Olivia Hussey & Leonard Whiting como Julieta y Romeo (Franco Zeffirelli, 1968)
For never was a story of more woe / Than this of Juliet and her Romeo
William Shakespeare
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Cuando tenía doce años, me permitió el gran señor que fue Oscar Álvarez De Lemos secuestrar durante todo un mes el disco con la pieza que, irreversiblemente, me permitió habitar el mundo sinfónico. Fue en su casa de La Campiña donde innumerables veces escuché maravillado Romeo y Julieta de Pyotr Ilyich Tchaikovsky, saliendo de un plato Garrard y llegando a mis oídos después de atravesar un noble amplificador Macintosh. Sólo mi esposa ha logrado enamorarme de modo tan definitivo. El disco de Don Oscar era el Columbia CL 747, donde quedó grabada la interpretación de la pieza por la orquesta de André Kostelanetz (ver portada en Música para votar). Lo poseí hasta que pude conseguir en Don Disco de Chacaíto una copia de la misma grabación y devolví el préstamo. Después adquirí otras muchas interpretaciones por orquestas y directores bastante mejores.
Don Oscar Álvarez De Lemos
Creo que la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta de Tchaikovsky es una obra musical perfecta. Otros compositores, notablemente Héctor Berlioz y Sergei Prokofiev, han creado música sobre estos entrañables personajes de Shakespeare. (Tuve en mi colección la primera grabación que se hiciera de Lorin Maazel como director de orquesta: un albúm de dos discos de Deutsche Grammophon con las piezas del francés y ambos rusos, interpretadas por la Orquesta Filarmónica de Berlín en 1957. Dieciocho años después, Maazel vino a Venezuela con la Orquesta de Cleveland para dos conciertos—19 y 20 de abril de 1975—, y al cabo de las presentaciones conversé largamente con él y le recordé esa grabación). Disfruto mucho, primero, la música del ballet de Prokofiev; menos la obra de Berlioz, pero es la de Tchaikovsky la que tiene un sitial señero en mi corazón de melómano.
Es con esa arbitrariedad—procuraré justificarla—que coloco acá cinco versiones (podría poner varias más) de mi obra favorita, una de ellas, por cierto, a cargo de Maazel y los músicos de Cleveland. Pero es la primera en aparecer, en los instrumentos de la mejor agrupación sinfónica del mundo—otra declaración arbitraria, aunque apoyada por los mejores críticos musicales en encuesta realizada en 2008—, la de la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam, bajo la batuta de Bernard Haitink, su Director Principal entre 1963 y 1988. La de Maazel-Cleveland es la segunda, y tras ella se puede escuchar la rendición de Mikhail Pletnev con la Orquesta Nacional Rusa, la de Zubin Mehta con la Filarmónica de Los Ángeles y, finalmente, la de Adrian Leaper al frente de la Orquesta Filarmónica Real inglesa. Así quedan ordenadas de mayor a menor duración; entre la versión de Haitink y la de Leaper hay sólo un minuto y siete segundos de diferencia.
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En el caso de la música sinfónica, nos encontramos siempre ante la rica conjunción de los siguientes elementos: melodía (la sucesión de las notas en frases musicales, su parlamento, por así decirlo); armonía (el sonido simultáneo de notas distintas en acordes o disonancias y su transformación o sustitución por cambios o modulaciones en acordes o disonancias diferentes); textura (el tejido de la música en homofonía o en contrapunto, cuando en este último caso líneas melódicas diferentes se superponen unas a otras); el ritmo (la velocidad de la sucesión de notas y su duración, al organizarlas en compases de igual tiempo y la adjudicación de acentos sobre algunas de ellas); la instrumentación u orquestación (los instrumentos específicos a los que la música es confiada en cada sección, como solistas o en acompañamiento de timbres afines o contrastantes). Además de esto, cada pieza tiene una forma o estructura particular, que establece la sucesión de sus secciones para la exposición, desarrollo y enhebrado de sus temas; hay, por último, un asunto de dinámica (el volumen de los sonidos: piano o pianissimo, forte o fortissimo, mezzoforte, en una gama de gradación casi infinita de crescendos y diminuendos y hasta morendos) y otro del detalle de ejecución de cada nota o melodía para efectos particulares: pizzicato, col legno, rubato, marcato, sforzando, leggiero (sin acentuación).
