por Luis Enrique Alcalá | Abr 9, 2012 | Argumentos, Historia, Política |
Dos días después de la visita que reseño en esta entrada, llevé impreso su texto al Dr. Velásquez, a quien le gusta que le lea lo que escribo. Al concluir mi lectura le pregunté si había reproducido sus palabras con exactitud. «Sí; ¡fenomenal! Eso fue exactamente lo que dije». «¿Tengo, entonces, su imprimatur?», insistí para asegurarme. «¿Cómo no? ¡Por supuesto!», contestó.
La lucidez intacta en la suave palabra de Velásquez
Con un curioso criterio dogmático en Venezuela se alaba o condena sin términos medios. No se quiere ver la realidad en sus auténticos contornos. Pocos aceptan el hecho de que en cada hombre y en cada situación, la mezcla de lo bueno y lo malo, de lo grandioso y lo ridículo forman el clima natural de la historia. No quiere admitirse todavía por muchas personas el hecho simple de que la vida de los caudillos y los políticos, por la misma razón de serlo, deja de pertenecer a la familia, a la tribu, a la aldea para entregar el examen de sus actos e intenciones al público innumerable.
Ramón J. Velásquez
La caída del liberalismo amarillo
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Nos recibió y nos dio buen café y mejor historia. Fui con José Rafael Revenga y Gonzalo Pérez Petersen a visitarle el 3 de abril, a las dos de la tarde. Antes de legarnos la lección que se había propuesto, se excusó por hacernos ir adonde nos esperaba sentado. «Tengo 96 años», dijo, «y esto trae a los hombres limitaciones; a esto sólo puede oponerse la resignación, pero he vivido un siglo». El énfasis que puso a estas últimas palabras signaba el título de la lección. «De niño fui testigo de dos invasiones del general Peñaloza al Táchira. Lo vi subido a un convertible en compañía del Presidente del estado y su Secretario de Gobierno».
Allí se produjo mi primera intervención infructuosa: «¿Era ese general Peñaloza antepasado del más reciente?» Pero Velásquez, sin hacerme caso, no detuvo su curso; no estaba en plan conversador sino en modo catedrático. Sin solución de continuidad, pasó de las invasiones inconsecuentes de Peñaloza a la muy significativa de la Revolución Liberal Restauradora, lanzada también desde Colombia—dijo la fecha—por Cipriano Castro el 23 de mayo de 1899. El resultado trascendente de este hecho fue la llegada al poder de su compadre, el general Juan Vicente Gómez.
«Gómez partió en dos a Venezuela», dijo, refiriéndose al tajo en la historia del país. «Castro y Gómez vinieron con soldados sin zapatos, pata en el suelo, de barriga al aire. Y la idea de Gómez fue darles botines y camisas. Tras eso vendrían los quepis y las normas, la educación de los militares y el petróleo. También un país unificado. Antes de Gómez, era natural que los andinos desconfiaran de los llaneros y éstos de los primeros; estaban aislados. Gómez se encargó de unir a San Cristóbal y Caracas con la Carretera Trasandina—cinco días se tardaba antes en llegar a Caracas—, y hubo carretera al Oriente y la conexión del Norte de Venezuela con los llanos».
Con la gesticulación de sus manos nos hacía saber que lo que había dicho ya contenía claves para el presente y que seguiría hablando. «Nacieron los partidos del siglo XX, porque los generales López Contreras y Medina Angarita no eran de vocación dictatorial. El Partido Comunista de Gustavo Machado y Salvador de la Plaza, que más tarde se dividiría para dar algo como La Causa R de Andrés Velásquez, o el MAS. Acción Democrática, cuyo origen en Barranquilla y Costa Rica fue la Agrupación Revolucionaria de Izquierda, se dividió en cuatro partes: AD, cuyo nombre se lo dio Rómulo Gallegos, el MIR, el ARS y el partido socialista de Luis Beltrán Prieto: el MEP. COPEI, que vino después de una temprana afirmación de la Iglesia, antes de Rafael Caldera, con la Juventud Católica, también se dividió, cuando su fundador creó un partido nuevo».
