Cómo escuchar la música es un libro escrito en 1939 por Aaron Copland, el compositor estadounidense de Billy the Kid, Primavera Apalache, el Salón México y la Fanfarria para el hombre común. Lo leí en la traducción al español que publicara en 1955, como uno de sus Breviarios, el Fondo de Cultura Económica de México. Es la mejor ayuda textual que conozco para la apreciación de la música culta (clásica o académica) y su décimo capítulo, añadido para la segunda edición inglesa (1957) es La música de películas. En él se ocupa del «ámbito relativamente nuevo de la música para películas y su relación con el cinéfilo». Copland, por tanto, estimó que la música del cine es un tesoro de considerable importancia, y este blog apuntó el 3 de septiembre de 2010 en Música para ver: «…antes hubo cortes reales, ducales, condales que sostenían el trabajo de los buenos músicos, e iglesias que podían contratar un Kapellmeister que se encargara de tocar órgano, dirigir coro y orquesta y, de paso, componer una que otra cantata, como hizo Juan Sebastián Bach para cada día del año litúrgico. Es decir, había que empatarse con la realeza o la nobleza, o con los apoderados de Dios en la tierra, para hacer música y comer al mismo tiempo. Pero ahora son las cortes de Hollywood o Bollywood o Cinecittà las que hacen económicamente posible mucha música bien compuesta».
Wilson, Bogart, Bergman
Naturalmente, las canciones son parte destacada de la música fílmica; muchas películas son en gran medida recordadas por su canción más representativa. Éste es el caso, por ejemplo, de la famosa Casablanca (Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, 1942), el drama romántico que dominó toda una era y hacía suspirar a mi madre, casada ese mismo año, y a toda otra dama de su generación. As time goes by (A medida que el tiempo pasa), compuesta por Herman Hupfeld (1931) para el musical de Broadway Everybody’s Welcome, fue cantada en el filme e inmortalizada por Dooley Wilson, que la canta abajo. Por poco no se produce esta feliz conjunción fílmico-musical: la música de la película se debe a Max Steiner, de resonante éxito con las partituras de Lo que el viento se llevó, quien quiso sustituir la composición de Hupfeld por una canción propia, pero ya se había filmado escenas con la canción que perduró e Ingrid Bergman ya se había cortado el pelo para trabajar en otra producción (¿Por quién doblan las campanas?), lo que hizo imposible el cambio.
As time goes by
Fred Astaire y Ginger Rogers fueron una pareja extraordinaria de la actuación y el baile en varias comedias musicales. La que les reportó más fama fue Top hat (Sombrero de copa, 1935), y es de esta película la muy popular canción Cheek to cheek (Mejilla contra mejilla), una composición de Irving Berlin que se distinguió como la canción #1 de ese año. Su penetración cultural no cesó entonces; la canción se escucha en El paciente inglés, Rain Man y La rosa púrpura de El Cairo, entre otras películas, y ha sido interpretada por innumerables cantantes, que incluyen a la gran Ella Fitzgerald. Acá suena en versión de Frank Sinatra.
Cheek to cheek
Treinta y nueve años transcurrirían entre El maravilloso mundo del Mago de Oz, la fantástica narración (1900) de L. Frank Baumy la exitosa película El Mago de Oz (1939) que lanzó a la fama a Judy Garland. Es una de las canciones más apreciadas de toda la historia del cine Over the rainbow (a veces referida comoSomewhere over the rainbow, En algún punto del arco iris). Una lista construida por la Fundación Nacional para las Artes (National Endowment for the Arts) de los Estados Unidos y la Asociación de la Industria de la Grabación (RIAA, Recording Industry Association of America) la colocó en el primer lugar de las canciones del siglo XX, y el American Film Institute la considera the greatest movie song of all time. Harold Arlen hizo la pegajosa melodía y E. Y. Harburg su letra. Oigamos a Judy Garland en la versión original.
Over the rainbow
Madre e hija
La Sra. Garland tuvo una hija, y esta cría es nadie menos que Liza Minnelli. La conocimos todos a raíz de su inolvidable actuación y su maravilloso canto en Cabaret, la película de Bob Fosse que la convirtió en estrella internacional en 1972. Siendo que estuvo más o menos basada en un musical de teatro del mismo nombre, y que buena parte de la trama se desarrolla en un club nocturno—en Alemania de 1931, con la sombra de los nazis que llegarían al poder dos años más tarde—, hubo oportunidad para muchos números musicales, por su mayor parte cantados por Minelli. Hela aquí en una de sus canciones principales: Mein Herr. La música es de John Kander y la letra de Fred Ebb.
Mein Herr
Los musicales, por supuesto, se prestan frecuentemente para ser llevados al cine. Son muchos los ejemplos que recordamos. Evoquemos cuatro en sucesión. En primer lugar, cantada por la reina Julie Andrews, la canción inicial en The sound of music, la película que había que ver «con quien esté más cerca de tu corazón», según la publicidad. Ella no es otra que The hills are alive, la expansiva canción de los maestros del musical, Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II.
The hills are alive
Luego, Jimmy Bryant canta María, la canción principal de West Side Story, inolvidable musical y película sobre música de Leonard Bernstein, el carismático Director, por muchos años, de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Siendo Bernstein quien era, las melodías en su obra son musicalmente refinadas. María, por caso, está compuesta en una escala lidia, uno de los modos del Canto Gregoriano, que contiene intervalos de tres tonos consecutivos (de Fa a Si, por ejemplo). Era una de las canciones favoritas de mi hermana María Elena, quizás porque dice su nombre veintisiete veces; cantaba muy mal sus graves notas iniciales y reíamos mucho por eso.
