Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela

sorpresa

INTRODUCCIÓN

¿Es posible que el barril de petróleo se coloque en veinticinco dóla­res en menos de un mes? ¿Es posible que el precio del petróleo descienda a diez dólares por barril? ¿Es posible una guerra entre Venezuela y Colombia? ¿Es posible un golpe de Estado en Venezuela? ¿Es posible una guerra mundial? ¿Es posible un material superconductor económico a temperatura ambiente? ¿Es posible un ataque terrorista al Metro de Caracas o a las líneas de transmisión del Complejo del Guri? ¿Es posible ganarse el loto? ¿Es posible que el próximo Presidente de Venezuela no sea miembro de Acción Democrática y COPEI?

La insólita condición del ambiente del tomador de decisiones de hoy día ha generado variadas imágenes más o menos descriptivas. Así, por ejemplo, Iván Lansberg Henríquez habla de «turbulencia» para referirse a los tiempos actuales. El politólogo Mauricio Marcelino Báez, en una reciente presentación al Grupo de Predicción e Interpretación de CORIMON, declara hallarse perplejo en materia de posibilidades de predicción electoral y admite con reiteración que «todo es posible». Yehezkel Dror lo pone en los siguientes términos: «la sorpresa se ha hecho endémica». Ante esta situación, no obstante, es posible realizar un análisis constructivo, que nos permita manejarnos inteligentemente ante tal grado de incertidumbre. En esta introducción al problema enfrentado—discutir la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela—seguiremos en mucho los esquemas analíticos de Yehezkel Dror, tal como han sido desarrollados por él en varias instancias, siendo las principales su artículo Policy-gambling: A preliminary exploration y su conferencia How to spring surprises on history.

En primer término, es conveniente caracterizar la incertidumbre que confrontamos. ¿Qué tipo de incertidumbre es?

La incertidumbre puede ser llamada incertidumbre cuantitativa cuando lo que ignoramos no es el tipo de eventos de posible ocurrencia, sino la probabilidad de que cada tipo ocurra. Esta clase de incertidumbre no es la más grave, aunque en algunos casos especiales puede llegar a ser muy molesta. Más profunda es una incertidumbre cualitativa, cuando es la forma misma de los eventos futuros lo que nos es desconocido.

Si se trata de una incertidumbre del tipo cuantitativo, y argumentare­mos en la siguiente sección de este trabajo que el problema de una sor­presa política en Venezuela es en parte de este tipo, entonces hay ante ella dos cursos de acción disponibles. El primero consiste en tratar de reducir la incertidumbre, fundamentalmente por la obtención de más y mejor informa­ción. (En el caso del objeto de este estudio, por ejemplo, las encuestas de opinión que sean confiables, la información de primera mano respecto de los entretelones partidistas, son información que puede reducir este pro­blema.)

Así, la labor de «inteligencia»—en el sentido en el que este término se emplea en la expresión «inteligencia militar»—es el primer camino. Ahora bien, como intentaremos mostrar, nos encontramos ante una situación en la que aún la mejor inteligencia nos dejará con una incertidumbre residual, irreductible, y por tanto será necesario adoptar un expediente adicional al de los esfuerzos por reducirla. Este segundo camino es el de estructurar la incertidumbre residual, para tener la oportunidad de comprenderla mejor.

Pero además está presente en la consideración de una sorpresa polí­tica en Venezuela la segunda y más insidiosa forma de incertidumbre: la in­certidumbre cualitativa. Es decir, es posible afirmar la posibilidad de ocu­rrencia de eventos políticos que ni siquiera podemos describir en términos cualitativos.

Dror ha enumerado los rasgos de un modelo de confección de políti­cas (policymaking) en las condiciones actuales al que ha llamado el «modelo de apuesta difusa»: «Una buena imagen para considerar la confec­ción de políticas como apuesta difusa es la de un casino inestable, donde la opción de no jugar es en sí misma un juego con altas probabilidades en contra del jugador; donde las reglas del juego, las proporciones necesarias de suerte y habilidad y los premios, cambian en forma impredecible durante la apuesta misma; donde formas impredecibles de «cartas locas» (tales como un ataque terrorista o la distribución de diamantes por millonarios pródigos) pueden aparecer súbitamente; y donde la salud y la vida de uno mismo y la de sus seres amados puede estar en juego, algunas veces sin uno saberlo.»

El modelo extremo de apuesta difusa involucra situaciones en las que la dinámica que da origen a los resultados de una decisión es desconocida y toma la forma de indeterminación, discontinuidad y saltos. Algunas de las consecuencias de este estado de cosas son las siguientes:

a. Los resultados no pueden ser predichos ni en términos de posibilidades definidas ni en términos de riesgo, en el sentido técnico de distribuciones de probabilidad

b. La adjudicación de probabilidades subjetivas es un acto que puede ser calificado de ilusorio.

c. La no-decisión, o las decisiones incrementales (modificación de las cosas «poquito a poco»), constituyen estrategias fútiles como modo de contener la incertidumbre, dado que la repetición del mismo acto o la misma política puede dar origen a resultados radicalmente diferentes en cada ocasión.

d. Los valores, y las metas mismas, pierden su constancia en la toma de decisiones, entre otras cosas a causa de cambios impredecibles en los contextos que establecen las prioridades.

e. Una mejor inteligencia, en el mejor de los casos, no puede hacer otra cosa que hacer más explícita la ignorancia.

f. Se está en presencia de una alta probabilidad objetiva de que eventos de baja probabilidad ocurran frecuentemente. En términos subjetivos, domina la sorpresa.

Estos son los rasgos de un caso extremo y abstracto de «apuesta di­fusa», que, no obstante, puede ser más pedagógico a la hora de comprender el tipo de situación que confrontamos. Un modelo más cercano a la realidad modera la gravedad de esos rasgos y puede ser descrito, a su vez, en los siguientes términos:

a. Una cierta proporción de los resultados podrá ser prevista en términos de riesgo—estimación cuantitativa—y en términos de posibilidades—estimación cualitativa. La proporción restante adoptará la forma de configu­raciones impredecibles, con discontinuidades y saltos.

b. En una cierta proporción, las situaciones podrán ser diagnos­ticadas como tendiendo más hacia la discontinuidad o como tendiendo más hacia la continuidad. En una cierta proporción la ignorancia domina, sin que exista la posibilidad de evaluar de antemano las situaciones como con­du­centes a la continuidad o a la ruptura.

c. La utilidad del empleo de probabilidades establecidas subje­tivamente, y la del análisis de decisiones que se base en ellas, la constancia de valores y metas, la capacidad de la inteligencia para contener y reducir la ignorancia, etcétera, dependerán de una mezcla de incertidumbre e igno­rancia.

d. Eventos considerados como de baja probabilidad ocurren con frecuencia variable y la sorpresa llega a ser endémica.

