Para pensar la política

 

La cosa es compleja

Es lo que los hombres piensan lo que determina cómo actúan.

John Stuart Mill

Ensayo sobre el gobierno representativo

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La política que hacemos es la que tenemos en la cabeza. Naturalmente, las emociones, que se manifiestan no sólo en el cerebro, determinan mucho de nuestra conducta, pero aun ellas ingresan al intelecto junto con las ideas que fluyen por él para formar nuestras decisiones, que siempre son actos de la volición consciente. En esa elaboración, los conceptos que tenemos acerca de la sociedad y su dinámica terminan por conformar el marco de esa toma de decisiones.

Podemos, por ejemplo, creer que el mundo de la política se rige por dinámicas newtonianas, que en él todo es asunto de acción y reacción, de espacios y fuerzas políticas. Hace no mucho que algún articulista nacional dedicara unos cuantos de sus trabajos a discutir la siguiente cuestión: ¿hay espacio en Venezuela para una nueva fuerza política? En su concepción, los partidos políticos eran fuerzas de Newton que ocupaban un espacio limitado, y bien pudiera ser que ese espacio estuviera ya repleto, razón por la cual no podría caber en él otra «fuerza política».

También se es newtoniano (con perdón de Sir Isaac) si se cree que la repetición de una misma política llevará a las mismas consecuencias que cuando se aplicara anteriormente. Es la idea de un espacio político análogo a una mesa de billar; si golpeo con la bola jugadora alguna otra con el mismo ángulo y la misma fuerza en el mismo punto, deberé obtener resultados idénticos: la misma carambola de la vez anterior. Dos ejemplos pueden ilustrar el punto.

Después del fenómeno conocido como el “Caracazo” (27 y 28 de febrero de 1989), se formó un temor prácticamente irreductible a los aumentos del precio del combustible en el mercado local. Como la violencia del 27F fue detonada por el aumento del pasaje interurbano, y éste a su vez fue causado por el encarecimiento de la gasolina, el escarmiento que el caracazo produjo impedía la consideración de aumentar el precio del combustible.

O, por caso, el hecho de que un crescendo de manifestaciones callejeras contra el gobierno a comienzos de 2002 llevara al clímax del 11 de abril con la salida momentánea de Hugo Chávez, consolidó la simplista fe de que la oposición tenía que «mantener caliente la calle”. (Ya se dejó de eso). Por esto se repitió hasta el cansancio la fórmula de la marcha de protesta, reiterada por los agentes de la oposición formal y seguida (aunque cada vez menos) por un segmento de la población que creyó sinceramente en la invariable eficacia política de ese expediente.

La verdad es que la aplicación de una misma receta política tiende a tener efectos distintos en momentos diferentes. Las sociedades no son estáticas mesas de billar; son, más bien, complejos sistemas compuestos por un número grande de conciencias individuales, cuyos estados cambian con el tiempo y la secuencia específica de sus experiencias. Los enjambres humanos son de enorme complejidad, y cambian porque recuerdan y aprenden. Incluso en conglomerados bastante más simples—pongamos una determinada cepa bacteriana—también la confrontación repetida de un mismo antibiótico conduce a la formación de una resistencia adaptativa. El remedio que era capaz de aniquilar millones de bacilos se vuelve repentinamente inútil, una vez que los agentes infecciosos mutan para comportarse como si la cosa no fuera con ellos.

………

Hacemos la política que pensamos, y pensamos dentro de conceptos y marcos de interpretación que, desde el trabajo miliar de Thomas Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas), llamamos paradigmas. Éstos son, naturalmente, construcciones mentales; cómodas para el discurso, son sin embargo abstracciones. Formuladas originalmente en un determinado tiempo histórico, su destino es desenfocarse y perder pertinencia en cuanto la realidad social muda. Muchas de ellas son adquiridas en el proceso de formación profesional.

Es así como la muy mayor parte de la historia política venezolana ha sido transitada por actores que pensaron dentro de un paradigma jurídico-militar. Con una que otra excepción, nuestros más influyentes políticos se han formado en leyes o en el arte castrense. La política que secretan no puede ser otra que una en la que se cree que el acto político supremo es una ley, o la que presume que la política es asunto de fuerza. Y como nuestra historia, con abrumadora ventaja, está más llena de jefes militares que de hombres de leyes, es la segunda noción la que predomina. Buena parte de la artesanía política criolla tiene que ver con el problema de cómo mantener bajo control a los militares, y casi que es esta necesidad el problema político principal. Rómulo Betancourt, por ejemplo, ya presidente electo democráticamente, escarmentado por el golpe de 1948 y blanco él mismo de una buena cantidad de asonadas militares (Carupanazo, Porteñazo, etcétera), cambió el funcionamiento del Estado Mayor General de Pérez Jiménez por el de un Estado Mayor Conjunto que aislaba relativamente las distintas fuerzas armadas, para dificultar la coordinación de una conspiración que las reuniese a todas.

Pero si en el origen del gobernante está el Derecho, entonces debe descontarse que el nuestro es del tipo latino y no del anglosajón, que enfatiza la casuística y la jurisprudencia—qué decidió un juez en otro tiempo sobre un caso similar—antes que la arquitectura de una pirámide de leyes que descansa sobre una constitución y procede de ésta en pisos de concreción creciente. Nuestro derecho es, pues, deductivo, a diferencia del inductivo de los sajones, y este solo hecho ya produce un paradigma particular con efectos también particulares. Cuando Rafael Caldera llegó por primera vez a la Presidencia de la República, cambió marcadamente el enfoque que precedió al suyo sobre reforma del Estado. El órgano encargado de gestionarla, predecesor de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, era la Comisión de Administración Pública, que bajo las presidencias de Betancourt y Leoni se aproximó a la tarea con una estrategia de cambios en los sistemas y procedimientos administrativos, dirigida por el economista Héctor Atilio Pujol. Caldera, por su parte, puso al frente de esa comisión al abogado Allan Randolph Brewer Carías, profesor de Derecho Público, quien procedió a dirigir el parto de dos tomos de quinientas o más páginas cada uno, en los que se especificaba una reforma total del aparato público venezolano, desde la Corte Suprema de Justicia hasta el municipio de Humocaro Alto, pasando por todos los ministerios, todos los institutos autónomos y todas las empresas del Estado. Pujol intentaba, en vano, aplicar una terapéutica que era más lenta que la velocidad del cambio inercial de la administración pública venezolana; Brewer prescribió una cantidad y extensión de cambio para las que no había en el país suficiente capacidad gerencial, tal como ahora confronta la administración de Chávez, en acumulación creciente, las deficiencias que se derivan del imposible manejo de un prurito de cambiar todo, al tiempo que se ha excluido de la gestión pública a la mayoría de la gente más preparada.

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El problema fundamental, no obstante, es que los paradigmas de cualquier clase—y en especial los paradigmas políticos—, como los tejidos celulares, envejecen y se hacen escleróticos, se endurecen y se vuelven incapaces de cambiar. El asunto es doblemente grave porque los objetos sobre los que la política se ejerce, las sociedades, experimentan metamorfosis. A fin de cuentas, las manzanas caen desde tiempos inmemoriales del mismo modo y con la misma aceleración que la que legendariamente golpeó la humanidad de Isaac Newton en un jardín de Cambridge. El hígado que examina hoy un médico modernísimo funciona de la misma manera que el que explorasen Avicena o Hipócrates. En cambio, la sociedad sobre la que Pericles gobernara no es la misma que rigiera Luís XIV, y éstas a su vez muy distintas de la que es gobernada por Mariano Rajoy.

Las sociedades humanas crecen en complejidad, en riqueza y variedad de roles, de problemas, de oportunidades. La pretensión de comprenderlas y manipularlas desde ideas de la Revolución Industrial o la Revolución Bolchevique, o con técnicas de Maquiavelo, Marx o Bismarck es no sólo inoperante, sino irresponsable, indigna de una verdadera profesionalidad política.