Bueno, Romeo y Julieta tiene todo esto en un nivel de calidad que es a la vez de gran arquitecto y fino orfebre: las secciones son clarísimas y enteramente justificadas, estructuralmente lógicas y elocuentes en su narración del drama; dentro de ellas, todos los elementos están pulidos hasta el último detalle. Cada participación instrumental es interesante melódica, armónica o rítmicamente; no hay sonido que no cumpla una función importante y ningún ejecutante de atril tiene motivo para lamentarse de que su parte sea insignificante. Es difícil conseguir más hermosura que la del gran tema amoroso de la obra, y los ritmos irregulares que describen contiendas entre Montescos y Capuletos son una anticipación de 44 años, en una obra de juventud de Tchaikovsky—una primera versión data de 1869, cuando tenía 28 años; la tercera y definitiva es de 1880—, de los que sólo emergerían en pleno siglo XX con los de Le sacre du printemps (1913) de Igor Stravinsky. Ni qué decir de la instrumentación; Romeo y Julieta está orquestada para 2 flautas y flautín, 2 oboes, 2 clarinetes en La, 1 corno inglés y 2 fagotes, en las maderas; 4 trompas en Fa, 2 trompetas en Mi, 2 trombones tenores, 1 trombón bajo y 1 tuba, en los metales; 3 timbales en Mi, Fa sostenido y Si, 1 bombo y platillos, en la percusión; y los acostumbrados primeros y segundos violines, violas, violonchelos y contrabajos más 1 arpa, en las cuerdas. La cuestión, por supuesto, está en cómo y cuándo usarlos, y Tchaikovsky sabía hacer esto muy bien.
Escena del balcón – Ford Madox Brown, 1870
Las secciones o, más bien, episodios de la obertura son fácilmente distinguibles: una introducción coral* incluye, expuesto en pizzicato, el tema de Fray Lorenzo. Este material introductorio, religioso y ruso, repite varias veces una aproximación progresiva a un hermoso acorde que se sostiene y destaca en cada repetición una nota distinta. La introducción se agota al emerger el conflicto de las familias, y esa tensión, ese careo, da paso a un combate abierto, que a su vez es cubierto por la dulzura del primer encuentro de quienes se enamorarán al verse el uno del otro. Surge entonces el bello tema de amor de la obra, primero expuesto en las cuerdas y luego lanzado por una límpida flauta que se apoya en el noble contrapunto del canto de las trompas. Otra vez el conflicto se apodera de la escena y de nuevo deviene lucha, cada vez más agresiva hasta cesar ante el casamiento de los novios, seguido de la consumación de su amor al restablecerse el tema principal, ya no en diálogo de flauta y corno inglés, sino en la masa de los violines, pues ya ellos son una sola carne. Pero el conflicto regresa, inexorable: la marcada aparición de los trombones anuncia que la lucha va en serio, y un redoble de timbales señala la tragedia definitiva: las muertes a espada de Mercucio y de Teobaldo y el suicidio de los amantes. Los mismos timbales inician una marcha fúnebre y un canto adolorido que concluye con el homenaje de toda Verona en recuerdo de Romeo y Julieta— «Porque nunca hubo una historia de mayor aflicción/Que ésta de Julieta y su Romeo»—, expuesto en las maderas de forma que recuerda el coral introductorio. Por última vez, venido de ultratumba, suena el tema de amor de R&J en los violines una octava más arriba de las ocurrencias anteriores, hasta que el redoble de un timbal en crescendo da soporte a los gritos de la orquesta que cierran el drama.