Ramón José Velásquez toleró dos o tres comentarios aparentemente informados de nosotros y retomó la narración para, también aparentemente, sólo marcar con algunos hitos el tránsito más reciente. La crisis de Diógenes Escalante, que vivió en primera fila como secretario del enloquecido candidato medinista. El segundo gobierno de Rómulo Betancourt, del que fue pivote principal como Secretario de la Presidencia: «Tuvimos que afrontar conspiraciones mensualmente». Entonces pareció proponernos una adivinanza, al añadir repentinamente: «Pero hay otro partido, muy importante».
J. V. Gómez: «Creo en la Mano Poderosa»
De nuevo, la pausa sugería que podíamos intercalar la respuesta, y pensé que se refería al partido de Medina Angarita y su eco de los años sesenta: el uslarismo. Así que pregunté: «¿El partido medinista?» Eludió contradecirme directamente y dijo, como si yo no hubiera hablado: «Es el partido de los militares», e hizo otra pausa, lapidaria. «Siempre ha estado allí, desde que Gómez calzó, vistió y educó a los soldados. Fíjese que ellos manejaron la crisis de Escalante, entonces con civiles. En una casa no muy lejana de ésta, el Dr. Edmundo Fernández los reunió en 1945—Vargas, López Conde, Pérez Jiménez—con Betancourt y Raúl Leoni. [Revenga, quien entonces era un niño, sabe del asunto porque Fernández era su suegro]. Pero después volvió ese partido a emerger, de nuevo con civiles, para derrocar a Marcos Pérez Jiménez y además uno de los suyos, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, fue candidato presidencial». Terco y desatendido, acoté: «Y cuando usted fue Presidente, conspiraron en su contra».
No se dio por aludido. Venía el remate de una clarísima línea de historia: «Después permitieron los militares un largo período de civiles: Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez y los otros. Y ahora tienen de nuevo directamente el poder, sólo que con un lenguaje del siglo XXI». La tesis no necesitaba ser nombrada: los militares conforman el partido más importante de la historia de Venezuela. El silencio del historiador formó el nuestro durante el minuto que empleó en escrutar nuestros rostros.
Decidí intentar una vez más la introducción de un tema; interpelé al anfitrión: «Y ¿cómo ve la campaña electoral de este año? ¿Qué le parece la candidatura de Capriles?» Creí ver en su boca un frugal esbozo de sonrisa y dijo: «Bueno, yo veo la enfermedad del Presidente. Su cáncer. Él ha dicho que tiene una hija que ha manifestado su interés en el destino del país, y también que piensa adquirir una finca en Barinas, distinta de la de su familia; que desde allí observará algún día los acontecimientos venezolanos. Vamos a ver qué sucede». O sea, ni media palabra sobre los manejos de la Mesa de la Unidad Democrática o la campaña de su candidato. Era como si no fueran términos de la actual ecuación de poder.
Hicimos referencias de aficionado a la única dinastía eficaz de nuestra historia, la de los Monagas, y señalamos que Henrique Salas Römer había establecido una regional en Carabobo—en 2003 lanzaba su precandidatura presidencial, la del «gallo» que era él mismo y, si no, la del «pollo», aludiendo a su hijo—y también mencionamos que Caldera no había sido exitoso en la promoción de su hijo Andrés.
Una hora había volado sin que nos hubiéramos percatado y comenzamos a despedirnos agradecidos. No nos dejó ir sin averiguar antes acerca de un libro mío, para el que ha escrito una generosa nota prologal. Cuando le dije que estaba muy próximo a salir a las librerías, José Rafael prometió: «Vendremos de nuevo, con un ejemplar para usted». Velásquez le tomó la palabra y aseguró haber disfrutado nuestra visita. Gracias, gracias, gracias, repetimos como súbditos de Su Suavidad mientras salíamos.
De sus manos heredamos la historia desnuda y desenredada que quiere legar a Venezuela. Tal vez sus silencios nos dijeron tanto como sus palabras. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Ene 6, 2012 | Argumentos, Política |
Una idea dura más que una estocada
True, This! —
Beneath the rule of men entirely great,
The pen is mightier than the sword. Behold
The arch-enchanters wand! — itself a nothing! —
But taking sorcery from the master-hand
To paralyse the Cæsars, and to strike
The loud earth breathless! — Take away the sword —
States can be saved without it!
