¡MUD, MUD, MUD! Es hora de partir ¡MUD, MUD, MUD! Camino de perder Los partidos bajan desde el terraplén
(Con la melodía de Din, din, din)
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terraplén. (Delfr. terre-plein, y este dellat. terra y planus).1. m. Macizo de tierra con que se rellena un hueco, o que se levanta para hacer una defensa, un camino u otra obra semejante. 2. m. Desnivel con una cierta pendiente.
Diccionario de la Lengua Española
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Un amable y experto amigo obtendría conclusiones muy interesantes en un análisis del lenguaje corporal de los retratados en la fotografía de la hospitalidad copeyana: la mano izquierda volteada de Antonio Ledezma, la torva mirada de Julio Borges, alejada del centro de atención de los demás, el rostro desconfiado de Andrés Velásquez, etcétera. Por cierto, la denominación de Partido Popular para COPEI, aunque reciente, ya no es válida. Se la adoptó para agradecer a José María Aznar su ayuda financiera en tiempos cuando los demócrata-cristianos alemanes recortaban su apoyo, en vista del barranco en que se ha venido ahondando el partido fundado por Rafael Caldera, Q. E. P. D. Pero quien pase con frecuencia por delante de la sede de la urbanización El Bosque (rebasados los restaurantes chinos) habrá notado que, luego de dos apariciones en fachada, una larga y una corta (según la facción que controlara la proverbial botella vacía), ha vuelto a decirse en el muro delantero que allí funciona un partido social cristiano.
El partido COPEI fue el primero en realizar un congreso ideológico; luego lo celebrarían Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo (en ocasión cuando Diosdado Cabello lo proponía también para el Movimiento Quinta República, predecesor del Partido Socialista Unido de Venezuela). Se celebraría en octubre de 1986, en las instalaciones del Hotel Ávila de Caracas. Algo más de un año antes, el 12 de junio de 1985, Gustavo Tarre Briceño me invitó a almorzar, sabedor ya de que por entonces yo promovía la formación de una organización política que portara un código genético distinto de los partidos convencionales. Allí me planteó, en su nombre y el de Eduardo Fernández, que participara activamente en la preparación del congreso:
Por lo que respecta al congreso ideológico tuve que declinar, pues Gustavo me había dicho que les hacía falta un nivel intermedio, sociológico, entre un nivel principista y filosófico que estaba confiado a Enrique Pérez Olivares y Arístides Calvani, y un nivel de políticas específicas del que se ocupaban diferentes comisiones. Gustavo creía, y me aseguró que también Eduardo, que yo era el indicado para establecer un “puente” entre esos dos niveles. En esas condiciones, expliqué, lo que se me pedía era involucrarme en algo en lo que yo no creía, puesto que pensaba que la política ya no podía seguir “deduciéndose” a partir de un piso principista y abstracto de principios ideológicos generales. (Krisis: Memorias Prematuras).
Más tarde, escribí Estudio copeyano (19 de junio de 1994). Allí me ocupé más explícitamente de sugerir un patrón de metamorfosis de COPEI que dejara atrás toda pretensión ideológica:
El futuro es plural, el futuro es ramificado. No todas las ramas del futuro de COPEI son desastrosas. Al menos es concebible que, después de una serie tan larga de traspiés y fracasos electorales, COPEI esté dispuesto a la metamorfosis y el aprendizaje. (…) La historia nos muestra, con implacable reiteración, la verdad de la falibilidad humana. No existe en el mundo en ninguna de sus épocas un movimiento político, un régimen o concepto gubernamental exitoso que no fuese luego presa de la entropía, de la tendencia al envejecimiento y el deterioro. (…) Pero también es posible al quehacer humano la metamorfosis de sus organizaciones. (…) Los tiempos del futuro próximo determinarán si COPEI es capaz de aprovechar una nueva oportunidad de transformación o si desaparecerá como importante factor de la actividad política en Venezuela.
Bueno, hoy COPEI está poco menos que desaparecido. En las elecciones del 16 de este mes, este partido obtuvo un total nacional de 227.104 votos, o un poco menos de 2,6% de los votantes.
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Antes de desahuciar por entero a los actores políticos que tanto han contribuido al establecimiento de la democracia en Venezuela y al desarrollo de sus principales instituciones, intenté llamar su atención con dos textos en 2009. El primero, Nacimiento o conversión (4 de junio), comenzó argumentando así:
Observada a distancia clínica, Venezuela presenta la superposición de un proceso oncológico a una condición previa de insuficiencia política. (Médicamente, una insuficiencia cardiaca alude a la enfermedad caracterizada por una deficiencia en el bombeo de la sangre que debe hacer el corazón; una insuficiencia renal a la incapacidad de los riñones de filtrar la sangre como es necesario. Cuando el aparato público de una nación—los poderes públicos a toda escala—no resuelven los problemas públicos, única actividad que justificaría su existencia, puede hablarse con toda propiedad de un caso de insuficiencia política).
La patología política venezolana más preocupante, sin duda, es el chavoma: el proceso canceroso, invasivo y maligno que la amenaza, últimamente de modo acelerado. Es el cuadro clínico más agudo y peligroso. La atención del país se ha concentrado de modo más que natural en este proceso desde que Hugo Chávez llegara al poder en Venezuela. Pero reducido el chavoma, aun por medios clínicos, no quirúrgicos, el cuadro de insuficiencia continuaría manifestándose.
Hay que cambiarlos
La etiología de esa insuficiencia no debe buscarse en una intencionalidad culpable en el político profesional promedio—que a fin de cuentas es un animal de cuarenta y seis cromosomas y, por eso mismo, de cualidad moral equidistante del santo y el felón—sino en su esclerosis paradigmática. Es la impertinencia de los paradigmas políticos prevalecientes, acompañada de una pertinaz resistencia a abandonarlos, la causa, como en casi todas partes del mundo, de nuestra insuficiencia política.
Los miembros más importantes de la constelación de paradigmas que guían la práctica política convencional son el concepto de Realpolitik (política de poder) y la “necesidad” de ubicarse en un punto del continuo cuyos polos son la extrema derecha y la extrema izquierda.
Esto último es lo que cede cada vez más, de modo inexorable. A pesar de la insistencia de Chávez en el socialismo y de los Vargas Llosa en el liberalismo, lo que es tendencia de mayor masa e inercia es el “moderno molde postideológico” (expresión de Tony Blair). Hoy en día pudiera decirse que ser socialista—a lo Bernard-Henri Lévy—no es ser estatista sobre principios marxistas, sino preocuparse por la “anormal” distribución de la riqueza en la mayoría de las regiones de la tierra. Si el buen socialista de antaño fue estatista es porque creía que la estatización era una terapéutica eficaz; el buen socialista de hoy admite al mercado como sistema fundamentalmente natural y a la libre empresa como sistema superior al manejo centralizado de la economía, aunque ambos deban ser objeto de corrección cada cierto tiempo.
En cambio, la idea básica de la Realpolitik, que en el fondo la política no es otra cosa que una lucha por el poder, es más difícil de erradicar, sobre todo en nosotros, que debemos sufrir las obsesiones de un Presidente de la República que lleva esa noción a extremos enervantes. No obstante, para allá va la cosa.
Luego, discutiendo el modo de tratar esa patología, avizoré un posible rol para partidos que hoy se combinan en la Mesa de la Unidad Democrática, la coalición que se opone a Hugo Chávez:
Una cosa así sólo puede provenir de un discurso esencialmente diferente, de una nueva especie de organización política.
Pero esto último puede ser alcanzado de dos maneras. La más radical es la construcción de esa nueva opción desde cero, la inauguración de una asociación política fresca. La otra es la metamorfosis de organizaciones existentes, y en principio ésta sería la ruta más económica. Hasta una entidad tan rayada como la sucursal venezolana de Stanford Bank es apetecible por un banquero de lujo, José María Nogueroles, y seguramente le sacará provecho a su adquisición.
Claro está, esta segunda posibilidad sólo es viable—esto sí una “política realista”—a partir de la disposición de los actuales partidos democráticos a transformarse en especímenes políticos inéditos, y entonces tendrían que autorizar que en ellos se practicara lobotomía frontal e implante de nuevos circuitos conceptuales, en los que venga impreso un paradigma clínico de la política.
Sería necesaria mucha valentía y una elevación grande, en nuestros políticos convencionales, para lograr lo que se necesita a partir de una metamorfosis de lo existente. Pero ¿quién sabe? A lo mejor el aprendizaje de diez años de sobresaltos y desafueros, de ineficacia y de fracaso, ha puesto las conciencias políticas a punto de caramelo.
Todavía trataría de despertar las conciencias partidistas dos meses después, el 13 de agosto de 2009, con el artículo Bomba de fusión. El procedimiento de este trabajo fue comparar puntos en dos documentos provenientes de partidos distintos y encontrarlos sustancialmente idénticos, para identificar después las fuentes: el «Decálogo del militante copeyano» (23 de junio de 2009), redactado por Eduardo Fernández y «Democracia Social, Bases Ideológicas del Partido Un Nuevo Tiempo» (7 de abril de 2008). Hecha la constatación de similaridad, me atreví a sugerir:
En el seno del socialcristianismo venezolano ha habitado por largo tiempo la añoranza de la reunificación. Tal vez—han creído unos cuantos, en alguna misa campal que se dijera en el amigable jardín del IFEDEC en Boleíta Norte—pudiera descender en lenguas de fuego el Espíritu Santo sobre los cráneos de Luis Ignacio Planas, Henrique Salas, Julio Borges y Juan José Caldera y suscitar la unificación de COPEI, Proyecto Venezuela, Primero Justicia y lo que haya podido quedar de Convergencia. Mucho sabría agradecerlo la Fundación Konrad Adenauer.
En verdad, si se examina el documento doctrinario de Primero Justicia (construido sobre texto original de Julio Borges), tampoco es posible encontrar en él diferencia alguna sustancial con los postulados copeyanos. Otra vez, dicen lo mismo.
Pero la renuencia a esta reunión familiar es grande. Tal vez sea más fácil una primera unión entre exponentes de la democracia cristiana y la socialdemocracia—¡perdón, la democracia social!—visto que no guardan entre sí diferencias ideológicas insalvables y, por lo contrario, tienen muy numerosas coincidencias. Si, como postula cada una de esas fuerzas con tenacidad, lo ideológico es lo más importante de un partido, ¿no sería una carambola de bola a bola, no estaría de anteojito una conjugación de un partido de la democracia social con uno de la democracia cristiana que se alimenten, en el fondo, de una misma formulación ideológica?
La unión, no la unidad
En la escena corporativa los mergers (fusiones) son expediente cotidiano, enteramente habitual. Exxon y Mobil, Pfizer y Warner-Lambert, Bell Atlantic y GTE, AOL y Time Warner, Boeing y McDonnell Douglas, Sandoz y Ciba-Geigy, Citicorp y Travelers Group, JP Morgan Chase y Bank One Corp., BP y Amoco, Deutsche Bank y Bankers Trust y, para no hacer esta enumeración interminable, un larguísimo etcétera, eran entidades separadas que luego de su fusión fueron sólo una, a pesar de que todas tenían culturas corporativas bastante distintas. Supieron superar y absorber sus diferencias en procura de un propósito mayor.
Se nos pone que pudiera formarse una bola de nieve si se comenzara por la fusión de COPEI y Un Nuevo Tiempo. Al inicio percibimos que sus planteamientos ideológicos dicen las mismas cosas. ¿Qué explicación seria pudieran ofrecerle al país para que, en momentos tan menguados y peligrosos como los actuales, insistieran en seguir caminos separados?