Incluso las herramientas analíticas clásicas de la política son menos poderosas que las que ahora se derivan de más recientes desarrollos científicos. En la predicción de resultados electorales—en los Estados Unidos—un modelo que sigue conceptos de la predicción de terremotos se ha revelado como acertadísimo. Nacido de la colaboración de un historiador estadounidense, Allan Lichtman, y un geofísico y matemático soviético, Vladimir Keilis-Borok, a partir de 1981, el modelo ha predicho con exactitud los resultados de todas las elecciones presidenciales desde esa fecha, luego de que sus “marcadores” fueran calibrados para coincidir con los desenlaces de las elecciones de los últimos ciento veinte años (entre 1860 y 1980). En vez de referirse a los candidatos específicos o los temas propios de cada campaña, el modelo de Lichtman y Keilis-Borok identifica señales (cuatro básicas y nueve complementarias) que parecen determinar con precisión si una determinada elección será “estable” (cuando gana las elecciones el partido que está en el gobierno) o “cataclísmica” (cuando las gana el partido que está en la oposición). Explica Keilis-Borok. hoy en día profesor de Ciencias de la Tierra en la Universidad de California en Los Ángeles: “Los sistemas que generan elecciones y terremotos son sistemas complejos. No son predecibles con ecuaciones simples, pero después de tamizarlos y promediarlos en el tiempo se hacen predecibles”. Lichtman lo resume de esta forma: “Hemos reconceptualizado la política presidencial en términos geofísicos”.

Hay que darle a la tecla

En general, puede decirse que es de la ciencia de la complejidad, de la teoría del caos o la del comportamiento de los enjambres y las avalanchas, todas inventadas en la segunda mitad del siglo XX, de donde vienen ahora y continuarán viniendo los nuevos moldes de interpretación eficaz. Ninguna de estas disciplinas les es familiar a nuestros políticos convencionales—o, si a ver vamos, a los actuantes en cualquiera otra nación hasta ahora—y sin ellas éstos entienden y entenderán las cosas mal.

Un rasgo fundamental y definitorio de los sistemas complejos es su “sensible dependencia de las condiciones iniciales”. Esto es, que una pequeña variación en el inicio de un proceso complejo puede conducir a un futuro muy diferente. (“¿Desata el aleteo de una mariposa en Brasil un tornado en Texas?”, preguntaba en discurso de 1972 el meteorólogo Edward Lorenz, que ya en 1959 se había topado con esa sensibilidad esencial de los sistemas complejos). ¿Quién sabe si la señora que encendió la airada protesta por el costo del pasaje de autobús en Guarenas, el 27 de febrero de 1989, había recibido abuso del marido la noche anterior? Si Carlos Andrés Pérez no hubiera accedido a su segundo gobierno en acto fastuoso que parecía una coronación, poco antes de apretar el cinturón del pueblo ¿habría reaccionado la psiquis de los caraqueños de la misma forma al aumento de ese costo?

Las condiciones iniciales del Caracazo son irrepetibles. Desde entonces, el precio del transporte público urbano e interurbano ha aumentado en innumerables ocasiones, sin que por ello se haya suscitado una agitación ciudadana tan terrible como la de aquel febrero, cuando las abejas humanas de la urbe del Ávila se africanizaran.

Las sociedades mutan; su conocimiento crece y se diversifica. Esto es tanto así que Kevin Kelly, el Fundador Ejecutivo de la revista Wired y autor del ya clásico e importante libro Out of control (Perseus, 1995), pudo decir en reciente disertación sobre el futuro de la ciencia: “La ciencia es nuestro modo de sorprender a Dios. Es para eso que estamos aquí”. En la introducción que de ella hiciera Stewart Brand, éste abundó sobre esa intuición: “Es nuestra obligación moral generar posibilidades, descubrir los modos infinitos—sin importar cuán complejos y pluridimensionales sean—de jugar el juego infinito. Se requerirá todas las especies posibles de inteligencia para que el universo se entienda a sí mismo. En este sentido, la ciencia es sagrada. Es un viaje divino”.

Una política que no esté a la vez abierta y conectada a una percepción tan amplia y elevada como ésa, que no abreve de la ciencia y se conforme con catecismos resumidos de unas “humanidades” clásicas, no puede aspirar a entender la sociedad contemporánea, mucho menos guiarla. El intento de entrar al futuro con los lentes de Ezequiel Zamora puestos, o aun las gafas de un personaje tan visionario como Simón Bolívar, sólo puede desembocar en reflujo, en retroceso. No bastan, para enfrentar las complejísimas condiciones de una sociedad de hoy—la nuestra ya se compone de veintinueve millones de personas—un bagaje de retórica y la elección de un enemigo.

Que la ciencia, que la metodología haga el relevo de la ideología, para que el hombre justo de Vargas se haga con el mundo, y no el audaz de Carujo.

LEA

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El futuro no es historia (todavía)

 

Nuestra bandera sonríe cuando la vemos patas arriba

 

Gregorovius pensó que en alguna parte Chestov había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto en el agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando…

Julio Cortázar, Rayuela

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En Francia primero, con la idea de futuribles promovida por gente como Bertrand de Jouvenel (1960) y antes (1957) Gaston Berger con su Centre d’études prospectives; en los Estados Unidos poco después, por ejemplo desde el Hudson Institute (1961) dirigido por Herman Kahn, la futurología y los futurólogos han tenido un espacio importante en las discusiones de la política grande.

Uno entre los futurólogos más atinados y exitosos es, sin duda, John Naisbitt, cuyo libro Megatendencias de 1982 se mantuvo dos años seguidos en la lista de bestsellers del Times de Nueva York, la mayor parte del tiempo en el primer lugar. Naisbitt estableció un laboratorio de análisis de eventos sociales microscópicos a nivel local: sus asistentes revisaban miles de periódicos de pequeñas localidades en los Estados Unidos, en busca de noticias acerca del nacimiento de lo que pudiera convertirse poco después en una tendencia que se generalizara. Con este método, pronto descubrió que había ciudades, a veces insospechadas, o estados que consistentemente eran pioneros en el uso de alguna práctica social; lo que se hacía al comienzo en ellos, se diseminaba luego de un cierto rezago al resto del país. California, por caso, era uno de esos bellwethers—así se llama a la oveja líder de un rebaño, a cuyo cuello se ha colgado una campana—que presagiaban con su conducta aquello que más tarde se convertiría en uso nacional.

La primera vez que pensé en las posibilidades de Venezuela como a bellwether Nation, capaz de un rol precursor en la innovación política, fue en 1986, con la escritura de Dictamen[1], mi primer atrevimiento explícito como médico-político. Me parecía entonces que faltaba tiempo para que la evidente insuficiencia política[2] de entonces hiciera crisis; que ese tiempo podía emplearse en una deliberación sosegada que diera origen a una especie nueva de organización política, dentro de la que fuera posible hacer una política distinta, suficiente. No veía que fuera constitucionalmente imposible a los venezolanos innovar políticamente antes de que sociedades más fuertes e influyentes lo hicieran.

Más tarde, volví explícitamente sobre esa intuición. En el artículo Una visión de Venezuela para el siglo XXI[3] escribí:

Somos un municipio del planeta. El mundo está por constituirse políticamente. El substrato de esa nueva polis existe: la hipótesis de James Lovelock llega a pensar la Tierra como un ente viviente, como una sola célula. Una gigantesca célula cuyos organelos interdependen ecológicamente, cuyas regiones se comunican por satélites inventados por el hombre. Un organismo vivo que construye, intento por intento, lo que Yehezkel Dror llama la “mente central del mundo”: su gobierno.

Un gobierno planetario que, como el sistema nervioso central de los animales superiores, el hombre incluido, regulará muy pocas de las actividades del conjunto. El desarrollo de la Tierra, en su mayor parte, no provendrá de las acciones de ese gobierno mundial, sino de las unidades locales. Y entre las unidades locales, las naciones del tamaño de la venezolana serán los municipios de la estructura política del planeta Tierra.

Un planeta que construye también una nueva versión, más comprensiva, de su conciencia. Que elabora con penoso esfuerzo los componentes de una nueva teoría del mundo, de una forma más desarrollada de funcionamiento político, hasta de una nueva percepción religiosa.

Se construye, poco a poco pero incesantemente, el cerebro del mundo. Las redes celulares y de computadores y telefacsímiles, CNN, Telemundo, los satélites, los servicios de medios múltiples, las fibras ópticas, van tendiendo los ganglios y los nervios, los núcleos cerebrales de esa mente central planetaria. Se construye un cerebro de la Tierra.

Una región del planeta puede ser maqueta para el conjunto. Como veremos más adelante, aun dentro de sí misma Venezuela puede potenciar las instancias asociativas en su aparato político. La imagen-objetivo de Venezuela como lúcido y anticipador municipio del planeta, en tanto campo de demostración de las ventajas del conocimiento como determinante político es perfectamente sostenible.