Episodios de Romeo & Julieta en la versión de Haitink (clic amplía)
He aquí las cinco versiones escogidas y, a continuación de ellas, un video del ensayo de Gustavo Dudamel y la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, que ejecuta brillantemente las prodigiosas escalas del combate de Montescos y Capuletos bajo instrucciones del director venezolano.
Haitink
Maazel
Pletnev
Mehta
Leaper
Debo admitir mi exagerado sesgo hacia esta pieza maravillosa, y espero que a todo el mundo le cause tanta emoción como a mí me ha producido sin decaer por cincuenta y ocho años. LEA
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*Aquí el término coral se refiere al modo canónico de cantar un himno en una congregación religiosa: una soprano canta una melodía simple junto con la congregación de fieles, mientras los acompañan tres voces más graves. A eso se llama una armonización coral.
Si se oyera una tras otra las veinte piezas en esta entrada, se habría consumido dos horas, cincuenta y cinco minutos y dieciséis segundos de tiempo; valdrían la pena aunque, por supuesto, puede escuchárselas con ganancia en dosis menores separadas. Son veinte movimientos de veinte sinfonías distintas de veinte compositores distintos por veinte directores distintos. Quince orquestas diferentes—Berlín, Cleveland, Chicago, Filadelfia y Londres se repiten una vez—acometen el trabajo de deleitarnos.
La sinfonía es, sin duda, la reina de las formas musicales. Corresponde a la versión orquestal de la forma sonata o, más específicamente, la forma Allegro de sonata. Ésta consiste en la organización del material musical en tres secciones sucesivas, a saber, exposición, desarrollo y recapitulación. A estas secciones, unidas entre sí por transiciones, puede añadirse una introducción al inicio y una coda (cauda o cola) al final, con distinto material. Una sinfonía típica consiste de cuatro movimientos, de los que normalmente el primero y el último están compuestos en forma sonata.
Georges de La Tour: Ciego tocando la zanfonía (clic para ampliar)
Pero el término sinfonía fue empleado antes de la época clásica, cuando se establece formalmente, para referirse a piezas de un solo movimiento, pues etimológicamente significa sonar en conjunto. Igualmente se ha aplicado la palabra a instrumentos específicos: el organistrum inventado en Galicia en la Edad Media a fines del siglo X, un instrumento tocado por dos ejecutantes, uno de los cuales hace girar una manivela para golpear dos cuerdas dentro de una caja de resonancia, dio paso a la sinfonía o zanfonía, tocada por uno solo. Éste es el origen de la clase de instrumentos a manivela que se conoce en inglés como hurdy gurdy. En mi infancia se llamaba sinfonía al instrumente cuyo nombre propio es armónica. Era rara la navidad en la que alguna tía o el mismo Niño Jesús no nos trajese, otra vez, una «sinfonía» (Hohner, of course).
No divago más, que la serie es larga. Será construida en orden cronológico de composición, y empieza con el elegante Menuetto en tempo de Allegretto que Wolfgang Amadeus Mozart escogió para el tercer movimiento de su vivaz Sinfonía 40 en Sol menor (1788). Esa obra—llamada Gran Sinfonía en Sol menor para distinguirla de la #25, en la misma tonalidad—estaba, junto con la 39 en Mi bemol mayor, en el cuarto disco de música culta que yo comprara, allá por 1956, con Karl Bohm dirigiendo la Sinfónica de Bamberg. Esta versión es con la Orquesta del Festival de Londres dirigida por Alfred Scholz.
Mozart, 40, III
Ahora sigue Franz Josef Haydn, el Padre de la Sinfonía. Este caballero compuso nada menos que 104 obras de esa clase (si no se añade dos o cuatro más que siguen la forma sonata, una de ellas una sinfonía concertante en la que un grupo de instrumentos se opone a la orquesta en tutti). Es tal vez la más famosa de ese largo centenar la #94 en Sol mayor (1791), apodada «Sorpresa». Su segundo movimiento, Andante, es lo que justifica el apelativo; se dice que Haydn lo compuso maliciosamente para sobresaltar a quienes durmieran en los conciertos con un inesperado golpe de timbal (los alemanes llaman a la obra Sinfonie mit dem Paukenschlag). Aquí lo interpreta la Camerata Romana que dirige Alberto Lizzio.