Dijo Rómulo Betancourt en su último discurso público, en el partido que fundó, antes de morir: “Puede llegar el momento en que nosotros [debamos]… plantearnos la necesidad de un gobierno de concentración nacional, en el cual estén representados los dos partidos de mayor auditorio en la Nación…”
En apresurado regreso al realismo, sin embargo, cerré el trabajo con una salvedad:
Resulta obvio que el camino sugerido aquí es de difícil realización, y es innecesario enumerar los obstáculos que surgirían—protagonismos, preferencia por cabeza de ratón sobre cola de león, historia de disgustos interpersonales—, pero la hora lo exige. Fue Nelson Mandela quien dijera, en tiempos aun más duros: “Siempre parece imposible hasta que se hace”. (It always seems impossible until it’s done).
La hora lo exige, y es de temer que la benéfica iniciativa de la Mesa de Unidad no sea suficiente ante el avasallamiento político más procaz y ventajista que el país haya visto. El 4 de junio de este año se escribía aquí (#334): “Sería necesaria mucha valentía y una elevación grande, en nuestros políticos convencionales, para lograr lo que se necesita a partir de una metamorfosis de lo existente. Pero ¿quién sabe? A lo mejor el aprendizaje de diez años de sobresaltos y desafueros, de ineficacia y de fracaso, ha puesto las conciencias políticas a punto de caramelo”.
Quien sea lector habitual de esta carta sabe que desde ella se ha predicado la emergencia de una nueva especie política: una organización transideológica—post-ideológica, diría Tony Blair—de código genético distinto al de un partido convencional. Pareciera entonces un contrasentido que ahora proponga la fusión de dos raíces ideológicas diferentes. No es tal; en la conjugación de estos componentes diversos pero afines puede estar la mayor facilidad, precisamente, para dejar atrás lo ideológico y asumir un paradigma clínico de la política.
También, la fusión sugerida sería una sorpresa política de marca mayor, y ya es hora de que las sorpresas dejen de ser monopolio del gobierno que nos invade y atropella.
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Si ahora hay, luego del descalabro del 16 de diciembre que siguió al fracaso del 7 de octubre, llamados al examen de conciencia—Ramón Guillermo Aveledo: “Todos los partidos tienen que reflexionar, es nuestra obligación”—, sería lo serio que la Mesa de la Unidad Democrática abriera una instancia de pensamiento concienzudo, que no esté limitado por las cajas perceptuales acostumbradas. El examen debe ser radical, pues la cosa no es la de meramente verificar el nivel táctico o procedimental. Es necesaria una lógica de presupuesto de base cero:
Fue bajo el Secretario de Defensa de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, el genio ejecutivo Robert Strange McNamara, que se introdujera el concepto de “presupuesto de base cero” (zero-base budgeting) al seno de la administración pública de los Estados Unidos. Formaba parte de un conjunto de métodos para la planificación y la toma de decisiones que Charles Hitch, el Contralor del Departamento de Defensa, instauró bajo instrucciones de McNamara. (PPBS, Programming, Planning and Budgeting System. Johnson ordenó su extensión al resto de la administración federal). Era algo así como lo siguiente: el comandante de la Sexta Flota llegaba al Departamento de Defensa para entrevistarse con el jefe, a quien decía como estaba acostumbrado: “Señor Secretario: he aquí el presupuesto de la Sexta Flota para 1961. El incremento respecto del año anterior es de sólo siete por ciento. Permítame explicar esa diferencia”. Pero McNamara interrumpía y contestaba: “No, Almirante. Lo que necesito que me explique en su integridad es todo el gasto de la Sexta Flota. Quiero que me lo justifique por entero, desde cero. Podemos empezar por esto: ¿para qué se necesita la Sexta Flota? ¿No podríamos obtener lo que ella logra con algo distinto y mejor?”
Zero-base. Back to basics. Square one. El ABC, la cartilla. Por ese procedimiento, McNamara forzaba a toda unidad significativa del aparato militar estadounidense a reflexionar sobre su propia existencia. Y ésa es la misma pregunta que la Nación debe hacerle a la política. Inocentemente, frescamente ¿para qué es necesaria la política? (Política elemental, 1º de febrero de 2007).
Es hasta ese nivel elemental que una reflexión responsable de la Mesa de la Unidad Democrática debiera llegar. Ella, y los partidos que la componen, deben saber que su esencia ha sido sobrepasada por los hechos, que si no emprenden una metamorfosis radical, creadora de una organización política cualitativamente distinta, se verán reducidos a la insignificancia. En particular, una reflexión de esa clase debe prohibirse a sí misma que su propósito sea la derrota de Hugo Chávez y el chavismo. Tiene que definirse con fines que tendrían sentido aun si Chávez no hubiera existido. (El 23 de los corrientes, en un artículo mayormente lúcido en El Nuevo País—Los resultados del 16D—, Henry Ramos Allup reitera el error de óptica, la falla de origen de la MUD: «Las dos derrotas electorales sufridas por la Oposición hay que analizarlas con responsabilidad, lo cual supone apartar explicaciones acomodaticias o dirigidas a echarle la culpa al otro, no importa a quien perjudique si nos lleva al objetivo de derrotar al Gobierno»).
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Cuando se dibujaba, en febrero de 1985, una organización política de otra especie, proveniente de una mutación conceptual, de una revolución mental—“…la actual crisis política venezolana no es una que vaya a ser resuelta sin una catástrofe mental que comience por una sustitución radical de las ideas y concepciones de lo político»—, se explicaba acerca de su composición:
Los miembros de la Sociedad Política de Venezuela serán todas aquellas personas que manifiesten el deseo de serlo, conozcan su normativa y consientan en acatarla. En particular, no obstará para ser miembro de la Sociedad Política de Venezuela que una persona sea miembro de algún partido, del mismo modo que no se impedirá la entrada por razones de religión, sexo, raza, edad o cualquier otro criterio similar. Las ideologías son expresión de valores como lo son las posturas religiosas. Las diferencias ideológicas y prácticas entre los partidos venezolanos se han ido atenuando hasta el punto de que constituyen ofertas poco distinguibles, fenómeno que conocen y comentan aun algunos líderes de tales organizaciones. (Proyecto: La Sociedad Política de Venezuela, 8 de febrero de 1985).
Más adelante (7 de mayo de 1985), tuve oportunidad de comentar en notas al proyecto de febrero:
Por último, participo del criterio expuesto por Diego Bautista Urbaneja en uno de sus recientes artículos: estamos en deuda con los actores políticos tradicionales. De mis notas al trabajo de febrero, la número 18 dice así:
“18. Los actores políticos tradicionales, por supuesto, han aportado muy importantes y beneficiosas transformaciones al desarrollo político nacional. Para empezar, la implantación misma de las más elementales nociones del juego democrático. Nuestro análisis no descalifica a los partidos tradicionales por un inventario de su actual negatividad, sino por la insuficiencia de su positividad. Sin embargo, es posible encontrar dentro de los planteamientos que circulan por los partidos venezolanos algunas ideas positivas, sobre todo ahora cuando han sentido la presión de la desfavorable opinión pública sobre ellos”.
Por esto creo que nuevamente debe intentarse que los actores políticos tradicionales den un salto, se aproximen a un nuevo paradigma, introduzcan cambios netos significativos.
La deliberación constructiva que propongo debe partir de esta premisa: cualquier intento de preservar el modelo federativo de la MUD estará condenado al fracaso. La gente de AD, Primero Justicia, COPEI, Un Nuevo Tiempo, etcétera, deberá entender que estos partidos deben desaparecer para dar origen a una organización radicalmente novedosa; la propia Mesa de la Unidad Democrática, por tanto, dejaría de existir, al no quedar nadie que federar.
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El día que debió acabarse el mundo escribí en este blog: «…por última vez recomendaré esta Navidad, a los partidos (…), un curso de acción que aproveche la considerable experiencia política de sus muchos dirigentes buenos».
La experiencia es útil (clic amplía)
En efecto, creo que las formaciones agrupadas en la MUD acumulan un considerable capital de experiencia y vocación política. Pero ese capital está encarnado en personas concretas; son ellas y no las organizaciones lo que hay que preservar. Quien escribe respeta y aprecia, por ejemplo, la sabiduría que se expresa en la serenidad y el tino diplomático de Ramón Guillermo Aveledo, la sinceridad de Henry Ramos Allup, el compromiso con la verdad de Eduardo Fernández, la valentía democrática de Julio Borges, la bondad de Henri Falcón o la seriedad de Arístides Hospedales.
Pero todos ellos están atados por las cadenas ideológicas, y por la superstición de que lo único posible es la lucha por el poder. A ellos les propongo que se fajen a construir una organización transideológica, diseñada más allá y por encima de Chávez, dedicada a la suprema labor política: la de resolver, del modo más responsable posible, los problemas públicos del país y sus divisiones territoriales. Pudiera ser su propósito el siguiente:
La Asociación tiene por objeto facilitar la emergencia de actores idóneos para un mejor desempeño de las funciones públicas y el de llevar a cabo operaciones que transformen la estructura y la dinámica de los procesos públicos nacionales a fin de: 1. Contribuir al enriquecimiento de la cultura y capacidad ciudadana del público en general y especialmente de personas con vocación pública; 2. Procurar la modernización y profesionalización del proceso de formación de las políticas públicas; 3. Estimular un acrecentamiento de la democracia en dirección de límites que la tecnología le permite; 4. Aumentar la significación y la participación de la sociedad venezolana en los nuevos procesos civilizatorios del mundo. (Proyecto de Acta Constitutiva de la Sociedad Política de Venezuela).
En esos fines no hay nada ideológico; tampoco se trata de una intención antipolítica. Por lo contrario, hay en ellos la voluntad de hacer la política que hoy es posible; no se trata de no hacer política, sino de hacerla bien hecha. Esto es una tarea separada de las decisiones que deben atender la actual coyuntura, que lleva entre otras cosas el germen de una nueva elección presidencial. Ya en Lo que hay que hacer (2 de abril de 2009), distinguía el problema de una organización de futuro de «la lidia cotidiana con el atropello gubernamental, la necesidad de contenerlo»:
Es desarrollo conceptual fundamentalmente venezolano que el nuevo paradigma político, que sustituirá al prevaleciente, es de carácter clínico, y su aceptación está a punto, pues se percibe con claridad una reciente y creciente emergencia de su postulado fundamental y sencillo: que la Política sólo cobra sentido como el oficio de resolver los problemas de carácter público.
Pero la expresión efectiva de un paradigma político se lleva a cabo mediante el vehículo de una organización que lo practique y difunda. Es la construcción de una organización que porte y difunda ese paradigma la tarea política más importante del nivel estratégico.
Por mencionar un caso especialmente auspicioso de activo diseño, en la actualidad progresa, en labor de ingeniería genética, el desarrollo de una opción para la organización requerida. Las siguientes son algunas entre las hipótesis fundamentales que guían este desarrollo:
1. La organización no es un partido político convencional definido por una ideología, ni nace para oponerse o desplazar a los partidos. Se rige por una metodología y pueden pertenecer a ella miembros de partidos.
2. La organización no lo es de organizaciones, sino de ciudadanos.
3. La organización no se define como instrumento de la “comunidad opositora”, y su apelación universal pretende ayudar a subsanar el problema de un país dividido.
4. La misión fundamental de la organización es de la elevar la cultura política de la ciudadanía en general, y la de formar a personas con vocación pública en el arte de resolver problemas de carácter público, esto es, en Política.
5. La organización establecerá una unidad de desarrollo de políticas públicas (think tank), a ser sometidas a la consulta más amplia posible.
