Música infrecuente

 

Antarah ibn Shaddad y Abla, en patrón de tatuaje egipcio del s. XIX

A Adolfo Salgueiro, entusiasta de la música buena.

Hay piezas de música archiconocidas, que han sido interpretadas y escuchadas hasta la náusea. Rachmaninoff, por ejemplo, llegó a aborrecer su famoso Preludio en Do sostenido menor, tanto lo exigía el público en sus conciertos como encore mucho después de que hubiera decidido no incluirlo en los programas. Claro que cada compositor ha hecho más música que la que habitualmente se interpreta en los conciertos o alcanza la dignidad de una grabación. Hay mucho más música que no suena. Del compositor ruso, por ejemplo, es su obra más ejecutada el segundo Concierto para piano y orquesta en Do menor, su opus 18; le sigue el tercero en popularidad y frecuencia, aunque pueda sostenerse que es musicalmente mejor. Sus otros dos conciertos son rara vez escuchados. (Con razón).

En algunos casos, como con el primero y el cuarto concierto de Rachmaninoff, es la calidad de las piezas el factor determinante. En otros es, simplemente, la poca popularidad de las obras o los compositores. Ha habido más de un director que emprendiera una campaña de educación de su público, para dar a conocer la obra de algún compositor poco escuchado. Gustav Mahler, por caso, cayó en desfavor de orquestas y audiencias poco después de su muerte; fue necesario el esfuerzo de Leopoldo Stokowski, John Barbirollli y, sobre todo, Leonard Bernstein en los años sesenta, para que su música creciera en familiaridad. (Muerte en Venecia, la película de Luchino Visconti basada en la novela de Thomas Mann, contribuyó a fijar a Mahler en la conciencia contemporánea al incluir el Adagietto de su Quinta Sinfonía en la banda de sonido del filme).

Puede argumentarse también que la dificultad técnica o las exigencias especiales de una pieza contribuyen a arrinconarla en el olvido. Naturalmente, es mucho más complicado montar la Octava Sinfonía de Mahler—la «Sinfonía de los mil»—, con su recrecida orquesta, dos coros convencionales de cuatro voces, un coro infantil y ocho solistas, que la Pequeña Serenata de Mozart. No siempre es la causa de esta infrecuencia, sin embargo, la dificultad de la pieza para los ejecutantes o lo aparatoso de la orquestación. En muchos casos es asunto de mero desconocimiento de compositores y obras y, como vimos, esto puede ocurrir por épocas. El mismísimo Juan Sebastián Bach fue prácticamente olvidado hasta que la campaña de Félix Mendelssohn rescatara al Padre de la Música Occidental para generaciones posteriores. Hoy es universalmente venerado, y sus obras son mil veces más escuchadas que las de, por ejemplo, el elegante Johann Joachim Quantz, su compatriota y contemporáneo.

Estas consideraciones me llevan a proponer que escuchemos unas cuantas piezas poco conocidas o interpretadas. Por su alegre frescura, casi matinal, es probablemente apropiado arrancar con Otoño, una de las cuatro partes de Las estaciones, música de ballet compuesta por Alexander Glazunov (1865-1936). Es el último de los cuadros del ballet, puesto que éste comienza por el Invierno; sus números son Grande bacchanale des saisons, Petit adage, Variation du Satyre y Coda générale. Dirige Edo de Waart la Orquesta de Minnesota.

Alexander Glazunov

¿Qué tal si continuamos por música líquida, que es la que hace un arpa? El opus 86 de Gabriel Urbain Fauré (1845-1924), quizás el más grande compositor francés, abierto maestro de compositores como Maurice Ravel, Georges Enescu y Nadia Boulanger, es un hermoso Impromptu para arpa, en interpretación de la estupenda arpista Naoko Yoshino.

 

Gabriel Fauré

Y ya que escuchamos arpa, y de un francés, ¿por qué no oir el tercer movimiento (Rondó: Allegro agitato) del Concierto para arpa y orquesta en Do mayor de François-Adrien Boieldieu (1775-1834)? Boieldieu fue un compositor elegante, que algunos llamaron el Mozart de Francia. Marisa Robles es la ejecutante, acompañada por la Academy of Saint-Martin-in-the-Fields que dirige Iona Brown.

