Habas en proceso de cocción

En todas partes cuecen habas

En todas partes cuecen habas

 

The Occupy movement is an international protest movement against social and economic inequality, its primary goal being to make the economic and political relations in all societies less vertically hierarchical and more flatly distributed.

Wikipedia

El Movimiento 15-M, también llamado Movimiento de los Indignados, es un movimiento ciudadano formado a raíz de la manifestación del 15 de mayo de 2011 (convocada por diversos colectivos), donde después de que 40 personas decidieran acampar en la Puerta del Sol esa noche de forma espontánea, se [produjo] una serie de protestas pacíficas en España, con la intención de promover una democracia más participativa alejada del bipartidismo PSOE-PP (PPSOE) y del dominio de bancos y corporaciones, así como una «auténtica división de poderes» y otras medidas con la intención de mejorar el sistema democrático.

Wikipedia en español

Si, al estilo de los Indignados europeos, los jóvenes que ni estudian ni trabajan en la Argentina decidieran reunirse para hacerse oír, difícilmente entrarían en la Plaza de Mayo: ya suman casi un millón de personas. Y cada vez son más: el Indec reconoce que el segmento conocido como ni-ni aumentó de 2003 a la fecha un 17%.

Manuel Torino – El boom de los jóvenes ni-ni: flagelo silencioso en Argentina

¿Cómo responderá François Hollande a este nuevo desafío, el de una sociedad que al cabo no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha? 

Carlos Fuentes – Viva el socialismo. Pero… (su último artículo)

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La cosa está que arde en casi todo rincón del mundo. Naturalmente, es en Egipto donde el desarreglo de los sistemas políticos produce hoy más dolor. (Gonzalo Pérez Petersen me observó que este país no tiene antecedentes de democracia; el único presidente que ha elegido en su historia—que penetra hasta el décimo milenio antes de Cristo—escogió conducirse como dictador y fue depuesto por unos militares que se comportan dictatorialmente y matan ciudadanos sin miramientos, ahora con apoyo de Arabia Saudita). Por más lejano que esté ese espejo, quienes en Venezuela aún recomiendan un golpe de Estado en el país y un gobierno militar debieran verse en él. No necesariamente una protesta popular desemboca en democracia, ni siquiera cuando ocurre en primavera.

En otras naciones, el descontento no se expresa, afortunadamente y todavía, con violencia, pero es evidente que un mal sistémico aqueja las repúblicas en muchas partes. He aquí una muestra representativa:

1. En los Estados Unidos, la aprobación del Congreso en la opinión ciudadana descendió en julio a 12%, según una encuesta de NBC y el Wall Street Journal (del 17 al 21 de ese mes); de modo más elocuente, el rechazo explícito del poder legislativo estadounidense alcanzó el 83%. Casi seis de cada diez votantes dijeron que en una próxima elección quisieran reemplazar a todos y cada uno de los actuales legisladores. La encuesta también mostró un descenso en la aprobación del trabajo del presidente Obama a 45%—a un punto de distancia de su peor calificación, en agosto de 2011—, unos tres puntos respecto del mes anterior.

2. El 11 de este mes de agosto publicó El País de Madrid un artículo de Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco; su título: ¿El final de los partidos? El investigador Ikerbasque argumenta:

La actual crisis de los partidos políticos, su descrédito, pérdida de relevancia o fragmentación, es manifestación de una crisis más profunda. Se acaba, a mi juicio, una era política que podríamos llamar “la era de los contenedores”. El mundo de los contenedores presuponía un contexto social estructurado en comunidades estables, con roles profesionales definidos y formas de reconocimiento y reputación consolidadas. En esa realidad social se gestaron esas máquinas políticas que son los partidos de masas clásicos. (…) Lo que se ha acabado es el control monopolístico del espacio público por parte de los partidos políticos, el partido-contenedor, pero en absoluto la necesidad de instancias de mediación en las que se forma la voluntad política. Una cosa es que los partidos y los sindicatos deban renovarse profundamente y otra que las conquistas sociales y de participación ciudadana puedan asegurarse sin organizaciones del estilo de los partidos y los sindicatos. Es evidente que los partidos actuales están muy lejos de cumplir satisfactoriamente tales expectativas; tras la crisis de los partidos estamos en la encrucijada de o bien hacer mejores partidos o bien ingresar en un espacio amorfo cuyo territorio será ocupado por tecnócratas y populistas, definiendo así un nuevo campo de batalla que sería todavía peor que el actual.

