Introducción al marxismo-chavismo

 

Karl Heinrich Marx (1818-1883)

 

Emergí de mi proyecto sobre Marx en la creencia de que antes que demonizar a Marx es mejor entenderlo. Si se usa su nombre en el discurso político, esto debe hacerse como con los otros grandes pensadores: como una fuente de ideas. Sea que estemos o no de acuerdo con él, hay lecciones que aprender de Marx. Creer otra cosa es ignorar a un hombre y a un período de la historia que son cruciales para entender el nuestro.

Mary Gabriel

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Esto nos dice el Diccionario de la Lengua Española que es el Socialismo en su vigésima segunda edición: 1. m. Sistema de organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la distribución de los bienes. 2. m. Movimiento político que intenta establecer, con diversos matices, este sistema. 3. m. Teoría filosófica y política del filósofo alemán Karl Marx, que desarrolla y radicaliza los principios del socialismo.

En Venezuela, lo determinante para saber a qué atenernos es el significado del término socialismo que habita las neuronas del Presidente de la República, Hugo Chávez Frías, ya que él es el sumo sacerdote de su revolución; es él quien determina su sentido.

No está claro lo que Chávez quiere decir cuando habla de socialismo, por cuanto él mismo ha dicho que el socialismo que busca implantar en Venezuela «hay que inventarlo»; sería el «socialismo del siglo XXI». Es decir, tal cosa no está aún definida. Sabemos, por supuesto, que es un socialismo marxista. He aquí el audio de su admisión en la Asamblea Nacional el 13 de enero de 2009:

Hugo Chávez Frías, 13 de enero de 2009

¿Qué es, entonces, el socialismo marxista? ¿Qué es ser marxista?

Ser marxista es, primero que nada, entender el desarrollo de la humanidad desde el punto de vista de un tal «materialismo histórico», la idea de que la humanidad ha pasado por varias fases de organización social: el «comunismo primitivo» de la sociedad tribal; la sociedad antigua que viene de la invención de la agricultura junto con la propiedad privada y la esclavitud; la sociedad medieval donde la esclavitud se sustituye por la servidumbre de la gleba y comienza a establecerse la burguesía (artesanos habitantes de burgos); la sociedad capitalista que emerge de la Revolución Industrial, en la que un estamento de patronos, dueños de los medios de producción, acumula capital crecientemente a partir de la apropiación del trabajo de los obreros a quienes domina. En este esquema, siempre hay—salvo en la sociedad tribal en la que la propiedad habría sido común (?)—un conjunto de «poseedores» y otro de los «desposeídos», enfrentado al primero en una «lucha de clases».

En cada caso, las relaciones económicas entre las clases vendrían determinadas por una base de las posibilidades técnicas de la producción, y se corresponden con una «superestructura» de relaciones políticas y jurídicas que siempre benefician a los poseedores y protegen su dominación. Esto es lo que el socialismo cambiaría, mediante una revolución que adjudique el poder político a las clases desposeídas. Según el análisis de Marx, un sistema político capitalista (que privilegia a los dueños de los medios de producción) entrará inevitablemente en crisis, ineficiencias y contradicciones, hasta que una revolución invierta los términos de la ecuación de poder. En la terapéutica socialista clásica, un partido socialista (comunista) conducirá la revolución y establecerá una «dictadura del proletariado» que estatizará todos los medios de producción para convertirlos en empresas de propiedad colectiva que producirán para el uso de los consumidores, no para la ganancia de los empresarios. En una etapa ulterior y final, ya no habrá diferencias de clase social y entonces el Estado mismo dejará de ser necesario: es la etapa comunista.

En dos platos, eso es el marxismo. Naturalmente, esta relación esquemática es una sobresimplificación: el edificio marxista es mucho más complicado que eso, e incluye precisiones en muchos puntos. (Por ejemplo, adopta una filosofía materialista de la realidad, el materialismo dialéctico, y discute refinadamente el concepto de alienación o el papel de la ideología). También ha dado origen a numerosas variantes y a un numeroso conjunto de exégetas del pensamiento de Marx, el profeta mayor.

