por Luis Enrique Alcalá | Oct 7, 2012 | Música |

Las cataratas Victoria del río Zambeze, frontera de Zambia y Zimbabue
Todos quisiéramos votar por el mejor hombre, pero él nunca es candidato.
Kin Hubbard
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Uno quisiera que hoy fuera un día tranquilo, que sólo los votos hablaran y fueran atendidos, que respetaran civiles y militares la voluntad de la mayoría que gritará en silencio, como una catarata. Es con ese deseo que contribuyo acá con la voz firme y mayormente serena de quince breves obras musicales, escogidas según el único criterio de la belleza de sus melodías, sin discusión académica acerca de su calidad o nivel. Son, simplemente, melodías que gustan a cualquiera.

Mascagni y sus libretistas
Comencemos, apropiadamente, por el Preludio de Cavalleria Rusticana, la conocida ópera de Pietro Mascagni (1863-1945). Un segundo trozo instrumental de esta obra es mucho más conocido e interpretado, su Intermezzo, pero el Preludio es igualmente hermoso. Edoardo Sonzogno había convocado en 1888 un concurso de óperas en un solo acto para compositores que aún no hubiesen sido representados en un teatro. Mascagni, de 25 años, logró entregar su obra en el último día del plazo y ganó el certamen. No podía ser de otra manera; el día del estreno, el compositor fue requerido al proscenio del Teatro Costanzi de Roma cuarenta veces por la ovación del público. Nos ofrecen esa introducción instrumental los músicos de la Orquesta Filarmónica de Praga, conducidos por Friedemann Riehle.
Mascagni

Enigma, máquina inglesa para descifrar
Las Variaciones Enigma fueron compuestas por Edward Elgar (1857-1934) entre 1898 y 1899. El tema es tratado en catorce variaciones nombradas con enigmáticas claves, la mayoría un conjunto de iniciales. De todos modos, se conoce la identidad de las personas representadas en cada variación: la primera (C. A. E.) es para su esposa, Caroline Alice Elgar; la undécima (G. R. S.) fue inspirada por el perro bulldog de George Robertson Sinclair, el organista de la catedral de Heresford. Elgar se llevó a la tumba el verdadero enigma: la identidad de un tema escondido en la pieza que no es tocado explícitamente y, muy divertido con su travesura, rechazó todas las explicaciones que le fueron propuestas. (Enigma fue, además, el nombre escogido para la máquina que los ingleses usaron en la II Guerra Mundial en la descodificación de comunicaciones alemanas en clave). La más hermosa y expansiva de las variaciones es la novena: Nimrod, en agradecimiento al editor musical Augustus Jaeger, en quien Elgar encontró apoyo y consejo sincero. Nimrod es un patriarca y cazador del Antiguo Testamento, y Jäger significa cazador en alemán. Eugene Ormandy dirige ahora a la Orquesta de Filadelfia (y suya) en la Variación IX.
Elgar

La obra paciente del Colorado
La Suite del Gran Cañón es música típicamente estadounidense, tanto por tema como por línea melódica y apoyo armónico. Es obra de Ferde Grofé (1892-1972), gente de familia musical por el lado paterno y materno. Este neoyorquino hizo mucha música en la radio, y llegó a enseñar orquestación en la prestigiosa Escuela de Música Juilliard. La suite que aquí es representada por su cuarto movimiento, Puesta de sol, es una obra de música descriptiva. (Para escuchar el quinto y último, Chaparrón, ver en este blog De la música como retrato). De hecho, la pieza fue ejecutada por primera vez (Chicago, 1931, año de los cruciales Teoremas de Kurt Gödel) con el nombre de Cinco cuadros del Gran Cañón. Suena la Orquesta Sinfónica del Estado de Utah a cargo de Maurice Abravanel.
Grofé