3. Por su parte, Marcos Aguinis escribía en La Nación de Buenos Aires hace cuatro días: «Gran parte de los argentinos manifiesta un creciente agobio. Ya no es sólo dolor por la inflexible decadencia política, económica y social, sino cansancio. Agotamiento. Nos hundimos sin haber sido ocupados por potencias extranjeras, ni haber padecido tsunamis catastróficos, ni ser masivamente asesinados por epidemias bíblicas, ni quemados por la lava de los volcanes. Nos hundimos por propia voluntad, al haber entregado por más de 70 años el timón de nuestra nave a una variopinta legión de malos o ineficaces dirigentes».

4. Atravesando la cordillera—informa Verónica Egui Brito en El Universal caraqueño (13 de agosto)—se observa esto (Coaliciones pierden apoyo de cara a comicios en Chile):

La clase política chilena enfrenta grandes desafíos, sobre todo la Alianza oficialista, luego de que dos aspirantes por la derecha se retiraran de la contienda después de que se realizara el proceso de la nominación de los candidatos presidenciales. Así resume la encuesta Adimark el mes de julio en Chile. Y en base a esto, destaca que las coaliciones políticas son quienes pierden mayor apoyo de las masas. Ambas tendencias disminuyen su popularidad por igual. La evaluación de la Concertación (partidos de centroizquierda que apoyan la candidatura de la expresidente Michelle Bachelet) tienen una valoración del 22%, cinco puntos menos en relación al mes anterior. Por su parte, la Alianza (partidos de derecha que conforman la coalición oficialista y respaldan a Evelyn Matthei) también cuenta con un respaldo del 22%, pero su caída es más significativa, de 13 puntos. El 64% de los chilenos desaprueba cómo ambas coaliciones están desarrollando su labor en la política nacional. En cuanto al poder legislativo, la opinión popular tampoco luce favorable. Los chilenos aprueban en un 18% al Senado y en un 17% a la Cámara de Diputados. Se mantienen con altísimos niveles de desaprobación: al Senado lo desaprueba el 72% de los encuestados y a la Cámara de Diputados el 71%.

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Castillo en Casa de América

Castillo temeroso en Casa de América

Hay gente que sólo encuentra imprudencia en estos extendidos procesos: «Leopoldo Castillo creyó ver, en la crítica de la sociedad española a los principales partidos políticos de su país, un grave peligro: que España siga un camino parecido al venezolano, en el que el descrédito de Acción Democrática y COPEI habría abierto la puerta a la llegada del chavismo en las elecciones de 1998. Lo malo no fue, según Castillo, que AD y COPEI se portaran mal sino decirlo; no la sordera de los políticos sino la locuacidad de quienes nos atrevimos a criticarlos». (A llorar p’al valle). Castillo dijo: «…no puedo [dejar de] formular una cierta crítica acá en España, cuando veo la cantidad de papeles con la sistemática corrupción, corrupción, corrupción de los partidos políticos; es que están destruyendo los dos grandes partidos políticos que son el sostén de la democracia. Algo así parecido ocurrió en nuestro país y el resultado fue fatal”). Tiene ilustres predecesores; un mediático defensor de postulados del radicalismo liberal—que ni siquiera sostiene ya su autor, Francis Fukuyama—ha exhibido su ceguera a este respecto con manifiesta constancia:

Moisés Naím, por ejemplo, publicó un estudio en inglés con el título The Venezuelan Story: revisiting the conventional wisdom. (“El cuento venezolano: una nueva mirada a la sabiduría convencional”, 2001), que se distribuyó por selectos lotes de direcciones electrónicas. Naím volvía a exhibir en ese trabajo una notable capacidad de confusión entre la dimensión de la síntesis y aquella de la simpleza, para rechazar la interpretación de Chávez como “evidencia de la fermentación de una reacción contra la globalización, el capitalismo al estilo estadounidense, la corrupción y la pobreza”. El propio Naím indicaba que su explicación de las cosas era contraria a esa lectura, a pesar de que “por la mayor parte, la situación de Venezuela es citada como una señal temprana de alerta sobre una reacción planetaria contra las ideas políticas, las políticas económicas y las relaciones internacionales que dominaron los años 90, esto es, la democracia liberal, las reformas de mercado y la globalización”. Naím sostenía que tal cosa no era cierta. En ninguna parte de su documento de 41 páginas Naím se refería a los múltiples otros signos de molestia planetaria contra, precisamente, ese “Consenso de Washington” cuyo descrédito prefirió ignorar. No mencionó para nada, por poner un caso, que desde hace ya un tiempo a esta parte, cada reunión internacional relacionada con esa manera de entender la globalización, es objeto de significativas manifestaciones de protesta. (Las que se conoce, por cierto, que no son organizadas por el MVR). La superficialidad de la tesis de fondo naimista se pone en evidencia en simplistas afirmaciones como ésta: “…la desaparición del sistema de partidos que dominó la política venezolana por más de cuatro décadas no fue un súbito colapso al estilo soviético que resultara de una excesiva concentración de poder en manos de una pequeña clique de políticos. Más bien ocurrió como consecuencia de la descentralización del poder político y económico que comenzó a fines de los 80”. Es decir, que según Naím habría sido la descentralización lo que trajo a Chávez. (No ha pasado nada, Carta Semanal #95 de doctorpolítico, 15 de julio de 2004).

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Hay otros puntos de vista

Hay quienes son más iguales que otros

¿Es sensato continuar creyendo que lo que nos pasa políticamente no es sino el asedio de una barbarie irracional, que una política «decente» se ha visto disminuida por la corrosiva crítica de una antipolítica criminal? ¿No sería más constructivo leer los omnipresentes signos de los tiempos, dejar de negarse al futuro? El futuro no es una aventura de Flash Gordon, el radio pulsera de Dick Tracy o la vestimenta de Los Supersónicos; también trae problemas, y muy serios. Son problemas inéditos y sus soluciones, por definición, no pueden ser convencionales. La respuesta que el país necesita no se hallará, por supuesto, en el seno del Partido Socialista Unido de Venezuela, pero tampoco al interior de la Mesa de la Unidad Democrática, cuyos dirigentes harían suyas estas palabras de Pedro Pablo Aguilar, antiguo Secretario General de COPEI: “Mi planteamiento es que los intelectuales, los sectores profesionales y empresariales, los líderes de la sociedad civil no pueden seguir de espaldas a la realidad de los partidos, y sobre todo, a la realidad de los partidos que protagonizan la lucha por el poder”. (El Nacional, 7 de junio de 1986). Menos aún se la encontrará en la inútil prosa de aplaudidos articulistas y opinadores que no pasan de competir, con los improperios más subidos, por el campeonato del descrédito ritual del gobierno, distribuidos en correos electrónicos que prometen casi todos los días: «¡Excelente artículo de Mengano; no tiene desperdicio!» Tampoco en la nueva colección de juristas que prosperan porque ya no se recibe la churrigueresca palabra «orientadora» del Dr. Escarrá, pues ha regresado a las mieles boliburguesas. No deberemos buscarla en novísimos y falsarios sitios web—dolartoday, por ejemplo, que escribe mal su nombre inglés—ni en los furibundos artículos de un «Coronel» que pontifica a segura distancia sobre presuntas obligaciones morales de una ciudadanía que tiene por cobarde. No servirá para nada poblar el espacio de Twitter y Facebook con neuróticas comprobaciones cotidianas de que el oficialismo es muy, pero muy maluco y ordinario.

Pero es que, además, en buena medida sufrimos en Venezuela nuestra cuota de futuro problemático por la supresión de las advertencias oportunas. Hace más de veintiocho años—uno antes de la declaración de Aguilar—que nuestras dolencias políticas fueron no sólo predichas sino explicadas, junto con una prescripción terapéutica que las habría curado con tiempo suficientísimo y nos habría ahorrado el trauma chavista:

Intervenir la sociedad con la intención de moldearla involucra una responsabilidad bastante grande, una responsabilidad muy grave. Por tal razón, ¿qué justificaría la constitución de una nueva asociación política en Venezuela? ¿Qué la justificaría en cualquier parte? Una insuficiencia de los actores políticos tradicionales sería parte de la justificación si esos actores estuvieran incapacitados para cambiar lo que es necesario cambiar. Y que ésta es la situación de los actores políticos tradicionales es justamente la afirmación que hacemos. Y no es que descalifiquemos a los actores políticos tradicionales porque supongamos que en ellos se encuentre una mayor cantidad de malicia que lo que sería dado esperar en agrupaciones humanas normales. Los descalificamos porque nos hemos convencido de su incapacidad de comprender los procesos políticos de un modo que no sea a través de conceptos y significados altamente inexactos. Los desautorizamos, entonces, porque nos hemos convencido de su incapacidad para diseñar cursos de acción que resuelvan problemas realmente cruciales. El espacio intelectual de los actores políticos tradicionales ya no puede incluir ni siquiera referencia a lo que son los verdaderos problemas de fondo, mucho menos resolverlos. Así lo revela el análisis de las proposiciones que surgen de los actores políticos tradicionales como supuestas soluciones a la crítica situación nacional, situación a la vez penosa y peligrosa. Pero junto con esa insuficiencia en la conceptualización de lo político debe anotarse un total divorcio entre lo que es el adiestramiento típico de los líderes políticos y lo que serían las capacidades necesarias para el manejo de los asuntos públicos. Por esto, no solamente se trata de entender la política de modo diferente, sino de permitir la emergencia de nuevos actores políticos que posean experiencias y conocimientos distintos. Las organizaciones políticas que operan en el país no son canales que permitan la emergencia de los nuevos actores que se requieren. Por lo contrario, su dinámica ejerce un efecto deformante sobre la persona política, hasta el punto de imponerle una inercia conceptual, técnica y actitudinal que le hacen incompetente políticamente. Hasta ahora, por supuesto, el país no ha conocido opciones diferentes, pero, como bien sabemos, aún en esas condiciones los registros de opinión pública han detectado grandes desplazamientos en la valoración popular de los actores políticos tradicionales, la que es cada vez más negativa. Por evidencia experimental de primera mano sabemos que los actores políticos tradicionales están conformados de modo que sus reglas de operación se oponen a los cambios requeridos en conceptos, configuraciones y acciones políticas. Por esto es que es necesaria una nueva asociación política: porque de ninguna otra manera saludable podría proveerse un canal de salida a los nuevos actores políticos. (Proyecto de la Sociedad Política de Venezuela – Documento Base – febrero de 1985).

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Pero, a estas alturas, quienes poseen medios para el apoyo de iniciativas políticas, y rechazan con muchísima razón la perniciosa y trasnochada involución del socialismo «del siglo XXI», sólo alcanzan a ver como tratamiento correcto de este mal el sostén de una dirigencia que se ha revelado una y otra vez como incompetente, y todo género de excusas se levanta ante las proposiciones de intentar rutas inéditas: «Así no se hacen las cosas», «No es oportuno, no es el momento»—nunca lo es—, «La unidad por encima de todo». Bastaría que unos pocos mecenas lúcidos colocaran sus apuestas en quienes han demostrado consistentemente poseer capacidad de predicción—rasgo esencial del «verdadero arte del Estado», al decir de Tocqueville—, imaginación y atrevimiento estratégico, marcos mentales modernos para la interpretación de lo político, respeto altruista por los gigantes que les han precedido y estabilidad ética. El costo de una solución correcta, eficaz, es una fracción de lo que se invierte desde hace décadas en operaciones políticas convencionales, irremisiblemente condenadas al fracaso. Todavía hay tiempo, pues el país se reacomoda alejándose de los extremos de una polarización que lo paraliza para dar paso, no a la antipolítica, sino a una política verdaderamente nueva. De no usarse ese tiempo con responsabilidad y conciencia, cosas egipcias pudieran ocurrirnos.

El asunto no es que Capriles se haya vuelto complaciente con el oficialismo, sino algo más profundo. Esa cosa automática, mediocre y equivocada que se ha dado en llamar caprilismo es, en rima simple, un espejismo. Los verdaderos actores idóneos no son quienes, a modo de curriculum vitæ, sólo blanden un anecdotario político que ahora es en gran medida irrelevante. Lo diagnosticó Stafford Beer en Platform for Change (1975): «El problema de nuestra sociedad es que los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía».  LEA

Para descargar este artículo en formato .pdf: HABAS EN PROCESO DE COCCIÓN

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