Una importante vertiente del marxismo, la primera en adquirir el poder político total, es la del marxismo-leninismo. Wikipedia en Español nos informa:

Lenin disfrazado con peluca (1917)

El marxismo-leninismo es una forma de comunismo, oficialmente basado en las teorías de Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir Lenin, que promueve el desarrollo y la creación de una sociedad comunista internacional a través de la dirección de un partido de vanguardia que preside sobre un estado revolucionario socialista que representa la dictadura del proletariado. El marxismo-leninismo (y sus derivados) fue la ideología dominante del movimiento comunista internacional después de la ascensión de José Stalin en la Unión Soviética y, como tal, es la ideología política y el movimiento asociado con mayor frecuencia con la palabra «comunismo». Una sociedad organizada a través de un partido de vanguardia en principios marxistas-leninistas busca purgar cualquier cosa considerada burguesa o idealista de ella; además, se busca implementar el ateísmo universal a través de la abolición de la religión. Apoya la creación de un Estado de partido único; rechaza el pluralismo político externo al comunismo, afirmando que el proletariado necesita un partido político único, capaz de unificar y por el que representarse a sí mismos y ejercer un liderazgo político. A través de la política democrática de centralismo, el partido comunista es la institución política suprema del Estado marxista-leninista y es la primera fuerza legal de la organización social.

El marxismo-leninismo es una ideología de extrema izquierda sobre la base de los principios de conflicto de clases, el igualitarismo, el materialismo dialéctico, el racionalismo y el progreso social. Es anti-burguesa, anticapitalista, anticonservador, antifascista, antiimperialista, antiliberal, antireaccionario, y se opone a la democracia burguesa.

(…)

El Estado marxista-leninista utiliza una economía socialista estatal, basada en la planificación científica y el consenso democrático. Es compatible con la propiedad pública y la organización de la economía a través de la abolición de la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción, que se convierten en propiedad común utilizada por el pueblo a través del Estado. En el pasado, generalmente se reemplazaba el papel del mercado en la economía capitalista con una gestión estatal centralizada de la economía, lo que se conoce como una economía dirigida. Sin embargo, en las últimas décadas surgió una alternativa economía marxista-leninista llamada economía de mercado socialista, que fue utilizada por la República Popular de China, República Socialista de Vietnam históricamente por la República Popular de Hungría y la República Federativa Socialista de Yugoslavia.

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¿Es Hugo Chávez un marxista-leninista? Algunas de las ideas descritas están presentes en su concepción política, sin duda; todo lo enumerado, por ejemplo, en el segundo párrafo del trozo precedente. Pero él ha negado explícitamente que lo sea. El 28 de julio de 2007, decía en alocución a una reunión de dirigentes del futuro Partido Socialista Unido de Venezuela (en cuya primera fila destacaba Juan Barreto):

Hugo Chávez Frías, 28 de julio de 2007

En efecto, si Chávez se confiesa cristiano, no puede ser marxista-leninista dado que, como explica Wikipedia, esta postura «busca implementar el ateísmo universal a través de la abolición de la religión». Pero no sólo por eso; en más de una ocasión Chávez y colaboradores suyos han indicado que su proyecto reserva algún espacio a la libre empresa. El marxista-leninista es comunista, y Chávez ha dicho no serlo. De nuevo, hablando en el lanzamiento del Congreso Fundacional del PSUV (13 de enero de 2008), habló de esta manera:

Hugo Chávez Frías, 13 de enero de 2008

Marxista y cristiano

¿Qué es, entonces, Hugo Chávez? Es un pasticho ideológico, primero que nada. Su peculiar y primitiva confusión de cristianismo y socialismo, por ejemplo, es signo suficiente de que no ha comprendido bien los conceptos fundamentales de la fe cristiana y los hechos relatados de la vida de Jesús de Nazaret.

Estando una vez en Buenos Aires concedió una larga entrevista al programa Dos voces, transmitida el 8 de agosto de 2007 por Todo Noticias, una especie de Globovisión argentina. Al iniciarse la segunda mitad de la transmisión, se pidió a Chávez que dijese si consideraba que Venezuela es un país socialista, y uno de los entrevistadores—Gustavo Sylvestre—introdujo la consideración de que “…para algunos ya [el socialismo] pasó de moda, las ideologías han muerto…”

En este terreno nuestro presidente se encontró a sus anchas, y así contestó: “Mira, el socialismo nunca morirá. Cristo vino al mundo a lanzar un proyecto socialista, perfectamente socialista: la igualdad… la igualdad, el amor entre los seres humanos… la hermandad… en la comunidad, la ecclesia… Así que eso nunca morirá”. Ante esta declaración, el segundo entrevistador—Marcelo Bonelli—intentó precisar: “Pero ¿qué quiere decir? ¿Que el cristianismo es socialismo?” Chávez prosiguió impertérrito, cómodo: “Sí, sí. Teilhard de Chardin, el gran téologo—tú lo debes haber leído—, con un profundo raciocinio demostró que el socialismo y el cristianismo van de la mano. El capitalismo es anticristiano. Ve, Cristo llegó con un látigo, a sacar a los mercaderes del templo”.

