Voces de varón

Cinco veces Caruso por un fotomultígrafo (Myers-Cope Co., Atlantic City)


 

Un gran pecho, una boca grande, noventa por ciento de memoria, diez por ciento de inteligencia, mucho trabajo duro y algo en el corazón.

Enrico Caruso

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Para celebrar un cumpleaños argentino fue puesta aquí La voz de la mujer el 12 de septiembre, una entrada de dieciséis canciones en voces femeninas cuya demagógica y feminista declaración final fue: «…sin la voz de la mujer la propia música sería un error». Es un grande compromiso, por tanto, el contraste de esa ofrenda musical con lo que pueden hacer los varones con su garganta. Un modo desleal de competir es aumentar la oferta a veinte canciones por veinte cantantes y, además, tomarlas en su mayoría del drama cantado: ópera, opereta, zarzuela, musical. Es exactamente una selección ventajista lo que sigue: veinte números por veinte voces masculinas de primerísima línea. Nosotros ganaremos estas elecciones a lo macho.

¿Por dónde empezar? ¿Habrá que seguir criterio cronológico, alfabético, geográfico? Se me pone que para no abusar entraremos poco a poco en profundidades, primero con canciones y sólo después en el mundo del aria operística. Esto nos ofrece la ventaja de escoger la canción napolitana, un género en sí misma, para iniciar la serie con nadie menos que Enrico Caruso (1873-1921), un semidiós del canto. Para su maravillosa voz compuso Salvatore Cardillo la bella canción Core ‘ngrato en 1911. Desde entonces, numerosos cantores italianos la han hecho suya, pero Caruso la cantaba, naturalmente, con gran gusto. Pocas grabaciones hacen justicia a su voz, dada la tecnología de la época; acá nos valemos de una rematrización digital por Tom Froekjaer que recupera buena parte de su registro grave.

Caruso

El gran payaso

Fue en 1880 cuando se estrenara Funiculì, Funiculà, justamente para celebrar la inauguración del funicular en el monte Vesuvio. El periodista Peppino Turco se ocupó de la letra y Luigi Denza proveyó la música. Tiene ésta un entusiasmo que cautivó inmediatamente al público y a compositores como Arnold Schönberg (la arregló para cuarteto de cuerdas), Nikolai Rimsky Korsakoff y Richard Strauss. Los dos últimos creyeron que era música folclórica y la emplearon inadvertidamente en piezas suyas (Rimsky: Neapolitanskaya pesenka, 1907; Strauss: Aus Italien, 1886). A Strauss le salió cara la gracia; Denza lo demandó por plagio y el alemán se vio forzado a pagarle regalías. En 1944, una erupción del famoso volcán destruyó el teleférico conmemorado, pero la canción perdurará por siempre. La canta acá Luciano Pavarotti (1935-2007), que la repopularizó con una interpretación fabulosa.

Pavarotti

La voz de plata

Rudolf Sieczyński compuso Wien, du Stadt meiner Träume (Viena, ciudad de mis sueños) en el año en que comenzaría la Primera Guerra Mundial, el doloroso conflicto de cuatro años que acabó con el Imperio Austro-Húngaro que lo inició sin proponérselo. Fue el mítico cantante austríaco Richard Tauber (1891-1948) quien la cantó mejor que otro cualquiera. Aquí está su voz como fuera grabada en la película Deseo del corazón, realizada en 1935. Si la guerra hizo que las ínfulas imperiales quedaran borradas de una vez para siempre, no así el amor de los vieneses por su ciudad, una de las más hermosas del mundo, asiento de refinada y desarrollada civilización (Universidad de Viena, Filarmónica de Viena, Círculo de Viena, Sigmund Freud, Franz Schubert, Arnold Schönberg, Otto Wagner, Gustav Klimt, Porcelana de Augarten, Wiener Schnitzel, Sachertorte). Debemos mucho a esa ciudad soñada.

