por Luis Enrique Alcalá | Sep 24, 2012 | Música |
Gustav Klimt: Friso de Beethoven (1901)
La música tonal a la que estamos acostumbrados se construye, por su mayor parte, con notas y acordes que pertenecen a una cualquiera de las 24 escalas mayores y menores, cada una de ellas hecha con siete notas ascendentes; Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, por ejemplo, que forman la escala de Do mayor. Así, cuando decimos que una pieza está en la tonalidad de Do mayor, encontraremos que la mayoría de sus notas son de la escala que acabamos de describir y, comúnmente, concluye con el acorde fundamental o básico de Do mayor: Do, Mi, Sol. Lo mismo ocurre con las tonalidades menores; la escala de Do menor, por caso, se construye con la serie Do, Re, Mi bemol (un semitono más grave que Mi natural), Fa, Sol, La bemol y Si bemol. Por supuesto, dentro de una misma pieza la música puede «modular» de una tonalidad a otra, pero siempre regresa (en la música tonal) a la tonalidad principal.
En principio, pues, dos piezas diferentes en una misma tonalidad deben tener afinidad sonora; se convienen. (DRAE: convenir. 6. prnl. Ajustarse, componerse, concordarse). Esto es el pretexto para construir aquí un concierto para violín y orquesta y una sinfonía, armados ambos a partir de compositores y obras dispares con la única excusa de que han sido compuestos en una misma tonalidad.
Hagamos, primero, un Concierto para Violín y Orquesta en Re mayor. Hay muchos compuestos en esa tonalidad (Mozart, Beethoven, Brahms, Paganini, Tchaikovsky, Stravinsky, Prokofiev…) La razón es que la digitación de Re mayor en un violín es más cómoda que la de otras tonalidades. (Cualquiera que haya tocado Compadre Pancho en un modesto cuatro criollo habrá comenzado por Re mayor su aventura en ese instrumento; no exige mucho a los dedos de la mano izquierda de un principiante).
Compuso lo que le dio la gana
El primer movimiento de nuestro Concierto potpourri para violín y orquesta, Allegro moderato, es del opus 35 de Pyotr Illich Tchaikovsky. Compuesto en 1878 a orillas del Lago de Ginebra—donde el compositor se recuperaba del desastre de su matrimonio—fue completado en un mes y luego revisado. Tardó tres años en estrenarse y no fue muy auspiciosamente recibido; algunos críticos lo encontaron «largo y pretencioso», incluso «olorosamente ruso» como obra que «hedía al oído». (Las metáforas olfativas son de Eduard Hanslick, un influyente crítico de la época). Tchaikovsky había pensado dedicarlo a su alumno de composición, el violinista Iosif Kotek, quien le había aconsejado técnicamente en varias partes del solista, pero creyó que el tributo se entendería mal, como prueba de una relación amorosa con su discípulo, la que de todos modos tuvo por un tiempo. Terminó dedicándolo a Leopold Auer, quien se sorprendió y agradeció la distinción, aunque sólo consideró de valor el primer movimiento y se excusó de estrenarlo en marzo de 1879. Fue finalmente presentado al público en Viena por Adolph Brodsky, y en éste recayó la dedicatoria definitiva. En todo caso, esta obra se ha convertido en uno de los más apreciados conciertos de violín, y es ciertamente uno de los de mayor dificultad. Henryk Szerying toca de seguidas su primer movimiento mientras Antal Doráti dirige la Orquesta Sinfónica de Londres.
