No hay quinta mala

John Martin: Manfredo en el Jungfrau (1837)

 

Cinco quintas y una quinta vienen acá para certificar que el número cinco es auspicioso en materia de sinfonías. Después del enorme impacto de la Quinta Sinfonía en Do menor de Ludwig van Beethoven (1770-1827), su opus 67 y una de las piezas más conocidas y apreciadas del mundo, cada compositor que hubiera compuesto ya cuatro sinfonías ha debido sentirse en estado reverente, dispuesto a dar lo mejor de su arte en ese quinto puesto de su producción sinfónica.

Los cinco primeros compases de «la» Quinta Sinfonía

El Theater an der Wien en 1815

 

 

 

 

 

Claro que prácticamente todo el mundo sabe quién compuso el famoso motivo ta, ta, ta, taaaa, (Sol, Sol, Sol, Mi bemol), que el grandísimo director Wilhelm Furtwängler marcó como ninguno. El público que lo escuchó por primera vez asistía a un concierto de más de cuatro horas en el Teatro sobre el Río Wien en Viena, el 22 de diciembre de 1808, que incluyó además la première de la Sexta Sinfonía (Pastoral) y siete obras más del compositor; el propio Beethoven dirigió la orquesta. No fue un estreno auspicioso; en un momento dado, Beethoven decidió detener la ejecución de la Fantasía Coral y comenzar de nuevo luego de una fea equivocación de la orquesta. El agotamiento de la audiencia le ofreció a la gran obra una fría recepción, pero un poco más tarde ya ocupaba un sitial de honor en el repertorio sinfónico de la época: el influyente crítico E. T. A. Hoffman escribió un definitivo elogio de la pieza en el Allgemeine musikalische Zeitung. Acá está su primer movimiento, Allegro con brio, en interpretación de Herbert von Karajan al frente de su Filarmónica de Berlín.

Beethoven

Dirk Bogarde y Björn Andresen en Venecia

Algo menos conocida es la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911), una obra monumental que a veces es reportada como escrita en la tonalidad de Do sostenido menor. El propio compositor, sin embargo, aconsejaba no denominarla así, pues otros movimientos están en clave diferente. (El primero está en esa tonalidad; el último en Re mayor). Fue, de nuevo, el autor quien dirigiera el estreno de su sinfonía, el 18 de octubre de 1904 en Colonia. Al año siguiente se la presentaba en Cincinatti, pero pasarían cuarenta más antes de que los londinenses la escucharan completa, aunque el Adagietto colocado abajo—cuarto movimiento: Sehr Langsam—fue interpretado en 1909 en uno de los conciertos Proms de ese año, anticipando la popularidad que alcanzaría con Muerte en Venecia, la película (1971) de Luchino Visconti sobre la novela (1912) de Thomas Mann. Era la canción de amor de Mahler a Alma Schindler, su esposa. La acompañó de estas líneas: «Cuánto te quiero a ti, tú mi sol, no puedo decirte con palabras. Sólo puedo lamentar ante ti mi añoranza y mi amor». Georg Solti dirige ahora la Orquesta Sinfónica de Chicago.

Mahler

Shostakovich sobre Mravinsky según Russov

Ya en pleno siglo XX, Dmitri Shostakovich (1906-1975) liberaría su propia Quinta, op. 47 en Re menor. El 21 de noviembre de 1937, Yevgeny Mravinsky la dirigió por primera vez en Leningrado, tocada por los músicos de la orquesta filarmónica de la ciudad; más de media hora de aplausos recibió la interpretación, y se dice que Mravinsky celebró el triunfo agitando la partitura sobre su cabeza en alegre reacción al entusiasmo del público. (Habría tenido que ser con ambas manos, por el peso del gran tomo, y Mravinsky era una persona muy delgada. Tuve la inmensa fortuna de escuchar a esa misma orquesta y su director en el Royal Festival Hall del South Bank de Londres en el otoño de 1971, en un concierto que cerró con otra quinta sinfonía, la de Tchaikovsky. Fue una experiencia musical—dentro de una opulenta acústica que no desfallecía en el lejano balcón donde escuchaba—que perdurará en mi memoria mientras viva). Son esos mismos músicos quienes tocan de seguidas el magnífico segundo movimiento de la obra, Allegretto, en grabación de 1973. Es un movimiento jocoso, algo al estilo ácido de Prokofiev, construido como variaciones del motivo que abre la sinfonía. No queda sino decir, a Shostakovich, Mravinsky y los músicos de Leningrado, спасибо большое!