Tauber

Uno de la Trinidad

Uno de la Trinidad

Era de Tauber su canción insignia Dein ist mein ganzes Herz (Tú eres mi corazón), el aria más popular de la opereta El país de las sonrisas (Das Land des Lächelns), compuesta por Franz Lehár, el autor de La viuda alegre, en 1929. Pero desde los conciertos de «los Tres Tenores»—Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, José Carreras—es a éste último a quien se le ha dejado la interpretación de la hermosa pieza. Una versión más antigua de la opereta (1923) fue producida bajo el nombre Das gelbe Jacke (La chaqueta amarilla) con poco éxito. La posterior revisión de Lehár, estrenada en el Teatro Metropol de Berlín, la transformó en una de las más apreciadas operetas del compositor, cuya acción alterna entre Viena y China. Aquí está el catalán Josep Maria Carreras i Coll, nacido en 1946, valiente vencedor de la leucemia en dura batalla de 1988.

Carreras

La muerte prematura

Nos cuesta salir de Viena, donde oímos ahora Grüß mir mein Wien (Saludos a mi Viena) un aria compuesta por Emmerich Kálmán (Imre Koppstein, húngaro) para su opereta Gräfin Mariza (La condesa Mariza, Viena, 1924). Como en las más de las operetas vienesas, el asunto es intrascendente, lleno con las frívolas preocupaciones y enredos de condes y condesas. El número ha sido encargado por este blog a Fritz Wunderlich (1930-1966), fallecido a raíz de un accidente doméstico en la casa de campo de unos amigos, donde cayó por una escalera días antes de cumplir 36 años. Antiguo panadero, había estudiado canto y aprendió a tocar el corno francés; entre sus pasatiempos favoritos estaban la cacería y manejar carros veloces. En su corta carrera, el cantor alemán llegó a distinguirse como el cuarto más grande tenor de todos los tiempos, según una amplia consulta de la Revista de Música de la BBC en 2008. Sin duda, una hermosa voz truncada por un descuido.

Wunderlich

Bajo profundo

Es hora de que entren voces más graves, todavía en territorio de música más bien ligera. Entre los más conocidos musicales de la prolífica pareja creativa formada por Richard Rodgers y Oscar Hammerstein está, sin duda, South Pacific, llevado al cine con Mitzi Gaynor y Rossano Brazzi como protagonistas en 1958. (La historia está basada en Cuentos del Pacífico Sur, libro de 1946 que mereció el Premio Pulitzer a James A. Michener). Brazzi no podía cantar Some enchanted evening como la pegajosa canción lo requería, y nadie menos que el gran bajo Giorgio Tozzi suplió la voz de la película. Pero es la versión que Ezio Pinza (1892-1957)—con numerosas temporadas en el Metropolitan Opera House de Nueva York, así como en Milán, Roma y Londres—llevó al musical en los teatros de Broadway en pareja con Mary Martin, la que aquí se escucha. Si no hubiese muerto el año anterior ni Gaynor ni Brazzi habrían aparecido en el filme.

Pinza

La voz de un caballero

Ahora, señoras, agárrense las medias, que pudieran caérseles con la poderosa y noble voz del gran Plácido Domingo (José Plácido Domingo Embil, 1941), señor del canto, la amistad y la filantropía. Posee Domingo una de las voces más versátiles de la actualidad, la que le permite cantar más recientemente en papeles reservados a los barítonos. De él ha dicho la gran soprano wagneriana Birgitt Nilson: «Dios ha debido estar en excelente estado de ánimo el día que creó a Plácido. Tiene todo lo que se necesita para una de las más grandes carreras que hayamos visto: una voz increíblemente hermosa, gran inteligencia, asombrosas musicalidad y capacidad de actuación, una maravillosa apariencia, un gran corazón y es además un querido colega. Es casi el lingüista perfecto, pero aún no ha aprendido a decir no en ningún idioma». Ha aprendido, sin embargo, a cantar la negación: helo aquí en No puede ser, el persuasivo número de La Tabernera del puerto, zarzuela de Pablo Sorozábal. (Waldbühne de Berlín, 2006).

