Música para votar

 

Las cataratas Victoria del río Zambeze, frontera de Zambia y Zimbabue

 

Todos quisiéramos votar por el mejor hombre, pero él nunca es candidato.

Kin Hubbard

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Uno quisiera que hoy fuera un día tranquilo, que sólo los votos hablaran y fueran atendidos, que respetaran civiles y militares la voluntad de la mayoría que gritará en silencio, como una catarata. Es con ese deseo que contribuyo acá con la voz firme y mayormente serena de quince breves obras musicales, escogidas según el único criterio de la belleza de sus melodías, sin discusión académica acerca de su calidad o nivel. Son, simplemente, melodías que gustan a cualquiera.

Mascagni y sus libretistas

Comencemos, apropiadamente, por el Preludio de Cavalleria Rusticana, la conocida ópera de Pietro Mascagni (1863-1945). Un segundo trozo instrumental de esta obra es mucho más conocido e interpretado, su Intermezzo, pero el Preludio es igualmente hermoso. Edoardo Sonzogno había convocado en 1888 un concurso de óperas en un solo acto para compositores que aún no hubiesen sido representados en un teatro. Mascagni, de 25 años, logró entregar su obra en el último día del plazo y ganó el certamen. No podía ser de otra manera; el día del estreno, el compositor fue requerido al proscenio del Teatro Costanzi de Roma cuarenta veces por la ovación del público. Nos ofrecen esa introducción instrumental los músicos de la Orquesta Filarmónica de Praga, conducidos por Friedemann Riehle.

Mascagni

Enigma, máquina inglesa para descifrar

Las Variaciones Enigma fueron compuestas por Edward Elgar (1857-1934) entre 1898 y 1899. El tema es tratado en catorce variaciones nombradas con enigmáticas claves, la mayoría un conjunto de iniciales. De todos modos, se conoce la identidad de las personas representadas en cada variación: la primera (C. A. E.) es para su esposa, Caroline Alice Elgar; la undécima (G. R. S.) fue inspirada por el perro bulldog de George Robertson Sinclair, el organista de la catedral de Heresford. Elgar se llevó a la tumba el verdadero enigma: la identidad de un tema escondido en la pieza que no es tocado explícitamente y, muy divertido con su travesura, rechazó todas las explicaciones que le fueron propuestas. (Enigma fue, además, el nombre escogido para la máquina que los ingleses usaron en la II Guerra Mundial en la descodificación de comunicaciones alemanas en clave). La más hermosa y expansiva de las variaciones es la novena: Nimrod, en agradecimiento al editor musical Augustus Jaeger, en quien Elgar encontró apoyo y consejo sincero. Nimrod es un patriarca y cazador del Antiguo Testamento, y Jäger significa cazador en alemán. Eugene Ormandy dirige ahora a la Orquesta de Filadelfia (y suya) en la Variación IX.

Elgar

La obra paciente del Colorado

La Suite del Gran Cañón es música típicamente estadounidense, tanto por tema como por línea melódica y apoyo armónico. Es obra de Ferde Grofé (1892-1972), gente de familia musical por el lado paterno y materno. Este neoyorquino hizo mucha música en la radio, y llegó a enseñar orquestación en la prestigiosa Escuela de Música Juilliard. La suite que aquí es representada por su cuarto movimiento, Puesta de sol, es una obra de música descriptiva. (Para escuchar el quinto y último, Chaparrón, ver en este blog De la música como retrato). De hecho, la pieza fue ejecutada por primera vez (Chicago, 1931, año de los cruciales Teoremas de Kurt Gödel) con el nombre de Cinco cuadros del Gran Cañón. Suena la Orquesta Sinfónica del Estado de Utah a cargo de Maurice Abravanel.

