Dos casos de desmesura
Cuida el agua, separa la basura, cambia los focos incandescentes por lámparas fluorescentes, compra alimentos orgánicos, usa pañales de tela (si tienes bebés, claro), adquiere un auto híbrido como el de Leonardo di Caprio, tapiza tu techo con celdas solares, instala un huerto hidropónico en tu casa … ¿Dónde está la frontera—o el ecotono, como dirían los ecólogos—que marca la transición entre lo mínimo que se le puede exigir a cualquier persona con neuronas espejo para que cuide nuestro planeta y los sacrificios que demandaría una secta mesiánica cualquiera?
Sinfonía Fantástica
Salvar el mundo: Tres propuestas políticamente incorrectas
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En enero de 1980 fui encargado de la Secretaría Ejecutiva del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, y debí coordinar los órganos funcionales de la institución en cumplimiento de su plan operativo para ese año, previamente aprobado. Me dediqué, pues, a estudiar concienzudamente ese plan que aprobara el Directorio, el cuerpo de cinco miembros que se reunía semanalmente para autorizar o rechazar las proposiciones operativas que le llevara el nivel ejecutivo de la organización. Estaba obligado a guiar mis pasos por aquel documento.
No olvidaré el estado momentáneo de congelación que me produjo, una mañana de ese enero, la lectura de la sección correspondiente a la Oficina de Relaciones Internacionales del CONICIT, una unidad compuesta por seis funcionarios y un asesor. Rezaba textualmente el plan que el primer objetivo de la oficina, a conseguir en el curso de los doce meses de 1980 por ese magro equipo, era ¡»Lograr un Nuevo Orden Económico Internacional»!
Por supuesto, en ninguna parte se describía en qué consistiría ese «nuevo orden», y tampoco cómo haría la ORI (siglas de la unidad de media docena de empleados) para lograrlo. Luego de superar mi catatonia, y para no contradecir a un directorio que había aprobado con ligereza una enormidad tan desproporcionada—después de todo eran mis superiores—, opté por reunirme discretamente con la unidad, a la que propuse que, para fines prácticos, considerase su lomo liberado de la ciclópea tarea, que entendiera que su plan operativo de 1980 arrancaba a partir del objetivo número dos, bastante más mesurado, y que no esperara ni reprimendas ni despidos en 1981 si para entonces no hubiera ensamblado un nuevo orden económico internacional.
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Ahora el gobierno ha armado un alboroto con su proceso «constituyente» del plan que Hugo Chávez llevará a la consideración de la Asamblea Nacional el próximo 10 de enero de 2013, el buzón de sugerencias de los ciudadanos. Jorge Giordani, Ministro de Economía y Finanzas (antes de Planificación), ha explicado en qué consiste el asunto: “El inicio de este debate público permitirá que el pueblo venezolano aporte sus ideas para ser evaluadas por el Presidente de la República, Hugo Chávez Frías, y ser incluidas en el segundo plan socialista 2013-2019 que será presentado el 10 de enero de 2013 ante la Asamblea Nacional”.
Claro que uno no debe sugerir cosas a la loca en este proceso tan importante y tan «constituyente»; habiéndome tomado en serio la invitación oficial a participar con la remisión de ideas que serán consideradas por el Presidente, me puse a revisar un documento clave al que ya había dado una lectura somera en el mes de julio. Se trata de lo que podemos suponer será el contenido básico del Plan Nacional de Desarrollo (según nomenclatura de la Constitución en el Numeral 18 de su Artículo 236) o, como prefiere decir el gobierno enmendando la plana a la Carta Magna, «Plan Socialista de la Nación 2013-2019».
Me refiero al documento que lleva por escueto y modesto nombre el de «Propuesta del Candidato de la Patria Comandante Hugo Chávez para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019». Fue ese documento el que entregara el presidente Chávez al Consejo Nacional Electoral, en ocasión de formalizar su candidatura para la elección del pasado 7 de octubre. Contrayéndose al mismo período, es razonable la suposición de que lo que en él se encuentra informará de manera muy sustancial el plan a entregar en enero.
No abrumaré al lector con una reseña pormenorizada de la propuesta del candidato «de la Patria»; pondré mi atención sobre un punto fundamental, explicado en la propia introducción de ésa. Allí dice que «el Segundo Plan Socialista ya se encuentra en elaboración», y que el mismo «contempla cinco grandes objetivos históricos». (Claro, todo lo que Chávez hace es, apropiadamente esdrújulo, «histórico», épico, endógeno y protagónico). Bien; el quinto y último de tales objetivos es: ¡V.-Preservar la vida en el planeta y salvar a la especie humana!
Me sentí transportado a 1980, al centro mismo de lo que inexacta e interesadamente el oficialismo denomina «la IV República». Se me puso que los redactores del texto llevado al CNE debían ser los mismos funcionarios de la Oficina de Relaciones Internacionales del CONICIT que, hace treinta y dos años, pretendían construir en doce meses un nuevo orden económico internacional; se me puso que el propio Presidente no se percató de las implicaciones prácticas del quinto «objetivo histórico». Y se me pone ahora que, ya no el Estado venezolano, sino la Nación entera no podría en el lapso de seis años «preservar la vida en el planeta y salvar a la especie humana».
Ni que la Organización de las Naciones Unidas confiara a Venezuela tan ímproba tarea. Ni que el presidente Chávez declare instituida la Misión Planeta (algunos proponen la Misión Mundo) y le encargue su dirección a Nicolás Maduro. El Vicepresidente Ejecutivo de la República no es Supermán. LEA
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