Francisco Nadales nació en Cumanacoa, Estado Sucre, Venezuela. Pudo completar solamente una educación primaria, lo que no le permitió mejor empleo que el de obrero no calificado de la industria de la construcción. Una vez fue puesto, sin otra preparación previa, delante de un moderno computador personal. La pantalla mostraba una hoja de cálculo electrónica, en la que en breves segundos postuló, bajo instrucciones, una operación algebraica. Cuando la pantalla titiló mostrando el resultado, una sonrisa tan amplia como su cara demostró su alegría profunda, y la extensión de su súbita comprensión fue expresada en su inmediato comentario: “¡Hay que ver que el hombre es bien inteligente!”

Francisco Nadales hablaba, claro, del hombre que había sido capaz de concebir, producir y ensamblar la intrincada maraña de circuitos y componentes del computador que tuvo ante sí; del que había sido capaz de generar y enhebrar las numerosas líneas del código de programa que le permitió usar el álgebra por primera vez. Pero esa referencia no habría bastado para ampliarle la sonrisa de aquel modo. Francisco Nadales estaba también hablando de sí mismo. Francisco Nadales era ese hombre bien inteligente y Venezuela puede contribuir significativamente a la constitución política de la Tierra.

Yo no usaría Internet por la primera vez hasta el año siguiente de haber escrito esos párrafos, en 1995, cuando CANTV ofreció por primera vez el servicio de dial-up en Venezuela. En octubre de ese año, discutiendo la necesidad de un proceso constituyente[4] recordé otra alusión de enero del mismo a la cosa de las capacidades de nuestro pueblo, cuando discutía la conveniencia de instalar en Venezuela redes de fibra óptica para ofrecer plataforma moderna a la participación democrática cotidiana:

Pero ahora disponemos de una tecnología comunicacional que vuelve a ofrecer las condiciones requeridas para una participación masiva, instantánea y simultánea, de grandes contingentes humanos. Ya vimos algo de esto en las teleconferencias de amplia extensión que sostuvo Ross Perot en los Estados Unidos en su carrera hacia la presidencia de ese país.

Alguien puede argumentar ante este planteamiento que el nivel de desarrollo político y tecnológico norteamericano es inconmensurablemente superior al venezolano, y que por esa razón ese concepto de democracia participativa electrónica estaría, para nosotros, muy lejos dentro de un futuro largamente incierto. Pero puede a su vez contraargumentarse que los venezolanos no hemos tardado mucho para aprender a operar telecajeros electrónicos, celulares, telefacsímiles, etc., y que con igual o mayor facilidad podríamos navegar dentro de una red permanente de referenda electrónicos. Opinábamos de esta manera en el Nº 11 del volumen 1 de esta publicación (enero de 1995): “Nada hay en nuestra composición de pueblo que nos prohíba entender el mundo del futuro. Venezuela tiene las posibilidades, por poner un caso, de convertirse, a la vuelta de no demasiados años, en una de las primeras democracias electrónicamente comunicadas del planeta, en una de las democracias de la Internet. En una sociedad en la que prácticamente esté conectado cada uno de sus hogares con los restantes, con las instituciones del Estado, con los aparatos de procesamiento electoral, con centros de diseminación de conocimiento”.

………

Pero la resistencia a esta manera de ver las cosas es muy considerable. Entre 1980 y 1982, una de las temporadas profesionales más satisfactorias de mi vida, tuve la inmensa suerte de ejercer la Secretaría Ejecutiva de CONICIT, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas que fundara el hombre-ciencia de Venezuela, el Dr. Marcel Roche. Viniendo de mi trabajo ejecutivo en la Corporación de Desarrollo Tecnológico, una empresa que creé para el Grupo Corimón, tenía bastante noticia de la novísima actividad de ingeniería genética en EEUU y Europa.

Llevaría yo dos o tres meses en el cargo de CONICIT cuando se presentó la oportunidad de asistir a una gigantesca conferencia sobre ingeniería genética que tendría lugar en las afueras de la ciudad de Washington, y hacia allá encaminé mis pasos. La experiencia valió la pena, pues pude ver un amplio panorama de aplicación de las últimas técnicas de manipulación del material genético celular. Regresé, por tanto, decidido a promover desde el organismo rector de la ciencia y la tecnología en Venezuela un programa especial de investigación en ingeniería genética: la dotación de fondos para que los dos núcleos más prometedores en Venezuela, uno en la Universidad de Los Andes y otro en el IVIC,[5] progresaran con más rapidez y amplitud que lo que harían vegetativamente. Llevé el planteamiento al Directorio de la institución, que se reunía todos los lunes: un ingeniero agrónomo, un físico, un médico, un matemático, un industrial. Les dije que estaba muy bien eso de invertir en investigación en petroquímica; a fin de cuentas, Venezuela está atapuzada de hidrocarburos. Pero señalé también que en materia de industria química los alemanes nos llevaban 150 años de ventaja y, en cambio, en ingeniería genética teníamos un atraso de, a lo sumo, dos años, en razón de la novedad del campo.[6]

No hubo manera de hacer pasar la idea de esa sesión del Directorio, donde murió. Quienes debían liderar el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el país se habían constituido en cuerpo refractario al cambio, tal vez dominados por un complejo de inferioridad que es lamentablemente extendido en nuestra cultura.

Hace unas dos semanas fui testigo de una conversación típica, en la que una persona conocedora del mundo financiero aconsejaba a un ama de casa que abriera una cuenta en dólares. Me llamó la atención la sugerencia y pregunté por qué, si el uso de fondos de la dama ocurría en bolívares y la remuneración del ahorro es mucho mayor en Venezuela que en los Estados Unidos, donde no se percibe intereses. Mentalmente me preparé para escuchar una explicación cuasi-técnica en la que oiría alusiones al poder de compra comparado de ambas monedas—el dólar-hamburguesa—y otras cosas por el estilo. En verdad, esperaba ser instruido.

La respuesta me dejó atónito: “Pues, ¡porque en los últimos sesenta años los norteamericanos han demostrado ser más inteligentes que los venezolanos!” Cuando repuse que la crisis financiera estadounidense de 2008—todavía no superada, montada con la irresponsable ingeniería financiera sub-prime sobre una burbuja inmobiliaria cuya enfermedad se conocía al menos dos años antes—no parecía algo demasiado inteligente, el consejero optó por despedirse con rapidez.

………

Notas de lo futurible: cuaderno de la artista cantábrica Cecilia Álvarez de Soto (clic amplía)

Soy poco dado a exhortaciones voluntaristas, pero admito el valor en la disposición actitudinal que aparece en el cuaderno de Cecilia Álvarez de Soto: “Cómo reinventarse dentro de la rutina. Inaugurar dentro del mismo marco cotidiano nuevos hábitos y perspectivas. Ruptura de círculos. Requiere voluntad, sacrificio, proyección”. En general, creo que las exhortaciones que exigen sacrificio son motivadores ineficientes; a muy poca gente le gusta sacrificarse. Contribuiré, pues, diciendo que no es uno quien tiene que sacrificarse, sino uno quien debe sacrificar en el altar de la verdad las ideas que bloquean el progreso; muchas de ellas lo hacen imperceptiblemente.

Y es que, además de que tenemos que desembarazarnos de ataduras terminológicas, el caso de Venezuela como posible nación pionera no es tan descabellado. En materia política, por caso y paradójicamente, por haber llegado relativamente tarde a la democracia, pues no es sino hasta que la primera mitad del siglo XX se hubiera cumplido que logramos cierta estabilidad a ese respecto. Pero a esa democracia embrionaria, aun así saludada como modelo para el mundo y en especial para América Latina, le cayó la plaga de la inundación de dólares que parecía ser otra bendición del cielo—no buscada por Venezuela, producto de decisiones políticas en el mundo árabe a raíz de la Guerra del Yom Kippur—y terminó siendo una indigestión que ningún otro país hubiera asimilado mejor. La evolución de los partidos políticos a partir de estos hechos puso de manifiesto, precozmente, signos de deterioro de los sistemas ideológicos que tardaron dos o tres décadas en emerger con claridad en sociedades tenidas por más avanzadas.

