Un encargo inacabado

Mi esposa ante el busto de Las Delicias

Mi esposa ante el busto de Las Delicias

In memoriam Ricardo Zuloaga

Mi infancia transcurrió en la urbanización Las Delicias de Sabana Grande. Allí jugué pelota en la calle, comí pomagás y bailé trompos en la «placita», con los muchos amigos que vivían en el vecindario. La casa paterna—16-1 de la Calle Los Mangos, luego bautizada Alcalareña—estaba a una cuadra de la plaza, y frente a ella esperaba a eso de las siete de la mañana el autobús del colegio. El rocío y la neblina mañaneros que humedecían y escondían sus arbustos eran parte de un clima caraqueño que ha desaparecido con el desarrollo de la ciudad.

Fue en esa plaza donde sufrí mi primera de cinco fracturas, en el codo, a mis doce años. Salté ineptamente un seto que enredó mis pies y quedé en el suelo un buen rato, mirando incongruentemente el busto de Rafael Arévalo González que marcó nuestro tiempo infantil desde el centro de la plaza. Fue después cuando leí Memorias de un venezolano de la decadencia, el libro de José Rafael Pocaterra que mi padre atesoraba; por él supe que el caballero que presidía los juegos de la pandilla de Las Delicias había sido un héroe. No podía prever entonces que un empeño de Don Ricardo Zuloaga me regresaría esos recuerdos.

A fines de 2009 llamó Ricardo a la casa; había concluido la lectura de Alicia Eduardo: Una parte de la vida y creyó que mi esposa, la autora, era indicadísima para componer una biografía novelada de Arévalo o, al menos, curar una reedición de sus memorias, que habían sido editadas en 1977 sin demasiado cuidado. Un desayuno de consultas de nosotros tres con Ramón J. Velásquez, Carolina Jaimes Branger y Milagros Socorro produjo la decisión: se trabajaría las memorias, dejando para más adelante la posibilidad de la novela biográfica. Esta circunstancia me permitió cooperar en el proyecto, pues carezco de la habilidad narrativa de mi señora; a cuatro manos acometimos la tarea en 2010, y me tocó aportar un preámbulo que se pone abajo. (También se incluye al final un enlace para descargar el trabajo entregado a la Fundación Ricardo Zuloaga en formato .pdf).

Fue tal vez el último proyecto de Ricardo Zuloaga; todavía espera la edición que acometan los descendientes de Arévalo. LEA

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De las Memorias de Rafael Arévalo González pudiera decirse lo mismo que de la Octava Sinfonía de Franz Schubert: que son una obra inconclusa. Así las llama, por cierto, Luis Villalba Villalba, redactor de una introducción de casi ochenta páginas—un verdadero estudio—a la primera edición de la Editorial Mediterráneo (1977).

Parece que las comienza en 1933; por referencia directa de él mismo, las escribía en 1934, un año antes de morir. Sólo él hubiera podido completarlas. No sólo es que son incompletas en el recuento de su vida y que dejó de contar en el texto que logró escribir muchos episodios, sino que su artesanía está inacabada, especialmente en lo tocante a claridad cronológica. Pero la pluma de Arévalo era elegante, incisiva y amena; las muchas cosas que refiere tocan al lector de manera vívida, y logran transportarle a la circunstancia y la angustia que él vivió con la fortaleza del titanio.

Las Memorias de Arévalo son, por sobre todo, una historia política de Venezuela. En ellas hay poca o ninguna referencia al paisaje, a la geografía; son, a la manière de Theodore Zeldin, historia emocional. También son un solo recuento: el de la lucha de una conciencia recta contra los poderes más retorcidos e implacables. Es la historia de la valentía de un hombre.

Esta nueva edición de las Memorias de Arévalo fue suscitada por el Dr. Ricardo Zuloaga. Habiendo conocido la versión de 1977, encontró en ellas una lección permanente de indoblegable rectitud, capaz de arriesgar la existencia misma por la verdad y por lo que es justo. Entonces hizo que la Fundación Ricardo Zuloaga encargara una nueva edición que las hiciera más legibles—la primera consiste de un solo texto continuo, sin capítulos—y que proporcionara contexto con notas apropiadas.

Éste es el resultado: las 207 páginas seguidas de la primera edición han sido reorganizadas en 33 capítulos de más fácil digestión y, a las dos notas a pie de página proporcionadas por el propio Arévalo, se ha añadido 115 notas que ofrecen la referencia necesaria para desenmarañar y entender el complejo tejido de personajes y ambiciones ante el que la honestidad del heroico periodista se manifestó con tenacidad indómita.

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Joaquín Crespo, Antonio Guzmán Blanco, Raimundo Andueza Palacio, Juan Pablo Rojas Paúl, Ignacio Andrade, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez son los presidentes venezolanos que definen el acontecer político nacional en el tiempo de Rafael Arévalo González. Forman una secuencia trágica, con honrosísimas y muy escasas excepciones a una historia de apetencia por el poder que es dirimida con primitiva violencia armada, no por los caminos avanzados de la competencia cívica. Aquellos personajes se rodean de corruptas y muchas veces incapaces camarillas, y poco hay de encomiable en la sucesión de períodos de gobierno en su época, poco que pueda ser causa de orgullo para los venezolanos de hoy, aunque sí de preocupación al encontrar en aquella Venezuela del cambio de siglo—fin de siècle y Belle Époque que el delirio de Guzmán Blanco pretendió emular en medio de su peculado—conductas y procesos que no han sido erradicados a estas alturas del siglo XXI.

Es ante ese cuadro que se desarrolla la existencia de Rafael Arévalo González, es por ese contexto que el contraste de su digno proceder se hace más agudo, como los blancos dientes de un perro que está muerto en el camino.

La serenidad del héroe

La serenidad del héroe

Arévalo fue, primordialmente, un político, en el viejo sentido de la raíz griega que nos da los vocablos de polémica y polemólogo. Ejerció ese noble arte desde la tribuna del periodismo que, por propia admisión, no le interesaba tanto cuando fue posible respirar, durante el segundo gobierno de Crespo, una relativa libertad de expresión. Eran las dificultades lo que estimulaba a Arévalo; mientras más arriesgada era la protesta más dispuesto estaba a proferirla.

Era un tiempo de formas todavía románticas, y Arévalo descuella con el modernismo de su prosa, argumentalmente hábil, sólidamente dirigida a lo substancial de los entuertos que combatía. Su atrevimiento estuvo siempre acompañado de una astucia expositiva que dificultaba hacerle prisionero sin desfachatez. Era buen psicólogo; en más de una anécdota muestra el rápido cálculo de las emociones que varias veces le permitió salirse con las suyas. En el tiempo del telégrafo, tan importante como la Internet de hoy para las comunicaciones, Arévalo dominaba la tecnología y la gerencia del invento. Era de inteligencia poco común.

Arévalo ha sido llamado ingenuo por algunos; aseguran que lo fue al proponer en 1913 la candidatura presidencial de Félix Montes, enfrentándola al apetito continuista de Juan Vicente Gómez. La lectura de su artículo en El Pregonero no encuentra en él ingenuidad alguna; es la brutalidad implacable de Gómez el origen de una reclusión de ocho años para el franco periodista y ciudadano que sufriría otras trece prisiones, para un total de veintisiete años de encierro, el cuarenta por ciento de su vida. Una maleta siempre dispuesta en su casa tenía el siguiente membrete: Rafael Arévalo – La Rotunda.