Saltando al son de los italianos
Andrew Davis dirigirá a continuación a la Orquesta Sinfónica de Toronto para dejarnos escuchar el Nocturno (Moderato) del ballet de Ottorino Respighi (1879-1936) basado en temas de Gioachino Rossini (1792-1868), La boutique fantasque. Una traducción posible de este nombre es La tienda mágica de juguetes o, más simplemente, La tienda caprichosa. El ballet fue estrenado en Londres el 5 de junio de 1919, una semana justa después de que el inglés Arthur Eddington registrara el eclipse solar de ese año mágico—ya no había guerra—en la isla Príncipe del Atlántico africano, logrando una dramática corroboración de predicciones de la Teoría General de la Relatividad que Albert Einstein publicara en 1916 en Annalen der Physik.
Rossini-Respighi

Puede tocar como le dé la gana
Creo que es la segunda de las Danzas Eslavas (en Mi menor) del op. 46 de Antonín Dvořák (1841-1904) la que tiene la más bella melodía de toda la serie. (Ocho piezas, más otras tantas del op. 72). George Szell y la Orquesta de Cleveland se encargan de defender mi fe. Por su parte, Daniel Harding dirige a la Orquesta de Cámara Mahler para acompañar a la despampanante violinista Janine Jansen en el muy breve Valse sentimentale (op. 51 #6) que Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893) compusiera originalmente para piano. (Estoy enamorado; de su melodía, por supuesto, y de mi señora. ¡Zape, gata!)
Dvořák
Tchaikovsky

El infeccioso disco
Con la orquesta del popular director ruso André Kostelanetz me inicié en una irreversible afición por la música sinfónica, cuando tenía 12 años (yo, no él). Oscar Álvarez de Lemos, padre de mi mejor amigo de la infancia, tenía el disco Columbia CL 747, que por un lado traía la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta de Tchaikovsky, su perfecta obra de juventud, y del otro ponía algunos valses del mismo compositor. Desde que oí la obertura la primera vez quedé patidifuso, y no me tranquilicé hasta que Don Oscar me consintiera llevar la grabación a mi casa, donde no escuché otra cosa, para horror de mi familia, por un mes seguido. Kostelanetz hizo antes que André Rieu mucho por la popularización de la música de los grandes compositores. Ahora interpreta dos arias instrumentalizadas: Vissi d’arte, de la Tosca de Giacomo Puccini (1858-1924) y la maravillosa Mon coeur s’ouvre a ta voix, de la ópera Sansón y Dalila de Camille Saint-Saëns (1835-1921).
Puccini
Saint-Saëns

El alma del Brasil
También en una versión instrumental, escuchemos el Nocturno de las Piezas líricas del op. 54 de Edvard Grieg (1843-1907), originalmente compuestas para el piano. La versión acá colocada es de la Orquesta del Festival de Budapest que dirige Pavel Urbanek. Y, hablando de ese instrumento, es hora de que haga su aparición en el extraordinariamente bello Nocturno #19 en Mi menor (op. 72, #1) de Federico Chopin (1810-1849) en interpretación del pianista chileno Claudio Arrau, un hombre serio. Luego, aprovechando la manida cita del polaco—»Sólo hay algo más hermoso que una guitarra: dos guitarras»—, traigo aquí la Melodía sentimental de Heitor Villa-Lobos (1887-1959), de las manos del joven guitarrista brasileño Bráulio Bosi.
Grieg
Chopin
Villa-Lobos
Y ¿si hacemos sonar juntos a un piano y una flauta? El gran flautista francés Jean-Pierre Rampal toca acá el movimiento Cantabile de la Sonata para flauta y piano de su compatriota, Francis Poulenc (1899-1963). Este caballero formó parte del grupo que se conociera como Les Six, que además de él incluía a Georges Auric, Louis Durey, Arthur Honegger, Darius Milhaud y Germaine Tailleferre. La obra fue compuesta en 1957, dedicada a la mecenas de la música de cámara Elizabeth Sprague Coolidge y hecha para la interpretación de nuestro concertista, con quien el propio Poulenc la estrenó en el Festival de Música de Estrasburgo.
Poulenc