6. La organización facilitará la emergencia de actores idóneos para el ejercicio de las funciones públicas.
Cuando eso se escribiera, parecía que hablaba en serio un importante político venezolano que llegara a la conclusión de que con las organizaciones de la MUD, con ella misma, «no se iba p’al baile». Luego quiso crear una nueva organización política con «gente nueva», como ¡Luis Miquilena!
Cumplo de esta manera mi ofrecimiento de un aguinaldo a la MUD, habitada por animales políticos con muchas cualidades. Tal vez se nieguen a discutir estas ideas, con la fórmula habitual de considerarlas románticas y decir que así no se hace política. Entonces me ocuparía de emitir clínicamente un parte de desahucio, como anticipo de una definitiva acta de defunción. LEA
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Para descargar esta entrada en formato .pdf: MUD, MUD, MUD
The term gambler’s ruin is used for a number of related statistical ideas: The original meaning is that a gambler who raises his bet to a fixed fraction of bankroll when he wins, but does not reduce it when he loses, will eventually go broke, even if he has a positive expected value on each bet. Another common meaning is that a gambler with finite wealth, playing a fair game (that is, each bet has expected value zero to both sides) will eventually go broke against an opponent with infinite wealth. (…) The most common use of the term today is for the unsurprising idea that a gambler playing a negative expected value game will eventually go broke, regardless of betting system.
Wikipedia
Quizás sea una explicación de tan marcado y reiterado fracaso el asunto de los tabiques que encierran la percepción y el pensamiento de la oposición. El chavismo es muy pernicioso, pero no por ese mismo hecho convierte en buenos a sus opositores; a ambos hay que dejarlos atrás.
Dos gobernaciones en 2004, cinco en 2008, tres en 2012 para la oposición. De estas últimas, dos recayeron en disidentes del chavismo ligados en un tiempo a Patria Para Todos. Lara, en manos de Henri Falcón, que decía a Hernán Lugo-Galicia (El Nacional, 2 de mayo de 2010) cuando comenzaba su separación de Chávez: «Creo en la democracia, en un socialismo ético y productivo y en la Constitución». Al mismo periodista, que le preguntó si era revolucionario, contestó: «Soy un ciudadano convencido de la necesidad de cambios estructurales. Una revolución es para construir, no para destruir. (…) No lo digo sólo yo. Lo dijo también, por citar un caso, Salvador Allende en 1970, al asumir la Presidencia de Chile». (¿Será uno de sus héroes o modelos?) Amazonas, que dio al PPT en 2010 las únicas diputaciones que consiguiera ese partido, eligió a Liborio Guarulla, líder regional de la etnia baniva que forma parte del Movimiento Progresista de Venezuela, una formación política que contribuyó 0,7% de la votación del 7 de octubre por Henrique Capriles Radonski. (Constituida por ex militantes del PPT y Podemos, es decir, antiguos constituyentes del Polo Patriótico). Sólo Capriles es originalmente opositor, destacado miembro de Primero Justicia, un partido «centro-humanista». Nada para la derecha, pues. Guarulla, Falcón y Capriles son tres gobernadores en ejercicio que preservaron sus cargos. César Pérez Vivas, Henrique Salas Feo, Morel Rodríguez y Pablo Pérez, cuatro que los perdieron.
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Ha sido vergonzosamente derrotada la Mesa de la Unidad Democrática. Nada puede ocultar la escala y extensión del triunfo rojo, ciertamente no las quejas sobre la oportunidad de las elecciones—Carlos Ocariz: «Muy mala fecha; estamos a ocho días de Nochebuena»—o las consabidas del ventajismo. Ramón Guillermo Aveledo concluye: «Todos los partidos tienen que reflexionar, es nuestra obligación”. Quienes deben estar reflexionando son los factores financieros de la oposición: han venido botando plata sistemáticamente desde 1998; tal vez hoy barrunten que será mejor que la coloquen en opciones verdaderamente nuevas; a los dirigentes de la MUD les sale adquirir lo que Rafael López-Pedraza llamóconciencia de fracaso.
En sí mismo, el concepto de la MUD es perdedor, puesto que repite mantras opositores mineralizados que se han demostrado consistentemente ineficaces: «Somos oposición», «La unidad opositora es necesaria para vencer», «Se necesita una organización de organizaciones». Ante tales conceptos estratégicos, el chavismo ha ganado todas las confrontaciones electorales desde 1998 salvo el referendo de 2007, que perdió por la marcada abstención de sus simpatizantes habituales.
No se necesita una organización de organizaciones, un «movimiento de movimientos»; se necesita una organización o movimiento de ciudadanos, y no hay partido viejo (AD, COPEI) o invento político—Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular, Alianza Bravo Pueblo—que pertenezcan a la MUD e insistan en su independencia que hayan podido entusiasmar a suficientes electores o superar al Partido Socialista Unido de Venezuela. El Instituto Venezolano de Análisis de Datos midió acerca de la afiliación o simpatía partidista en marzo de este año: el total de los partidos de oposición sumó 24,3%, mientras se registraba 28,2% de electores que no se pronunciaban por ningún partido y 3,8% de gente que no sabía o no respondió. Los electores no afiliados superaban a todas las fuerzas de la MUD al mes de sus primarias.
No es, pues, la unidad de partidos opositores, de los que el más fuerte lograba atraer en marzo a sólo 7,1% de las simpatías políticas, la fórmula ganadora. (¿Unir a “la oposición”, cuando la mitad de la nación no le está afiliada, sería la estrategia adecuada? Tal vez, pero la tarea política profunda es la de unir a ese país dividido. Principal virtud, 19 de febrero de 2009).
Lo que siempre ha hecho falta es una oferta política que deje atrás, claramente en la obsolescencia, al chavismo y a su oposición. Ella tiene que ser una idea que trascienda a toda ideología, una oferta transideológica. («…este nuevo desafío, el de una sociedad que al cabo no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha…» Carlos Fuentes, en artículo publicado el día de su muerte).
El discurso requerido debe apagar el incendio por asfixia, cubriendo las llamas con una cobija. Su eficacia dependerá de que ocurra a un nivel superior, desde el que sea posible una lectura clínica, desapasionada de las ejecutorias de Chávez, capaz incluso de encontrar en ellas una que otra cosa buena y adquirir de ese modo autoridad moral. Lo que no funcionará es “negarle a Chávez hasta el agua”, como se recomienda en muchos predios. Dicho de otra manera, desde un metalenguaje político es posible referirse al chavismo clínicamente, sin necesidad de asumir una animosidad y una violencia de signo contrario, lo que en todo caso no hace otra cosa que contaminarse de lo peor de sus más radicales exponentes. Es preciso, por tanto, realizar una tarea de educación política del pueblo, una labor de desmontaje argumental del discurso del gobierno, no para regresar a la crisis de insuficiencia política que trajo la anticrisis de ese gobierno, sino para superar a ambos mediante el salto a un paradigma político de mayor evolución. (Retrato hablado, 30 de octubre de 2008).
La proposición del chavismo es decimonónica, incorrecta, perniciosa, pero estos rasgos no convierten a la de la MUD, que se reduce a la negación de Chávez—«La política suele hacer extraños compañeros de cama. Hoy compartimos propósitos, no ideales ni visiones”, Henry Ramos Allup, entrevista del diario Ciudad Ccs, 9 de marzo de 2011—, en una proposición acertada o viable.
El anacrónico experimento de Chávez representa los últimos estertores—imagen de Eduardo Fernández—de una política vieja que agoniza. Es la política del poder, que él lleva a su exacerbación; es la autodefinición política sobre un eje izquierda-derecha que ya no existe, a pesar del último pataleo de Bernard Henri-Lévy. (Left in Dark Times, 2008). Pero es la muerte de gigantes,* sin los que nunca hubiéramos divisado la tierra prometida. Como tales ¿por qué tendrían que sentirse mal por haber sido enormes e indispensables? Ellos construyeron las posibilidades que hoy tenemos. No se justifica entonces que entorpezcan el progreso, pretendiendo que lo que hacen, cada vez de eficacia menor, es lo único posible. Nos deben la libertad de crear, como ellos mismos en su momento lo hicieron, una cosa distinta. (Principal virtud).
El lunes 23 de febrero de 2009, ocho días después de que la oposición perdiera el referendo sobre la enmienda constitucional que permitió la reelección indefinida, el nombrado Eduardo Fernández hablaba a una venerable peña caraqueña en estos términos: «Yo estaba preparado para decir al presidente Chávez en la noche del 15 de febrero: ‘Ud. perdió, Renuncie’. Pero él no perdió; entonces, ¿a quién le pido la renuncia?» Agradezcamos a los viejos partidos lo que han contribuido a nuestra democracia, reconozcamos a Primero Justicia y a Un Nuevo Tiempo—y a otros menores inventos—la gallardía de su lucha, pero es hora de exigirles que se aparten. No más MUD.
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Hoy editorializa Analítica.com:
Pero tal vez lo más importante de la jornada es haber recuperado el liderazgo nacional de Henrique Capriles Radonski quien dio un salto mortal después de perder el 7/0 y no sólo salió ileso sino que venció al que fuera, hasta hace poco, el todopoderoso Vicepresidente de Chávez y al que se le había encomendado la tarea de vaporizar al que tuvo la osadía de desafiar y casi vencer al Comandante Supremo. (…) El juego está abierto y todo puede pasar ya que Chávez parece que ya no será parte de la ecuación. El triunfo de ayer de Capriles es el resultado de un enfrentamiento en el que daban por descontado el doble play, al poner en juego a favor de Jaua todos los recursos del Estado. Es además una prueba de la tenacidad y sagacidad de este joven líder que supo asumir su riesgo con valentía para demostrar, venciendo, que sigue existiendo un mejor camino para Venezuela.
Con algo más de vergüenza escribe Roberto Giusti: «La debacle sufrida por la oposición sólo tiene un atenuante: el triunfo de Henrique Capriles y eso es así por las circunstancias singulares que vive el país ante la enfermedad del Presidente Hugo Chávez». Esto es, se insiste tercamente en reiterar un protocolo que lleva a la ruina de los jugadores.
Vistos por un Gato
Ayer me insinuaba el Chamán del Guaraira Repano que la dupla Capriles-Falcón pudiera ser una amenaza seria a la candidatura de Nicolás Maduro. (Quien ha trabajado ese pacto a dos, por cierto, no es Capriles sino Leopoldo López). Por primera vez, creo que este arúspice está equivocado como lo está Giusti y, sobre todo, como lo está mucho Analítica. Los triunfos locales no son trasladables al teatro nacional. (A veces, ni siquiera al mismo teatro local. En las elecciones parlamentarias de 2010, como se apuntó, el PPT pudo obtener dos diputados en Amazonas, pero Henri Falcón, afiliado entonces a ese partido, no pudo colocar ninguno por Lara). Capriles conservó ayer la gobernación de Miranda, pero no es este estado el único que vota en una elección presidencial y, con excepción suya y de Amazonas y Lara, el chavismo arrasó con todo lo demás a escala nacional.
Capriles conservó ayer la Gobernación de Miranda, con 50,35% de los votos. (En 2008 había obtenido el apoyo de 53,13% de los electores). El resultado es un avance de 0,84% respecto del 7 de octubre, cuando sólo obtuvo 49,51% de la voluntad mirandina. El mismo estado que lo ha reelegido como gobernador no creyó mayoritariamente que merecía la Presidencia dos meses y nueve días antes. Perdió nacionalmente esa elección por 11 puntos. (Dicho sea de paso: los vectores son entidades matemáticas que poseen tanto magnitud como dirección, e IVAD acertó en la dirección pero erró grandemente en magnitud; adjudicaba a Capriles una ventaja de 28,8% sobre Elías Jaua; Hinterlaces no estuvo tan errado en magnitud pero sí radicalmente equivocada en dirección, pues le adjudicaba a Jaua una ventaja de cinco puntos sobre Capriles. Ver en este blogSchemel, paisajista).
