Quæstiones disputatæ
El teólogo medieval Tomás de Aquino (1225-1274), voluminoso por obra y corpulencia, era un polemista formidable. Como buen profesor universitario de la Edad Media, se exponía dos veces al año a quæstiones quodlibetales de parte de la audiencia en discusión pública. Éstas eran preguntas o problemas o cuestiones que alguien del auditorio—ad libitum, como le diera la gana—planteaba al profesor. Eran, por consiguiente, de tema misceláneo. Tomás y Juan Duns Escoto dejaron obra escrita con algunas de sus contestaciones a planteamientos de esa clase.
Las quæstiones disputatæ, en cambio, eran escogidas por el ponente: «Las discusiones públicas regulares se llamaban quæstiones disputatæ, es decir, temas o preguntas discutidas en las que uno de los profesores de la universidad presentaba sus tesis y las defendía contra los argumentos de sus oponentes. En cierto modo, el profesor luchaba en su terreno, ya que era él quien elegía el tema a tratar». Es esta cómoda ventaja la que ahora escojo para dilucidar una cuestión que surgiera en reciente emisión del programa Palabras más, palabras menos, que conduce animadamente para Radio Caracas Radio la periodista María Alejandra Trujillo. Esta edición, transmitida el 6 de diciembre a partir de las 7 a.m., versó sobre los precandidatos presidenciales de la Mesa de la Unidad Democrática y, más particularmente, sobre el «debate» escenificado por Venevisión el domingo 4 de los corrientes. Pedro Pablo Peñaloza y yo fuimos los invitados.
En esa ocasión dije: «La pregunta de nuevo es: ante el enemigo, o el contendor o el competidor Hugo Chávez Frías, ¿hay alguien que haya aparecido hasta ahora que tenga una estatura suficiente como para, por ejemplo, refutar el discurso de Chávez? Nosotros acusamos todos los días a Chávez. Pedro Pablo trabaja en un programa [Aló ciudadano] que ritualmente, todos los días a la semana, mete quince páginas más al prontuario delictual de Hugo Chávez. ¡Qué maluco es! Pero el señor dijo hace siete años ‘Ser rico es malo’, y yo todavía estoy esperando el primer líder de la oposición que diga, ‘señor Chávez: usted está equivocado por esto, por esto y por esto'». A lo que la entrevistadora repuso, creyendo que me refutaba: «Lo ha dicho la diputada María Corina Machado; lo ha dicho». Y al comenzar a contestarle, me quitó la palabra para pasarla a Peñaloza, su colega.
Tengo por seguro que la Licda. Trujillo ha confundido los términos. Es verdad que la ingeniera Machado opone ahora, al «Socialismo del siglo XXI», el «Capitalismo Popular». Pero oponer no es refutar. El DRAE define: «Contradecir, rebatir, impugnar con argumentos o razones lo que otros dicen». Y una oferta meramente contraria a otra no es una refutación (1. f. Acción y efecto de refutar. 2. f. Argumento o prueba cuyo objeto es destruir las razones del contrario). Tampoco todo lo que se opone a lo malo es bueno por ese mismo hecho; ambas cosas pueden estar equivocadas y es éste, precisamente, el caso.
La diputada Machado, elegida a la Asamblea Nacional el 26 de septiembre del año pasado, aspirante a la candidatura presidencial de la MUD menos de diez meses después de haber asumido su responsabilidad actual, ha escogido el terreno ideológico para combatir a Hugo Chávez. Es la única entre los precandidatos que se medirán para dilucidarla, el próximo 12 de febrero, que lo ha hecho. Acierta al oponerse, yerra al adoptar motivo y tema ideológico porque todas las ideologías deben ser desechadas. Las ideologías son medicina antigua, esa pretensión de que una fórmula general que quiere imponer un valor particular sirve para comprender cómo funcionan las sociedades y cómo deben ser éstas organizadas. El concepto convencional de que la política es una lucha por el poder autorizada por una ideología a la que se estima suprema es obsoleto—Arturo Úslar Pietri: «…el discurso político tradicional se ha hecho obsoleto e ineficaz, aunque todavía muchos políticos no se den cuenta» (20 de octubre de 1991)—; la Realpolitik sobre la coartada ideológica es un remedio ineficaz, por más vistoso que continúe siendo. La política exigible en estos tiempos es transideológica, postideológica, médica, clínica. (Ver sobre este punto en este blog Panaceas vencidas, para no extender esta nota demasiado. Si se prefiere video, ver una explicación en la Entrevista con William Echeverría del 24 de noviembre de 2010, que coloco al final).
Pero el punto es que la oferta opuesta a Chávez del Capitalismo Popular no es propiamente hablando una refutación de su discurso. (Dicho sea de paso: ¡dale con lo de popular! COPEI, Partido Popular; la Alianza Popular de Oswaldo Álvarez Paz, que ni es alianza ni mucho menos popular; o las redes populares de Leopoldo López, precedidas de su abortada Primero Justicia Popular, sustituida finalmente por su Voluntad Popular, que ahora twitea sibilinamente diciendo que «a la voluntad popular no la detiene nada», exponiendo una verdad para que se confunda con el nombre de su movimiento. ¿A quién se quiere engañar con el adjetivo?)