Shostakovich

Del país con sol de medianoche

Para Jan Sibelius (1865-1957) su Quinta Sinfonía en Mi bemol mayor, op. 82, marcaba una ocasión especialísima, puesto que le fue encargada por el gobierno finlandés y estrenada el 8 de diciembre de 1915, el día de su quincuagésimo cumpleaños, que había sido declarado fiesta nacional. Ya Sibelius había compuesto, en 1899, el poema sinfónico Finlandia, su opus 26, que en sí mismo era un grito de emancipación del yugo de los rusos. (La obra llegó a ser ejecutada bajo diversos nombres para escapar a la atención de la policía de ocupación; por ejemplo, Sentimientos de felicidad al despertar de la primavera finesa. Su sección final fue más tarde arreglada como el Himno Finlandia, aunque el himno nacional de este país es oficialmente otra pieza). Era, por tanto, un amado héroe viviente de los finlandeses, que son una gente tan particular que el monto de sus multas de tránsito en carreteras depende del ingreso del infractor. Como en casi todos los casos anteriores, el compositor dirigió para el estreno de su sinfonía aniversaria a la Orquesta Filarmónica de Helsinki. Es el primer movimiento de la tercera versión de la composición, que data de 1919, el que toca aquí la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la batuta de Leonard Bernstein.

Sibelius

Jugaba bien al ajedrez

En el caso de Sergei Prokofiev (1891-1953), en cambio, su Quinta Sinfonía en Si bemol mayor era nada menos que exactamente su opus 100. Era el líder de una colonia de compositores en las afueras de Moscú, establecida por el gobierno soviético para alejarlos de peligros de la Segunda Guerra Mundial, cuando compuso la sinfonía en un mes del verano de 1944. El 13 de enero del año siguiente, sería estrenada en el Gran Salón del Conservatorio de Moscú y, sí, era Prokofiev quien dirigía la Orquesta Sinfónica del Estado de la URSS. Poco después, sufriría una caída por problemas de tensión arterial de la que nunca se recuperó por completo. Un músico alineado con la revolución bolchevique, moriría apropiadamente el mismo día cuando se anunciara la muerte de Josef Stalin, el 5 de marzo de 1953. Prokofiev fue probablemente el compositor ruso más popular del siglo XX; también fue un buen jugador de ajedrez: en 1914 llegó a ganar una partida al mismísimo José Raúl Capablanca en un tercer intento de partidas simultáneas de exhibición. La ocasión se presentó en San Petersburgo, donde el genio cubano de 26 años quedó al frente de su torneo internacional de grandes maestros con punto y medio de ventaja sobre Emanuel Lasker, a quien arrebataría el título de campeón mundial siete años más tarde. Prokofiev y Capablanca iniciaron entonces una larga amistad. André Previn conduce a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, la misma que ahora dirige Gustavo Dudamel, para ofrecernos el segundo movimiento de la obra, Allegro marcato.

Prokofiev

Aquí la estrenó Tchaikovsky

Ahora llegamos a la Quinta Sinfonía en Mi menor, op. 64. de Pyotr Illyitch Tchaikovsky (1840-1893), la que oí en Londres en 1971 y en el Teatro Municipal de Caracas el domingo 20 de abril de 1975, en el segundo concierto de la Orquesta de Cleveland conducida por Lorin Maazel. (No impidió mi asistencia, y no lo hubiera hecho otra cosa, una fractura triple de la cabeza del húmero izquierdo que sufrí cuatro días antes. Logré sentarme en un asiento que daba al pasillo central desde el ala derecha, para no molestar con mi brazo erguido e inmovilizado por un chaleco de once kilos de yeso). Acá sonará su glorioso cuarto movimiento (Finale: Andante maestoso — Allegro vivace — Molto vivace — Moderato assai e molto maestoso — Presto) en los instrumentos de la lujosa Orquesta de Filadelfia, bajo la conducción de Eugene Ormandy. La música modula de Mi mayor a Mi menor, para regresar triunfante a Mi mayor con el tema expuesto tranquilamente al comienzo. Esta sección final de recapitulación fue el tema original de Valores humanos, el iluminador programa de televisión de Arturo Úslar Pietri. (En una temporada posterior, el tema cambió al del inicio de Primavera, el concerto grosso que comienza el grupo de Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi). El 6 de noviembre de 1888, el propio Tchaikovsky—¡qué raro!—dirigió la première de la sinfonía en el Salón de la Nobleza de San Petersburgo. En el asedio a Leningrado (que es la misma ciudad) por la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial, la sinfonía levantó los ánimos de sus pobladores el 20 de agosto de 1941; la Orquesta Sinfónica de la Radio de Leningrado la interpretó impávida hasta el final—fue transmitida por radio a Londres—aunque se escuchara las bombas explotar cercanas desde el inicio del segundo movimiento.