Otros consiguen en sus memorias arrogancia. Rafael Arévalo González (1866-1935) sufrió, como todo hombre excepcional, el peso de su extraordinaria inteligencia; a ella va indisolublemente unida, ineludible, la conciencia clara de sus propias capacidades, y no podía escapar a su entendimiento que la mayoría de los hombres no se conducía con su valor y su diligencia. Arévalo, en consecuencia, escribió más bien con modestia lo que pudo acerca de su vida ejemplar, no para la promoción de su propia figura, sino como testimonio doloroso de la constante bajeza política de su país.

Fue la suya una vida valiente, pues no entraba inconsciente en el peligro. Tenía los pies firmemente plantados sobre una tierra peligrosa, y siempre supo a qué represalias se exponía con su comportamiento. Es la humanidad entera, no sólo la sociedad venezolana, la que debe agradecer y atesorar la trayectoria ejemplar de Rafael Arévalo González.

Pues él arriesgó todo—familia, posesiones (modestas), salud y vida—por la justicia enfrentándose una y otra vez al despotismo. La Enciclopedia Británica publicó en 1963 la colección Gateway to the Great Books, en cuyo Tomo 4 reproduce la obra Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Acerca de ella dice: «Un hombre solo de pie, con la justicia de su lado contra el tirano, es una figura dramática familiar y poderosa. Pero también existe en la vida real. A menudo sufre la derrota personal, incluso la muerte. Pero su acción heroica no perece con él. Ella perdura, y hace a la vida más justa y habitable para el resto de nosotros. El idealismo, pues, en lugar de ser tonto e impráctico, puede resultar al final el único camino práctico». Es ése el veredicto exacto sobre la vida del inolvidable héroe de Río Chico.

Luis Enrique Alcalá

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Memorias R. Arévalo G

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Ella cantaba más allá del genio del mar

Nacha con nuestros hijos

Nacha con nuestros hijos: María Ignacia, Eugenia Josefina, Luis Armando.

 

She sang beyond the genius of the sea

Wallace StevensThe Idea of Order at Key West

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Debo a Andrés Ignacio Sucre Guruceaga la inmensa fortuna de haber conocido a mi esposa, en la noche del martes 11 de mayo de 1976. En El padrino, de Mario Puzo, se da cuenta del rayo que cayó sobre Michael Corleone cuando por primera vez vio a Apolonia. María Elena Ramos reseña el pasaje:

Descansaba a la sombra de un naranjo cuando sufrió el ataque de lo que los sicilianos llaman “el rayo”. Su corazón empezó a latir “más de prisa de lo normal, se sentía un poco aturdido y notaba que la sangre bullía en su cuerpo. Percibía intensamente los mil perfumes de la isla; el aire olía a naranja, a limón y a flores. El cuerpo no le pesaba. Se sentía en otro mundo (…) Estaba tan anonadado que se hubiera dicho que acababa de atropellarlo un coche”. (…) “Lo que sentía en ese momento era un irresistible deseo de posesión (…) No conseguiría quitarse de la cabeza el recuerdo de la muchacha si no conseguía que fuera suya. De repente, su vida se había simplificado. Ahora todo convergía en un solo punto, haciendo lo demás indigno de atención”. (…) “Flechazo” o “amor a primera vista”, no alcanzan a definir, a nuestro parecer, el golpe inédito, eléctrico, violento, feliz y animal, que sufren todos nuestros sentidos cuando pega el rayo; un golpe que te deja anonadado. (…) El rayo es una instantánea revolución de los sentidos en la que no existe la ternura, la dulzura. Es como un exuberante paraíso en el que nunca creímos, pero que se aparece de repente.

Fue más o menos eso lo que me pasó esa noche, y nunca me había ocurrido algo que se le aproximara medianamente. Como dijera de mi primer hijo, ella es causa de un amor y de un orgullo de los que no he podido recuperarme.

Andrés Ignacio me había invitado a un concierto aniversario en su casa de una coral que dirigía mi compadre y amigo de juventud, Eduardo Plaza Aurrecoechea. Allí me cayó el rayo. Nacha Sucre—¡qué nombre único y perfecto!—formaba parte del grupo de contraltos. Me fueron evidentes su vivacidad y su alegría, su poderosa hermosura. Al salir de la casa de la Calle 5 de Los Palos Grandes, obtuve de Andrés una sucinta información acerca de la situación sentimental de su prima y concebí esperanzas. A pesar de no haber cruzado con ella más de dos decenas de palabras, tenía la clarísima certeza de que era la mujer que siempre amaría. Ya en mi apartamento de divorciado solitario, me atravesaba un solo pensamiento: que yo debía por sobre todo respetar, siempre y escrupulosamente, la libertad de esa mujer de la que me había instantáneamente enamorado.

Días después (28 de mayo), sentí la necesidad de escribir sobre lo que me pasaba, e imaginé que decía a un cercano amigo: «Quiero contarte, Diego Bautista, de una mujer. Que se me está metiendo, compañero»:

Es muy fácil recordarla. Tan fácil como difícil describirla. Claro, puedo poner en palabras cada atuendo que le he visto. Desde el uniforme de pañuelo color contralto, hasta la blusa rayada de botones grandes. Puedo escribir los objetos que la tocaron o las cosas que me ha dicho en una noche, una mañana y una noche. De allí hacia más, la tarea se me escapa. Logro sólo, por ejemplo, después de un buen esfuerzo, desmenuzar alguno de sus gestos de demolición. Es algo así como una explosión de breve eternidad en la que coinciden una inclinación de la cabeza, una sonrisa inestimable y un brillo salado en la mirada. Pero eso no es avanzar demasiado, pues no describo—y quizás no pueda hacerlo—ninguno de esos socios expresivos, ni otros solidarios en su fuga y que no he sabido glosar aunque sé que están presentes. Tampoco me importa mucho, porque cuando viven en su rostro están juntos. Mi intento, por tanto, profano. Además puedo repetir en mi memoria la escena de ese gesto, su dulce violencia, con nitidez de lluvia fina.

Llegado julio, había aceptado compartir conmigo un café en Sabana Grande, y el recuerdo de la noche en que un hombre se acercó a nuestra mesa—para ver si le comprábamos un ejemplar de La ciencia en la Unión Soviética—quedó plasmado en Camarada Carmona, que justamente comienza con otra imagen pluvial: «Ya la lluvia se había hecho enumerable». Nacha era capaz de calar los huesos de cualquiera.

Eso lo supe después. Se tomó casi tres años para aceptarme el matrimonio, y en ese lapso fue cortejada por una serie interminable de caballeros. Francisco Villegas me contó una vez que en la discoteca La Lechuga se referían a ella como «la Mata Hari», tal era su fama de competente femme fatale. Pero yo había jurado respetar su libertad y mi suegra me explicó de uno de los pretendientes: «Es sólo un amigo que la distingue».

