Ocurren melodías de lo más memorables en la música compuesta para el ballet. Es natural; se trata de apoyar la estética de una experiencia visual, la coreográfica, con música bella.
Claro que la idea de lo que es hermoso varía de cultura a cultura y de época a época. El ballet es forma de arte relativamente reciente, originada en el siglo XV de la Italia renacentista como representación de la esgrima en obras para la escena. Es en 1661 cuando Luis XIV funda la Académie Royale de Danse, siendo que él mismo era un entusiasta bailarín, y ciertamente la estética occidental ha variado desde esta fundación del ballet clásico por el Rey Sol.
Del mismo modo, la música de ballet ha seguido la fluctuación del gusto con el tiempo, como lo atestigua la muestra seleccionada en esta nueva ocasión de compartir música cuya belleza aprecio. No hay duda de que la profundidad musical de estas piezas, con excepciones, es menor que la exigible en una misa de Mozart o una sinfonía de Brahms; estamos ante música cuya función es auxiliar de lo que se muestra en el teatro, una musicalización para el espectáculo de la danza, como lo son los sound tracks que apoyan la línea narrativa del cine. Es esto mismo, en todo caso, lo que pide música que no sea complicada—otra vez, con excepciones en el tratamiento más moderno—, que sea fácil y pegajosa, lo que no obsta para que alguna música de ballet sea de muy gran calidad.
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Ante el pino de Cascanueces
Seguramente es el rey y el sol de la música para ballet el ruso Pyotr Ilytch Tchaikovsky. Sus tres composiciones para danzar son extraordinarias obras en concepción dramática, orquestación, rítmica, variedad sinérgica y melodía. He aquí tres números tomados de cada uno de sus tres ballets, por orden de su composición: El lago de los cisnes, op. 20; La bella durmiente, op. 66; El cascanueces, op. 71. Del primero de ellos, su número 23, que es una mazurca, dirigida con potencia característica por Antal Doráti, al mando de la Orquesta de Minnesota. Del segundo, su famoso Vals final, que los niños aprenden a disfrutar con la película de Disney y aquí es interpretado por la Orquesta Sinfónica de Londres que dirige Anatole Fistoulari. Finalmente, del ballet navideño por excelencia, su Obertura miniatura por la orquesta anterior y, de nuevo, Doráti.
El lago de los cisnes La bella durmiente El cascanueces
Coppelia: la niña con ojos de esmalte
Mudados a Francia, la patria del ballet y tierra de maravillosos melodistas, escuchemos primeramente la Navarresa de la música de ballet en El Cid, ópera de Jules Massenet. (Sí, la ópera no tardó en valerse de la danza para enriquecer su concepto de espectáculo total). La interpreta aquí la Orquesta Juvenil Simón Bolívar, dirigida por el inevitable Gustavo Dudamel. A continuación, la Orquesta de Filadelfia bajo la familiar batuta de Eugene Ormandy toca, de la ópera Fausto de Charles Gounod, el hermoso Moderato con moto de su ballet. Luego dos piezas de Léo Delibes, de sus ballets más famosos, Sylvia y Coppelia. El Valse lente de Sylvia lo oímos con la Orquesta del Teatro Nacional de la Ópera de París, dirigida por Jean-Baptiste Mari, quienes nos ofrecen también la Mazurca de Coppelia, La fille aux yeux d’émail.
El Cid Fausto Sylvia Coppelia
El ballet de un forajido
Un nuevo traslado nos lleva, en idéntico trayecto al que recorriera la Estatua de la Libertad, hasta los Estados Unidos a encontrarnos con música de Aaron Copland para su ballet Billy the Kid. Uno tras otro, el número correspondiente a la aprensión de Billy por una comisión de captura que dispara y la música divertida que le sigue. (Billy birla la llave al carcelero mientras juegan a las cartas y logrará escapar). Una vez más, Ormandy dirige a los músicos de Filadelfia.