Puede ser que esta última enumeración no parezca mejorar las cosas demasiado. Sin embargo, permite una aproximación más constructiva al asunto. Por ejemplo, será posible, al menos para el tratamiento de una parte de los posibles eventos políticos o la preadaptación a ellos, una clasifica­ción de los mismos en cuatro categorías a considerar, según sea su proba­bilidad de ocurrencia y el grado de impacto que tendrían: 1. Eventos de alta probabilidad y alto impacto, para los que sería una locura no prepararse. (Verbigracia, Carlos Andrés Pérez en la Presidencia de la República). 2. Eventos de alta probabilidad y bajo impacto, para los que no se requiere demasiada prevención, dado que modificarían poco el statu quo. (Por ejemplo, Eduardo Fernández en la Presidencia de Venezuela.) 3. Eventos de baja probabilidad y bajo impacto, los que pueden ser más o menos desa­tendidos. (Tales como los casos de Rafael Caldera y Octavio Lepage como presidentes). 4. Eventos de baja probabilidad y alto impacto, para los que es aconsejable, al menos, tener previsto un plan contingente, ya que de ocurrir aquéllos las cosas cambiarían significativamente. (Estos pueden ser, entre otros, la posibilidad de un verdadero outsider como Presidente o la posibilidad de un golpe de Estado militar.)

(Es importante advertir que en materia de la clasificación anterior no estamos calificando los impactos en términos de bondad o maldad. Un alto impacto puede ser positivo o puede ser negativo. Sobre todo en materia de los ejemplos expuestos, no es objeto de este trabajo discutir si la titularidad de Eduardo Fernández, Octavio Lepage, Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez en Miraflores es positiva o negativa en cada caso. Tan sólo hemos afirmado que, a nuestro criterio, de esas cuatro posibilidades únicamente la última introduciría cambios más marcados respecto del estilo y orientación general de la actual administración del Presidente Lusinchi. Puede haber outsiders positivos y negativos. Lo que sí sostenemos es que aún el pro­ceso problemático venezolano no ha llegado a un grado de deterioro tal que un golpe de Estado deje de ser francamente negativo, y que no creemos que un golpe de Estado militar condujera de inmediato a una mejor forma de gobernar el país o a la solución de sus principales problemas.)

Desde el punto de vista de las posibilidades que provee una situación turbulenta, es necesario advertir que aumentan las probabilidades de éxito de aventuras que intencionalmente busquen cristalizar a su favor las múlti­ples tensiones existentes, siempre y cuando sean bien ejecutadas y den realmente salida a tales tensiones. En «Road maps to the future», Bohdan Hawrylyshyn dice lo siguiente: «En química, puede uno disolver más y más sólidos en una mezcla hasta que se alcanza el estado de saturación. Un solo cristal adicional puede entonces precipitar a todos los sólidos fuera de la solución. La historia reciente muestra que los eventos pueden ser precipi­tados en una forma análoga en sociedades en las que se acumulan dema­siadas tensiones. Lo que se requiere entonces es sólo un catalizador. En Portugal puede haber sido un libro publicado por un general. En Irán, que también tenía un ejército fuerte y una implacable organización de seguridad interna, fue la voz de Khomeini, oída directamente (como del cielo) en cas­settes de audio. En Polonia, el Papa, durante su reciente visita, pudo haber desencadenado casi cualquier conjunto de eventos según su escogencia.»

Yehezkel Dror emplea, junto con un análisis riguroso, varias sugesti­vas imágenes para el enfoque del tema en Cómo sorprender a la Historia (How to spring surprises on history). Por ejemplo, nos recuerda a Maquiavelo, para «considerar la posibilidad de convergencia entre oportuni­dades históricas raras (ocassione) que provee la historia (fortuna) y que pueden ser utilizadas por gobernantes que tengan las raras cualidades ne­cesarias (virtu).

Nuestra percepción popular incluye la expresión «en río revuelto ga­nancia de pescadores». No otra cosa es la percibida por líderes emergentes, distintos a los que militan en los partidos tradicionalmente poderosos de Venezuela. Es lo «revuelto» de la actual situación lo que ha estimulado la emergencia, en proporción jamás vista en Venezuela, de nuevos preten­dientes al trono de la esquina de Miraflores. Apartando los consabidos can­didatos de AD y COPEI y los que surgirían de los partidos menores—en gran medida también tradicionales (URD y el MAS, principalmente)—han asomado con mayor o menor fuerza, entre otros, los nombres de Jorge Olavarría y su Nueva República; Godofredo Marín y el partido de los evangélicos; Marcel Granier, que busca servirse de un eje comunicacional (RCTV y Diario de Caracas) al que añade el Grupo Roraima y ahora el MIN de Gonzalo Pérez Hernández; el Rector Edmundo Chirinos, que había anunciado ya al comienzo de su rectorado que lo que perseguía era «un proyecto político»; el exrrector Ernesto Mayz Vallenilla con su Movimiento Moral, Reinaldo Cervini ofrecido como candidato de consenso para «las izquierdas», al igual que Alberto Quirós Corradi desde su plataforma de El Nacional; el Rector Pedro Rincón Gutiérrez como otra solución similar a los dos últimos nombrados; Leopoldo Díaz Bruzual que ya ha adornado algu­nos puntos urbanos con un afiche de su efigie en fondo morado; Vladimir Gessen, igualmente en afiches y pancartas de su Nueva Generación Democrática.