En 1979 fuimos marido y mujer, y nos dedicamos a procrear tres hijos hermosos, entre ellos el primer descendiente varón de mis suegros. (Trajimos uno previo cada uno; yo el ya aludido, ella una hija que vale la pena). Hicimos primero a Eugenia, a quien su abuelo le escogió el nombre para significar que era bien nacida; yo la exhibía feliz, al mes de haber venido, en mi oficina, y uno de los empleados la bautizó como Estrella de la mañana. Luego, Luis Armando, la copia exacta del mismo abuelo materno, genéticamente portador de 45 cromosomas Sucre, hombre de mil amigos en quien sus hermanas confían ciegamente. Por último, María Ignacia, nacida en el cumpleaños de mi madre para distinguirse mucho académicamente y con su pluma y, recientemente, en el ciclismo urbano. Los tres han heredado la nobleza de la madre.

Más allá de eso, Nacha no ha dejado de crecer personal y profesionalmente. No conozco gente que sepa de ella y no la quiera, y ella quiere—mis celos se desvanecen ante el hecho—estrictamente a todo el mundo y sobre éste distribuye su bondad. Ha surgido en ella una escritora de seguro instinto narrativo; es autora publicada—Alicia Eduardo: Una parte de la vida—: «…es la misma Nacha Sucre de siempre, sabia ante la vida y el amor, la misma mujer de fresca relación con lo real, que escribe as a matter of fact de modo eficaz y bello con el don de los escritores natos. …la oportunidad del trabajo sistemático le hizo sentirse segura en la constatación de su poder, y ya sabe que es irreversiblemente una escritora». No cesa de estudiar y aprender su nuevo oficio.

Mientras yo esperaba (o desesperaba) su admisión de que yo era «el hombre de su vida», concebí en mi guayabo componer una novela que la tuviera como centro, y los capítulos iban a tomar su título de cada verso de La idea de orden en Cayo Oeste, el gran poema de Wallace Stevens, pues ella, en verdad y no sólo como contralto en un coro, cantaba más allá del genio del mar. Es el mar parte de la sustancia de mi esposa, y aunque el matrimonio hizo innecesaria la novela, acá dejo constancia hoy, en el día de su cumpleaños, de su retrato anticipado por Stevens: «But it was she and not the sea we heard. For she was the maker of the song she sang».

It was her voice that made
The sky acutest at its vanishing.
She measured to the hour its solitude.
She was the single artificer of the world
In which she sang. And when she sang, the sea,
Whatever self it had, became the self
That was her song, for she was the maker. Then we,
As we beheld her striding there alone,
Knew that there never was a world for her
Except the one she sang and, singing, made.

(Pero era ella y no el mar lo que oímos./ Porque era ella la hacedora de la canción que cantaba. (…) Era su voz la que hacía el cielo más agudo al desvanecerse./ Ella medía su soledad a la hora./ Ella era la sola artífice del mundo/ En que cantaba. Y cuando cantaba, el mar,/ Cualquiera esencia tuviera, se hacía la esencia/ Que era su canción, porque era ella la hacedora. Entonces nosotros,/ Al verla allí caminando sola,/ Supimos que nunca habría un mundo para ella/ Que no fuera el que cantaba y, cantando, hacía).

El poema leído por su autor 

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Apostilla del 2 de agosto:

Claude Debussy también presintió a esta mujer de mar en 1905; por supuesto, en La mer. La anticipación ocurre en el último movimiento de la gran suite: Dialogue du vent et de la mer. He aquí su cierre, que comienza con la melancólica dulzura de su canto en oboe y flauta. Nacha ha condimentado su alegría, su rasgo fundamental, y como la magnífica cocinera que es, con una pizca de la tristeza que ha vivido. Pero a ésta se superpone el triunfo luminoso de su dicha, y danza juguetona en la orilla mojándose los pies. Entonces se aleja para atender cosas de la tierra diciendo adiós con la voz penetrante y lejana del flautín, y el mar se agita para pedirle que vuelva; él queda convencido de su promesa de retorno y calla abruptamente.

Dialogue du vent et de la mer

LEA

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Canciones de la paternidad

María Ignacia, Cecilia Ignacia, Eugenia Josefina y Luis Armando

Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y al del coche que empuja la institutriz inglesa
y al niño gringo que carga la criolla
y al niño blanco que carga la negra
y al niño indio que carga la india
y al niño negro que carga la tierra.

Andrés Eloy Blanco

Los hijos infinitos

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La dedicatoria de Las élites culposas pone: A Eugenia Josefina, la hija bien nacida; a Luis Armando, el hijo que envidio; a María Ignacia, la hija que quise tener. A Leopoldo Enrique, el hijo primero; a Beatriz Cecilia, la hija que vale la pena. A Nacha Sucre, “ese norte tan cercano”.

Quiero explicarla.

A Eugenia, la mayor de mis hijas, su nombre le viene de su abuelo materno, Armando Sucre Eduardo, quien lo escogió para ella y dijo: «En griego significa bien nacida». Comoquiera que ya yo veneraba a mi suegro, agradecí con orgullo que él dijera eso, pues equivalía a su aprobación de mi matrimonio con su hija. Recién nacida la llevé a mi oficina en el CONICIT, donde la visitaron los empleados como pastores y Reyes Magos y la admiraron maravillados sobre una mesa de reuniones; uno le puso el mote de Estrella de la mañana. Hoy, cuando ya no le da hipo reír, sigue siendo bella y buena.

Luis Armando tiene invertidos los nombres de su abuelo y es su vivo retrato; porta un cromosoma Alcalá y cuarenta y cinco Sucre. Es el primer descendiente varón de Armando y tiene un talento para la amistad y un instinto innato de la justicia; sus amigos son legión y lo adoran. Es hombre sensato y amable y a la vez un hombre serio. Por esas cosas lo envidio. Tendría diez u once años cuando me escribió en una tarjeta del Día del Padre: «No cambies nunca». ¿Cómo podría no quererlo?

María Ignacia lleva el primer nombre de mi madre—nació, como ella, un 12 de septiembre—y el segundo de mi esposa. Cuando ella y yo la concebimos en diciembre de 1984, como otras veces, la economía de la casa, por culpa de mi actividad política, no estaba boyante. En mis Memorias prematuras registré una apelación en sala de parto: «Cuando cargué a María Ignacia por primera vez le dije al oído que me ayudara, que yo había querido tenerla porque había sentido que yo saldría adelante y podría mantenerla, y que ahora le pedía me transmitiera la fuerza de su vida comenzando».

Tomé prestado de mi señora para referirme a ella, la gestadora de esos hijos, una frase de su libro: Alicia Eduardo – Una parte de la vida. Allí refiere la impresión que causaba a sus bisabuelos marabinos, ya residenciados en Caracas, «la cercanía de la imponente cordillera, el cerro Ávila, de inmensa mole verde como gigante siempre presente. Las ciudades donde hasta ahora habían vivido eran todas planas, y este cerro, este norte tan cercano de donde bajaban burros con flores de Galipán al amanecer, y adonde volvían las periqueras en las tardes después de bañarse en el río Guaire, los sobrecogió por algún tiempo». Nacha es mi cerro Ávila, mi brújula.

Beatriz Cecilia y su hija menor, Anabella Del Valle

Ella también me trajo a Beatriz Cecilia, la hija de su primer matrimonio con Antonio Escalona. Es hija que vale la pena, por su incansable fuerza, su fantástica habilidad para resolver situaciones difíciles y su generosa diligencia.