Nuestra patología económica, por otra parte, siguió su curso, y en 1994 sufrimos lo que el mundo de los países más desarrollados experimentaría con creces catorce años después. La hecatombe bancaria de aquel año me permitió decir:

…es posible afirmar que uno de los problemas básicos de la economía venezolana es, hoy por hoy, el crecimiento desproporcionado de la actividad financiera nacional, el que ha incluido una buena parte de actividad puramente especulativa. (…) Los economistas acostumbran distinguir dos ciclos complementarios y ‘opuestos’ de producción. El primero de ellos, constituido por la suma de los productos y servicios generados dentro de un determinado territorio, es el sistema del producto ‘real’. En oposición a él, el volumen monetario presente en el mismo período dentro del mismo espacio es denominado el sistema simbólico o ‘virtual’. Está compuesto por el dinero en todas sus formas: efectivo, efectos de pago tales como el llamado ‘dinero plástico’, cuasi-dinero… En teoría, se tiene inflación cuando el sistema virtual de la economía crece más aceleradamente que el sistema real. Esto es, justamente, lo que ha venido ocurriendo en Venezuela. No sólo proviene la inflación, pues, del crecimiento del gasto público y de la devaluación constante de nuestra moneda. También del desarrollo de la actividad bancaria y financiera en general el que, como hemos dicho, ha sido muy superior al experimentado por los sectores aportantes de producto real.[7]

El que Dominique Strauss-Kahn, hasta hace no mucho Director General del Fondo Monetario Internacional, presuntamente adolezca de satiriasis, no lo descalifica como experto económico. Y el 17 de septiembre de 2008 juzgaba así lo que estaba ocurriendo con los bancos y mercados de valores: “…los sistemas financieros, … se han desarrollado en exceso en relación con la economía real”. Exactamente el mismo diagnóstico que el suscrito hacía en mayo de 1994 comentando la primera fase de la crisis bancaria nacional. (No tengo otro parecido con el Sr. Strauss-Kahn, por cierto). Por esto aventuré en Pompa y circunstancia (25 de septiembre de 2008): “Es decir, en maqueta, los venezolanos vivimos a nuestras modestas escalas lo mismo que sufre ahora el sistema financiero estadounidense. Nos adelantamos a los gringos. Somos unos machetes”.

Incluso, hace diecisiete años, anticipó Rafael Caldera movimientos recentísimos de Georgios Papandreou, que anunció un referéndum que hizo recular al líder de la oposición a su gobierno, por lo que retiró el reto y optó por una votación en las cámaras legislativas, que ganó. En 1994, un segundo decreto de suspensión de garantías emitido por el gobierno de Caldera enfrentó inicialmente el rechazo de varios partidos en el Congreso de la República. Entonces amenazó con someter la medida a referéndum (José Guillermo Andueza, Ministro de Relaciones Interiores, aseguró tener lista la redacción del decreto que lo convocaría). Acción Democrática optó por cambiar su posición opositora—luego de que una encuesta conducida por el diario El Nacional mostrara que 90% del país estaba de acuerdo—, asegurando así el triunfo de la suspensión segunda en el Congreso. Entonces, el senador Juan José Caldera anunció que ya el referéndum no sería necesario.

………

Hablando en serio, el asunto es que podemos saltar como país a una economía y una política y a una educación el siglo XXI. En diciembre de 1990,[8] quien suscribe abogaba por programas de estudios universitarios generales que se centraran en lo más recientemente pensado—lo clásico, lo canónico es saber bastante de Platón y nada de Popper—; luego de exponer lo que creía que eran sus virtudes, volví a creer que podíamos atrevernos al liderazgo:

…bien dise­ñado, el programa vendría a ser innovador, no sólo en Venezuela, sino en términos de cómo se entiende hoy el problema de la educación superior en el mundo. La interpretación estándar de nuestras posibilidades nos hace creer que, en el me­jor de los casos, una creación nuestra nos colocaría en un nivel más cercano pero in­ferior a lo logrado en otras latitudes “más desarrolla­das”, y por eso no intentamos lo posible cuando se nos antoja demasiado avanzado. Es como el pugilista que desacelera inconscientemente su puño antes de completar el golpe.

Si Irlanda hubiera continuado amarrada a sus hortalizas y sus ovejas, habría seguido sumida en su miseria de siglos. Se atrevió a entrar con decisión en el campo informático y protagonizó a partir de 1995 un “milagro económico” que le valió el remoquete del “Tigre celta” que dejaba atrás su pobreza secular. Esto no basta, naturalmente; luego invirtió donde no debía, descuidó su infraestructura como lo ha hecho Venezuela en los últimos años y entró en crisis financiera al olvidar la virtud de la prudencia.

Pero nosotros podemos progresar sin estos errores, si nos percatamos de que “ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando…” Si dejamos atrás lo que nos ancla a un pasado que fue el presente de nuestros antecesores, nunca el nuestro.

El Presidente de la República acaba de decir que “la educación es Bolívar”. No puede estar más equivocado. Su fijación sobre un venezolano heroico, épico, muerto antes que la primera mitad del siglo XIX se cumpliera, es patológica, enfermiza, para no entrar a considerar el abuso manipulador de su figura. La gente, cuando alcanza mayoría de edad, también asume su autodeterminación ética. Uno establece ahora sus propias opiniones y sus propios valores, uno se emancipa de los padres, por más que los quiera. Es ley de vida, y lo que propone el Presidente es ley de muerte.

Simón Bolívar hizo su historia, ciertamente grande. Hagamos ahora la nuestra. LEA

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[1] Venezuela es el paciente. Es obvio que sus males no son pequeños. Ya casi se ha borrado de la memoria aquella época en la que nuestros medios de comunicación difundían una mayoría de buenas noticias, cuando en la psiquis nacional predominaba el optimismo y la sensación de progreso. La política se hace entonces exigible como un acto médico. En las condiciones actuales, en las que el sufrimiento es intenso y creciente, ya no basta que los tratamientos políticos sean lo que han venido siendo. Por esta razón este dictamen se ofrece en la justa dimensión indicada por su nombre. Es lo que yo propondría en la junta política que tuviera que atender la salud de la Nación en la presente circunstancia. Lo ofrezco en el espíritu con el que deben emitirse los dictámenes: a la vez con la fuerza del mejor tratamiento que uno sabe proponer y con la conciencia de su imperfección, deliberadamente abierto y vulnerable ante la refutación. A fin de cuentas aun lo que propone el hombre más seguro no pasa de ser una mera conjetura. (Dictamen – Versión preliminar, junio de 1986).

[2] Condición caracterizada por una baja proporción de problemas públicos resueltos por las instituciones políticas de una sociedad.

[3] referéndum, Vol. I, N˚ 2, 4 de abril de 1994.

[4] Comentario constitucional, referéndum, Vol. II, N˚ 4, octubre de 1995.

[5] El Dr. Manuel Rieber, quien asistió a la conferencia de Washington, ya hacía para entonces en su laboratorio del IVIC anticuerpos monoclonales: moléculas idénticas porque eran fabricadas por clones de una sola célula madre, con valor inmunológico.

[6] La primera combinación de ADN que procediera de células distintas ocurrió en 1972, ocho años antes, aunque el concepto mismo de «ingeniería genética» apareció en Dragon’s Island, una novela de ciencia-ficción de Jack Williamson, en 1951. Pero, como muestra la mención del trabajo de Rieber, Venezuela no partiría de cero en 1980 y, en el momento cuando ambos nos presentamos en Washington, faltaban todavía seis años para que las primeras pruebas de campo de plantas genéticamente modificadas se llevaran a cabo en Francia y los EEUU. Estábamos a tiempo.

[7] En referéndum, Vol. I, Nº 3, 4 de mayo de 1994 Citado en Pompa y circunstancia.

[8] En Tratamiento al problema de la calidad en la educación superior no vocacional en Venezuela.

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Feliz cumpleaños, Profesor

 

El Himno Nacional Argentino se interpretó por primera vez en casa de María Sánchez de Thompson. El pintor chileno Fray Pedro Subercaseaux Errázuriz registró la ocasión para la posteridad.

 

Hoy cumple años José Rafael Revenga y Gorrondona, mi amigo y profesor. Es un venezolano excepcional, de cultura profunda y diversa, de pasión diversa y profunda. José Rafael completó la carrera de Filosofía en Lovaina, Bélgica, adonde llegó de previos estudios filosóficos y teológicos en Roma, pero antes había probado algo de Ingeniería en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Esto era sólo el inicio de su asombrosa acumulación de conocimiento, el comienzo de su modernidad como pensador, siempre actualizada. Es, por ejemplo, una autoridad en asuntos de Internet—en broma, lo llamo el Negroponte venezolano—, pero también es erudito en polemología y sistemas de armas, docto en procesos internacionales, conocedor de poesía española e inglesa, tangos y pasodobles, de Ernest Hemingway y Juan David García Bacca, su gran amigo, y un certero analista de nuestra política y uno de sus profetas más atinados. Puede hablar en detalle del mundo de las carreras de la Fórmula 1, fue empresario de pistas de go kart—en el legendario terreno de Chuao—, tuvo una de las dos primeras Honda 750 a cuatro cilindros que llegaron a Venezuela—la otra era de su hermano José Luis—, practica el tenis y toma café o vino como si fueran agua, pero no fuma. Hizo labor de responsabilidad social desde la Fundación Creole, el Dividendo Voluntario para la Comunidad y el Instituto para el Desarrollo Económico y Social. Enseñó Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, la Simón Bolívar, la Católica Andrés Bello y la Metropolitana como uno de sus fundadores. Fue como un hijo para Arturo Úslar Pietri y Pedro Grases. Ejerció por diecinueve años la Vicepresidencia Ejecutiva de Venevisión. Forma pareja fructífera, de obra excelente, con Alba Fernández Ron, por quien me consta se derrite.