Bueno, eso es una comprensión de profundidad no mayor a la de una cultura de Selecciones del Reader’s Digest. Jesús de Nazaret no “llegó” con un látigo. Chávez hace que un episodio específico del relato evangélico, la expulsión de los mercaderes del templo, predomine como conducta típica o principio programático. Jesús no llegó a expulsar mercaderes del templo, sino a exponer una rica doctrina del amor, que requiere muchas más páginas que las necesarias para describir su violencia cuando se trataba de la profanación de lo que tenía por la casa de Dios. En un episodio entre cientos de episodios muy distintos, expulsó con fiereza a quienes lucraban su religión judía desde puestos de buhonero que afeaban la entrada del templo divino. Pero Jesús habló en sus sermones afectuosamente de personas ricas y tuvo más de un amigo rico (Lázaro, por ejemplo). Jesús abrazaba a mercaderes sin empacho, considerándoles profesionales necesarios, perfectamente capaces de bondad. Y también, dicho sea de paso, daba al César lo que es del César. Ni el episodio evangélico de los mercaderes del templo contiene el tono más frecuente de Jesús, ni éste vino a “lanzar” un proyecto socialista. La cuenta de la Última Cena no la pagó él (¿William Ruperti?) y su sepulcro fue provisto por el rico señor José de Arimatea.

No se puede decir, además, que «con raciocinio profundo» Teilhard de Chardin—que no era un teólogo sino un paleontólogo—demostrara nada como lo que Chávez entiende. Para empezar, difícilmente puede demostrar nada lo que es una especulación; grande, bella, sugerente, poderosa, pero especulación al fin. Tampoco “llegó” Teilhard con un programa socialista en la mano, mucho menos un manifiesto comunista. A lo que Teilhard llama “Socialización”—no socialismo—es a un proceso que dará paso a una mente colectiva del planeta, a una reflexión simultánea de la humanidad, no a la estatización de compañías privadas o la constitución de cooperativas. Por otra parte, la interpretación de El Fenómeno Humano, la obra cumbre del jesuita francés, en toda su hermosa y persuasiva espectacularidad, no es algo de lo que la ciencia más apacible pudiera decir quod erat demostrandum.

Lo que lleva a comentar la noción, muy extendida en gente socialista, de que el marxismo es una teoría científica. Marx, es verdad, llegó a creer que había descubierto «las leyes de la Historia», y por eso bautizó a su variedad de socialismo como «científico», para distinguirlo de la prédica de socialistas a quienes llamó utópicos. (No es sólo Chávez quien cree en esa «ciencia». Su antiguo defensor, ahora archienemigo, el general Raúl Isaías Baduel, declaró así al entregar la cartera de Defensa el 18 de julio de 2007: «…si la base para la construcción del Socialismo del Siglo XXI es una teoría científica de la talla de la de Marx y Engels, lo que construyamos sobre ella no puede serlo menos…»)

Esas leyes históricas serían tan exactas y predictivas como las de Newton; sirvieron a Marx para aventurar predicciones sobre los países donde llegaría a establecerse el socialismo y la muerte inminente del capitalismo. Las erró absolutamente todas. Karl Popper—en La miseria del historicismo, (1957)—se encargaría de mostrar por qué. (Ver en este blog La miseria del chavismo).

En cualquier caso, no puede negarse en Marx y en muchos de sus seguidores la preocupación por su ideal de justicia social. A Marx lo molestaba una contradicción: «Debe haber algo podrido en el corazón de un sistema social que aumenta su riqueza sin disminuir su miseria». Pero no es necesario ser socialista o marxista para sentir la misma desazón.

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El marxismo-chavismo es, pues, una mescolanza mal digerida de ideas periclitadas. Si, como Chávez cuenta, el propio Fidel Castro reconoce que hay un mundo nuevo por razón de la realidad informática—no hay mucho mérito en ese reconocimiento; entre nosotros, un hombre mayor que Castro lo ha dicho: Ramón J. Velásquez (ver en este blog Testigo excepcional)—, mal pueden las ideas rígidas de Marx ayudar a manejarlo.