Haydn, 94, II
La Sinfonía #7 en La mayor (1811), el opus 92 de Ludwig van Beethoven, fue apodada La apoteosis de la danza por Richard Wagner. El Allegretto, su segundo movimiento, puede ser empleado para mostrar del modo más diáfano qué es contrapunto: la textura musical en la que dos o más melodías distintas, pero armónicamente compatibles, suenan al mismo tiempo. Pruebe a cantar las dos evidentes líneas melódicas alternadamente. Anton Nanut conduce la Orquesta Sinfónica de la Radio de Ljubljana.
Beethoven, 7, II
Otro minué (Menuetto, Allegro vivace, Trio) es el tercer movimiento de la Sinfonía #4 en Do menor (1816), llamada Trágica, de Franz Schubert, el gran melodista de oído absoluto. Acá se lo escucha mientras Carlo Maria Giulini dirige apropiadamente la Orquesta Sinfónica de Chicago.
Schubert, 4, III
Una de las más famosas sinfonías en la historia de la música es obra del adelantado francés Héctor Berlioz, su Sinfonía Fantástica (1830) opus 14, una sinfonía de programa (que sigue un esquema textual descriptivo o narrativo). Es Un bal, el segundo movimiento de la obra—inspirada por un amor apasionado del compositor hacia la actriz irlandesa Harriet Smithson—, interpretado a continuación por Pierre Boulez al frente de la Orquesta de Cleveland. (Smithson se enteró del amor de Berlioz por ella cinco años después de que éste se enamorara, dos años después del estreno de la obra. Se casó con él en 1833, para un matrimonio neurótico que terminó en divorcio).
Berlioz, Fantastique, II
Félix Mendelssohn Bartholdy, un compositor de fortuna, trabajó la forma sonata tanto en conjuntos de cámara como en orquesta completa. Nos dejó cinco sinfonías, de las que la alegre Cuarta en La mayor (1833) o Italiana es tal vez la más interpretada. Él dirigió su estreno, pero la partitura no se publicó hasta después de su muerte (a los 36 años de edad), pues nunca terminó de pulirla a su entero gusto. Oigamos su primer movimiento, Allegro vivace, por la Orquesta de Cleveland bajo la batuta de su director por muchos años, George Szell.
Mendelssohn, 4, I
También tiene apodo geográfico (Renana) la Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor (1850) de Robert Schumann. Herbert von Karajan, al frente de su Orquesta Filarmónica de Berlín, nos da su versión del tercer movimiento—Nicht Schnell (No rápidamente)—de esa famosa sinfonía.
Schumann, 3, III
La magnífica sede de la Orquesta Filarmónica de Berlín
La Sinfonía en Do mayor (1855) de Georges Bizet, obra de juventud, es seguramente la mejor de sus piezas puramente orquestales. El gran melodista y orquestador, compositor de la inmortal Carmen, la música incidental a La arlesiana y Los pescadores de perlas, hizo dos sinfonías posteriores que merecen el olvido. Pero su sinfonía juvenil fue reconocida de inmediato como una joya musical. Leonard Bernstein dirige a la Orquesta Filarmónica de Nueva York en esta versión de su tercer movimiento, Allegro vivace.
Bizet, 1, III
Alexander Borodin formó, junto con Balakirev, Cui, Moussorgsky y Rimsky-Korsakoff, el grupo Los cinco, también conocido como El puñadopoderoso. Seguidores de Mikhail Glinka, se propusieron hacer música específicamente rusa. Poderoso y pegajoso es el tema del primer movimiento (Allegro) de su Segunda Sinfonía en Si menor (1876); ocupa prácticamente el movimiento entero y la reiteración no molesta. Borodin sabía que había encontrado un tema muy bueno. Jean Martinon se encarga de la gran Orquesta Sinfónica de Londres para esta ocasión.