Este monstruo de la naturaleza es mi amigo y consejero. Lo irritaré certificando que su juego de dominó es peor que el mío (más bien majunche), aunque me supera con creces como cultor del bridge y fabricante de aviones de papel. Tiene grandes agujeros en su cultura musical, que trato de remediar. Por esto la ofrenda que aquí pongo de veintiún archivos de audio, uno por cada uno de sus agostos en ésta su mayoría de edad. Para hacerle la escucha fácil, la compongo con himnos y marchas pues, aun medio sordo, es un patriota intenso. (Su antepasado y homónimo exacto fue Secretario de Simón Bolívar, Cofundador del Correo del Orinoco y su Director, Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores nombrado por el Libertador, Embajador en Madrid y en Londres, Miembro del Consejo de Estado en Bogotá, Diputado, agricultor y ganadero).

 

PROGRAMA

Porque José Rafael nació en París, he aquí primero que nada La Marsellesa, en la voz de Edith Piaf y, de seguidas, de la ópera Fausto de Charles Gounod el Coro de los soldados—por la Orquesta y Coros de la Ópera de París—, puesto que es guerrero.

Porque José Rafael es gente noble, de la ópera Mlada de Nikolai Rimsky Korsakoff, su Procesión de los Nobles, por la Orquesta Sinfónica de Chicago dirigida por Fritz Reiner.

Porque José Rafael entiende de naciones, tres himnos nacionales en fila: el ABC de Argentina, Brasil y Colombia, nuestro polo y nuestros vecinos. (Banda Marcial Argentina, Banda Marcial y Coro de la Ciudad de Sao Paulo, Banda Marcial de Colombia).

Porque José Rafael es de alma andaluza y, de ser más viejo, habría peleado en la Madre Patria su Guerra Civil del lado republicano reclutado por Albert Camus, el Himno Nacional de España o Marcha Real. La Banda Marcial de la Marina de los Estados Unidos es la ejecutante.

Porque José Rafael tiene a Roma como una de sus segundas casas, el Himno de Italia, L’Inno de Mameli: Fratelli d’Italia. De nuevo, los marinos estadounidenses lo tocan.

Porque para José Rafael la cultura inglesa y su lengua parecieran sus primeras, en sucesión los himnos de Inglaterra—God save the Queen—y de sus hijos, los Estados Unidos. La Orquesta Filarmónica de Londres y su Coro, y la Orquesta Boston Pops, los ejecutan.

Porque José Rafael es planetario, el Himno Nacional de Rusia, cantado por el Coro del Ejército Rojo.

Porque José Rafael es medularmente venezolano, el Himno Nacional de Venezuela, tocado por la Orquesta Municipal de Caracas.

Porque José Rafael es castrense con elegancia, dos marchas militares de Edward Elgar, la primera—Land of hope and glory—y la cuarta del grupo de Pompa y circunstancia. Georg Solti dirige la Orquesta y el Coro de la Filarmónica de Londres.

Porque José Rafael es de temperamento heroico, la Marcha del coronel Bogey, del filme El puente sobre el río Kwai. La Boston Pops se la obsequia.

Porque, simplemente, a José Rafael le encantan las marchas, tres de las mejores de John Philip Sousa: Semper fidelis, Washington Post, Stars and stripes forever. Las dos primeras por la Banda de Campo del Ejército de los Estados Unidos, la tercera por la Boston Pops.

Porque José Rafael es lúdico, la Marcha de los juguetes, de Víctor Herbert, por la Orquesta de Filadelfia que dirige Eugene Ormandy.

Porque José Rafael, repito, es de espíritu gitano, dos pasodobles, que como todos ellos tienen el tiempo binario de las marchas: Silverio Pérez, cantado por Alfredo Sadel, y España cañí, en interpretación de la Orquesta de André Rieu.

Al profesor, al consejero, al amigo y compañero, un feliz cumpleaños. LEA

(Los archivos de audio de esta entrada pueden ser descargados en el Canal de Dr. Político en ivoox).

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Un ballo in maschera

Disfraz de monarca

 

De lleno en vena carnavalesca, Hugo Chávez volverá a usar uno de sus atuendos preferidos para las fiestas: su disfraz de Rey Sol, de L’État c’est moi, de monarca absoluto. El anuncio de que alternará, a pesar de todo, este embozo con el de mediador humanitario en Libia—apropiado desde que pernocta, por razones pluviosas, en la carpa de príncipe beduino que le regalara Muammar Gaddafi; familiar desde que lo empleara como intermediario entre Álvaro Uribe y las FARC—, fue hecho en el acto de juramentación de los equipos estadales del PSUV en el Teatro Teresa Carreño. Allí dijo: «¡Chávez es candidato, y ya!» La explicación de este democrático edicto es sencilla: «Yo estoy seguro [de] que si nosotros hacemos elecciones internas sería perder el tiempo ¿Para qué vamos a perder el tiempo?»

Chávez estima que el PSUV debe ser sacudido, porque al irse «como enfriando» y «burocratizando» ha permitido que se instalen «caudillos y caudillitos» y, naturalmente, caudillo hay sólo uno: él, ¿quién más? Los 360 miembros de los equipos juramentados recibieron esta admonición presidencial, que evidentemente contiene un lapsus linguæ: «Tenemos que ser muy autocríticos». Habrá querido decir «autocráticos».

Ya Carlos Escarrá había citado hace años, como es natural fuera de contexto, del discurso de Simón Bolívar ante el Congreso Constituyente de Bolivia (25 de mayo de 1826): «El presidente de la República viene a ser, en nuestra Constitución, como el sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema Autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros, un punto fijo alrededor del cual giren los Magistrados y los ciudadanos: los hombres y las cosas». O sea, los 360 juramentados serían sólo los radios, en cada uno de los grados que componen el halo circular que rodea al astro rey, que deben emanar de la intensa fuente luminosa que Hugo Chávez pretende ser.

El «libertador» libio, que Chávez equiparó a Bolívar, habla locuras de muerte. Pero hasta los libertadores verdaderos, como este último, son muy capaces de decir pendejadas.

LEA

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Luciano Pavarotti canta aquí, en el Teatro de la Scala de Milán, el aria última—Si tuviera que perderte—de Baile de máscaras, ópera de Giuseppe Verdi. («¿Qué mal presagio abruma mi espíritu/ que al volverte a ver anuncia un deseo casi mortal/ como si fuera la última hora de nuestro amor?»)

Ma se m’è forza perderti/ Per sempre, o luce mia,/ A te verrà il mio palpito/ Sotto qual ciel tu sia,/ Chiusa la tua memoria/ Nell’intimo del cor./ Chiusa nell’intimo del cor.

Ed or qual reo presagio/ Lo spirito m’assale,/ Che il rivederti annunzia/ Quasi un desio fatale…/ Come se fosse l’ultima/ Ora del nostro amor?

Come se fosse l’ultima,/ L’ultima ora –/ Ora del nostro amor!/ Del nostro amor…

O qual reo presagio m’assale!/ Come se fosse l’ultima/ Ora del nostro amor?/ Se fosse l’ultima del nostro amor…

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Debate: Viso, Urbaneja, Alcalá

El #1 de Válvula, diseñado por Ariel Toledano

 

A la publicación, en el Nº 1 de Válvula (diciembre de 1984), de una conferencia inédita de Arturo Úslar Pietri (La comunidad hispánica en el mundo de hoy, Santa Cruz de Tenerife) junto con un artículo del suscrito (La verdad que no podemos eludir), se añadió las respuestas de Ángel Bernardo Viso, Hermann Roo, Ángel Padilla y Diego Bautista Urbaneja a un cuestionario sobre la tesis de fondo de ambos trabajos. Se reproduce a continuación el texto único remitido por Viso y las respuestas de Urbaneja, que incluyeron una alusión directa que justificara una ulterior respuesta mía. En esta última, también reproducida al final, puede encontrarse una contestación indirecta a la escéptica postura de Viso quien, no obstante, escribió en una de las cartas (fechada en Madrid el 2 de abril de 1990) de sus Memorias marginales: «Los americanos de origen español debemos recordar quiénes fuimos para estar en capacidad de decidir quiénes queremos ser».

