Música hertziana
A Oscar de Jesús, que cumplirá años dentro de 36 días, a Jaime y a la 1ra. Promoción de La Colina
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Ésta es la quincuagésima entrada musical de este blog, y con ella quiero agradecer a la radiofonía y la televisión venezolanas, especialmente a las emisoras del Grupo 1BC, por haberme descubierto la buena música. Debo ayudarme de la memoria y la colección almacenada en los archivos de iTunes en mi computador, y la primera no es tan fiel.
Las piezas que he colocado aquí sonaron primero en mis oídos, principalmente, por la posición de 750 KHz en el dial AM y el Canal 2 de la banda VHF en televisión. No hubo televisión en Venezuela hasta 1952, cuando se estableciera el Canal 5 de la Televisora Nacional. Yo tenía entonces nueve años, y vi una tarde con mi padre su primera transmisión en el botiquín de Cartagena en la urbanización La Campiña, donde ahora se encuentra el edificio sede de PDVSA. Era un breve documental de escena en alguna selva africana, por la que poderosos leones se paseaban majestuosamente. Después vendrían chimpancés—el famoso mono Barrilete—y más tarde la más variada oferta de dos canales adicionales que incluyó deportes y los primeros enlatados.
Pero fue antes, por la radio, cuando por primera vez me cautivara un tema de música culta. A la cesación de la mítica El derecho de nacer, que mi madre oía religiosamente por Radio Caracas, otra radionovela con libreto de Félix B. Caignet, Los ángeles de la calle, se presentaba con un tema hermoso. Claro que los chamos de entonces preferíamos a Tamakún y su carnal Alí Yabor (narrado, con divertida erre fuertemente afrancesada, por Aureliano Alfonzo Barrios: «Donde el dolor desgarre, donde la miserria oprrima, donde la maldad imperre, donde el peligrro amenace… allí estarrá Tamakún, el Vengador Errante»). Pero mis orejas quedaban absortas al comienzo de la segunda radionovela de Caignet—luego me iba a hacer otra cosa—para escuchar el fragmento noble de Júpiter, de la suite Los planetas de Gustav Holst (1874-1934). Alfonzo Barrios fue, por cierto, el narrador de Los ángeles de la calle. Aquí está el gigantesco planeta por la Orquesta Nacional de Francia bajo la batuta de Lorin Maazel. El tema de la radio se inicia a los 2 minutos y 55 segundos de esta grabación.
Júpiter
La marca Radio Caracas no existiría hasta 1935, a la muerte de J. V. Gómez; antes había sido Broadcasting Caracas, y sus siglas radiofónicas eran YV-1BC, que designaban a la primera emisora radial del país. De allí la denominación posterior del grupo que añadiría a Ondas Populares (950 KHz) y, en 1953, a Radio Caracas Televisión. Unos meses antes, el Canal 4 se había establecido como la primera televisora privada del país; su nombre era entonces Televisa, el que luego sería cambiado a Venevisión cuando su licencia fuese adquirida por Diego Cisneros en 1960. El gobierno de Pérez Jiménez eligió de primero, naturalmente, su ubicación en la banda VHF, y tomó el Canal 5 por encontrarse hacia el medio; la sintonización se aseguraba así en las antenas que cada hogar orientaba para captar la banda entera.* En ese tiempo, estudiaba en el Colegio La Salle de La Colina, y quienes teníamos prácticas de laboratorio vespertinas a partir de tercer año de bachillerato (1956) almorzábamos a veces en el comedor de Televisa por valor de dos bolívares; allí aprendimos, con los fibrosos pedazos de carne, el sentido del refrán comparativo: «Más nervioso que bisté de a bolívar». (El Canal 4 había instalado un ring para transmitir la lucha libre, y especulábamos que Dark Buffalo, el imbatible luchador de la estranguladora, era en verdad nuestro profesor, el competente catalán Arturo Mulet Oro, de fuerte contextura, pues la forma de su cabeza se asemejaba a la que el luchador escondía bajo una máscara). También fuimos testigos de la instalación de la enorme antena de RCTV, un poco más arriba de Televisa; antes de erigirse, la gran estructura fue acomodada a lo largo de un tramo de la calle Bella Vista, que desembocaba en la entrada sur del colegio.
Vuelvo a la radio: el 9 de diciembre de 1930, el compositor Carlos Bonnet—Quitapesares, Negra la quiero, El curruchá—, nacido en Villa de Cura, dirigió a la Orquesta de Radio Caracas para la interpretación de la marcha oficial de la estación, la sabrosa Marcha 1BC que él compuso y escuchamos a continuación.