Domingo

Un maestro

Pasemos ahora al trago amargo de Gustav Mahler. De sus Canciones de un compañero de viaje (Lieder eines fahrenden Gesellen) escuchemos Ich hab’ein glühend Messer (Tengo un cuchillo centelleante), lo que es en verdad un extraño título de canción que tal vez deba decirse solamente en alemán. La magnífica voz de Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012; murió en mayo) es la encargada de interpretar esta dramática y difícil canción. De nuevo, es inglesa la clasificación de Fischer-Dieskau como el segundo cantante más grande del siglo XX (detrás de Jussi Bjoerling), según la encuesta Classic CD-Top Singers of the Century a críticos de música en junio de 1999. En cualquier caso, es el cantante de ópera y Lieder más grabado de la historia (principalmente por Deutsche Grammophon). Elisabeth Schwarzkopf, que cantó con él en innumerables ocasiones, lo llamó «un dios nato que lo tiene todo». Quizás es más significativo que en Francia, de eterna competencia con Alemania, lo llamaran «El milagro Fischer-Dieskau».

Fischer-Dieskau

Un tubo de órgano

Ciertamente tenía Feodor Ivanovich Chaliapin (1873-1938) una voz oscura. Uno de los más grandes bajos de la historia, se apropió de los roles de Boris Godunov, Iván el Terrible, Don Quijote y Mefistófeles, aunque también combinaba en sus recitales canciones del folclor ruso, como Los boteros del Volga, que popularizó. Era un personaje pintoresco y generoso, alegre y divertido pero igualmente propenso a liarse a golpes. Hijo de una familia campesina de Kazan, en Rusia, fue esencialmente un autodidacta. La Revolución Rusa de 1917 afectó su existencia, y dejó su patria para radicarse en París, desde donde viajaba por todo el mundo con su exitoso y admirado arte; fue Sergei Rachmaninoff su muy especial amigo y promotor. Llegó a hacer cine en 1933: Las aventuras de Don Quijote, una película filmada tres veces (en alemán, francés e inglés). Aquí canta en ruso la Elegía de Jules Massenett, una melodía de sobrecogedora belleza.

Chaliapin

Vino al país

Para cerrar el grupo de voces graves he escogido el Prólogo de la ópera más famosa e interpretada de Ruggiero Leoncavallo: I Pagliacci. Todo barítono que se precie la ha cantado en sus recitales; su letra explica el tenso nudo dramático de la ópera: los artistas son de carne y hueso, y al par de nosotros respiran el aire. Es decir, disfrutan o sufren la vida en cada momento; que los protagonistas vivan en la vida real el mismo conflicto que actúan es un estupendo recurso teatral. El bajo-barítono Ettore Bastianini (1922-1967) canta ese inteligente prólogo para nosotros. En 1952 se decidió por la tesitura baritonal, pero antes ya había dejado huella en sus papeles como bajo. (En la década de los cuarenta vino a Venezuela, donde cantó Lucia di Lammermoor, Aída, Rigoletto y La bohème). En 1965, un cáncer en la garganta, su instrumento de trabajo, determinó el fin de su carrera de cantante y, dos años después, su muerte.

Bastianini

El viaducto metropolitano

De la mano de Leoncavallo reingresan los tenores, esta vez con uno de los grandes, Beniamino Gigli (1890-1957). Le tocó nada menos que ser el puente entre Caruso y Bjoerling en el Metropolitan Opera House de Nueva York, donde debutó en 1920, y lo tendió con gracia y la musicalidad de su privilegiada voz. Le oiremos Mattinata, la canción que Leoncavallo compusiera para Caruso, quien la grabó por primera vez en 1904 con el compositor al piano. Después la grabarían muchos tenores y hasta Joan Sutherland, pero las damas ya no tienen la palabra sino para hablar bien de los varones. Una de ellas, su madre, le aconsejó sobre cantar bien: «Tienes que ser bueno y tener amor en tu corazón». Bueno era; no hay otro cantante que haya recaudado más dinero que él para fines benéficos, en casi mil conciertos a beneficio de causas diversas. Ud. juzgará al oírlo si Gigli tenía amor en el corazón.