Borodin, 2, I
Al menos catorce años tardó Johannes Brahms en completar su Primera Sinfonía en Do menor (como la anterior, de 1876), tan sobrecogido se hallaba por la obra de Beethoven. El cuarto movimiento de la obra incluye una clara alusión melódica a la gran Sinfonía Coral de su predecesor. He aquí a la Orquesta Sinfónica (no Filarmónica) de Viena, dirigida por el especialista Wolfgang Sawallisch, en el potente cuarto movimiento de la gran sinfonía, noble como su creador.
Brahms, 1, IV
La Tercera Sinfonía en Do menor (1886) de Camille Saint-Säens es conocida como la Sinfonía Órgano. Es más apropiado seguir la especificación francesa: avec orgue, con órgano. Hay bastantes grabaciones de esta popular obra. En este caso, Charles Dutoit, director conocido en Venezuela, dirige a la Orquesta Sinfónica de Montreal en el tercero y último movimiento de la obra; Peter Hurford es el organista responsable.
Saint-Säens, 3, III
El belga César Franck compuso una única Sinfonía en Re menor (1888). Más que suficiente; le quedó estupenda. Su textura evoca la de la música para el órgano, instrumento para el que Franck, él mismo organista—de manos enormes que abarcaban doce notas blancas en un teclado—, compuso abundantemente con calidad. Riccardo Muti dirige a la Orquesta de Filadelfia en el tercer movimiento (Allegro non troppo) de la gran sinfonía.
Franck, única, III
Antonín Dvořák fue un prolífico y fino compositor checo antes de que Checoeslovaquia existiera, pues murió en 1904. Entre 1892 y 1895 dirigió en Nueva York el Conservatorio Nacional de Música y buscó asimilar raíces musicales de los Estados Unidos, como la de los Negrospirituals, recomendando que fueran la base de la composición seria en ese país. Él produjo un ejemplo maravilloso en la Sinfonía #9 (antes #5) en Mi menor (1893), ampliamente conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo. Una lujosa interpretación es la de Georg Solti y la Orquesta Sinfónica de Chicago, por quienes escuchamos ahora el tercer movimiento (Scherzo: Molto Vivace – Poco sostenuto).
Dvořák, 9, III
Partitura original de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Portada.
Pyotr Illich Tchaikovsky compuso bien lo que le dio la gana; pudiera argumentarse el caso de que fuera el compositor más talentoso de la historia de la música occidental, y su propósito no era otro que el de impactar estéticamente a los oyentes de su música. ¿No es, acaso, el fin estético la esencia de lo musical? Bueno, entre otras cosillas Tchaikovsky compuso siete sinfonías, las numeradas 1 a 6 y la Sinfonía Manfredo, como la de Berlioz, una sinfonía de programa. Es el tercer movimiento (Allegro molto vivace) de su Sexta Sinfonía en Si menor (1893)—a sugerencia de su hermano, Modesto, nombrada Patética—lo que escucharemos a continuación, en las voces de la Orquesta Nacional Rusa conducida por Mikhail Pletnev. El gran compositor era de temperamente neurótico; en una carta de 1892 dijo que la obra debía ser apartada y olvidada; al año siguiente opinaba: «Creo que se está convirtiendo en la mejor de mis composiciones». Somos nosotros quienes tenemos la palabra.
Tchaikovsky, 6, III
Gustav Mahler es compositor popularizado en los años sesenta, primero por la incansable labor de directores como Leonard Bernstein o Georg Solti, y antes por John Barbirolli y Dimitri Mitropoulus; en los años setenta tal vez fue más decisiva la película Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, que emplea a lo largo del film el Adagietto de la Quinta Sinfonía del compositor y director bohemio. La Segunda Sinfonía en Do menor (1894), conocida como Resurrección, es una mutación del lenguaje musical tras la más convencional Primera Sinfonía (Titán). El tercer movimiento—In ruhig fliessender Bewegung (En silencio, el movimiento que fluye)—de la Sinfonía Resurrección ostenta el carácter de danza macabra, interrumpida por estallidos triunfales, que Mahler empleará en otras composiciones, como la Tercera y la Séptima Sinfonías. Rafael Kubelik se pone al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera en la ejecución que sigue.
