impertinente. (Dellat. impertĭnens, -entis). 1. adj. Que no viene al caso, o que molesta de palabra o de obra.
Diccionario de la lengua española
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Aunque Eduardo Fernández me invitó cordial y generosamente a hacerlo, decliné intervenir en la presentación del breve informe—Análisis de resultados electorales y proyecciones para las elecciones municipales de diciembre de 2013—de Francisco Pérez Gómez, investigador al servicio del Centro de Políticas Públicas IFEDEC, que el primero preside. Previamente, le había consultado si estaba prevista la participación de los asistentes al acto; no lo estaba, y por eso opté por no alterar la programación del evento. Luego de que Pérez Gómez presentara el estudio, Fernández tomó la palabra. No pude escuchar todo lo que dijo; recibí un mensaje y debí ausentarme después de los primeros diez minutos de su exposición. Esto ocurrió el 17 de los corrientes.
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Un ejercicio inútil
El estudio es prácticamente inútil, pues parte de un vicio insalvable: las cifras de votación sobre las que se funda el laborioso trabajo son de las últimas elecciones presidenciales (7 de octubre de 2012 y 14 de abril de 2013), no de elecciones municipales. La estructura, la dinámica, el significado político son distintísimos en una elección presidencial y una colección de elecciones municipales simultáneas. Pudiera argumentarse, claro, que las más recientes cifras municipales son demasiado antiguas: las de las elecciones del 23 de noviembre de 2008. En verdad, resultaría muy aventurado pronosticar a partir de sus resultados; a fin de cuentas, en cinco años ha corrido muchísima agua bajo el puente. Pero es que Pérez Gómez ni siquiera se molestó en considerar la elección regional del 16 de diciembre del año pasado, que pudiera ser más pertinente al haber sido más cercana al nivel municipal y más reciente que la elección nacional del 7 de octubre. Quizás prefirió no recordar la paliza recibida por la oposición a escasamente una semana del festejo navideño (ver La ruina de los jugadores), que fue de pronóstico; su espacio se contrajo a menos del alcanzado el 30 de octubre de 2004, al preservar únicamente la gobernación de Miranda. (Sólo otras dos gobernaciones dejó de capturar el oficialismo, y ambas fueron a manos de disidentes del chavismo: Henri Falcón y Liborio Guarulla). El PSUV obtuvo en diciembre, además de 20 gobernaciones, mayoría parlamentaria en 22 de 23 consejos legislativos estadales, incluyendo Lara y Miranda.
Al adoptar como base votaciones de carácter nacional, y sin decirlo, el análisis de Pérez Gómez mete la cuchara a favor de la peregrina tesis de Capriles Radonski: que las elecciones del 8 de diciembre próximo serían un plebiscito. Acerca de esto plantea dos escenarios principales, para los que no ofrece ningún valor de probabilidad (aunque dijo que el trabajo era esencialmente cuantitativo): que el oficialismo saque más votos en suma nacional que la oposición, que se dé el resultado inverso. En la sección final del libro de 152 páginas, los describe: «el oficialismo obtiene 15 nuevos municipios para un total de 254 con una mayoría general de 53% del registro electoral equivalente a 5,3 millones de electores», y «la oposición obtiene 20 nuevos municipios con una mayoría general de 51% del registro electoral nacional equivalente a 4,7 millones de electores». Tales cosas, repito, están fundadas en un análisis a nivel de votaciones en municipios de dos elecciones presidenciales, no municipales y ni siquiera regionales.
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Que las elecciones municipales pueden ser muy distintas de las elecciones nacionales, e incluso de las regionales, puede colegirse de las celebradas en 2008. En ese año, la oposición venezolana hizo que el gobierno perdiera terreno en materia de gobernaciones; venía de detentar sólo dos (Nueva Esparta y Zulia) y llegó a conquistar cinco (añadió Carabobo, Miranda y Táchira), para adjudicarse el 21% de las 23 del país. Pero fui el primer sorprendido del resultado a nivel municipal, y de esto dejé constancia en la Carta Semanal #313 de doctorpolítico (27 de noviembre de 2008):
…en contra de lo supuesto por esta publicación—“De hecho, luce probable que en términos porcentuales el avance opositor sea mayor en el ámbito municipal que en el estadal”—las candidaturas de oposición obtuvieron el 26% de las gobernaciones disputadas (tomando a la Alcaldía Metropolitana de Caracas como una), pero sólo el 18% de las alcaldías en juego (58 de 321, incluyendo la ganada por Antonio Ledezma). No hay ni uno solo de los estados del país en el que las opciones opositoras o disidentes ganaran una mayoría de las alcaldías. En Apure, Portuguesa, Sucre, Vargas y Yaracuy (más el Distrito Capital) ni una sola alcaldía recayó en candidatos de oposición o disidentes del chavismo.
Estos hechos están totalmente ausentes del estudio de Pérez Gómez, como también lo están dos importantísimos datos recientes: 1. que se ha registrado—IVAD, entre mayo y julio de 2013—un aumento marcado del segmento no alineado de la opinión nacional, en detrimento de los polos presuntamente plebiscitarios: oficialismo -1,1% para 34,8% de afiliación, oposición -3,4% para 23,2%, independientes (ni-ni, no alineados) +4,5% para ¡42% de afiliación! (ver en este blog A llorar p’al valle); 2. que las dos terceras partes de las candidaturas a alcalde admitidas por el Consejo Nacional Electoral no han sido postuladas ni por el oficialismo ni por la oposición (ver La bipolaridad es curable). Informaciones tan pertinentes como ésas no entran en consideración en los escenarios de Pérez Gómez, cosa que los hace definitivamente irrelevantes.