A mi vez, le aporté a Leopoldo Enrique, quien era el niño más hermoso que yo hubiera conocido y es ahora un varón a quien debo muchas ayudas, incluyendo las necesarias a la creación y mantenimiento de este blog; además me ha dado una nieta maravillosa, mi princesa Maya, nacida el primer Día de Reyes del tercer milenio. Pareció mezquina la escueta mención de hijo primero en la dedicatoria, pero es que ya le había dedicado mi primer libro, de esta manera:

Leopoldo Enrique cumplía tres años

Mi padre fue quien me enseñó aquello de que un hombre no está completo si no ha tenido un hijo, si no ha sembrado un árbol y si no ha escrito un libro. Este es mi primer libro y si no sé cuál es el primer árbol que sembré no tengo dudas de quien fue mi primer hijo. Es causa de un amor y de un orgullo de los que no he podido recuperarme. Dedico mi primer libro a Leopoldo Enrique Alcalá Manzanilla.

Puedo decir lo mismo de todos mis hijos. Dios me ha concedido la petición que hace aquí Andrés Eloy Blanco, con su propia voz, en Coloquio bajo la palma:

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Cada pulpero alaba su queso, por supuesto, y ahora quiero precisamente por eso celebrar, con un tributo musical, a los millones de colegas que tengo en el mundo, a los padres en su día.

Todos los padres—que no lo seríamos sin las madres—sabemos que serlo no es cosa fácil. Es ley de vida que la distancia de las generaciones traiga consigo la incomprensión inevitable de padres e hijos, pero esto es una tensión creadora. Por mi parte, he averiguado hace un tiempo—entre risas filiales divertidas con mi decrepitud terminológica—algunas palabras más modernas que me facilitan la comunicación con los míos. Ya no digo, por ejemplo, «conjunto» para referirme a los músicos en una fiesta, sino «grupo». Nadie como Cat Stevens retrató en una canción esta diferencia generacional. Ahora nos canta Father and son:

Father
It’s not time to make a change,
Just relax, take it easy.
You’re still young, that’s your fault,
There’s so much you have to know.
Find a girl, settle down,
If you want you can marry.
Look at me, I am old, but I’m happy.

I was once like you are now, and I know that it’s not easy,
To be calm when you’ve found something going on.
But take your time, think a lot,
Why, think of everything you’ve got.
For you will still be here tomorrow, but your dreams may not.

Son
How can I try to explain, when I do he turns away again.
It’s always been the same, same old story.
From the moment I could talk I was ordered to listen.
Now there’s a way and I know that I have to go away.
I know I have to go.

Father
It’s not time to make a change,
Just sit down, take it slowly.
You’re still young, that’s your fault,
There’s so much you have to go through.
Find a girl, settle down,
If you want you can marry.
Look at me, I am old, but I’m happy.

Son
All the times that I cried, keeping all the things I knew inside,
It’s hard, but it’s harder to ignore it.
If they were right, I’d agree, but it’s them you know not me.
Now there’s a way and I know that I have to go away.
I know I have to go.


Un problema análogo confrontó Andrea Bocelli el 6 de mayo de 1992, cuando compuso una carta a su padre que recita abajo contra un fondo musical, pero si en la canción anterior no emerge el cariño en A mio padre hay claramente tanto respeto como amor:

Caro Babbo,
Inutile discutere
D’accordo non saremo mai
Che cosa c’e di strano in cio
Trent’anni ci separano
O forse
C’e il timore in te
Di non trovare piu la forza
D’essere al mio fianco
Se gli ostacoli mi fermano.

Non preoccuparti, ascoltami
Avro problemi
Affronto infami ma
Niente mi spaventera’
Niente mi corrompera’
Niente al mondo
Mi fara scordare che
Posso vincere
E voglio farcela da me.
E voglio farcela da me.

So bene che per te e difficile
Giustificare
Questa smania di combattere
Osare l’impossibile….lo so

Ti sembrera incredibile
Ma piu ci penso piu m’accorgo che
Assomiglio proprio a te
E non sai come vorrei
Che la forza non ti abbandonasse mai
Per averti qui
E non arrendermi
Mai

Ciao Babbo,
A presto

Los padres tenemos que explicar el mundo a los hijos, desde que comienzan con sus porqués y hasta más grandes, como exige Joan Manuel Serrat al suyo en la canción que canta en catalán: Padre («Dime que le han hecho al río que ya no canta», una típica canción de protesta).

Pare
digueu-me què
li han fet al riu
que ja no canta.
Rellisca
com un barb
mort sota un pam
d’escuma blanca.

Pare
que el riu ja no és el riu.
Pare
abans que torni l’estiu
amagui tot el que és viu.

Pare
digueu-me què
li han fet al bosc
que no hi ha arbres.
A l’hivern
no tindrem foc
ni a l’estiu lloc
per aturar-se.

Pare
que el bosc ja no és el bosc.
Pare
abans de que no es faci fosc
ompliu de vida el rebost.

Sense llenya i sense peixos, pare,
ens caldrà cremar la barca,
llaurar el blat entre les enrunes, pare
i tancar amb tres panys la casa
i deia vostè…

Pare
si no hi ha pins
no es fan pinyons
ni cucs, ni ocells.

Pare
on no hi ha flors
no es fan abelles,
cera, ni mel.

Pare
que el camp ja no és el camp.
Pare
demà del cel plourà sang.
El vent ho canta plorant.

Pare
ja són aquí…
Monstres de carn
amb cucs de ferro.

Pare
no, no tingeu por,
i digueu que no,
que jo us espero.

Pare
que estan matant la terra.
Pare
deixeu de plorar
que ens han declarat la guerra.

En cambio, Barbra Streisand canta a un padre ausente un llamado amoroso y desgarrador: Papa, can you hear me? de la película musical Yentl.

PRAYER
God – our heavenly Father.
Oh, God – and my father
Who is also in heaven.
May the light
Of this flickering candle
Illuminate the night the way
Your spirit illuminates my soul.

Papa, can you hear me?
Papa, can you see me?
Papa, can you find me in the night?

Papa, are you near me?
Papa, can you hear me?
Papa, can you help me not be frightened?

Looking at the skies
I seem to see a million eyes
Which ones are yours?
Where are you now that yesterday
Waved goodbye
And closed its doors?
The night is so much darker.
The wind is so much colder

The world I see is so much bigger now that I’m alone.

Papa, please forgive me.
Try to understand me.
Papa, don’t you know I had no choice?

Can you hear me praying,
Anything I’m saying,
Even though the night is filled with voices?

I remember ev’rything you taught me
Ev’ry book I’ve ever read.
Can all the words in all the books
Help me to face what lies ahead?
The trees are so much taller
And I feel so much smaller.
The moon is twice as lonely
And the stars are half as bright.

Papa, how I love you.
Papa, how I need you.
Papa, how I miss you
Kissing me goodnight.