Pero el problema de fondo es que Capriles es, en contra de la opinión supersticiosa de muchos votantes de oposición, un pobre político. El 13 de diciembre clausuraba en Los Teques su más reciente campaña; entonces, cuando la psiquis nacional se concentraba en la lucha de Hugo Chávez contra la muerte, no se le ocurrió algo mejor que decir: «Por Miranda y por Venezuela me juego la vida». Ayer ofreció, luego de votar, estadeclaración inmortal: “No hay nada que dé más placer que mostrar el dedo con la tinta y sobre todo que le den a uno el chiquito». Estas torpezas, imitación de Chávez hasta en la procacidad, son evidencia clarísima de que los procesos mentales de Capriles son harto deficientes, y de que la Mesa de la Unidad Democrática fue incapaz de poner en juego, no ya una contrafigura eficaz en la elección presidencial, sino alguien que tuviera dos dedos de frente. No más Capriles.
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Es necesariosalirse de la caja opositora. Es urgente abandonar la holgazanería estratégica que deja a la MUD—y dejó a la fracasada Coordinadora Democrática, su madre, y antes a las candidaturas erróneas de Manuel Rosales y Henrique Salas Römer—la tarea para la que se ha mostrado como incompetente. El 8 de octubre, la revista TIME analizaba el triunfo de Chávez diciendo: «…el hecho de que la mayoría no lo rechazara habla menos del duro ventajismo de Chávez que del persistente fracaso de la oposición en ofrecer una alternativa convincente». Dos meses después (10 de diciembre), al comentar la posibilidad de la falta absoluta del Presidente de la República, ponía en duda que la oposición supiera aprovechar el vacío calificándola con el adjetivo feckless: carente de iniciativa o fortaleza de carácter; irresponsable. (Lacking initiative or strength of character; irresponsible. Oxford American Dictionaries).
Quienes han venido apoyando con admirables constancia y lealtad a la esclerosada dirigencia opositora se encuentran hoy al borde de la ruina; deben jugar otro juego, apostar a cosas distintas. LEA
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*Antes, como epígrafe al texto, se había citado la frase de Isaac Newton: «Si vi más lejos fue porque me subí sobre los hombros de gigantes». (If I have seen further it is by standing on ye sholders of Giants. [sic]. En carta a Robert Hooke, del 5 de febrero de 1676). Con esto se quería reconocer el inmenso aporte de unos políticos que ya no dan más, pero un día nos dieron lo que tenemos.
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APÉNDICE: El cuadro de abajo reúne los datos de la votación por estados de los mayores partidos de la oposición. De izquierda a derecha, se ha ordenado decrecientemente a los partidos por votación total en el país. Las cifras en rojo corresponden a la mayor votación en un estado de cada partido, en naranja la segunda mayor. Voluntad Popular ha superado por pocos votos a COPEI, colocándose como la cuarta de las organizaciones opositoras. Seis partidos obtuvieron su primera o segunda votación en el estado Miranda, cuatro en Lara y tres en Zulia.
MUD – Estados y partidos (clic para ampliar)
En 2012, Primero Justicia ha obtenido 27.315 votos más que URD ¡en 1958! URD obtuvo entonces el segundo lugar; Acción Democrática, para elegir a Rómulo Betancourt a la caída de Pérez Jiménez, obtuvo 1.284.092, o 353.298 más que PJ hoy, cincuenta y cuatro años después. ¡Y eso que entonces el registro electoral era de 2.913.801 ciudadanos! (El de ahora es de 18.903.143, lo que significa que PJ recibió el 16 de diciembre el equivalente de 4,92% de los votantes inscritos). La sola ventaja de AD le sacó a PJ hace 54 años es superior a la votación total de Voluntad Popular y a la de COPEI. Su votación total de aquel año supera la que el mismo partido obtuvo el 16 de diciembre por 782.456 votos. Eran tiempos mejores.
True, This! — Beneath the rule of men entirely great, The pen is mightier than the sword. Behold The arch-enchanters wand! — itself a nothing! — But taking sorcery from the master-hand To paralyse the Cæsars, and to strike The loud earth breathless! — Take away the sword —
States can be saved without it!
Edward Bulwer-Lytton
Richelieu or The Conspiracy
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La pluma es más poderosa que la espada es un tópico literario acuñado por el autor inglés Edward Bulwer-Lytton (The pen is mightier than the sword), como una metonimia para indicar que hace más daño un escrito bien concebido y dirigido contra un punto débil del adversario, que una estocada. Se usa habitualmente para referirse a la primacía de los recursos literarios sobre los militares, o de la inteligencia sobre la fuerza (de un modo similar al refrán castellano más vale maña que fuerza). Aunque la forma de expresarla es original, la idea de que la expresión escrita o, en general, cualquier forma de comunicación, sobrepasa en eficacia a la violencia tiene muchos precedentes. La expresión cuarto poder con el que se compara a la prensa con los tres poderes clásicos del Estado comparte gran parte de ese sentido.
Wikipedia en español
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En mayo de 1998 asistí a una reunión de análisis en el bufete de Humberto Bauder Fontúrvel, donde expuse mi argumentación sobre la conveniencia de la constituyente. Con metáfora informática, dije que el “sistema operativo” del Estado venezolano no funcionaba bien y había que instalar uno nuevo. (No se pasaba de Windows XP o Vista a Windows 7 poniendo remiendos al sistema más antiguo, sino dominándolo con la superposición del nuevo). El “constituyente ordinario” (el Congreso de la República) quedaría excedido en sus facultades, puesto que él mismo era creación de la constitución que había que sustituir enteramente con nuevos conceptos constitucionales. Ante esta declaración, Corina Parisca de Machado, presente en aquella sesión, encontró virtud en el planteamiento, al suponer que “le arrancaría una bandera a Chávez”. Admití ese efecto colateral beneficioso, pero recalqué que la constituyente debía operar aunque Chávez no existiera. De más está decir que si se hubiese seguido ese camino, la constituyente habría sido muy distinta de la que Chávez terminó convocando.
Corina Parisca se convirtió en entusiasta defensora de la noción, y me invitó a exponerla a su esposo, el importante industrial Henrique Machado Zuloaga, poco después de la reunión en el Escritorio Bauder. La Sra. Machado se animó, incluso, a promoverme, al decir a su marido: “Cuando ya 56% de los venezolanos quiere constituyente es hora de abrazarla. Tenemos que ayudar a Luis Enrique, porque no sabemos si lo que detendrá a Chávez es un acorazado, un cuerpo de ejército o un indiecito con una flecha”. Yo era el indiecito; la versión tropical de David, armado únicamente de una honda y una piedra, enfrentado al gigante Goliat.
El asunto quedó pendiente, hasta que llegó una fecha patria no laborable: el 24 de junio de 1998, día de la Batalla de Carabobo. A las 3 de la tarde quedamos convocados, además del suscrito, Pedro Carmona Estanga, José Rafael Revenga, Beatriz De Majo y el encuestador Alfredo Keller para discutir la situación política, en momentos cuando ya se veía con claridad que, de no ocurrir un milagro, Hugo Chávez sería el nuevo Presidente de la República. Entretanto, Salas Römer cabalgaba ese mismo día acompañado de su montonera electoral.
El anfitrión abrió fuegos sintéticamente: mientras Chávez subía en las encuestas, la cotización del bolívar bajaba. La economía rechazaba a Chávez; era preciso diseñar “una campaña inteligente, profunda y con mucho real” para detenerlo. Carmona Estanga añadió indicadores económicos que corroboraban lo dicho por Machado, y entonces los “políticos” presentes presentaron su evaluación.
De Majo dijo que era imposible que la candidatura copeyana de Barbie Sáez repuntara para ganarle a Chávez; Revenga emitió el mismo pronóstico para la candidatura de Alfaro Ucero, que aún estaba vigente. Keller apeló a sus mediciones para pronosticar—¡horror!—que tampoco Salas Römer podría parar el ascenso de Chávez y sería derrotado. Entonces propuso: “Yo auparía a una contrafigura de Chávez que fuera capaz de vencerlo con argumentos, aunque esa persona no vaya a ser candidato”. Keller daba a entender con esta última condición que Salas Römer ya estaba montado en el burro—¿caballo?—y que no convendría improvisar una candidatura de última hora. Al terminar su exposición, clavó en mí su mirada.
Tal vez Alfredo Keller no me diga nunca si pensaba en mi persona como capaz de hacer la tarea que había delineado; lo cierto es que mi tono extraña y escarmentadamente modesto de esa tarde me impuso no postularme para la misión, e intervine por la salida lateral de hablar una vez más acerca de la necesidad de promover un proceso constituyente, lo que no fue atendido por los circunstantes. Por un minuto, se examinó perentoriamente dos posibles contrafiguras que pudieran debatirle a Chávez: Alberto Quirós Corradi y Elías Santana, que no causaron mucho entusiasmo. La proposición de Keller ya no estaba sobre la mesa.
El trabajo político primario consiste en identificar algún problema público y prescribir el mejor tratamiento posible. El político que ejerce su profesión como un arte de carácter médico no siempre puede aplicar directamente el tratamiento que estima preferible, pero está obligado a formularlo y darlo a conocer públicamente.
Resulta obvio que el más grave de los problemas públicos en Venezuela es la presencia invasiva del chavoma, un proceso político canceroso que puede ser descrito en sus rasgos más sobresalientes del siguiente modo (redacción de diciembre de 2002):
…el gobierno presidido por el ciudadano Hugo Rafael Chávez Frías se ha mostrado evidentemente contrario [a los fines de la prosperidad y la paz de la Nación], al enemistar entre sí a los venezolanos, incitar a la reducción violenta de la disidencia, destruir la economía, desnaturalizar la función militar, establecer asociaciones inconvenientes a la República, emplear recursos públicos para sus propios fines, amedrentar y amenazar a ciudadanos e instituciones, desconocer la autonomía de los poderes públicos e instigar a su desacato, promover persistentemente la violación de los derechos humanos, así como violar de otras maneras y de modo reiterado la Constitución de la República e imponer su voluntad individual de modo absoluto.
Seguramente será el resultado de las elecciones primarias de la Mesa de la Unidad Democrática, previstas para el domingo 12 de febrero, la emergencia de Henrique Capriles Radonski como el candidato presidencial de esa alianza partidista. Aunque en este blog se ha descreído de la capacidad de Capriles para constituirse en contrafigura—you can’t fight somebody with nobody—, no es enteramente imposible que baste para triunfar lo que pudiera ser su oferta central: que su presidencia tendrá como norte principal el alivio responsable de la pobreza y representaría la paz.
Pero es muy probable que el 12 de febrero se eligiera un Salas Römer—otro Henrique y, al decir de Leopoldo Baptista Zuloaga, ese nombre escrito con hache denota gente de real—, y entonces el récipe del Dr. Keller, desatendido en 1998, continuaría siendo muy indicado. En cualquier caso, convendría apoyar a quien pueda hacerla tarea de refutar el discurso de Chávez, a quien se acusa todos los días sin rebatirlo. LEA
Por la presente solicito de los lectores de este blog permiso para ausentarme de él por lo que resta del mes de julio. Es el caso que estoy en medio de la escritura de un libro, una suerte de historia y memoria política que cubre lo acaecido en Venezuela desde 1988, año de la campaña que ganaría Carlos Andrés Pérez para alcanzar por segunda vez la Presidencia de la República, hasta el tiempo del reciente absceso pélvico y sus más inmediatas consecuencias. Este recuento vendrá organizado ennueve capítulos—el último es de recapitulación y conclusiones, y recoge las tesis que soportan los acontecimientos narrados—con un apéndice, precedido todo de una introducción que explicará alcance, método y propósito. Ya he concluido cinco de los nueve capítulos (301.223 caracteres), que han sido escritos a ritmo más bien rápido, dado que comencé a escribir el 20 de junio.