Marcha 1BC
Era mi amigo de infancia, estrecho compinche de barajitas y partidas de béisbol, aviones de plástico y planes de hacer cine, Oscar Álvarez Sylva. Su padre, Oscar Álvarez De Lemos, era ingeniero técnico del Grupo 1BC, y en su casa de La Campiña conocí a Félix Cardona Moreno—Pancho Tiznados y de El Baúl—, Cecilia Martínez y Charles Barry, figuras de RCR y la incipiente RCTV. El cuñado del Sr. Álvarez—hombre éste bondadoso y de eterno buen humor—era Rafael Sylva Moreno, pintor, publicista y director y productor de programas de televisión. Dirigió, por ejemplo, Kit Carson, héroe y cowboy cuyas aventuras transmitía RCTV con producción de McCann-Ericson (La verdad bien dicha). Era este Sylva el mismo del insólito Nuestro Insólito Universo. La cultura sinfónica de Rafael es asombrosa, y con frecuencia determinaba la musicalización de los programas. Así, escogió Fêtes—aquí por Pierre Boulez y la Orquesta de Cleveland—, uno de los Nocturnos orquestales de Claude Debussy (1862-1918), para la presentación de Kit Carson, cuyo anfitrión era Guillermo Rodríguez Blanco (de justa fama por su encarnación del charnequeño Julián Pacheco). Mientras sonaba la sección que se inicia a los 2 minutos y 33 segundos del comienzo de esta versión, Kit se acercaba en una lenta cabalgata hasta un establecimiento en cuyos palos exteriores amarraba el caballo; luego subía unos escalones de madera para abrir una máquina expendedora de refrescos de la que tomaba una botella de Coca-Cola, patrocinadora del programa. (A la sazón, mi padre era Gerente de Administración de la Cervecera Nacional, y encargaba una caja semanal de veinticuatro botellas del refresco que los hermanos Alcalá-Corothie bebíamos ante alguna peripecia del Oeste vaquero).
Fêtes
Hubo programas de radio que fueron transplantados al medio televisivo: Frijolito y Robustiana, El Bachiller y Bartolo, o radionovelas convertidas en telenovelas; precisamente fue la más famosa El derecho de nacer, y Raúl Amundaray fue el Dr. Albertico Limonta que vimos en televisión.
Televisa y RCTV competían en todo: el primer beso abiertamente erótico de la televisión venezolana se lo dieron Henrique Vera Fortique y la despampanante Zoe Ducós—después esposa de Miguel Silvio Sanz, segundo de Pedro Estrada en la temible policía política de Pérez Jiménez: la Seguridad Nacional—, por Televisa. Ni cortos ni perezosos, los libretistas de RCTV ripostaron a la noche siguiente con uno de Luis Salazar y su esposa: Hilda Vera Fortique, hermana del precursor. (Como en la vida real estos últimos eran consortes, su beso fue más largo y convincente; todo un escándalo protestado por el Arzobispado de Caracas. El me-too de RCTV no ganaba en premura, pero lo había hecho en verismo).
Uno de los programas estrella de RCR, y uno de mis favoritos, era El Torneo del Saber, una producción de ARS Publicidad (Permítanos pensar por Ud.), agencia fundada por Carlos Eduardo Frías en sociedad con Arturo Úslar Pietri. El público enviaba preguntas a un cuarteto infalible, compuesto por nada menos que Úslar Pietri, Alejo Carpentier, Miguel Acosta Saignes y Franklin Whaite, encargado de fildear las cuestiones de deporte. (A veces sustituido por Abelardo Raidi; en ocasiones, José Antonio Calcaño hacía la segunda a alguno de los humanistas). Era muy difícil ponchar a esta poderosa batería, pero si ésta no podía contestar alguna pregunta, el remitente recibía por correo certificado la cantidad de cien bolívares. Usualmente, debía conformarse con veinte, pues era raro que la pregunta más difícil no fuera contestada de inmediato. El Torneo del Saber, transplante de la radio, fue el primer programa de concursos de la televisión en Venezuela, y su tema musical era el primero de La gazza ladra, obertura de Gioacchino Rossini (1792-1868). Es el que oímos en la venerable versión de Arturo Toscanini y su Orquesta de la NBC poco antes de los 12 segundos del comienzo, justamente después de los redobles iniciales.