Ahora tenemos Canción a papá (Song for dad) en la agradable voz de Keith Urban:

Lately I’ve been noticing
I say the same things he used to say
And I even find myself acting the very same way
I tap my fingers on the table
To the rhythm in my soul
And I jingle the car keys
When I’m ready to go
When I look in the mirror
He’s right there in my eyes
Starin’ back at me and I realize

The older I get
The more I can see
How much he loved my mother and my brother and me
And he did the best that he could
And I only hope when I have my own family
That everyday I see
A little more of my father in me

There were times I thought he was bein’
Just a little bit hard on me
But now I understand he was makin’ me
Become the man he knew that I could be
In everything he ever did
He always did with love
And I’m proud today to say I’m his son
When somebody says I hope I get to meet your dad
I just smile and say you already have

The older I get
The more I can see
How much he loved my mother and my brother and me
And he did the best that he could
And I only hope when I have my own family
That everyday I see
A little more of my father in me

He’s in my eyes
My heart, my soul
My hands, my pride
And when I feel alone

And I think I can’t go on
I hear him sayin’ «Son you’ll be alright»
Everything’s gonna be alright»
Yes it is

The older I get
The more I can see
That he loved my mother and my brother and me
And he did the best that he could
And I only hope when I have my own family
That everyday I see
Oh I hope I see
I hope everyday I see
A little more of my father in me

A little more of my father in me
I hope everyday I see in me
In me
In me
I hope everyday I see

A little more of my father in me

Enrique Iglesias siguió la huella de su padre, el crooner español Julio Iglesias. La canción Quizás es un tributo a quien le dio la mitad de su ser y le marcó el camino:

Hola viejo, dime como estás,
los años pasan y no hemos vuelto a hablar
y no quiero que te pienses
que me he olvidado de ti.
Yo por mi parte no me puedo quejar
trabajando como siempre igual
aunque confieso que en mi vida
hay mucha soledad.
En el fondo tú y yo somos casi igual
y me vuelvo loco sólo con pensar.
Quizás la vida nos separe cada día más,
quizás la vida nos aleje de la realidad,
quizás tú buscas un desierto y yo busco un mar,
quizás que gracias a la vida hoy te quiero más.
Hola viejo, dime como estás,
hay tantas cosas que te quiero explicar
porque uno nunca sabe
si mañana este aquí.
A veces hemos ido marcha atrás
y la razón siempre querías llevar,
pero estoy cansado
no quiero discutir.
En el fondo tú y yo somos casi igual
y me vuelvo loco sólo con pensar.
Quizás la vida nos separe cada día más,
quizás la vida nos aleje de la realidad,
quizás tú buscas un desierto y yo busco un mar,
quizás que gracias a la vida hoy te quiero más.
Quizás la vida nos separe cada día más,
quizás la vida nos aleje de la realidad,
quizás tú buscas un desierto y yo busco un mar,
quizás que gracias a la vida hoy te quiero más.

Hola, viejo dime como estás,
los años pasan y no hemos vuelto a hablar
y no quiero que te pienses
que me he olvidado, de ti.

Los abuelos son, naturalmente, padres; por así decirlo, por partida doble, progenitores en cascada. Uno de los tangos de lujo del gran Astor Piazzolla se llama Adiós, nonino:

Por supuesto, los noninos dan babbinos (papitos), como atestigua Renée Fleming cantando, de la ópera Gianni Schicchi de Giacomo Puccini, O mio babbino caro:

Matt Redman llega ahora con su canción del padre, Father’s song, que alude al celestial:

I have heard so many songs
Listened to a thousand tongues
But there is one
That sounds above them all

The Father’s song
The Father’s love
You sung it over me and for eternity
It’s written on my heart

Heaven’s perfect melody
The Creator’s symphony
You are singing over me
The Father’s song
Heaven’s perfect mystery
The king of love has sent for me
And now you’re singing over me
The Father’s song

I have heard so many songs
Listened to a thousand tongues
But there is one
That sounds above them all
[Sounds above them all]

The Father’s song
The Father’s love
You sung it over me and for eternity
It’s written on my heart

It’s Heaven’s perfect mystery
The king of love has sent for me
And now you’re singing over me
The Father’s song

The Father’s song
The Father’s love
You sung it over me and for eternity
It’s written on my heart
[It’s written on my heart]

The Father’s song
The Father’s love
You sung it over me and for eternity
It’s written on my heart
It’s written on my heart
You sing it over me
Father

Es así; los padres tenemos el honor de ser tenidos como dioses: en las mitologías más cercanas el dios principal es paternal. El Dyus pitar del sánscrito es Zeus pater para los griegos y Júpiter (Diespiter en itálico, Deus pater en latín) para los romanos. El Dios de Abrahán, común al judaísmo, al catolicismo y el islamismo, es el Padre Celestial. Jesús de Nazaret compuso la oración cristiana por excelencia: el Padre Nuestro. Acá canta precisamente eso, de nuevo, Andrea Bocelli, esta vez en compañía del Coro del Tabernáculo Mormón (y no es una cuña a favor de Mitt Romney):

¡Feliz día, Padre eterno! LEA
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La casa del delfín: Teología conjetural II

Un delfín que filosofa

 

A mi hijo Luis Armando, quien hoy se casa religiosamente

 

Parece seguro que la causa principal del retraso (dos años y nueve meses) en conseguir el sí de mi esposa es que la hubiera espantado desde un principio. Enamorado con angustia desde la noche en que la conocí, le dejé caer como primera cosa tres páginas y media mecanografiadas de Disquisiciones sobre un tema de arepera, el 3 de junio de 1976. La había visto por vez primera el 11 de mayo, y en una visita a la arepera Las Tres Esquinas—en la intersección de la Avda. Rómulo Gallegos con la Cuarta de Los Palos Grandes—acompañados de Eduardo Plaza Aurrecoechea, mi compadre, y Gisela Marrero Santana, nuestra futura comadre (que apostó en 1979 una caja de champaña que no ha pagado a que Nacha Sucre y yo no duraríamos seis meses de casados), emergió en la noche del 2 de junio una tesis corrosiva y escéptica acerca de las posibilidades del amor.

Comoquiera que yo necesitaba que me quisiera, me pareció harto inconveniente permitir que las cínicas tesis de esa noche permanecieran sin refutación: «La renuncia a construir el futuro. La reducción de uno mismo a caja de resonancia que depende de la cuerda exterior y no de sí misma. Ésa es la más grande declaración de inferioridad que pueda hacer una persona. Sólo aquél que rescata puede inventar. Se necesita, siempre, inventar el amor. Con un realismo orgulloso y apasionado, que también viva el presente con fruición».

Era inevitable que quien todavía no era mi señora se formara la impresión de que mi cerebro estaba, en verdad, tostado. (Ya la habían informado de que yo era medio loco). ¿A quién se le ocurría cortejar de esa manera? Pronto confirmaría su hipótesis.

En agosto volvía por mis fueros; me propuse como su tutor privado para un curso al que llamé El hombre y su mundo. Es decir, pretendía darle clases que tuvieran el objetivo de «Ofrecer una visión global de la información disponible en 1976 para la comprensión de ese fenómeno llamado hombre y el mundo en el que se desenvuelve y contribuye a crear». Entonces fueron once páginas escritas a máquina las que dejé en su casa, que contenían el esquema del curso y la lección introductoria. Naturalmente, el programa nunca se llevó a cabo. ¿A quién se le ocurre semejante locura?