Para pagar las estampillas fiscales que debo anexar a la solicitud del permiso, coloco a continuación el comienzo y el cierre de cada uno de los cinco capítulos ya completos, sin las notas a pie de página. El texto que sigue dará una idea de la perspectiva del libro y sus sabores. Entonces, con la venia de los apreciados visitantes, hasta el lunes 1˚ de agosto. Gracias. LEA
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CAPÍTULO I
La democracia sangraba…
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Por el balcón de mi cuarto escuchaba las detonaciones del asalto a la residencia presidencial de La Casona, a la una de la madrugada del 4 de febrero de 1992. Una desazón irresoluble me había atrapado, aumentada porque había buscado evitar, sin éxito, lo que ahora se desarrollaba sin clemencia. Varios venezolanos morirían abaleados o bombardeados y no se tenía seguridad acerca del desenlace. En esos momentos era todavía posible que el sistema democrático fallara y fuera interrumpido, que los golpistas desconocidos triunfaran y asumieran el poder en Venezuela.
Siete meses y catorce días atrás, el 21 de julio de 1991, El Diario de Caracas había publicado un artículo mío—Salida de estadista—, en el que recomendaba la renuncia del presidente Pérez como modo de eludir, justamente, lo que estaba ocurriendo a pocas centenas de metros de mi casa. Allí puse: “El Presidente debiera considerar la renuncia. Con ella podría evitar, como gran estadista, el dolor histórico de un golpe de Estado, que gravaría pesadamente, al interrumpir el curso constitucional, la hostigada autoestima nacional. El Presidente tiene en sus manos la posibilidad de dar al país, y a sí mismo, una salida de estadista, una salida legal”.
Saludado como exageración—el Director del periódico, Diego Bautista Urbaneja, escribió tres días después sobre mi planteamiento: “No creo que exista un peligro serio de golpe de Estado…”—, el expediente de la renuncia sería luego propuesto por nada menos que Rafael Caldera, Arturo Úslar Pietri y Miguel Ángel Burelli Rivas, después de la intentona del 4 de febrero. Yo la había recomendado antes del abuso. Herminio Fuenmayor, Director de Inteligencia Militar, declaró que había en marcha una campaña para lograr la renuncia de Pérez. (¡Un artículo!) El general Alberto Müller Rojas, luego jefe de campaña de Hugo Chávez Frías, escribió en El Diario de Caracas sobre la ingenuidad de mi proposición. Al año siguiente, y luego de la intentona, volvió a escribir en adulación a Úslar Pietri, señalándolo como “el primero” que había solicitado la renuncia de Pérez. La verdad era que un mes escaso antes del golpe Úslar proponía que Pérez se pusiera al frente de ¡un gobierno de emergencia nacional! El interés oportunista de Müller Rojas era obvio: habiendo gravitado antes por los predios de aquel “Frente Patriótico” que lideraba Juan Liscano, quería ahora ser contado entre “Los Notables” que rodeaban a Úslar Pietri.
Pero antes, todavía, alerté sobre el peligro de un golpe de Estado. En Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela (septiembre de 1987), había escrito: “…el próximo gobierno sería, por un lado, débil; por el otro, ineficaz, en razón de su tradicionalidad. Así, la probabilidad de un deterioro acusadísimo sería muy elevada y, en consecuencia, la probabilidad de un golpe militar hacia 1991, o aun antes, sería considerable”.
Es así como, a la angustia general por la tragedia de la amenaza armada a nuestra democracia, en mí se sumaban la decepción de no haber sido escuchado y la sensación de que el golpe era una afrenta que se me hacía personalmente, pues creía que el problema Pérez podía ser resuelto democráticamente y había trabajado en esta dirección a costa de la tranquilidad de mi familia. No conocía ni el rostro ni el nombre del líder del conato subversivo, pero ya sentía que me había ofendido de modo muy directo.
El rostro revelado
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La víspera de la vergonzosa madrugada amaneció con la publicación de un artículo mío—Basta—en el diario El Globo, adonde me había mudado luego de que El Diario de Caracas se negara a publicarme un segundo artículo sobre la renuncia de Pérez, en respuesta a comentarios despectivos de su Director, Diego Bautista Urbaneja. En aquel nuevo espacio dediqué varios a ese tema y, en verdad, en el más reciente había prometido no tocarle más el asunto al Presidente. Pero antes de marcharse a presumir en Davos, de donde retornaría para enfrentar la insurrección, se reunió en el aeropuerto de Maiquetía con el presidente colombiano, César Gaviria, y su canciller, Noemí Sanín:
El presidente Pérez ha dicho que no hablará sobre el Golfo de Venezuela. Ha prometido que no informará a los venezolanos sobre ese punto descollante de la política exterior venezolana hasta que no tenga algo que decir. Y como el presidente Pérez se niega a decirnos algo sobre el Golfo de Venezuela porque no tiene nada que decir, hemos tenido que atender la desatenta visita del Presidente de Colombia, acompañado de su maja canciller, porque él sí tiene que decirnos algo sobre el golfo. Como que sus fuerzas armadas están listas para apoyarle y supone que estamos en el mismo estado de apresto. Como que no reconoce que para Venezuela sea de importancia vital el asunto. Todo eso permite que nos digan el presidente Pérez en nuestra propia casa. Acto seguido, desaparece del país.
No puede haber evidencia más rotunda de que el presidente Pérez, en el ejercicio de la atribución que le confiere el ordinal 5º del Artículo 190 de la Constitución para “Dirigir las relaciones exteriores de la República…” las está dirigiendo muy mal. Si no hubiera otra cosa que criticarle, esta conducta y esos resultados ya serían motivo suficiente para exigirle su renuncia a la investidura que ha ido a ostentar afuera, otra vez.
Cerré ese artículo del 3 de febrero de 1992 con el párrafo que sigue:
Basta de paquete. Basta de financiarle sus campañas extranacionales. Basta de mermas al territorio. Basta de megaproyectos, sociales o económicos. Basta de megaocurrencias. Basta de megalomanía. Usted, señor Pérez, que hace no mucho ha tenido la arrogancia de autotitularse patrimonio nacional, tiene toda la razón. Usted sí es patrimonio nacional, historia nacional, cruz y karma nacionales. Por tanto es a nosotros a quienes corresponde decidir qué hacer con Ud. Por de pronto, no queremos que siga siendo Presidente de la República.
Al día siguiente, mientras rumiaba mi reconcomio hacia unos golpistas anónimos, llegué a pensar que el general Herminio Fuenmayor enviaría a buscarme desde la Dirección de Inteligencia Militar. Si en 1991 había visto en mi artículo del 21 de julio, en el que sugería a Pérez su renuncia, toda una campaña, sería natural que ahora creyera que yo estaba informado del golpe; la sincronicidad de mi artículo-ultimátum con la asonada era demasiado significativa. Nunca fui molestado.
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CAPÍTULO II
…y el torniquete fue insuficiente
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Poco antes del clímax de la crisis bancaria, el martes 26 de abril de 1994, Ruth de Krivoy renunció a la Presidencia del Banco Central de Venezuela, adelantándose a un destino de remoción inexorable. No quería hacer el papelón del Alto Mando Militar de visita en Tinajero, de donde salió con el rabo entre las piernas tras ser recibido una última vez por el Presidente Electo, Rafael Caldera. Éste había designado a Gustavo Roosen como negociador con los banqueros privados, para que obtuviera su consentimiento a una reducción voluntaria de las estratoféricas tasas de interés.
La Sra. Krivoy tampoco quería enfrentar la tormenta perfecta del colapso bancario, que ya lucía indetenible. Roosen le proporcionó el pretexto ideal: inmolándose en el altar del liberalismo, Krivoy proclamó que las tasas de interés debían ser fijadas por el estira y encoge del mercado, no por artificiales conversaciones de banqueros con un gobierno entrante. Era una excusa insincera; ella había formado parte del Consejo Consultivo instituido por Carlos Andrés Pérez el 26 de febrero de 1992, y entonces no se le había aguado el ojo para recomendar el control estatal, en ignorancia del mercado, de los precios de la gasolina, de los de los productos de la canasta familiar, de los de las medicinas, de las tarifas de los servicios públicos.
Krivoy se contaba entre quienes todavía pensaban que el Consenso de Washington era palabra revelada por Jehová y, por supuesto, formaba parte de las «viudas del paquete» que recelaban de Caldera aun antes de que él hubiera comenzado a gobernar. No estaba interesada en salvar bancos delincuentes o imprudentes. Mejor le resultaba aumentar su prestigio entre los empresarios privados que no tragaban al Presidente de la República, quien había peleado públicamente con Alfredo Paúl Delfino, entonces Presidente de Fedecámaras, en el último año de su primer gobierno.
Al día siguiente de la renuncia de Ruth de Krivoy, el bolívar perdía 40 céntimos de su valor. Veinticuatro horas después había perdido 55 céntimos adicionales. Antes de cerrar la semana, los comerciantes del fronterizo pueblo comercial y colombiano de Maicao se negaban a aceptar bolívares, que de siete pesos que obtenían por unidad pasaron a recabar 6,10 pesos. En total, el dólar subió 6,75 bolívares en esa sola semana. Así contribuyó la ex Presidente del Banco Central a nuestra estabilidad monetaria.
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Probablemente sea el mayor pecado de la segunda administración de Caldera uno de omisión. El presidente Caldera pudo convocar el referendo consultivo que detonara la elección de la asamblea constituyente y se negó a hacerlo. Eso fue una grave abdicación.
Es probable que un proceso constituyente detonado por Caldera hubiera sido menos abrasivo que el que Chávez puso en marcha y, en todo caso, ya este último no habría tenido la celebración de una constituyente como su principal y exclusiva franquicia de campaña. Le habría sido arrebatada, como Corina Parisca había entendido correctamente. Quizás hubiera perdido las elecciones por eso mismo.
Yo había propuesto precisamente la consulta en Primer referendo nacional. En ese artículo postulaba la realización de un referéndum sobre la deseabilidad de convocar una asamblea constituyente, aprovechando que el Congreso de la República había incluido un título nuevo—De los referendos—en la reforma de diciembre de 1997 a la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política. No había razones válidas para que el gobierno que había amenazado con una consulta popular sobre la suspensión de garantías constitucionales, aunque la institución referendaria no existiera en la legislación del sufragio, se negara a producir la convocatoria. Dije incluso en aquel trabajo:
Publicación de 1994 a 1998
Creo que Rafael Caldera merece ser quien haga esa convocatoria. Más allá de las críticas de la más variada naturaleza que puedan hacérsele, el presidente Caldera puede ser considerado con justicia el primer constitucionalista del país. No sólo formó parte de la Constituyente de 1946; también fue quien mayor peso cargó cuando se redactaba el texto de 1961; también fue quien presidió la Comisión Bicameral para la Reforma de la Constitución de 1991; también fue quien expuso en su aludida “Carta de Intención”: “El referéndumpropuesto en el Proyecto de Reforma General de la Constitución de 1992, en todas sus formas, a saber: consultivo, aprobatorio, abrogatorio y revocatorio, debe incorporarse al texto constitucional”; y también fue quien escribió en el mismo documento: “La previsión de la convocatoria de una Constituyente, sin romper el hilo constitucional, si el pueblo lo considerare necesario, puede incluirse en la Reforma de la Constitución, encuadrando esa figura excepcional en el Estado de Derecho”; fue también, por último, quien nombró como Presidente de su Comisión Presidencial para la Reforma del Estado al jurista Ricardo Combellas, el que advirtió ya en 1994 que si este Congreso no procedía a la reforma constitucional habría que convocar a una Constituyente.Si alguien merece la distinción de convocar al Primer Referendo Nacional ése es el Presidente de la República, Rafael Caldera.