María
Un año antes de La novicia rebelde (The sound of music), nos cautivó en las salas de cine una adaptación de My Fair Lady, a su vez adaptación de la pieza teatral de George Bernard Shaw, Pigmalión. Se trata del musical cumbre de Alan Jay Lerner (letras) y Frederick Loewe (música). En las tablas, era Julie Andrews la protagonista, pero George Cukor optó por confiar el papel de Eliza Doolittle a Audrey Hepburn, quien tuvo que doblar la voz de Marni Nixon. Un enamorado de Eliza, Freddy Eynsford-Hill, fue representado por Jeremy Brett, tan incompetente para el canto como Hepburn. Fue Bill Shirley, a quien le escuchamos de seguidas On the street where you live, el barítono que oímos en el estupendo filme.
On the street where you live
Jerome Kern se distinguió como compositor de canciones memorables, e hizo pareja con Otto Harbach para producir Roberta en 1933. En 1935, ya había sido este musical adaptado al cine con los inevitables Fred Astaire y Ginger Rogers, y en la película Irene Dunne se encargó de cantar la maravillosa canción que lleva por nombre Smoke gets in your eyes. Nadie la ha cantado mejor que Tony Williams, el tenor líder del grupo The Platters. Es esta versión la que podemos escuchar ahora.
Smoke gets in your eyes
Nickie (Grant) y Terry (Kerr)
Una novela rosa fue la película An affair to remember(Algo para recordar, Cary Grant y Deborah Kerr, 1957), considerada entre las películas más románticas de la historia. Asociada a su éxito viene la canción del mismo nombre, compuesta por Harry Warren con letra proporcionada por Leo McCarey y Harold Adamson. La vi en el cine Broadway, de Chacaíto, el año de su estreno. (A los 14 años, ya se lo admitía a uno en funciones de besuqueo libre). Vic Damone cantó en la película y canta aquí.
An affair to remember
Autumn leaves, acá en la voz de Johnny Mathis y la orquesta de Henry Mancini, nació en 1945 como Les feuilles mortes, una canción compuesta por el húngaro-francés Joseph Kosma, con letra del poeta y guionista Jacques Prévert. Al año siguiente, Yves Montand la presentaba en el filme Les portes de la nuit y, en 1956, Nat King Cole cantaba en inglés la canción para una película homónima protagonizada por Joan Crawford. En castellano seguimos el título francés: Las hojas muertas. Su conocimiento es prácticamente universal.
Autumn leaves
El prolífico Irving Berlin viene de nuevo a esta entrada con Blue skies, originalmente una adición de última hora a un musical de Richard Rodgers y Lorenz Hart: Betsy. Esta canción tiene un honroso lugar en el primer largometraje sonoro de la historia, The jazz singer (1927), cantada por el mítico Al Jonson. La versión que aquí sigue nos llega en la inconfundible voz de Ella Fitzgerald.
Blue skies
Al estrellato de un viaje
En 1967, como cohete interplanetario, quedaba lanzada la carrera cinematográfica de Dustin Hoffman desde la película The graduate, con Anne Bancroft y Katharine Ross como partenaires. La música fue provista por el genial dúo de Simon & Garfunkel, y Mrs. Robinson fue la canción titular del filme. Ellos, of course, la interpretan de seguidas.
Mrs. Robinson
La monumental película Titanic, realización de James Cameron, trajo una canción de contrabando. Cameron no quería ninguna canción, para no hacer concesiones «comerciales», así que James Horner, que había compuesto el tema empleado instrumentalmente en varias escenas, añadió la letra escrita por Weston Hughes y logró que Céline Dion grabara un demo. En momento apropiado, hizo que Cameron escuchara My heart will go on, y éste finalmente aceptó que la canción sonara en su obra maestra. La gran artista canadiense la canta ahora.
My heart will go on
La misma Céline une su voz a la de Andrea Bocelli para interpretar The prayer, que ganara un Globo de Oro como Mejor Canción Original en la película Quest for Camelot (En busca de Camelot, 1998). David Foster, Carole Bayer Sager, Alberto Testa y Tony Renis formaron el eficaz equipo que compuso y escribió la canción.
The prayer
El submarino amarillo
Un experimento en animación fue The yellow submarine, una película de 1968 con música enteramente por The Beatles, quienes cantaron los distintos números del filme y actuaron en sus secuencias de cierre. Su canción insignia lleva el mismo nombre.
Yellow submarine
Ha llegado el momento de cerrar esta muestra muy incompleta de canciones de película. Para la clausura, escuchemos When you wish upon a star, la canción escrita por Leigh Harline y Ned Washington para Pinocho, del genio de la animación Walt Disney. Este tema se convertiría con el tiempo en el emblema aural de los programas de televisión de los Estudios Disney. Hacemos el encargo de cantarla al Maestro Satchmo, el gran Louis Armstrong. LEA
AVISO: El Blog de Dr. Político estará en receso durante el mes de febrero. En este lapso, sólo habrá cambios en la Lectura y el Tragaluz de la parte superior de su columna izquierda y, en ella misma cada sábado, la incorporación del audio de la emisión correspondiente de Dr. Político en RCR.
André Rieu: Koning van lekkere muziek
A mis amigos Cornelis y Vera
sabroso. 1. adj. Sazonado y grato al sentido del gusto.2. adj. Delicioso, gustoso, deleitable al ánimo.
Dicionario de la Lengua Española
___________________________
La música es el mejor de los elíxires: entra por el oído y por la piel (especialmente por la que cubre el vientre), pero es posible degustarla como manjar maravilloso; nada mejor para expresar y contagiar la alegría. Naturalmente, hay música melancólica y triste, pues su rango emocional equipara al de los sentimientos humanos, pero puede argumentarse que la que más disfrutamos es aquella que tenemos, simplemente, por música sabrosa.
Shostakovich sobre Mravinsky
Hay música sabrosa en la que han hecho los grandes compositores clásicos. Juan Sebastián Bach es seguramente el jefe en esta materia; hasta un joropo compuso. No otra cosa es el Allegro que cierra su Concierto de Brandenburgo #3 en Sol mayor (BWV 1.048). Si tiene a mano alpargatas, úselas para iniciar bailando esta entrega musical. (En vez de Juan Vicente Torrealba, tenemos a Simon Addison dirigiendo a la Orquesta Filarmónica Inglesa).