Gigli

No necesita ver

Nadie discutirá que Andrea Bocelli tiene una voz muy poderosa y gran gusto para cantar. Nacido en 1958 en la Toscana de padres campesinos, vino al mundo con problemas de visión—glaucoma congénito—que se convirtieron en ceguera total a sus doce años, a consecuencia de un encontronazo en un partido de fútbol. La introspección característica del invidente tal vez lo ayude, como a José Feliciano, a concentrase en la música, el arte del oído. La productora Caterina Caselli había grabado una cinta con el canto de Bocelli, y ésta terminó llegando a manos de Luciano Pavarotti, quien recomendó a Zucchero, la estrella italiana de rock, que no perdiera de vista al cantante ciego. Una memorable actuación en el Festival de San Remo de 1994 fue su lanzamiento definitivo. Bocelli se mueve con igual soltura en la canción y en el aria; de hecho, se lo tiene por un distinguido profesional del crossover clásico. Nos trae a esta selección un aria del Werther de Massenett: la hermosísima Pourquoi me réveiller? (¿Por qué me despiertan?)

Bocelli

Un cantante añorado

La juive (La judía) es una ópera en cinco actos de Fromental Halévy, estrenada en 1835 en la Opéra de Paris. Llegó a ser una de las obras del teatro lírico más apreciadas en el siglo XIX, en buena medida por el eficaz libreto original de Eugène Scribe, quien narró apasionadamente el amor imposible de un cristiano y una mujer judía. Sin embargo, el aria que cierra el Acto Cuarto, Rachel, quand du Seigneur, puede deber parcialmente su texto y seguramente su ubicación al tenor del estreno, Adolphe Nourrit. El fino tenor estadounidense Richard Tucker (1913-1975) canta esa aria de seguidas, en una demostración de su impecable técnica. Al Sr. Tucker le dio por asumir cierta costumbre italiana de cantar sollozando, pero a pesar de eso su tono spinto—entre lírico y dramático, o a mitad de camino entre Pavarotti y Domingo—se sobrepuso a las críticas acerca de ese estilo efectista, que no deja de ser cómico en un gringo, si no cursi.

Tucker

Una verdadera pérdida

Algo de ese estilo hiperemocional se consigue en el canto de Salvatore Licitra (1968-2011), quien tenía una voz delgada y meliflua, dulce y afinada, capaz, sin embargo, de un registro grave considerable. En la tercera aria en francés de esta entrega, la melodiosa Je crois entendre encore (Creo escuchar todavía) de Los pescadores de perlas (1863) de Georges Bizet, se ponen de manifiesto tales características. Licitra cantó un buen número de papeles en los mejores teatros; un golpe de suerte lo llevó a sustituir en 2002 a Pavarotti en el Metropolitan en el papel de Mario Cavaradossi en Tosca, cuando il divo anunció su imposibilidad de cantar con sólo dos horas de anticipación. Su prematura muerte se debió, como en el caso de Wunderlich, a causas accidentales; en su caso, estrelló su motoneta contra un muro en Donnalucata, Sicilia. Luego de nueve días en coma, falleció el 5 de septiembre del año pasado.

Licitra

De Lara para el mundo

En todo tiempo y lugar, ha sido Una furtiva lagrima un aria cantada muy a menudo. Es el emblema vocal de L’elisir d’amore (Milán, 1832) una de las óperas más distinguidas del compositor de bel canto Gaetano Donizetti, ya muy popular en el siglo XIX y listada como la duodécima ópera más cantada en la actualidad. Es una romanza—una balada narrativa de carácter íntimo—tal como el aria de Bizet que antecede, a la que el compositor marcó como tal en la partitura. Se convoca acá al tenor barquisimetano Aquiles Machado para que se ocupe de su inevitable canto. Machado, nacido en 1973, debutó en Caracas (1996) justamente en El elíxir del amor. Ya ha sido escuchado con aprecio en Roma, Nápoles, Berlín, Barcelona, Nueva York, Los Ángeles, Madrid, Viena; es el primer cantante venezolano en presentarse en La Scala de Milán, y un verdadero orgullo nacional.