Grofé

Saltando al son de los italianos

Andrew Davis dirigirá a continuación a la Orquesta Sinfónica de Toronto para dejarnos escuchar el Nocturno (Moderato) del ballet de Ottorino Respighi (1879-1936) basado en temas de Gioachino Rossini (1792-1868), La boutique fantasque. Una traducción posible de este nombre es La tienda mágica de juguetes o, más simplemente, La tienda caprichosa. El ballet fue estrenado en Londres el 5 de junio de 1919, una semana justa después de que el inglés Arthur Eddington registrara el eclipse solar de ese año mágico—ya no había guerra—en la isla Príncipe del Atlántico africano, logrando una dramática corroboración de predicciones de la Teoría General de la Relatividad que Albert Einstein publicara en 1916 en Annalen der Physik.
Rossini-Respighi

Puede tocar como le dé la gana

Creo que es la segunda de las Danzas Eslavas (en Mi menor) del op. 46 de Antonín Dvořák (1841-1904) la que tiene la más bella melodía de toda la serie. (Ocho piezas, más otras tantas del op. 72). George Szell y la Orquesta de Cleveland se encargan de defender mi fe. Por su parte, Daniel Harding dirige a la Orquesta de Cámara Mahler para acompañar a la despampanante violinista Janine Jansen en el muy breve Valse sentimentale (op. 51 #6) que Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893) compusiera originalmente para piano. (Estoy enamorado; de su melodía, por supuesto, y de mi señora. ¡Zape, gata!)

Dvořák

Tchaikovsky

El infeccioso disco

Con la orquesta del popular director ruso André Kostelanetz me inicié en una irreversible afición por la música sinfónica, cuando tenía 12 años (yo, no él). Oscar Álvarez de Lemos, padre de mi mejor amigo de la infancia, tenía el disco Columbia CL 747, que por un lado traía la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta de Tchaikovsky, su perfecta obra de juventud, y del otro ponía algunos valses del mismo compositor. Desde que oí la obertura la primera vez quedé patidifuso, y no me tranquilicé hasta que Don Oscar me consintiera llevar la grabación a mi casa, donde no escuché otra cosa, para horror de mi familia, por un mes seguido. Kostelanetz hizo antes que André Rieu mucho por la popularización de la música de los grandes compositores. Ahora interpreta dos arias instrumentalizadas: Vissi d’arte, de la Tosca de Giacomo Puccini (1858-1924) y la maravillosa Mon coeur s’ouvre a ta voix, de la ópera Sansón y Dalila de Camille Saint-Saëns (1835-1921).

Puccini

Saint-Saëns

El alma del Brasil

También en una versión instrumental, escuchemos el Nocturno de las Piezas líricas del op. 54 de Edvard Grieg (1843-1907), originalmente compuestas para el piano. La versión acá colocada es de la Orquesta del Festival de Budapest que dirige Pavel Urbanek. Y, hablando de ese instrumento, es hora de que haga su aparición en el extraordinariamente bello Nocturno #19 en Mi menor (op. 72, #1) de Federico Chopin (1810-1849) en interpretación del pianista chileno Claudio Arrau, un hombre serio. Luego, aprovechando la manida cita del polaco—»Sólo hay algo más hermoso que una guitarra: dos guitarras»—, traigo aquí la Melodía sentimental de Heitor Villa-Lobos (1887-1959), de las manos del joven guitarrista brasileño Bráulio Bosi.

Grieg

Chopin

Villa-Lobos

Y ¿si hacemos sonar juntos a un piano y una flauta? El gran flautista francés Jean-Pierre Rampal toca acá el movimiento Cantabile de la Sonata para flauta y piano de su compatriota, Francis Poulenc (1899-1963). Este caballero formó parte del grupo que se conociera como Les Six, que además de él incluía a Georges Auric, Louis Durey, Arthur Honegger, Darius Milhaud y Germaine Tailleferre. La obra fue compuesta en 1957, dedicada a la mecenas de la música de cámara Elizabeth Sprague Coolidge y hecha para la interpretación de nuestro concertista, con quien el propio Poulenc la estrenó en el Festival de Música de Estrasburgo.

Poulenc

Director grande, orquesta grande

Aires orientales nos llegan con la Canción de cuna del ballet del armenio Aram Khachaturian (1903-1978), Gayané, de fama por su vertiginosa Danza de los sables. Antal Doráti es el magnífico director de orquesta húngaro puesto el frente de la precisa Orquesta Sinfónica de Londres para nuestro deleite. Gayané es una joven trabajadora de kolkhoz que tiene la mala suerte de haberse casado con Giko, un borracho perezoso. Éste la amenaza con despeñar a la hija común—a quien Gayané ha cantado la canción—y la apuñala, pero es arrestado por Khazakov y la heroína se recupera para reponer su amor con el justiciero.

