Primarias secundarias o El mito de la unidad

De los extremos inclinarse al centro para salir en la foto

 

Al cierre de una conversación con William Echeverría—transmitida por Globovisión el 16 de diciembre de 2010 y retransmitida el 4 de enero de este año 2011—el entrevistador quiso sintetizar los conceptos recorridos y dijo: «Entonces, romper esquemas, romper paradigmas». Agotado ya cualquier residuo de elocuencia al término del programa, convine: «Romper paradigmas… y, más que romperlos, traer uno sustituto, traer uno que sustituya lo malo».

«Lo malo» es una expresión equivocada; he debido decir «lo que no funciona». La política pertenece al terreno de lo práctico, por una parte; por la otra, no quise adjudicar una connotación moral negativa al paradigma prevaleciente en la política convencional.

Pero Echeverría apuntaba en la dirección correcta; apartando variaciones cuantitativas oscilantes, en algunas ocasiones francamente positivas, el desempeño político de los actores que insisten en ser entendidos como oposición sigue siendo cualitativamente idéntico desde 1998, cuando ganara Hugo Chávez su primera elección. Los paradigmas que guían la operación de esos actores son los mismos; los resultados no pueden ser diferentes cada vez. Es preciso romper esquemas, romper paradigmas. La cosa responsable es no hacerlo por el mero placer de destruirlos, sino cuando se tiene a mano lo que puede reemplazarlos con ventaja.

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El enjambre opositor comparte, en su mayoría, ciertas nociones políticas básicas. Unas provienen del paradigma político de fondo, que fue el objeto de la entrevista con Echeverría; otras, de las que este texto se ocupará, funcionan más bien como líneas estratégicas.

La primerísima de ellas es una tautología: que los opositores de Hugo Chávez y su gobierno conforman, precisamente, su oposición; están definidos esencialmente en términos de su enemigo puesto que, ideológicamente hablando, más bien conforman un conjunto muy abigarrado.

¿Qué afinidad, más allá del repudio a Chávez, pueden exhibir Bandera Roja, cuyo líder máximo y eterno es un ex guerrillero marxista, y Fuerza Liberal, su polo ideológico opuesto? (Ambas organizaciones son miembros de la Mesa de la Unidad Democrática). Con su característica franqueza, Henry Ramos Allup declaró hace muy pocos días que Acción Democrática no comparte «ni ideales ni visiones» con los restantes partidos de la MUD. “La política suele hacer extraños compañeros de cama. Hoy compartimos propósitos, no ideales ni visiones”, dijo al diario Ciudad CCS. (El propósito básico, por supuesto, no es otro que el de «sacar del poder al presidente Hugo Chávez Frías», como lo pone el diario mencionado). En ciertos casos, ni siquiera comparten propósitos; el sitio web de El Universal anunció el 18 de marzo (Oposición se divide por destitución del alcalde en Lagunillas): «La directiva nacional de Copei anunció en Lagunillas la ruptura de las relaciones con UNT, luego que ediles de este partido declararon la vacante absoluta del alcalde Edwin Pirela (Copei), quien padece de cáncer y estaba en Panamá bajo tratamiento médico. (…) Juan Pablo Guanipa, coordinador de Primero Justicia en el Zulia, dijo que lo ocurrido en Lagunillas es demostración de la ‘deshumanización de la política’ y de ‘las miserias del poder'». (En nota escrita por Teresa Luengo).

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Hace pocos días, a un amable caballero que me hacía llegar un texto con su tesis más reciente—que hay que construir «otra» oposición—, le ofrecí material de una de las muchas veces que he descrito el persistente fenómeno de la autodefinición opositora. Le copié de la Carta Semanal #352 de doctorpolítico, del 8 de octubre de 2009, entre otros, los siguientes párrafos:

El encuestólogo y prologuista ofreció como premisa inicial la siguiente declaración: “Apartando el 2 de diciembre de 2007, nunca hemos sido mayoría”. Y ese plural de la primera persona gramatical no necesitaba ser explicado; aquello a lo que ese implícito “nosotros” se refería era a quienes se oponen a Chávez y, más específicamente, a la audiencia que tenía por delante mientras hablaba. Ése es el conglomerado que entiende como determinante, ésa sería la clientela que esperaba sus palabras.