Machado

Potencia en la voz

Nada íntimo es otro emblema operístico: La donna è mobile de la ópera Rigoletto, famosa entre las famosas de Giuseppe Verdi. El Duque de Mantua explica a quien quiera oírlo, con Do de pecho y todo, que las mujeres son frívolas y mudables qual piuma al vento, a pesar de que él mismo es tan variable en sus amores como lo que describe. Pero los personajes de la ópera—el Duque, su bufón jorobado Rigoletto, la hija de éste Gilda y el espadachín (hoy diríamos sicario) Sparafucile—resaltan entre los más inolvidables en el campo del canto dramático. Francesco Maria Piave basó su libreto para la ópera en El rey se divierte, un drama de Víctor Hugo de connotaciones políticas, las que siempre están presentes en la obra de Verdi; de hecho, Rigoletto tuvo problemas con los censores austríacos, a cuyo control estaban sometidos los teatros del norte de Italia. (El estreno tuvo lugar en Venecia en 1851). Otro latinoamericano (un año mayor que Machado), el magnífico tenor mexicano Rolando Villazón, canta ahora una de las arias más conocidas del mundo.

Villazón

Un tenor detallista

Carlo Bergonzi (Vidalenzo, 1924), ya retirado, fue justamente conocido como tenor especializado en óperas de Verdi. A pesar de esto, lo traemos acá con un aria de Manon Lescaut, bella ópera de Giacomo Puccini. El aria de tenor más conocida de esta obra es Donna non vidi mai (No he visto mujer antes… simile a questa). A Bergonzi se le ha reconocido «su bella dicción, su suave legato, su cálido timbre y su elegante fraseo». Un tenor refinadísimo, sin duda, apropiado para el aria del caballero Des Grieux, enamorado a primera vista de Manon. Los amantes, empujados por las ruinas periódicas que les afligen por codicia de la dama, irán desde Francia a parar a Luisiana, poco después de la época en que John Law, el escocés que rigió la economía francesa bajo Luis XV, inflara con artificiales manejos la famosa burbuja financiera del Mississippi, antecesora de fiascos capitalistas más modernos.

Bergonzi

Un gran tenor

Es igualmente de Puccini, por supuesto, la ópera Tosca, una de sus más logradas y apreciadas, llena de hermosas melodías y drama político de alta tensión. (El barón Scarpia es el antecesor profesional de nuestro Pedro Estrada, jefe de la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez). Al inicio del Acto III, el pintor Mario Cavaradossi se dispone a morir fusilado por orden de Scarpia y evoca, mientras escribe una nota a su amada que el carcelero entregará a cambio de un anillo de valor, la pasión con la que él y Floria Tosca se amaban. Una furia desesperada le hace gritar que morirá cuando nunca había amado tanto la vida. Esto es el aria E lucevan le estelle, con una de las melodías más hermosas y con más interesante armonía del maestro de la ópera italiana. La canta aquí Giuseppe di Stefano, a quien el gentil lector Leonardo Durán llamara (en un comentario en este blog) «el Ferrari de los tenores».

di Stefano

Capaz de todo

Nicolai (Gustav Harry) Gedda (Estocolmo, 1925) es un perfecto tenor sueco apreciado por su disciplina y el control de su voz, de hermoso tono. Es probablemente el tenor operático más grabado de la historia (más de doscientos registros). Debutó en la Ópera Real Sueca a sus 26 años, en un papel exigentísimo, el de Chapelou en Le postillon de Lonjumeau, ópera de Adolphe Adam; el aria Mes amis, écoutez l’histoire, requiere entonar un Re sobreagudo, un tono por encima de un Do de pecho, cosa que Gedda puede hacer con pasmosa facilidad. Con estas condiciones y la longevidad de su carrera, no hay plaza importante que no haya escuchado a Gedda—Cantante de la Corte Sueca, Legión de Honor francesa, Miembro Honorario de la Royal Society de Londres—, a quien escucharemos en uno de los roles que son su especialidad cantando la noble Aria de Lenski, del Eugene Oneguin de Pyotr Illich Tchaikovsky.