(Es nuestra impresión que la situación actual de la política venezo­lana corresponde a la situación de saturación descrita anteriormente en los términos de Hawrylyshyn. Por esta razón pensamos que ninguno de los nombrados en esta lista tiene la potencialidad de ser el «catalizador» que cristalice, o mejor, canalice a su favor las tensiones. La gran mayoría de ellos han tenido ya exposición pública suficiente, por lo que, si hubiera sido percibido alguno como el líder buscado, hace tiempo ya que se hubiera producido la estampida y hace tiempo ya que esto se hubiera manifestado en los registros de opinión pública.)

No todas las personas perciben, no obstante, la situación de esa ma­nera, como inminencia de cambio radical. Sobre todo en personas de rela­tiva alta cultura política, y que pertenecen de algún modo a las élites políti­cas o económicas, es marcada la tendencia a considerar la situación como pasajera y resoluble mediante expedientes más o menos tradicionales. Esto es una tendencia relativamente común. Alexis de Tocqueville destaca, en «L’Ancien Régime et la Revolution», la paradoja de la presencia evidente de los signos prerrevolucionarios y la ceguera de muchos de los actores socia­les de Francia en 1789. «Ningún gran evento histórico está en mejor posi­ción que la Revolución Francesa para enseñar a los escritores políticos y a los estadistas a ser cuidadosos en sus especulaciones; porque nunca hubo un evento tal, surgiendo de factores tan alejados en el tiempo, que fuese a la vez tan inevitable y tan completamente imprevisto.» «Las opiniones de los testigos oculares de la Revolución no estaban mejor fundadas que las de sus observadores foráneos, y en Francia no hubo real comprensión de sus objetivos aún cuando ya se había llegado al punto de explotar.» «…es deci­didamente sorprendente que aquellos que llevaban el timón de los asuntos públicos—hombres de Estado, Intendentes, los magistrados—hayan exhi­bido muy poca más previsión. No hay duda de que muchos de estos hom­bres habían comprobado ser altamente competentes en el ejercicio de sus funciones y poseían un buen dominio de todos los detalles de la adminis­tración pública; sin embargo, en lo concerniente al verdadero arte del Estado—o sea una clara percepción de la forma como la sociedad evolu­ciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro—estaban tan perdidos como cualquier ciudadano ordinario.»

Dror ofrece la tesis de que en el mundo contemporáneo la probabili­dad de discontinuidades está aumentando, lo que provee «situaciones en las que es posible estimular o hacer surgir algunas discontinuidades me­diante la intervención consciente.» Variables exógenas de importancia (esto es, no controladas desde dentro de un sistema político en particular) así como tendencias de creciente aproximación a soluciones de crisis, son los tipos principales de factores que hacen aumentar las ocurrencias sorpresi­vas. A su juicio, tres situaciones principales pueden justificar o motivar los intentos conscientes de provocar mutaciones políticas: «a. Si las tendencias actuales son vistas como crecientemente negativas y cada vez más peligro­sas para los valores aceptados. b. Si se ha dado un salto en los valores que lleva consigo un imperativo categórico de tratar de cambiar la realidad, aun cuando ésta sea satisfactoria para los valores previos. c. Si la realidad se percibe en cualquier caso como turbulenta y mudable, requiriendo respues­tas bajo la forma de saltos en políticas como el único modo de tener, tal vez, «feedback» positivo. (Bien sea para evitar cambios negativos o para apro­vecharse de oportunidades positivas.)»

Es también útil tomar en cuenta los pocos comentarios tentativos que puede Dror ofrecer (él mismo reconoce que en este terreno se mueve en te­rra incognita ) ante el problema operativo: cómo se planifica mejor una sor­presa a la historia. Copiamos textualmente:

«a. La selección y el éxito de intentos por mutar tendencias de­pende del macroanálisis de situaciones socio-políticas y político-estratégi­cas y su evolución. Algunas veces un individuo se muestra capaz de asir tales Gestalten. Pero, para hacerlo sistemáticamente, son necesarias uni­dades especiales compactas, altamente calificadas e interdisciplinarias. Los equipos de análisis político y de inteligencia del tipo convencional son in­capaces de hacer el trabajo.

b. Es posible definir situaciones en las que se justifiquen inten­tos de ir más allá del incrementalismo y de sorprender a la historia. Tendencias al deterioro que constituyan amenazas cada vez más serias; ideologías y aspiraciones que no tengan chance sin rupturas radicales de la continuidad; turbulencia histórica que o se vuelve demasiado riesgosa o provee oportunidades que no volverán; todo esto, como ya ha sido mencio­nado, son condiciones que pueden ser analíticamente diagnosticadas y que justifican políticas de shock.

c. Puede ser posible a veces el diseño de una política de shock como política dominante, la que en el mejor de los casos logra desplaza­mientos muy deseables en los eventos y que en el peor de los casos no in­volucra costos serios. En otras situaciones puede ser posible reducir los riesgos de fracaso o sus costos, mediante un sondeo y aprendizaje prelimi­nares, construyendo sobre la base de la reversibilidad o por varias estrate­gias de «compensación de apuestas». (Hedging).

En vista de la incertidumbre de la postdiscontinuidad, las políticas de cambio radical usualmente confrontan riesgos irreductibles e indefinibles. Por tanto, a pesar de las posibilidades arriba mencionadas, tales políticas son intelectual y emocionalmente «apuestas difusas». Todas las metodolo­gías de confrontación de incertidumbre son útiles, pero de utilidad limitada.

d. La prudencia (que es un juicio de valor en «loterías») requiere por tanto de un «análisis del peor caso», en el que lo pésimo de la conti­nuación de tendencias o de la no intervención en la turbulencia ambiental se compara con lo pésimo de los intentos de causar discontinuidad. La comparación de lo pésimo de la no intervención con lo óptimo de la inter­vención es un enfoque muy riesgoso que no puede ser recomendado. (Aunque, inherentemente, esto es un asunto de juicios de valor sobre las actitudes ante el riesgo.) Por el otro lado, la comparación de lo óptimo de la no intervención contra lo pésimo de la no intervención tampoco puede ser recomendada, por más que esto sea una difundida postura intelectual del incrementalismo y del conservatismo.»