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SOBRE LA UNIDAD HISPÁNICA

Fernando VII de España

Los países hispanoamericanos, y aún la propia España, son los restos de un naufragio ocurrido hace casi ya dos siglos: la desaparición violenta del imperio español, debido a la incapacidad de la monarquía borbónica de dar una respuesta positiva ante el embate de Napoleón, de las ideas revolucionarias francesas, y de las tendencias centrífugas nacidas en nuestros países. Preguntarse si es posible resucitar nuestra unidad política tiene tanto sentido como inquirir si se puede reanimar un sistema solar extinto desde un planeta que ya dejó de recibir la luz y el calor de una estrella ya muerta.

Desde luego, el mundo de la historia es más complicado que el de la astronomía: algo del calor común subsiste y es por eso que tenemos la inevitable tendencia a tratar de dar vida al viejo modelo, a resucitar el imperio perdido. Es el mismo impulso que llevó a Carlomagno a hacer el esfuerzo de reconstruir el imperio romano, y a muchos hombres del Renacimiento a creerse en los tiempos de la antigüedad clásica. Son inagotables los ejemplos de “renacimientos”, pero todos están condenados de antemano al fracaso, porque ni a los hombres ni a los pueblos está dado reencontrar el tiempo perdido: como Adán y Eva, tenemos prohibido regresar al Paraíso.

Eso no significa que condene la idea de cultivar los rasgos comunes de nuestra herencia: el lenguaje, la religión, las costumbres. Pero debemos hacerlo a la manera de los nietos dispersos que se encuentran en el cumpleaños de la anciana abuela, o como los griegos se reunían en las fiestas de Olimpia, poniendo de relieve cuanto tenían de semejante y de diverso.

Para reunir de nuevo nuestras casas, construidas sobre las mismas bases, pero con estilos disímiles, tendríamos que tener una fuerza centrípeta capaz de superar a la otra, a la dispersadora, obra irreversible de la vida. Y esa fuerza tendría que nacer como nacen las cosas en la historia, de las invasiones, conquistas o anexiones. En cambio, pretendemos que la unidad nazca de unos cuantos espíritus románticos…

No. Nunca los ideales basados en nobles sentimientos han servido para construir países, federaciones o imperios. La realidad económica, geográfica y política nos condena a vivir separados. Al menos, enviémonos cartas o postales de tiempo en tiempo.

Ángel Bernardo Viso

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1.  ¿CREE UD. QUE LA TESIS DE UNA UNIÓN POLÍTICA DEL MUNDO HISPÁNICO ES UNA TESIS CORRECTA?

Urbaneja: Supongo que es correcta en cuanto que, si se lograra, resolvería algunos problemas importantes de los “hoy” países soberanos. Pero en este momento no descubro bases de corrección más importantes. Cierto es que hay varios elementos—historia, cultura, religión, lengua—que hacen una idea como ésa intuitivamente muy deseable. Bellísima, dicho esto sin ninguna ironía. Pero intuyo que la pregunta está mal planteada. No veo que se pueda adelantar mucho diciendo «sí, sí es correcta». Seguramente que hay otras tesis equivalentes igualmente «correctas».

Sospecho que la pregunta podría haber sido, “tal tesis, ¿es la más correcta?» En este caso me habría inhibido explícitamente de responder a la pregunta, por incompetente, en vez de elegir la forma disfrazada de inhibición que constituye la respuesta que estoy dando.

Formúlesela como se la formule, en todo caso, la pregunta me parece presuponer respuestas a preguntas previas. Por ejemplo, “correcta” ¿en relación a qué actor? ¿Para cada uno de los países eventualmente miembros de tal unión? ¿Para tal unión misma?

¿Qué entender, en el primer caso, por “país»? Porque posiblemente para distintos sectores de él haya diferentes tesis «correctas». Veamos un caso extremo: Puerto Rico. Suponiendo que pudiese escoger: ¿qué sería más correcto para Puerto Rico? ¿Ser miembro de la Unión Hispánica 0 de la Unión Norteamericana? ¿Y para quién en Puerto Rico?

¿No habla uno, al hablar de estas cosas, dando por sentados hechos y valores buenos para la retórica, pero que la historia y los acontecimientos han debilitado gravemente en la realidad?

Una reflexión final a propósito de ciertas políticas españolas y expresión de otra duda más. ¿Qué puede inspirar, por ejemplo, la decisión española de mirar hacia Europa más que hacia Iberoamérica? ¿No será que España quiere vincularse a un mundo que la “hale» hacia adelante y no a uno que ella tenga que “halar” o que la “hale” a ella, pero hacia atrás? ¿No será que quiere escapar a la maldición que le infirió el siempre y por otra parte admirabilísimo Unamuno —“¡ que inventen ellos !”—o al dicho de Luis Felipe Vivanco, «España, esa eterna retrasada en Dios»?

Sea pues cual sea la respuesta que quienes se sientan capacitados den a la pregunta, habrá que sortear el riesgo de que la “unión de los retrasos» se haga de tal forma que ella sirva para basar alguna forma de adelanto, y no para la consolación de que nosotros, Unamuno y Rodó, todos unidos ahora, sí sabemos de fines y valores, mientras “ellos” inventan.

 

2. EN CASO AFIRMATIVO, ¿CUÁL PIENSA UD. QUE PUDIESE SER LA FORMA MAS RÁPIDA DE LOGRARLA Y CUÁNTO TIEMPO CREE UD. QUE TARDARÍA EN CRISTALIZAR?

Urbaneja: (Se abstuvo de contestar a esta pregunta, lo que justifica en su contestación a la siguiente).

 

3. ¿CUÁLES CREE UD. QUE SERÍAN LOS PRINCIPALES OBSTÁCULOS A LA REALIZACIÓN DE UNA COMUNIDAD POLÍTICA HISPÁNICA O IBÉRICA?

Simón Antonio Bolívar

Urbaneja: La existencia o no de obstáculos depende de la respuesta que tenga la siguiente pregunta: desde el punto de vista de la racionalidad acotada de los actores involucrados, ¿es racional apuntar hacia la creación de tal comunidad política? No sé que respuesta daría cada actor, pero sí sé que de esa pregunta depende todo.

Soslayé la respuesta a la pregunta dos porque poco tenía que decir y lo que tenía que decir lo puedo poner aquí. Las medidas a tomar para la realización, si la respuesta definitiva a la primera pregunta es afirmativa, deben ser tales y de tal gradualidad que vayan haciendo por lo menos “casi sensato” a los distintos actores—sean ellos los que de hecho sean—irlas adoptando o aceptando. Contando desde luego con el “plus” de decisión que en estas cosas corresponde a los gobiernos pero sin olvidar que éstos están sometidos a presiones a veces decisivas.

Si se soslaya esa condición de la “cuasi-sensatez», la implicación política de la respuesta afirmativa a la primera pregunta sería desastrosa: la factibilidad de una cosa tan deseable dependería de la existencia de una constelación de dictaduras manejadas por minorías ilustradas coincidentes en el punto de la Unión Hispánica.

Tratando de responder, todavía en un plano general, con un poco de más precisión, diría que existe una amplia gama de oposición y diversidad de intereses, de actuación y efectividad inmediatas sobre los países y sus sectores, que constituyen componentes de mucho peso en el cuadro de acción que enmarca las decisiones de los actores. Sólo una consideración aparentemente de muy largo plazo—y ella misma muy discutible- cuyo tipo es de escasa gravitación en los modos habituales de decidir que tenemos por aquí, podría inspirar una política unionista consistente y central. Lo que sí parece poder hacerse es una línea marginal de políticas que apunte consistentemente en un sentido unionista y cuya existencia imponga al resto de las políticas globales el deber de compatibilizarse con esa política marginal que entonces, desde luego, no lo sería tanto.

(Nota final sobre grandiosidad y realismo. Luis Enrique Alcalá acostumbra decir que en Venezuela llamamos realista a quien es capaz de oponer la lista más completa de obstáculos a cualquier idea audaz. Digamos, por extensión, a quien es capaz de valerse de esos obstáculos para echar por tierra en la práctica toda idea grandiosa. Bolívar, el grandioso. Páez, Santander y Flores los realistas, es decir, los mezquinos. Gran Colombia contra “patriecitas».