Gedda

La voz de titanio

Pero hay perfecciones aun más perfectas y, sorprendentemente, en la misma Suecia. Jussi Bjoerling (1911-1960) es el tenor hasta ahora insuperado en la historia de la ópera grabada. (Es opinión que asentara arbitrariamente en este blog en La voz de titanio, el 1º de mayo de 2010. Me conforta el apoyo de la encuesta Top Singers of the Century, mencionada arriba). Antes de hacer una comparación que pudiera ser definitiva para saldar el asunto de quién es el mejor tenor de todos los tiempos, le oiremos en la brevísima aria de Fedora (Umberto Giordano), un encore casi: Amor ti vieta (El amor te prohíbe). Otra vez, pidamos la opinión de una dama de la ópera, la soprano Victoria de los Ángeles, que cantó y grabó con Bjoerling muchas veces: «A pesar de los desarrollos técnicos, ninguna de las grabaciones de Jussi Bjoerling nos da el verdadero sonido de su voz. Era una voz mucho, mucho más hermosa que la que podemos oír en las grabaciones que nos dejó».

Bjoerling

El remate ahora. La calidad especialísima de la voz de Bjoerling tiene un nombre específico: squillo. El término alude a la cualidad resonante, como una trompeta, de una voz lírica. Es lo que le permite sobreponerse a las orquestaciones más enriquecidas; es una técnica de proyección de la voz que debe ser usada en su justo término, ni mucho porque sonaría estridente ni muy poco porque se ahogaría dentro de la riqueza orquestal.

Pues bien, el tenor Gioacchino Lauro Li Vigni, que aunque nacido en Brooklyn fue criado en Palermo, ha hecho un análisis que le permite postular con bastante seguridad que hay una diferencia en el control del squillo entre cantantes recientes de la época de Pavarotti—que favorecen la sexta y séptima armónicas de una nota—y los de la era de Bjoerling, que proyectaban con preferencia la quinta armónica (más grave). Es esa sutil diferencia una de las que separan al italiano del sueco, y podemos escucharla con nitidez en las frases finales de Nessun dorma que concluyen en el Do de pecho. Los partidarios de Luciano creyeron que su versión de la difícil aria de Turandot era la definitiva; los de Jussi sabemos que la medalla de titanio es suya. Abajo está, primero, la ejecución de Pavarotti y la imagen de su espectro sonoro; después, la huella acústica y gráfica de Bjoerling. Cotéjese asimismo la duración y potencia del clímax en ambos cantantes.

Luciano

El espectro de Pavarotti (clic amplía)

Jussi

El registro de Jussi Bjoerling

Quod erat demostrandum. LEA

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La voz de titanio

El insuperable torrente de una voz elegante

 

A tío Edgar, y a Horacio, mi compadre

El abajo firmante admite de buen grado que lo que sigue contiene una dosis elevada de sesgo y fanatismo. Es un homenaje a quien considero—y no estoy, de ningún modo, solo en esto—el tenor operático perfecto: Jussi Bjoerling. El único tío que me queda, Edgar Corothie-Chenel, a quien dedico esta entrada, me hizo escucharlo por primera vez, una tarde en su cuarto de la quinta Aragonesa, cuando yo tenía catorce años (en Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni, seguida de I Pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo, pues ambas óperas breves venían en un solo álbum). Allá por los años cincuenta, así como güelfos y gibelinos que enfrentaban los carros Ford a los Chevrolet, RCTV a Televisa (predecesora de Venevisión), La Salle al Loyola y el Caracas al Magallanes, hubo quienes prefirieran a Mario del Monaco. Los partidarios de Bjoerling, no obstante, si dudábamos a veces en alguna de las categorías de aquel mundo binario, en cuanto al arte de su noble voz no abrigábamos la menor hesitación: nos sabíamos asistidos de la razón más absoluta. Hoy todavía opondríamos su canto—con ventaja algo menor, hay que reconocerlo—a quienes juran que Luciano Pavarotti ha sido el más grande de los tenores. Para que el visitante de esta casa virtual pueda juzgar por sí mismo, se ha puesto aquí una abundante muestra de la perfección canora del tenor sueco. No hay por qué escucharla toda en una sola sentada.