François-Adrien Boieldieu

Si continuáramos en vena matutina, convendría escuchar la Canción de mañana, el opus 15 de Edward Elgar (1857-1934). No es pieza de frecuente interpretación; menos aún en órgano, que toca acá el estadounidense Carlo Curley. (Cuidado con las frecuencias bajas del poderoso instrumento).

Edward Elgar

Y si nos mudamos a la noche, el Nocturno de La boutique fantasque, música para el ballet del mismo nombre por Ottorino Respighi (1879-1936) sobre composiciones de su más famoso compatriota, Gioachino Rossini (1792-1868), es una pieza muy apropiada y serena. Andrew Davis dirige aquí la Sinfónica de Toronto.

 

Ottorino Respighi

Un carácter también nocturnal, pero con sonoridades orientales, tiene el Largo o segundo movimiento del Concierto para violonchelo y orquesta de Dmitri Kabalevsky (1904-1987), un compositor del que a veces se escucha el Galop de su suite de ballet Los comediantes. El gran cellista japonés Yo-Yo Ma lo interpreta en compañía de la Orquesta de Filadelfia, conducida por Eugene Ormandy.

Dmitri Kabalevsky

En cambio, está lleno de una alegría muy particular Día de bodas en Troldhaugen, de Edvard Grieg (1843-1907), el número 6 de sus Piezas líricas del opus 65. Grieg vivió en Troldhaugen con su esposa y prima hermana, Nina Hagerup. Interpreta la muy noble música el pianista noruego Leif Ove Andsnes.

Edvard Grieg

Alegre es, asimismo, el tercer movimiento de la Suite sinfónica o Sinfonía Antar, por el gran instrumentador Nikolai Andreievich Rimsky-Korsakoff (1844-1908), quien usaba lujosamente su paleta orquestal en temas orientales o exóticos para los rusos (Scheherezada, Capricho español). Antar (Antarah ibn Shaddad, 525-608) era un héroe y poeta árabe pre-islámico. Yevgeny Svetlanov dirige la Orquesta Filarmonia.

N. A. Rimsky-Korsakoff

De la música de ballet de la ópera El Cid, de Jules Massenet (1842-1912), la danza Andaluza juega con un bello y melancólico tema que alterna modulando de tonalidad mayor a menor. La escuchamos por la Orquesta Filarmónica Eslovaca, dirigida en esta ocasión por Peter Skvor.

Jules Massenet

Paul Hindemith (1895-1963) compuso cuatro Metamorfosis sinfónicas sobre un tema de Carl Maria von Weber. La tercera, un Andantino que se desarrolla con nobleza, es interpretada aquí por Eugene Ormandy al mando, como era costumbre, de la Orquesta de Filadelfia.

Paul Hindemith

Un compatriota de Hindemith, Kurt Weill, colaboró varias veces con el dramaturgo Bertolt Brecht. Éste quiso que Los siete pecados capitales—un ballet chanté—fuera una obra marxista, pero Weill terminó imponiendo, más bien, un sesgo freudiano. El papel protagónico que Lotte Lenya estrenara—Anna, una psiquis escindida—es cantado acá por Gisela May (Prólogo). La orquesta es esta vez la Sinfónica de la Radio de Leipzig, conducida por Herbert Kegel.

Kurt Weill

Y otro alemán, el líder de la composición según reglas dodecafónicas, Arnold Schoenberg (1874-1951), tuvo un comienzo no tan alejado de la tonalidad que Richard Strauss (1864-1949) había preservado y enriquecido. Su Verklärte Nacht (Noche transfigurada, op. 4) está compuesta sobre un poema de Richard Dehmel, que describe la confidencia de una mujer a su amante: lleva en su vientre un hijo que es de otro. Bajo la luz de la luna, su compañero le dice:

No dejes que el niño que has concebido sea una carga para tu alma. / ¡Mira, cuán luminoso brilla el universo! / El esplendor cae sobre todo alrededor y tú viajas conmigo en un mar frío, / pero está la lumbre de un calor interno, de ti en mí, de mí en ti. / Ese calor transfigurará el hijo del extraño y tú me lo darás y lo tendré. / Tú me has inundado con esplendor, / tú has hecho un niño de mí.

Herbert von Karajan conduce la Filarmónica de Berlín en el inicio de esta versión.