José Antonio Páez

En este tema tiendo a jugar el papel de realista. Tengo presente los obstáculos más que la línea abstracta de razonamiento que, concluyendo en una supuesta necesidad de la Unión Hispánica, añade: “luego hay que hacerlo, sin más cuestión”.

Sólo diré aquí que Bolívar en 1830 estaba errado, no Páez. Y que, si acaso, sólo después que Páez y todos los Páez hayan podido desplegar su razón, serán posibles los sueños de Bolívar. Lo cual no bastará para que, amantes de la grandiosidad, digamos siempre que Bolívar tuvo siempre razón, y Páez nunca).

Diego Bautista Urbaneja

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LA IMPROBABILIDAD DE LAS PROPOSICIONES

Respuesta de Luis Enrique Alcalá a Diego Bautista Urbaneja

La directa alusión de Diego Bautista Urbaneja me permite ejercer el derecho a replicar.

Urbaneja hace el más moderno de los análisis en relación a mi tesis. Su enfoque tiene mucho de metalingüístico, puesto que casi no se refiere al contenido de las preguntas sin hacer un cuestionamiento de las mismas. Pero, en general, por el tono de sus observaciones se podría colegir que Urbaneja casi habría preferido que no le hubieran hecho esas preguntas. Y ya que él tuvo la confianza de incluir algo que es como un juego privado entre nosotros, yo voy a hacer uso de información privilegiada que apoya la tesis de su incomodidad con las preguntas.

En efecto, Diego ha dicho muchas veces que éste es un año de indecisiones, y en un período de indecisión una persona tan escrupulosa como él exige que una tesis sea, en efecto, la tesis más correcta.

Yo le digo que no existe la tesis más correcta, si por esto se entiende una tesis que no sea superable por otra. Cualquier tesis dejará un cierto número de problemas por resolver, problemas para los que no tendrá respuesta porque no se propuso resolverlos o porque los problemas irresueltos ni siquiera eran percibidos al formular la tesis de que se trate. Ya vendrá otra tesis a desplazar la vigente cuando sean demasiados los acertijos que ésta no resuelva.

Pero es que es más que una tesis. En este caso se trata de una causa, lo que exige muchísimo más que una mera tesis explicativa o interpretativa. Yo creo conocer pocas personas que son tan intelectualmente escrupulosas como Diego Urbaneja. Más de una vez he sido testigo de la agonía por un sinónimo en alguno de sus importantes artículos. Pero Diego es también noble y generoso. Así que la corrección de la tesis es para él la justicia de la causa. Así trasluce cuando pregunta ¿correcto para quién?

Diego comienza diciendo que si la tesis se lograra resolvería algunos problemas importantes que padecen los miembros de una tal confederación. Ante esa declaración, la calificación de más correcta le cabría si no fuese posible concebir otra tesis que resolviera los mismos problemas a un menor costo o resolviera más problemas. A menos que se comprobase, aun en ausencia de tesis competidoras, que la tesis propuesta incurriese en costos mayores que los beneficios que obtiene.

Pero discutamos primero lo primero. Veamos, antes de preguntar si hay ofrecidas tesis alternas, cuál es la lista de problemas a los que la tesis de la confederación iberoamericana da respuesta.

Hacia una escala mayor

Primero: el problema económico. El problema de escala de todos los países que entran dentro de la calificación iberoamericana, incluyendo a Brasil y España. En España, por ejemplo, se va a una “reconversión” industrial que tiene la mira puesta en el mercado de los países de la OECD, empezando por los de la Comunidad Económica Europea en la que aspira a entrar a pesar de, como he leído, la insultante condición de impedir el libre tránsito de españoles por los países de la comunidad por un “período de prueba» de varios años. La reconversión podría ser un poco menos drástica si sus industrias se orientaran, casi que como están, a un mercado que aún tiene mucho que construir dentro de necesidades de “segunda ola».

También en lo económico, seguramente obtendríamos un mejor tratamiento de parte de los acreedores de nuestras deudas por mera agregación a una escala mayor.

Para nosotros, en particular, la posibilidad de contar con un mercado petrolero y de hierro y acero mucho mayor que al que ahora tenemos acceso, el que permitiría por tanto, a mayores escalas de producción, costos operativos menores que permitieran mantener y aun superar los niveles absolutos de beneficio, con precios menores que pudiesen ser pagados por este mercado hasta ahora tenido a menos.

Tiene que tenerse en cuenta, para toda discusión de lo económico, que se estaría trabajando con la ventaja de una nueva moneda única para esa inmensa zona de circulación, como Hans Neumann, entre otros, ha sugerido que sería altamente beneficioso.

Segundo: resuelve un problema de alivio de tensiones interiberoamericanas. Argentina y Chile han tenido que buscar un árbitro hacia una entidad supranacional de la que ambos participan para dirimir el diferendo del Beagle: han tenido que recurrir al campo católico, un campo religioso, porque no han tenido un común campo político en el cual acordarse. Así como Diego Urbaneja suele decir que dentro de una confederación ibérica o hispánica la solución al conflicto centroamericano sería más “dulce”, así también se dulcificaría el término del diferendo colombo-venezolano y los de otros estados iberoamericanos del continente.

Tercero: resuelve un problema de escala para mejorar nuestra posición en discusiones tales como Gibraltar, las Malvinas, Guyana, Centroamérica (entendida en este caso en relación con las intervenciones ruso-norteamericanas, otánico-varsovistas, norteñas en Centroamérica). Cuando Shlaudeman dice que Contadora no es suficiente no está diciendo que si se añade uno o dos artículos técnicos al Proyecto de Tratado o se firma tal o cual protocolo los Estados Unidos suscribirán gustosos, sino que, a lo Stalin refiriéndose al Papa, está insinuando que nada más que cuatro países iberoamericanos no tenemos suficientes divisiones.

Cuarto: resuelve un problema de amortiguación o aplacamiento, por neutralidad, de la peligrosísima situación del terrorífico equilibrio nuclear. Situación que no creo mejore con el aumento que la U.R.S.S. dará a su presupuesto de “defensa”: 12%.

Comienzo de un invierno nuclear

Mucho se ha pensado, en una especie de convicción de invulnerabilidad final muy acusada en nuestro pueblo, que una conflagración nuclear en países del Hemisferio Norte (OTAN-Varsovia), si bien nos afectaría grandemente por el lado económico, al menos nos sería leve en cuanto a lo físico, a los daños por los efectos mismos de las explosiones, entre otras cosas por distancia y por factores naturales tales como el pulmón del Mato Grosso. Pero los modelos más recientes de meteorología nuclear nos muestran cómo nos veríamos directa e impensablemente afectados por un invierno artificial de proporciones cataclísmicas, que incluiría la traslación, por inversión de los ciclos eólicos normales, de nubes de hollín y polvo que harían barrera a más del 90% de la radiación solar incidente (con lo que muy pronto la superficie terrestre descendería a temperaturas de subcongelación) y de nubes intensamente radiactivas. (Para un caso base de un intercambio de 5 .000 megatones, equivalente a la mitad del arsenal actual. Ackerman, Pollack y Sagan, Scientific American, agosto de 1984).

Quinto: nos ubica en posición más favorable para tener acceso a las tecnologías y modificaciones profundas de una Tercera Ola.

En resumen, resuelve un problema económico crucial (la escala), un incómodo problema de política interna (los diferendos interiberamericanos), un importante problema de soberanía ante, fundamentalmente, los sajones (Gibraltar, etc.), un definitivo problema de seguridad del sistema mundial (moderación) y un problema esencial de significación futura (la nueva modernización).

Desde el punto de vista venezolano, por ejemplo, debemos darnos cuenta de que, después de un intento de emancipación opepístico, la arteria petrolera y la vena de la deuda, la aorta y la cava de nuestro sistema económico, están ahora más controladas por el exterior. Dentro de nuestro actual perímetro, podemos combinar y recombinar política económica tras política económica sin que podamos modificar la verdad de un petróleo en demanda norteña declinante—con lo que se nos agota lo que el IESA ha reconocido como aquello que nos ha permitido el lujo de una aversión al conflicto—o la verdad de un mercado interno no sólo pequeño, sino depauperándose entre las pinzas del desempleo y la inflación.