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Alcancé a escuchar de Eduardo Fernández la confirmación de esa bipolaridad y su adhesión a la lectura de las elecciones del 8 de diciembre como definitivas y cruciales. El 12 de este mes, en entrevista que me hiciera Manuel Felipe Sierra para su espacio en Noticias 24 Radio, dediqué 19 segundos a esta clase de declaraciones:
Análisis – 12 de septiembre de 2013
No usó el término «plebiscito, pero Fernández dijo que el país estaba ante una disyuntiva: la de una implosión por causas principalmente económicas (en lo que tiene razón) y la «construcción serena de una alternativa democrática, una solución pacífica, constitucional, electoral, civilizada, popular». (Seis adjetivos).
Era práctica ritual de muchos economistas venezolanos reunirse en diciembre de cada año durante el segundo período de Caldera—usualmente en el IESA—para echar predicciones sobre la inflación y la tasa de cambio del año siguiente. Los periodistas hacían su agosto, pues cada economista de alguno de estos “paneles de expertos” estaba muy dispuesto a conceder declaraciones. La declaración estándar era algo más o menos como lo siguiente: “Lo que propongo es un verdadero programa económico integral, armónico, coherente y creíble”.
Ya el mero hecho de que tal afirmación se compusiera de un solo sustantivo y cinco adjetivos debía llamar a la sospecha. Pero, por otra parte, una sencilla prueba podía evidenciar que se trataba, en realidad, de una seudoproposición. La prueba consiste, sencillamente, en construir la proposición contraria, la que en este caso rezaría así: “Propongo un falso programa económico desintegrado, inarmónico, incoherente e increíble”. Resulta evidentísimo que nadie en su sano juicio se levantaría en ningún salón a proponer tal desaguisado. Ergo, la proposición original no propone, en realidad, absolutamente nada. (En Consenso bobo).
Lo municipal es muy importante, propuso Fernández, aduciendo que el 19 de abril de 1810 se dio el primer paso hacia nuestra Independencia con un hecho municipal, que habría sido continuado por la enfermedad del centralismo. (Había anunciado que haría algo de historia, en la que «tuvimos—plural mayestático—una participación protagónica». Aludía a su discurso del 5 de julio de 1987—pronunciado «desde la más alta tribuna de la República»—y recordó que entonces había propuesto una «democracia nueva»).
Bueno, como expliqué al comienzo, no pude escuchar todo lo que Fernández dijo, pero mientras lo oía reflexionaba: primero, antes de 1810 ocurrieron las rebeliones de José Leonardo Chirinos y Gual y España, así como la invasión de Miranda; segundo, el acontecimiento municipal del 19 de abril tuvo lugar en el centro, en la ciudad central de la Capitanía General de Venezuela y fue entonces, si se quiere, un hecho político «centralista»; tercero, la Primera República se estableció al año siguiente y los protagonistas de tal cosa no fueron los municipios sino las siete provincias representadas por estrellas en nuestra antigua bandera; cuarto, esa república fracasó en 1812 frente a las tropas de Monteverde, y sólo después de muchos hechos militares, nada municipales, lo republicano vino a estabilizarse en 1830. Oyéndole recordé, naturalmente, el lema de la «democracia nueva»—junto con el autoimpuesto sobrenombre del «Tigre»—de su campaña de 1988, adelantado para superar el «pacto social» de Jaime Lusinchi, otro eslogan que por entonces fenecía. Cuatro años más tarde, Fernández cumplía una promesa: la de ofrecer un «paquete alternativo» a la política económica de Carlos Andrés Pérez, casi unánimente rechazada en el país a las alturas de 1991. Entonces lo propuso, pocos días después de la asonada de Hugo Chávez: «una economía con rostro humano».
Eduardo Fernández presiente el colapso del actual gobierno, a lo que sucedería una nueva elección presidencial, y estima correctamente las carencias políticas de Henrique Capriles Radonski. Con todo derecho, cree que él sería el estadista indicado para aprovechar el hipotético vacío y construir pacientemente una «alternativa democrática y constitucional» etcétera; de aquí su actividad recientemente recrecida. Pero él, como también lo es muchísimo el chavismo, es la democracia vieja.LEA
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Sobre las consabidas ofertas de novedad política, vale la pena considerar esta demostración española (a pantalla completa):
¡MUD, MUD, MUD! Es hora de partir ¡MUD, MUD, MUD! Camino de perder Los partidos bajan desde el terraplén
(Con la melodía de Din, din, din)
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terraplén. (Delfr. terre-plein, y este dellat. terra y planus).1. m. Macizo de tierra con que se rellena un hueco, o que se levanta para hacer una defensa, un camino u otra obra semejante. 2. m. Desnivel con una cierta pendiente.