Allegro
No sólo en el Barroco era posible componer música sabrosa. Dmitri Shostakovich podía hacerlo convincentemente, como lo demostró con el 2do. movimiento (Allegretto) de su Sinfonía #5 en Re menor, op. 47. Una versión de lujo está acá por la Orquesta Filarmónica de Leningrado bajo la dirección de Yevgeny Mravinsky, el mismo conjunto y el mismo conductor que estrenaron la obra en 1937.
Allegretto
Después de esta sabrosura sofisticada, noble y de trovador, admitamos nuestras raíces plebeyas—todo el mundo tiene al menos una—y abracemos el canto del juglar. Podemos comenzar por Nuestramérica y pedir a Soledad Bravo que nos cante Déjala bailar en paz. (Que no nos engañe la letra castellana; la pieza es del brasileño Chico Buarque de Holanda, y se llama originalmente Deixe a menina).
Déjala bailar en paz
Barry, Robin y Maurice Gibb formaron el popular grupo los Bee Gees, e hicieron varias canciones de gran éxito. En el filme insignia de la música disco, descuella entre ellas Stayin’ alive, que John Travolta bailó famosamente en Saturday Night Fever (1977) junto a Olivia Newton-John. Hela aquí:
Stayin’ alive
El grupo sueco ABBA—Agnetha Fältskog, Björn Ulvaeus, Benny Andersson y Anni-Frid Lyngstad—llenó los oídos del mundo con música buena y sabrosa en los años setenta y ochenta. Uno de sus números más incitantes al baile alegre es Super Trooper, canción que dio el nombre al álbum en el que se grabara.
Super Trooper
Para los caraqueños, la alegre sabrosura se consigue concentrada en la Billo’s Caracas Boys, la maravillosa orquesta que formó el ilustre inmigrante dominicano Luis María Frómeta Pereira. Todos hemos bailado felices su Canto a Caracas.
Canto a Caracas
Andrea y Eros
Es claro que Andrea Bocelli es uno de los líderes del género crossover (combinación de música clásica y pop); canta con igual propiedad arias de ópera y temas del repertorio popular. Protegido de Luciano Pavarotti, gusta de cantar en compañía de colegas, tal como su mentor lo hiciera. Con Eros Ramazzotti ha cantado muchas veces, e Il mare calmo della sera—canción de Zucchero Fornaciari, Giampiero Felisatti y Gloria Nuties—es una de sus mejores colaboraciones; es muy agradable al oído el contraste de la voz redonda del primero con la áspera del otro.
Il mare calmo della sera
Difícil resulta a los melómanos de esta época concebir la música sin la presencia del guitarrista andaluz Paco de Lucía. Inolvidable, por ejemplo, es su participación en Carmen, la película de Carlos Saura con la compañía de baile de Antonio Gades. Con Al Di Meola grabó Mediterranean Sundance en 1977; luego, éste formó The Guitar Trio—aumentando el requisito de Chopin («Sólo hay algo más hermoso que una guitarra: dos guitarras»)—al añadir a John Mc Laughlin, un grupo excepcional que grabó en 1981 Río Ancho-Mediterranean Sundance como oímos a continuación del álbum Friday Night in San Francisco, en una endemoniada fusión de flamenco y jazz.
Río Ancho-Mediterranean Sundance
Hablando de jazz, un álbum experimental del digno género, con altísima popularidad, fue Time Out, por el Cuarteto de Dave Brubeck. Las piezas ocurren en ritmos inusuales, siendo la más convencional Strange Meadowlark que, arrancando en tiempo indefinido, pronto se acomoda en un familiar 4/4.
Strange Meadowlark
En mi memoria auditiva ocupan neuronas muy próximas It’s not unusual, el número que lanzó a Tom Jones a la fama, y Music to watch girls go by, que confirmó la de Andy Williams (fallecido el año pasado a sus 84 años). ¿Quién discutirá que son piezas de música sabrosa?
It’s not unusual
Music to watch girls go by
Toda la música del musical cumbre de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II, The Sound of Music, es un festín auditivo, pero seguramente es uno de los números más simpáticos These are a few of my favorite things, que María canta con los niños von Trapp para ahuyentar el miedo. (En teatros desde 1959; en el cine en 1965 con sendos Premios Oscar a la Mejor Película y el Mejor Director). La versión que sigue es de la voz inconfundible de la dueña del rol principal, Julie Andrews.
These are a few of my favorite things
Cartel de película
Otra María protagoniza West Side Story, el musical con las piezas compuestas por Leonard Bernstein, mítico Director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. America es un número de entreverado y sabroso ritmo, que cantan los jóvenes portorriqueños liderados por María (Natalie Wood) y Anita (Rita Moreno). Robert Wise, quien había ganado el Oscar como director de la película precedente, había hecho lo mismo en este filme de 1961 en compañía de Jerome Robbins; en total, la película que coloca a Romeo y Julieta en las calles de Nueva York obtuvo de la Academia del Cine diez premios de once nominaciones.
America
Pero si, ya no la Academia del Cine, sino la Sueca como en el caso de Jorge Luis Borges en Literatura, se niega a conceder a José Antonio Abreu el Premio Nóbel de la Paz, insistiré con la candidatura de André Rieu, el violinista y director de orquesta holandés que puede ser tenido como el Isaac Asimov de la música. No sólo es que la divulga, sino que su gusto es, como el del escritor ruso-estadounidense, universal y dirige como éste escribe, con sabrosura. He aquí su rauda versión sintética de la Obertura de Carmen, la ópera magna de Georges Bizet. (Rieu dirige su Orquesta Johann Strauss).
Carmen
Rieu, por otra parte, tiene un sentido espectacular del espectáculo, valga la redundancia. En múltiples ocasiones, se agencia el concurso de otros magníficos artistas, como ahora, cuando convoca a los Coros Evangélicos de Harlem y Soweto para una eléctrica rendición de When the saints go marching in (en Maastricht, la ciudad capital de la provincia holandesa de Limburg donde se fabricó la Unión Europea).