Edward Bulwer-Lytton
Richelieu or The Conspiracy
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La pluma es más poderosa que la espada es un tópico literario acuñado por el autor inglés Edward Bulwer-Lytton (The pen is mightier than the sword), como una metonimia para indicar que hace más daño un escrito bien concebido y dirigido contra un punto débil del adversario, que una estocada. Se usa habitualmente para referirse a la primacía de los recursos literarios sobre los militares, o de la inteligencia sobre la fuerza (de un modo similar al refrán castellano más vale maña que fuerza). Aunque la forma de expresarla es original, la idea de que la expresión escrita o, en general, cualquier forma de comunicación, sobrepasa en eficacia a la violencia tiene muchos precedentes. La expresión cuarto poder con el que se compara a la prensa con los tres poderes clásicos del Estado comparte gran parte de ese sentido.
Wikipedia en español
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En mayo de 1998 asistí a una reunión de análisis en el bufete de Humberto Bauder Fontúrvel, donde expuse mi argumentación sobre la conveniencia de la constituyente. Con metáfora informática, dije que el “sistema operativo” del Estado venezolano no funcionaba bien y había que instalar uno nuevo. (No se pasaba de Windows XP o Vista a Windows 7 poniendo remiendos al sistema más antiguo, sino dominándolo con la superposición del nuevo). El “constituyente ordinario” (el Congreso de la República) quedaría excedido en sus facultades, puesto que él mismo era creación de la constitución que había que sustituir enteramente con nuevos conceptos constitucionales. Ante esta declaración, Corina Parisca de Machado, presente en aquella sesión, encontró virtud en el planteamiento, al suponer que “le arrancaría una bandera a Chávez”. Admití ese efecto colateral beneficioso, pero recalqué que la constituyente debía operar aunque Chávez no existiera. De más está decir que si se hubiese seguido ese camino, la constituyente habría sido muy distinta de la que Chávez terminó convocando.
Corina Parisca se convirtió en entusiasta defensora de la noción, y me invitó a exponerla a su esposo, el importante industrial Henrique Machado Zuloaga, poco después de la reunión en el Escritorio Bauder. La Sra. Machado se animó, incluso, a promoverme, al decir a su marido: “Cuando ya 56% de los venezolanos quiere constituyente es hora de abrazarla. Tenemos que ayudar a Luis Enrique, porque no sabemos si lo que detendrá a Chávez es un acorazado, un cuerpo de ejército o un indiecito con una flecha”. Yo era el indiecito; la versión tropical de David, armado únicamente de una honda y una piedra, enfrentado al gigante Goliat.
El asunto quedó pendiente, hasta que llegó una fecha patria no laborable: el 24 de junio de 1998, día de la Batalla de Carabobo. A las 3 de la tarde quedamos convocados, además del suscrito, Pedro Carmona Estanga, José Rafael Revenga, Beatriz De Majo y el encuestador Alfredo Keller para discutir la situación política, en momentos cuando ya se veía con claridad que, de no ocurrir un milagro, Hugo Chávez sería el nuevo Presidente de la República. Entretanto, Salas Römer cabalgaba ese mismo día acompañado de su montonera electoral.
El anfitrión abrió fuegos sintéticamente: mientras Chávez subía en las encuestas, la cotización del bolívar bajaba. La economía rechazaba a Chávez; era preciso diseñar “una campaña inteligente, profunda y con mucho real” para detenerlo. Carmona Estanga añadió indicadores económicos que corroboraban lo dicho por Machado, y entonces los “políticos” presentes presentaron su evaluación.
De Majo dijo que era imposible que la candidatura copeyana de Barbie Sáez repuntara para ganarle a Chávez; Revenga emitió el mismo pronóstico para la candidatura de Alfaro Ucero, que aún estaba vigente. Keller apeló a sus mediciones para pronosticar—¡horror!—que tampoco Salas Römer podría parar el ascenso de Chávez y sería derrotado. Entonces propuso: “Yo auparía a una contrafigura de Chávez que fuera capaz de vencerlo con argumentos, aunque esa persona no vaya a ser candidato”. Keller daba a entender con esta última condición que Salas Römer ya estaba montado en el burro—¿caballo?—y que no convendría improvisar una candidatura de última hora. Al terminar su exposición, clavó en mí su mirada.