Billy the Kid
Roberta Márquez, la llama que vuela
Ahora regresamos a Rusia, sólo que en el siglo XX, dado que acabamos de dejar a Copland. Para no abandonar de un todo a los estadounidenses, es la misma Orquesta de Filadelfia, liderada por quien fuera su titular después de Ormandy, el vigoroso Riccardo Muti, la que ejecuta el número Montescos y Capuletos, del Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev. Después, del mismo compositor, el Vals de Cenicienta y Medianoche, por la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo que conduce Yuri Temirkanov. Rusia, en tanto Unión Soviética, dominaba el país de Aram Khachaturian, Armenia. De su ballet Gayané, escucharemos la Canción de cuna en los instrumentos de la Orquesta Sinfónica de Londres comandada por—¿quién más?—Antal Doráti. En esa Rusia dominadora nació e hizo su primera música el emblemático Igor Stravinsky, que compuso para los Ballets Russes de Sergei Dhiagilev. La segunda de las obras comisionadas por este empresario radicado en París fue Petrushka (1911), y su número La bailarina y el moro (del Tercer Cuadro) lo interpreta también la Orquesta de Filadelfia dirigida por Muti. El tercer ballet de Stravinsky fue presentado en 1913 en medio del escándalo del público parisino, que motivó presencia policial a partir del intermedio luego de los abucheos y protestas que recibieron su primera parte. Hablo de la Consagración (o Rito) de la Primavera, dos de cuyos fragmentos contiguos—Evocation des ancétres, Action rituelle des ancétres—dirige Pierre Boulez y toca la Orquesta de Cleveland. Y del Segundo Cuadro de L’oiseau de feu (El pájaro de fuego, 1910), el mismo Boulez dirige ahora a la orquesta Filarmónica de Nueva York para la solemne conclusión de esta música ígnea: Disparition du Palais et des Sortilèges de Kastchei, Animation des Chevaliers Pétrifiés, Allégresse Générale.
Romeo y Julieta Cenicienta Gayané Petrushka La consagración de la primavera El pájaro de fuego
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El fuego brilla también, y muy calurosamente, en Andalucía. El gaditano Manuel De Falla compuso la hermosa música de El amor brujo, cuyo número más famoso es la Danza ritual del fuego. El video que sigue cierra con esa pieza, seguida de inmediato por la Canción del fuego fatuo, esta ofrenda navideña. Gracias a Carlos Saura—a quien Carlos Fuentes llamó junto con Geraldine Chaplin «demiurgos del pastelón podrido de Madrid» en su dedicatoria de Terranostra (1975, el año cuando Francisco Franco moriría)—por la película en la que Antonio Gades y su gente, en la que resalta Cristina Hoyos, recrean como ningunos otros ese ballet con música española. Feliz Navidad.LEA
Fiori dal Rinascimento per il Secondo Risorgimento d'Italia
Así como todos los ciudadanos del planeta debemos estar agradecidos de la lucha de los egipcios, los tunecinos, los libios, los sirios, y de las protestas en la madrileña Puerta del Sol y de la justicia de Nueva York sobre Dominique Strauss-Kahn, debemos también estarlo de Riccardo Muti. Si ya le debíamos homenaje por sus opulentas interpretaciones musicales, su reciente gesto en el Teatro de la Ópera de Roma, al convocar al público para que cantara junto al coro Va pensiero—del Nabucco de Giuseppe Verdi—en protesta por la obscenidad de la Presidencia de Italia y en presencia del mismísimo Silvio Berlusconi, añade una dimensión ulterior a nuestra admiración por el gran director de orquesta. Como tributo insuficiente a su grandeza de hombre íntegro, coloco acá algunos ejemplos de su vigorosa dirección orquestal, precedidos todos de la misma pieza o fragmento tal como los interpretan otros directores de gran calidad.
Salvo el encore final, toda la música de esta entrada fue compuesta por el gran compositor ruso Pyotr Illich Tchaikovsky, cuya riqueza orquestal se aviene al fogoso temperamento del italiano. Pero, para manifestar claramente el punto que quiero hacer, para saber de qué hablamos, el primer ejemplo no será de él sino de uno de sus más ilustres predecesores, el húngaro Antal Doráti (1906-1988), de conducción parecida a la de Muti en su claridad, en su apego a la intención del compositor y la esencia de la música, en su electrizante energía.
