #1 en Re mayor (Titán) de Gustav Mahler, o de sonatas, como en el caso de la #2 de Federico Chopin en Si bemol menor, son marchas fúnebres. Charles Gounod escribió la jocosa Marcha fúnebre para una marioneta, que sirvió de tema a la serie televisiva de misterios de Alfred Hitchcock y es apropiada para el luto de personas que se dejan manejar por terceros, sobre todo si éstos son gobernantes extranjeros.
Como es natural, se trata de música frecuentemente sobrecogedora y muy hermosa. En muchas ocasiones han sido llamadas elegías, incluso en música popular como la canción de Joan Manuel Serrat para la muerte de un amigo de Miguel Hernández sobre poema de éste: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería».
Elegía – Joan Manuel Serrat
Pero es la música académica la que cuenta con mayor cantidad de estas manifestaciones luctuosas. Un ejemplo temprano y destacadísimo viene provisto por la Música para el funeral de la Reina María II de Inglaterra (1662-1694), compuesta por el más grande de los compositores ingleses, Henry Purcell. Ésta es la Marcha fúnebre, de una obra formada por diecisiete piezas; fue popularizada en la ácida película La naranja mecánica, del genio Stanley Kubrick:
Música para el funeral de la Reina María – Henry Purcell
En un continente cristiano, sus músicos compusieron muchas veces con la vista puesta en alguna forma de resurrección. Así, por ejemplo, la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler fue apodada, precisamente, Resurrección, y Richard Strauss compuso a sus 25 años de edad el poema sinfónico Muerte y transfiguración. Después de haberlo completado, pidió a su amigo, el poeta Alexander Ritter, que escribiera versos que correspondieran a las cuatro partes de la obra musical. La primera de ellas representa a un artista enfermo, cercano a la muerte, con un dulce tema:
Muerte y transfiguración, 1ra. sección – Richard Strauss
Y he aquí a la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Daniel Harding, al comienzo de la sección siguiente, una batalla entre la vida y la muerte en la que el artista no conoce cuartel:
En sucesión, ahora, cinco piezas elegíacas, de los compositores Gabriel Fauré y Jules Massenet, franceses, Alexander Glazunov y Sergei Rachmaninoff, rusos, y Edvard Grieg, noruego.
Elegía – Gabriel Fauré
Elegía – Jules Massenet
Elegía para viola y piano – Alexander Glazunov
Elegía – Sergei Rachmaninoff
La última primavera (de Dos melodías elegíacas) – Edvard Grieg
Grieg fue, por supuesto, un gran melodista y por eso cabe proponer acá otras dos piezas de carácter elegíaco: primero, La muerte de Åse, de la música incidental al drama Peer Gynt de su glorioso compatriota, Henrik Ibsen; luego, el inefable Aire—Andante religioso—de su Suite (al viejo estilo) En tiempos de Holberg. Aunque fue compuesta toda para celebrar el bicentenario del nacimiento de otro dramaturgo noruego (y danés), Ludvig Holberg, el aire tiene ciertamente ese carácter.
La muerte de Åse – Edvard Grieg
Aire (Andante religioso) – Edvard Grieg
Finalmente, es otro concepto distinto del luto el de la saga germánica del Anillo del Nibelungo, el ciclo de cuatro óperas de Richard Wagner. En la última de ellas, El ocaso de los dioses(Götterdämmerung), muere Sigfrido a manos de Hagen, quien lo hiere por haber jurado en falso sobre la lanza que lo mata. Es asunto épico, no romántico o renacentista, sino mucho más primordial y antiguo. De aquí que la Música funeral de Sigfrido no sea dulce o melancólica sino poderosa, hasta triunfal. Es la que Hitler quería para el cataclismo de su muerte, con la que debía hundirse todo el pueblo alemán. Joseph Goebbels decía él mismo, o mandaba que dijera la prensa alemana en 1945, o que Radio Werewolf propalara cosas como éstas:
El terror de las bombas no conserva las viviendas ni de ricos ni de pobres; ante los laboriosos oficios de la guerra total las últimas barreras de clase han tenido que caer. Bajo los escombros de nuestras ciudades destrozadas, los últimos presuntos logros de la clase media del siglo diecinueve han sido finalmente sepultados. No hay un fin de la revolución; una revolución está condenada al fracaso sólo si aquellos que la hacen dejan de ser revolucionarios; junto con los monumentos culturales se desmoronan también los últimos obstáculos al logro de nuestra tarea revolucionaria. Ahora que todo está en ruinas, estamos obligados a reconstruir Europa. En el pasado las posesiones privadas nos ataban a una moderación burguesa. Ahora las bombas, en vez de matar a todos los europeos, sólo han roto los muros de la prisión que les mantenían cautivos. Al tratar de destruir el futuro de Europa, el enemigo sólo ha tenido éxito en destruir su pasado; y con eso todo lo que es viejo y gastado se ha ido.
Los alemanes supieron evitar ese destino, y nosotros también podremos. Podemos oír a Wagner sin temor alguno:
Música funeral de Sigfrido – Richard Wagner
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Las elegías formaron todo un género poético en la Edad Media. Se las llamaba planto cuando eran cultas y endechas cuando populares. Jorge Manrique escribió ésta en sus Coplas a la muerte de mi padre:
Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fué mejor.
Y pues cemos lo presente cómo en un punto es ido y acabado si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera má que duró lo que vió, porque todo ha de pasar por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos á se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos; allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos.
Y la más antigua de las canciones funerarias españolas que se conserva fue la cantada por las mujeres canarias a la muerte del caballero Guillén Peraza (1443). Así dice:
Llorad las damas, / si Dios os vala, Guillén Peraza / quedó en la Palma, la flor marchita / de la su cara. No eres palma, / eres retama, eres ciprés / de triste rama, eres desdicha, / desdicha mala. Tus campos rompan / tristes volcanes, no vean placeres, / sino pesares, cubran tus flores / los arenales. Guillén Peraza, / Guillén Peraza, ¿dó está tu escudo, / dó está tu lanza? Todo lo acaba / la malandanza.
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