Sin palabras
Gracias a Luis Antero Moreno
Gracias a Luis Antero Moreno
Vemos políticos indecisos que se las dan de resueltos estadistas, y a la «fuente autorizada» que atribuye su falta de información a «imponderables de la situación». Es ilimitado el número de funcionarios públicos que son indolentes e insolentes; de jefes militares cuya enardecida retórica queda desmentida por su apocado comportamiento, y de gobernadores cuyo innato servilismo les impide gobernar realmente. En nuestra sofisticación, nos encogemos virtualmente de hombros ante el clérigo inmoral, el juez corrompido, el abogado incoherente, el escritor que no sabe escribir y el profesor de inglés que no sabe pronunciar. En las Universidades vemos anuncios redactados por administradores cuyos propios escritos administrativos resultan lamentablemente confusos, y lecciones dadas con voz que es un puro zumbido por inaudibles e incomprensibles profesores. (…) En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia.
Peter Laurence – Raymond Hull
El Principio de Peter
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We can sail, we can sail with the Orinoco Flow. We can sail, we can sail.
Enya
Orinoco Flow
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Trece ministerios eran suficientes para la Administración Pública en Venezuela al inicio de su período democrático, en 1959: Relaciones Interiores, Relaciones Exteriores, Defensa, Hacienda, Fomento, Obras Públicas, Educación Nacional, Justicia, Minas e Hidrocarburos, Trabajo, Comunicaciones, Agricultura y Cría, Sanidad y Asistencia Social. (Más la Secretaría de la Presidencia, que entonces no era un ministerio—Carlos Andrés Pérez la elevaría a ese rango en su primer gobierno—, y cuatro «oficinas centrales» adscritas a la Presidencia de la República: la de Coordinación y Planificación, la de Presupuesto, la de Personal y la de Estadística e Informática). Ahora es Hugo Chávez el jefe de un gabinete de 31 ministros.
Este crecimiento tumoral no le es enteramente atribuible. Su antecesor, Rafael Caldera, ya contó con 27 ministros en su segundo período, así que Chávez sólo ha añadido cuatro, aunque cambiándoles el nombre a todos, naturalmente. (Un viejo consejo gerencial recomienda no tener más de una docena de subalternos que reporten directamente a un jefe, so pena de sobrecargarlo).
Nunca dejó de operar un prurito reorganizador de la Administración Pública en los gobiernos precedentes de la democracia. Al comienzo, Rómulo Betancourt estableció la Comisión de Administración Pública, que confió al economista Héctor Atilio Pujol, con el propósito de reformar y modernizar la organización del Poder Ejecutivo Nacional. Esa antecesora de la COPRE (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado) trabajó, primeramente, con una estrategia de cambio en los sistemas y procedimientos de la administración: «¿Hay un problema con la cedulación? ¿Cuántas taquillas hay en la ONIDEX (Oficina Nacional de Identificación y Extranjería) de El Silencio? ¿Cinco? Pongamos ocho. ¿Se están robando los reales? ¿Cuántas copias se hace de un punto de cuenta? ¿Tres? Para controlar mejor generemos ahora el original, la copia blanca, la copia amarilla, la copia rosada, la copia verde…» La velocidad de cambio del aparato administrador público era, por supuesto, bastante mayor que la de una oficina que dibujaba diagramas de flujo en un intento de mantenerlo bajo control. Hasta que llegó Allan Randolph (Randy) Brewer-Carías a presidir la Comisión de Administración Pública.
Caldera había ganado por primera vez la elección presidencial y él, abogado latinoamericano, socialcristiano, deductivista, nombró a Brewer—como él abogado latinoamericano, socialcristiano y deductivista, y quien nunca había sido expuesto a una situación organizativa más compleja que un consejo de la Escuela de Derecho de la Universidad Central de Venezuela o manejado más personal que la secretaria de su Instituto de Derecho Público—para que presidiera el órgano de la reforma del Estado.
Donde antes Pujol había puesto curitas y paños calientes, ahora Brewer pretendió reformar absolutamente todo: desde la Corte Suprema de Justicia hasta el Concejo Municipal de Humocaro Alto, pasando por todos los ministerios, todos los institutos autónomos y todas las empresas del Estado. La CAP produjo bajo su guía dos tomos de más de quinientas páginas cada uno, empastados en cubierta dura azul y amarillo—sin rojo; todavía faltaba mucho para la Batalla de la Cachucha—, con las especificaciones para cambiar hasta el último resquicio del Estado.
Alguna vez comenté al propio Brewer este contraste entre él y Pujol, y apunté que no había en el país capacidad gerencial suficiente como para acometer tal cantidad de cambio, y que si llegare a haberla—mediante la contratación, por ejemplo, de Henry Kissinger, Robert McNamara, Peter Drucker y Lee Iacocca—, la intervención de un fornido atleta para trepanar su cráneo, resecarle medio pulmón, reducirle fracturas de costillas, extraerle la vesícula, colocarle una válvula mitral, suturarle úlceras gastroduodenales y circuncidarlo simultáneamente, crearía tal cantidad de trauma que, en cuanto se le destripase una espinilla en la nariz, moriría de shock irremediablemente. Creí que entendería al recomendarle una estrategia de radicalismo selectivo (Yehezkel Dror), para escoger unos pocos puntos estratégicos en el aparato del Estado y en ellos practicar una reforma a fondo. Si la cosa resultaba, entonces pudiera considerarse la extrapolación del esfuerzo a otras dependencias. Las ciencias sociales, le dije, son demasiado incipientes como para permitirse la arrogancia de un cambio omnicomprensivo. Me escuchó con gran atención y, después de considerar mi exposición como «muy interesante», extrajo de su maletín veinte hojas anotadas en papel tamaño extra oficio; ellas contenían tan sólo el índice de una ponencia sobre reforma del Estado que debían discutir los miembros del Grupo Santa Lucía en intervenciones de tres minutos per cápita durante una sesión de media mañana. Había perdido mi tiempo.