Valió la pena ese concierto neerlandés a cargo del gran holandés errante, y así cerramos con el testimonio de Mark Anthony quien canta, precisamente y pensando no en Europa sino en la estupendísima Jennifer López, Valió la pena. La salsa, sin duda, es sabrosura pura. LEA
Audiencia entusiasmada en el Centro Obertura de Madison, Wisconsin
Un intelectual es quien puede escuchar la Obertura de Guillermo Tell sin pensar en el Llanero Solitario.
Billy Connolly
___________
Imagino que son mileslos conciertos que comenzaron por una obertura. En mi experiencia como oyente de conciertos debe haber sido una media docena de veces, al menos, que los escuché empezar por la Obertura de Ruslán y Ludmila, del inspirador de Los Cinco—Balakirev, Borodin, Cui, Mussorgsky, Rimsky-Korsakoff—y padre de la música nacionalista rusa, Mikhail Glinka (1804-1857). Es inconfundiblemente una pieza de apertura y, como es así, se inicia con la alegre y elegante pieza esta entrega musical sin más preámbulo que decir que la ejecutan los músicos de la Orquesta Sinfónica de Londres dirigidos por Sir Georg Solti.
Glinka
Bach era buen abridor
Cuando componía Glinka, ya las oberturas contaban doscientos años de existencia. Originalmente eran lo que su nombre indica: una pieza de apertura que iniciaba una ópera, a veces con ballet. Monteverdi ya usó una toccata para abrir su Orfeo (1607). Pero fue la obertura francesa la que estableciera definitivamente el género (Jean-Baptiste Lully). Pronto pasaría esa forma a la apertura de suites puramente orquestales con el trabajo de gente como Juan Sebastián Bach. Cada una de sus cuatro suites orquestales se inicia con una obertura y, de hecho, en el idioma alemán se emplea el término Ouvertüren para referirse a las Orchestersuiten enteras. Mi favorita es la Obertura de la Suite Orquestal #3 en Re mayor (BWV 1.068). Hela aquí por la Academia de Música Antigua de Berlín (Akademie für Alte Musik Berlin) conducida por Bernhard Forck.
Bach
Las oberturas de esa época se componían de dos partes, siendo más lenta la primera y más vivaz la segunda. Más tarde evolucionarían hasta la complejidad de una minisinfonía, como la cumbre de Gioachino Rossini, la Obertura deGuillermo Tell, que tiene cuatro movimientos distinguibles y nombrados separadamente. El siguiente paso sería la independencia: ya no eran piezas que introducían una ópera o abrían una suite de danzas, sino una forma independiente, antecesora en carácter e intención de lo que serían más tarde los poemas sinfónicos. El trabajo de Tchaikovsky, por ejemplo, es numeroso en esta clase de oberturas: Romeo y Julieta (Obertura-Fantasía), La tempestad, Francesca da Rimini, Hamlet, 1812, aunque también una Petite ouverture para abrir el Acto I de su ballet Cascanueces. Ludwig van Beethoven (1770-1827) también apreció la forma: compuso una Obertura Coriolano, tres Leonora (ópera única que terminó llamándose Fidelio, con obertura del mismo nombre) y colocó una obertura al comienzo de sus piezas de música incidental para Egmont, la obra de Johann Wolfgang von Goethe sobre el Conde de Egmont, el héroe holandés que combatió a un siniestro Duque de Alba. Es la obertura lo que se interpreta y graba con más frecuencia, y ahora la toca la Orquesta Sinfónica de Londres bajo la dirección de Alfred Scholz.
Beethoven
El espectro de una nave
Era enteramente natural que el compatriota de Beethoven, el compositor de óperas grandiosas Richard Wagner (1813-1883), compusiera oberturas para su obra escénico-musical. Al aficionado a la música de conciertos, la obertura de Tannhauser y, sobre todo, la Obertura de Los Maestros Cantores de Nuremberg, le son familiares. Menos interpretada pero igualmente poderosa y épica es la Obertura de El Holandés Errante, que es ópera sobre la leyenda de un buque fantasma condenado a navegar sin descanso. Daniel Barenboim dirige a la Orquesta de París en una versión más bien sobria de la pieza.
Wagner
Un niño prodigio que fundaría la gran Orquesta Filarmónica de Viena, el compositor de cinco óperas Otto Nicolai (1810-1849), tomó de la comedia Las alegres casadas de Windsor (William Shakespeare) el tema para su obra homónima, de la que hoy en día se interpreta su obertura con alguna frecuencia. El carácter de esta pieza es, por supuesto, muy diferente al de la anterior. Es la orquesta que él creara, en manos de Hans Knappertsbusch, la encargada de tocarla de inmediato.
Nicolai
En continente americano, Leonard Bernstein (1918-1990) compuso una buena cantidad de música escénica. (Por ejemplo, para el musical West Side Story, de fama cinematográfica). Lillian Hellman quiso hacer con el satírico Cándido de Voltaire una pieza de teatro con música incidental, al estilo de previos trabajos suyos, pero Bernstein la convenció de presentarla como opereta. Para ella compuso la música, que incluye una obertura que él mismo dirige aquí con la que fuera la orquesta de su vida: la Filarmónica de Nueva York.
Bernstein
Tan breve como la pieza de Bernstein o la de Glinka, es la Obertura festiva en La mayor, op. 96 de Dmitri Shostakovich (1906-1975), quien la compuso para conmemorar en 1954 el 37º aniversario de la Revolución Rusa en acto escenificado en el Teatro Bolshoi. El compositor se vio forzado a iniciar y completar la pieza en tres días, pues había recibido la petición de Vassili Nebolsin, quien dirigiría el concierto conmemorativo, una semana antes de su fecha. John Williams y la Orquesta Boston Pops nos la ofrecen acá.
