por Luis Enrique Alcalá | Dic 22, 2013 | Miscelánea, Música |
Vasily Polenov: Belén (1882)
Quien no tenga la Navidad en su corazón nunca la encontrará bajo un árbol. Roy L. Smith
No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de Navidad y no ser un niño. Erma Bombeck
Dejé de creer en Papá Noel cuando tenía seis años. Mi mamá me llevó a verlo en una tienda por departamentos y él me pidió un autógrafo. Shirley Temple
La Corte Suprema ha dictaminado que no puede haber una escena de la Natividad en Washington DC. No fue por razones religiosas; es que no pudieron encontrar tres hombres sabios y una virgen. Jay Leno
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La Navidad y la música se llevan muy bien. (Ver en este blog No hay navidad sin cascanueces, Poco ruido y muchas nueces y Puer est natus in Bethlehem). Los venezolanos lo hemos aprendido desde niños a punta de aguinaldos y gaitas.
Aquí está un conjunto de piezas navideñas o decembrinas (la segunda es una excepción, metida de contrabando por razones muy delgadas). La combinación no tiene otro propósito que desear a los visitantes de este blog una Feliz Navidad.
Es conveniente comenzar por música desnuda de adorno orquestal, como lo es el canto gregoriano. El Coro de Monjes Benedictinos de Santo Domingo de Silos canta Genuit Puerpera Regem (Ha nacido el Niño Rey):
Genuit Puerpera Regem
Ahora, con el pretexto de los monjes, En el jardín de un monasterio, la pieza de música clásica ligera que lanzó a la fama al inglés Albert Ketelbey en 1915, es interpretada por la Orquesta del London Promenade que dirige Alexander Faris.
En el jardín de un monasterio
La hermosa y tranquilizante obra que sigue es el cuarto movimiento—Andante religioso—de la Suite al viejo estilo En tiempos de Holberg, de Edvard Grieg, compuesta originalmente para piano y luego orquestada por el compositor para conmemorar el segundo centenario del nacimiento del humanista noruego-danés Ludvig Holberg, y este caballero nació el 3 de diciembre de 1684. Herbert von Karajan conduce a la Orquesta Filarmónica de Berlín.
Andante religioso
Antes ha venido a este blog la pieza navideña Villancico de las campanas (o Campanas de Ucrania), y en esta ocasión se presenta en versión puramente orquestal a cargo de la Orquesta de Filadelfia dirigida por Eugene Ormandy. Su compositor es Mikola Leontovich.
Villancico de las campanas
En 1930, el año de su matrimonio, el maestro venezolano Juan Bautista Plaza compuso Campanas de Pascua, obra que terminaría de orquestar ocho años después. Pablo Castellanos dirige a la Orquesta Filarmónica Nacional.
Campanas de Pascua
Los músicos de Filadelfia y Eugene Ormandy retornan para ofrecernos Epifanía (La Befana), el movimiento que cierra la suite sinfónica Feste romane, de Ottorino Respighi.
Epifanía
La obra siguiente, El idilio de Sigfrido, fue interpretada por primera vez el 25 de diciembre de 1870. Es pieza compuesta por Richard Wagner como obsequio de cumpleaños para su esposa, Cósima Liszt, quien, aunque nacida el 24 de diciembre de 1837, lo celebraba siempre en día de Navidad. Horst Stein conduce a la Orquesta Sinfónica de Bamberg.
El idilio de Sigfrido
Los actos I y II de La bohème, de Giacomo Puccini, ocurren en noche de Natale, y es el segundo acto el que despliega los festejos estacionales del grupo de amigos bohemios en el Café Momus. Cristina Gallardo Domas, Marcelo Álvarez y Hei Kyung Hong, entre otros, cantan bajo la dirección de Bruno Bartoletti y con el acompañamiento de la Orquesta del Teatro alla Scala.
La bohème
No podía faltar acá, naturalmente, una nueva referencia a Cascanueces, el ballet navideño por excelencia de Pyotr Illich Tchaikovsky. Antal Doráti, uno de los mejores intérpretes de la música del ruso, dirige a la finísima Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam. Lo que sigue es un ensamblaje de la Coda, el Pas de deux y el Vals final y Apoteosis del último acto.
Cascanueces
Para cerrar con imágenes, he aquí el video de una de las sorpresas musicales callejeras organizadas por el catalán Banco Sabadell. No sólo en Venezuela se patina en Navidad. Así lo demuestra un grupo de jóvenes mientras suena primero el rock and roll y luego el Allegretto de la Séptima Sinfonía de Ludwig van Beethoven:
Joyeux Noël. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Ago 20, 2012 | Música |
Efectivos de la Fuerza Aérea India marchan en Nueva Delhi (2009)
Los compases musicales binarios son unidades de composición rítmica que, como su nombre indica, están divididos en dos tiempos: Un, dos; Un, dos… y es usualmente el primero el que se acentúa, ejecutándose más fuertemente que el segundo. Son los compases de 2/2 (dos notas blancas por compás) o 2/4 (dos negras), pero también 6/4 o 6/8, en los que un trío de negras o de corcheas es ejecutado en un solo tiempo del compás. La composición típica con ese ritmo es la marcha—a fin de cuentas usamos dos piernas para marchar—pero también son de tiempo binario los pasodobles y las polcas. (En la próxima oportunidad, pida a su pareja bailar un pasodoble como si marcharan y verá que tal cosa es cierta. O hágalo de una vez, solo o acompañado, con España cañí, es decir, gitana; es pasodoble de Pascual Marquina Narro a cargo de la orquesta de André Rieu).