Director grande, orquesta grande
Aires orientales nos llegan con la Canción de cuna del ballet del armenio Aram Khachaturian (1903-1978), Gayané, de fama por su vertiginosa Danza de los sables. Antal Doráti es el magnífico director de orquesta húngaro puesto el frente de la precisa Orquesta Sinfónica de Londres para nuestro deleite. Gayané es una joven trabajadora de kolkhoz que tiene la mala suerte de haberse casado con Giko, un borracho perezoso. Éste la amenaza con despeñar a la hija común—a quien Gayané ha cantado la canción—y la apuñala, pero es arrestado por Khazakov y la heroína se recupera para reponer su amor con el justiciero.
Khachaturian
Nada parecido transcurre mientras suena la Pavane de Gabriel Fauré (1845-1924), su opus 50 en Fa sostenido menor. Fue compuesta para piano, pero el mismo Fauré produjo luego una versión orquestal que puede ser aumentada con coro, pues se añadió una letra a posteriori, que termina diciendo: «Adieu donc et bons jours aux tyrans de nos coeurs! Et bons jours!» (¡Por tanto adiós y buenos días a los tiranos de nuestro corazón! ¡Y buenos días!). El propio compositor juzgó la pieza como «elegante pero sin importancia». En todo caso, me conformo con su elegancia, que proviene del origen español de esa clase de danza y que Daniel Barenboim resalta al frente de la Orquesta de París.
Fauré

Abetos del bosque finlandés Tsarmikuusikko
He dejado para el cierre de esta selección con broche de platino una pieza hasta hace poco ignorada por mí. Es el movimiento quinto y último de la Suite para piano Los árboles, del compositor finlandés Jan Sibelius (1865-1957): El abeto. Un entusiasmo recentísimo por su hermoso tema me hace ponerlo una y otra vez. Ud. verá, creo, que es tan bueno que parece un bolero de los grandes. El fino pianista japonés Ritsuko Kobata lo interpreta estupendamente.
Sibelius
¿Ya votó Ud.? (Por cualquiera de estas piezas). LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Oct 6, 2010 | Música, Otros temas

El Palais Garnier, sede de la Ópera de París (circa 1900)
Francia es abundante en historia política, en arquitectura y urbanismo, en literatura, en filosofía, en pintura (por supuesto), en vinos y quesos (de esto último se quejaba Charles de Gaulle, pues consideraba que su numerosa variedad dificultaba su gobernabilidad). También es abundantísima en buena música culta. Habitualmente se supone que los grandes compositores son los alemanes, los italianos y los rusos, pero los buenos músicos franceses están a la par de los mejores. Si se trata de señalar algún compositor cimero, como Bach o Beethoven, Francia nos regaló a Claude Debussy, que inventó el impresionismo musical.
Es así como, para cubrir con bálsamo musical algo del rigor político luego del hito portentoso del 26 de septiembre—y para celebrarlo—, vienen acá quince piezas de los mejores compositores de Francia, la cuna de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Un reposo, pues; hay que vivir. El orden de las piezas es estrictamente alfabético por compositores, pero este azar ha producido una secuencia interesante. Usted juzgará si es conveniente.
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Hector Berlioz (1803-1869)
Inicia la serie Héctor Berlioz, un compositor revolucionario. Si uno escucha su sinfonía dramática Romeo et Juliette, obra para voces individuales, coro y orquesta que completó en 1839, puede darse cuenta de lo adelantado de su lenguaje musical. En su estilo orquestal fue precursor de las instrumentaciones elefantiásicas de Gustav Mahler, y fue caricaturizado por eso. Aquí podemos escuchar el tercer movimiento—Un bal—de su Sinfonía Fantástica, el manifiesto de su revolución. El director y compositor francés Pierre Boulez dirige la Orquesta de Cleveland.

Georges Bizet (1838-1875)
Tchaikovsky tenía terror, muy justificado, de Georges Bizet, cuya música admiraba y amaba. En época anterior al gramófono de Edison, el gran compositor ruso se solazaba frecuentemente tocando una partitura para piano de su ópera favorita: la gran ópera Carmen. (Tchaikovsky rogó a Auguste Mustel, el inventor de la celesta, que no mostrara el dulce instrumento a Bizet, antes de que él la usara en sus composiciones, Voyevoda y El Cascanueces). En 1977, quien escribe se encontraba en una librería de Londres que tenía una rica sección discográfica. Me sobrecogió escuchar la hermosura de una música desconocida. Era el dúo de barítono y tenor Au fond du temple saint, de la ópera Los pescadores de perlas, ambientada en la isla de Ceilán (Sri Lanka), de Georges Bizet. Acá lo oímos en las voces de dos grandes amigos que cantaron juntos muchas veces: Jussi Bjoerling y Robert Merrill.