Diccionario de la Lengua Española
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Un amable y experto amigo obtendría conclusiones muy interesantes en un análisis del lenguaje corporal de los retratados en la fotografía de la hospitalidad copeyana: la mano izquierda volteada de Antonio Ledezma, la torva mirada de Julio Borges, alejada del centro de atención de los demás, el rostro desconfiado de Andrés Velásquez, etcétera. Por cierto, la denominación de Partido Popular para COPEI, aunque reciente, ya no es válida. Se la adoptó para agradecer a José María Aznar su ayuda financiera en tiempos cuando los demócrata-cristianos alemanes recortaban su apoyo, en vista del barranco en que se ha venido ahondando el partido fundado por Rafael Caldera, Q. E. P. D. Pero quien pase con frecuencia por delante de la sede de la urbanización El Bosque (rebasados los restaurantes chinos) habrá notado que, luego de dos apariciones en fachada, una larga y una corta (según la facción que controlara la proverbial botella vacía), ha vuelto a decirse en el muro delantero que allí funciona un partido social cristiano.
El partido COPEI fue el primero en realizar un congreso ideológico; luego lo celebrarían Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo (en ocasión cuando Diosdado Cabello lo proponía también para el Movimiento Quinta República, predecesor del Partido Socialista Unido de Venezuela). Se celebraría en octubre de 1986, en las instalaciones del Hotel Ávila de Caracas. Algo más de un año antes, el 12 de junio de 1985, Gustavo Tarre Briceño me invitó a almorzar, sabedor ya de que por entonces yo promovía la formación de una organización política que portara un código genético distinto de los partidos convencionales. Allí me planteó, en su nombre y el de Eduardo Fernández, que participara activamente en la preparación del congreso:
Por lo que respecta al congreso ideológico tuve que declinar, pues Gustavo me había dicho que les hacía falta un nivel intermedio, sociológico, entre un nivel principista y filosófico que estaba confiado a Enrique Pérez Olivares y Arístides Calvani, y un nivel de políticas específicas del que se ocupaban diferentes comisiones. Gustavo creía, y me aseguró que también Eduardo, que yo era el indicado para establecer un “puente” entre esos dos niveles. En esas condiciones, expliqué, lo que se me pedía era involucrarme en algo en lo que yo no creía, puesto que pensaba que la política ya no podía seguir “deduciéndose” a partir de un piso principista y abstracto de principios ideológicos generales. (Krisis: Memorias Prematuras).
Más tarde, escribí Estudio copeyano (19 de junio de 1994). Allí me ocupé más explícitamente de sugerir un patrón de metamorfosis de COPEI que dejara atrás toda pretensión ideológica:
El futuro es plural, el futuro es ramificado. No todas las ramas del futuro de COPEI son desastrosas. Al menos es concebible que, después de una serie tan larga de traspiés y fracasos electorales, COPEI esté dispuesto a la metamorfosis y el aprendizaje. (…) La historia nos muestra, con implacable reiteración, la verdad de la falibilidad humana. No existe en el mundo en ninguna de sus épocas un movimiento político, un régimen o concepto gubernamental exitoso que no fuese luego presa de la entropía, de la tendencia al envejecimiento y el deterioro. (…) Pero también es posible al quehacer humano la metamorfosis de sus organizaciones. (…) Los tiempos del futuro próximo determinarán si COPEI es capaz de aprovechar una nueva oportunidad de transformación o si desaparecerá como importante factor de la actividad política en Venezuela.
Bueno, hoy COPEI está poco menos que desaparecido. En las elecciones del 16 de este mes, este partido obtuvo un total nacional de 227.104 votos, o un poco menos de 2,6% de los votantes.
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Antes de desahuciar por entero a los actores políticos que tanto han contribuido al establecimiento de la democracia en Venezuela y al desarrollo de sus principales instituciones, intenté llamar su atención con dos textos en 2009. El primero, Nacimiento o conversión (4 de junio), comenzó argumentando así:
Observada a distancia clínica, Venezuela presenta la superposición de un proceso oncológico a una condición previa de insuficiencia política. (Médicamente, una insuficiencia cardiaca alude a la enfermedad caracterizada por una deficiencia en el bombeo de la sangre que debe hacer el corazón; una insuficiencia renal a la incapacidad de los riñones de filtrar la sangre como es necesario. Cuando el aparato público de una nación—los poderes públicos a toda escala—no resuelven los problemas públicos, única actividad que justificaría su existencia, puede hablarse con toda propiedad de un caso de insuficiencia política).
La patología política venezolana más preocupante, sin duda, es el chavoma: el proceso canceroso, invasivo y maligno que la amenaza, últimamente de modo acelerado. Es el cuadro clínico más agudo y peligroso. La atención del país se ha concentrado de modo más que natural en este proceso desde que Hugo Chávez llegara al poder en Venezuela. Pero reducido el chavoma, aun por medios clínicos, no quirúrgicos, el cuadro de insuficiencia continuaría manifestándose.
Hay que cambiarlos
La etiología de esa insuficiencia no debe buscarse en una intencionalidad culpable en el político profesional promedio—que a fin de cuentas es un animal de cuarenta y seis cromosomas y, por eso mismo, de cualidad moral equidistante del santo y el felón—sino en su esclerosis paradigmática. Es la impertinencia de los paradigmas políticos prevalecientes, acompañada de una pertinaz resistencia a abandonarlos, la causa, como en casi todas partes del mundo, de nuestra insuficiencia política.