Khachaturian

Nada parecido transcurre mientras suena la Pavane de Gabriel Fauré (1845-1924), su opus 50 en Fa sostenido menor. Fue compuesta para piano, pero el mismo Fauré produjo luego una versión orquestal que puede ser aumentada con coro, pues se añadió una letra a posteriori, que termina diciendo: «Adieu donc et bons jours aux tyrans de nos coeurs! Et bons jours!» (¡Por tanto adiós y buenos días a los tiranos de nuestro corazón! ¡Y buenos días!). El propio compositor juzgó la pieza como «elegante pero sin importancia». En todo caso, me conformo con su elegancia, que proviene del origen español de esa clase de danza y que Daniel Barenboim resalta al frente de la Orquesta de París.

Fauré

Abetos del bosque finlandés Tsarmikuusikko

He dejado para el cierre de esta selección con broche de platino una pieza hasta hace poco ignorada por mí. Es el movimiento quinto y último de la Suite para piano Los árboles, del compositor finlandés Jan Sibelius (1865-1957): El abeto. Un entusiasmo recentísimo por su hermoso tema me hace ponerlo una y otra vez. Ud. verá, creo, que es tan bueno que parece un bolero de los grandes. El fino pianista japonés Ritsuko Kobata lo interpreta estupendamente.

Sibelius

¿Ya votó Ud.? (Por cualquiera de estas piezas). LEA
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Música infrecuente

 

Antarah ibn Shaddad y Abla, en patrón de tatuaje egipcio del s. XIX

A Adolfo Salgueiro, entusiasta de la música buena.

Hay piezas de música archiconocidas, que han sido interpretadas y escuchadas hasta la náusea. Rachmaninoff, por ejemplo, llegó a aborrecer su famoso Preludio en Do sostenido menor, tanto lo exigía el público en sus conciertos como encore mucho después de que hubiera decidido no incluirlo en los programas. Claro que cada compositor ha hecho más música que la que habitualmente se interpreta en los conciertos o alcanza la dignidad de una grabación. Hay mucho más música que no suena. Del compositor ruso, por ejemplo, es su obra más ejecutada el segundo Concierto para piano y orquesta en Do menor, su opus 18; le sigue el tercero en popularidad y frecuencia, aunque pueda sostenerse que es musicalmente mejor. Sus otros dos conciertos son rara vez escuchados. (Con razón).

En algunos casos, como con el primero y el cuarto concierto de Rachmaninoff, es la calidad de las piezas el factor determinante. En otros es, simplemente, la poca popularidad de las obras o los compositores. Ha habido más de un director que emprendiera una campaña de educación de su público, para dar a conocer la obra de algún compositor poco escuchado. Gustav Mahler, por caso, cayó en desfavor de orquestas y audiencias poco después de su muerte; fue necesario el esfuerzo de Leopoldo Stokowski, John Barbirollli y, sobre todo, Leonard Bernstein en los años sesenta, para que su música creciera en familiaridad. (Muerte en Venecia, la película de Luchino Visconti basada en la novela de Thomas Mann, contribuyó a fijar a Mahler en la conciencia contemporánea al incluir el Adagietto de su Quinta Sinfonía en la banda de sonido del filme).

Puede argumentarse también que la dificultad técnica o las exigencias especiales de una pieza contribuyen a arrinconarla en el olvido. Naturalmente, es mucho más complicado montar la Octava Sinfonía de Mahler—la «Sinfonía de los mil»—, con su recrecida orquesta, dos coros convencionales de cuatro voces, un coro infantil y ocho solistas, que la Pequeña Serenata de Mozart. No siempre es la causa de esta infrecuencia, sin embargo, la dificultad de la pieza para los ejecutantes o lo aparatoso de la orquestación. En muchos casos es asunto de mero desconocimiento de compositores y obras y, como vimos, esto puede ocurrir por épocas. El mismísimo Juan Sebastián Bach fue prácticamente olvidado hasta que la campaña de Félix Mendelssohn rescatara al Padre de la Música Occidental para generaciones posteriores. Hoy es universalmente venerado, y sus obras son mil veces más escuchadas que las de, por ejemplo, el elegante Johann Joachim Quantz, su compatriota y contemporáneo.