Por último, incluiremos este párrafo de Dror sobre una de las condi­ciones esenciales a la mutación histórica: «Un empresariado político («policy entrepreneurship») es un requisito para darle sorpresas a la histo­ria. Implica la existencia de políticos singulares que sean innovadores, anulen el conservatismo y quizás sean más aventureros, aceptadores de riesgo y propensos a apostar.» Y advierte: «Esto hace surgir un dilema: una demasiada concentración de poder en políticos singulares, o en un grupo muy pequeño de tomadores de decisiones, aumenta los peligros de accio­nes precipitadas y de equivocaciones. Por otro lado, un sistema demasiado cuidadoso de frenos, contrapesos y controles mutuos puede impedir las in­novaciones políticas radicales del tipo histórico-mutante. Pequeños núcleos de políticos de altura, auxiliados por pequeñas islas de excelencia bajo la forma de equipos altamente calificados, pueden que sean lo óptimo para darle sorpresas a la historia. Este tipo de estructuras gubernamentales es aceptado en países democráticos bajo condiciones de crisis aguda.»

 

En la primera sección de este trabajo discutiremos los rasgos que permiten calificar a la situación venezolana como altamente propensa a la sorpresa política. En las subsiguientes, y tratadas de modo distinto, dos cla­ses generales de sorpresa: la posibilidad del outsider democrático en las elecciones de 1988; la posibilidad del golpe militar.

…………

 

LA PROPENSION A LA SORPRESA

 

1. Cambios en la «matriz» de opinión pública

No es necesario, para convencer de la posibilidad de una sorpresa política al ciudadano informado, hacer un recuento exhaustivo de los regis­tros más formales de la opinión ni de aquella que se expresa en manifesta­ciones tales como artículos, conferencias, exposiciones de toda índole, reve­ladoras de un estado de ánimo nacional que incluye el escepticismo y hasta el hartazgo con todo un modo de conducir la función pública, tanto en el ni­vel del Gobierno como en el nivel de sus conductos nutritivos principales: los partidos políticos.

A pesar de esto, es conveniente datar el momento cuando se produjo el primer desplazamiento medible de la psiquis venezolana, desplaza­miento que en estos momentos ya se ha asentado con claros signos de irre­versibilidad. El desplazamiento, asimilable analógicamente al de las placas tectónicas de la geología, comenzó a ser más marcado cuando aún el Presidente Lusinchi no había cumplido un año como gobernante.

En efecto, la encuestadora Gaither registró en agosto de 1984 un sú­bito movimiento de opinión respecto de encuestas anteriores por lo que res­pectaba a la identificación del «mejor partido». Dicha encuesta comparaba sus resultados contra los obtenidos en la pregunta «¿cuál es el mejor par­tido?» en agosto de 1974 (primer año de gobierno de Pérez), septiembre de 1979 (primer año de Herrera) y octubre de 1983 (dos meses antes de las úl­timas elecciones presidenciales). Los siguientes datos dan los porcentajes de personas que respondieron «ninguno» (entre las opciones AD, COPEI, MAS y otros) y que no opinaron.

_______AGO.74    SEP.79    OCT.83    AGO.84

 

NINGUNO   16              14               19             29

 

NO OPINA   13              13                 8             14

 

TOTAL          29              27              27             43

Como puede verse, el total de personas que no lograba identificar un mejor partido entre las opciones disponibles experimentó un salto brusco equivalente a 16% más de los encuestados que en veces anteriores.

Ese mismo año, el 27 de mayo, las elecciones municipales registra­ban el más alto porcentaje de abstención electoral registrado desde 1958. Las abstenciones en las elecciones nacionales de 1983 representaron un 12,25% de los electores, mientras que seis meses después la abstención en los comicios municipales alcanzó el 40,7%. (Aún si se compara este radical comportamiento con la abstención de las elecciones municipales de 1979—27,1%—la diferencia entre las dos elecciones municipales es de 13,6% más de abstenciones.)

Dos años más tarde, la encuesta Datos (trabajo de campo entre el 20 de mayo y el 13 de junio de 1986) registró un 58% de encuestados a favor de elegir un independiente para desempeñar la Presidencia de la República y, tal vez más sorprendentemente, que el 52% lo consideraba posible.

Finalmente, en julio y agosto de este año de 1987 la encuestadora Gaither realiza en el Area Metropolitana de Caracas una «elección simu­lada», en la que un partido nuevo, no especificado y sin estipulación de candidato, obtiene el segundo lugar con 22%, detrás de Acción Democrática (37%) y relegando a COPEI (17%) al tercer puesto. En este mismo son­deo el porcentaje de la categoría «no sabe/no contesta» es de 12%. (La en­cuestadora «aclara que este «nuevo partido» es un atractivo para muchos votantes, sin especificar candidato, pero quizás ese ideal no sea alcanzable en la práctica.» La diferencia entre esta última impresión y el 52% que en 1986 midió Datos como creyentes en la posibilidad de un independiente en Miraflores puede deberse a la cercanía de la próxima fecha electoral y a la creencia de que ya no habría tiempo para montar ese «partido nuevo», esa opción diferente.)

Por otra parte, la misma proliferación de ofertas políticas nuevas es un indicador de que se percibe la situación política como más fluida. El Con­sejo Supremo Electoral es una institución de suyo conservadora, pero la nueva presión es registrada allí de modo evidente. El Presidente del or­ga­nismo, Dr. Carlos Delgado Chapellín, opinó ante la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado que debiera concederse al elector venezolano la libertad jurídica de la abstención, como una forma para ex­presar su des­contento ante las opciones que se le presentan. Eso es mani­festación de una orientación creciente de la opinión pública, en la que, ante la ausencia de una opción nueva convincente cobra fuerza la salida de la abstención o el voto nulo como vehículo de protesta.

En suma, no hay dudas de que la matriz de opinión pública venezo­lana ha experimentado un muy significativo desplazamiento de signo con­trario a los conductos políticos tradicionales, de que tal desplazamiento se ha producido recientemente con alguna brusquedad y de que tal despla­zamiento no se ha detenido.

 

2. Tendencias de la base económica

El componente más importante del substrato de la opinión política es, sin duda, la situación económica general de la población. Salvando la si­tuación de los estratos de más altos ingresos, el conjunto de la población venezolana ha experimentado, en rápida sucesión, un brusco aumento de su nivel de vida, seguido de un brusco descenso que no ha tocado fondo todavía. El año de 1987 ostenta el record histórico de inflación en este si­glo. Si se toma como unidad de poder adquisitivo del bolívar su posición en enero de 1984, para junio de 1987 este valor había descendido a 0,58.