John Magdaleno, estudioso de la opinión

Tal óptica no es nueva; desde que Chávez asumió por vez primera la Presidencia de la República, en los inicios de 1999, el resto de las iniciativas políticas ha optado por entenderse como mera oposición a Chávez. En terminología relativamente reciente, se la nombra como “comunidad opositora”. Un artículo en el diario El Nacional aducía poco después de la derrota de Manuel Rosales en las elecciones presidenciales de 2006: “La votación que el CNE le adjudicó al candidato opositor es importante, siempre y cuando éste sepa ejercer el liderazgo del antichavismo…” (Felices perdedores, 12 de diciembre de 2006). Exactamente ese mismo día, un análisis que circuló privadamente se expresaba en términos como los siguientes: «La oposición… decidió no participar en las elecciones legislativas… la Oposición ya había perdido sus Gobernaciones y Alcaldías… para una parte importante de la Oposición el contrincante mayor no era Chávez, era el CNE… Muchos pensaban que la oposición era mayoría… la ausencia de la Oposición de la contienda electoral… La Oposición se debatía entre el método de escogencia del candidato único y la campaña por condiciones… Muestra un liderazgo indiscutible en la oposición durante la campaña… Se ganó al lograr la unidad de toda la oposición… Que la oposición es minoría… ¿Cuál es el estado de la oposición un día después?… La Oposición amanece como un conglomerado nacional de importante magnitud… no desperdiciar esfuerzos en combatir a la oposición desde la oposición misma…»

He allí la falla de origen de la inmensa mayoría de los planteamientos políticos distintos del chavismo: que sólo atinan a definirse como antichavistas. Desaparecido Chávez, dejarían también, entonces, de tener sentido sus existencias. (…)

Una nueva acción política que quiera ser viable no puede pensarse como oposición a Chávez; es preciso que procure superar el actual estado de cosas por superposición, por salto a un nivel superior de la política. (A fin de cuentas, el régimen de Chávez no es otra cosa que la exacerbación oncológica de una política que no inventó él: la política de poder posicionada en algún punto del eje decimonónico de izquierda y derecha). La refutación de Chávez debe venir, para usar términos evangélicos, por añadidura, nunca como única justificación.

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Es a esa «falla de origen» que está asociado el concepto estratégico de la «unidad», puesto que por éste se entiende la unidad de la oposición. La idea aparenta tener una solidez lógica y una sensatez inapelables: «Unidos somos más fuertes que desunidos; si queremos salir de Chávez tenemos que unirnos». Quien ose contradecir principio tan evidente, ese axioma tan obvio, o no está en sus cabales o debe ser un infiltrado del chavismo.

Sin embargo, no todas las uniones suman. El aporte del tardío apoyo de Acción Democrática a la candidatura de Henrique Salas Römer en 1998 fue más bien negativo («El beso de la muerte»), y el que COPEI ofreciera a Irene Sáez, hasta fines de 1997 «segura» ganadora, la hundió verticalmente. Luego, los partidos que conforman la federación MUD no alcanzan, sumados todos, a superar las moderadas preferencias expresadas a favor del Partido Socialista Unido de Venezuela, que continúa como fuerza mayor de la política local. En verdad, la gran mayoría de los venezolanos no está alineada con ninguna de estas opciones. Cuando se avecina un proceso electoral y la polarización de la campaña ejerce sus efectos electromagnéticos opuestos, los injustamente vilipendiados «Ni-ni» se miden en 35%, una cota superior a la del PSUV, pero normalmente componen las dos terceras partes de la opinión nacional. A la dirigencia opositora burocrática, formalizada en la MUD, le cuesta aceptar esta realidad política; pareciera pretender que ella acoge, o es la llamada a acoger y agotar el universo de quienes no aprueban a Chávez. «Si Ud. no quiere a Chávez, tiene que estar con nosotros», rezaría un teorema impepinable, tan simplista, dicotómico e inválido como el chavista, que propone que quien no adore a Chávez debe ser por fuerza un defensor de George W. Bush.