Shostakovich
Nikolai Anokhin: Invierno ruso
Y como la anterior y la primera, la obertura de cierre—contradictio in terminis—es rusa. Se trata de la Obertura 1812, de Pyotr Illyich Tchaikovsky (1840-1893), a cargo de Zubin Mehta y la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. También es una obra conmemorativa; en este caso, de la derrota del gran ejército invasor—medio millón de efectivos—conducido por Napoleón Bonaparte. Creo que todos hemos oído la popular pieza, cuya orquestación incluye carillón y cañones (a veces campanas tubulares, banda de guerra para su sección final, coros y órgano). Todos sabemos reconocer en ella las notas de La Marsellesa, y hemos aprendido, gracias a Tchaikovsky, las del himno Dios salve al Zar.
Si se oyera una tras otra las veinte piezas en esta entrada, se habría consumido dos horas, cincuenta y cinco minutos y dieciséis segundos de tiempo; valdrían la pena aunque, por supuesto, puede escuchárselas con ganancia en dosis menores separadas. Son veinte movimientos de veinte sinfonías distintas de veinte compositores distintos por veinte directores distintos. Quince orquestas diferentes—Berlín, Cleveland, Chicago, Filadelfia y Londres se repiten una vez—acometen el trabajo de deleitarnos.
La sinfonía es, sin duda, la reina de las formas musicales. Corresponde a la versión orquestal de la forma sonata o, más específicamente, la forma Allegro de sonata. Ésta consiste en la organización del material musical en tres secciones sucesivas, a saber, exposición, desarrollo y recapitulación. A estas secciones, unidas entre sí por transiciones, puede añadirse una introducción al inicio y una coda (cauda o cola) al final, con distinto material. Una sinfonía típica consiste de cuatro movimientos, de los que normalmente el primero y el último están compuestos en forma sonata.
Georges de La Tour: Ciego tocando la zanfonía (clic para ampliar)
Pero el término sinfonía fue empleado antes de la época clásica, cuando se establece formalmente, para referirse a piezas de un solo movimiento, pues etimológicamente significa sonar en conjunto. Igualmente se ha aplicado la palabra a instrumentos específicos: el organistrum inventado en Galicia en la Edad Media a fines del siglo X, un instrumento tocado por dos ejecutantes, uno de los cuales hace girar una manivela para golpear dos cuerdas dentro de una caja de resonancia, dio paso a la sinfonía o zanfonía, tocada por uno solo. Éste es el origen de la clase de instrumentos a manivela que se conoce en inglés como hurdy gurdy. En mi infancia se llamaba sinfonía al instrumente cuyo nombre propio es armónica. Era rara la navidad en la que alguna tía o el mismo Niño Jesús no nos trajese, otra vez, una «sinfonía» (Hohner, of course).
No divago más, que la serie es larga. Será construida en orden cronológico de composición, y empieza con el elegante Menuetto en tempo de Allegretto que Wolfgang Amadeus Mozart escogió para el tercer movimiento de su vivaz Sinfonía 40 en Sol menor (1788). Esa obra—llamada Gran Sinfonía en Sol menor para distinguirla de la #25, en la misma tonalidad—estaba, junto con la 39 en Mi bemol mayor, en el cuarto disco de música culta que yo comprara, allá por 1956, con Karl Bohm dirigiendo la Sinfónica de Bamberg. Esta versión es con la Orquesta del Festival de Londres dirigida por Alfred Scholz.
Mozart, 40, III
Ahora sigue Franz Josef Haydn, el Padre de la Sinfonía. Este caballero compuso nada menos que 104 obras de esa clase (si no se añade dos o cuatro más que siguen la forma sonata, una de ellas una sinfonía concertante en la que un grupo de instrumentos se opone a la orquesta en tutti). Es tal vez la más famosa de ese largo centenar la #94 en Sol mayor (1791), apodada «Sorpresa». Su segundo movimiento, Andante, es lo que justifica el apelativo; se dice que Haydn lo compuso maliciosamente para sobresaltar a quienes durmieran en los conciertos con un inesperado golpe de timbal (los alemanes llaman a la obra Sinfonie mit dem Paukenschlag). Aquí lo interpreta la Camerata Romana que dirige Alberto Lizzio.
Haydn, 94, II
La Sinfonía #7 en La mayor (1811), el opus 92 de Ludwig van Beethoven, fue apodada La apoteosis de la danza por Richard Wagner. El Allegretto, su segundo movimiento, puede ser empleado para mostrar del modo más diáfano qué es contrapunto: la textura musical en la que dos o más melodías distintas, pero armónicamente compatibles, suenan al mismo tiempo. Pruebe a cantar las dos evidentes líneas melódicas alternadamente. Anton Nanut conduce la Orquesta Sinfónica de la Radio de Ljubljana.
Beethoven, 7, II
Otro minué (Menuetto, Allegro vivace, Trio) es el tercer movimiento de la Sinfonía #4 en Do menor (1816), llamada Trágica, de Franz Schubert, el gran melodista de oído absoluto. Acá se lo escucha mientras Carlo Maria Giulini dirige apropiadamente la Orquesta Sinfónica de Chicago.
Schubert, 4, III
Una de las más famosas sinfonías en la historia de la música es obra del adelantado francés Héctor Berlioz, su Sinfonía Fantástica (1830) opus 14, una sinfonía de programa (que sigue un esquema textual descriptivo o narrativo). Es Un bal, el segundo movimiento de la obra—inspirada por un amor apasionado del compositor hacia la actriz irlandesa Harriet Smithson—, interpretado a continuación por Pierre Boulez al frente de la Orquesta de Cleveland. (Smithson se enteró del amor de Berlioz por ella cinco años después de que éste se enamorara, dos años después del estreno de la obra. Se casó con él en 1833, para un matrimonio neurótico que terminó en divorcio).