Chávez dice que él es un socialista revolucionario, sin explicar suficientemente el asunto. Por él lo explicó Carl D. Thompson (1870-1949), predicador y político estadounidense, en un artículo publicado el 2 de octubre de 1903 en The Vanguard: «Entendemos por ‘socialismo revolucionario’ la captura de los poderes políticos de la nación por la clase trabajadora en oposición a la clase capitalista». El error es obvio: la nación está compuesta por trabajadores y, también, por empresarios; hoy en día, por muchos otros roles sociales que no pueden ser incluidos en esas categorías que pretendían agotar la anatomía de la sociedad en el siglo XIX. La nación entera, no una clase numerosa o poco numerosa, debe controlar sus poderes políticos.

En 1959, mi padre trajo a la casa algunos documentos de la Secretaría de Doctrina de Acción Democrática, que dirigía Domingo Alberto Rangel (Q. E. P. D.) quien, por cierto, opinó el 15 de abril de 2009:  «Chávez es el hablador de paja más grande de la historia de Venezuela, supera en eso a Juan Vicente González, al cabito Cipriano Castro y a cualesquiera otros charlatanes de nuestra historia». Bien, el principal entre los documentos de doctrina adeca establecía justo al comienzo: «Acción Democrática es un partido marxista»; eso, cuando ya era Rómulo Betancourt el Presidente de la República de Venezuela. Claro, al tercer párrafo aclaraba que AD empleaba el marxismo como herramienta de análisis de la sociedad, no como prescripción terapéutica. Es decir, Chávez es adeco. Por algo dijo Teodoro Petkoff en 1999 que los chavistas tenían todos los defectos de los adecos de 1945 y ninguna de sus virtudes.

Pero el verdadero partido de Chávez no es el PSUV, sino el partido militar que Ramón J. Velásquez identificaba en RJV: El siglo que he vivido. Un ingrediente esencial, el más fundamental de todos en la ensalada de filosofía política que es la concepción chavista, es la prescripción de Norberto Ceresole: líder, ejército, pueblo. El socialismo del siglo XXI, el marxismo-chavismo, es un marxismo militarista. LEA

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Sí vamos a hacer algo

Higuerote: Al mal tiempo buena cara

El 5 de agosto de 2008, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, cuyo deber es proteger la constitucionalidad de leyes y otros actos de los poderes públicos (Artículo 336 de la Constitución), procedió a amputarla. Para cohonestar un conjunto de inhabilitaciones políticas inconstitucionalmente dictadas por el contralor Russián en ese año, sentenció que la protección establecida en el Artículo 42 de la Constitución—“El ejercicio de la ciudadanía o de alguno de los derechos políticos sólo puede ser suspendido por sentencia judicial firme en los casos que determine la ley”—ampara solamente ¡a los venezolanos por naturalización! El cirujano jefe, el ponente de la monstruosa interpretación, tramposa y cínica, fue el magistrado Arcadio de Jesús Delgado Rosales, hijo del jurista José Manuel Delgado Ocando, a quien debiera caérsele la cara de vergüenza con la mutilación que su progenie llevó a cabo. La Asamblea Nacional ha premiado a Delgado Rosales el pasado 7 de diciembre (día propio para traiciones, como la de Pearl Harbor), al confirmar su nombramiento como Magistrado Principal de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia.

Es esa misma Sala la encargada de decidir sobre la demanda de protección de la Constitución introducida, al día siguiente del nombramiento de Delgado Rosales y otros magistrados, por la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción (Fedecámaras) con la asistencia dudosamente conveniente de la abogada Cecilia Sosa. No es una sala imparcial u objetiva la que decidirá sobre el recurso; es una sala militante, que se concibe a sí misma como entidad revolucionaria, autorizada por esto mismo a reventar cualquier límite jurídico o ético, como lo hizo ya al mutilar el Artículo 42, con tal de sostener el poder del «líder del proceso».