Los miembros más importantes de la constelación de paradigmas que guían la práctica política convencional son el concepto de Realpolitik (política de poder) y la “necesidad” de ubicarse en un punto del continuo cuyos polos son la extrema derecha y la extrema izquierda.
Esto último es lo que cede cada vez más, de modo inexorable. A pesar de la insistencia de Chávez en el socialismo y de los Vargas Llosa en el liberalismo, lo que es tendencia de mayor masa e inercia es el “moderno molde postideológico” (expresión de Tony Blair). Hoy en día pudiera decirse que ser socialista—a lo Bernard-Henri Lévy—no es ser estatista sobre principios marxistas, sino preocuparse por la “anormal” distribución de la riqueza en la mayoría de las regiones de la tierra. Si el buen socialista de antaño fue estatista es porque creía que la estatización era una terapéutica eficaz; el buen socialista de hoy admite al mercado como sistema fundamentalmente natural y a la libre empresa como sistema superior al manejo centralizado de la economía, aunque ambos deban ser objeto de corrección cada cierto tiempo.
En cambio, la idea básica de la Realpolitik, que en el fondo la política no es otra cosa que una lucha por el poder, es más difícil de erradicar, sobre todo en nosotros, que debemos sufrir las obsesiones de un Presidente de la República que lleva esa noción a extremos enervantes. No obstante, para allá va la cosa.
Luego, discutiendo el modo de tratar esa patología, avizoré un posible rol para partidos que hoy se combinan en la Mesa de la Unidad Democrática, la coalición que se opone a Hugo Chávez:
Una cosa así sólo puede provenir de un discurso esencialmente diferente, de una nueva especie de organización política.
Pero esto último puede ser alcanzado de dos maneras. La más radical es la construcción de esa nueva opción desde cero, la inauguración de una asociación política fresca. La otra es la metamorfosis de organizaciones existentes, y en principio ésta sería la ruta más económica. Hasta una entidad tan rayada como la sucursal venezolana de Stanford Bank es apetecible por un banquero de lujo, José María Nogueroles, y seguramente le sacará provecho a su adquisición.
Claro está, esta segunda posibilidad sólo es viable—esto sí una “política realista”—a partir de la disposición de los actuales partidos democráticos a transformarse en especímenes políticos inéditos, y entonces tendrían que autorizar que en ellos se practicara lobotomía frontal e implante de nuevos circuitos conceptuales, en los que venga impreso un paradigma clínico de la política.
Sería necesaria mucha valentía y una elevación grande, en nuestros políticos convencionales, para lograr lo que se necesita a partir de una metamorfosis de lo existente. Pero ¿quién sabe? A lo mejor el aprendizaje de diez años de sobresaltos y desafueros, de ineficacia y de fracaso, ha puesto las conciencias políticas a punto de caramelo.
Todavía trataría de despertar las conciencias partidistas dos meses después, el 13 de agosto de 2009, con el artículo Bomba de fusión. El procedimiento de este trabajo fue comparar puntos en dos documentos provenientes de partidos distintos y encontrarlos sustancialmente idénticos, para identificar después las fuentes: el «Decálogo del militante copeyano» (23 de junio de 2009), redactado por Eduardo Fernández y «Democracia Social, Bases Ideológicas del Partido Un Nuevo Tiempo» (7 de abril de 2008). Hecha la constatación de similaridad, me atreví a sugerir:
En el seno del socialcristianismo venezolano ha habitado por largo tiempo la añoranza de la reunificación. Tal vez—han creído unos cuantos, en alguna misa campal que se dijera en el amigable jardín del IFEDEC en Boleíta Norte—pudiera descender en lenguas de fuego el Espíritu Santo sobre los cráneos de Luis Ignacio Planas, Henrique Salas, Julio Borges y Juan José Caldera y suscitar la unificación de COPEI, Proyecto Venezuela, Primero Justicia y lo que haya podido quedar de Convergencia. Mucho sabría agradecerlo la Fundación Konrad Adenauer.
En verdad, si se examina el documento doctrinario de Primero Justicia (construido sobre texto original de Julio Borges), tampoco es posible encontrar en él diferencia alguna sustancial con los postulados copeyanos. Otra vez, dicen lo mismo.
Pero la renuencia a esta reunión familiar es grande. Tal vez sea más fácil una primera unión entre exponentes de la democracia cristiana y la socialdemocracia—¡perdón, la democracia social!—visto que no guardan entre sí diferencias ideológicas insalvables y, por lo contrario, tienen muy numerosas coincidencias. Si, como postula cada una de esas fuerzas con tenacidad, lo ideológico es lo más importante de un partido, ¿no sería una carambola de bola a bola, no estaría de anteojito una conjugación de un partido de la democracia social con uno de la democracia cristiana que se alimenten, en el fondo, de una misma formulación ideológica?
La unión, no la unidad
En la escena corporativa los mergers (fusiones) son expediente cotidiano, enteramente habitual. Exxon y Mobil, Pfizer y Warner-Lambert, Bell Atlantic y GTE, AOL y Time Warner, Boeing y McDonnell Douglas, Sandoz y Ciba-Geigy, Citicorp y Travelers Group, JP Morgan Chase y Bank One Corp., BP y Amoco, Deutsche Bank y Bankers Trust y, para no hacer esta enumeración interminable, un larguísimo etcétera, eran entidades separadas que luego de su fusión fueron sólo una, a pesar de que todas tenían culturas corporativas bastante distintas. Supieron superar y absorber sus diferencias en procura de un propósito mayor.