Berlioz, Fantastique, II
Félix Mendelssohn Bartholdy, un compositor de fortuna, trabajó la forma sonata tanto en conjuntos de cámara como en orquesta completa. Nos dejó cinco sinfonías, de las que la alegre Cuarta en La mayor (1833) o Italiana es tal vez la más interpretada. Él dirigió su estreno, pero la partitura no se publicó hasta después de su muerte (a los 36 años de edad), pues nunca terminó de pulirla a su entero gusto. Oigamos su primer movimiento, Allegro vivace, por la Orquesta de Cleveland bajo la batuta de su director por muchos años, George Szell.
Mendelssohn, 4, I
También tiene apodo geográfico (Renana) la Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor (1850) de Robert Schumann. Herbert von Karajan, al frente de su Orquesta Filarmónica de Berlín, nos da su versión del tercer movimiento—Nicht Schnell (No rápidamente)—de esa famosa sinfonía.
Schumann, 3, III
La magnífica sede de la Orquesta Filarmónica de Berlín
La Sinfonía en Do mayor (1855) de Georges Bizet, obra de juventud, es seguramente la mejor de sus piezas puramente orquestales. El gran melodista y orquestador, compositor de la inmortal Carmen, la música incidental a La arlesiana y Los pescadores de perlas, hizo dos sinfonías posteriores que merecen el olvido. Pero su sinfonía juvenil fue reconocida de inmediato como una joya musical. Leonard Bernstein dirige a la Orquesta Filarmónica de Nueva York en esta versión de su tercer movimiento, Allegro vivace.
Bizet, 1, III
Alexander Borodin formó, junto con Balakirev, Cui, Moussorgsky y Rimsky-Korsakoff, el grupo Los cinco, también conocido como El puñadopoderoso. Seguidores de Mikhail Glinka, se propusieron hacer música específicamente rusa. Poderoso y pegajoso es el tema del primer movimiento (Allegro) de su Segunda Sinfonía en Si menor (1876); ocupa prácticamente el movimiento entero y la reiteración no molesta. Borodin sabía que había encontrado un tema muy bueno. Jean Martinon se encarga de la gran Orquesta Sinfónica de Londres para esta ocasión.
Borodin, 2, I
Al menos catorce años tardó Johannes Brahms en completar su Primera Sinfonía en Do menor (como la anterior, de 1876), tan sobrecogido se hallaba por la obra de Beethoven. El cuarto movimiento de la obra incluye una clara alusión melódica a la gran Sinfonía Coral de su predecesor. He aquí a la Orquesta Sinfónica (no Filarmónica) de Viena, dirigida por el especialista Wolfgang Sawallisch, en el potente cuarto movimiento de la gran sinfonía, noble como su creador.
Brahms, 1, IV
La Tercera Sinfonía en Do menor (1886) de Camille Saint-Säens es conocida como la Sinfonía Órgano. Es más apropiado seguir la especificación francesa: avec orgue, con órgano. Hay bastantes grabaciones de esta popular obra. En este caso, Charles Dutoit, director conocido en Venezuela, dirige a la Orquesta Sinfónica de Montreal en el tercero y último movimiento de la obra; Peter Hurford es el organista responsable.
Saint-Säens, 3, III
El belga César Franck compuso una única Sinfonía en Re menor (1888). Más que suficiente; le quedó estupenda. Su textura evoca la de la música para el órgano, instrumento para el que Franck, él mismo organista—de manos enormes que abarcaban doce notas blancas en un teclado—, compuso abundantemente con calidad. Riccardo Muti dirige a la Orquesta de Filadelfia en el tercer movimiento (Allegro non troppo) de la gran sinfonía.
Franck, única, III
Antonín Dvořák fue un prolífico y fino compositor checo antes de que Checoeslovaquia existiera, pues murió en 1904. Entre 1892 y 1895 dirigió en Nueva York el Conservatorio Nacional de Música y buscó asimilar raíces musicales de los Estados Unidos, como la de los Negrospirituals, recomendando que fueran la base de la composición seria en ese país. Él produjo un ejemplo maravilloso en la Sinfonía #9 (antes #5) en Mi menor (1893), ampliamente conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo. Una lujosa interpretación es la de Georg Solti y la Orquesta Sinfónica de Chicago, por quienes escuchamos ahora el tercer movimiento (Scherzo: Molto Vivace – Poco sostenuto).
Dvořák, 9, III
Partitura original de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Portada.
Pyotr Illich Tchaikovsky compuso bien lo que le dio la gana; pudiera argumentarse el caso de que fuera el compositor más talentoso de la historia de la música occidental, y su propósito no era otro que el de impactar estéticamente a los oyentes de su música. ¿No es, acaso, el fin estético la esencia de lo musical? Bueno, entre otras cosillas Tchaikovsky compuso siete sinfonías, las numeradas 1 a 6 y la Sinfonía Manfredo, como la de Berlioz, una sinfonía de programa. Es el tercer movimiento (Allegro molto vivace) de su Sexta Sinfonía en Si menor (1893)—a sugerencia de su hermano, Modesto, nombrada Patética—lo que escucharemos a continuación, en las voces de la Orquesta Nacional Rusa conducida por Mikhail Pletnev. El gran compositor era de temperamente neurótico; en una carta de 1892 dijo que la obra debía ser apartada y olvidada; al año siguiente opinaba: «Creo que se está convirtiendo en la mejor de mis composiciones». Somos nosotros quienes tenemos la palabra.
Tchaikovsky, 6, III
Gustav Mahler es compositor popularizado en los años sesenta, primero por la incansable labor de directores como Leonard Bernstein o Georg Solti, y antes por John Barbirolli y Dimitri Mitropoulus; en los años setenta tal vez fue más decisiva la película Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, que emplea a lo largo del film el Adagietto de la Quinta Sinfonía del compositor y director bohemio. La Segunda Sinfonía en Do menor (1894), conocida como Resurrección, es una mutación del lenguaje musical tras la más convencional Primera Sinfonía (Titán). El tercer movimiento—In ruhig fliessender Bewegung (En silencio, el movimiento que fluye)—de la Sinfonía Resurrección ostenta el carácter de danza macabra, interrumpida por estallidos triunfales, que Mahler empleará en otras composiciones, como la Tercera y la Séptima Sinfonías. Rafael Kubelik se pone al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera en la ejecución que sigue.