Allegro moderato
La nobleza humana y musical
Exactamente el mismo año en que se compuso el concierto anterior, Johannes Brahms concluía su Concierto en Re mayor para violín y orquesta, que dedicó al gran violinista Joseph Joachim. El día de Año Nuevo de 1879, Joachim estrenaba en Leipzig el concierto, al que contribuyó con asesoría técnica y consideraba uno de los cuatro más grandes conciertos para violín de la música alemana. El virtuoso ejecutante fue quien determinó el curioso programa: comenzaría con el Concierto, también en Re mayor, de Ludwig van Beethoven y concluiría con el de Brahms. Éste comentó que había demasiado Re mayor en la sesión. Tal como con Tchaikovsky, el concierto de Brahms fue criticado por los entendidos, quienes se apresuraron a calificarlo como un «concierto contra el violín». Pero el público lo recibió con entusiasmo, mientras continuaban las críticas. Acá oiremos el segundo movimiento, Adagio, en el violín de Itzhak Perlman «contra» la Orquesta Sinfónica de Chicago dirigida por Carlo Maria Giulini. (Este movimiento era la razón por la que el violinista español Pablo de Sarasate se negaba a tocar la obra; no quería estar en el proscenio sosteniendo el violín mientras escuchaba «al oboe tocar la única melodía del Adagio»). Advertencia de una trampa: aunque el concierto, en su conjunto, pertenece a la tonalidad de Re mayor, el Adagio está armado en la de Fa mayor, que se conviene con la tonalidad principal.
Adagio
Sordo, pero no mudo
Podemos aprovechar la ocurrencia de Joseph Joachim para cerrar el mosaico de conciertos de violín con el de Ludwig van Beethoven que, como ha quedado dicho, también fue compuesto en Re mayor. Éste, su opus 61, fue completado en 1806 y estrenado el mismo año en Viena. No fue bien recibido y desapareció del circuito de conciertos, hasta que Joachim lo tocara, cuando tenía 12 años—en 1844, diecisiete años después de la muerte del compositor—, acompañado de una orquesta dirigida por Félix Mendelssohn Bartholdy. Al igual que la obra de Brahms, son el primero y el tercer movimiento los segmentos que están en Re mayor; el movimiento lento está en Sol mayor. Es el último movimiento—Rondó-Allegro—el que aquí interpreta, de nuevo, Itzhak Perlman con Daniel Barenboim al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Rondó – Allegro
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Bueno, hagamos ahora una sinfonía. Me apetece componer una en Mi menor, y la ensamblaré con movimientos de Brahms, Khachaturian, Rachmaminoff y Dvořák.
Comenzaré por la cuarta y última sinfonía de Johannes Brahms, una de sus más nobles composiciones (op. 98). Le tomó un año escribirla; fue estrenada en concierto dirigido por el compositor el 25 de octubre de 1885, en Meiningen. El necio de Eduard Hanslick volvió a repetir su desaprobación. Del primer movimiento que aquí se escucha—Allegro non troppo—en los instrumentos de la Sinfónica (no Filarmónica) de Viena conducidos por Wolfgang Sawallisch, el arrogante crítico dijo: «Durante todo este movimiento tuve la sensación de recibir una paliza de manos de gente increíblemente inteligente». Bueno, la sinfonía es muy inteligente y Hanslick merecía sin duda ser apaleado.
Allegro non troppo
Los sonidos de Armenia
En agudo contraste con el movimiento anterior, el segundo—Allegro risoluto—de la Sinfonía #2 de Aram Khachaturian (de la Campana) introduce los típicos ritmos y armonías armenias de este compositor soviético, dueño de una rica paleta orquestal. (El apodo de la sinfonía se debe al uso de campanas en un motivo del primer movimiento que se repite en el movimiento final). Es el propio compositor quien dirige a la Orquesta Filarmónica (no Sinfónica) de Viena, uno de los primeros conjuntos musicales del mundo. (A lo largo del movimiento se escucha el sonido del piano como miembro de una sinfónica, no como solista, cosa del todo impensable en la época de Brahms).
Allegro risoluto
El hombre melodioso
El tercer movimiento—Adagio—de la Segunda Sinfonía en Mi menor, op. 27 de Sergei Rachmaninoff, es característico del compositor. Su marca de fábrica es la dulzura de sus melodías, que producía copiosamente. Uno de sus grandes intérpretes fue Eugene Ormandy, quien dirige para nosotros, en la que puede ser la versión definitiva de la sinfonía, el lujoso sonido que supo extraer de la opulenta Orquesta de Filadelfia. En ese movimiento también puede apreciarse la textura contrapuntística de muchas de las obras de Rachmaninoff: el canto simultáneo de dos melodías distintas, a cual más bella.