Lo que he querido decir es lo mismo que he dicho ante audiencias diversas y escrito muchas veces desde hace tiempo. Por ejemplo, el 13 de octubre de 2003—hace ocho años—en la Carta Semanal #56 de doctorpolítico: «Pudiera ser que haya que tomar al pie de la letra la recomendación, que varias veces hemos citado, de Alfredo Keller: ‘Debe darse espacio, recursos y promoción a una contrafigura de Chávez, aunque esa contrafigura no vaya a ser candidato’. Esto es, identificar a quien pueda hacer el trabajo refutador, interpretativo y comunicacional de superar el discurso chavista. Una mera acusación (de la que hay tantas), repetimos, no es una refutación».
Hugo Chávez profiere, incesante y abundosamente, un discurso totalizador, una ideología que, como la marxista, ambiciona tener una respuesta para todo. Por esto escribí más recientemente (Retrato hablado, 30 de octubre de 2008):
Siendo así las cosas ¿cuáles serían los rasgos imprescindibles en tal contrafigura?
El primero de ellos, paradójicamente, es que no sea una contrafigura de Chávez. Es decir, que su razón de ser no sea oponerse al actual Presidente de la República. El discurso de una contrafigura exitosa, si bien tendrá que incluir una refutación eficaz del chavismo, deberá alojar asimismo planteamientos nacionales que debiera sostener aun si Chávez no existiese. El problema político venezolano es más grande que Chávez. (…)
Luego, y en estrecha relación con lo anterior, la refutación del discurso presidencial debe venir por superposición. El discurso requerido debe apagar el incendio por asfixia, cubriendo las llamas con una cobija. Su eficacia dependerá de que ocurra a un nivel superior, desde el que sea posible una lectura clínica, desapasionada de las ejecutorias de Chávez, capaz incluso de encontrar en ellas una que otra cosa buena y adquirir de ese modo autoridad moral. Lo que no funcionará es “negarle a Chávez hasta el agua”, como se recomienda en muchos predios. Dicho de otra manera, desde un metalenguaje político es posible referirse al chavismo clínicamente, sin necesidad de asumir una animosidad y una violencia de signo contrario, lo que en todo caso no hace otra cosa que contaminarse de lo peor de sus más radicales exponentes. Es preciso, por tanto, realizar una tarea de educación política del pueblo, una labor de desmontaje argumental del discurso del gobierno, no para regresar a la crisis de insuficiencia política que trajo la anticrisis de ese gobierno, sino para superar a ambos mediante el salto a un paradigma político de mayor evolución.
Quien sea capaz de un discurso así, por supuesto, deberá haber abrevado de las más modernas y actuales fuentes de conocimiento, y haber arribado a un paradigma de lo político que deje atrás tanto la desactualizada y simplista dicotomía de derechas e izquierdas—capitalismo o liberalismo versus socialismo—como el modelo de política de poder (Realpolitik). El discurso de Chávez es, obviamente, decimonónico, pero no podrá superársele con Hayek o Juan XXIII.
Quien pretenda el trabajo de contrafigura de Chávez deberá, en la misma línea, ser enciclopédicamente capaz. Esto es así, más que porque lo requiera la tarea política normal, porque la narrativa de Chávez, fuertemente ideológica, contiene una explicación y una respuesta para prácticamente casi todo. Hay una manera “bolivariana” de lavarse los dientes, de entender la historia de Venezuela y del mundo, de suponer el futuro, de estimar cómo deben ser los seres humanos, de prescribir la forma de la economía y los contenidos de la educación, de cambiar los nombres de todas las cosas, etcétera. La contrafigura tendrá que moverse con comodidad en más de un territorio conceptual, tendrá que ser tan “todo terreno” como Chávez. No bastará que sea “buen gerente”, o que haya hecho méritos como operador político convencional.
Era a cosas así a las que me refería cuando afirmé que ningún precandidato de la MUD, o ningún dirigente opositor, había mostrado estatura suficiente para derrotar electoralmente al actual Presidente de la República o, siquiera, refutado al menos que «ser rico es malo», afirmación que glosa la vieja sentencia de Proudhon: «La propiedad es un robo». La refutación correcta de tales tesis no es ideológica; ella es científica, proveniente de la observación clínica, responsable, de la naturaleza de las sociedades. (De nuevo, sobre este tema invito a ver la entrevista colocada abajo. También, puede leerse Marcos para la interpretación de la libre empresa en Venezuela. Que el lector perdone que le ponga tareas, sólo porque la cosa es muy seria, muy grave, y requiere resistir la propensión a la más confortable consideración apurada).
Todo esto, de por sí bastante comprimido, no cabía en la entrevista que María Alejandra Trujillo nos hizo a Pedro Pablo Peñaloza y a mí. Ofrezco a ella mis excusas por haberla conducido a la confusión. LEA
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