Mahler, 2, III
La batuta prodigiosa de Rafael Kubelik
El compositor finlandés Jan Sibelius es el autor de siete sinfonías. Para el gusto del suscrito es uno de los temas más hermosos y emocionantes de ese tesoro sinfónico el principal del Finale (Allegro moderato) de su Segunda Sinfonía en Re mayor (1902). Acá suena por la Orquesta Sinfónica de Londres con la dirección de Charles Mackerras. El comienzo del audio parece inexacto, pero es que en la obra no hay interrupción entre el tercero y el cuarto movimiento, que es el que aquí oímos.
Sibelius, 2, IV
Conocemos más de Sergei Rachmaninoff por sus conciertos para piano y orquesta y las numerosas piezas que compuso para el instrumento del que fue reputado concertista. Compuso, sin embargo, cuatro sinfonías muy aceptables, de las que es la Segunda Sinfonía en Mi menor (1907) la mejor lograda. Rachmaninoff era, por encima de todo, un consumado fabricante de melodías. La que domina el Adagio, tercer movimiento de esa sinfonía, es memorable. Nada mejor que las cuerdas opulentas de la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Eugene Ormandy, para ofrecernos ese hermoso y apasionado movimiento.
Rachmaninoff, 2, III
Los tres últimos compositores en esta selección—Aram Khachaturian, Sergei Prokofiev y Dmitri Shostakovich—fueron considerados por el público y los críticos rusos como el trío de los mejores músicos de su país en el siglo XX. (De los que permanecieron en Rusia; Igor Stravinsky logró escapar al cepo comunista que en 1948 obligó a estos compositores a abandonar sus estilos musicales, calificados de «formalistas», y a ofrecer excusas públicas y emprender la escritura de «música proletaria», según el Decreto Zhdanov). Escuchemos primeramente al armenio Aram Khachaturian al frente de la justamente reputada Orquesta Filarmónica de Viena, en el segundo movimiento (Allegro risoluto) de su Segunda Sinfonía en Mi menor (1944), o Sinfonía de la Campana (así conocida por el extenso uso de campanas tubulares en el tema que emplea en los primeros compases del primer movimiento y los últimos de su movimiento final). Los característicos ritmos de Khachaturian, y sus exóticas armonías al borde de la disonancia, florecen en esta ejecución de una de las mejores agrupaciones orquestales del mundo, que respondió lealmente al mando del compositor.
La Filarmónica de Viena en el Palacio Schönbrunn
Khachaturian, 2, II
Sergei Prokofiev, que lideró una colonia de músicos soviéticos, protegida por su lejanía del frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial, compuso abundante música: de cámara, óperas, ballets, bandas sonoras para películas (como el Alexander Nevsky de Sergei Eisenstein), conciertos, instrumentos como el piano y, por supuesto, sinfonías, en número de siete. Una de las que son más frecuentemente interpretadas es su Quinta Sinfonía en Si bemol mayor (1944). André Previn dirige a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles en una ejecución perfecta de su Allegro marcato, el segundo movimiento de la obra, y preserva la frescura de la ácida y juguetona elegancia típica de Prokofiev.
Prokofiev, 5, II
La Sinfonía #10 en Mi menor (1953) de Dmitri Shostakovich hace uso profuso, en su tercer movimiento (Allegretto), de la textura contrapuntística. De estructura ternaria A-B-A, comienza con un tema jocoso que da paso a una sección media de hermoso tema en la que destaca un lírico solo de flauta, antes de recuperar el tema inicial en una explosión de alegría, que ocurre en esta versión de la Filarmónica de Berlín y su jefe, Herbert von Karajan, a los 7 minutos y 27 segundos del comienzo, antes de morir pianissimo entre reminiscencias de la segunda sección.
Shostakovich, 10, III
Ahora reposan todas las batutas. Feliz domingo. LEA
_________
Efigies de Rossano Brazzi y Mitzi Gaynor en poster original de South Pacific
El género de los musicales es propiamente de ámbito anglosajón. Es menos musical—es más teatro—que una zarzuela, opereta u ópera. El tiempo del parlamento sin música comprende mayor duración que el de los números cantados o bailados y éstos no son meras inserciones incidentales; cada canción y cada danza hacen que la acción avance, son elementos narrativos.
Seguramente la obra de Gilbert & Sullivan en Inglaterra—trece operas cómicas en colaboración—es una de las raíces del género, pero el teatro musical propiamente dicho, o musical, se fecha con la obra The Black Crook (1866), que tuvo por autores tres músicos y un escritor de letras. La obra alcanzó 474 representaciones, lo que para la época señalaba un éxito notable.
Pero el musical es una forma característica del siglo XX, y su apogeo tuvo lugar entre 1940 y la década de los sesenta. Siendo ése su tiempo, no podía no ser influida por el cine. Así, tanta importancia tiene para su desarrollo la música de Cole Porter como el baile de Fred Astaire.
Nombres como el de Porter, George Gershwin, Irving Berlin, Richard Rodgers, se unían al de escritores de calidad, como Nöel Coward, para producir teatro musical. Son, sin embargo, las colaboraciones estables de socios especializados—compositor y lyricist—las que establecen el musical en el gusto de las masas, con obras que inevitablemente pasaron de las tablas al cine. Es, por supuesto, la colaboración más famosa la de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II—Oklahoma, Carrusel, South Pacific, El rey y yo, Cenicienta, La novicia rebelde—, la más representada y reproducida. En menor medida, la colaboración de Alan Jay Lerner (letras y libreto) y Frederick Loewe (música), produjo éxitos como Brigadoon, Gigi, Camelot, El principito (más bien fracaso) y, naturalmente, la aclamadísima My Fair Lady, obra a la que se tiene como el musical perfecto.
Rodgers & Hammerstein
Lerner & Loewe (der. a izq.)