Adagio
El visitante de América
La conclusión de nuestra abigarrada sinfonía en Mi menor queda confiada al compositor bohemio Antonín Dvořák. De su Sinfonía #9 (del Nuevo Mundo, antes Sinfonía #5) es su cuarto movimiento (Allegro con fuoco) el cierre de este experimento. La Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart es dirigida aquí por Gustavo Dudamel, ciertamente un director con fuoco, en concierto ante Benedicto XVI y buena parte de la Curia Romana. Como se sabe, la sinfonía de Dvořák fue llamada del Nuevo Mundo porque la compuso durante su estadía en los Estados Unidos entre 1892 y 1895, cuando dirigió la orquesta del Conservatorio de Nueva York; melodías del folk afroamericano se colaron en sus compases. Es un movimiento digno de clausurar nuestro concierto.
Allegro con fuoco
¿Encore? Está bien. Para no salirnos de la tonalidad de Mi menor, he aquí el primer movimiento—Allegro piacevole—de la Serenata para cuerdas de Edward Elgar, a cargo de Vernon Handley y la Orquesta Filarmónica de Londres.
Allegro piacevole
Ya es hora de conseguir una buena arepera. Buen provecho. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Oct 11, 2011 | Música |
Antarah ibn Shaddad y Abla, en patrón de tatuaje egipcio del s. XIX
A Adolfo Salgueiro, entusiasta de la música buena.
Hay piezas de música archiconocidas, que han sido interpretadas y escuchadas hasta la náusea. Rachmaninoff, por ejemplo, llegó a aborrecer su famoso Preludio en Do sostenido menor, tanto lo exigía el público en sus conciertos como encore mucho después de que hubiera decidido no incluirlo en los programas. Claro que cada compositor ha hecho más música que la que habitualmente se interpreta en los conciertos o alcanza la dignidad de una grabación. Hay mucho más música que no suena. Del compositor ruso, por ejemplo, es su obra más ejecutada el segundo Concierto para piano y orquesta en Do menor, su opus 18; le sigue el tercero en popularidad y frecuencia, aunque pueda sostenerse que es musicalmente mejor. Sus otros dos conciertos son rara vez escuchados. (Con razón).
En algunos casos, como con el primero y el cuarto concierto de Rachmaninoff, es la calidad de las piezas el factor determinante. En otros es, simplemente, la poca popularidad de las obras o los compositores. Ha habido más de un director que emprendiera una campaña de educación de su público, para dar a conocer la obra de algún compositor poco escuchado. Gustav Mahler, por caso, cayó en desfavor de orquestas y audiencias poco después de su muerte; fue necesario el esfuerzo de Leopoldo Stokowski, John Barbirollli y, sobre todo, Leonard Bernstein en los años sesenta, para que su música creciera en familiaridad. (Muerte en Venecia, la película de Luchino Visconti basada en la novela de Thomas Mann, contribuyó a fijar a Mahler en la conciencia contemporánea al incluir el Adagietto de su Quinta Sinfonía en la banda de sonido del filme).
Puede argumentarse también que la dificultad técnica o las exigencias especiales de una pieza contribuyen a arrinconarla en el olvido. Naturalmente, es mucho más complicado montar la Octava Sinfonía de Mahler—la «Sinfonía de los mil»—, con su recrecida orquesta, dos coros convencionales de cuatro voces, un coro infantil y ocho solistas, que la Pequeña Serenata de Mozart. No siempre es la causa de esta infrecuencia, sin embargo, la dificultad de la pieza para los ejecutantes o lo aparatoso de la orquestación. En muchos casos es asunto de mero desconocimiento de compositores y obras y, como vimos, esto puede ocurrir por épocas. El mismísimo Juan Sebastián Bach fue prácticamente olvidado hasta que la campaña de Félix Mendelssohn rescatara al Padre de la Música Occidental para generaciones posteriores. Hoy es universalmente venerado, y sus obras son mil veces más escuchadas que las de, por ejemplo, el elegante Johann Joachim Quantz, su compatriota y contemporáneo.