España cañí
Del mismo modo, una polca pudiera ser marchada en lugar de danzada, puesto que se escribe y ejecuta en 2/4. La Polca de Ana, compuesta por Johann Strauss hijo para conmemorar (en 1852) el día de Santa Ana, una festividad importante para los vieneses, es tocada aquí por la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida en esta ocasión por Daniel Barenboim.
Polca de Ana
En los circos son frecuentes los compases binarios, e Igor Feodorovich Stravinsky compuso la Polca de circo para un joven elefante (1942) a petición del coreógrafo George Balanchine, que había acordado con el circo de los hermanos Ringling y el de Barnum & Bailey aportarles un número de ballet. Sólo al final la pieza adquiere el carácter de una polca, cuando Stravinsky emplea el tema de la Marcha militar #1 de Franz Schubert. Ballanchine produjo una coreografía que se estrenó con gran éxito en el Madison Square Garden, donde danzaron cincuenta elefantes ataviados con tutús rosados de ballet y cincuenta bailarines humanos. Marc Soustrout conduce la Orquesta Filarmónica del País de Loire.
Polca de circo
Todavía en contexto circense, entremos de lleno a las marchas con una clase de este tipo de composición que es característica del mundo del circo: la marcha rápida y alegre que en inglés se conoce con el nombre de screamer (gritón). Una típica es La abeja del circo, compuesta por Henry Fillmore e interpretada por la Banda de la Marina de los EEUU.
La abeja de circo
Portada original de la marcha del Washington Post (1889)
No hay duda de que el más famoso y prolífico compositor de marchas de ese país fue John Philip Sousa. Su Stars and stripes forever es la marcha oficial de los Estados Unidos, y Semper fidelis sonaba en las películas estadounidenses de la II Guerra Mundial en las que intervinieran sus Infantes de Marina. Compuso también marchas no militares, y la más conocida es la que hizo para el periódico The Washington Post. A pesar de su carácter civil, la toca aquí la Banda del Ejército de los EEUU.
Washington Post
Un largo camino
Naturalmente, las marchas son mayormente piezas para el uso militar. Su espacio natural es el de avenidas y plazas por las que desfilan los soldados de regimientos militares, en exhibición de su poderío con vistosos uniformes. Algunas, en cambio, ofrecen consuelo a gente que pelea en las guerras y, en ciertos casos, caen prisioneros. Una famosa en la Gran Guerra, It’s a long way to Tipperary, hace soñar a las tropas de Su Majestad Británica con el regreso a la patria. Jack Judge, su compositor, era de padres irlandeses y sus abuelos eran oriundos de Tipperary. El Coro del Ejército Rojo de Rusia la interpreta acá. Luego, la Marcha del Coronel Bogey, hecha famosa en la película El puente sobre el río Kwai (1957) como símbolo de resistencia de prisioneros de los japoneses en la II Guerra Mundial; es tocada y silbada por la Orquesta Boston Pops y dirigida por Arthur Fiedler, su longevo conductor. Fue compuesta por el teniente Frederick Joseph Ricketts, sobre el silbido de un golfista militar que sonaba las dos notas de un intervalo descendente de tercera cuando se aprestaba a golpear la pelota, a modo de aviso en lugar del acostumbrado grito.
It’s a long way to Tipperary
Coronel Bogey
Rusos con uniformes de la II Guerra Mundial en 2008
Grandes compositores, no sólo los especialistas, han escrito en el género que nos ocupa. El ruso Sergei Prokofiev, por ejemplo, es el autor de la Marcha para banda militar en Si bemol mayor, su op. 99. La Banda de Concierto de Estocolmo, bajo la batuta de Gennady Rozhdestvensky, nos ofrece la versión que sigue.
Marcha para banda militar
Y militar es, por supuesto, la Marcha Radetzky, de Johann Strauss padre (no confundir con la Marcha Rakoczy de Héctor Berlioz), a cargo de Alfred Scholz y la Orquesta Vienesa de Conciertos. Su hijo homónimo le superó con creces como compositor. El propio Brahms lo envidiaba; cuando la hijastra de Johann hijo, Alice von Meyszner-Strauss, le pidió al maestro alemán que firmara su abanico de autógrafos (usanza de la época), éste escribió en él los tres primeros compases de El Danubio Azul, añadiendo: Leider nicht von Johannes Brahms («Lamentablemente, no de Johannes Brahms»). De él es la estupenda Marcha egipcia, op. 335 (mucho más egipcia que la Marcha triunfal de la ópera Aída). Ejecutantes de lujo, el gran maestro Nikolaus Harnoncourt y la mejor orquesta del mundo, la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam, la interpretan con coro.