En términos de índice de precios, tomando nuevamente el año de 1984 como punto de partida con un índice de 100, el nivel alcanzado en dos años y medio (junio de 1986) fue de 140.

La aceleración se evidencia al registrarse un año más tarde (menos de la mitad del tiempo anterior), en junio de 1987, un índice de precios de 182. (Primera fase: enero de 1984 a junio de 1986, incremento de 40 pun­tos; segunda fase: junio de 1986 a junio de 1987, incremento de 42 puntos.)

Algunos industriales apuntan que la situación no debe estar tan mal, pues a pesar de los aumentos de precio el consumo general en productos básicos refleja un aumento, no sólo en valor monetario, sino en términos de unidades reales de producto. (Las exportaciones de SIVENSA, por ejemplo, disminuyeron porque el aumento del consumo interno dejó menos capaci­dad para exportar.) Esta aparente paradoja se comprende si se piensa que el homo æconomicus venezolano se halla frente a una creciente volatilidad del bolívar, por lo que su tendencia es a cambiarlo lo antes posible por bie­nes de cualquier especie, incluido entre estos el dólar.

Pero no hay signos de mejoría de la situación económica. Por lo con­trario, prácticamente todo indicador revela un progresivo deterioro. (A ex­cepción de una precaria mejora en el precio del petróleo y un incremento en las exportaciones de aluminio.) Las exportaciones no tradicionales disminu­yeron, en el primer semestre de 1987, para colocarse en 50% del nivel de igual semestre del año anterior. El precio de la divisa norteamericana expe­rimenta la tasa de inflación más acusada del mercado venezolano. Estructuralmente, el problema del gasto público y lo insubstancial de sus soportes financieros continúa ejerciendo su deletéreo efecto sobre el con­junto económico nacional. (De 180.000 millones de bolívares de presu­puesto gubernamental, pueden considerarse sólidamente financiados tan sólo 55.000 millones. El resto descansa sobre una precaria y hasta artificial base de generación de recursos por medio de papeles del Estado. Y el gasto público consolidado alcanza ahora la cifra de 400.000 millones de bolívares.) Entretanto, la condición económica de la mayoría de la población empeora. En la misma encuesta Gaither citada anteriormente (julio-agosto 1987), sólo el 15% de la población caraqueña cree que está económica­mente mejor que hace dos o tres años, mientras el 54% cree que está peor. Los efectos políticos y sociales de este estado de cosas pueden, con relativa facilidad, llegar a causar la explosión.

 

3. Sensibilidad a factores exógenos

Las sorpresas, por otra parte, pueden provenir de fuentes que esca­pan por completo al control de factores venezolanos.

Paul Volcker es sustituido por Alan Greenspan. En breve tiempo este nuevo chairman de la Reserva Federal de los Estados Unidos de Norteamérica revierte estrategias previas y produce un aumento repentino de las tasas de interés norteamericanas (y europeas), que, por supuesto, afectan de inmediato las condiciones de la deuda externa venezolana.

Una corbeta colombiana aparece de buenas a primeras en aguas ve­nezolanas y la consideración de una guerra, un día antes lejanísima de la mente de los venezolanos, cobra una siniestra realidad.

Alan García intenta nacionalizar la banca peruana y Vargas Llosa se convierte en político popularísimo de la noche a la mañana. Acá repercute hasta el punto de que un candidato presidencial debe declarar al respecto.

Los acontecimientos del Golfo Pérsico mantienen en vilo al mercado petrolero internacional, y éste y otros factores hacen que los pronosticado­res más avezados continúen con su ya acostumbrado dictamen: el mercado es de gran fluidez, puede pasar de todo, los desarrollos son imprevisibles. Ya escucharlos es como oír a esos médicos que a todo responden: «eso es un virus y para eso no hay remedio.»

Las sorpresas exógenas se superponen, además, a procesos globa­les y de fondo que representan tendencias de profundo impacto sobre los supuestos del desarrollo venezolano. La raíz fundamental de tales procesos es de carácter tecnológico y por eso mismo constituyen tendencias de suyo indetenibles. Sin entrar ahora en una enumeración de las más resaltantes «tecnologías altas», para los propósitos de este análisis es útil referirse en más detalle a lo observable en dos campos de crítica importancia para Venezuela: el campo energético y el campo de los materiales. La razón para esto debe resultar obvia: la mayor parte de nuestros huevos han sido colo­cados en la cesta del petróleo y la cesta del hierro y el aluminio. Veamos que está pasando.

Eric D. Larson, Marc H. Ross y Robert H. Williams presentaron un im­portante artículo en el número de junio de 1986 de la revista Scientific American. El título elegido fue el siguiente: «Más allá de la Era de los Materiales.» Dicen estos autores: «La Revolución Industrial estuvo en gran medida basada en mejoras radicales en los métodos de modificación de materiales básicos tales como el algodón, la lana, el hierro y más tarde el acero. Desde entonces, continuas mejoras en las técnicas de producción han hecho disponible un creciente número de productos basados en mate­riales a un número mayor de mercados. De hecho, desde la Revolución Industrial un aumento en el consumo de materiales ha sido un signo de crecimiento económico.

En años recientes parece haberse producido un cambio fundamental en este patrón de crecimiento. En Norteamérica, Europa Occidental y Japón la expansión económica continúa, pero la demanda por muchos materiales básicos se ha estabilizado. Pareciera que los países industriales han alcan­zado una encrucijada. Ahora están saliendo de la Era de los Materiales, que abarcó los dos siglos siguientes al advenimiento de la Revolución Industrial, y se están adentrando rápidamente en una nueva era en la que el nivel de uso de los materiales ya no constituye un indicador importante de progreso económico. Puede ser que la nueva era llegue a ser la Era de la Información, aunque es probablemente demasiado temprano para bauti­zarla con alguna seguridad»

El análisis realizado por estos autores de la evolución en el consumo de siete materiales (acero, cemento, papel, aluminio, amoníaco, cloro y eti­leno) revela un patrón cíclico de demanda en el que el consumo por unidad de Producto Territorial Bruto ha comenzado a declinar a partir de 1970, mientras el consumo per cápita esencialmente se ha nivelado.