Estas consideraciones me llevan a proponer que escuchemos unas cuantas piezas poco conocidas o interpretadas. Por su alegre frescura, casi matinal, es probablemente apropiado arrancar con Otoño, una de las cuatro partes de Las estaciones, música de ballet compuesta por Alexander Glazunov (1865-1936). Es el último de los cuadros del ballet, puesto que éste comienza por el Invierno; sus números son Grande bacchanale des saisons, Petit adage, Variation du Satyre y Coda générale. Dirige Edo de Waart la Orquesta de Minnesota.
Alexander Glazunov
¿Qué tal si continuamos por música líquida, que es la que hace un arpa? El opus 86 de Gabriel Urbain Fauré (1845-1924), quizás el más grande compositor francés, abierto maestro de compositores como Maurice Ravel, Georges Enescu y Nadia Boulanger, es un hermoso Impromptu para arpa, en interpretación de la estupenda arpista Naoko Yoshino.
Gabriel Fauré
Y ya que escuchamos arpa, y de un francés, ¿por qué no oir el tercer movimiento (Rondó: Allegro agitato) del Concierto para arpa y orquesta en Do mayor de François-Adrien Boieldieu (1775-1834)? Boieldieu fue un compositor elegante, que algunos llamaron el Mozart de Francia. Marisa Robles es la ejecutante, acompañada por la Academy of Saint-Martin-in-the-Fields que dirige Iona Brown.
François-Adrien Boieldieu
Si continuáramos en vena matutina, convendría escuchar la Canción de mañana, el opus 15 de Edward Elgar (1857-1934). No es pieza de frecuente interpretación; menos aún en órgano, que toca acá el estadounidense Carlo Curley. (Cuidado con las frecuencias bajas del poderoso instrumento).
Edward Elgar
Y si nos mudamos a la noche, el Nocturno de La boutique fantasque, música para el ballet del mismo nombre por Ottorino Respighi (1879-1936) sobre composiciones de su más famoso compatriota, Gioachino Rossini (1792-1868), es una pieza muy apropiada y serena. Andrew Davis dirige aquí la Sinfónica de Toronto.
Ottorino Respighi
Un carácter también nocturnal, pero con sonoridades orientales, tiene el Largo o segundo movimiento del Concierto para violonchelo y orquesta de Dmitri Kabalevsky (1904-1987), un compositor del que a veces se escucha el Galop de su suite de ballet Los comediantes. El gran cellista japonés Yo-Yo Ma lo interpreta en compañía de la Orquesta de Filadelfia, conducida por Eugene Ormandy.
Dmitri Kabalevsky
En cambio, está lleno de una alegría muy particular Día de bodas en Troldhaugen, de Edvard Grieg (1843-1907), el número 6 de sus Piezas líricas del opus 65. Grieg vivió en Troldhaugen con su esposa y prima hermana, Nina Hagerup. Interpreta la muy noble música el pianista noruego Leif Ove Andsnes.
Edvard Grieg
Alegre es, asimismo, el tercer movimiento de la Suite sinfónica o Sinfonía Antar, por el gran instrumentador Nikolai Andreievich Rimsky-Korsakoff (1844-1908), quien usaba lujosamente su paleta orquestal en temas orientales o exóticos para los rusos (Scheherezada, Capricho español). Antar (Antarah ibn Shaddad, 525-608) era un héroe y poeta árabe pre-islámico. Yevgeny Svetlanov dirige la Orquesta Filarmonia.
N. A. Rimsky-Korsakoff
De la música de ballet de la ópera El Cid, de Jules Massenet (1842-1912), la danza Andaluza juega con un bello y melancólico tema que alterna modulando de tonalidad mayor a menor. La escuchamos por la Orquesta Filarmónica Eslovaca, dirigida en esta ocasión por Peter Skvor.