Esas páginas han sido preservadas en una gran carpeta de argollas que recopila mis ocurrencias escritas durante el asedio, el que culminó en éxito el 22 de febrero de 1979. Dice el comienzo de la lección inicial:

Imaginemos lo siguiente: un delfín—podría haber sido cualquier otro animal—desarrolla súbitamente una capacidad intelectual diferente a la que le impele naturalmente a curiosear lo que le rodea. Cruza así una tenue frontera psicológica y empieza a hacerse curioso de sí mismo. Empieza a cuestionarse de repente, de las múltiples formas como los hombres habitúan preguntarse cosas a sí mismos.

Comunicación entre especies inteligentes (Gaby Espino y un delfín)

Supongamos que ese delfín mutante se plantease cuestiones como éstas: «¿Por que nací? ¿Para qué vivo? ¿A quién le importo? ¿Qué relación tengo con esos puntos luminosos que veo cuando nado de noche en la superficie? ¿De qué estoy hecho? ¿Por qué floto yo y no flota ya aquella embarcación hundida? ¿Por qué me disgustan tales y cuales delfines y me gustan tales otros, en particular, muy en particular, aquella delfina de chillido ronco? [Nacha, of course, que era contralto del coro que dirigía Eduardo] ¿Por qué demonios (quizás diría ‘por qué tiburones’) debe pesar sobre mí la contradicción de querer ser libre e inmortal y encontrarme limitado y perecedero?» Etcétera, etcétera, etcétera.

El delfín estaría en una situación relativamente más cómoda que la nuestra, si continuamos imaginando que se encuentra un día con un hombre y se le hace posible «hablarle». Contaría con un interlocutor distinto a él, superior a él en la escala zoológica, que podría verlo desde afuera y suministrarle una información objetiva que quizás le facilitara la contestación de esas preguntas.

No estiremos demasiado el ejemplo porque tiene obvias limitaciones. Volveremos a la consideración de algunas de esas fallas. Por ahora esa escueta fábula incompleta (no ha tenido ni conclusión dramática ni moraleja) nos sirve para ilustrar simplemente que cuando el ser humano, un ser humano concreto, se hace preguntas similares, no cuenta con la conversación posible (al menos hasta ahora) con otro ser de mayor calibre intelectual que él mismo.

………

Nacha cree que hay vida inteligente en muchos otros planetas del paisaje universal. Imagina que en cuanto establezcamos contacto con alguno, un baño sideral de modestia recaerá sobre nosotros, haciendo que muchos de los dolorosos conflictos humanos del mundo actual dejen de tener sentido. Acompaño su fe en la premisa; en diciembre de 1990 escribí:

Otras intuiciones pertinentes nos vienen, como de contrabando, junto con el tema de “los otros”: la presencia de otros seres inteligentes en el uni­verso. Los astrofísicos consideran muy se­riamente la posibilidad de vida in­teligente extraterrestre. En realidad, dado el gigantesco nú­mero de estrellas y galaxias, contadas por centenares de millones, la hipótesis de que estamos so­los en el cosmos resulta, decididamente, una conjetura presuntuosa.

Hasta ahora no hay resultado positivo de los incipientes intentos por es­tablecer comunica­ción con seres extraterrestres, a pesar de la seriedad cientí­fica de tales intentos. (Por ejemplo, el proyecto OZMA, que incluyó la transmisión hacia el espacio exterior de información desde el gran radiotelescopio de Arecibo*, en Puerto Rico, en códigos que se supone fácilmente desci­frables por una inteligencia “normal”).

¿Qué consecuencias podría esto tener para, digamos el paradigma cris­tiano, hasta cierto punto asentado sobre una noción de unicidad del género humano en el universo? Aun antes de cualquier contacto del “tercer tipo”, la mera posibilidad del encuentro ejerce presión sobre los postulados actuales de al menos algunas—las más “personalizadas”—entre las religiones terres­tres.

En otra dirección, ¿qué alteraciones impensadas podrían producirse en el sentimiento trascendental y religioso del hombre si efectivamente se lle­gara a construir “inteligencias arti­ficiales” operacionalmente indistinguibles de la de un ser humano? ¿Qué nuevas nociones éticas, qué nuevas figuras de de­recho requeriría un hecho tal? ¿Tal vez una bula pontificia que declare—como en Short circuit II, la película reciente—la “humanidad” de estos seres sintéticos? ¿Sería admisible su esclavización? ¿Es la especie humana la última fase de la evolución biológica, o será una nueva especie una combinación de metales y cerámicas que hayamos programado con inteligencia y con capacidad de au­torreproducción?

*(En 1978, en viaje exploratorio para la posible adquisición de una planta de anhídrido ftálico en la que Corimón, donde trabajaba, se había interesado, llegué a las afueras de Arecibo. El Gerente General de la fábrica obtuvo permiso para sobrevolar en su avioneta, conmigo adentro, el sobrecogedor radiotelescopio, suspendido en el aire sobre una excavación parabólica de cien metros de diámetro. Todavía Nacha no me hacía caso).

………

Por mi parte, encuentro sentido a la hipótesis o principio de Gaia. Dice Wikipedia:

James Lovelock cumplirá 93 años

La hipótesis Gaia, también conocida como teoría Gaia o principio Gaia, propone que todos los organismos y sus ambientes inorgánicos en la Tierra están estrechamente integrados para formar un único sistema complejo, que mantiene las condiciones para la vida en el planeta. [Destacado de este blog]. La investigación científica de la hipótesis Gaia se enfoca en la observación de cómo la biósfera y la evolución de las formas de vida contribuyen a la estabilidad de la temperatura global, la salinidad de los océanos, el oxígeno en la atmósfera y otros factores de habitabilidad en una homeostasis** preferible. La hipótesis Gaia fue formulada por el químico James Lovelock y co-desarrollada por la microbióloga Lynn Margulis en los años setenta. Inicialmente recibida con hostilidad por la comunidad científica, es ahora estudiada en las disciplinas de geofisiología y ciencia del sistema Tierra, y algunos de sus principios han sido adoptados en campos tales como biogeoquímica y ecología de sistemas. Esta hipótesis ecológica ha inspirado asimismo analogías e interpretaciones diversas en ciencias sociales, política y religión bajo una vaga filosofía y movimiento.

No me he inscrito en tal movimiento, pero sigue informando Wikipedia: «…la Hipótesis Gaia ha sido soportada por varios experimentos científicos, así como provisto unas cuantas predicciones útiles, de allí que debe hacerse referencia a ella como la teoría Gaia. De hecho, una investigación más amplia contradijo la hipótesis original, en el sentido de que no es sólo la vida sino el sistema entero de la Tierra que hace la regulación».

Bueno, si no es descabellado entender a la Terre entière*** de Teilhard de Chardin como un superorganismo que mantiene una homeostasis que permite la vida en su superficie y sus océanos, sus ríos y cavernas, puedo yo permitirme una conjetura: el universo entero es un megasuperorganismo en el que fenómenos como la Tierra acontecen.

**(DRAE: homeostasis. 1. f. Biol. Conjunto de fenómenos de autorregulación, que conducen al mantenimiento de la constancia en la composición y propiedades del medio interno de un organismo. 2. f. Autorregulación de la constancia de las propiedades de otros sistemas influidos por agentes exteriores).