Tal vez Alfredo Keller no me diga nunca si pensaba en mi persona como capaz de hacer la tarea que había delineado; lo cierto es que mi tono extraña y escarmentadamente modesto de esa tarde me impuso no postularme para la misión, e intervine por la salida lateral de hablar una vez más acerca de la necesidad de promover un proceso constituyente, lo que no fue atendido por los circunstantes. Por un minuto, se examinó perentoriamente dos posibles contrafiguras que pudieran debatirle a Chávez: Alberto Quirós Corradi y Elías Santana, que no causaron mucho entusiasmo. La proposición de Keller ya no estaba sobre la mesa.
(Del libro Las élites culposas: Memorias imprudentes).
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El trabajo político primario consiste en identificar algún problema público y prescribir el mejor tratamiento posible. El político que ejerce su profesión como un arte de carácter médico no siempre puede aplicar directamente el tratamiento que estima preferible, pero está obligado a formularlo y darlo a conocer públicamente.
Resulta obvio que el más grave de los problemas públicos en Venezuela es la presencia invasiva del chavoma, un proceso político canceroso que puede ser descrito en sus rasgos más sobresalientes del siguiente modo (redacción de diciembre de 2002):
…el gobierno presidido por el ciudadano Hugo Rafael Chávez Frías se ha mostrado evidentemente contrario [a los fines de la prosperidad y la paz de la Nación], al enemistar entre sí a los venezolanos, incitar a la reducción violenta de la disidencia, destruir la economía, desnaturalizar la función militar, establecer asociaciones inconvenientes a la República, emplear recursos públicos para sus propios fines, amedrentar y amenazar a ciudadanos e instituciones, desconocer la autonomía de los poderes públicos e instigar a su desacato, promover persistentemente la violación de los derechos humanos, así como violar de otras maneras y de modo reiterado la Constitución de la República e imponer su voluntad individual de modo absoluto.
Seguramente será el resultado de las elecciones primarias de la Mesa de la Unidad Democrática, previstas para el domingo 12 de febrero, la emergencia de Henrique Capriles Radonski como el candidato presidencial de esa alianza partidista. Aunque en este blog se ha descreído de la capacidad de Capriles para constituirse en contrafigura—you can’t fight somebody with nobody—, no es enteramente imposible que baste para triunfar lo que pudiera ser su oferta central: que su presidencia tendrá como norte principal el alivio responsable de la pobreza y representaría la paz.
Pero es muy probable que el 12 de febrero se eligiera un Salas Römer—otro Henrique y, al decir de Leopoldo Baptista Zuloaga, ese nombre escrito con hache denota gente de real—, y entonces el récipe del Dr. Keller, desatendido en 1998, continuaría siendo muy indicado. En cualquier caso, convendría apoyar a quien pueda hacer la tarea de refutar el discurso de Chávez, a quien se acusa todos los días sin rebatirlo. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Ago 1, 2011 | Música |
El Himno Nacional Argentino se interpretó por primera vez en casa de María Sánchez de Thompson. El pintor chileno Fray Pedro Subercaseaux Errázuriz registró la ocasión para la posteridad.
Hoy cumple años José Rafael Revenga y Gorrondona, mi amigo y profesor. Es un venezolano excepcional, de cultura profunda y diversa, de pasión diversa y profunda. José Rafael completó la carrera de Filosofía en Lovaina, Bélgica, adonde llegó de previos estudios filosóficos y teológicos en Roma, pero antes había probado algo de Ingeniería en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Esto era sólo el inicio de su asombrosa acumulación de conocimiento, el comienzo de su modernidad como pensador, siempre actualizada. Es, por ejemplo, una autoridad en asuntos de Internet—en broma, lo llamo el Negroponte venezolano—, pero también es erudito en polemología y sistemas de armas, docto en procesos internacionales, conocedor de poesía española e inglesa, tangos y pasodobles, de Ernest Hemingway y Juan David García Bacca, su gran amigo, y un certero analista de nuestra política y uno de sus profetas más atinados. Puede hablar en detalle del mundo de las carreras de la Fórmula 1, fue empresario de pistas de go kart—en el legendario terreno de Chuao—, tuvo una de las dos primeras Honda 750 a cuatro cilindros que llegaron a Venezuela—la otra era de su hermano José Luis—, practica el tenis y toma café o vino como si fueran agua, pero no fuma. Hizo labor de responsabilidad social desde la Fundación Creole, el Dividendo Voluntario para la Comunidad y el Instituto para el Desarrollo Económico y Social. Enseñó Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, la Simón Bolívar, la Católica Andrés Bello y la Metropolitana como uno de sus fundadores. Fue como un hijo para Arturo Úslar Pietri y Pedro Grases. Ejerció por diecinueve años la Vicepresidencia Ejecutiva de Venevisión. Forma pareja fructífera, de obra excelente, con Alba Fernández Ron, por quien me consta se derrite.