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Aun así, Brewer ha sido superado con creces por la voracidad de la revolución «bolivariana», pero antes ya era mucho mayor el problema que llevó a Jaime Lusinchi a crear otro órgano para la reforma del Estado, la difunta COPRE. En ocasión de que Lusinchi contestara a las Comisiones del Congreso de la República que fueron a participarle la instalación del período legislativo de 1985, el entonces Presidente de la República confesó: “…el Estado casi se nos está yendo de las manos”. Era como si el piloto de un gran avión de pasajeros saliese de su cabina para anunciar a los pasajeros de primera clase (los senadores y diputados) que el aeroplano no respondía a los mandos. (Pudiera ser que una mayor tendencia a la candidez fuese característica de los presidentes de Acción Democrática. En 1975, Carlos Andrés Pérez confesaba a los periodistas que no había sido posible dar a luz el documento contentivo del V Plan de la Nación por cuanto, a pesar de que él había convocado por tres veces a su discusión ¡los ministros no habían leído el documento!) Sin embargo, más tarde no le gustaba a Lusinchi lo que hacía la comisión que él mismo creara, a la que regañó advirtiéndole que era sólo “una comisión asesora y no una comisión promotora». (El 6 de junio de 1986).
La capacidad de gestión de los colaboradores del presidente Chávez tiene una magnitud finita, más bien escasa. No sólo es que muchos son más capaces en la fabricación de discursos ideologizados y aduladores cuadres con el jefe que en la gerencia pública, sino que la agresividad de clase del propio Jefe del Estado aliena y excluye a muchos entre los mejores talentos ejecutivos de la Nación. Gustavo Antonio Marturet, de serle ofrecida, no le aceptaría a Chávez la Presidencia del Banco Central de Venezuela.
A pesar de esta circunstancia, el gobierno «revolucionario» que sufrimos desde 1999 insiste en complicarse la vida. Cada estatización es un nuevo punto de decisión y supervisión, cada nuevo programa un nuevo dolor de cabeza. Para demostrar que habla en serio cuando nos anuncia el «socialismo del siglo XXI», ha expropiado más de un millar de empresas privadas en lo que lleva de dominación. Pero no todo es predicado desde la doctrina; luego de su tercer triunfo electoral, a comienzos de 2007, Chávez explicaba en Brasil a sus colegas del subcontinente que tenía que expropiar a la telefónica nacional porque le estaban grabando las conversaciones. (No hay necesidad de poseer la CANTV para espiarlo, y cuando esa empresa era pública, antes de la privatización de Pérez, grababa las conversaciones de Luis Herrera Campíns).
El resultado del apetito controlador de Hugo Chávez es una administración pública elefantiásica, cancerosa, recrecida sin necesidad… e ineficiente. Es imposible manejarla razonablemente bien porque los pocos ejecutivos medianamente capaces de los que dispone están sobrecargados. Una burocracia enorme obstaculiza el mejor desempeño de la sociedad y su economía, a pesar de algunas mejoras puntuales. CADIVI y SENCAMER se ocupan de que producir sea cada vez más difícil y costoso. Pregunte a cualquier industrial, incluso a los simpatizantes del oficialismo.
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Más allá de su invasividad, la revolución chavista es, por encima de todo, un discurso altisonante e inconsistente. En 1999 Chávez anunciaba un esquema de desarrollo «pentapolar» que ya nadie recuerda—¿lo recordará él mismo?—, y uno de sus componentes era la construcción del «Eje Orinoco-Apure». Ahora le ha recortado a ese proyecto grandilocuente 1.025 kilómetros, al reducirlo al más modesto «Eje Orinoco» que acaba de anunciar en actos de campaña en el estado Bolívar.
Lo sustancial de este anuncio es la adjudicación por PDVSA de 10% de las acciones de Petropiar a la emproblemada Corporación Venezolana de Guayana; en febrero, el presidente Chávez había indicado que exactamente la misma participación sería poseída por la empresa del grupo chino CITIC, así que a comienzos de año podía hablarse con propiedad del «Eje Orinoco-Yangtsé». Para cargar más peso a las exigidas finanzas de PDVSA, ésta adelantará de una vez, según anuncio presidencial, mil millones de dólares a SIDOR, pues el desarrollo en la Faja del Orinoco, que supuestamente pondrá la producción petrolera venezolana en tres y medio millones de barriles diarios para la Navidad, requeriría 1.200.000 toneladas de acero por año en el próximo quinquenio, para un gasto total de US$ 3.600 millones por este solo concepto. Además de todo lo que ya hace, PDVSA es ahora el salvavidas de la CVG.
¿Cuándo duerme Rafael Ramírez? ¿Habrán llegado él y su jefe a su nivel de incompetencia? ¿Será por eso que se produjo una explosión mortal en Amuay? Un estudio de 2011 sobre la seguridad industrial en la Faja del Orinoco, más precisamente en la Gerencia de Servicios Eléctricos de la División Ayacucho, encontró que 74% del personal no ha participado en comités de seguridad. Que se cuiden los obreros de Guayana del eje chucuto. LEA
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