Estas consideraciones me llevan a proponer que escuchemos unas cuantas piezas poco conocidas o interpretadas. Por su alegre frescura, casi matinal, es probablemente apropiado arrancar con Otoño, una de las cuatro partes de Las estaciones, música de ballet compuesta por Alexander Glazunov (1865-1936). Es el último de los cuadros del ballet, puesto que éste comienza por el Invierno; sus números son Grande bacchanale des saisons, Petit adage, Variation du Satyre y Coda générale. Dirige Edo de Waart la Orquesta de Minnesota.

Alexander Glazunov

¿Qué tal si continuamos por música líquida, que es la que hace un arpa? El opus 86 de Gabriel Urbain Fauré (1845-1924), quizás el más grande compositor francés, abierto maestro de compositores como Maurice Ravel, Georges Enescu y Nadia Boulanger, es un hermoso Impromptu para arpa, en interpretación de la estupenda arpista Naoko Yoshino.

 

Gabriel Fauré

Y ya que escuchamos arpa, y de un francés, ¿por qué no oir el tercer movimiento (Rondó: Allegro agitato) del Concierto para arpa y orquesta en Do mayor de François-Adrien Boieldieu (1775-1834)? Boieldieu fue un compositor elegante, que algunos llamaron el Mozart de Francia. Marisa Robles es la ejecutante, acompañada por la Academy of Saint-Martin-in-the-Fields que dirige Iona Brown.

François-Adrien Boieldieu

Si continuáramos en vena matutina, convendría escuchar la Canción de mañana, el opus 15 de Edward Elgar (1857-1934). No es pieza de frecuente interpretación; menos aún en órgano, que toca acá el estadounidense Carlo Curley. (Cuidado con las frecuencias bajas del poderoso instrumento).

Edward Elgar

Y si nos mudamos a la noche, el Nocturno de La boutique fantasque, música para el ballet del mismo nombre por Ottorino Respighi (1879-1936) sobre composiciones de su más famoso compatriota, Gioachino Rossini (1792-1868), es una pieza muy apropiada y serena. Andrew Davis dirige aquí la Sinfónica de Toronto.

 

Ottorino Respighi

Un carácter también nocturnal, pero con sonoridades orientales, tiene el Largo o segundo movimiento del Concierto para violonchelo y orquesta de Dmitri Kabalevsky (1904-1987), un compositor del que a veces se escucha el Galop de su suite de ballet Los comediantes. El gran cellista japonés Yo-Yo Ma lo interpreta en compañía de la Orquesta de Filadelfia, conducida por Eugene Ormandy.

Dmitri Kabalevsky

En cambio, está lleno de una alegría muy particular Día de bodas en Troldhaugen, de Edvard Grieg (1843-1907), el número 6 de sus Piezas líricas del opus 65. Grieg vivió en Troldhaugen con su esposa y prima hermana, Nina Hagerup. Interpreta la muy noble música el pianista noruego Leif Ove Andsnes.

Edvard Grieg

Alegre es, asimismo, el tercer movimiento de la Suite sinfónica o Sinfonía Antar, por el gran instrumentador Nikolai Andreievich Rimsky-Korsakoff (1844-1908), quien usaba lujosamente su paleta orquestal en temas orientales o exóticos para los rusos (Scheherezada, Capricho español). Antar (Antarah ibn Shaddad, 525-608) era un héroe y poeta árabe pre-islámico. Yevgeny Svetlanov dirige la Orquesta Filarmonia.

N. A. Rimsky-Korsakoff

De la música de ballet de la ópera El Cid, de Jules Massenet (1842-1912), la danza Andaluza juega con un bello y melancólico tema que alterna modulando de tonalidad mayor a menor. La escuchamos por la Orquesta Filarmónica Eslovaca, dirigida en esta ocasión por Peter Skvor.