F. A. Boieldieu (1775-1834)
François-Adrien Boieldieu fue primariamente un compositor de óperas. Nacido en Ruan, donde recibió su primera educación musical, se mudó a París en plena Revolución Francesa y, antes de adquirir fama como compositor, se ganó el sustento como afinador de pianos. Berlioz encontraba en la música de Boieldieu «una agradable elegancia parisina, llena de buen gusto»; un reconocimiento de quien componía música algo brusca y diferente de la simple orquestación de Boieldieu. He aquí el primer movimiento de su Concierto para Arpa y Orquesta, su opus 25, en rendición de Jutta Zoff al arpa y la Staatskapelle de Dresde dirigida por Siegfried Kurz.

Claude Debussy (1862-1918)
Es muy difícil escoger una sola obra del grandísimo Claude Debussy para colocarla en esta parca colección de música francesa. Al líder del impresionismo hay que escucharle todo. Escribiendo acerca de su bisabuela, Josefina Sucre, que tocó valses venezolanos junto con mi tía bisabuela Graziella Calcaño en la gran Exposición Internacional de París de 1889, mi esposa, Nacha Sucre, refirió:
La música, protagonista principal de la exposición, fue potenciada por las más nuevas tecnologías. Josefina disfrutó de la interpretación de algunas de las mejores óperas, en aparatos telefónicos de un centro experimental que mucha gente visitó, y pudo conocer el gramófono de Edison, por primera vez expuesto ante el público, y escuchar la música extranjera que transformó la exposición en calidoscopio de nuevos sonidos. Éstos impresionaron a Claude Debussy, especialmente la música de los grupos Gamelán, venidos de la isla indonesa de Java. El compositor tomó de esta música étnica, interpretada en instrumentos artesanales construidos con metales y maderas exóticas, cadencias y contrastes desconocidos en Occidente, que luego llevaría a sus propias composiciones, interpretadas más tarde por todos los rincones del mundo civilizado. (Alicia Eduardo – Una parte de la vida, Fundación Empresas Polar, 2009).
El mundo sonoro de Claude Debussy es tan inconfundible como inigualable. En efecto, de aquella música oriental obtuvo nuevos sonidos que incorporó a su lenguaje, pero la arquitectura de una obra de Debussy, o su joyería cuando hacía piezas breves, son occidentales y renovadoras. Es un atrevimiento y una injusticia, sólo excusada por el espacio disponible, haber seleccionado su Rêverie como muestra de su dulzura melódica. La ejecuta la Orquesta de Filadelfia bajo la experimentada batuta de Eugene Ormandy.

Léo Delibes (1836-91)
Léo Delibes tuvo por padre un cartero, pero su madre era una competente música amateur. El Dueto de la flor (Viens, Malike), de su ópera Lakmé—como Bizet y Debussy, Delibes se interesó en cosas orientales—, usado hasta el cansancio en comerciales de British Airways, lo llevó a la conciencia y el gusto populares en la década de los noventa. Pero su talento melódico, rítmico y orquestal se puso más claramente de manifiesto en su música de ballet, principalmente en sus composiciones Coppelia y Sylvia. De esta última, ponemos a continuación el Vals lento, del Acto Primero. Lo hace sonar la Orquesta del Conservatorio de París, dirigida por Jean Martinon.

Paul Dukas (1865-1935)
Sabemos de Paul Dukas, por supuesto, viendo Fantasía, la película de Walt Disney de 1940, puesto que una de sus escenas más logradas es la del ratón Mickey en el papel de El aprendiz de brujo, ciertamente la más famosa de las piezas de Dukas. Ahora escucharemos la Fanfarria de su ballet en un acto, La Péri o La flor de la inmortalidad, como cosa rara, ambientado en tierras orientales. El ballet propiamente dicho comienza con pasajes tocados muy suavemente, y Dukas escribió la fanfarria para dar tiempo a que el público remolón y ruidoso se sentara y dejara de molestar. Leonard Slatkin dirige la Orquesta Nacional de Francia.