Las razones de este cambio incluyen la substitución de materiales y el uso más eficiente de los mismos, la saturación de los mercados y despla­zamientos en las preferencias de los consumidores.

Algunos de estos cambios nos favorecen. Es el caso del aluminio. En respuesta a la necesidad de un uso energético más eficiente (a raíz de los acontecimientos petroleros de la década 1973-1983), los fabricantes de automóviles comenzaron a construir unidades más pequeñas y livianas, con un menor contenido de acero. El desplazamiento se dió a favor del plástico y del aluminio. El peso promedio de los automóviles fabricados en Norteamérica decreció de un nivel superior a los 1.700 kilogramos en 1975, a un nivel inferior a los 1.500 kilogramos en 1985. En ese lapso la fracción correspondiente al hierro y al acero en un vehículo promedio bajó de 81 a 69%, mientras que la correspondiente a aluminio y plástico aumentó de 6 a 11%. (Sin embargo, advierten Joel P. Clark y Merton C. Flemings: «Desde 1974 el peso del automóvil norteamericano promedio ha disminuido en 15%, aproximadamente 550 libras. El grueso de la disminución se ha efec­tuado a expensas del acero carbonado y el hierro fundido. Es paradójico entonces que, aunque se prevé una disminución adicional de 27% en el peso de los automóviles para 1992, se pronostica que el acero, como por­centaje del peso del vehículo, permanecerá alrededor del nivel de 1974. La solución de la paradoja está en el empleo de aceros avanzados de alta re­sistencia y baja aleación, con los que se puede fabricar productos más livia­nos que los que se obtienen de los aceros carbonados. Concomitantemente, el uso de aluminio ha aumentado en un 50% desde 1975, a unas 135 libras por automóvil hoy en día, pero este uso sólo será li­geramente superior en 1992». Materiales Avanzados y la Economía, Scientific American, octubre de 1986.)

Hay ya hoy en día prototipos completamente funcionales de bloques motrices hechos exclusivamente de materiales plásticos avanzados, así como también se ha experimentado con motores fabricados a partir de ma­teriales cerámicos. Este hecho, por tanto, podría llegar a afectar al aluminio como elemento fundamental de los motores. No se sabe en los momentos hacia cuál de los materiales se inclinará finalmente la balanza. Lo cierto es que tales desarrollos introducen un factor adicional de incertidumbre por lo que respecta a esos materiales y sus tasas de consumo. Estos cambios tecnológicos influirán, sin duda, la factibilidad de los planes de nuestras industrias siderúrgica y del aluminio, siendo el caso peor para la primera de las nombradas.

Por lo que respecta al petróleo, Larson, Ross y Williams (op.cit.) llegan a las siguientes conclusiones: «Dado que el procesamiento de los materia­les básicos consume mucho más energía por dólar de unidad producida que lo que lo hacen las actividades de fabricación intermedia y final, aún un pequeño cambio en el procesamiento puede tener un profundo efecto en la energía consumida por la industria (que en 1984 representó dos quintas partes de toda la energía consumida en los Estados Unidos). Nuestro análi­sis sugiere que la producción agregada de materiales en los Estados Unidos permanecerá en términos gruesos constante entre 1984 y el año 2000 (cuando se la mide en términos de kilogramos de producto pondera­dos por la energía consumida en fabricar cada producto). Ya que espera­mos que la industria mejorará su eficiencia en el uso energético a una tasa de entre 1 a 2 por ciento por año durante ese período, el resultado puede muy bien ser una disminución en el consumo industrial de energía, quizás en tanto como 20%…»

Para estos autores, la Era de los Materiales «Como cualquiera otra profunda transformación histórica, traerá consigo beneficios así como pesa­dos costos para aquellos que han hecho una inversión en la era que ter­mina.« (Subrayado nuestro.) «Los países industriales están siendo testigos de la emergencia de una sociedad centrada en la información, en la que el crecimiento económico está dominado por productos de alta tecnología que tienen un contenido de materiales relativamente bajo. En esta sociedad los materiales básicos continuarán siendo usados, y a muy altas tasas si se les compara con las tasas de otras sociedades. El hecho económico crítico es que su uso ya no estará creciendo. En los años por venir, el éxito y el fra­caso económicos estarán determinados por la capacidad de adaptarse a esta realidad.» (Subrayado nuestro).

Por si esto fuera poco, un nuevo breakthrough tecnológico viene a complicarnos aún más el panorama. En el reino de la «superconductividad» 1987 ha venido a significar un enorme salto—sorpresa—en la economicidad de las tecnologías basadas en materiales superconductores. La supercon­ductividad—la transmisión eléctrica a través de conductores con resistencia prácticamente nula—era conocida desde hace décadas. (Descubierta por Heike Kammerlingh Onnes en 1911).

Su problema económico era que para obtener el fenómeno era nece­sario el empleo de bajísimas temperaturas (helio líquido a poca distancia de menos 273 grados centígrados, el cero absoluto). Pero a fines de 1986 y comienzos de 1987 pudo obtenerse una nueva familia de materiales cerá­micos que exhibían propiedades superconductoras a temperaturas de nitró­geno líquido (menos 195 grados centígrados) y aún temperaturas mayores. Después de una conferencia internacional sin precedentes a comienzos de este año en la ciudad de Nueva York, quedan pocas dudas de que el fenó­meno pueda en un futuro cercano observarse a temperatura ambiente. Para evaluar las posibilidades económicas del asunto piénsese, como lo expuso al IV Congreso Venezolano de Ingeniería Química el Dr. Renato Urdaneta, Presidente de LAGOVEN, S.A., que fabricar un litro de nitrógeno líquido—hoy en día de uso cotidiano por dermatólogos y cirujanos venezolanos—es más barato que obtener un litro de leche. El nitrógeno es el más abundante elemento de nuestra atmósfera.