Radetzky
Egipcia
Más al norte, en Rusia, además de Prokofiev, Pyotr Illich Tchaikovsky compuso más de una marcha. Nos es muy familiar, claro, la Marcha del primer acto de Cascanueces, pero también el comienzo de La bella durmiente, justamente después del número de Introducción, trae una marcha. En el primer caso, André Previn dirige la Orquesta Sinfónica de Londres; en el segundo, Anatole Fistulari está al frente del mismo conjunto musical.
Cascanueces
> La bella durmiente
Yendo un poco al oeste, la música del finlandés Jan Sibelius domina nuestros oídos desde territorio liberado de los rusos. Es una de sus obras de juventud la Suite Karelia que canta a una región que amaba, entre otras cosas, porque allá llevó a su esposa en luna de miel. El primero de los tres movimientos es una marcha, aunque lleve el extraño nombre de Intermezzo (no es intermedio entre dos piezas, sino entre la que lo sigue y el silencio que lo precede). Paavo Berglund dirige la Orquesta Sinfónica de Bournemouth.
Intermezzo
El socio de Gounod
No se ha comentado acá que un subgénero de marchas es el de carácter fúnebre. La marcha fúnebre por antonomasia es, sin duda, el segundo movimiento de la Sonata #2 para piano de Federico Chopin, pero es igualmente famoso el tercer movimiento de la Primera Sinfonía (Titán) de Gustav Mahler. También es magnífica la marcha fúnebre de la Música para el funeral de la Reina María, de Henry Purcell, que puede escucharse en este blog en Música elegíaca y fúnebre. Ahora sonará la pieza que musicalizaba el programa de TV de Alfred Hitchcock, Marcha fúnebre para una marioneta, del gran melodista francés Charles Gounod. La oiremos por los músicos de la finísima Orquesta de Filadelfia bajo la dirección de Eugene Ormandy, quien la puliera hasta la perfección. La misma gente interpretará la sabrosa Marcha de los juguetes, de Babes in Toyland, opereta del norteamericano Victor Herbert. Y para aprovechar esta múltiple y opulenta presencia, se cierra esta entrada con la Marcha (cuarto movimiento) de las Metamorfosis Sinfónicas de Paul Hindemith sobre temas de Carl Maria von Weber. (Guardo un grato recuerdo de la impecable ejecución de las Metamorfosis por la Orquesta Sinfónica de Maracaibo, el 19 de mayo de 1994, en el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez).
Marcha fúnebre para una marioneta
Marcha de los juguetes
Metamorfosis IV
Buen provecho. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | May 27, 2012 | Música |
James Whistler: Sinfonía en blanco (1866)
Si se oyera una tras otra las veinte piezas en esta entrada, se habría consumido dos horas, cincuenta y cinco minutos y dieciséis segundos de tiempo; valdrían la pena aunque, por supuesto, puede escuchárselas con ganancia en dosis menores separadas. Son veinte movimientos de veinte sinfonías distintas de veinte compositores distintos por veinte directores distintos. Quince orquestas diferentes—Berlín, Cleveland, Chicago, Filadelfia y Londres se repiten una vez—acometen el trabajo de deleitarnos.
La sinfonía es, sin duda, la reina de las formas musicales. Corresponde a la versión orquestal de la forma sonata o, más específicamente, la forma Allegro de sonata. Ésta consiste en la organización del material musical en tres secciones sucesivas, a saber, exposición, desarrollo y recapitulación. A estas secciones, unidas entre sí por transiciones, puede añadirse una introducción al inicio y una coda (cauda o cola) al final, con distinto material. Una sinfonía típica consiste de cuatro movimientos, de los que normalmente el primero y el último están compuestos en forma sonata.
Georges de La Tour: Ciego tocando la zanfonía (clic para ampliar)
Pero el término sinfonía fue empleado antes de la época clásica, cuando se establece formalmente, para referirse a piezas de un solo movimiento, pues etimológicamente significa sonar en conjunto. Igualmente se ha aplicado la palabra a instrumentos específicos: el organistrum inventado en Galicia en la Edad Media a fines del siglo X, un instrumento tocado por dos ejecutantes, uno de los cuales hace girar una manivela para golpear dos cuerdas dentro de una caja de resonancia, dio paso a la sinfonía o zanfonía, tocada por uno solo. Éste es el origen de la clase de instrumentos a manivela que se conoce en inglés como hurdy gurdy. En mi infancia se llamaba sinfonía al instrumente cuyo nombre propio es armónica. Era rara la navidad en la que alguna tía o el mismo Niño Jesús no nos trajese, otra vez, una «sinfonía» (Hohner, of course).