Arcadio de Jesús: el Derecho como cirugía

La iniciativa de Fedecámaras es laudable. La máxima representación empresarial  afirma con entera razón que la Constitución no prescribe o autoriza un Estado socialista en Venezuela, y emplaza al Tribunal Supremo de Justicia a que corrobore esta verdad más que evidente. Pero es de una supina ingenuidad creer que ese Tribunal Supremo de Justicia va a darle la razón a Fedecámaras, que para el oficialismo es la destilación más pura del capitalismo salvaje y explotador, que la identifica, no sin razón, con las actividades conspirativas de las que Pedro Carmona Estanga, su ex presidente, fuera mascarón de proa; es una presunción tan peregrina como aquella incompetente ocurrencia de Primero Justicia en 2002, que supuso que una Asamblea Nacional de mayoría gobiernera introduciría una enmienda constitucional de recorte del período presidencial de Hugo Chávez.

No faltará, sin embargo, quien defienda la sabiduría de la acción intentada porque la previsible negativa de la Sala Constitucional «pondría en evidencia» al régimen. ¿Qué más evidencia se necesita? ¿Es que el régimen no se pone en evidencia desfachatadamente por sí mismo todos los días? ¿Es que no conocemos el carácter del reo desde el 4 de febrero de 1992, hace ya casi 19 años? ¿Cuál es la utilidad práctica de las «puestas en evidencia», cuál su impacto real para modificar el perverso proceso?

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El presidente Chávez ha vuelto a «solicitar» a la Asamblea Nacional que le dote de poderes extraordinarios, que le habilite mediante legislación especial, por cuarta vez, para que sus decretos adquieran rango de ley. El presidente Chávez ha ofrecido como pretexto la preocupante situación que las prolongadas lluvias de noviembre han traído.

Por supuesto, el presidente Chávez no controla los elementos, aunque ganas no le faltan de adornar su lucido papel de Bolívar reencarnado repitiendo arrogantes palabras del Libertador: «Si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca». (En general, el presidente Chávez no se mete en peleas que sabe que va a perder). El presidente Chávez no podía hacer nada para aplacar la lluvia despiadada, como antes no pudo mitigar la sequía relacionada con el fenómeno meteorológico de El Niño, al que cargó la culpa de la irresponsabilidad de su gobierno en asunto de suministro eléctrico, sobre el que ejerce un completo monopolio. Pero justificar una cuarta ley habilitante sobre el dolor de los aquejados por las lluvias más recientes es desalmado y falso, tan postizo como su vistosa demagogia al alojar una minúscula fracción de damnificados en Miraflores.

El proyecto de ley habilitante no es siquiera una creación de la Asamblea Nacional, órgano que se desentiende de sus facultades constitucionales al remitirlas a ucases de la Presidencia de la República. Ésta, para guardar las apariencias, lista de primera la facultad de legislar «En el ámbito de la atención sistematizada y continua a las necesidades humanas vitales y urgentes derivadas de las condiciones sociales de pobreza y de las lluvias, derrumbes, inundaciones y otros eventos producidos por la problemática ambiental».

Más específicamente, la facultad permitiría:

a) Dictar normas que regulen los modos de proceder de autoridades públicas o entidades privadas, ante calamidades, emergencias, catástrofes u otros hechos naturales que exijan medidas inmediatas de respuesta y atención para satisfacer las necesidades humanas vitales. Las normas promoverán la participación popular en la ejecución de las medidas destinadas a asistir a los ciudadanos o ciudadanas en situación de calamidad, garantizándoles el restablecimiento integral de las condiciones básicas que contribuyan al buen vivir.

b) Dictar normas que regulen el establecimiento y ejecución efectiva, de condiciones de prevención y seguimiento en aquellas zonas declaradas en emergencia, calamidad o alta afectación por eventos o infortunios producto de las fuerzas de la naturaleza. Igualmente, las normas establecerán el régimen especial de administración de las zonas así declaradas.

Veamos. ¿Cuándo fue que aconteció el desastre del estado Vargas, que también afectó al estado Miranda mucho, como está afectado ahora? Creo que eso pasó en 1999, hace once años. ¿Cómo carrizo es que el presidente Chávez, tan preocupado (de la boca para afuera) por los pobres dejó pasar once años sin regular «los modos de proceder» públicos y privados ante calamidades, emergencias y catástrofes? Su «modo de proceder» es típico. Las cacareadas «misiones» sólo hicieron su aparición en la segunda mitad de 2003, y sólo lo hicieron porque el presidente Chávez confrontaba entonces el albur de un referendo revocatorio de su mandato. Hasta ese momento, había gobernado cuatro años y medio sin ocuparse del analfabetismo, o la salud, o la cesta de alimentos de la población.