Se nos pone que pudiera formarse una bola de nieve si se comenzara por la fusión de COPEI y Un Nuevo Tiempo. Al inicio percibimos que sus planteamientos ideológicos dicen las mismas cosas. ¿Qué explicación seria pudieran ofrecerle al país para que, en momentos tan menguados y peligrosos como los actuales, insistieran en seguir caminos separados?
Dijo Rómulo Betancourt en su último discurso público, en el partido que fundó, antes de morir: “Puede llegar el momento en que nosotros [debamos]… plantearnos la necesidad de un gobierno de concentración nacional, en el cual estén representados los dos partidos de mayor auditorio en la Nación…”
En apresurado regreso al realismo, sin embargo, cerré el trabajo con una salvedad:
Resulta obvio que el camino sugerido aquí es de difícil realización, y es innecesario enumerar los obstáculos que surgirían—protagonismos, preferencia por cabeza de ratón sobre cola de león, historia de disgustos interpersonales—, pero la hora lo exige. Fue Nelson Mandela quien dijera, en tiempos aun más duros: “Siempre parece imposible hasta que se hace”. (It always seems impossible until it’s done).
La hora lo exige, y es de temer que la benéfica iniciativa de la Mesa de Unidad no sea suficiente ante el avasallamiento político más procaz y ventajista que el país haya visto. El 4 de junio de este año se escribía aquí (#334): “Sería necesaria mucha valentía y una elevación grande, en nuestros políticos convencionales, para lograr lo que se necesita a partir de una metamorfosis de lo existente. Pero ¿quién sabe? A lo mejor el aprendizaje de diez años de sobresaltos y desafueros, de ineficacia y de fracaso, ha puesto las conciencias políticas a punto de caramelo”.
Quien sea lector habitual de esta carta sabe que desde ella se ha predicado la emergencia de una nueva especie política: una organización transideológica—post-ideológica, diría Tony Blair—de código genético distinto al de un partido convencional. Pareciera entonces un contrasentido que ahora proponga la fusión de dos raíces ideológicas diferentes. No es tal; en la conjugación de estos componentes diversos pero afines puede estar la mayor facilidad, precisamente, para dejar atrás lo ideológico y asumir un paradigma clínico de la política.
También, la fusión sugerida sería una sorpresa política de marca mayor, y ya es hora de que las sorpresas dejen de ser monopolio del gobierno que nos invade y atropella.
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Si ahora hay, luego del descalabro del 16 de diciembre que siguió al fracaso del 7 de octubre, llamados al examen de conciencia—Ramón Guillermo Aveledo: “Todos los partidos tienen que reflexionar, es nuestra obligación”—, sería lo serio que la Mesa de la Unidad Democrática abriera una instancia de pensamiento concienzudo, que no esté limitado por las cajas perceptuales acostumbradas. El examen debe ser radical, pues la cosa no es la de meramente verificar el nivel táctico o procedimental. Es necesaria una lógica de presupuesto de base cero:
Fue bajo el Secretario de Defensa de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, el genio ejecutivo Robert Strange McNamara, que se introdujera el concepto de “presupuesto de base cero” (zero-base budgeting) al seno de la administración pública de los Estados Unidos. Formaba parte de un conjunto de métodos para la planificación y la toma de decisiones que Charles Hitch, el Contralor del Departamento de Defensa, instauró bajo instrucciones de McNamara. (PPBS, Programming, Planning and Budgeting System. Johnson ordenó su extensión al resto de la administración federal). Era algo así como lo siguiente: el comandante de la Sexta Flota llegaba al Departamento de Defensa para entrevistarse con el jefe, a quien decía como estaba acostumbrado: “Señor Secretario: he aquí el presupuesto de la Sexta Flota para 1961. El incremento respecto del año anterior es de sólo siete por ciento. Permítame explicar esa diferencia”. Pero McNamara interrumpía y contestaba: “No, Almirante. Lo que necesito que me explique en su integridad es todo el gasto de la Sexta Flota. Quiero que me lo justifique por entero, desde cero. Podemos empezar por esto: ¿para qué se necesita la Sexta Flota? ¿No podríamos obtener lo que ella logra con algo distinto y mejor?”
Zero-base. Back to basics. Square one. El ABC, la cartilla. Por ese procedimiento, McNamara forzaba a toda unidad significativa del aparato militar estadounidense a reflexionar sobre su propia existencia. Y ésa es la misma pregunta que la Nación debe hacerle a la política. Inocentemente, frescamente ¿para qué es necesaria la política? (Política elemental, 1º de febrero de 2007).
Es hasta ese nivel elemental que una reflexión responsable de la Mesa de la Unidad Democrática debiera llegar. Ella, y los partidos que la componen, deben saber que su esencia ha sido sobrepasada por los hechos, que si no emprenden una metamorfosis radical, creadora de una organización política cualitativamente distinta, se verán reducidos a la insignificancia. En particular, una reflexión de esa clase debe prohibirse a sí misma que su propósito sea la derrota de Hugo Chávez y el chavismo. Tiene que definirse con fines que tendrían sentido aun si Chávez no hubiera existido. (El 23 de los corrientes, en un artículo mayormente lúcido en El Nuevo País—Los resultados del 16D—, Henry Ramos Allup reitera el error de óptica, la falla de origen de la MUD: «Las dos derrotas electorales sufridas por la Oposición hay que analizarlas con responsabilidad, lo cual supone apartar explicaciones acomodaticias o dirigidas a echarle la culpa al otro, no importa a quien perjudique si nos lleva al objetivo de derrotar al Gobierno»).