La gazza ladra
Úslar Pietri fue siempre hombre de medios, especialmente de televisión, y Valores Humanos fue desde RCTV una cátedra invalorable de cultura general. El 17 de mayo de 1996, con ocasión de sus noventa años, se publicaba en mi revista referéndum el artículo Noventa años de luz: «Uno era niño cuando ya aprendía de él porque, habiendo sido siempre de la modernidad, Arturo Úslar Pietri estuvo en nuestra primera televisión y así llegó a ser el maestro cimero de una muchedumbre de amigos invisibles. Su inconfundible hablar, sus palabras favoritas, su abundante discurso nos fascinaban, nos paralizaban ante la pantalla porque podía saborearse cada dato, cada certero juicio, cada regalo de luz. ¿Quién entre nosotros, los invisibles, puede decir que no aprendió de él? (…) Úslar es Venezuela, y como eso es así es buena Venezuela. Porque un país en el que nace Úslar, en el que vive Úslar, al que regresa Úslar, en el que se queda Úslar prefiriéndolo entre todos los que le ofrecerían patria de inmediato, no puede ser un mal país. Es un país bueno, y que siempre ha sido su oficio. Es por esto entonces, visible Maestro, que somos mejores, porque Usted se ha ocupado de nosotros». El tema de la primera temporada de Valores Humanos era el de la coda de recapitulación del último movimiento de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, pero luego fue sustituido por el comienzo de Primavera, el primero de los concerti grossi que conocemos como Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi (1678-1741). Aquí está la refrescante música por Ettore Stratta y la Orquesta de Cámara Barroca.
< Primavera
No estoy del todo seguro, pero pudiera haber sido Rafael Sylva quien escogiera la Marcha de El amor de las tres naranjas, de Sergei Prokofiev (1891-1953), para musicalizar la presentación de un apasionante programa que RCTV transmitía, a fines de los cincuenta, los domingos a las nueve de la noche: El Sr. Fiscal (1954-1955). El anunciante del programa era General Motors, y sobre los acordes del ruso el locutor decía con solemnidad y una pausa para cada marca cuando su emblema aparecía en la pantalla: Chevrolet… Pontiac… Oldsmobile… Buick… Cadillac… Opel… Vauxhall… y camiones GMC… presentan, el Señor Fiscal. Entonces comenzaba el típico programa de tribunales estadounidense, sólo que en este caso no se seguía la línea tradicional del héroe defensor—por ejemplo, Perry Mason—, sino que su protagonista era un acusador fiscal de distrito llamado Paul Garrett, Mr. District Attorney. (David Brian era el actor). George Szell dirige a la Orquesta de Cleveland.
Marcha
La buena música no siempre musicalizaba programas; la industria de la publicidad tiende a emplear gente de cultura para sus departamentos creativos, y por tal razón la música clásica emerge en la propaganda de productos específicos, aquí y en todo el mundo. (Por ejemplo, Sous le dôme épais, o Dueto de la flor, de la ópera Lakmé de Léo Delibes, usado por British Airways en una larga serie de anuncios en TV). Dos ejemplos vienen de inmediato a mi memoria: los relojes Rolex y la salsa de tomate Heinz. Varias décadas atrás, Rolex se anunciaba en nuestra televisión con la fanfarria de apertura de Así hablaba zaratustra, poema sinfónico de Richard Strauss (1864-1949), la misma que usara Stanley Kubrick en 2001: Odisea del espacio. La rica ketchup, en cambio, tardaba una eternidad en salir silenciosamente de una botella puesta boca abajo, y al emerger por fin la viscosa pasta, sonaba triunfalmente el tema ceremonial de la primera de las marchas de Pompa y circunstancia de Edward Elgar (1857-1934). Georg Solti se encarga ahora de ambos temas, de Strauss al dirigir la Orquesta Sinfónica de Chicago y de Elgar con la Sinfónica de Londres. (La fanfarria abre y se sostiene con un pedal de órgano sobre el Do audible de más baja frecuencia, a 32 Hz; el tema usado para Heinz es el de la recapitulación, a los 5 minutos y 4 segundos de la grabación colocada acá).