………

Johan Jonatan «Jussi» Björling (1911-1960) nació en la pequeña localidad de Borlänge (40.000 habitantes), en la provincia sueca de Dalarna. El mundo tuvo la inmensa suerte de que su padre, David Bjoerling, fuese él mismo un refinado cantante y le enseñara a usar su voz única, incomparable, desde que fuera un infante. El debut de Jussi, con el Cuarteto Masculino Bjoerling, tuvo lugar cuando tenía ¡cuatro años de edad! He aquí un registro en YouTube en el que canta Mattinata, de Leoncavallo, poco antes de cumplir veinte, en 1930 (el año en que tuviera lugar su debut operático) y en sueco.

Después de cantar durante un poco más de once años con el cuarteto familiar, Bjoerling hizo su debut en un concierto en solitario en los Estados Unidos, en el inevitable Carnegie Hall, en 1937. Al año siguiente hizo el papel de Rodolfo en La bohème, de Giacomo Puccini, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Desde entonces sería el dueño de ese patio en las décadas de los cuarenta y los cincuenta.

Era inevitable que se le comparara con Enrico Caruso (1873-1921), quien había sido el rey del Metropolitan, donde acumuló el récord imbatible de 863 apariciones en dieciocho temporadas consecutivas. De hecho, pronto se conoció a Bjoerling como “el Caruso sueco”. Resulta imposible dilucidar hoy quien tuvo mejor voz o era el mejor cantante; las grabaciones de la época del gran tenor italiano eran ciertamente muy limitadas. Sin embargo, el estilo de Caruso se parecía más bien al de Pavarotti, excesivamente melodramático. Pavarotti fue el Caruso que cerrara el siglo XX y muriera abriendo el XXI.

No había nada de melodramático en Bjoerling. Quienes aupaban a del Monaco le reclamaban, precisamente, que cantara con presunta frialdad escandinava. Pero esto último era evaluación peregrina. Bjoerling ajustaba, asombrosamente, su canto al sentido de la letra y el drama que actuaba, en perfecto delivery. Nadie como él ha hecho orfebrería vocal tan perfecta, nadie como él ha cantado, por ejemplo, E lucevan le stelle, de la ópera Tosca de Giacomo Puccini, con tan rico contraste. Ésta es la letra:

Bjoerling como Cavaradossi

E lucevan le stelle…
ed olezzava la terra…
stridea l’uscio dell’orto…
e un passo sfiorava la rena…
Entrava ella, fragrante,
mi cadea fra le braccia…
Oh! dolci baci, o languide carezze,
mentr’io fremente
le belle forme disciogliea dai veli!
Svanì per sempre
il sogno mio d’amore…
L’ora è fuggita…
E muoio disperato!
E non ho amato mai tanto la vita!…

Es la evocación de amor de un hombre pronto a morir ajusticiado, desesperado al fin del parlamento porque ese destino le toca justamente cuando ama tanto la vida a causa de su amada. Antes, cuando recuerda los besos y caricias, el sentimiento es otro, una memoria de dulzura. En el verso le belle forme disciogliea dai veli! (“¡las bellas formas libraba del velo!”) Bjoerling borda delicadamente ese significado, con un control de la voz en pianissimo que es más difícil que el necesario para gritar un Do de pecho. (Otros tenores cantan con fuerza, inapropiadamente, ese pasaje que habla de despojar a la amada, delicadamente, de sus tules). Luego, convoca la potencia de sus pulmones para expresar la furia de la desesperación. Los monegascos de los cincuenta, pues, estaban grandemente equivocados. Oigamos a Bjoerling en el aria del Acto III de Tosca:

Tosca

Lo que caracterizó a Bjoerling fue lo que, a falta de concepto más preciso, se llamara su “sonido”. El timbre o, mejor, los timbres de la voz de Bjoerling eran de una riqueza insólita, llena de armónicas como una campana, como la voz de Pedro Vargas. Era un sonido cristalino, elegante, justamente afinado, dulce, brillante, sedoso, noble, potente, suave, viril, luminoso. Tal vez sea éste el adjetivo más apropiado. Bjoerling tenía la paleta de Pierre-Auguste Renoir en la garganta (y el exacto dibujo de Durero). Hela aquí desplegada en Donna non vidi mai (Manon Lescaut, Puccini):

Manon Lescaut

Fueron las óperas de Puccini, por supuesto, las que mejor se avenían, por su melodiosa musicalidad, a la tersura de su voz, en la que el vibrato nunca salía de sus justos términos. La técnica de Bjoerling, además, era de una exactitud y una naturalidad pasmosas. Ni en las arias más difíciles se le oyó jamás la menor inspiración para tomar aire. Su canto era un río incesante, impulsado por el fuelle de un pecho fuerte hacia una estructura facial de pómulos amplios que graduaba el timbre como un sintonizador de precisión, para no hablar de la impecable pronunciación en cualquier idioma en que cantara. Pero también cantó mucho de Verdi—se tiene por la grabación definitiva de su Requiem la que Bjoerling hizo tres meses antes de morir—, de Gounod, Cilea, Giordano, Strauss (Richard), Rachmaninoff, Brahms, Leoncavallo, Donizetti, Borodin, Grieg, Mascagni, Bizet, Sibelius, Tchaikovsky, Flotow, etcétera. El famoso Largo de Händel es, en verdad, el aria Ombra mai fu, de su ópera Jerjes. Aquí está cantada por Bjoerling, seguida por su convincente rendición de la difícil Aria de Lenski, de la ópera Eugenio Oneguin de Pyotr Ilyich Tchaikovsky, cantada en sueco:

Jerjes

 Eugenio Oneguin

Jussi Bjoerling debió fajarse con una seria propensión alcohólica, que probablemente fue la causante de su muerte poco antes de cumplir sesenta años. (Murió seis meses después de un ataque cardiaco sobrevenido el 15 de marzo de 1960; sin hacerle caso, ¡se presentó ese mismo día en Covent Garden, la sede de la Ópera Real de Londres, para cantar en el rol de Rodolfo en La bohème!). Su viuda, Anna-Lisa Berg, una fina soprano ella misma, dejó constancia de los problemas de su esposo en la biografía que escribió con ayuda de Andrew Farkas, pero también del carácter de Jussi como “amoroso hombre de familia y colega generoso”.

Jussi Bjoerling amaba el mar y el deporte de la navegación a vela. En el video que sigue podemos escuchar, de su compatriota Gustaf Nordqvist, la poderosa canción Till havs (Al mar):

Para cerrar este insuficiente homenaje al noble tenor perfecto, la pièce de résistance, traída acá a propósito para humillar y zaherir a los fanáticos de Pavarotti: Nessun dorma, la popular aria de Calaf en Turandot, ópera última y póstuma de Giacomo Puccini. A estas alturas, con el vigoroso sonido del tubo de órgano que era Jussi Bjoerling, con ese Do de pecho, ya sólo puede hablarse de gañote. Apártese, don Luciano, que hubiera querido usted cantar así para un día de fiesta. LEA

Turandot

<i>Bjoerling, 1960, durante la grabación de Turandot. Al centro está sentado Erich Leinsdorf, quien dirgió la Orquesta de la Ópera de Roma</i>

Bjoerling, 1959, durante la grabación de Turandot. Sentado al centro, Erich Leinsdorf, quien dirigió la Orquesta de la Ópera de Roma

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