Jules Massenet
Paul Hindemith (1895-1963) compuso cuatro Metamorfosis sinfónicas sobre un tema de Carl Maria von Weber. La tercera, un Andantino que se desarrolla con nobleza, es interpretada aquí por Eugene Ormandy al mando, como era costumbre, de la Orquesta de Filadelfia.
Paul Hindemith
Un compatriota de Hindemith, Kurt Weill, colaboró varias veces con el dramaturgo Bertolt Brecht. Éste quiso que Los siete pecados capitales—un ballet chanté—fuera una obra marxista, pero Weill terminó imponiendo, más bien, un sesgo freudiano. El papel protagónico que Lotte Lenya estrenara—Anna, una psiquis escindida—es cantado acá por Gisela May (Prólogo). La orquesta es esta vez la Sinfónica de la Radio de Leipzig, conducida por Herbert Kegel.
Kurt Weill
Y otro alemán, el líder de la composición según reglas dodecafónicas, Arnold Schoenberg (1874-1951), tuvo un comienzo no tan alejado de la tonalidad que Richard Strauss (1864-1949) había preservado y enriquecido. Su Verklärte Nacht (Noche transfigurada, op. 4) está compuesta sobre un poema de Richard Dehmel, que describe la confidencia de una mujer a su amante: lleva en su vientre un hijo que es de otro. Bajo la luz de la luna, su compañero le dice:
No dejes que el niño que has concebido sea una carga para tu alma. / ¡Mira, cuán luminoso brilla el universo! / El esplendor cae sobre todo alrededor y tú viajas conmigo en un mar frío, / pero está la lumbre de un calor interno, de ti en mí, de mí en ti. / Ese calor transfigurará el hijo del extraño y tú me lo darás y lo tendré. / Tú me has inundado con esplendor, / tú has hecho un niño de mí.
Herbert von Karajan conduce la Filarmónica de Berlín en el inicio de esta versión.
Arnold Schoenberg
Para curarnos de una belleza tan ácida, viene acá la Romanza op. 95, «El tábano», de Dimitri Shostakovich (1906-1975). Es una pieza poco característica del ruso, en lenguaje muy romántico. Theodor Kuchar dirige la Orquesta Sinfónica del Estado de Ucrania.
Dimitri Shostakovich
El armenio Aram Khachaturian (1903-1978) es conocido, sobre todo, por la Danza de los sables, de su ballet Gayaneh. También son tocados con alguna frecuencia su Concierto de piano y su Concierto de violín, su Suite Mascarada, de valse dinámico y mazurca vivaz, y el Adagio amoroso del ballet Espartaco. En cambio, es menos conocida su obra sinfónica. Aquí dirige el mismo compositor la Orquesta Filarmónica de Viena en el segundo movimiento—Allegro risoluto—de su Sinfonía #2 (de la Campana) en Mi menor.
Aram Khachaturian
No sólo es desusado escuchar el Valse sentimentale (#6 del op. 51) de Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893), que puede ser interpretado por orquesta de cuerdas, violín y piano o piano solo; en esta versión, además, es interpretado en un teremín, un instrumento electrónico que es activado al aproximar las manos del ejecutante a dos antenas sin tocarlas, una de las cuales gobierna la frecuencia del sonido y otra su volumen. La experta en teremín, Clara Rockford, es aquí la intérprete que sustituye a un violinista, y se hace acompañar de piano.
Pyotr Illich Tchaikovsky
También es de Tchaikovsky, para cerrar, una verdadera pièce de résistance: el primer movimiento—Lento lugubre – Moderato con moto – Andante—de la Sinfonía Manfredo en Si menor, op. 58, basada en el poema de Lord Alfred Byron. La vigorosa y apasionada dirección de Riccardo Muti, al frente de la Orquesta de Filadelfia. cuyo sonido cambió, pone término a esta excursión por caminos musicales poco frecuentados.
John Martin: Manfredo en el Jungfrau
LEA
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