………
Cuando se dibujaba, en febrero de 1985, una organización política de otra especie, proveniente de una mutación conceptual, de una revolución mental—“…la actual crisis política venezolana no es una que vaya a ser resuelta sin una catástrofe mental que comience por una sustitución radical de las ideas y concepciones de lo político»—, se explicaba acerca de su composición:
Los miembros de la Sociedad Política de Venezuela serán todas aquellas personas que manifiesten el deseo de serlo, conozcan su normativa y consientan en acatarla. En particular, no obstará para ser miembro de la Sociedad Política de Venezuela que una persona sea miembro de algún partido, del mismo modo que no se impedirá la entrada por razones de religión, sexo, raza, edad o cualquier otro criterio similar. Las ideologías son expresión de valores como lo son las posturas religiosas. Las diferencias ideológicas y prácticas entre los partidos venezolanos se han ido atenuando hasta el punto de que constituyen ofertas poco distinguibles, fenómeno que conocen y comentan aun algunos líderes de tales organizaciones. (Proyecto: La Sociedad Política de Venezuela, 8 de febrero de 1985).
Más adelante (7 de mayo de 1985), tuve oportunidad de comentar en notas al proyecto de febrero:
Por último, participo del criterio expuesto por Diego Bautista Urbaneja en uno de sus recientes artículos: estamos en deuda con los actores políticos tradicionales. De mis notas al trabajo de febrero, la número 18 dice así:
“18. Los actores políticos tradicionales, por supuesto, han aportado muy importantes y beneficiosas transformaciones al desarrollo político nacional. Para empezar, la implantación misma de las más elementales nociones del juego democrático. Nuestro análisis no descalifica a los partidos tradicionales por un inventario de su actual negatividad, sino por la insuficiencia de su positividad. Sin embargo, es posible encontrar dentro de los planteamientos que circulan por los partidos venezolanos algunas ideas positivas, sobre todo ahora cuando han sentido la presión de la desfavorable opinión pública sobre ellos”.
Por esto creo que nuevamente debe intentarse que los actores políticos tradicionales den un salto, se aproximen a un nuevo paradigma, introduzcan cambios netos significativos.
La deliberación constructiva que propongo debe partir de esta premisa: cualquier intento de preservar el modelo federativo de la MUD estará condenado al fracaso. La gente de AD, Primero Justicia, COPEI, Un Nuevo Tiempo, etcétera, deberá entender que estos partidos deben desaparecer para dar origen a una organización radicalmente novedosa; la propia Mesa de la Unidad Democrática, por tanto, dejaría de existir, al no quedar nadie que federar.
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El día que debió acabarse el mundo escribí en este blog: «…por última vez recomendaré esta Navidad, a los partidos (…), un curso de acción que aproveche la considerable experiencia política de sus muchos dirigentes buenos».
La experiencia es útil (clic amplía)
En efecto, creo que las formaciones agrupadas en la MUD acumulan un considerable capital de experiencia y vocación política. Pero ese capital está encarnado en personas concretas; son ellas y no las organizaciones lo que hay que preservar. Quien escribe respeta y aprecia, por ejemplo, la sabiduría que se expresa en la serenidad y el tino diplomático de Ramón Guillermo Aveledo, la sinceridad de Henry Ramos Allup, el compromiso con la verdad de Eduardo Fernández, la valentía democrática de Julio Borges, la bondad de Henri Falcón o la seriedad de Arístides Hospedales.
Pero todos ellos están atados por las cadenas ideológicas, y por la superstición de que lo único posible es la lucha por el poder. A ellos les propongo que se fajen a construir una organización transideológica, diseñada más allá y por encima de Chávez, dedicada a la suprema labor política: la de resolver, del modo más responsable posible, los problemas públicos del país y sus divisiones territoriales. Pudiera ser su propósito el siguiente:
La Asociación tiene por objeto facilitar la emergencia de actores idóneos para un mejor desempeño de las funciones públicas y el de llevar a cabo operaciones que transformen la estructura y la dinámica de los procesos públicos nacionales a fin de: 1. Contribuir al enriquecimiento de la cultura y capacidad ciudadana del público en general y especialmente de personas con vocación pública; 2. Procurar la modernización y profesionalización del proceso de formación de las políticas públicas; 3. Estimular un acrecentamiento de la democracia en dirección de límites que la tecnología le permite; 4. Aumentar la significación y la participación de la sociedad venezolana en los nuevos procesos civilizatorios del mundo. (Proyecto de Acta Constitutiva de la Sociedad Política de Venezuela).