Fanfarria
Pompa y circunstancia
La televisión, pues, y sobre todo la radio, me enseñaron buena música, formaron mi gusto. Por RCTV no podía dejar de ver la emisión semanal del Concierto Firestone, del que recuerdo maravillarme con la perfección instrumental del Vals de las flores y la hermosura de El Cisne, la pièce de résistance del Carnaval de los animales de Saint-Saëns. Mi relación con la radio es mágica, e incluye episodios de sincronicidad jungiana. Viniendo una mañana de Montalbán hacia Las Delicias de Sabana Grande, decidí repentinamente estacionarme en la Avenida Páez de El Paraíso para completar la audición de una música cuyo nombre no poseía; la había oído antes y apreciaba la nobleza de su tema principal, pero no sabía cómo se llamaba. Al terminar la obra, el locutor de Radio Nacional de Venezuela me informó que acababa de escuchar la Segunda Sinfonía de Jan Sibelius. (Abajo su majestuoso último movimiento por la Orquesta Sinfónica de Boston, dirigida por Colin Davis). ¡Ya era rico! Entonces me percaté de que había detenido el automóvil justo enfrente de Radio Caracas. Una hora más tarde supe también que ese mismo día de 1966 concluía Oscar Álvarez de Lemos su larga relación laboral con las Empresas 1BC para dedicarse a fundar Audio Especialistas, la firma de equipos de sonido que había sido el sueño de toda una vida. Allí pude comprar, gracias a un legado de mi madrina de bautizo, un equipo con el que oiría mejor a Sibelius; creo que fue la primera venta de su compañía. (Una noche de mediados de 1972, embriagado por un nuevo amor, subía a jugar bolas criollas en casa de los Plaza-Ayala en Club de Campo con Javier Ayala Buroz, en época del campeonato mundial de ajedrez que Bobby Fischer ganó a Boris Spassky en Reikiavik; es decir, entre julio y septiembre. Teníamos puesta en el carro la Radio Nacional de Venezuela, y entonces le pedí que se callara. De nuevo, era una hermosa melodía que mi abuela materna tocaba al piano y me encantaba, pero no sabía qué era. Esa noche supe que se trataba de Mon coeur s’ouvre a ta voix, la bellísima aria para soprano de la ópera Sansón y Dalila de, una vez más, Camille Saint-Saëns. (La mejor versión que conozco, puesta abajo, es por la insuperable María Callas). De nuevo, me había enriquecido súbitamente gracias a la radio).
Allegro moderato
Mon coeur s’ouvre a ta voix
Ahora enfrento dos lagunas, pues no recuerdo los programas cuyos temas pondré a continuación. Mejor dicho, recuerdo uno de ellos pero no su nombre. Del otro evoco sólo que era una telenovela de RCTV, que mi madre veía, con musicalización de la Variación 18 de la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Sergei Rachmaninov (1873-1943). Aquí pongo el hermoso fragmento por Philippe Entremont al piano y la Orquesta de Filadelfia dirigida por Eugene Ormandy. La misma orquesta y el mismo director interpretan después la Procesión de los nobles, de la ópera-ballet Mlada, compuesta por Nikolai Andreievich Rimsky-Korsakoff (1844-1908). Esto era el tema de un programa matutino de música clásica que difundía la Emisora Cultural de Caracas (FM 97,7); quien había escogido la pieza y alimentaba las emisiones con su prodigiosa discoteca era el ingeniero Humberto Peñaloza, valor de la civilidad venezolana que había fundado, con gente como Gonzalo Plaza, la primera emisora del país en frecuencia modulada. (Sus estudios e instalaciones técnicas están también al borde sur del Colegio de La Salle en La Colina de Los Caobos). La pieza de Rimsky es un toque de alegre alerta, pero he olvidado el nombre del programa y Google no ha podido ayudarme.
Variación 18
Procesión de los nobles
Pero la radio de hoy en día es otra cosa; ahora pone la hipermoderna Radio Caracas Radio, los sábados a mediodía, un programa buenísimo. Se trata de Dr. Político, y como consiste en una aproximación médica a la Política, su tema musical es tranquilizante, propio para la sanación de una psiquis ciudadana atribulada por sobresaltos y alarmas frecuentes. Este tema no es otro que Baïlèro, el más hermoso de los números de Chants d’Auvergne, la maravillosa recopilación hecha por Joseph Canteloube (1879-1957) de estos cantos provenzales. (Baïlèro es canto de los pastores del Alto Auvergne). Lo canta como nadie la gran soprano estadounidense Renée Fleming (The Beautiful Voice). El programa tomó, sin embargo, sólo material de su introducción instrumental, y la música que se escucha en Dr. Político en RCR es un fragmento que arranca a los 36 segundos del inicio de lo que aquí coloco. Creo que Ud. convendrá en que es una melodía apaciguadora.
Baïlèro
Gracias, Marconi; gracias, Zworykin. A Uds. debo la música. LEA
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*Oscar Álvarez Sylva me ha recordado esto: «Cuando empezó RCTV, el canal asignado fue el canal 7; luego de un tiempo, fue cambiado por solicitud de RCTV al canal 2, un canal en una frecuencia más baja y de mejor propagación en la complicada geografía de Caracas. Finalmente, los canales fueron 2-3-7 y 10 para cubrir el territorio nacional». Esto es la verdad; Televisa-Venevisión asumió los canales 4, 9 y 11. Vale.
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