No divago más, que la serie es larga. Será construida en orden cronológico de composición, y empieza con el elegante Menuetto en tempo de Allegretto que Wolfgang Amadeus Mozart escogió para el tercer movimiento de su vivaz Sinfonía 40 en Sol menor (1788). Esa obra—llamada Gran Sinfonía en Sol menor para distinguirla de la #25, en la misma tonalidad—estaba, junto con la 39 en Mi bemol mayor, en el cuarto disco de música culta que yo comprara, allá por 1956, con Karl Bohm dirigiendo la Sinfónica de Bamberg. Esta versión es con la Orquesta del Festival de Londres dirigida por Alfred Scholz.
Mozart, 40, III
Ahora sigue Franz Josef Haydn, el Padre de la Sinfonía. Este caballero compuso nada menos que 104 obras de esa clase (si no se añade dos o cuatro más que siguen la forma sonata, una de ellas una sinfonía concertante en la que un grupo de instrumentos se opone a la orquesta en tutti). Es tal vez la más famosa de ese largo centenar la #94 en Sol mayor (1791), apodada «Sorpresa». Su segundo movimiento, Andante, es lo que justifica el apelativo; se dice que Haydn lo compuso maliciosamente para sobresaltar a quienes durmieran en los conciertos con un inesperado golpe de timbal (los alemanes llaman a la obra Sinfonie mit dem Paukenschlag). Aquí lo interpreta la Camerata Romana que dirige Alberto Lizzio.
Haydn, 94, II
La Sinfonía #7 en La mayor (1811), el opus 92 de Ludwig van Beethoven, fue apodada La apoteosis de la danza por Richard Wagner. El Allegretto, su segundo movimiento, puede ser empleado para mostrar del modo más diáfano qué es contrapunto: la textura musical en la que dos o más melodías distintas, pero armónicamente compatibles, suenan al mismo tiempo. Pruebe a cantar las dos evidentes líneas melódicas alternadamente. Anton Nanut conduce la Orquesta Sinfónica de la Radio de Ljubljana.
Beethoven, 7, II
Otro minué (Menuetto, Allegro vivace, Trio) es el tercer movimiento de la Sinfonía #4 en Do menor (1816), llamada Trágica, de Franz Schubert, el gran melodista de oído absoluto. Acá se lo escucha mientras Carlo Maria Giulini dirige apropiadamente la Orquesta Sinfónica de Chicago.
Schubert, 4, III
Una de las más famosas sinfonías en la historia de la música es obra del adelantado francés Héctor Berlioz, su Sinfonía Fantástica (1830) opus 14, una sinfonía de programa (que sigue un esquema textual descriptivo o narrativo). Es Un bal, el segundo movimiento de la obra—inspirada por un amor apasionado del compositor hacia la actriz irlandesa Harriet Smithson—, interpretado a continuación por Pierre Boulez al frente de la Orquesta de Cleveland. (Smithson se enteró del amor de Berlioz por ella cinco años después de que éste se enamorara, dos años después del estreno de la obra. Se casó con él en 1833, para un matrimonio neurótico que terminó en divorcio).
Berlioz, Fantastique, II
Félix Mendelssohn Bartholdy, un compositor de fortuna, trabajó la forma sonata tanto en conjuntos de cámara como en orquesta completa. Nos dejó cinco sinfonías, de las que la alegre Cuarta en La mayor (1833) o Italiana es tal vez la más interpretada. Él dirigió su estreno, pero la partitura no se publicó hasta después de su muerte (a los 36 años de edad), pues nunca terminó de pulirla a su entero gusto. Oigamos su primer movimiento, Allegro vivace, por la Orquesta de Cleveland bajo la batuta de su director por muchos años, George Szell.
Mendelssohn, 4, I
También tiene apodo geográfico (Renana) la Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor (1850) de Robert Schumann. Herbert von Karajan, al frente de su Orquesta Filarmónica de Berlín, nos da su versión del tercer movimiento—Nicht Schnell (No rápidamente)—de esa famosa sinfonía.
Schumann, 3, III
La magnífica sede de la Orquesta Filarmónica de Berlín
La Sinfonía en Do mayor (1855) de Georges Bizet, obra de juventud, es seguramente la mejor de sus piezas puramente orquestales. El gran melodista y orquestador, compositor de la inmortal Carmen, la música incidental a La arlesiana y Los pescadores de perlas, hizo dos sinfonías posteriores que merecen el olvido. Pero su sinfonía juvenil fue reconocida de inmediato como una joya musical. Leonard Bernstein dirige a la Orquesta Filarmónica de Nueva York en esta versión de su tercer movimiento, Allegro vivace.
Bizet, 1, III
Alexander Borodin formó, junto con Balakirev, Cui, Moussorgsky y Rimsky-Korsakoff, el grupo Los cinco, también conocido como El puñado poderoso. Seguidores de Mikhail Glinka, se propusieron hacer música específicamente rusa. Poderoso y pegajoso es el tema del primer movimiento (Allegro) de su Segunda Sinfonía en Si menor (1876); ocupa prácticamente el movimiento entero y la reiteración no molesta. Borodin sabía que había encontrado un tema muy bueno. Jean Martinon se encarga de la gran Orquesta Sinfónica de Londres para esta ocasión.