Es sólo ahora, después de un nuevo desastre—que hubiera sido mucho menor si el Estado, monopolizador de la cabilla y el cemento, interventor y expropiador de empresas constructoras, hubiera construido las viviendas de los necesitados, y no la ridícula cantidad de 13.000 por año—, sólo después de que las lluvias han amainado misericordiosamente, cuando decide que hay que ocuparse de las «condiciones de prevención y seguimiento en aquellas zonas declaradas en emergencia, calamidad o alta afectación por eventos o infortunios producto de las fuerzas de la naturaleza».

Chávez: al buen tiempo mala cara

La justificación esgrimida para la ley habilitante es realmente cínica. No es en absoluto necesaria para enfrentar la emergencia. En la Constitución hay todo un capítulo—De los Estados de Excepción, el segundo del Título VIII—cuyo Artículo 338 ha establecido: «Podrá decretarse el estado de alarma cuando se produzcan catástrofes, calamidades públicas u otros acontecimientos similares que pongan seriamente en peligro la seguridad de la Nación o de sus ciudadanos o ciudadanas. Dicho estado de excepción durará hasta treinta días, siendo prorrogable por treinta días más». Ya el elefantiásico, enrevesado y últimamente adulterado dispositivo jurídico del país contiene las previsiones necesarias para resolver los problemas causados por las lluvias de noviembre. Nada hay en este pretexto, esta coartada para amarrar—inconstitucionalmente, por lo demás—a una Asamblea Nacional pronta a asumir sus poderes con 67 diputados que no acatan la voluntad omnímoda del presidente Chávez, que justifique un año entero de legislación por decreto, esta multiplicación por doce de lo previsto en la Constitución. Son previsiones que no fueron atendidas, a tiempo, por un imprevisivo gobierno culposo.

Pero es evidente la vocación monárquica del presidente Chávez en la redacción de la nueva y monstruosa ley habilitante. Todavía en lo atinente a la emergencia pluvial, hay una facultad que no tiene que ver con ella y cuya redacción difusa y genérica puede permitir cualquier cosa: «Dictar medidas que permitan desarrollar de manera equitativa, justa, democrática y participativa los derechos de la familia venezolana para su buen vivir». (¿?)

Luego vienen facultades extraordinarias y autosuficientes para legislar «En el ámbito de la infraestructura, transporte y servicios públicos»—muy especialmente, para «Dictar y reformar normas regulatorias en el sector de las telecomunicaciones y la tecnología de información, los mecanismos públicos de comunicaciones informáticas, electrónicas y telemáticas»—, «En el ámbito de la vivienda y hábitat», «En el ámbito de la ordenación territorial, el desarrollo integral y del uso de la tierra urbana y rural», «En el ámbito financiero y tributario», «En el ámbito de la seguridad ciudadana y jurídica», «En el ámbito de seguridad y defensa integral», «En el ámbito de la cooperación internacional» y «En el ámbito del sistema socioeconómico de la Nación».

Valdrá la pena guardar los nombres de los diputados (y diputadas) que se disponen a abdicar sus atribuciones legislativas y a hipotecar las de la próxima Asamblea Nacional, pues serán los de traidores (traidoras y traidoros) de la Constitución y del Pueblo.

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¿Qué hace la oposición? ¿Era imposible que previera la grosera jugada habilitante del gobierno, que hace a Teodoro Petkoff escribir que «Chávez ha comenzado a recorrer, ahora sí, el camino de la dictadura»?

Una cabeza experimentada, competente y seria como la de José Rafael Revenga lo previó con, al menos, un año de antelación. En su artículo 2010: año de la tromba (14 de diciembre de 2009), enumeró los siguientes pelos y señales:

Aprobar, antes de finalizar las sesiones parlamentarias preelectorales de 2010, una nueva Ley Habilitante que otorgue al Jefe del Estado la capacidad de promulgar—digamos durante unos 24 meses—los decretos presidenciales con “fuerza, valor y rango de ley”. Este curso de acción podría sortear la imposibilidad para el oficialismo de aprobar una nueva Ley Habilitante a partir de enero del 2011, en caso de que la representación democrática obtuviera, en el primer escenario, 67 o más votos parlamentarios, con lo cual superaría el tercer punto de inflexión, o sea que traspasaría el umbral de los tres quintos de los votos necesarios para la aprobación de una Habilitante.