El impacto de una superconductividad barata es muy difícil de estimar, pero es indudable que será enorme. Afectará con seguridad a la industria de la generación y la transmisión eléctrica (el sistema de transmisión del Guri será pronto dolorosamente obsoleto), la industria del transporte (trenes y otros vehículos de levitación magnética), la industria de la computación y las telecomunicaciones. Obviamente, tendrá un impacto descomunal sobre el consumo de hidrocarburos para la generación de electricidad.

Todos estos profundos, incesantes y veloces cambios tecnológicos cobrarán de nosotros un costo de rigidez en las inversiones cuantiosamente dedicadas a nuestras industrias básicas, que fueron planificadas sobre la hipótesis de que las cosas seguirían siendo más o menos iguales. En cual­quier caso son una variable exógena que afecta nuestra estabilidad, un pozo productor de sorpresas.

………………………….

Otros impactos de origen exógeno son de índole diferente a la tecno­lógica: son acontecimientos políticos y económicos.

La situación centroamericana nos afecta directamente. Aquí se obser­van avances y retrocesos, la presencia de factores positivos y negativos. La Reunión de Esquipulas II ha sido un gran logro, al establecer un pro­grama realista de paz que ha sido suscrito por todos los países de Centroamérica, incluida por supuesto Nicaragua, y que fue generado por ellos mismos. La contumaz actitud del Presidente Reagan es un factor ne­gativo. Ya ha anunciado que continuará apoyando activamente a los «contras» nicaragüenses, y que espera dedicar 270 millones de dólares del próximo presupuesto para financiar sus operaciones. No debe estar lejos su mano en el estímulo a la tensión colombo-venezolana, pues Colombia y Venezuela son factores importantes del Grupo Contadora y el Acuerdo Esquipulas II fue logrado en contra de sus deseos, manifestados en una nueva proposición de «paz» de los Estados Unidos, a escasos días de cele­brarse esta reunión de Presidentes centroamericanos.

El problema de la deuda también es continuamente una presión exó­gena y a la vez sujeto a movimientos súbitos. Ya mencionamos el efecto del aumento que la decisión de Alan Greenspan, de aumentar la tasa de des­cuento norteamericana, ha tenido sobre las tasas de intereses que nos in­fluyen directamente. (Prime rate de Nueva York, tasa Libor de Londres.) El efecto es moderado para 1987, que ya está por concluir. No lo es tanto para 1988 y no hay garantía de que tales tasas no subirán más.

En suma, los factores exógenos son constante fuente de impactos de­sestabilizadores. Se suman así a los problemas internos, de los que no he­mos analizado hasta ahora sino factores económicos y el movimiento gene­ral de la opinión pública.

 

4. El desempeño de los actores políticos tradicionales

Entretanto los actores políticos tradicionales continúan impertérritos, sin ninguna modificación que no sea cosmética en su conducta. El Consejo Supremo Electoral se declara ya prácticamente impotente para contener los abusos de los partidos mayores en materia de propaganda electoral ilegí­tima. En época de tanta escasez económica, los partidos del status encuen­tran manera de gastar centenares de millones de bolívares que bien pudie­ran emplearse en otra cosa. Es difícil concebir un gasto que para Venezuela tenga un costo de oportunidad superior a ése.

Los planteamientos de presunta legitimidad por parte de los precan­didatos de estos partidos van desde la declaración de que ahora le toca a algunos, pasando por el habitual voceo demagógico de «nuevos» y de «cambios», hasta el consabido argumento de la experiencia. No aparecen por ninguna parte los tratamientos que aplicarían en el poder de llegar a obtenerlo, como no sean formulaciones tan generales como aquellas de que «hay que reactivar la economía» (Eduardo Fernández), «hay que dar empleo a todos» (Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández), «hay que combatir el terrible flagelo de la inflación» (Octavio Lepage), «hay que conti­nuar la política del Presidente Lusinchi» (Octavio Lepage), «hay que sacar al país de la crisis» (Rafael Caldera), «hay que convocar a todos» (otro con­senso o «pacto social» que vocean ahora los dos precandidatos copeyanos). El elector no conoce ofertas diferenciales y asiste, sin mucho convenci­miento o interés (tal vez con horror, incluso), a un despliegue de propa­ganda sin precedentes.

En el momento cuando esto se escribe (mediados de septiembre de 1987), Acción Democrática y COPEI no han definido todavía cuáles serán sus candidaturas oficiales.

El caso parece más claro en COPEI. Es muy difícil que el expresi­dente Caldera pueda derrotar a Eduardo Fernández en el Congreso Presidencial Social Cristiano del mes de noviembre próximo. A Caldera se le plantean, en realidad, dos preguntas. La primera—¿por qué Caldera?—ha sido contestada por él a su modo. En el fondo, su respuesta ha sido una reiteración de su planteamiento de 1983: ofrece su experiencia y su presti­gio general para salvar la crisis que atravesamos. La segunda no la ha contestado: ¿por qué no Eduardo Fernández? Esta última pregunta sólo tendría, a nuestro modo de ver, una respuesta convincente: si Eduardo Fernández, en vez de repetir durante años que todos los tratamientos pro­puestos por Caldera eran los correctos, si hubiera en realidad rebasado al «maestro» con tratamientos nítidamente diferenciados y más avanzados, Caldera no hubiera tenido más remedio que entregarle el bastón de relevo y decir: «He aquí mi hijo bienamado, en quien tengo puestas todas mis com­placencias.» Pero eso no ha ocurrido. No hay una postura fernandista re­almente diferenciada de las postulaciones calderistas. Pero esa respuesta tiene que ofrecerla Caldera. Es a él a quien se hace la pregunta.

Ahora bien, si Eduardo Fernández derrota, como parece ser lo más probable, a Rafael Caldera en el Congreso Presidencial de COPEI, ¿Qué va a hacer Rafael Caldera? Tendría, concebiblemente, tres opciones. Una, reconocer el triunfo de Fernández y apoyarlo, opción que no parece ser psi­cológicamente muy viable en el expresidente. Dos, no apoyarlo, no decir nada y dedicarse a ubicar un candidato de su confianza en la Secretaría General de COPEI (Tal vez Oswaldo Alvarez Paz, que no ganaría). Tres, optar por la salida de la división, escenario que ha venido preparando Alvarez Paz. (En efecto, después del arranque de la campaña centrada so­bre la metáfora del «tigre», Oswaldo Alvarez Paz insinuó que Caldera debía colocarse al frente de un «movimiento nacional» que trascendiera a los parti­dos. Más recientemente, razonando que cualquier resultado del Congreso Presidencial dejaría al partido semiparalizado, declaró abiertamente: «Prefiero una división a una hemiplejia.»