Tchaikovsky

La primera edición de Manfredo

Bueno, una «quinta» de ñapa y con justificación. La Sinfonía Manfredo en Si Menor, op. 58 de Tchaikovsky, es una sinfonía «de programa» compuesta entre la que acabamos de escuchar y su Cuarta Sinfonía en Fa menor, op. 36; fue, por tanto, su verdadera quinta sinfonía o, si se quiere, la 4.5. Sigue musicalmente la línea expositiva del poema dramático de Lord Byron en una estructura cíclica en la que el tema de Manfredo, de gran poder expresivo, se repite bajo diferente guisa en cada movimiento. Es un placer colocar acá el primero de ellos, Lento lugubre, en potente interpretación de Riccardo Muti y la londinense Orquesta Filarmonia, aunque así tengamos a cinco quintas y dos quintas. En cierto sentido adelantado a su época, el movimiento se aleja de la estricta forma sonata para seguir el guión textual. Cincuenta y cuatro años antes, un más decidido innovador de la forma musical, Hector Berlioz, había compuesto Haroldo en Italia, igualmente inspirado en un poema de Byron; tal vez Tchaikovsky no quiso ser menos y produjo esta obra que superaba en concepto y orquestación a la del francés. De hecho, el programa que guió la composición, provisto por Vladimir Stasov, fue remitido primeramente por Mily Balakirev—él mismo se consideró incompetente para la tarea—a Berlioz, quien declinó hacer el trabajo por razones de edad y salud. El gran compositor ruso completó la labor en septiembre de 1885, y el 11 de marzo del año siguiente dirigía Max Erdmannsdörfer con gran éxito el estreno de esta obra colosal que requiere, además de una orquesta sinfónica grande, el concurso de un órgano para cerrarla.

Tchaikovsky 2

He puesto acá esta última pieza en memoria de mi amigo y compadre Eduardo Plaza Aurrecoechea, con quien la oyera muchas veces por la misma orquesta dirigida por Muti en versión del conductor Paul Kletzki para el sello Angel Records. Él me enseñó de música y dirigió mi deficiente voz de barítono en un coro que sonaba bajo su magia. LEA

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Música para votar

 

Las cataratas Victoria del río Zambeze, frontera de Zambia y Zimbabue

 

Todos quisiéramos votar por el mejor hombre, pero él nunca es candidato.

Kin Hubbard

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Uno quisiera que hoy fuera un día tranquilo, que sólo los votos hablaran y fueran atendidos, que respetaran civiles y militares la voluntad de la mayoría que gritará en silencio, como una catarata. Es con ese deseo que contribuyo acá con la voz firme y mayormente serena de quince breves obras musicales, escogidas según el único criterio de la belleza de sus melodías, sin discusión académica acerca de su calidad o nivel. Son, simplemente, melodías que gustan a cualquiera.

Mascagni y sus libretistas

Comencemos, apropiadamente, por el Preludio de Cavalleria Rusticana, la conocida ópera de Pietro Mascagni (1863-1945). Un segundo trozo instrumental de esta obra es mucho más conocido e interpretado, su Intermezzo, pero el Preludio es igualmente hermoso. Edoardo Sonzogno había convocado en 1888 un concurso de óperas en un solo acto para compositores que aún no hubiesen sido representados en un teatro. Mascagni, de 25 años, logró entregar su obra en el último día del plazo y ganó el certamen. No podía ser de otra manera; el día del estreno, el compositor fue requerido al proscenio del Teatro Costanzi de Roma cuarenta veces por la ovación del público. Nos ofrecen esa introducción instrumental los músicos de la Orquesta Filarmónica de Praga, conducidos por Friedemann Riehle.