Pero para el momento la proposición no tuvo acogida. Fue elevada directamente por mí a la consideración del Presidente de la República por intermedio de representación ante su Ministro de la Secretaría de la Presidencia, Fernando Egaña, por actuación parecida ante su Ministro de Planificación, Teodoro Petkoff, y por entrega del texto del artículo en La Casona. Ambos ministros, sobre todo el segundo, indicaron su general acuerdo con la idea pero, por razones que desconoce el autor de estas líneas, la proposición fue desestimada. A Egaña le expuse que ya que el gobierno, mejor apuntalado, había logrado hacerse con la iniciativa económica, era tiempo de que asumiera la iniciativa política.
Además de las gestiones mencionadas, el Dr. Ramón J. Velásquez consintió amablemente en ser mi embajador de la iniciativa ante Caldera. Éste no le hizo el menor caso, según me confiara el historiador, en desayuno posterior a su embajada, en el Hotel Hilton: «Ud. sabe cómo es el Dr. Caldera: una esfinge impenetrable. Pero me dio la impresión de que pensaba: ¿que estará buscando el viejo Velásquez?»
Los cambios constitucionales de importancia que Caldera había ofrecido en su Carta de Intención con el Pueblo de Venezuela, su oferta de campaña en 1993, dejaron de producirse. Su período transcurrió sin que aquellas promesas se cumplieran. Tal circunstancia me permitió escribir en octubre de 1998, ya agotada la posibilidad de la convocatoria:
Pero que el presidente Caldera haya dejado transcurrir su período sin que ninguna transformación constitucional se haya producido no ha hecho otra cosa que posponer esa atractriz ineludible. Con el retraso, a lo sumo, lo que se ha logrado es aumentar la probabilidad de que el cambio sea radical y pueda serlo en exceso. Éste es el destino inexorable del conservatismo: obtener, con su empecinada resistencia, una situación contraria a la que busca, muchas veces con una intensidad recrecida.
Al año siguiente, Rafael Caldera sufrió el azoro de escuchar a su sucesor, al tomar el juramento de rigor en el Congreso de la República, diciendo desalmadamente a quemarropa que juraba sobre una «constitución moribunda». A Caldera se le había llamado, con entera propiedad, el Padre de la Constitución de 1961, hija a la que no quiso facilitar la metamorfosis que hubiera resultado salvadora.
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CAPÍTULO III
La mejor constitución del mundo
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La verdadera vocación del jefe de Primero Justicia, Julio Andrés Borges Junyent, es la sismología. Al comentar, el 12 de octubre de 2008, sobre los efectos de la crisis financiera, por ejemplo, decía: «… pensar que Venezuela está aislada de este terremoto económico global, es una tremenda estupidez». El 21 de enero de 2011 prometía, en nombre de los diputados de oposición recién electos a la Asamblea Nacional: «Vamos a crear un terremoto de conciencia». Antes de esa elección—el 20 de junio de 2010—, anunciaba en visita de juramentación de comandos de campaña de la Mesa de la Unidad Democrática en varias poblaciones mirandinas: «Nuestro triunfo en esta zona, además de ser un terremoto electoral, tiene un significado nacional, que le daría al país una señal clara de que Venezuela cambió”. En algunos casos especiales, pareciera tener el tino necesario para anticiparlos, como cuando criticó las ayudas de Venezuela a Haití un día antes del grave terremoto que asoló a ese país el 12 de enero de 2010.
Su mayor contribución a esa rama de la geofísica, sin duda, es su teoría de los cinco terremotos que habrían trocado, entre 1983 y 1999, nuestra idílica existencia nacional en desastre. En este último año expuso que de esos cinco sismos republicanos los tres primeros habían sido el Viernes Negro (18 de febrero de 1983), que produjo una devaluación brutal de nuestra moneda, el portentoso Caracazo de 1989 y las abusivas asonadas militares de 1992.
Pero es curioso que Borges considerara como cuarto terremoto el triunfo de Caldera en 1993, siendo que en general ha sustentado el mismo discurso “antipolítico” del ex Presidente, a juzgar por su condenatorio juicio a todo partido que no sea el suyo: “…el sensible sector político también sufrió una hecatombe durante los comicios de diciembre de 1993, cuando uno de los arquitectos del sistema bipartidista, Rafael Caldera, sepultó la llamada guanábana de AD y COPEI, al derrotarlos con el respaldo del chiripero”.
Finalmente, y por lo que respecta al quinto terremoto, Borges hizo recaer esta identidad en la decisión de la Corte Suprema de Justicia del 19 de enero de 1999, que permitió el referendo consultivo sobre la deseabilidad de la convocatoria a constituyente. Todavía el 13 de marzo de 2003, en foro realizado en el Colegio San Ignacio—La sociedad civil busca liderazgo—, Borges hablaba del asunto en los siguientes términos: “El quinto atropello ocurre en 1999 cuando la Corte Suprema de Justicia ordena y consagra la destrucción total de las instituciones”.
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En cierto sentido, la nueva Constitución hacía prácticamente obligatoria la relegitimación de los poderes públicos, incluyendo la Presidencia de la República. Una nueva elección de los que debían originarse en el voto popular terminó celebrándose, luego de marchas y contramarchas, el 30 de julio del año 2000.
Se trataba de una megaelección en la que se elegiría, además del Presidente, a los diputados de una inédita Asamblea Nacional de una sola cámara, los gobernadores de los estados y las autoridades municipales. Como es harto sabido, Hugo Chávez resultó reelecto, con una votación ligeramente mayor que la que había obtenido año y medio antes en números absolutos y porcentuales: 3.757.773 votos o 59,76% de los votantes. Su principal oponente y antaño socio conspirativo, Francisco Arias Cárdenas, tuvo un desempeño ligeramente peor que el de Henrique Salas Römer en 1998: captó 2.359.459 votantes o el 37,52% del total de éstos. Un tercer candidato, Claudio Fermín, obtuvo la ridícula suma del 2,7% de los sufragantes: 171.342 venezolanos votaron por su lastimosa candidatura.
El sábado 25 de abril de ese año de relegitimaciones recibí en mi casa, a eso de las diez de la mañana, una sorprendente llamada de alguien a quien nunca había tratado: el publicista Gustavo Ghersy. Me dijo que había visto mi comparecencia de ese día a un programa de entrevistas en Globovisión, y que ella le había mucho impresionado. Había comentado lo que dije—ya he olvidado de qué hablé—con su esposa, y ambos habían coincidido en evaluar mis palabras con entusiasmo. Acto seguido, me comunicó que el lunes 27 de septiembre se celebraría una reunión en una casa del Alto Hatillo con el propósito de escuchar a Francisco Arias Cárdenas, y entonces me encareció que asistiera y repitiese exactamente el mismo análisis que había hecho en la televisora. Normalmente, me habría negado a tan sorpresiva invitación, pero esta vez la notable habilidad persuasiva de Ghersy y mi propensión ególatra me impulsaron a aceptar.
Cuñas del mismo palo
El día pautado llegué a la casa de la cita, donde fui recibido por Ghersy, entusiasmado todavía, y su gentil esposa. Me hicieron hablar justo antes de que Arias Cárdenas lo hiciera, cosa que hice por unos veinte minutos. Tampoco recuerdo mi discurso de ese día; vagamente, que fue excesivamente conceptual.
Entonces habló el ex seminarista tachirense en tono más bien dormitivo, y dedicó sus palabras a un inmisericorde ataque contra el Presidente de la República, su antiguo camarada de alzamiento, a quien semanas después acusaría de gallina.
Unas pocas preguntas, algunas referidas a la confianza en el sistema de votación, fueron tramitadas con rapidez y la audiencia, mayormente compuesta por gente con recursos monetarios significativos, se despidió prontamente.
Lo más interesante que recuerdo de esa cita es la presencia de Teodoro Petkoff, quien se había acercado al cónclave con una copia del número cero o ensayo de su nuevo periódico. Sentado a su lado, pude examinarla. Me gustó el nombre del proyectado vespertino—Petkoff venía de un notorio éxito en la Dirección de El Mundo, del que fue despedido por presiones gubernamentales contra la sucesión de Miguel Ángel Capriles—y su lema: Claro y raspao.
Nunca más tuve contacto con Ghersy o cualquier instancia de la campaña de Arias Cárdenas, pero esa misma noche supe que su candidatura se encaminaba al fracaso. La aristocracia venezolana y la mayoría de los actores políticos de oposición habían creído, como con el experimento de La Gente es el Cambio, que sería muy astuta estrategia apoyar a otro militar golpista para derrotar a Chávez, por aquello del inteligente y profundo principio de que «no hay mejor cuña que la del mismo palo».
No se inmutaron para cohonestar de esta irresponsable manera el alzamiento del 4 de febrero de 1992 y tampoco, increíblemente, sabían aún con quién se estaban metiendo.
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CAPÍTULO IV
Cómo irritar a una nación
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El tercer milenio cristiano fue estrenado en Venezuela con un Presidente de la República habilitado por la Asamblea Nacional recién electa para que la sustituyera. El 13 de noviembre de 2000 recibía Hugo Chávez por segunda vez poderes legislativos extraordinarios, en esta ocasión por el lapso de un año, para dictar decretos con fuerza de ley en casi cualquier materia.
El procedimiento, por supuesto, no era nuevo en el país. Entre 1961 y 1998, el Congreso Nacional había aprobado seis leyes habilitantes, sobre las que se sustentó un total de 172 decretos con rango y valor de ley. Esta vez, sin embargo, el ámbito que Chávez cubriría sería bastante mayor que el de las previas ocasiones, entonces limitadas constitucionalmente a la materia económica y financiera.
El país del año 2001, que abría el nuevo siglo, estuvo marcado por el signo del suspenso: el gobierno se tomó todo su tiempo sin soltar prenda acerca de sus intenciones y, dos días antes de que se le venciera el plazo de doce meses, descargó sobre un país desde hacía tiempo sobre-legislado un total de 36 nuevas leyes.
Todavía no se había disipado de un todo el margen de confianza que se asentara con la aprobación—por la Comisión Legislativa Nacional creada por la Asamblea Nacional Constituyente el 28 de marzo de 2000—de la nueva Ley Orgánica de Telecomunicaciones. Este instrumento, promovido por Diosdado Cabello, a la sazón Director de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL), y promulgado el 1˚ de junio de ese mismo año, fue recibido con elogios de güelfos y gibelinos, en particular del sector privado. El prestigio de Cabello subió como la espuma: la ley no sólo dejaba de reservar al Estado el campo de las telecomunicaciones, sino que lo abría a nueva competencia privada que aportó 400 millones de dólares para el Fisco en tiempos de precios petroleros deprimidos. Muy distinto sería el recibimiento que tendrían las 36 leyes de noviembre de 2001.
Un golpista con chequera
Quien hubiera pensado que Hugo Chávez se había mostrado particularmente agresivo en su campaña de 1998—prometió «freír cabezas» de adecos y copeyanos—sólo por mero requerimiento electoral de capitalizar el recrecido descontento de la mayoría de los electores venezolanos, estaba muy equivocado y pronto sufriría una amarga decepción. En más de una opinión, Chávez era una persona común y corriente que sería propensa a dejarse neutralizar por la adulación y el soborno.