Borodin, 2, I
Al menos catorce años tardó Johannes Brahms en completar su Primera Sinfonía en Do menor (como la anterior, de 1876), tan sobrecogido se hallaba por la obra de Beethoven. El cuarto movimiento de la obra incluye una clara alusión melódica a la gran Sinfonía Coral de su predecesor. He aquí a la Orquesta Sinfónica (no Filarmónica) de Viena, dirigida por el especialista Wolfgang Sawallisch, en el potente cuarto movimiento de la gran sinfonía, noble como su creador.
Brahms, 1, IV
La Tercera Sinfonía en Do menor (1886) de Camille Saint-Säens es conocida como la Sinfonía Órgano. Es más apropiado seguir la especificación francesa: avec orgue, con órgano. Hay bastantes grabaciones de esta popular obra. En este caso, Charles Dutoit, director conocido en Venezuela, dirige a la Orquesta Sinfónica de Montreal en el tercero y último movimiento de la obra; Peter Hurford es el organista responsable.
Saint-Säens, 3, III
El belga César Franck compuso una única Sinfonía en Re menor (1888). Más que suficiente; le quedó estupenda. Su textura evoca la de la música para el órgano, instrumento para el que Franck, él mismo organista—de manos enormes que abarcaban doce notas blancas en un teclado—, compuso abundantemente con calidad. Riccardo Muti dirige a la Orquesta de Filadelfia en el tercer movimiento (Allegro non troppo) de la gran sinfonía.
Franck, única, III
Antonín Dvořák fue un prolífico y fino compositor checo antes de que Checoeslovaquia existiera, pues murió en 1904. Entre 1892 y 1895 dirigió en Nueva York el Conservatorio Nacional de Música y buscó asimilar raíces musicales de los Estados Unidos, como la de los Negro spirituals, recomendando que fueran la base de la composición seria en ese país. Él produjo un ejemplo maravilloso en la Sinfonía #9 (antes #5) en Mi menor (1893), ampliamente conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo. Una lujosa interpretación es la de Georg Solti y la Orquesta Sinfónica de Chicago, por quienes escuchamos ahora el tercer movimiento (Scherzo: Molto Vivace – Poco sostenuto).
Dvořák, 9, III
Partitura original de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Portada.
Pyotr Illich Tchaikovsky compuso bien lo que le dio la gana; pudiera argumentarse el caso de que fuera el compositor más talentoso de la historia de la música occidental, y su propósito no era otro que el de impactar estéticamente a los oyentes de su música. ¿No es, acaso, el fin estético la esencia de lo musical? Bueno, entre otras cosillas Tchaikovsky compuso siete sinfonías, las numeradas 1 a 6 y la Sinfonía Manfredo, como la de Berlioz, una sinfonía de programa. Es el tercer movimiento (Allegro molto vivace) de su Sexta Sinfonía en Si menor (1893)—a sugerencia de su hermano, Modesto, nombrada Patética—lo que escucharemos a continuación, en las voces de la Orquesta Nacional Rusa conducida por Mikhail Pletnev. El gran compositor era de temperamente neurótico; en una carta de 1892 dijo que la obra debía ser apartada y olvidada; al año siguiente opinaba: «Creo que se está convirtiendo en la mejor de mis composiciones». Somos nosotros quienes tenemos la palabra.
Tchaikovsky, 6, III
Gustav Mahler es compositor popularizado en los años sesenta, primero por la incansable labor de directores como Leonard Bernstein o Georg Solti, y antes por John Barbirolli y Dimitri Mitropoulus; en los años setenta tal vez fue más decisiva la película Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, que emplea a lo largo del film el Adagietto de la Quinta Sinfonía del compositor y director bohemio. La Segunda Sinfonía en Do menor (1894), conocida como Resurrección, es una mutación del lenguaje musical tras la más convencional Primera Sinfonía (Titán). El tercer movimiento—In ruhig fliessender Bewegung (En silencio, el movimiento que fluye)—de la Sinfonía Resurrección ostenta el carácter de danza macabra, interrumpida por estallidos triunfales, que Mahler empleará en otras composiciones, como la Tercera y la Séptima Sinfonías. Rafael Kubelik se pone al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera en la ejecución que sigue.
Mahler, 2, III
La batuta prodigiosa de Rafael Kubelik
El compositor finlandés Jan Sibelius es el autor de siete sinfonías. Para el gusto del suscrito es uno de los temas más hermosos y emocionantes de ese tesoro sinfónico el principal del Finale (Allegro moderato) de su Segunda Sinfonía en Re mayor (1902). Acá suena por la Orquesta Sinfónica de Londres con la dirección de Charles Mackerras. El comienzo del audio parece inexacto, pero es que en la obra no hay interrupción entre el tercero y el cuarto movimiento, que es el que aquí oímos.