***Puisque, une fois encore, Seigneur, non plus dans les forêts de l’Aisne, mais dans les steppes d’Asie, je n’ai ni pain, ni vin, ni autel, je m’élèverai par-dessus les symboles jusqu’à la pure majesté du Réel, et je vous offrirai, moi votre prêtre, sur l’autel de la Terre entière, le travail et la peine du Monde. Pierre Teilhard de Chardin: La Misa sobre el Mundo, primera parte de Himno al Universo.

………

David Kaiser, Marvin Minsky y Ed Fredkin en MIT

En Proyecto Fénix: Teología conjetural, Edward Fredkin hizo su aparición con la idea de un computador coextensivo al universo, que una inteligencia ha dotado de un programa que ha puesto a correr «para ver qué pasa». (Recordemos que la filosofía digital de Fredkin sostiene que lo biológico se explica por lo químico, lo químico por lo físico y esto último sería sólo comprensible en términos de información). Conversando con el autor de Three Scientists and their Gods, Robert Wright, es requerido por éste, que admite una inclinación teleológica, la preferencia por una visión que postula una intencionalidad o propósito en ese «proyecto» informático universal: «Desde su punto de vista, la razón por la que todo esto ha ocurrido… es porque algo se propuso resolver un problema por simulación ¿no es así?» Fredkin responde: «…uno debe ver dónde fue que [ese algo] puso sus recursos. Los puso en las galaxias y las estrellas. (…) Puede que haya más sistemas interesantes que los que conocemos. ¿Quién sabe lo que ocurre en el interior de una estrella? La idea de que todo lo que vemos en ella es un trozo de total desperdicio cósmico, natural y azaroso, y que nosotros somos el único material ordenado por estos lados es muy inverosímil. Así que creo que hay algo mucho más complejo en las estrellas y galaxias que lo que reconocemos».

Le faltó el salto final. ¿No es mucho más complejo todavía el universo entero? ¿No mantendrá esta Hipergaia una homeostasis descomunal que permite que haya millones de galaxias, formadas de innumerables estrellas que atraen planetas en los que puede darse la vida como la conocemos? ¿No será el universo todo, él mismo, un inmenso organismo vivo?

De tener algo viviente una escala cósmica sería prácticamente imposible que no tuviera inteligencia y, si esto fuera así, espero que algún día nos hable, como nosotros podremos algún día hablar a los delfines, y conteste nuestras más azoradas inquietudes. Probablemente aquel delfín conjetural nos vería como dioses; yo no tendría inconveniente en llamar Dios al universo entero si se dignara dirigirme la palabra. LEA

………

Para descargar en .pdf: La casa del delfín

………

Una discusión recentísima sobre la mentalidad de criaturas no humanas es la de Robert W. Lurz, Mindreading Animals: The Debate over What Animals Know about Other Minds, MIT Press, 2011. Una reseña de esta obra por Kristin Andrews se lee en Notre Dame Philosophical Reviews.

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Memorias lógico-físicas

Max Planck, quien comenzara la cosa

 

A Nacha Sucre, «ese norte tan cercano», y a la memoria de los Eduardos

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Esto es el relato de un descubrimiento en Lógica—de cuya importancia no tengo clara idea y tampoco de si alguien hubiera encontrado lo mismo antes—y de una conjetura en asunto de Física. Lo primero tiene certificación firmada y fechada, lo segundo es un grueso recuerdo; ambos recuentos requieren un preámbulo.

………

Conocí a mi esposa el 11 de mayo de 1976. Andrés Ignacio Sucre, su primo hermano, quien había sido mi alumno en la Universidad Metropolitana en su primera sede de San Bernardino, compartía conmigo amistad y gusto por la buena música. (Andrés fue pionero del Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela, la creación de José Antonio Abreu). Me invitó a su casa en la fecha mencionada para escuchar el concierto aniversario de un coro a cuatro voces que dirigía, con sabrosura característica, mi amigo de adolescencia y compadre, Eduardo Plaza Aurrecoechea. En el Día de las Madres del año anterior, había sonado por primera vez—en la casa del Ing. Tomás Enrique Reyna en La Floresta—y al cumplirse un año exacto del estreno conocí a Nacha Sucre, contralto. Desde entonces estoy enamorado. (Al despedirme de Andrés Ignacio, le pregunté por ella en la puerta de su casa, y al llegar a la mía sentí la maciza fiebre de un pensamiento de procedencia misteriosa y que no me abandonaba: yo debía, por encima de todas las cosas, respetar la libertad de la mujer a quien ya amaba. Entonces no conocía a su padre, el insigne pediatra Armando Sucre Eduardo, de quien escribiría mucho más tarde: «Nunca he sabido de nadie que le superase en el terco respeto que guarda por la libertad de sus semejantes»).

Bueno, el día anterior, sin sospechar siquiera la existencia de Cecilia Ignacia Sucre, me encontraba en la oficina que compartía con Eduardo Quintana Benshimol, filósofo, y Juan Forster Bonini, químico. Los había reclutado a ambos para desarrollar una metodología capaz de obtener buenos aprendedores a partir de malos aprendedores, en un proyecto financiado por la Fundación Neumann entre 1975 y 1976. El 10 de mayo de 1976 yo jugaba con la tabla de verdad—invención de Ludwig Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus (1918)—de la función lógica de implicación: si A, entonces B.

Las tablas de verdad son un instrumento práctico para anotar las distintas posibilidades de verdad o falsedad de proposiciones lógicas combinadas, dada la verdad o falsedad de las proposiciones simples que las componen. A partir de éstas, las proposiciones complejas se construyen mediante el empleo de conectivos. Son los conectivos clásicos de la Lógica el conectivo «y», el conectivo «o» , el conectivo «si… entonces…» (implicación) y el conectivo «…si y sólo si..» (doble implicación). Por ejemplo, el conectivo «y» (nuestra conjunción castellana) funciona de esta manera: si digo «La casa es blanca y el día es claro», he construido una proposición combinada a partir de dos proposiciones elementales, las oraciones separadas «La casa es blanca» y, luego, «El día es claro». Digamos que las representamos, respectivamente, por las letras «r» y «s». La proposición conjunta «La casa es blanca y el día es claro» estaría representada, en una notación bastante extendida, por r^s.

Verdadera en una de cuatro casos

La verdad de esta proposición doble depende de la verdad de las elementales. Ella es verdadera sólo cuando las elementales son ambas verdaderas, y la tabla de verdad de la conjunción lo expresa con claridad. Hablamos con verdad al decir que «El gobierno es malo y la situación terrible» si y sólo si son verdades independientes «El gobierno es malo» y «La situación es terrible». Basta que una de estas afirmaciones individuales sea falsa para que la proposición conjunta lo sea.

Falsa solamente en uno de cuatro casos

Como dije antes, me ocupaba el 10 de mayo de 1976 con el conectivo de implicación: «si… entonces…» Es decir, con proposiciones de esta forma: «si A, entonces B», «si p, entonces q», «si la casa es blanca, entonces el día es claro», «si r, entonces s», «si el gobierno es malo, entonces la situación es terrible». ¿Qué quiere decir la implicación? Que si la implicación es verdadera, el hecho de que la primera proposición elemental sea verdadera obliga a que la segunda lo sea, y que si la primera afirmación es verdadera y la segunda es falsa, entonces la implicación es falsa también. Su tabla de verdad refleja lo que acabo de decir pues, en realidad, la implicación sólo dice algo significativo de los dos casos en los que la primera proposición es verdadera, y como cuando ella es falsa no puede decirse que es falsa la implicación, entonces se le asigna, por simetría, la cualidad de verdadera.