Arnold Schoenberg

Para curarnos de una belleza tan ácida, viene acá la Romanza op. 95, «El tábano», de Dimitri Shostakovich (1906-1975). Es una pieza poco característica del ruso, en lenguaje muy romántico. Theodor Kuchar dirige la Orquesta Sinfónica del Estado de Ucrania.

Dimitri Shostakovich

El armenio Aram Khachaturian (1903-1978) es conocido, sobre todo, por la Danza de los sables, de su ballet Gayaneh. También son tocados con alguna frecuencia su Concierto de piano y su Concierto de violín, su Suite Mascarada, de valse dinámico y mazurca vivaz, y el Adagio amoroso del ballet Espartaco. En cambio, es menos conocida su obra sinfónica. Aquí dirige el mismo compositor la Orquesta Filarmónica de Viena en el segundo movimiento—Allegro risoluto—de su Sinfonía #2 (de la Campana) en Mi menor.

Aram Khachaturian

No sólo es desusado escuchar el Valse sentimentale (#6 del op. 51) de Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893), que puede ser interpretado por orquesta de cuerdas, violín y piano o piano solo; en esta versión, además, es interpretado en un teremín, un instrumento electrónico que es activado al aproximar las manos del ejecutante a dos antenas sin tocarlas, una de las cuales gobierna la frecuencia del sonido y otra su volumen. La experta en teremín, Clara Rockford, es aquí la intérprete que sustituye a un violinista, y se hace acompañar de piano.

Pyotr Illich Tchaikovsky

También es de Tchaikovsky, para cerrar, una verdadera pièce de résistance: el primer movimiento—Lento lugubre – Moderato con moto – Andante—de la Sinfonía Manfredo en Si menor, op. 58, basada en el poema de Lord Alfred Byron. La vigorosa y apasionada dirección de Riccardo Muti, al frente de la Orquesta de Filadelfia. cuyo sonido cambió, pone término a esta excursión por caminos musicales poco frecuentados.

John Martin: Manfredo en el Jungfrau

LEA

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(Los 16 archivos de audio de esta entrada pueden ser descargados en el Canal de Dr. Político en ivoox. Si se pulsa las imágenes podrá vérselas ampliadas).

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11 músicos franceses

El Palais Garnier, sede de la Ópera de París (circa 1900)

 

Francia es abundante en historia política, en arquitectura y urbanismo, en literatura, en filosofía, en pintura (por supuesto), en vinos y quesos (de esto último se quejaba Charles de Gaulle, pues consideraba que su numerosa variedad dificultaba su gobernabilidad). También es abundantísima en buena música culta. Habitualmente se supone que los grandes compositores son los alemanes, los italianos y los rusos, pero los buenos músicos franceses están a la par de los mejores. Si se trata de señalar algún compositor cimero, como Bach o Beethoven, Francia nos regaló a Claude Debussy, que inventó el impresionismo musical.

Es así como, para cubrir con bálsamo musical algo del rigor político luego del hito portentoso del 26 de septiembre—y para celebrarlo—, vienen acá quince piezas de los mejores compositores de Francia, la cuna de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Un reposo, pues; hay que vivir. El orden de las piezas es estrictamente alfabético por compositores, pero este azar ha producido una secuencia interesante. Usted juzgará si es conveniente.

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Hector Berlioz (1803-1869)

Inicia la serie Héctor Berlioz, un compositor revolucionario. Si uno escucha su sinfonía dramática Romeo et Juliette, obra para voces individuales, coro y orquesta que completó en 1839, puede darse cuenta de lo adelantado de su lenguaje musical. En su estilo orquestal fue precursor de las instrumentaciones elefantiásicas de Gustav Mahler, y fue caricaturizado por eso. Aquí podemos escuchar el tercer movimiento—Un bal—de su Sinfonía Fantástica, el manifiesto de su revolución. El director y compositor francés Pierre Boulez dirige la Orquesta de Cleveland.