Mascagni

Enigma, máquina inglesa para descifrar

Las Variaciones Enigma fueron compuestas por Edward Elgar (1857-1934) entre 1898 y 1899. El tema es tratado en catorce variaciones nombradas con enigmáticas claves, la mayoría un conjunto de iniciales. De todos modos, se conoce la identidad de las personas representadas en cada variación: la primera (C. A. E.) es para su esposa, Caroline Alice Elgar; la undécima (G. R. S.) fue inspirada por el perro bulldog de George Robertson Sinclair, el organista de la catedral de Heresford. Elgar se llevó a la tumba el verdadero enigma: la identidad de un tema escondido en la pieza que no es tocado explícitamente y, muy divertido con su travesura, rechazó todas las explicaciones que le fueron propuestas. (Enigma fue, además, el nombre escogido para la máquina que los ingleses usaron en la II Guerra Mundial en la descodificación de comunicaciones alemanas en clave). La más hermosa y expansiva de las variaciones es la novena: Nimrod, en agradecimiento al editor musical Augustus Jaeger, en quien Elgar encontró apoyo y consejo sincero. Nimrod es un patriarca y cazador del Antiguo Testamento, y Jäger significa cazador en alemán. Eugene Ormandy dirige ahora a la Orquesta de Filadelfia (y suya) en la Variación IX.

Elgar

La obra paciente del Colorado

La Suite del Gran Cañón es música típicamente estadounidense, tanto por tema como por línea melódica y apoyo armónico. Es obra de Ferde Grofé (1892-1972), gente de familia musical por el lado paterno y materno. Este neoyorquino hizo mucha música en la radio, y llegó a enseñar orquestación en la prestigiosa Escuela de Música Juilliard. La suite que aquí es representada por su cuarto movimiento, Puesta de sol, es una obra de música descriptiva. (Para escuchar el quinto y último, Chaparrón, ver en este blog De la música como retrato). De hecho, la pieza fue ejecutada por primera vez (Chicago, 1931, año de los cruciales Teoremas de Kurt Gödel) con el nombre de Cinco cuadros del Gran Cañón. Suena la Orquesta Sinfónica del Estado de Utah a cargo de Maurice Abravanel.

Grofé

Saltando al son de los italianos

Andrew Davis dirigirá a continuación a la Orquesta Sinfónica de Toronto para dejarnos escuchar el Nocturno (Moderato) del ballet de Ottorino Respighi (1879-1936) basado en temas de Gioachino Rossini (1792-1868), La boutique fantasque. Una traducción posible de este nombre es La tienda mágica de juguetes o, más simplemente, La tienda caprichosa. El ballet fue estrenado en Londres el 5 de junio de 1919, una semana justa después de que el inglés Arthur Eddington registrara el eclipse solar de ese año mágico—ya no había guerra—en la isla Príncipe del Atlántico africano, logrando una dramática corroboración de predicciones de la Teoría General de la Relatividad que Albert Einstein publicara en 1916 en Annalen der Physik.
Rossini-Respighi

Puede tocar como le dé la gana

Creo que es la segunda de las Danzas Eslavas (en Mi menor) del op. 46 de Antonín Dvořák (1841-1904) la que tiene la más bella melodía de toda la serie. (Ocho piezas, más otras tantas del op. 72). George Szell y la Orquesta de Cleveland se encargan de defender mi fe. Por su parte, Daniel Harding dirige a la Orquesta de Cámara Mahler para acompañar a la despampanante violinista Janine Jansen en el muy breve Valse sentimentale (op. 51 #6) que Pyotr Illich Tchaikovsky (1840-1893) compusiera originalmente para piano. (Estoy enamorado; de su melodía, por supuesto, y de mi señora. ¡Zape, gata!)

Dvořák

Tchaikovsky

El infeccioso disco

Con la orquesta del popular director ruso André Kostelanetz me inicié en una irreversible afición por la música sinfónica, cuando tenía 12 años (yo, no él). Oscar Álvarez de Lemos, padre de mi mejor amigo de la infancia, tenía el disco Columbia CL 747, que por un lado traía la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta de Tchaikovsky, su perfecta obra de juventud, y del otro ponía algunos valses del mismo compositor. Desde que oí la obertura la primera vez quedé patidifuso, y no me tranquilicé hasta que Don Oscar me consintiera llevar la grabación a mi casa, donde no escuché otra cosa, para horror de mi familia, por un mes seguido. Kostelanetz hizo antes que André Rieu mucho por la popularización de la música de los grandes compositores. Ahora interpreta dos arias instrumentalizadas: Vissi d’arte, de la Tosca de Giacomo Puccini (1858-1924) y la maravillosa Mon coeur s’ouvre a ta voix, de la ópera Sansón y Dalila de Camille Saint-Saëns (1835-1921).