Mahler, 2, III
La batuta prodigiosa de Rafael Kubelik
El compositor finlandés Jan Sibelius es el autor de siete sinfonías. Para el gusto del suscrito es uno de los temas más hermosos y emocionantes de ese tesoro sinfónico el principal del Finale (Allegro moderato) de su Segunda Sinfonía en Re mayor (1902). Acá suena por la Orquesta Sinfónica de Londres con la dirección de Charles Mackerras. El comienzo del audio parece inexacto, pero es que en la obra no hay interrupción entre el tercero y el cuarto movimiento, que es el que aquí oímos.
Sibelius, 2, IV
Conocemos más de Sergei Rachmaninoff por sus conciertos para piano y orquesta y las numerosas piezas que compuso para el instrumento del que fue reputado concertista. Compuso, sin embargo, cuatro sinfonías muy aceptables, de las que es la Segunda Sinfonía en Mi menor (1907) la mejor lograda. Rachmaninoff era, por encima de todo, un consumado fabricante de melodías. La que domina el Adagio, tercer movimiento de esa sinfonía, es memorable. Nada mejor que las cuerdas opulentas de la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Eugene Ormandy, para ofrecernos ese hermoso y apasionado movimiento.
Rachmaninoff, 2, III
Los tres últimos compositores en esta selección—Aram Khachaturian, Sergei Prokofiev y Dmitri Shostakovich—fueron considerados por el público y los críticos rusos como el trío de los mejores músicos de su país en el siglo XX. (De los que permanecieron en Rusia; Igor Stravinsky logró escapar al cepo comunista que en 1948 obligó a estos compositores a abandonar sus estilos musicales, calificados de «formalistas», y a ofrecer excusas públicas y emprender la escritura de «música proletaria», según el Decreto Zhdanov). Escuchemos primeramente al armenio Aram Khachaturian al frente de la justamente reputada Orquesta Filarmónica de Viena, en el segundo movimiento (Allegro risoluto) de su Segunda Sinfonía en Mi menor (1944), o Sinfonía de la Campana (así conocida por el extenso uso de campanas tubulares en el tema que emplea en los primeros compases del primer movimiento y los últimos de su movimiento final). Los característicos ritmos de Khachaturian, y sus exóticas armonías al borde de la disonancia, florecen en esta ejecución de una de las mejores agrupaciones orquestales del mundo, que respondió lealmente al mando del compositor.
La Filarmónica de Viena en el Palacio Schönbrunn
Khachaturian, 2, II
Sergei Prokofiev, que lideró una colonia de músicos soviéticos, protegida por su lejanía del frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial, compuso abundante música: de cámara, óperas, ballets, bandas sonoras para películas (como el Alexander Nevsky de Sergei Eisenstein), conciertos, instrumentos como el piano y, por supuesto, sinfonías, en número de siete. Una de las que son más frecuentemente interpretadas es su Quinta Sinfonía en Si bemol mayor (1944). André Previn dirige a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles en una ejecución perfecta de su Allegro marcato, el segundo movimiento de la obra, y preserva la frescura de la ácida y juguetona elegancia típica de Prokofiev.
Prokofiev, 5, II
La Sinfonía #10 en Mi menor (1953) de Dmitri Shostakovich hace uso profuso, en su tercer movimiento (Allegretto), de la textura contrapuntística. De estructura ternaria A-B-A, comienza con un tema jocoso que da paso a una sección media de hermoso tema en la que destaca un lírico solo de flauta, antes de recuperar el tema inicial en una explosión de alegría, que ocurre en esta versión de la Filarmónica de Berlín y su jefe, Herbert von Karajan, a los 7 minutos y 27 segundos del comienzo, antes de morir pianissimo entre reminiscencias de la segunda sección.
Shostakovich, 10, III
Ahora reposan todas las batutas. Feliz domingo. LEA
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