Y es que, para decirlo en lenguaje coloquial, cualquier federación que incluya a ciertos componentes de «la 4a. República» se raya por eso mismo. Hay un contingente importante de antiguos partidarios de Chávez que buscan un desagüe porque ya se han percatado de su perniciosidad, pero al mismo tiempo no quieren nada con «la oposición». Por esto, ni siquiera cuando una candidatura de cualidad «unitaria» se oponga a Chávez—y, en consecuencia, capte una gran parte del mercado cautivo de opositores, como hizo Manuel Rosales en 2006—, basta la definición opositora. (Rosales sólo pudo arrastrar 36,9% de los votos en 2006, contra 62,8% de Chávez; logró ganar en el municipio Maracaibo, pero perdió hasta en el Zulia, como en todo el resto del país).

Claro que se dirá que la imagen y aceptación de Chávez se ha deteriorado considerablemente, y cualquier candidato pudiera derrotarlo. Alfredo Keller acaba de reportar que ha medido (entre el 10 y el 23 de febrero) exactamente eso. Su encuesta preguntó: «Si en estos momentos hubiera nuevas elecciones para elegir al Presidente de la República, ¿votaría por Hugo Chávez o por cualquier otro candidato?», y obtuvo 43% para cualquier otro candidato ante 35% de encuestados que votaría por el presidente Chávez.

Alfredo Keller – 1er. Trim. 2011 (clic para ampliar)

Pero lo que eso quiere decir es que una mayoría de ciudadanos preferiría que Chávez no siguiera gobernando al agotarse el presente período (y también que éste ha arrancado una campaña con 35 puntos a su favor). Esto no es nada nuevo; ya el Instituto Venezolano de Análisis de Datos había captado (25 de octubre a 4 de noviembre de 2009) lo siguiente: «Opciones con las que está más de acuerdo, en cuanto al mandato del presidente Chávez: que el presidente Chávez culmine su mandato en el 2010, tras un referéndum revocatorio, 29,8%; culmine su mandato en su período constitucional en el año 2012 y dé paso a otros liderazgos, 35,6%; permanezca hasta el 2021, 6,6%; permanezca más allá del 2021, 19,5%». Esto es, 65,4% de los encuestados prefería entonces que el presidente Chávez cesara en sus funciones a más tardar en 2012. Por otra parte, el mismo Keller tiene a Chávez estabilizado desde el segundo trimestre de 2010—cuatro trimestres seguidos en 35% (lo que ya resulta estadísticamente curioso)—y reporta una disminución del nebuloso candidato innominado respecto del trimestre anterior, el último de 2010, cuando alcanzaba 45%.

Keller ha hecho la misma pregunta desde hace años; entre el tercer trimestre de 2001 y el cuarto de 2003 registró respuestas francamente mayoritarias y positivas hacia un candidato opositor indefinido (con picos del orden de 70% en el cuarto de 2001 y el tercero de 2003). Y todos sabemos lo que aconteció en el revocatorio de 2004, cuando la mamá de la MUD, la Coordinadora Democrática, no pudo evitar que se volteara la tortilla. Luego de la manirrota introducción de las «misiones», y en cuanto el electorado percibió que la revocación implicaría nuevas elecciones y dedujo que Enrique Mendoza, entonces jefe de la oposición, podía convertirse en Presidente, los picos de 70% a favor de otro candidato teórico se redujeron a 41% de la votación contra Chávez.

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¿Cuál es la esencia del éxito electoral? Un candidato debe producir un discurso de campaña y una proyección de su persona que convenza individualmente a un número de electores superior al de cualquier otro concursante. El átomo de una elección, su unidad irreductible, es la conciencia de un elector solo ante la máquina de votación. Por esto es que no se trata de «unión» o «unidad». Lo que se descarga en los sitios de votación es una confluencia, una coincidencia, no una alianza.

Hay, claro, electores que responden a instrucciones giradas por algún partido al que pertenezcan; obedecen a «líneas» partidistas. Pero éstos son los menos entre los electores, como demuestra el siguiente cuadro de identificación con partidos—construido sobre números del Instituto Venezolano de Análisis de Datos—que ni siquiera es una cuenta de militantes efectivos. (Se ha eliminado de la consideración 0,7% de otros partidos y 2% de entrevistados que no supieron o no respondieron. Los colores corresponden a los ítems sumados en los totales por bloque; por ejemplo, PPT se sumó a Ninguno para obtener el porcentaje de no alineados con gobierno u oposición).