Puccini

Saint-Saëns

El alma del Brasil

También en una versión instrumental, escuchemos el Nocturno de las Piezas líricas del op. 54 de Edvard Grieg (1843-1907), originalmente compuestas para el piano. La versión acá colocada es de la Orquesta del Festival de Budapest que dirige Pavel Urbanek. Y, hablando de ese instrumento, es hora de que haga su aparición en el extraordinariamente bello Nocturno #19 en Mi menor (op. 72, #1) de Federico Chopin (1810-1849) en interpretación del pianista chileno Claudio Arrau, un hombre serio. Luego, aprovechando la manida cita del polaco—»Sólo hay algo más hermoso que una guitarra: dos guitarras»—, traigo aquí la Melodía sentimental de Heitor Villa-Lobos (1887-1959), de las manos del joven guitarrista brasileño Bráulio Bosi.

Grieg

Chopin

Villa-Lobos

Y ¿si hacemos sonar juntos a un piano y una flauta? El gran flautista francés Jean-Pierre Rampal toca acá el movimiento Cantabile de la Sonata para flauta y piano de su compatriota, Francis Poulenc (1899-1963). Este caballero formó parte del grupo que se conociera como Les Six, que además de él incluía a Georges Auric, Louis Durey, Arthur Honegger, Darius Milhaud y Germaine Tailleferre. La obra fue compuesta en 1957, dedicada a la mecenas de la música de cámara Elizabeth Sprague Coolidge y hecha para la interpretación de nuestro concertista, con quien el propio Poulenc la estrenó en el Festival de Música de Estrasburgo.

Poulenc

Director grande, orquesta grande

Aires orientales nos llegan con la Canción de cuna del ballet del armenio Aram Khachaturian (1903-1978), Gayané, de fama por su vertiginosa Danza de los sables. Antal Doráti es el magnífico director de orquesta húngaro puesto el frente de la precisa Orquesta Sinfónica de Londres para nuestro deleite. Gayané es una joven trabajadora de kolkhoz que tiene la mala suerte de haberse casado con Giko, un borracho perezoso. Éste la amenaza con despeñar a la hija común—a quien Gayané ha cantado la canción—y la apuñala, pero es arrestado por Khazakov y la heroína se recupera para reponer su amor con el justiciero.

Khachaturian

Nada parecido transcurre mientras suena la Pavane de Gabriel Fauré (1845-1924), su opus 50 en Fa sostenido menor. Fue compuesta para piano, pero el mismo Fauré produjo luego una versión orquestal que puede ser aumentada con coro, pues se añadió una letra a posteriori, que termina diciendo: «Adieu donc et bons jours aux tyrans de nos coeurs! Et bons jours!» (¡Por tanto adiós y buenos días a los tiranos de nuestro corazón! ¡Y buenos días!). El propio compositor juzgó la pieza como «elegante pero sin importancia». En todo caso, me conformo con su elegancia, que proviene del origen español de esa clase de danza y que Daniel Barenboim resalta al frente de la Orquesta de París.

Fauré

Abetos del bosque finlandés Tsarmikuusikko

He dejado para el cierre de esta selección con broche de platino una pieza hasta hace poco ignorada por mí. Es el movimiento quinto y último de la Suite para piano Los árboles, del compositor finlandés Jan Sibelius (1865-1957): El abeto. Un entusiasmo recentísimo por su hermoso tema me hace ponerlo una y otra vez. Ud. verá, creo, que es tan bueno que parece un bolero de los grandes. El fino pianista japonés Ritsuko Kobata lo interpreta estupendamente.

Sibelius

¿Ya votó Ud.? (Por cualquiera de estas piezas). LEA
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Música política

Música y política, tema de la XIX Conferencia de la Asociación Argentina de Musicología (2010)

Cuando oigo a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia.

Woody Allen

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La música ha acompañado la pena y las alegrías del hombre desde que en la tierra se escuchara la primera melodía. Desde siempre, por tanto, las tensiones políticas han suscitado la composición de obras musicales. En la entrada precedente en este blog, se trajo al recuerdo una de las más famosas, la Tercera Sinfonía, Heroica, de Ludwig van Beethoven. Cuando todavía no había recibido el título por el que hoy la conocemos, Beethoven la había denominado Sinfonía Grande y bajo este nombre estaba la inscripción Intitulata Buonaparte, que luego tachó y rasgó por las razones conocidas. El Romanticismo musical, que esta pieza anticipa, fue una época de rebelión en el arte y la política que desatara Goethe en literatura (Las desventuras del joven Werther, 1775), Beethoven en música, Goya, Delacroix y Géricault en pintura. He aquí el movimiento final, Allegro molto, de la Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor (op. 55, 1805) de Beethoven, interpretada por la Orquesta Real del Concertgebouw de Amsterdam, bajo la dirección de Wolfgang Sawallisch:

Dedicatoria tachada y rasgada

Cinco años más tarde, Beethoven quiso expresar musicalmente su repudio de Bonaparte con la Obertura Egmont, op. 84, que exalta la figura heroica de Lamoral, el holandés Conde de Egmont, condenado a muerte por su valeroso rechazo de la tiranía y cuyo sacrificio redundaría a la postre en la emancipación de los Países Bajos. Aquí está tocada por la orquesta Sinfónica NBC, el conjunto creado para ser dirigido por Arturo Toscanini, en audio tomado de una transmisión radial histórica del 18 de noviembre de 1939, poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia por Hitler.

Polonia ha sido, precisamente, una nación muy atribulada, políticamente hablando. Hace mucho tiempo, eran los polacos quienes predominaban sobre los rusos, pero en tiempos más recientes los papeles se invirtieron. En época de Federico Chopin (1810-1839), el Levantamiento de Noviembre, acaecido simultáneamente en Lituania, Ucrania, Bielorrusia y Polonia (1830), duró todo un año antes de ser aplastado sin miramientos por el Imperio Ruso. Chopin compuso su famoso Estudio Revolucionario (op. 10, #12) o Estudio sobre el Bombardeo de Varsovia, en 1831. Lo interpreta aquí Alfred Cortot quien, irónicamente, fue un connotado colaboracionista de los nazis en Francia:

Chopin por Delacroix

La ironía permanece en la siguiente rendición del coro Va, pensiero, de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, por el Coro (ampliado) del Ejército Rojo de la Unión Soviética, destacada nación opresora. Verdi fue figura importante del Risorgimento italiano; llegó a ser diputado y senador, nombrado a este último cargo por Víctor Emanuel II. Muchas de sus óperas tienen obvias connotaciones políticas; Nabucco trata del sojuzgamiento de los esclavos hebreos a manos de Nabucodonosor, Rey de Babilonia.

Letra de Va, pensiero (clic para ampliar)

Pero los rusos pueden también ser víctimas. Como dijimos antes, de los polacos, pero también de los alemanes. En 1938, el cineasta soviético Sergei Eisenstein produjo la película Alexander Nevsky, sobre las batallas heroicas de este héroe contra la invasión de los Caballeros Teutones del Sacro Imperio Romano, en el siglo XIII. Al año siguiente, Stalin y Hitler firmaban el Pacto de Acero entre la Unión Soviética y Alemania, pronto roto por la invasión de Hitler a Rusia en 1941. El tocayo del gran director de cine, Sergei Prokofiev, compuso la música del filme en forma de cantata. Su séptimo y último número (Entrada de Alexander en Pskov) es interpretado de seguidas por la Orquesta y Coros de la Filarmónica de Los Ángeles, que conduce André Previn:

Prokofiev y Eisenstein

Naturalmente, las más de las veces son los rusos victimarios opresores. Finlandia ha sido coto de caza de Rusia desde hace mucho tiempo, y el poema tonal que lleva ese nombre (op. 26), compuesto por el músico finés Jan Sibelius, es tenido hoy como una declaración acerca de su libertad, como himno sentimental. Fue compuesto en 1899 para las Celebraciones de Prensa de ese año, que fueron una mal disimulada protesta por la censura de prensa impuesta por el Imperio Ruso. Eugene Ormandy dirige esta versión sinfónico-coral que ejecutan la Orquesta de Filadelfia y el Coro del Tabernáculo Mormón.

Finlandia: Castillo Olavinlinna

Las obras anteriores son de épocas de reyes y emperadores. Es una pieza enteramente democrática, en cambio, la Fanfarria para el hombre común, del estadounidense Aaron Copland, compuesta cuando aún faltaba un año para que la Segunda Guerra Mundial concluyera. De hecho, el título de la obra es antítesis de la noción nazi del superhombre ario. Es música muy poderosa, sugestiva de la fuerza que reside en el enjambre de los ciudadanos comunes. Cerremos, pues, esta excursión por la música política con una obra de la democracia, escuchándola en los instrumentos de la Orquesta Sinfónica de Detroit, dirigida por el gran maestro Antal Doráti.

Partitura de trompeta (en Si bemol) de la Fanfarria de Copland

La partitura lleva como indicación esta exigencia de Copland a los intérpretes: Muy deliberadamente. LEA

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