Preocupado por tan errada lectura, escribí para La Verdad de Maracaibo un artículo—El efecto Munich, 22 de agosto de 1998—que recordaba la capitulación de Francia e Inglaterra ante Hitler, cuando Daladier y Chamberlain complacieron al dictador al exigir éste la partición de Checoslovaquia sesenta años atrás:
A escalas menores, pero no por eso menos preocupantes para nosotros, el efecto Munich empieza a hacer estragos en algunos empresarios y banqueros venezolanos y en algunos de sus consejeros, que atemorizados por lo que las encuestas de opinión registran respecto de la intención de voto—por ahora—han comenzado una cobarde capitulación ante la candidatura de Hugo Chávez Frías. Así, le adulan recomendándole un cambio de imagen y le compran decenas de trajes de precio millonario de un conocido sastre caraqueño; le ofrecen cenas íntimas quienes se dicen “hombres de números” que deben hacer caso de las encuestas; le entregan millones de bolívares; le ponen a su disposición aviones que lo trasladen en sus giras. He escuchado de labios de algún abogado que se mueve en “los mejores círculos” la peregrina idea de que hay que acercarse a Chávez con una “bolsa de real” y ofrecérsela a cambio de que consienta en nombrar tales y cuales ministros que asegurarían que el inefable sector privado venezolano permaneciese intocado. He oído que no hay que preocuparse mucho por Chávez porque él no querría tanto gobernar desde Miraflores como vivir en La Casona, y que por eso sería susceptible a la adulación que le domesticaría.
Y esa actitud no es menos ingenua que la de Chamberlain y Daladier. Como Hitler con el tristemente célebre putsch de la cervecería, Chávez marcó su origen político con un fracasado intento de tomar el poder por la fuerza. Como Hitler con sus camisas pardas, Chávez ha organizado fuerzas de choque a las que ha juramentado para combatir en caso de que su “inevitable” triunfo electoral le sea desconocido. Como Hitler ante el envejecido Hindenburg, ha querido adelantar las elecciones presidenciales para recortar el período de nuestro anciano presidente.
Los timoratos ricachones que pretenden salvarse de una previsible degollina chavista están ellos mismos anudándose la soga al cuello. Que sepan que entre los más íntimos colaboradores de Chávez se cuentan quienes opinan que “este país se arregla con tres mil entierros de primera clase”.
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Chávez procuró recuperar en marzo de 2002 la eficacia de su táctica de amedrentamiento. Lina Ron tuvo éxito, con agresiones físicas que causaron heridos entre estudiantes y periodistas, en desordenar una marcha de protesta que pretendía salir desde los predios de la Universidad Central de Venezuela. La Fiscalía General de la República no tuvo más remedio que ordenar la detención de la violenta ciudadana, a quien Chávez ofrecía admirado reconocimiento de “luchadora social”. Los partidarios de Lina Ron amenazaban con juicios “populares” a connotados opositores, advirtiendo que si éstos no deponían su actitud contrarrevolucionaria pasarían de la categoría de “objetivos políticos” a la de “objetivos militares”. La amenaza fue dirigida, primero y específicamente, al primer Alcalde Metropolitano—o Mayor—de Caracas: Alfredo Peña.
Peña había sido el primer Ministro de la Secretaría de la Presidencia que Chávez nombrara. El personaje funcionaba como utility del eje comunicacional que era la alianza entre Venevisión y el diario El Nacional. Después fue incluido en las planchas del chavista Polo Patriótico a la Asamblea Nacional Constituyente y resultó electo. En la megaelección de 2000, se presentó como candidato a la Alcaldía Metropolitana de la capital, una vez más apoyado por Chávez, y también resultó electo. A fines de 2001, sin embargo, ya se había pasado a las filas de la conspiración.
Al apenas despuntar el año 2002, Alfredo Peña se hizo muy visible en los canales privados de televisión con alcance nacional, en abierta y airada oposición a Hugo Chávez; de allí el foco que Lina Ron y sus secuaces fijaron sobre él. Algún estratega habrá pensado que Peña podía ser promovido como sucesor de Chávez, sobre la certeza de que el mayor de los alcaldes caraqueños había sido el candidato a la Constituyente que resultara electo con el mayor número de votos, y dejó de considerar que la mayoría de esos sufragios provenía de votación suscitada por el Presidente de la República.
En ese mes de enero fui invitado a Triángulo, antes de que hubiera pensado siquiera en el tratamiento de abolición. En uno de los videos que Carlos Fernandes solía intercalar para alimentar la discusión, vimos a Alfredo Peña en combativas declaraciones contra Hugo Chávez. A su conclusión, comenté que el alcalde Peña tenía todo el derecho de considerar pernicioso el gobierno de Chávez, pero ninguno para argumentar, como acababa de hacerlo, que esto fuera porque se había alzado en 1992, por cuanto esa circunstancia no había impedido que Peña lo apoyara en 1998 ni fuera su Ministro de la Secretaría en 1999, o su diputado constituyente y su Alcalde Mayor de Caracas. Sugerí que él, particularmente, debía buscarse otro argumento.
En el próximo negro del programa se me acercó el general retirado de aviación Manuel Andara Clavier, Vicepresidente de Seguridad de Televén, a reconvenirme. Me dijo al oído que no era conveniente que atacara a Peña; no debíamos «pisarnos la manguera entre bomberos». Nunca antes había recibido de nadie una censura a mi libre opinión.
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CAPÍTULO V
Chávez, vete ya
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El cívico asalto final contra Chávez fue la respuesta al intento—revertido después—de someter a Petróleos de Venezuela a los designios de una Junta Directiva nombrada por Chávez, la cual violentó los tradicionales principios meritocráticos prevalecientes hasta entonces en la industria petrolera. El irrespeto a tales principios, en gran medida motivados por la voracidad financiera de un gobierno deficitario, produjo el insólito fenómeno de un cierre de filas de los empleados de PDVSA, incluido el personal obrero, y la solidaridad de la mayoría de la llamada sociedad civil con una lucha inteligentemente planteada y manejada por dirigentes naturales de la “nómina mayor”. El domingo 7 de abril, de la manera más insolente y llena de prepotencia, Hugo Chávez despedía públicamente, ante una corte radiofónica, a los más notorios entre esos líderes. De inmediato, la Confederación de Trabajadores de Venezuela convocó a paro general, apoyada por Fedecámaras.
El 11 de abril de 2002 se reunió, en torno a las oficinas de PDVSA en Chuao, la más gigantesca concentración humana que se haya visto en Venezuela. Un descomunal río de gente desbordaba la arteria vial de la autopista Francisco Fajardo. Personas de todas las edades y extracciones sociales se daban cita para protestar el atropello de la industria petrolera y exigir, a voz en cuello, como ya se había gritado el 23 de enero, la salida de Hugo Chávez de Miraflores. Confiado en su innegable y colosal fuerza, y estimulado por la consigna de los oradores de Chuao, que veían excedidas sus más optimistas expectativas, el inconmensurable río comenzó a desbordarse en dirección a ese palacio de gobierno. Por aclamación de unanimidad asombrosa, la mayoría aplastante del pueblo caraqueño, para asombro y terror de Chávez y sus acólitos, pedía que los militares se pronunciaran y sacaran al autócrata de la silla presidencial.
Como agua para masacre
El grandioso movimiento encontró eco en todo el país. Maracaibo, Barquisimeto, Valencia, Puerto La Cruz, Margarita, las ciudades todas alojaban la unánime manifestación de repudio. Y el gobierno se aprestó a dar la batalla de Caracas. Freddy Bernal comandó las huestes armadas del chavismo, cuya presencia fue exigida por el Ministro de la Defensa, José Vicente Rangel. Si lo hubiera querido, la portentosa masa hubiera asolado las oficinas de éste en la base aérea de La Carlota, aledaña al escenario de Chuao.
Luego los muertos. Muchos portaban chalecos que les hacían aparecer como fotógrafos de prensa. Asesinados a mansalva, con ventaja, con alevosía. La sociedad civil puso los mártires necesarios a una conspiración que, sordamente, se había solapado tras la pureza cívica de un movimiento inocente.
Dos semanas antes del sangriento día, un corpulento abogado trasmitía las seguridades que enviaba una “junta de emergencia nacional” a una reunión de caraqueños que habían descubierto su vocación por lo político en la lucha contra Chávez. Enardecido, con una bandera norteamericana prendida en la solapa, admitía que conspiraba junto con otros, que una junta de nueve miembros—cinco de los cuales serían civiles y el resto militares—ineluctablemente asumiría el poder en cuestión de días. Por ese mismo tiempo, Rafael Poleo rechazaba una contribución mía—ofrecida a su revista luego de aquel artículo sobre el Acta de abolición—, en la que exploraba otros caminos constitucionalmente compatibles; explicó con paciencia de adulto al ingenuo niño que yo era que lo que iba a pasar era que “los factores reales de poder en Venezuela” depondrían a Chávez y luego darían “un maquillaje constitucional” a un golpe de Estado.
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Una gran parte del país, incluido el suscrito, llegó a creer que la acción de los petroleros tendría éxito en dar al traste con el gobierno de Hugo Chávez, único propósito de la huelga. El paro desbordaría el mes de diciembre para adentrarse en 2003, y su duración de dos meses lo colocaría entre los más prolongados que el mundo hubiera visto. Las navidades de 2002 fueron las peores de su historia para los comercios que normalmente ven aumentar sus ventas en diciembre, la población general debió afrontar la escasez de combustible y alimentos—en algunas poblaciones se cocinaba con madera de muebles viejos rotos al efecto—, aumentaron el índice de desempleo y la tasa de inflación mientras descendía el producto nacional bruto. Hasta el béisbol decembrino sufrió: por primera y única vez en su historia, la Liga Venezolana de Béisbol Profesional suspendió el campeonato que entonces se jugaba, correspondiente a 2002 y 2003. La neurosis ciudadana, exacerbada progresivamente con la actuación del gobierno, llevada a nuevas cotas de angustia en el mes de abril, estimulada por la toma de la Plaza Francia, trocada en paranoico dolor por los asesinatos en la misma plaza, se vio aumentada por la tensión y la incertidumbre del paro.
Como antes dije, caí víctima de mi propio y poco objetivo engaño; en lugar de seguir mis mejores instintos—el 17 de octubre había escrito en la Carta de Política Venezolana: «No hay modo de parar el paro, que si yo pudiera lo intentaría. Como no puedo pararlo me sumo a él y lo apoyo»—, en lugar de mantener mi objetividad clínica, dediqué cada número de esa publicación a predecir una ilusión. El 26 de diciembre escribí en su número 19:
El 19 de diciembre el Tribunal daba piso jurídico a los actos del gobierno en procura de una «normalización» de las actividades de PDVSA, ordenando el acatamiento a un decreto gubernamental y a dos resoluciones ministeriales; una de Energía y Minas y otra conjunta de ese despacho y el Ministerio de Defensa.
El gobierno no tardó en aprovechar la ventajosa decisión. De allí la celeridad y la brutalidad de la toma de los tanqueros rebeldes de PDV Marina, la que añadió otro golpe psicológico. El emblemático Pilín León cayó primero y era, en esencia, lo que el gobierno necesitaba para su propaganda del día 20. El folklore de la oposición ya daba al Pilín León como un símbolo inexpugnable de la resistencia. Su caída representó un factor depresivo adicional.
Pero después de esa pírrica victoria, dirigida desde Bajo Grande por el mismísimo líder máximo de la revolución, el gobierno volvió a estrellarse contra la sólida pared del paro petrolero. Una cosa era despojar con insolencia a los tanqueros de sus tripulaciones naturales y despedir a un centenar de gerentes de PDVSA; otra muy distinta reactivar la empresa. Nada ha podido, ni podrá hacer, por recuperar el 92% de la producción detenida en extracción y refinación de petróleo, en generación de gas. Hasta sus más recientes intentos de demostrar que su capacidad residual de movilización de calle todavía funciona se ha visto impedida por la escasez de combustible, que ahora vulnera su logística de transporte de los tarifados partidarios.