Sibelius, 2, IV
Conocemos más de Sergei Rachmaninoff por sus conciertos para piano y orquesta y las numerosas piezas que compuso para el instrumento del que fue reputado concertista. Compuso, sin embargo, cuatro sinfonías muy aceptables, de las que es la Segunda Sinfonía en Mi menor (1907) la mejor lograda. Rachmaninoff era, por encima de todo, un consumado fabricante de melodías. La que domina el Adagio, tercer movimiento de esa sinfonía, es memorable. Nada mejor que las cuerdas opulentas de la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Eugene Ormandy, para ofrecernos ese hermoso y apasionado movimiento.
Rachmaninoff, 2, III
Los tres últimos compositores en esta selección—Aram Khachaturian, Sergei Prokofiev y Dmitri Shostakovich—fueron considerados por el público y los críticos rusos como el trío de los mejores músicos de su país en el siglo XX. (De los que permanecieron en Rusia; Igor Stravinsky logró escapar al cepo comunista que en 1948 obligó a estos compositores a abandonar sus estilos musicales, calificados de «formalistas», y a ofrecer excusas públicas y emprender la escritura de «música proletaria», según el Decreto Zhdanov). Escuchemos primeramente al armenio Aram Khachaturian al frente de la justamente reputada Orquesta Filarmónica de Viena, en el segundo movimiento (Allegro risoluto) de su Segunda Sinfonía en Mi menor (1944), o Sinfonía de la Campana (así conocida por el extenso uso de campanas tubulares en el tema que emplea en los primeros compases del primer movimiento y los últimos de su movimiento final). Los característicos ritmos de Khachaturian, y sus exóticas armonías al borde de la disonancia, florecen en esta ejecución de una de las mejores agrupaciones orquestales del mundo, que respondió lealmente al mando del compositor.
La Filarmónica de Viena en el Palacio Schönbrunn
Khachaturian, 2, II
Sergei Prokofiev, que lideró una colonia de músicos soviéticos, protegida por su lejanía del frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial, compuso abundante música: de cámara, óperas, ballets, bandas sonoras para películas (como el Alexander Nevsky de Sergei Eisenstein), conciertos, instrumentos como el piano y, por supuesto, sinfonías, en número de siete. Una de las que son más frecuentemente interpretadas es su Quinta Sinfonía en Si bemol mayor (1944). André Previn dirige a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles en una ejecución perfecta de su Allegro marcato, el segundo movimiento de la obra, y preserva la frescura de la ácida y juguetona elegancia típica de Prokofiev.
Prokofiev, 5, II
La Sinfonía #10 en Mi menor (1953) de Dmitri Shostakovich hace uso profuso, en su tercer movimiento (Allegretto), de la textura contrapuntística. De estructura ternaria A-B-A, comienza con un tema jocoso que da paso a una sección media de hermoso tema en la que destaca un lírico solo de flauta, antes de recuperar el tema inicial en una explosión de alegría, que ocurre en esta versión de la Filarmónica de Berlín y su jefe, Herbert von Karajan, a los 7 minutos y 27 segundos del comienzo, antes de morir pianissimo entre reminiscencias de la segunda sección.
Shostakovich, 10, III
Ahora reposan todas las batutas. Feliz domingo. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Mar 18, 2012 | Música |
Las cuerdas de un gran piano Steinway
Mi piano es para mí como la fragata para el marinero, o el caballo para el árabe.
Franz Liszt
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Trescientos doce años de piano—se le tiene por invento de Bartolomeo Cristofori en el año 1700—han sido más que suficientes para establecerlo como el rey de los instrumentos. Sus cincuenta y dos teclas blancas y treinta y seis negras abarcan un rango tonal muy considerable, segundo sólo del alcanzado por el órgano. Las cuatro voces clásicas—soprano, contralto, tenor, bajo—se acomodan con holgura en su amplio intervalo sonoro de siete octavas y una tercera menor (desde el La0 hasta el Do8). Además puede sonar muy suavemente o con gran fuerza; su nombre completo era pianoforte, pues innovaba respecto de clavecines y clavicordios que sonaban siempre con una misma intensidad. (En un inventario de Ferdinando de Medici consta de aquel año: «Un Arpicembalo di Bartolomeo Cristofori di nuova inventione, che fa’ il piano, e il forte…») Sus pedales pueden atenuar el sonido o prolongarlo.