En esos fines no hay nada ideológico; tampoco se trata de una intención antipolítica. Por lo contrario, hay en ellos la voluntad de hacer la política que hoy es posible; no se trata de no hacer política, sino de hacerla bien hecha. Esto es una tarea separada de las decisiones que deben atender la actual coyuntura, que lleva entre otras cosas el germen de una nueva elección presidencial. Ya en Lo que hay que hacer (2 de abril de 2009), distinguía el problema de una organización de futuro de «la lidia cotidiana con el atropello gubernamental, la necesidad de contenerlo»:
Es desarrollo conceptual fundamentalmente venezolano que el nuevo paradigma político, que sustituirá al prevaleciente, es de carácter clínico, y su aceptación está a punto, pues se percibe con claridad una reciente y creciente emergencia de su postulado fundamental y sencillo: que la Política sólo cobra sentido como el oficio de resolver los problemas de carácter público.
Pero la expresión efectiva de un paradigma político se lleva a cabo mediante el vehículo de una organización que lo practique y difunda. Es la construcción de una organización que porte y difunda ese paradigma la tarea política más importante del nivel estratégico.
Por mencionar un caso especialmente auspicioso de activo diseño, en la actualidad progresa, en labor de ingeniería genética, el desarrollo de una opción para la organización requerida. Las siguientes son algunas entre las hipótesis fundamentales que guían este desarrollo:
1. La organización no es un partido político convencional definido por una ideología, ni nace para oponerse o desplazar a los partidos. Se rige por una metodología y pueden pertenecer a ella miembros de partidos.
2. La organización no lo es de organizaciones, sino de ciudadanos.
3. La organización no se define como instrumento de la “comunidad opositora”, y su apelación universal pretende ayudar a subsanar el problema de un país dividido.
4. La misión fundamental de la organización es de la elevar la cultura política de la ciudadanía en general, y la de formar a personas con vocación pública en el arte de resolver problemas de carácter público, esto es, en Política.
5. La organización establecerá una unidad de desarrollo de políticas públicas (think tank), a ser sometidas a la consulta más amplia posible.
6. La organización facilitará la emergencia de actores idóneos para el ejercicio de las funciones públicas.
Cuando eso se escribiera, parecía que hablaba en serio un importante político venezolano que llegara a la conclusión de que con las organizaciones de la MUD, con ella misma, «no se iba p’al baile». Luego quiso crear una nueva organización política con «gente nueva», como ¡Luis Miquilena!
Cumplo de esta manera mi ofrecimiento de un aguinaldo a la MUD, habitada por animales políticos con muchas cualidades. Tal vez se nieguen a discutir estas ideas, con la fórmula habitual de considerarlas románticas y decir que así no se hace política. Entonces me ocuparía de emitir clínicamente un parte de desahucio, como anticipo de una definitiva acta de defunción. LEA
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Para descargar esta entrada en formato .pdf: MUD, MUD, MUD
En su única campaña por la Presidencia de la República, en 1963, Arturo Úslar Pietri presentó como guía central de su oferta lo que llamó «la Venezuela posible». Nunca cesó en esta prédica, que salía de la privilegiada conciencia de un ser renacentista. Seguramente sin saberlo, Asdrúbal Batista hizo, el pasado 25 de mayo, eco— «…el Dr. Asdrúbal Batista había dicho que Venezuela no podía ser un mal país, si había concebido y gestado al eximio prócer de San Juan de Colón», en referencia a Ramón J. Velásquez (Testigo excepcional)—de conclusión expuesta por mí el 17 de mayo de 1996, cuando Úslar cumpliera noventa años de edad enteramente lúcida: «Úslar es Venezuela, y como eso es así es buena Venezuela. Porque un país en el que nace Úslar, en el que vive Úslar, al que regresa Úslar, en el que se queda Úslar prefiriéndolo entre todos los que le ofrecerían patria de inmediato, no puede ser un mal país».
Úslar entendía la Venezuela posible como el resultado de un esfuerzo colectivo en el que, naturalmente, la acción de los diversos liderazgos del país estaría exigida de responsabilidad.
Ahora suenan otros ecos del desafío uslariano. Leopoldo López primero y, pocos días después, Eduardo Fernández en el lanzamiento de su precandidatura presidencial ofrecieron «una Venezuela mejor». (López no ha descartado su participación en las primarias de la Mesa de la Unidad Democrática; con mucha razón, destacó que las normas aprobadas por la MUD sólo exigen para participar en ellas las condiciones requeridas constitucionalmente al Presidente de la República: venezolano por nacimiento, sin otra nacionalidad, mayor de 30 años, de estado seglar, no sometido a condena por sentencia definitivamente firme. Aunque pesa sobre él una inhabilitación, López no ha sido condenado judicialmente. Pero él estuvo en el acto de proclamación de Fernández, en la presentación de su «propuesta». Desde el año 2009 se reúnen ambos en casa de Lewis Pérez, otrora Secretario General de Acción Democrática, con Luis Miquilena—quien estuvo también en el lanzamiento de Fernández—para conformar una «nueva» organización política. En este intercambio han debido coincidir en la frase «una Venezuela mejor», whatever that means).