(…)
Y es que hay una razón aun más profunda que el paro de la «gente del petróleo» para saber que Chávez y su gobierno tienen la guerra perdida. Es el factor decisivo, comentado en esta Carta en otras ocasiones, del enjambre ciudadano que se le opone.
Los témpanos de hielo tienen una masa enorme. Es conocimiento que se adquiere en la infancia que la emergencia visible de las gigantescas y heladas moles son tan sólo «la punta del iceberg», que 90% de la masa de hielo está bajo la superficie. No son cuerpos que se desplacen con agilidad. Por lo contrario, como corresponde a tan inertes magnitudes, se mueven con extrema lentitud.
Pero inexorablemente. Y ya sabemos que el iceberg ciudadano lleva una sola e incorregible dirección: la cesantía de Hugo Chávez. No es esta intención algo que tiene regreso.
Se trata de física elemental. Cuando una masa tan grande como la de, digamos, un supertanquero—10 o 15 veces el desplazamiento del Pilín León—se ha puesto en movimiento a su velocidad de crucero de 20 o más nudos, frenarla no es cosa sencilla. La enorme inercia requiere que decenas de kilómetros antes de atracar en el puerto de Rotterdam debe comenzarse a frenar, so pena de atravesar el puerto y la ciudad completa.
Es así como la sociedad civil venezolana es el descomunal témpano de hielo, que flota lentamente en la dirección escogida, implacablemente. Es contra esta masa que un arrogante paquebote, un Titanic gubernamental teóricamente inundible, soberbio, ha escogido enfilar.
(…)
Si Hugo Chávez saca sus defectuosas cuentas, y persiste en la creencia de que puede permitirse una colisión frontal contra el pueblo venezolano, si cree que ese pueblo le sostiene y le defiende, y no ya sólo una fracción que persiste en entenderle como su héroe salvador, su gobierno correrá la misma suerte del Bismarck y el Titanic.
Chávez tiene la guerra—no ésta o aquella batalla—estratégicamente perdida. Puede defenderse con episódicas dentelladas de bestia herida; causará uno que otro estrago más, pero su fin ya está sellado.
Y esto también debe entenderlo la sociedad civil, para que las bajas cotidianas no vuelvan a quebrantar su espíritu.
Para que no vuelva a sumirse en innecesarios arrebatos de desespero. Sin dejar de dolerse por las derrotas puntuales, que mantenga una bretona fe en la garantizada victoria definitiva.
Yo andaba radicalmente descaminado. La inevitabilidad e inminencia de las que hablaba eran sólo espejismos, deseos que no llegarían a materializarse. Había llegado a creer que el paro, por el sólo hecho de ser esencialmente un asunto civil, era cosa buena. Creí que la debilidad del gobierno, todavía en recuperación del golpe de Carmona, no aguantaría la desmedida presión de los petroleros.
Líder de un Estado loco
No he debido olvidarme de una caracterización ofrecida por mi amigo y mentor, Yehezkel Dror, en un brillante y profético trabajo de 1971. Al enumerar los rasgos de un «Estado loco», había señalado de primeros: 1. tiene objetivos muy agresivos en contra de otros; 2. mantiene un profundo e intenso compromiso con esos objetivos (está dispuesto a pagar un alto precio por su logro y a correr grandes riesgos).
Hugo Chávez cabe perfectamente dentro de la tipología droriana. Ya había demostrado el precio que estaba dispuesto a pagar y los riesgos que estaba dispuesto a asumir por su revolución.
En su única campaña por la Presidencia de la República, en 1963, Arturo Úslar Pietri presentó como guía central de su oferta lo que llamó «la Venezuela posible». Nunca cesó en esta prédica, que salía de la privilegiada conciencia de un ser renacentista. Seguramente sin saberlo, Asdrúbal Batista hizo, el pasado 25 de mayo, eco— «…el Dr. Asdrúbal Batista había dicho que Venezuela no podía ser un mal país, si había concebido y gestado al eximio prócer de San Juan de Colón», en referencia a Ramón J. Velásquez (Testigo excepcional)—de conclusión expuesta por mí el 17 de mayo de 1996, cuando Úslar cumpliera noventa años de edad enteramente lúcida: «Úslar es Venezuela, y como eso es así es buena Venezuela. Porque un país en el que nace Úslar, en el que vive Úslar, al que regresa Úslar, en el que se queda Úslar prefiriéndolo entre todos los que le ofrecerían patria de inmediato, no puede ser un mal país».
Úslar entendía la Venezuela posible como el resultado de un esfuerzo colectivo en el que, naturalmente, la acción de los diversos liderazgos del país estaría exigida de responsabilidad.
Ahora suenan otros ecos del desafío uslariano. Leopoldo López primero y, pocos días después, Eduardo Fernández en el lanzamiento de su precandidatura presidencial ofrecieron «una Venezuela mejor». (López no ha descartado su participación en las primarias de la Mesa de la Unidad Democrática; con mucha razón, destacó que las normas aprobadas por la MUD sólo exigen para participar en ellas las condiciones requeridas constitucionalmente al Presidente de la República: venezolano por nacimiento, sin otra nacionalidad, mayor de 30 años, de estado seglar, no sometido a condena por sentencia definitivamente firme. Aunque pesa sobre él una inhabilitación, López no ha sido condenado judicialmente. Pero él estuvo en el acto de proclamación de Fernández, en la presentación de su «propuesta». Desde el año 2009 se reúnen ambos en casa de Lewis Pérez, otrora Secretario General de Acción Democrática, con Luis Miquilena—quien estuvo también en el lanzamiento de Fernández—para conformar una «nueva» organización política. En este intercambio han debido coincidir en la frase «una Venezuela mejor», whatever that means).
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El pasado sábado 28 de mayo, en un acto en el estado Lara, Leopoldo López—puede recordarse que en noviembre de 2010 fue allá a firmar un pacto bilateral con Henri Falcón «en defensa de la Constitución», whatever that means—presentó el plan «La mejor Venezuela», diciendo: «Estamos aquí para presentarle a Venezuela la posibilidad de un país distinto, sembrando un movimiento de mujeres y hombres que hoy se comienza a consolidar». Al revelar a los asistentes que «existe otro rostro de Nación», anunció con la mayor seriedad: «La decisión que hemos tomado es construir esa Venezuela». (Entre los aspectos fundamentales del «plan», dice El Universal, «mencionó la necesidad de reducir el número de fallecidos por la inseguridad y reformar las policías del país. ‘Se necesita una posición firme para depurar los cuerpos policiales… y llenar las calles de más policías’. Dijo asimismo que es imperioso hacer reformas profundas que necesitan el sistema de justicia y el carcelario del país. El sistema de salud y la educación en el país también forman parte de este plan. ‘No se debe asumir sólo la masificación de los servicios sino también de la calidad… ésta es una deuda histórica que tenemos con el país’… Encomendándose a la Divina Pastora culminó su discurso pidiendo ‘fuerza y fe’ para Venezuela»).
López en el acto de Fernández (clic para ampliar)
Por lo que atañe al viejo «tigre»— «el tigre come por lo ligero», le aconsejaba Luis Alberto Machado en 1988—, se limitó a reconocer a los jóvenes del país: “Quiero decirles que ustedes tienen derecho a vivir en una Venezuela mejor”. En verdad, su propuesta programática fue bautizada así: «Venezuela 2013 – La explosión del crecimiento».
Ya esta denominación retrotrae a los años cincuenta, cuando la comunidad planetaria de los economistas prescribía el crecimiento económico antes de que se acuñara y popularizara la más inclusiva idea de desarrollo. (Por ejemplo, Walt Whitman Rostow: El proceso de crecimiento económico, de 1952, y Las etapas del crecimiento económico, de 1959).
Una explicación oficial de la propuesta de Fernández—Teatro del Colegio Santa Rosa de Lima, sábado 4 de junio—vino en nota de prensa de IFEDEC, la institución que preside, del 26 de mayo, a raíz de reciente visita suya al estado Bolívar:
…enumeró los cinco puntos especiales que enmarca el proyecto de país “Venezuela 2013”, a saber, en primer lugar el fortalecimiento de la democracia, profundizando la descentralización e independencia y economía del poder público. Reactivación de la economía, generando inversiones del sector público y privado. Superación de la pobreza, promoviendo educación de calidad. Cambios culturales, erradicando la dependencia exagerada del estado e impulsando la producción y la productividad.
Y por último, pero no menos importante, el cambio ético.“Ha habido un problema muy serio desde el punto de vista de los valores y el culto a la muerte. En este sentido, esperamos que el próximo Gobierno haga un esfuerzo por fortalecer los valores de la vida, de la rectitud, de la solidaridad social y el amor, ya que en el país hay una crisis de desamor”.
El amoroso tigre se ofrece a resolverla. Uno de los más notorios asistentes al acto de lanzamiento de la candidatura Fernández fue Enrique Mendoza, quien lo enfrentara en 1997 cuando entonces promovía la funesta candidatura de Irene Sáez. Noticias 24 reportó su opinión acerca del acto del sábado pasado: «Enrique Mendoza expresó su satisfacción por el contenido carismático del discurso». Se trata de una evaluación muy apreciada por Fernández, quien sugirió sibilinamente a la revista Campaigns & Elections (marzo de 2011): «…quien sea candidato debe de ser alguien que pueda llenar esos valores y, si consideramos a alguien que combinara el carisma de Kennedy y la sabiduría de Mandela, sería ideal”.
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Un candidato a la Presidencia de la República no puede prometer una Venezuela mejor. A lo sumo, puede prometer un mejor gobierno. Es un error fundamental y extenso—no sólo lo admiten prácticamente todos los políticos, sin también muchísimos ciudadanos—creer que un presidente es el jefe del país. Hugo Chávez se entiende así, por supuesto, pero no es el único. Durante la campaña de 1998, fue frecuente la aparición de Henrique Salas Römer en Primer Plano, el programa que conducía Marcel Granier. En una de sus comparecencias, mientras argumentaba que la elección de 1998 sería crucial—tenía razón—, soltó esta frase para aludirse a sí mismo: «…porque aquel que pretenda gobernar sobre un país…» Esta idea de que se gobierna sobre un país es pretensión muy equivocada. No se gobierna sobre un país, se gobierna para un país.
Los argentinos tienen un uso peor que el de Presidente de la República; allá dicen Presidente de la Nación. Pero quien ejerce la primera de las magistraturas no preside la nación, ni siquiera la república; preside el gobierno nacional, la rama ejecutiva del poder público nacional. No puede, por tanto, ofrecer algo que sólo la república entera, la Nación misma es la llamada a producir. No es el gobierno, ni siquiera el Estado completo, quien puede lograr una Venezuela mejor.
Por lo demás, prometer una Venezuela mejor es una perogrullada, una seudoproposición. ¿Cómo podría uno oponerse a esa noción? Habría que ponerse en pie y pedir la palabra para vender la idea de una Venezuela peor. ¿Quién de los competidores de Fernández querrá proponer el debilitamiento de la democracia, la desactivación de la economía, la desinversión, una educación sin calidad y la capitulación ante la pobreza? ¿Quien de los que quieren competir con López propondrá «aumentar el número de fallecidos por la inseguridad»?
Si no somos capaces de desenmascarar y repudiar discursos tan perogrullescos, lo que vamos a tener es una Venezuela bastante peor. LEA
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