Estos son, entre otros, problemas que la “tesis” de la confederación ibérica o hispánica resuelve. Por tanto la declaración de tesis correcta debe darse sólo si no hubiese otras tesis que resolvieran el mismo conjunto de problemas. Acá no cabe otra cosa que invitar a la proposición de esas tesis alternas. Me gustaría mucho poder escucharlas, pero hasta ahora no conozco ninguna. Creo que Diego Urbaneja tiene razón en llamar importantes a estos y otros problemas. E importantes significa, justamente, que hay que buscarles solución. No podemos ignorarlos.

Esa es la justificación interna, la justificación de lo correcto para “tal unión misma». No conozco “daños” sociales que esa confederación pudiera inflingir a los estados miembros que resulten superiores a los beneficios que pudiera reportar a cada uno. En lo de Puerto Rico casándose con los Estados Unidos de Norteamérica, en lo de España entrando en la OTAN o el Mercado Común Europeo, creo que si se vislumbrara la posibilidad de la unión política iberoamericana las cosas se verían diferentes, del mismo modo que un elector promedio en Francia dice que votará por la oposición en las elecciones legislativas de 1985 porque no tiene otra opción. Nuestra inveterada tendencia a disminuirnos y la propaganda de los países herramentistas que nos ha hecho identificar el progreso con una mayor cantidad de herramientas, llevan a que se suponga que el ingreso de España en un club armamentista o en un mercado en el que se le condiciona el título de comerciante y se le niega el de ciudadano es “halar hacia adelante”, mientras puede ser visto como “halar hacia atrás” la reunión de los activos iberoamericanos.

Hay que ser realmente muy poco valorador de uno mismo para pensar, por otra parte, que nuestro desarrollo pudiera ser negativo para otros, pero, si aun así lo fuera, se trataría de elegir entre un desarrollo de los otros que hasta ahora nos ha sojuzgado o un desarrollo nuestro sin intención alguna de dañarles.

Estos debieran ser argumentos suficientes. No creo que necesitamos, siendo las cosas así, una justificación histórica. No se trata de “reconstituir” un imperio ni de justificarnos como museo en una eterna reiteración adoratriz de los panteones. El futuro no es historia todavía, por lo que una justificación por el futuro difícilmente puede justificar históricamente nada.

Pero a mayor abundamiento tenemos esa historia, y esa lengua y esa religión y esa cultura que Diego reconoce como factores de una hermosa intuición.

Pregunto, ¿qué tiene de malo que la idea de la unión iberoamericana sea, como él lo declara, bellísima? La pura racionalidad, actuando sobre contenidos incorrectos, es perfectamente capaz de producir locuras. Por esto no es nada despreciable, aun desde un punto de vista estrictamente funcional y utilitario, la estética política. ¿Qué tiene de malo que sea “intuitivamente muy deseable? Los calificativos no los he puesto yo; es Diego Urbaneja quien ha elegido decir que los problemas que se resolverían son importantes, que la deseabilidad de la unión es mucha y que la estética de la idea es superlativa.

Pero hay un sentido profundo en el que la tesis, o más que la tesis la causa, puede ser declarada como correcta. En política la corrección final la confiere el entusiasmo del pueblo. ¿Por qué no consultar el asunto con él? ¿Por qué no preguntarle a los habitantes del área? Ese sería un experimento corroborador o falsificador. No tengo dudas de que si se expusiera la idea correctamente formulada los habitantes de Iberoamérica responderían positivamente, como negativamente los españoles están respondiendo al referéndum sobre el ingreso definitivo a la OTAN.

Luego viene, por supuesto, el terreno de la corrección por factibilidad. Por eso preguntamos por los obstáculos. Por eso inquirimos por la improbabilidad. Lo que me lleva a discutir el asunto con la intención de referirme a la nota final de Diego Urbaneja sobre “grandiosidad” vs. «realismo».

Hay un cierto grado de improbabilidad. Toda la que se derive de nuestras tendencias a presumir de cabeza de ratón. Todo lo que tendría que ser el esfuerzo adaptativo de nuestras actuales políticas, formuladas en términos de perímetros locales, para el ensamblaje del conjunto. Todo lo que sean malinterpretaciones de lo que en verdad se está proponiendo.

Los Artículos de Confederación

Por ejemplo, hay un documento de la historia política no muy conocido: los Artículos de la Confederación de los Estados Unidos de América, los que fueron redactados con antelación a la constitución norteamericana. En ellos se estipula (Artículo Segundo), que cada Estado retendrá “su soberanía, libertad e independencia, y cada poder, jurisdicción y derecho, que no sea por esta Confederación delegado a los Estados Unidos reunidos en Congreso”. En lo que se propone, pues, no se va más allá de justamente la misma previsión de los norteamericanos. No se va en contra de facultades actuales que no sean, por ejemplo, el derecho de practicar la guerra contra terceros, cosa que no creo sea muy interesante o práctica para ningún miembro de la confederación que se postula.

No es éste el espacio para delinear lo que serían unos artículos de la Confederación Iberoamericana, pero se trataría en todo caso de cosas tales como la mencionada de la guerra y en general la diplomacia, el establecimiento de una moneda general del ámbito, la fusión de las deudas externas, el libre tránsito y comercio de los nuevos ciudadanos. Cosas, por ejemplo, como una policía federal, más potente, concederemos, que nuestras policías locales ante la vigente realidad de un crimen transnacionalizado.

Que esto sea improbable es una perogrullada. El trabajo del hombre es precisamente la negación de probabilidades, la consecución de cosas improbables. Esto no se dará por arte de magia, de una mano histórico-telúrica. La Confederación Iberoamericana, Dr. Urbaneja, es ciertamente improbable. De eso justamente se trata. Su improbabilidad es la que llama nuestro esfuerzo. Pero ese esfuerzo no puede ser “casi sensato». Esto estaría muy bien si los otros, si los interlocutores sajón y ruso se comportaran “sensatamente», si tuviéramos todo el tiempo del mundo. No lo tenemos.

Y, finalmente, de la necesidad de un ritmo “insensato” hay que pasar a comentar lo de la “grandiosidad». Es interesante constatar lo cargado de la comparación, pues Diego no opone realismo, término positivo que usa para describir su postura, a grandeza, sino al término degenerado de grandiosidad que emplea para describir la mía. Es también muy sesgado oponer lo concreto de los obstáculos a lo que él llama una “línea de razonamiento abstracta» la que, en todo caso, no sería más abstracta que la de él. Comencemos por esto último.

Mi discurso no ha versado sobre una geometría, sobre un sistema gramatical teórico o alguna estructura algebraica. Yo creo que pocas cosas tienen más concreción que los problemas a los que nos hemos referido. Por lo contrario, casi que el peligro es sólido. Eso por lo que toca a la acusación de “abstracto”, añadiendo, tal vez, que tan concreto como un obstáculo es un recurso y tan exigente es una amenaza como una oportunidad.

Por lo que respecta a la denuncia de “grandiosidad” lo que puedo decir es que el tamaño del problema no ha sido determinado por mí. Con todos mis pecados, puedo probar que no soy el mayor “responsable” de la crisis. Ella está allí afuera, delante de nosotros en toda su inmensa dimensión. Y por lo que concierne a lo que parece ser la ineludible referencia a Bolívar y a los que fueron sus opositores, llegaría a decir que Páez tuvo razón y Bolívar también. La diferencia está en que Bolívar tuvo una razón más grande.

La razón de la indecsisión

Este es, en verdad, un período de indecisiones. Pero es en gran medida un período de indecisión porque es un período de indecidibilidad; porque, como ocurre cada vez que un esquema, una tesis, una doctrina prevaleciente, queda rebasada por los problemas, parece trabarse y ser incapaz de ofrecer la posibilidad de decidir. Dentro de un paradigma ya agotado, el problema es que encontramos proposiciones contradictorias para las que carecemos de regla de decisión. Dentro de un paradigma que ya se nos trabó, nos es imposible conciliar la idea de la validez de la emancipación americana con la de una nueva reunión. En cambio, en un punto de vista desde el que pasear la mirada ya no reconoce, entre otras cosas, la realidad ya muerta de un sojuzgamiento por parte de España, es posible seguir declarando la grandeza de la epopeya de Bolívar y la altísima conveniencia de la confederación.

Suelo decir que lo importante rara vez es urgente. En cuanto a la certificación de importancia me basta con la que una persona tan especial como Diego Bautista Urbaneja ha emitido al comienzo de sus respuestas. Lo que quiero proponer es que el momento de la identificación entre importancia y urgencia ya ha llegado. LEA

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