Esta estrategia impondría de hecho a la Asamblea una inactividad vacacional durante los años 2011 y 2012, la cual en principio despejaría en buena medida el camino hacia la reelección presidencial prevista para fines del 2012.

La damnificación de decenas de miles de venezolanos fue para el presidente Chávez un evento afortunado, pues le proporcionó la excusa para la habilitación que quería y que Revenga, una sala situacional de un solo miembro, había previsto con tanta clarividencia. La damnificación ha servido para competir por figuración política, para oponer la vistosidad de la mudanza del presidente Chávez a una tienda que le regalara Kadaffi a la de una fotografía del gobernador Capriles Radonski con el agua al pecho. (Este último declaró, y El Nacional consideró sus palabras material de primera plana para el domingo 12 de diciembre, el siguiente cliché: «En Miranda está prohibida la palabra tragedia». Habrá que explicar a un superviviente del colapso de su casa, en el que su esposa y prole hayan perecido, que eso ha sido una comedia).

La oposición formal, reunida en la Mesa de la Unidad Democrática, no ha pasado de las rituales declaraciones críticas, convocar una marcha de protesta contra las expropiaciones—cuando ya el presidente Chávez y el general, todavía de tres soles, Rangel Silva, habían declarado que la fuerza militar no admitiría un presidente distinto del actual—que debió ser suspendida por el estado del tiempo, y de elevar sus quejas a instancias internacionales, probablemente para «poner en evidencia» al régimen.

En la periferia de la MUD, voces habitualmente lúcidas no atinan a señalar un rumbo. Petkoff ha concluido dos recientes editoriales—14 y 15 de diciembre—con preguntas, no con respuestas: «¿No vamos a hacer nada?»  y «¿Se lo va a calar el país?», después de sentenciar: «Chávez ha comenzado a recorrer, ahora sí, el camino de la dictadura». El mismo día 15 dijo a Globovisión que el pueblo haría algo, pero que no sabía lo que haría.

Bueno, lo que hay que hacer es muy claro: activar el Poder Constituyente Originario, el Poder del Pueblo, superior a cualquier poder constituido, para pararle el trote al presidente Chávez y a su corrupto y obsecuente entorno. Las cosas han llegado a un punto en el que «la estrategia» no puede ser otra que apelar directamente al Soberano, porque ya esas cosas no deben ser decididas por Chávez, Jaua, Ramos Allup o Aveledo. Ahora es un asunto de Corona. Es ésta la que debe pronunciarse.

La Corona

Un referendo consultivo convocado por iniciativa popular puede consultar a la Corona, al enjambre soberano, si está de acuerdo con la implantación en Venezuela de un régimen político-económico socialista (consulta que el presidente Chávez, perfectamente capaz, se ha negado a propiciar; ver Emplazamiento de Caracas); si está de acuerdo con la postura antidemocrática del presidente Chávez y su más reciente General en Jefe que impediría el ejercicio de otro presidente elegido por el Pueblo; si está de acuerdo con la amputación perpetrada por el cirujano Arcadio de Jesús a la altura del Artículo 42 de la Constitución Nacional; si está de acuerdo con que el presidente Chávez legisle una cuarta vez a punta de sus decretos.

Ningún otro ente que el Pueblo, la Corona, puede hacer eso. Es sólo de una mayoría del Pueblo el derecho de rebelión; sólo una mayoría de la comunidad tiene el «derecho indudable, inalienable e irrevocable de alterar, reformar o abolir» un gobierno contrario a la seguridad y prosperidad de la Nación. Este problema no es incumbencia de golpistas.

Tampoco es asunto de la oposición mineralizada o de su federación electoral, la Mesa de la Unidad Democrática. Ésta es una convocatoria que deben propiciar voces no alineadas, en asociación de cualesquiera venezolanos, inscritos o no en partidos, con un propósito único y finito: lograr la consulta al Enjambre Soberano de los ciudadanos de Venezuela.

Desde que este procedimiento fuera propuesto por vez primera (Parada de trote, 23 de julio de 2009), algunos opositores burocráticos han encontrado inconvenientes que aducen insinceramente, porque no vieron la salida primero. Ahora, cuando ya salieron de sus elecciones del 26 de septiembre, si no van a ayudar que no estorben.

LEA

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