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El pasado sábado 28 de mayo, en un acto en el estado Lara, Leopoldo López—puede recordarse que en noviembre de 2010 fue allá a firmar un pacto bilateral con Henri Falcón «en defensa de la Constitución», whatever that means—presentó el plan «La mejor Venezuela», diciendo: «Estamos aquí para presentarle a Venezuela la posibilidad de un país distinto, sembrando un movimiento de mujeres y hombres que hoy se comienza a consolidar». Al revelar a los asistentes que «existe otro rostro de Nación», anunció con la mayor seriedad: «La decisión que hemos tomado es construir esa Venezuela». (Entre los aspectos fundamentales del «plan», dice El Universal, «mencionó la necesidad de reducir el número de fallecidos por la inseguridad y reformar las policías del país. ‘Se necesita una posición firme para depurar los cuerpos policiales… y llenar las calles de más policías’. Dijo asimismo que es imperioso hacer reformas profundas que necesitan el sistema de justicia y el carcelario del país. El sistema de salud y la educación en el país también forman parte de este plan. ‘No se debe asumir sólo la masificación de los servicios sino también de la calidad… ésta es una deuda histórica que tenemos con el país’… Encomendándose a la Divina Pastora culminó su discurso pidiendo ‘fuerza y fe’ para Venezuela»).
López en el acto de Fernández (clic para ampliar)
Por lo que atañe al viejo «tigre»— «el tigre come por lo ligero», le aconsejaba Luis Alberto Machado en 1988—, se limitó a reconocer a los jóvenes del país: “Quiero decirles que ustedes tienen derecho a vivir en una Venezuela mejor”. En verdad, su propuesta programática fue bautizada así: «Venezuela 2013 – La explosión del crecimiento».
Ya esta denominación retrotrae a los años cincuenta, cuando la comunidad planetaria de los economistas prescribía el crecimiento económico antes de que se acuñara y popularizara la más inclusiva idea de desarrollo. (Por ejemplo, Walt Whitman Rostow: El proceso de crecimiento económico, de 1952, y Las etapas del crecimiento económico, de 1959).
Una explicación oficial de la propuesta de Fernández—Teatro del Colegio Santa Rosa de Lima, sábado 4 de junio—vino en nota de prensa de IFEDEC, la institución que preside, del 26 de mayo, a raíz de reciente visita suya al estado Bolívar:
…enumeró los cinco puntos especiales que enmarca el proyecto de país “Venezuela 2013”, a saber, en primer lugar el fortalecimiento de la democracia, profundizando la descentralización e independencia y economía del poder público. Reactivación de la economía, generando inversiones del sector público y privado. Superación de la pobreza, promoviendo educación de calidad. Cambios culturales, erradicando la dependencia exagerada del estado e impulsando la producción y la productividad.
Y por último, pero no menos importante, el cambio ético.“Ha habido un problema muy serio desde el punto de vista de los valores y el culto a la muerte. En este sentido, esperamos que el próximo Gobierno haga un esfuerzo por fortalecer los valores de la vida, de la rectitud, de la solidaridad social y el amor, ya que en el país hay una crisis de desamor”.
El amoroso tigre se ofrece a resolverla. Uno de los más notorios asistentes al acto de lanzamiento de la candidatura Fernández fue Enrique Mendoza, quien lo enfrentara en 1997 cuando entonces promovía la funesta candidatura de Irene Sáez. Noticias 24 reportó su opinión acerca del acto del sábado pasado: «Enrique Mendoza expresó su satisfacción por el contenido carismático del discurso». Se trata de una evaluación muy apreciada por Fernández, quien sugirió sibilinamente a la revista Campaigns & Elections (marzo de 2011): «…quien sea candidato debe de ser alguien que pueda llenar esos valores y, si consideramos a alguien que combinara el carisma de Kennedy y la sabiduría de Mandela, sería ideal”.
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Un candidato a la Presidencia de la República no puede prometer una Venezuela mejor. A lo sumo, puede prometer un mejor gobierno. Es un error fundamental y extenso—no sólo lo admiten prácticamente todos los políticos, sin también muchísimos ciudadanos—creer que un presidente es el jefe del país. Hugo Chávez se entiende así, por supuesto, pero no es el único. Durante la campaña de 1998, fue frecuente la aparición de Henrique Salas Römer en Primer Plano, el programa que conducía Marcel Granier. En una de sus comparecencias, mientras argumentaba que la elección de 1998 sería crucial—tenía razón—, soltó esta frase para aludirse a sí mismo: «…porque aquel que pretenda gobernar sobre un país…» Esta idea de que se gobierna sobre un país es pretensión muy equivocada. No se gobierna sobre un país, se gobierna para un país.
Los argentinos tienen un uso peor que el de Presidente de la República; allá dicen Presidente de la Nación. Pero quien ejerce la primera de las magistraturas no preside la nación, ni siquiera la república; preside el gobierno nacional, la rama ejecutiva del poder público nacional. No puede, por tanto, ofrecer algo que sólo la república entera, la Nación misma es la llamada a producir. No es el gobierno, ni siquiera el Estado completo, quien puede lograr una Venezuela mejor.
Por lo demás, prometer una Venezuela mejor es una perogrullada, una seudoproposición. ¿Cómo podría uno oponerse a esa noción? Habría que ponerse en pie y pedir la palabra para vender la idea de una Venezuela peor. ¿Quién de los competidores de Fernández querrá proponer el debilitamiento de la democracia, la desactivación de la economía, la desinversión, una educación sin calidad y la capitulación ante la pobreza? ¿Quien de los que quieren competir con López propondrá «aumentar el número de fallecidos por la inseguridad»?
Si no somos capaces de desenmascarar y repudiar discursos tan perogrullescos, lo que vamos a tener es una Venezuela bastante peor. LEA
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