Un vals es una pieza compuesta en el compás de 3 por 4, y es música que se baila. Las reglas rítmicas exigen que un compás ternario lleve normalmente acentuado el primero de sus tiempos. Para percibir una cosa tan elemental como se debe, hay que escuchar dirigiendo a gente como Doráti o Muti, lo que puede comprobarse con el ejemplo que sigue: el conocidísimo Vals de las Flores del ballet Cascanueces. André Previn es, ciertamente, un magnífico director de orquesta; no en balde fue Director Titular de la Orquesta Sinfónica de Londres, una de las mejores agrupaciones del mundo, que aquí dirige. Pero luego hace sonar Doráti la misma orquesta, y notaremos cómo la hace marcar con decisión, especialmente en las cuerdas bajas, el primer tiempo de cada compás. Así se toca un vals en serio.
Vals de las flores de Cascanueces – Previn
Vals de las flores de Cascanueces – Doráti
Ahora, más valses, más Tchaikovsky. Uno de sus más famosos 3/4 es el Vals Final de La bella durmiente, archiconocido gracias a la película de Walt Disney. Primero suena con la misma Sinfónica de Londres, bajo la impecable dirección de uno de mis directores favoritos: Anatole Fistoulari. A continuación, il signore Muti dirige a la Orquesta de Filadelfia, de la que fue su Director Musical y luego su Conductor Laureate, antes de mudarse a Chicago. (Muti transformó el famoso sonido de una privilegiada sección de cuerdas, la renombrada textura sedosa que puliera Eugene Ormandy, para lograr una orquesta de secciones equilibradas, con el beneplácito de los ingenieros de sonido que la grabaron por él dirigida. Ya la Orquesta de Filadelfia ha adquirido una elocuente sección de metales, capaz de pronunciarse con la aspereza que a veces se le exige). La versión de Muti, nos percataremos, tiene una fogosa urgencia que falta en la de Fistoulari.
Vals final de La bella durmiente – Fistoulari
Vals final de La bella durmiente – Muti
Un altro valse. Cuando, a comienzos de los años sesenta, el ilustre precursor de Muti al frente de la Orquesta de Filadelfia, Eugene Ormandy—la dirigió por 44 años—, grabó para el sello Columbia un álbum de dos discos con música del ballet El lago de los cisnes, se tuvo a esa ejecución por la versión definitiva de la obra. Pero esa cumbre fue superada después, con la misma orquesta, por Riccardo Muti. Oigamos dos versiones del Vals del Acto I; primero por el húngaro, luego por el italiano. Es digno de notar en la segunda rendición el trabajo de los metales.
Vals del Acto I de El lago de los cisnes – Ormandy
Vals del Acto I de El lago de los cisnes – Muti
Riccardo Cuore di Leone
El programa cierra con una comparación extraordinariamente difícil, pues acá tiene Muti que medirse con la que es habitualmente considerada la mejor orquesta del mundo: la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam, dirigida por Bernard Haitink. He aquí el fragmento de cierre del primer movimiento de la Sinfonía Manfredo; es música potente, con el despliegue orquestal pleno del noble tema de Manfredo. Muti dirige acá a la Orquesta Philharmonia, una de las grandes agrupaciones londinenses. De la comparación se obtiene un claro veredicto: es Riccardo Muti el director más poderoso.
Tema de Manfredo – Haitink
Haitink: más uniforme espectro sonoro (clic para ampliar)
Tema de Manfredo – Muti
Muti: espectro sonoro de mayor contraste dinámico (clic para ampliar)
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Prometí un encore. Aunque es de Romeo y Julieta, no es música de Tchaikovsky, sino de su compatriota, Sergei Prokofiev. De este ballet, el número Montescos y Capuletos; primero, en una clara versión de la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida, de nuevo, por André Previn y, de seguidas, por Muti al frente de la Orquesta de Filadelfia. Un detalle para la comparación: el trabajo incisivo de las cuerdas a los 1′ 25″ de la versión de Previn vs. que el que logra Muti a los 1′ 21″ en la suya. Los cuatro segundos que al momento adelanta Muti atestiguan la acostumbrada urgencia musical del brioso director italiano.