Jules Massenet

Paul Hindemith (1895-1963) compuso cuatro Metamorfosis sinfónicas sobre un tema de Carl Maria von Weber. La tercera, un Andantino que se desarrolla con nobleza, es interpretada aquí por Eugene Ormandy al mando, como era costumbre, de la Orquesta de Filadelfia.

Paul Hindemith

Un compatriota de Hindemith, Kurt Weill, colaboró varias veces con el dramaturgo Bertolt Brecht. Éste quiso que Los siete pecados capitales—un ballet chanté—fuera una obra marxista, pero Weill terminó imponiendo, más bien, un sesgo freudiano. El papel protagónico que Lotte Lenya estrenara—Anna, una psiquis escindida—es cantado acá por Gisela May (Prólogo). La orquesta es esta vez la Sinfónica de la Radio de Leipzig, conducida por Herbert Kegel.

Kurt Weill

Y otro alemán, el líder de la composición según reglas dodecafónicas, Arnold Schoenberg (1874-1951), tuvo un comienzo no tan alejado de la tonalidad que Richard Strauss (1864-1949) había preservado y enriquecido. Su Verklärte Nacht (Noche transfigurada, op. 4) está compuesta sobre un poema de Richard Dehmel, que describe la confidencia de una mujer a su amante: lleva en su vientre un hijo que es de otro. Bajo la luz de la luna, su compañero le dice:

No dejes que el niño que has concebido sea una carga para tu alma. / ¡Mira, cuán luminoso brilla el universo! / El esplendor cae sobre todo alrededor y tú viajas conmigo en un mar frío, / pero está la lumbre de un calor interno, de ti en mí, de mí en ti. / Ese calor transfigurará el hijo del extraño y tú me lo darás y lo tendré. / Tú me has inundado con esplendor, / tú has hecho un niño de mí.

Herbert von Karajan conduce la Filarmónica de Berlín en el inicio de esta versión.

Arnold Schoenberg

Para curarnos de una belleza tan ácida, viene acá la Romanza op. 95, «El tábano», de Dimitri Shostakovich (1906-1975). Es una pieza poco característica del ruso, en lenguaje muy romántico. Theodor Kuchar dirige la Orquesta Sinfónica del Estado de Ucrania.

Dimitri Shostakovich

El armenio Aram Khachaturian (1903-1978) es conocido, sobre todo, por la Danza de los sables, de su ballet Gayaneh. También son tocados con alguna frecuencia su Concierto de piano y su Concierto de violín, su Suite Mascarada, de valse dinámico y mazurca vivaz, y el Adagio amoroso del ballet Espartaco. En cambio, es menos conocida su obra sinfónica. Aquí dirige el mismo compositor la Orquesta Filarmónica de Viena en el segundo movimiento—Allegro risoluto—de su Sinfonía #2 (de la Campana) en Mi menor.

Aram Khachaturian

No sólo es desusado escuchar el Valse sentimentale (#6 del op. 51) de Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893), que puede ser interpretado por orquesta de cuerdas, violín y piano o piano solo; en esta versión, además, es interpretado en un teremín, un instrumento electrónico que es activado al aproximar las manos del ejecutante a dos antenas sin tocarlas, una de las cuales gobierna la frecuencia del sonido y otra su volumen. La experta en teremín, Clara Rockford, es aquí la intérprete que sustituye a un violinista, y se hace acompañar de piano.

Pyotr Illich Tchaikovsky

También es de Tchaikovsky, para cerrar, una verdadera pièce de résistance: el primer movimiento—Lento lugubre – Moderato con moto – Andante—de la Sinfonía Manfredo en Si menor, op. 58, basada en el poema de Lord Alfred Byron. La vigorosa y apasionada dirección de Riccardo Muti, al frente de la Orquesta de Filadelfia. cuyo sonido cambió, pone término a esta excursión por caminos musicales poco frecuentados.

John Martin: Manfredo en el Jungfrau

LEA

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(Los 16 archivos de audio de esta entrada pueden ser descargados en el Canal de Dr. Político en ivoox. Si se pulsa las imágenes podrá vérselas ampliadas).