Pero esa física y mecánica del piano puede producir música de la más satisfactoria a los oídos exigentes. El gran pianista que fue Leopold Godowsky escribió en una carta—desde París, el 10 de julio de 1931—a su asistente, el también pianista Maurice Aronson: «Amo el piano y a aquellos que aman al piano. El piano como medio de expresión es un mundo por sí solo. Ningún otro instrumento puede llenar o reemplazar su discurso en el mundo de la emoción, el sentimiento, la poesía, las imágenes y la fantasía». La inmensa mayoría de los compositores, por otra parte, se basa en él para inventar su música. Tchaikovsky, que lo tocaba también por el mero placer de escuchar música en una era sin iPod o Walkman o muy pocos y primitivos fonógrafos—por ejemplo, tocaba repetidamente partes de la Carmen de Bizet—, comenzaba su tarea todos los días sobre un teclado: «Con regularidad, me siento al piano a las nueve de la mañana en punto, y las Señoras Musas han aprendido a ser puntuales para esa cita». Algún monstruo como Wagner componía con dos pianos adosados el uno al otro; luego se ponía de pie e instrumentaba de una vez sobre las pautas de orquestación en un atril.
Naturalmente, hay que saber tocar el difícil instrumento, cuyo dominio es evidencia de la complejidad motriz de la que son capaces algunos seres humanos. No hay escasez de muy buenos pianistas, especialmente cuando las madres judías sueñan con que alguno de sus hijos llegue a ser un concertista famoso. La densidad de buenos pianistas judíos es significativamente alta: Artur Rubinstein, Alexander Brailowsky, Leon Fleisher, William Kappell, Emil Gilels, Vladimir Ashkenazy, Stefan Askenase, Josef Lhévinne, Daniel Barenboim, Leopold Godowsky, Alexis Weissenberg, Lazar Berman, Artur Schnabel, Yefin Bronfman, Gary Graffman, Julius Katchen, Murray Perahia, André Previn, Rudolf Serkin, Eugene Istomin, Byron Janis y un largo etcétera que incluye, por supuesto, al más grande pianista del siglo XX: Vladimir Horowitz. (Ver en este blog Titán del piano). Pero no se necesita ser circuncidado para sacar bella música de un gran piano; Claudio Arrau, Cor de Groot, Sviatoslav Richter, Alfred Brendel, Wilhelm Backhaus, Wilhelm Kempf, André Watts, Arturo Benedetti Michelangeli, Alfred Cortot (el colaboracionista de los nazis), Walter Gieseking (acusado de lo mismo pero luego exonerado), Dinu Lipatti, Martha Argerich, Robert Casadesus, Géza Anda, Philippe Entremont, Agustin Anievas, Guiomar Novaes, Aldo Ciccolini, Maria João Pires, Ídil Biret, Leif Ove Andsnes, el fenomenal Yang Yang y nuestra Gabriela Montero son todos concertistas de primera línea.
El piano de Leo
En el ámbito familiar, por otra parte, son inconmensurables las horas en que el piano ha proporcionado alegría y belleza. Las hermanas Chenel-Calcaño—mi abuela materna y sus cuatro hermanas (a excepción de Emilia, que tomó por la guitarra, tal vez porque Chopin dijo que sólo había algo más hermoso que este instrumento: dos guitarras)—eran todas ellas pianistas; mi abuela fue la más destacada y llegó a ofrecer recitales. Su tía, Graziella Calcaño, acompañó a Josefina Sucre, bisabuela de mi esposa, en la Exposición Internacional de París en 1889 para tocar valses venezolanos cerca de la Torre Eiffel que se inauguraba. Ahora mi hijo mayor, Leopoldo Enrique, improvisa música New Age en su casa de San Diego, California, en un refinado piano eléctrico. Yo no puedo tocar otra cosa que La vieja y los primeros compases del primer Preludio, en Do mayor, del Clave bien temperado de Juan Sebastián Bach.
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Federico Chopin (1810-1849. Daguerrotipo del último año)
Pero basta de hablar del piano; dejemos que él hable por sí mismo, veinte veces. Arbitrariamente, agruparé las piezas en orden alfabético de sus compositores, lo que conviene porque Federico Chopin, el Rey del Rey de los Instrumentos, nos llega de primero; seis de sus composiciones son suficientes para atestiguar su genio. La primera de ellas es el Estudio #11 del opus 25, en La menor, a cargo de Maurizio Pollini; con un comienzo engañosamente tranquilo, pronto desata un caudal de música apasionada. Después he seleccionado cuatro de los Preludios del opus 28 (uno para cada tonalidad, como los de Bach, a quien tomó por modelo): el #12 en Sol sostenido menor (Vladimir Horowitz), el #17 en La bemol mayor, el extraordinario y armónicamente noble #20 en Do menor y el #22 en Sol menor, cuyo entreverado ritmo recuerda a un malambo argentino. (Estos tres por Vladimir Askkenazy). Finalmente, lo que tengo por la versión insuperada del Nocturno #13 en Do menor, el #1 del opus 48, en la interpretación viril de Eugene Istomin. Cuando la oigo, espero por los tres acordes repetidos con la mano izquierda, un retardo armónico preparatorio de la modulación a Do menor que Istomin destaca (otros ejecutantes no lo hacen) exactamente a los 3 minutos y 40 segundos del comienzo de la pieza. Admito que es mi nocturno preferido.