Montescos y Capuletos – Previn
Montescos y Capuletos – Muti
Bravo, maestro. Como dice mi señora, será Muti, pero de muto no tiene nada. Por su música, por su postura política, grazie mille. LEA
Suite de La bella durmiente (Спящая красавица), ballet de Pyotr Ilyich Tchaikovsky sobre el cuento—La belle au bois dormant (1697)—de Charles Perrault. (Anatole Fistoulari, Orquesta Sinfónica de Londres).
1. Introducción y marcha
2. El hada lila
3. Panorama
4. Adagio de la rosa
5. Vals final
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LA BELLA SONRIENTE DEL BOSQUE
Érase una vez un reino que aún no había conocido la alegría, hasta que nació la esperada Princesa. Cuando eso ocurrió, los morosos capullos florecieron en los jardines y en el bosque de la comarca los animales festejaron cada cual a su modo. El cielo se puso cintas blancas sobre el vestido azul, y los habitantes lo imitaron con paños y pañuelos. Por unos días, no se escuchó un quejido en todo el reino.
Botticelli – La Primavera
Siendo niña todavía, el Rey ordenó que la retrataran y Sandro pintó la Primavera. Por unos días, el retrato colgó del salón principal del palacio, hasta que un día desapareció de la vista de todos. Algún cronista real asegura que lo escondió el mismo pintor, avergonzado por la belleza del rostro real de la Princesa a la que no pudo ser fiel.
Siendo niña todavía, adquirió la costumbre de adentrarse en el bosque escoltada por un séquito de pájaros, hasta el arroyo que sonaba como su propia voz. Allí estableció la corte de sus amigos, a quienes enseñaba juegos y canciones. Pronto se supo en el reino y en las comarcas vecinas que la Princesa curaba los dolores del alma con su risa, y entonces sus amigos aumentaron. Algún cronista real conjeturó que no menos de diez mil la visitaban y reían con ella, olvidados de sus penas. Algún otro que cien mil eran.
Siendo joven, aprendió a tañer instrumentos y a callar para que fueran los amigos los cantores. La creciente gente ferviente iba a ver a la Princesa sonriente. Algún trovador de paso aprendió unas pocas de sus canciones y entonces su fama llegó a lejanas tierras; algún juglar errante aprendió varios de sus juegos y la alegría alcanzó reinos distantes.
Por unos años, casi nueve y cincuenta, la Princesa cantó, rió y jugó en el bosque, hasta que un día un tumulto nuevo se escuchó en el cielo. Los celosos dioses discutían y clamaban que su risa, sus canciones y sus juegos debían acontecer en las alturas, diciendo egoístamente que la tierra inferior no la merecía. Las deidades no sabían reír como ella lo hacía. Por unos días, los truenos retumbaron allá arriba.
Entonces enviaron, dice un cronista real, un mensajero hasta sus sueños para invitarla al firmamento. La Princesa, dormida, consideró el encargo. Durmiendo pensó que convenían dioses que fueran sonrientes, pues así serían benevolentes con los habitantes de su reino. Pidió sólo una cosa a cambio: que su retrato, con la sonrisa primaveral pintada en el rostro, fuera encontrado y devuelto y expuesto en el bosque, y así sus amigos no estuvieran solos.
Ahora la bella Princesa sonriente juega y canta en el cielo; en el bosque, su bella efigie durmiente sonríe, y una canción alegre resuena en la memoria de su gente. La letra prohíbe el llanto.
LEA
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*Aquí yace el amor acaparado, la llave/ De todos los tesoros que serán/ Ven a tomar el regalo, corazón predestinado/ Y de un golpe a despertar al mundo durmiente.
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