IVAD – 23 de enero a 3 de febrero de 2011

Y es que tampoco es la inscripción en un partido garantía de que su línea, su instrucción específica, será acatada por el total de sus militantes. En 1998 Acción Democrática mandó a votar por Salas Römer, pero se sabe que un buen número de sus militantes lo hizo por Chávez, y los resultados del referéndum de 2007 no se explican sin una abstención muy significativa de simpatizantes y aun militantes del chavismo organizado.

La secreta decisión del voto es enteramente personal e individual, un acto íntimo intransferible. Quien quiera ganar una elección debe convencer a una colección suficiente de conciencias individuales, no a una organización o una coalición.

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Los factores de la Mesa de la Unidad Democrática han acordado que la candidatura presidencial que sería apoyada por las fuerzas que la componen sea determinada por unas elecciones primarias. ¿Cómo se ha llegado a la aceptación de tal mecanismo selector? Hagamos historia.

Antes de las primeras elecciones primarias de la última década, las más sonadas fueron las organizadas por COPEI en febrero de 1993, cuando se confrontaron las precandidaturas de Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz. Fueron primarias abiertas, esto es, podían votar en ellas ciudadanos cualesquiera, aunque no fuesen militantes inscritos en COPEI. El partido no repitió el método cuando escogió a Irene Sáez en su Convención Nacional de 1997. Por otro nombre—elecciones por la base—, Acción Democrática había intentado producir su candidatura presidencial tan temprano como en 1968; de ellas salió triunfante Luis Beltrán Prieto Figueroa, y Betancourt prefirió dividir al partido. La experiencia hizo a AD renuente a esta clase de determinación candidatural.

En época de Chávez, la debilidad de los partidos de oposición les hizo temer a lo que se llamaba «sociedad civil». Después del Carmonazo y del fracaso del suicida paro petrolero, se puso de moda la Plaza Francia de Altamira con la «toma» que hizo de ella un grupo de militares opuestos al gobierno. Una amplia y alta tarima sirvió de incontables peroraciones por parte de oradores que no pertenecían a partidos, y por un tiempo los líderes de éstos ignoraron el fenómeno. No pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta de la nutrida clientela que iba diariamente a escuchar los discursos y, sobre todo, que los medios de comunicación transmitían casi constantemente lo que allí acontecía, y se desató la tarimitis: un pescueceo por hablar a los visitantes de la plaza, que ya para entonces habían asumido la personalidad de la «sociedad civil» y decían claramente que exigirían mayor participación de la ciudadanía en las decisiones políticas de la oposición, incluyendo la participación en primarias para escoger candidatos a los cargos públicos. La capitulación de los líderes partidistas que se presentaron desde entonces en la Plaza Francia era indicativa: no podían ignorar la opinión participante de quienes se identificaban como la «sociedad civil», pues el magro apoyo que lograban recabar en las encuestas podía desaparecer por completo. A pesar de todo, no hubo primarias para escoger los candidatos a la Asamblea Nacional en las elecciones de 2005, y Henry Ramos Allup fue el líder visible de la estampida que retiró prácticamente todas las candidaturas de oposición. Las encuestas indicaban que todas sumadas alcanzarían no más de 15% de la votación. Las uvas estaban verdes, había escrito Samaniego, y la zorra ya había pasado a la jefatura de la oposición: Enrique Mendoza no pudo dar la cara el 16 de agosto de 2004 y Ramos Allup lanzó la racionalización: falsamente, que había habido fraude.