Georges Bizet (1838-1875)

Tchaikovsky tenía terror, muy justificado, de Georges Bizet, cuya música admiraba y amaba. En época anterior al gramófono de Edison, el gran compositor ruso se solazaba frecuentemente tocando una partitura para piano de su ópera favorita: la gran ópera Carmen. (Tchaikovsky rogó a Auguste Mustel, el inventor de la celesta, que no mostrara el dulce instrumento a Bizet, antes de que él la usara en sus composiciones, Voyevoda y El Cascanueces). En 1977, quien escribe se encontraba en una librería de Londres que tenía una rica sección discográfica. Me sobrecogió escuchar la hermosura de una música desconocida. Era el dúo de barítono y tenor Au fond du temple saint, de la ópera Los pescadores de perlas, ambientada en la isla de Ceilán (Sri Lanka), de Georges Bizet. Acá lo oímos en las voces de dos grandes amigos que cantaron juntos muchas veces: Jussi Bjoerling y Robert Merrill.

F. A. Boieldieu (1775-1834)

François-Adrien Boieldieu fue primariamente un compositor de óperas. Nacido en Ruan, donde recibió su primera educación musical, se mudó a París en plena Revolución Francesa y, antes de adquirir fama como compositor, se ganó el sustento como afinador de pianos. Berlioz encontraba en la música de Boieldieu «una agradable elegancia parisina, llena de buen gusto»; un reconocimiento de quien componía música algo brusca y diferente de la simple orquestación de Boieldieu. He aquí el primer movimiento de su Concierto para Arpa y Orquesta, su opus 25, en rendición de Jutta Zoff al arpa y la Staatskapelle de Dresde dirigida por Siegfried Kurz.

Claude Debussy (1862-1918)

Es muy difícil escoger una sola obra del grandísimo Claude Debussy para colocarla en esta parca colección de música francesa. Al líder del impresionismo hay que escucharle todo. Escribiendo acerca de su bisabuela, Josefina Sucre, que tocó valses venezolanos junto con mi tía bisabuela Graziella Calcaño en la gran Exposición Internacional de París de 1889, mi esposa, Nacha Sucre, refirió:

La música, protagonista principal de la exposición, fue potenciada por las más nuevas tecnologías. Josefina disfrutó de la interpretación de algunas de las mejores óperas, en aparatos telefónicos de un centro experimental que mucha gente visitó, y pudo conocer el gramófono de Edison, por primera vez expuesto ante el público, y escuchar la música extranjera que transformó la exposición en calidoscopio de nuevos sonidos. Éstos impresionaron a Claude Debussy, especialmente la música de los grupos Gamelán, venidos de la isla indonesa de Java. El compositor tomó de esta música étnica, interpretada en instrumentos artesanales construidos con metales y maderas exóticas, cadencias y contrastes desconocidos en Occidente, que luego llevaría a sus propias composiciones, interpretadas más tarde por todos los rincones del mundo civilizado. (Alicia Eduardo – Una parte de la vida, Fundación Empresas Polar, 2009).

El mundo sonoro de Claude Debussy es tan inconfundible como inigualable. En efecto, de aquella música oriental obtuvo nuevos sonidos que incorporó a su lenguaje, pero la arquitectura de una obra de Debussy, o su joyería cuando hacía piezas breves, son occidentales y renovadoras. Es un atrevimiento y una injusticia, sólo excusada por el espacio disponible, haber seleccionado su Rêverie como muestra de su dulzura melódica. La ejecuta la Orquesta de Filadelfia bajo la experimentada batuta de Eugene Ormandy.

Léo Delibes (1836-91)

Léo Delibes tuvo por padre un cartero, pero su madre era una competente música amateur. El Dueto de la flor (Viens, Malike), de su ópera Lakmé—como Bizet y Debussy, Delibes se interesó en cosas orientales—, usado hasta el cansancio en comerciales de British Airways, lo llevó a la conciencia y el gusto populares en la década de los noventa. Pero su talento melódico, rítmico y orquestal se puso más claramente de manifiesto en su música de ballet, principalmente en sus composiciones Coppelia y Sylvia. De esta última, ponemos a continuación el Vals lento, del Acto Primero. Lo hace sonar la Orquesta del Conservatorio de París, dirigida por Jean Martinon.