No son los únicos, por cierto. El primer audio acá propuesto es Mein Herr, del musical Cabaret (libreto de Joe Masteroff, música de John Kander y letras de Fred Ebb). Nadie mejor que la gran Liza Minnelli para cantar el número que ella inmortalizó en el cine:
Liza Minnelli en el rol principal de Cabaret
O podemos escuchar los dos números estelares del lechero Tevye en El violinista sobre el tejado, obra ambientada en la Rusia de 1905, con libreto de Joseph Stein, música de Jerry Bock y letras de Sheldon Harnick. Quien emblemáticamente encarna la figura de aquel personaje no es otro que Chaim Topol, nacido en Israel en 1935, y es él quien aquí canta en sucesión Tradition y If I were a rich man.
Chaim Topol en el papel de Tevye en la película
O, también, escuchar la versión de teatro musical de melodías tomadas de Alexander Borodin. La música de este compositor ruso fue adaptada en 1953, por Robert Wright y George Forrest, al libreto de Charles Lederer y Luther Davis, a su vez basado en una pieza teatral escrita en 1911 por Edward Knoblock: Kismet, que en idioma turco quiere decir hado o destino. Su canción más conocida es Stranger in paradise—aquí cantada por Tony Bennett con un coro muy cincuentoso—, y su melodía está tomada de las Danzas Polovetsianas, de la ópera El príncipe Igor, de Borodin. A continuación, un breve fragmento de la composición del ruso con su tema, antes de escuchar la versión en plagio de Wright y Forrest.
El musical es un género que debe ser tomado muy en serio. Gente muy seria, como Leonard Bernstein, compositor de música seria y director por largos años de la muy seria Filarmónica de Nueva York, fue cultor del musical. De los varios que compuso es el más famoso West Side Story.
Compositor de musicales
La obra es, esencialmente, una traslación de la tragedia de Romeo y Julieta a la ciudad de Nueva York, donde los Montescos y los Capuletos son suplantados por bandas rivales de norteamericanos y portorriqueños. Un número con canto y baile es America, en el que descuella la voz y la figura de Rita Moreno.
Pero escuchemos por fin unas cuantas canciones de Rodgers & Hammerstein, los príncipes del musical. Para hacerles justicia, nueve de ellas se escuchan en sucesión.
Un bajo de postín
Loló Sylva de Álvarez, quien decía ser mi madre putativa, deliraba por el actor italiano Rossano Brazzi, a quien tenía por más apuesto que Clark Gable. Adquirió esta postura luego de ver South Pacific, la película del musical de R&H en la que Brazzi enamora a Mitzi Gaynor. Pero Brazzi sólo movía los labios mientras cantaba nadie menos que Giorgio Tozzi, y en la versión original en las tablas era Ezio Pinza, otro bajo italiano de largo reinado en el Metropolitan Opera House, quien cantaba, sobre todo, Some Enchanted Evening. La voz que se escucha ahora es la de Pinza.
Una escena de danza en Oklahoma
Oklahoma fue la primera colaboración y el primer triunfo de Rodgers & Hammerstein. What a beautiful morning se escuchaba originalmente a lo lejos cantada a capella, pero aquí está en la versión fílmica de 1955, en la voz de Gordon MacRae.
Las colinas están vivas con el sonido de la música
Pasemos ahora al sonido de la música, La novicia rebelde, The Sound of Music. Llevada al cine para consagración de Julie Andrews, era promocionada con esta invitación: Ve a verla con la persona que más quieras. La fui a ver en el cine Florida con mi hermana María Elena, que por estos días muere poco a poco de cáncer cerebral. Pongo acá la hermosa canción de apertura—The hills are alive—seguida por My favorite things, cantadas ambas por Julie Andrews, la grande dame del musical.
Poster de la película (1956) El rey y yo
Las siguientes cinco piezas son todas de The King and I, posiblemente el musical mejor compuesto y orquestado por Richard Rodgers. Cinco años después de su estreno en Broadway, llegaba al cine con las figuras estelares de Yul Brynner (el Rey de Siam) y Deborah Kerr (Ana, la institutriz inglesa de los hijos del Rey). En esta ocasión, Kerr doblaba la voz de Marni Nixon, especializada en cantar lo que las actrices sin voz no podían. (La llamaron la Voz de Hollywood). En sucesión, la Obertura de la obra—algunos de cuyos temas se reconocen en los números que las siguen—; I whistle a happy tune; Hello, young lovers; Marcha de los niños siameses; Getting to know you.
Marni Nixon aún canta
Harrison & Hepburn en el set (clic amplía)
La más fuerte competencia de R&H era, obviamente, la de Lerner & Loewe. Su obra cumbre es Mi bella dama, una adaptación de Pigmalión, la conocida obra teatral de George Bernard Shaw. Julie Andrews la interpretó mucho tiempo en su versión teatral junto al insuperable Rex Harrison en el papel del profesor Higgins. Pero los productores de la versión fílmica prefirieron la distinguida belleza de Audrey Hepburn para el papel de Eliza Doolittle. Es la rendición de I could have danced all night por Andrews la colocada aquí; luego oímos al barítono Bill Shirley en la estupenda On the street where you live y, por último, Rex Harrison canta y murmura I’ve grown accustomed to her face, que cierra la película y el musical.
Andrew the Lord Lloyd-Webber
¿Está agotado el género del musical después de las maravillas logradas por R&H y L&L? En absoluto; después de ellos llegó un gigante: Andrew Lloyd-Webber. Su misma aparición indica que el musical está vivito y coleando, y que seguramente le seguirán otros buenos cultores del género. Lloyd-Webber nos ha regalado Jesucristo Superestrella, Evita, Cats, El fantasma de la ópera, Sunset Boulevard, entre otras obras magníficas. Sineád O’Connor canta, de Evita, Don’t cry for me, Argentina. Y como Barbra Streisand es al canto lo que Meryl Streep a la actuación, ha sido convocada para clausurar este concierto de musicales con su invencible versión de Memory, de uno de los más taquilleros musicales de todos los tiempos: Cats.
intercambios