Ustedes dirán que esto es absurdo, pero así es la Lógica Formal o Cálculo Proposicional, y es ese rigor lógico el que llevó a mi hallazgo: simplemente, comencé a añadir sucesivamente nuevas hipótesis a una implicación simple. Esto es, luego de r>s, escribí q>r>s (si q entonces si r entonces s), después si p>q>r>s (si p entonces si q entonces si r entonces s), y así sucesivamente. Por ejemplo, la serie: «Si el gobierno es malo, entonces la situación es terrible», «Si el Presidente es un pirata, entonces si el gobierno es malo entonces la situación es terrible», «Si el socialismo es necio, entonces si el Presidente es un pirata entonces si el gobierno es malo entonces la situación es terrible», «Si ser pobre es bueno, entonces si el socialismo es necio entonces si el Presidente es un pirata entonces si el gobierno es malo entonces la situación es terrible».

Ya sabemos que la implicación simple es verdadera en tres de cuatro casos (75% de éstos). La situación mejora con cada paso: la siguiente implicación es verdadera en siete de ocho casos (87,5%), la que le sigue en quince de dieciséis casos (93,75%) y «Si ser pobre es bueno, entonces si el socialismo es necio entonces si el Presidente es un pirata entonces si el gobierno es malo entonces la situación es terrible» es falsa sólo en uno entre treinta y dos casos y verdadera en treinta y uno (96,875%).

Constancia expedida por Eduardo Quintana B. (clic amplía).

De esto trataba mi ociosidad de aquel día, y al anotarla en un Level Book S 1136—un cuaderno de topógrafos que mi padre me había regalado—, la mostré a Eduardo Quintana y le pedí que certificara con su firma el paradójico hallazgo. He aquí la imagen de la página en la que la escribí; Eduardo firmó, con bolígrafo de tinta roja, en la esquina superior derecha. Dicen las notas:

10 de mayo de 1976! la tabla de verdad (TV) de r>s contiene un F en cuatro casos posibles.

la TV de q>(r>s) contiene un F en ocho casos posibles

la TV de p>(q>(r>s)) contiene un F en dieciséis casos posibles y así sucesivamente.

Por tanto, nos podemos aproximar a una tautología tanto como sea posible mediante el expediente de introducir cada vez una implicación que contenga a la anterior.

Una tautología es una verdad lógica en todos los casos; por así decirlo, en todos los universos posibles. Por ejemplo la disyunción—una proposición construida con el conectivo o conjunción «o»—que combine una proposición y su negación: Aˆ-A (A o no A). En toda realidad imaginable es verdad que en cualquier instante «llueve o no llueve», que un objeto será una silla o no lo será.

En el fondo, lo que encontré es un modelo de ocurrencias reales en cierto tipo de discusión en la que se rebate la proposición de alguien y éste escapa siempre, mediante la introducción de una proposición ad hoc que salva a la primera de la refutación. Los marxistas son hábiles a este respecto; si se les halla en una equivocación, la eluden diciendo, por ejemplo, que nuestro razonamiento obedece a una manera burguesa de pensar. Pero también usan ese método los astrólogos; si la cosa no resulta como predice la carta astrológica que nos hayan construido, dirán que no les proporcionamos la hora exacta de nuestro nacimiento, y así es muy difícil convencerles de su error. No es casualidad que Karl Popper encontrara que el materialismo histórico y la astrología no son discursos científicos. Todo discurso científico debe ser en principio refutable por la experiencia, y las construcciones marxistas y astrológicas son inmunes a esa posibilidad.

………

Una situación distinta se presentó en algún día de 1981, cuando ejercía la Secretaría Ejecutiva del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT). Atraído por la visita al IVIC (Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas) de un físico yugoslavo, Lubomir David, de quien se decía era uno de los últimos alumnos de Max Planck (1858-1947, el fundador de la física cuántica), me encaminé al Centro de Física para escucharle en una conferencia de corte general. Mencionó, naturalmente, uno de los dogmas de esta ciencia: el principio de indeterminación (o incertidumbre) postulado por Werner Heisenberg. Según este principio, no es posible determinar simultáneamente la posición de una partícula subatómica y su velocidad (más propiamente, su «momento»). Si se ha determinado su posición, entonces se ignora su velocidad; si se ha medido su velocidad, entonces se ignora dónde diablos se encuentra.

Cuando los asistentes pudimos hacer preguntas, tuve el atrevimiento—propio de diletante—de plantearle lo siguiente:

En 1931 el mundo de las ciencias matemáticas fue conmovido por la explosión de una bomba termonuclear del intelecto. El episodio, de consecuencias profundas y extraordinarias, fue protagonizado por un matemático y lógico checo, Kurt Gödel, quien demostró lo que probablemente sean los dos teoremas más fundamentales del conocimiento abstracto.

A fines del siglo XIX el matemático alemán David Hilbert pro­puso lo que llegaría a conocerse como programa de Hilbert: el intento de montar todo el edificio de la matemática sobre una base deductiva, al estilo de la geometría de Euclides. Para esos momentos, muy po­cas partes de la matemática estaban construidas de esa manera. A partir del reto de Hilbert, los mejores entre los matemáticos se dieron a la tarea de cumplir el pro­grama. En el camino, más de una vez se toparon con hallazgos contradicto­rios.

Gödel expuso de modo definitivo la razón de las antinomias y contradicciones. Mediante un ingenioso método de “aritmetización” de proposiciones lógicas, Gödel estableció dos teoremas que, en conjunto, de­mostraron que el programa de Hilbert era, de suyo, imposi­ble.

Lo que Gödel determinó fue que no era posible la construcción de un sistema matemático deductivo, de complejidad o riqueza equivalente a la de la aritmética, que fuese completo—esto es, que contuviese como teoremas to­das las afirmaciones verdaderas en el territorio ló­gico que cubre—y que a la vez fuese consistente; es decir, que estuviese libre de contradicciones internas. O sea, si era completo era inconsistente, y si era consistente era incompleto.

El intento de construir un sistema matemático completo conduciría a un conjunto de pro­posiciones entre las cuales se hallaría al menos una pareja de proposiciones que afirmarían jus­tamente lo contrario la una de la otra, y ambas serían deducibles del mismo cuerpo de axiomas por procedimientos perfectamente lógicos.

¿No le parece, profesor, que siendo que la física cuántica está montada sobre un sistema matemático de riqueza superior a la de la aritmética, debe haber rebasado con mucho un «umbral goedeliano» y entonces el principio de Heisenberg, antes que una realidad física, pudiera ser un problema del cálculo o lenguaje lógico que emplea?

Kurt Gödel (Brno, 1906-Princeton, 1978)

No recuerdo otra cosa que el desconcierto del conferencista. Menos todavía puedo contestar yo mismo la pregunta que le hice, pues no dispongo del instrumental teórico necesario. Disparé aquel día mi conjetura irresponsablemente para ver si la pegaba, animado porque la indeterminación de Heisenberg y la incompletitud de Gödel me parecían cosas parecidas. LEA

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