Gabriel Fauré (1845-1924)
A mi gusto personal, Gabriel Fauré es el compositor más profundo del lote. Tiene un Requiem extraordinario, el único del género que concluye con una nota jubilosa, pues se canta, luego de la resurrección, In Paradisum. Cuando a su pupilo, Maurice Ravel, le fue negado el Prix de Rome por decisión del Conservatorio de París, una verdadera revuelta llevó a Fauré al puesto de Director. Desde allí introdujo grandes cambios administrativos y curriculares, con un celo que le ganó el sobrenombre de Robespierre. Cuatro años después era elevado al Institut de France. Podemos oír el hermoso dolor de su Elegía en Do menor, op. 24, con Jacqueline du Pré en el violoncello, acompañada al piano por quien fuera su esposo, Daniel Barenboim.

Charles Gounod (1818-1893)
Hace ahora su entrada Charles (Charles-François) Gounod. Hemos tenido la suerte de que su madre fuera pianista, y que ella le enseñara y descubriera sus talentos. Estudió en el Conservatorio de París, donde ganó el codiciado Prix de Rome, a sus 21 años, en 1839. Compuso trece óperas, Fausto la más conocida de ellas. También compuso dos sinfonías, varios oratorios y una buena cantidad de música de cámara. Aquí está representado por su Marcha fúnebre para una marioneta, que fuera el tema de las series para televisión Alfred Hitchkock presenta y La hora de Alfred Hitchcock. De nuevo, es Eugene Ormandy quien conduce la interpretación de la Orquesta de Filadelfia.

Clément Janequin (der. 1485-1558)
Para demostrar que la excelencia musical francesa data de hace mucho tiempo, basta considerar el liderazgo europeo en el Renacimiento de la Escuela de Notre Dame y la producción de figuras como Josquin des Prez (1450-1521) y, antes, Guillaume Machaut (c. 1300-1377). Es del período renacentista la obra de Clément Janequin, el más prolífico compositor de canciones—por centenares—de su época. La bataille puede ser cantada a capella, pero acá viene en forma de pavana instrumental, con percusión muy destacada. Interpreta el Ensemble Clément Janequin.

Jules Massenet está entre mis compositores franceses favoritos, por su fina orquestación, sus muy hermosas melodías y sus elegantes ritmos. Gounod, como Tchaikosky y Vincent d’Indy, expresaron grandes elogios por su primera obra notable, el oratorio María Magdalena. La Méditation de su ópera Thaís es una de las piezas académicas más populares en el mundo. Treinta y cuatro óperas compuso Massenet, El Cid entre las más famosas. De esta obra, he aquí su danza Andaluza, que toca la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Robert Irving. (En La tesis de la elegancia, en este blog, puede oírse la danza Aragonesa de El Cid).

Francis Poulenc (1899-1963)
Un miembro destacado de Les Six, un grupo franco-suizo de compositores de música de avanzada, fue Francis Poulenc. Hizo música de todos los géneros: orquestal, concertante, vocal y coral (incluyendo ópera), de ballet y, sobre todo y más copiosamente, composiciones para piano. Con un tío escuché en el Teatro Municipal al pianista venezolano Humberto Castillo una pieza de Poulenc por primera vez, el primero de sus Trois mouvements perpétuels, asombroso. Fue el primer músico de su generación que se admitiera abiertamente homosexual, aunque también mantuvo relación con mujeres y hasta tuvo una hija, que no reconoció. Criado como católico, su sexualidad significó para él graves problemas de compatibilidad entre creencia y emoción. André Previn, que empezara haciendo música para Hollywood y luego se convirtiera en Director Titular de nada menos que la Orquesta Sinfónica de Londres, es un magnífico pianista. Interpreta de Poulenc la bella pieza Melancolía, que cierra la muestra de hoy.
LEA
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