Henry Ramos Allup, general de retiradas

Para las elecciones presidenciales de 2006, una lista de precandidatos casi tan larga como la actual—el insistente Herman Escarrá, la no menos insistente Cecilia Sosa, Enrique Tejera París, para mencionar unos pocos—confluía sobre tres precandidaturas más aceptables: las de Julio Borges, Teodoro Petkoff y Manuel Rosales. Entonces surgió Súmate como adalid de elecciones primarias para determinar el candidato definitivo. María Corina Machado sostenía por entonces que era preferible retirar una candidatura con 45% de apoyo que una de 15%, lo que, según ella, se lograría con primarias, y que esa retirada tenía por objeto crear una «crisis de gobernabilidad» porque Hugo Chávez no era de talante democrático y jamás entregaría el poder si perdiera las elecciones. En esos momentos escribí:

«Eso es lo que estamos buscando»

Un silogismo político particular, de renovada popularidad por estos días, es ejemplo de lo antedicho. Quienes lo sostienen, estoy convencido, creen sinceramente en la validez de sus inferencias y la veracidad de sus premisas. Premunidos, además, como todo el mundo, de su propia rectitud ética, consideran con igual sinceridad que es su deber patriótico difundirlo o predicarlo, así como oponerse, con no poca desesperación, a los invidentes que sostienen una tesis contraria. El argumento va como sigue.

Quien ahora desempeña la Presidencia de la República no sería persona que creyese en el principio de la alternabilidad democrática. Teniendo el poder, no lo soltará nunca, y es por consiguiente una ilusión pensar que una participación electoral pudiera tener eficacia. Como, por otra parte, una mayor premisa subyacente, tácita, que no necesita ser demostrada porque sería de universal aceptación, es que la perniciosidad del régimen obliga a buscar su cesación como objetivo absoluto, no hay manera de alcanzar esta meta sino por vías no electorales. Somos, por supuesto, demócratas, y en circunstancias normales buscaríamos soluciones electorales, pero una correcta “caracterización” de ese régimen establece que no se compite con un demócrata, y entonces los principios de la guerra justa nos permiten incluso el uso de la mentira—por deber patriótico de desacreditación—y la procura de soluciones de fuerza.

El razonamiento no es nuevo. Fue el que sostuvo la racionalidad conspirativa del carmonazo y la del paro cívico, así como todas las variantes prescriptivas centradas sobre el empleo del artículo 350 de la Constitución. Ahora ha hecho metamorfosis para presentarse con las vestiduras de una nueva sofisticación.

La prescripción señala ahora que «la solución» es propiciar una «crisis de gobernabilidad», condición que sería indispensable para que actores que sólo esperarían por ella—Rumsfeld, o Baduel, o ambos—intervengan para resolverla. Adicionalmente, los sostenedores de este récipe han descubierto, luego de la masiva ausencia electoral del 4 de diciembre de 2005 y el evidente impacto sobre el discurso gubernamental, que la abstención en retirada de último minuto es el fusible eficaz que detonará impepinablemente la crisis buscada. Pero claro, se añade, para que la retirada surta efecto debe primero adquirirse fuerza, una masa crítica opositora construida, por ejemplo, mediante la organización de elecciones primarias que «calienten la calle». Naturalmente, no debe explicarse toda la estrategia al elector común, quien no debe saber que lo de las primarias es una carantoña, pues de sospecharlo no se produciría la participación masiva que el plan requiere. (Carta Semanal #181 de doctorpolítico, 16 de marzo de 2006).

Pero Rosales, Petkoff y Borges torearon la arremetida de Súmate-Machado, y hablaron en triunvirato para decir que las primarias eran sólo un método, y que existía también la ruta de las encuestas y la del consenso. («Inteligenciarse», en terminología de Petkoff). Fue el método de las encuestas el que finalmente mostró a Rosales adelante de Borges y Petkoff y, naturalmente, el primero fue el candidato.

Y ahora, cuando la MUD ha decidido que se cambiará ese método por el de las primarias, el precedente inmediato viene dado por las del año pasado, cuando esa federación determinó 22 de sus 165 candidaturas al parlamento, o sólo un 13% de ellas, mediante primarias. En general, los políticos convencionales y sus partidos, que transaron entre ellos el 87% de esas candidaturas, se han mostrado bastante refractarios al empleo de elecciones primarias. Si lo van a hacer ahora es porque consideran que no tienen otro camino, y seguramente toman en cuenta el fracaso estrepitoso de la candidatura encuestada de Rosales y que el consenso es poco menos que imposible.