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Las músicas azules

De la Commedia dell’arte, Arlequín, por Pablo Picasso


 

Hagamos una cosa: oiga usted, primero que nada, el siguiente archivo de audio y luego sigamos hablando.

Si usted está familiarizado con la música «culta», probablemente su oído ubicaría el trozo reproducido en la época del Barroco. No le faltaría razón; esa música ha sido atribuida a Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736), violinista, organista y compositor italiano de importante obra en el género de la opera buffa. Quizás conozca usted precisamente la pieza en cuestión; si es así, sabrá entonces que en cambio se trata del primer movimiento de la Suite Polichinela, del ballet del mismo nombre compuesto por ningún otro que Igor Stravinsky (1882-1971), el mismo de Agón y El Pájaro de Fuego. (El ballet fue encargado por Sergei Diaghilev para sus Ballets Russes. Quería una obra basada en los caracteres de la Commedia dell’arte italiana, y Stravinsky reconstruyó las partituras halladas por aquél con lenguaje y rítmica moderna).

No se trata, por tanto, de que el compositor más famoso del siglo XX escandalizara a los parisinos en 1913 con su Rito de la Primavera porque no sabía componer música consonante. El nuevo idioma musical de Stravinsky no tenía que ver con incapacidades armónicas o melódicas del compositor; era, simplemente, eso: un nuevo idioma, del mismo modo que el Período Azul de Pablo Picasso desmiente la superficial e inculta especie de que el pintor malagueño hizo las Damiselas de Aviñón porque no era buen dibujante. (Picasso, por cierto, diseñó los vestuarios y la escenografía de Polichinela, estrenado en París hace noventa años).

Hay muchos ejemplos, por lo contrario, de maestría composicional de los autores modernos cuando han usado deliberadamente moldes de épocas precedentes. Muchos compositores del siglo XX tuvieron su época azul, y las razones para componer en forma, armonía o textura más antigua son de diversa índole.

Camille Saint-Säens (1835-1921), por ejemplo, eligió una textura, un motivo musical y un tempo bastante clásicos para La rueca de Onfalia, pieza a la que llamó poema sinfónico, que es una forma característica del Romanticismo ya maduro. ¿Por qué? Porque su tema es mitológico y no convenía, a su criterio, alojarlo en lenguaje más moderno. He aquí su primera parte:

Al norte de Camille los ingleses son muy dados a sentir la obligación de componer alguna pieza al estilo antiguo. Veamos varios ejemplos en sucesión.

En primer término, puede ocurrir que se adapta un tema tradicional. Éste es el caso de la muy conocida Fantasía sobre Greensleeves (Mangas verdes) que el compositor Ralph Vaughan Williams (1872-1958) incorporara en su ópera Sir John in love. El tema es tan antiguo como Isabel I de Inglaterra, y es mencionado incluso por Shakespeare (en Las alegres casadas de Windsor y en Falstaff). Todos lo reconocemos:

Otras veces, un tema antiguo es transformado en variaciones que lo tratan más allá de la mera adaptación. Henry Purcell (1659-1695), posterior a Isabel I, es el gran músico inglés del Barroco (Händel era alemán), y un tema de su música incidental para la obra teatral Abdelazar (La venganza del moro, de Aphra Behn), del segundo movimiento o Rondó, fue tomado por Benjamin Britten (1913-1976) para musicalizar una película encargada por la BBC: Guía de los jóvenes a la orquesta. (La Orquesta Sinfónica de la BBC fue dirigida en la película en blanco y negro por Sir Malcolm Sargent). He aquí, en sucesión, el tema original de Purcell y luego el tratamiento de Britten:

Pero también puede prescindirse del préstamo temático y usar material moderno, original, inventado, dentro de formas ya en desuso. El mismo Britten nos ofrece el ejemplo de esta manera de componer en azul con la Passacaglia de su ópera Peter Grimes. El tema es de Britten, con su característica acidez, pero la forma es la estricta del contrapunto barroco: un basso ostinato (una secuencia melódica que se repite una y otra vez en el registro bajo) al que se superponen variaciones en los registros altos. Facilita la comprensión escuchar primero una passacaglia del Barroco verdadero, en este caso, la de la Passacaglia y Fuga en Do menor de Juan Sebastián Bach (1685-1750). Después, la de Peter Grimes. (Cada una expone, inicialmente, el tema recurrente solo).