Paul Dukas (1865-1935)

Sabemos de Paul Dukas, por supuesto, viendo Fantasía, la película de Walt Disney de 1940, puesto que una de sus escenas más logradas es la del ratón Mickey en el papel de El aprendiz de brujo, ciertamente la más famosa de las piezas de Dukas. Ahora escucharemos la Fanfarria de su ballet en un acto, La Péri o La flor de la inmortalidad, como cosa rara, ambientado en tierras orientales. El ballet propiamente dicho comienza con pasajes tocados muy suavemente, y Dukas escribió la fanfarria para dar tiempo a que el público remolón y ruidoso se sentara y dejara de molestar. Leonard Slatkin dirige la Orquesta Nacional de Francia.

Gabriel Fauré (1845-1924)

A mi gusto personal, Gabriel Fauré es el compositor más profundo del lote. Tiene un Requiem extraordinario, el único del género que concluye con una nota jubilosa, pues se canta, luego de la resurrección, In Paradisum. Cuando a su pupilo, Maurice Ravel, le fue negado el Prix de Rome por decisión del Conservatorio de París, una verdadera revuelta llevó a Fauré al puesto de Director. Desde allí introdujo grandes cambios administrativos y curriculares, con un celo que le ganó el sobrenombre de Robespierre. Cuatro años después era elevado al Institut de France. Podemos oír el hermoso dolor de su Elegía en Do menor, op. 24, con Jacqueline du Pré en el violoncello, acompañada al piano por quien fuera su esposo, Daniel Barenboim.

Charles Gounod (1818-1893)

Hace ahora su entrada Charles (Charles-François) Gounod. Hemos tenido la suerte de que su madre fuera pianista, y que ella le enseñara y descubriera sus talentos. Estudió en el Conservatorio de París, donde ganó el codiciado Prix de Rome, a sus 21 años, en 1839. Compuso trece óperas, Fausto la más conocida de ellas. También compuso dos sinfonías, varios oratorios y una buena cantidad de música de cámara. Aquí está representado por su Marcha fúnebre para una marioneta, que fuera el tema de las series para televisión Alfred Hitchkock presenta y La hora de Alfred Hitchcock. De nuevo, es Eugene Ormandy quien conduce la interpretación de la Orquesta de Filadelfia.

Clément Janequin (der. 1485-1558)

Para demostrar que la excelencia musical francesa data de hace mucho tiempo, basta considerar el liderazgo europeo en el Renacimiento de la Escuela de Notre Dame y la producción de figuras como Josquin des Prez (1450-1521) y, antes, Guillaume Machaut (c. 1300-1377). Es del período renacentista la obra de Clément Janequin, el más prolífico compositor de canciones—por centenares—de su época. La bataille puede ser cantada a capella, pero acá viene en forma de pavana instrumental, con percusión muy destacada. Interpreta el Ensemble Clément Janequin.

Jules Massenet está entre mis compositores franceses favoritos, por su fina orquestación, sus muy hermosas melodías y sus elegantes ritmos. Gounod, como Tchaikosky y Vincent d’Indy, expresaron grandes elogios por su primera obra notable, el oratorio María Magdalena. La Méditation de su ópera Thaís es una de las piezas académicas más populares en el mundo. Treinta y cuatro óperas compuso Massenet, El Cid entre las más famosas. De esta obra, he aquí su danza Andaluza, que toca la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Robert Irving. (En La tesis de la elegancia, en este blog, puede oírse la danza Aragonesa de El Cid).

Francis Poulenc (1899-1963)

Un miembro destacado de Les Six, un grupo franco-suizo de compositores de música de avanzada, fue Francis Poulenc. Hizo música de todos los géneros: orquestal, concertante, vocal y coral (incluyendo ópera), de ballet y, sobre todo y más copiosamente, composiciones para piano. Con un tío escuché en el Teatro Municipal al pianista venezolano Humberto Castillo una pieza de Poulenc por primera vez, el primero de sus Trois mouvements perpétuels, asombroso. Fue el primer músico de su generación que se admitiera abiertamente homosexual, aunque también mantuvo relación con mujeres y hasta tuvo una hija, que no reconoció. Criado como católico, su sexualidad significó para él graves problemas de compatibilidad entre creencia y emoción. André Previn, que empezara haciendo música para Hollywood y luego se convirtiera en Director Titular de nada menos que la Orquesta Sinfónica de Londres, es un magnífico pianista. Interpreta de Poulenc la bella pieza Melancolía, que cierra la muestra de hoy.

LEA

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