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Así que para la Mesa de la Unidad Democrática tiene mucho sentido la celebración de primarias, que además le dan la oportunidad de «calentar la calle», una de las tácticas favoritas de la oposición. No bastan las marchas, las representaciones ante la OEA, las huelgas de hambre. El 26 de septiembre del año pasado la manifestación favorable a la oposición fue de 5.334.309 votos. Si se exigiera este mismo entusiasmo, y 360.000 opositores—el 6,7% de esa votación—se presentaron antes a elegir en primarias el 13% de las candidaturas, para elegir ahora el 100% total de una sola candidatura nacional no menos de 1.772.727 ciudadanos tendrían que presentarse en las primarias presidenciales, aunque sólo fuera para alcanzar, repitiendo el 26 de septiembre, 47,17% en las urnas de, probablemente, el 2 de diciembre de 2012, como habría gustado a Miguel Henrique Otero, Marcos Evangelista Pérez Jiménez y Luis Napoleón Bonaparte.

Las primarias tienen sus bemoles, naturlich. José Rafael Revenga preguntó en este blog:  «¿cómo manejar una dinámica en la cual el ganador en la primaria, con un tercio de los electores que concurran a ella, supere a quien ocupe el segundo lugar por pocos puntos y después, por su desempeño en cuanto ‘candidato único’, se venga abajo en las mediciones?» Por métodos distintos arribamos prácticamente a la misma cifra para una concurrencia mínimamente satisfactoria a esa elección; el número de Revenga es, referido a la votación de septiembre pasado, 1.778.103. A pesar del escarmiento con el método de encuestas, ¿serán verdaderamente necesarias las primarias? ¿No pudiera revisar la Mesa su decisión y percatarse de que las mediciones de opinión pública no son sino otra forma de democracia, no una decisión de cogollos que es lo que sería la negación de la democracia participativa? Pudiera decidirse una fecha de corte y unas encuestadoras confiables para medir la aceptación relativa de quienes quieran salir, de una vez, a tomar contacto con los electores. En la fecha elegida, todos los componentes de la MUD—no el cogollo de un triunvirato como el de Borges, Petkoff y Rosales—comprometerían su apoyo al precandidato de mejor desempeño y aceptación.

Pero pudiera también haber por allí quien pudiera dar un revolcón discursivo a Chávez en la campaña presidencial. Esa persona tal vez fuera alguien que al mismo tiempo sería, en la circunstancia del país, un buen jefe de Estado. Para ser realmente un jefe de Estado bueno para la Venezuela de 2013, pienso, es preciso no ser Chávez y no ser de oposición. (La oposición profesional y agotada en el único propósito de oponerse). Una persona así no necesita participar en primarias para comunicarse con el enjambre ciudadano.

Pudiera considerarse la prudencia de «calentar la calle» con algo más sustancioso que una marcha y, a la vez, más barato que unas elecciones primarias. El problema de Chávez no es sólo electoral; es también, y muy importantemente, uno de contenerle. («Urge encontrar el modo de tomarle la zurda muñeca que empuñará la llave inglesa y dificultarle el opresivo giro con el que querrá expandir su totalitaria y quirúrgica manera de gobernar». Bofetada terapéutica. Carta Semanal #100 de doctorpolítico, 19 de agosto de 2004). No hay razón alguna para dejar de intentar la convocatoria de un referendo que él perdería y, por eso, no quiere convocar: la consulta al enjambre soberano sobre la conveniencia de establecer en el país un régimen político-económico socialista.

¿Habrá, aunque sea una vez, la suficiente imaginación política, el suficiente atrevimiento, la suficiente apertura en la oposición burocrática venezolana como para acoger una proposición como ésa, aunque no se le haya ocurrido a ella? Vale la pena sopesar la importancia de meter a Chávez en una camisa de fuerza programática que anule su coartada socialista, porque pudiera muy bien ser que él gane las elecciones. LEA

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Del pasado próximo (6 de mayo de 2010)

En una de las gavetas de este blog, hay copia del video que se coloca abajo, con el primer segmento de una conversación a poco de que concluyeran las primarias de gobierno y oposición para escoger candidatos a la Asamblea Nacional. El amigo William lo cerró refiriéndose a mí con el nombre de un compañero suyo, de apellido Delgado. Antes de aclarármelo, creí que era por mi esbeltez.

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