Un ejemplo formal más por otro compositor inglés. El movimiento Ostinato de la Suite de San Pablo de Gustav Holst (de fama por la suite astrológica Los planetas):

Naturalmente, otras nacionalidades musicales han emprendido las mismas exploraciones. Ernest Bloch (suizo-estadounidense, 1880-1959) escribió dos concerti grossi completos. Podemos oír ahora (entero) el cuarto y último movimiento del primero de ellos, para orquesta de cuerdas y piano obligado en un papel antaño reservado al clavecín. Se inicia en textura polifónica de fuga, y al final evoca el tema del primer movimiento fusionándolo con el material previo:

Mucho menos áspera es En tiempos de Holberg, Suite al viejo estilo, cuyo autor es el noruego Edvard Grieg. Su cuarto movimiento, Andante religioso, íntegro aquí, es de una nobleza incomparable:

Así que obras completas de compositores modernos en varios movimientos pueden seguir estructuralmente las reglas de formas pasadas. El ejemplo más famoso lo proporciona Sergei Prokofiev (1891-1953) con lo que llamó, justamente y sin tapujos, nada menos que Sinfonía Clásica, compuesta en el estilo de Haydn (1732-1809) y Mozart (1756-1791). Acá ponemos los movimientos centrales, Larghetto y Gavotta. (Baile este último que recuerda más atrás: el origen de la forma sinfónica en la suite barroca de danzas).

A punto de concluir esta fugaz visita a las músicas azules, admitamos que no hemos retrocedido más allá del período Barroco. Un icono cultural a partir de los años sesenta—los de Woodstock y el Mayo Francés—es, sin duda, la cantata escénica Carmina Burana (Canciones del Beuern), que Carl Orff (alemán, 1895-1982) compuso en 1937. La famosa obra trajo un lenguaje musical que es copiado ahora en Hollywood para musicalizar sugerentemente películas de exorcistas o vampiros, en la creencia de que escribiendo como Orff se hace música medieval. En verdad, los textos sobre los que Orff montara la impar cantata provienen de manuscritos del siglo XII y aún antes, hallados en el monasterio Benediktbeuern. (No hay vampirismo en ellos). Pero la música de Orff es enteramente moderna; ciertamente, por la orquestación y por los ritmos, que suenan primitivos pero son inconstantes, al estilo de Stravinsky. (De hecho, Les Noces, de este compositor—que tuvo su período azul, neoclásico–influyeron mucho en Carmina Burana). La genialidad de Orff reside en haber logrado una música de tal simplicidad que se la siente primitiva, ingenua, y el latín y el alemán antiguo, con algo de francés de la época, contribuyen a formar la impresión de antigüedad. Pongamos acá dos de los veinticuatro números de la obra. El coro Veni, venim, venias y el dulce solo de soprano In trutina mentis dubia, cuya letra copiamos abajo. (Cantado por la primerísima soprano estadounidense Renée Fleming):

In trutina mentis dubia
fluctuant contraria
lascivus amor et pudicitia
Sed eligo quod video
collum iugo prebeo
ad iugum tamen suave transeo

Lo que antecede debiera ser suficiente demostración. Los grandes compositores contemporáneos son capaces de hacer obras en formas estrictas como las clásicas y barrocas, en texturas y armonías del tonalismo convencional, en melodías tan románticas como las de Schubert o Chopin. Si se han lanzado por caminos musicales distintos es, precisamente, porque el lenguaje que han aprendido en los conservatorios donde estudiaron se ha empleado para decir casi todo y ellos quieren decir cosas nuevas.

Pero no es bueno un concierto sin encore. Aprovechando la presencia de Renée Fleming, escuchémosle cantar Baïlerò, de la maravillosa recopilación de añejas canciones del folklore profundo francés por Joseph Canteloube: Chants d’Auvergne. Recopilar lo viejo y arreglarlo para el oído y los instrumentos modernos es otro modo de componer música azul. LEA


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