Este monstruo de la naturaleza es mi amigo y consejero. Lo irritaré certificando que su juego de dominó es peor que el mío (más bien majunche), aunque me supera con creces como cultor del bridge y fabricante de aviones de papel. Tiene grandes agujeros en su cultura musical, que trato de remediar. Por esto la ofrenda que aquí pongo de veintiún archivos de audio, uno por cada uno de sus agostos en ésta su mayoría de edad. Para hacerle la escucha fácil, la compongo con himnos y marchas pues, aun medio sordo, es un patriota intenso. (Su antepasado y homónimo exacto fue Secretario de Simón Bolívar, Cofundador del Correo del Orinoco y su Director, Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores nombrado por el Libertador, Embajador en Madrid y en Londres, Miembro del Consejo de Estado en Bogotá, Diputado, agricultor y ganadero).
PROGRAMA
Porque José Rafael nació en París, he aquí primero que nada La Marsellesa, en la voz de Edith Piaf y, de seguidas, de la ópera Fausto de Charles Gounod el Coro de los soldados—por la Orquesta y Coros de la Ópera de París—, puesto que es guerrero.
Porque José Rafael es gente noble, de la ópera Mlada de Nikolai Rimsky Korsakoff, su Procesión de los Nobles, por la Orquesta Sinfónica de Chicago dirigida por Fritz Reiner.
Porque José Rafael entiende de naciones, tres himnos nacionales en fila: el ABC de Argentina, Brasil y Colombia, nuestro polo y nuestros vecinos. (Banda Marcial Argentina, Banda Marcial y Coro de la Ciudad de Sao Paulo, Banda Marcial de Colombia).
Porque José Rafael es de alma andaluza y, de ser más viejo, habría peleado en la Madre Patria su Guerra Civil del lado republicano reclutado por Albert Camus, el Himno Nacional de España o Marcha Real. La Banda Marcial de la Marina de los Estados Unidos es la ejecutante.
Porque José Rafael tiene a Roma como una de sus segundas casas, el Himno de Italia, L’Inno de Mameli: Fratelli d’Italia. De nuevo, los marinos estadounidenses lo tocan.
Porque para José Rafael la cultura inglesa y su lengua parecieran sus primeras, en sucesión los himnos de Inglaterra—God save the Queen—y de sus hijos, los Estados Unidos. La Orquesta Filarmónica de Londres y su Coro, y la Orquesta Boston Pops, los ejecutan.
Porque José Rafael es planetario, el Himno Nacional de Rusia, cantado por el Coro del Ejército Rojo.
Porque José Rafael es medularmente venezolano, el Himno Nacional de Venezuela, tocado por la Orquesta Municipal de Caracas.
Porque José Rafael es castrense con elegancia, dos marchas militares de Edward Elgar, la primera—Land of hope and glory—y la cuarta del grupo de Pompa y circunstancia. Georg Solti dirige la Orquesta y el Coro de la Filarmónica de Londres.
Porque José Rafael es de temperamento heroico, la Marcha del coronel Bogey, del filme El puente sobre el río Kwai. La Boston Pops se la obsequia.
Porque, simplemente, a José Rafael le encantan las marchas, tres de las mejores de John Philip Sousa: Semper fidelis, Washington Post, Stars and stripes forever. Las dos primeras por la Banda de Campo del Ejército de los Estados Unidos, la tercera por la Boston Pops.
Porque José Rafael es lúdico, la Marcha de los juguetes, de Víctor Herbert, por la Orquesta de Filadelfia que dirige Eugene Ormandy.
Porque José Rafael, repito, es de espíritu gitano, dos pasodobles, que como todos ellos tienen el tiempo binario de las marchas: Silverio Pérez, cantado por Alfredo Sadel, y España cañí, en interpretación de la Orquesta de André Rieu.
Al profesor, al consejero, al amigo y compañero, un feliz cumpleaños. LEA
(Los archivos de audio de esta entrada pueden ser descargados en el Canal de Dr. Político en ivoox).
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