Estudio #11
Preludio #12
Preludio #17
Preludio #20
Preludio #22
Nocturno #13
Claude Debussy (1862-1918)
Ahora cambiamos del lenguaje romántico al impresionista de Claude Debussy, concebido en Campo de Marte, cuando el compositor escuchara los conjuntos javaneses de música gamelán en la Exposición Internacional antes mencionada. En primer término, Walter Gieseking interpreta La plus que lente; después, Aldo Ciccolini toca dos piezas que fueron más descubiertas que inventadas; tanta es su lógica musical, su inevitable hermosura, que tenían por fuerza que existir: Rêverie y Arabesque.
La plus que lente
Rêverie
Arabesque #1
Edvard Grieg (1843-1907) y Nina Hagerup
Leif Ove Andsnes es un fino pianista noruego que nos ofrece aquí dos hermosas piezas de su gran compatriota, Edvard Grieg. El apacible Nocturno de las Piezas líricas del opus 54 y el alegre Día de bodas en Troldhaugen, del Libro 8 de las Piezas líricas del opus 65. Grieg se casó con su prima, Nina Hagerup, en 1867 y vivió con ella en una casa en Troldhaugen, Bergen, donde ambos están enterrados en los predios del Museo Grieg. Día de bodas expresa su amor con elocuencia.
Nocturno
Día de bodas
Franz Liszt (1811-1886)
La madre de Valerie Boissier, una alumna de Franz Liszt, escribió en su diario: «La ejecución del Sr. Liszt incluye abandono, un sentimiento liberado, pero aun cuando se hace impetuoso y enérgico en su fortissimo, nunca es áspero o seco. (…) Extrae del piano tonos que son más puros, melodiosos y fuertes que los que nadie haya podido producir; su toque tiene un encanto indescriptible. (…) Es enemigo de expresiones afectadas, artificiales o retorcidas. Por encima de todo, busca la verdad en el sentimiento musical». Contemporáneo y amigo de Chopin, Liszt fue universalmente reconocido como el pianista más brillante de su época, aunque no fuera tan buen compositor como el gran polaco. De él escucharemos acá tres de sus piezas más características: la Campanella en la típica ejecución eléctrica de Vladimir Horowitz, la Consolación #3 por Peter Katin y el Estudio de concierto #3, conocido como Un suspiro, interpretado por Fuzjko Hemming.
La campanella
Consolación
Un suspiro
Sergei Rachmaninoff (1873-1943)
Tan destacado pianista fue Sergei Rachmaninoff como compositor, primordialmente para el piano. Con una vena melódica de gran caudal, nos regaló un buen número de temas memorables; con su vigorosa técnica de ejecutante, cautivó a las audiencias de la primera mitad del siglo XX. Compuso cuatro conciertos para piano y la difícil Rapsodia sobre un tema de Paganini, y numerosas piezas para el piano solista. De éstas se ha escogido, primeramente, el famosísimo Preludio en Do sostenido menor, el #2 del opus 3, apodado Campanas de Moscú, al que llegó a detestar porque le era inevitablemente requerido como encore en sus recitales; Philippe Entremont se encarga de la interpretación. Después, el Preludio en Sol menor, el #5 del opus 23, en la versión definitiva de Vladimir Horowitz, tomada en vivo de su presentación en el Conservatorio de Moscú (20 de abril de 1986). Rachmaninoff estimaba a Horowitz como el mejor intérprete de su obra para piano.
Campanas de Moscú
Preludio en Sol menor
Franz Schubert (1797-1828)
Antes de rematar esta selección con dos rusos más, podemos escuchar el luminoso Impromptu en Sol bemol mayor, el #3 del opus 90 de Franz Schubert, el compositor del Romanticismo precoz que sólo vivió 31 años pero fue uno de los más prolíficos músicos de la historia. (Tan sólo en 1815, compuso más de 20.000 compases de música que incluían 140 Lieder, un género en el que se destacó). Sylvia Capova ejecuta impecablemente la maravillosa pieza.
Impromptu
Alexander Scriabin (1872-1915)
Antes se ha ocupado este blog de Alexander Scriabin (Estudio de Scriabin), un compositor que pasó del Romanticismo al Impresionismo para arribar a la atonalidad. La autoridad en su música para piano fue, sin duda, Vladimir Horowitz, que toca a continuación dos estudios característicos de la primera época de Scriabin: el #1 del opus 2 en Do sostenido menor, de hermoso tema, y el #12 del opus 8, en Re sostenido menor, al que se adjudicara el título de Patético.
Estudio #1
Estudio Patético
Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893)
Ahora nos despedimos del piano con el Valse sentimentale de Pyotr Illich Tchaikovsky, el número 6 (en Fa menor) de sus Morceaux (piezas) del opus 51. Alexander Sokolov nos ayuda en esta despedida momentánea de quien compusiera abundantemente para el instrumento, incluyendo dos magníficos conciertos para piano y orquesta.
Valse sentimentale
Volveremos. LEA
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