Es así como no es descartable el escenario de dos candidatos cope­yanos, basándonos en la casi certeza del triunfo de Fernández en la deter­minación del candidato oficial de COPEI y la enorme dificultad que expe­rimentará Rafael Caldera a la hora de aceptar su derrota. (Otras escaramu­zas predivisionistas ya han sido peleadas, al decirse, por ejemplo, que el comando de Fernández habría adulterado o despreciado «los símbolos del partido.» Recuérdese la disputa entre el ala de Prieto Figueroa y el grupo de Barrios en el momento de la división adeca en 1968.)

En el caso de Acción Democrática la balanza parece haberse incli­nado a favor de Carlos Andrés Pérez, a juzgar por los resultados del re­ciente Comité Directivo Nacional. La cuestión está en saber, nuevamente, que harían Lusinchi, Peñalver y Lepage ante una victoria de Pérez. En este escenario de Pérez victorioso son Peñalver y Lepage los que más perde­rían. El Sr. Napolitan habría aconsejado a este bando negociar con Pérez, puesto que en su opinión la candidatura de Lepage no cuajaba y no cuaja­ría. (Opinión de fines de 1986.) Si la determinación del candidato adeco fuese posterior al Congreso Presidencial Social Cristiano la evaluación se­ría más sencilla, pues si el resultado de éste fuese una división copeyana, entonces la división adeca sería más pensable.

En todo caso, la dinámica es similar a la copeyana, aunque en pro­porciones diferentes. Es menos probable, parece ahora, que Lepage logre imponerse en los Colegios Electorales. Sin embargo, de ocurrir esto, enton­ces Carlos Andrés Pérez tendría fuertes incentivos para plantear su candida­tura aún contra otra candidatura adeca. Antes de que la posibilidad de una división copeyana surgiera como probable, Pérez podía razonar que si Acción Democrática perdió en 1968, eso ocurrió cuando los candidatos adecos—Barrios y Prieto—eran candidatos de mucho menos carisma que el que él posee, cuando tales candidatos contaban con menos recursos que él y, finalmente, cuando el opositor, COPEI, era un partido en ascenso y con su prestigio intacto, mientras que ahora se trata de un movimiento despres­tigiado que no ha logrado remontar en el período de Lusinchi, más allá de un 17% de opinión pública favorable. Indudablemente, si Lepage se hace de la candidatura oficial en los Colegios Electorales, y si las cosas en COPEI pueden ir desde un caso moderado de ausencia calderista hasta un caso agudo de división, Pérez iría a una candidatura suya separada.

Equivalentemente, si el resultado de los Colegios Electorales adecos es una fractura. Caldera tendrá muchos más motivos para «escuchar el lla­mado del país» y plantear su «candidatura nacional que trascienda a los par­tidos».

Por lo que respecta a la izquierda tradicional se hacen esfuerzos por impedir su atomización. Un tipo de salida había sido planteada por Alberto Quirós Corradi, al sugerir en una de sus «Notas del Director» en el diario «El Nacional», que los partidos de izquierda pudiesen ser el núcleo principal para la aglutinación de un frente antibipartidista, en el que participarían además, según su proposición, organizaciones tales como las asociaciones de vecinos. El frente debería, dijo Quirós, resolver primero el problema de un programa común, y el candidato pudiera ser una figura independiente. Esta salida, que hubiera podido ser una ruta para que el propio Quirós Corradi fuera el candidato, se ha visto sustituida por un nuevo intento de or­ganizar elecciones primarias en las que el Movimiento al Socialismo, el Movimiento Electoral del Pueblo y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria pudieran presentar sus respectivos candidatos. Según pa­rece la fórmula experimenta problemas, entre otras cosas por las aspiracio­nes de Edmundo Chirinos, Rector de la Universidad Central de Venezuela, quien parece pensar como Jorge Olavarría («mi candidatura es irreversible.»)

En cualquier caso, y especialmente si estos tres minipartidos llegaran a unirse, continuarían ofreciendo una solución tradicional, sólo que esta vez «de izquierda», a la alterada situación electoral. Por otra parte, un candidato de izquierda no ganaría las elecciones, ni siquiera contra cuatro candidatos de las filas adeco-copeyanas.

Entretanto, la inmunología del proceso ha revelado una nueva reac­ción alérgica: se ha anunciado, por boca del Ministro de Relaciones Interiores, José Angel Ciliberto, una dotación especial de equipo antimoti­nes para las diferentes policías, pues el Gobierno anticipa un grado de vio­lencia electoral sin precedentes. En contundente opinión del Director de El Diario de Caracas, Joaquín Marta Sosa, «…el Estado no ha tenido capaci­dad para conjugar los problemas de mayor apremio de la gente y, en con­secuencia, recurre a la extrema razón de amenazar (desde bien temprano) con reprimir las manifestaciones que esto provoque durante la campaña electoral (momento muy sensible para venganzas y reclamos).» Y reco­mienda acertadamente : «…sería mucho más productivo que el Estado en to­das sus instancias (incluyendo los partidos) asuma a fondo la reforma elec­toral y partidista …»

 

5. Actores políticos en proceso de diferenciación

Como hemos comentado antes, lo «revuelto» de la situación, la obvia insatisfacción de la población con los actores políticos tradicionales, han es­timulado la emergencia de intentos por legitimarse como «la otra opción». Entre estos intentos los más destacados son, por orden de potencial impor­tancia (electoral, no temática) creciente, la Nueva República de Jorge Olavarría, la precandidatura de Edmundo Chirinos y la crónica de una can­didatura anunciada de Marcel Granier.

Jorge Olavarría ha producido un serio intento de visualización de una sociedad venezolana distinta en su proyecto de la Nueva República. No es este el sitio para analizar el contenido del programa, que Olavarría consi­dera «no negociable», así como plantea su candidatura como «irreversible». De lo que se conoce de aquél—atisbos del mismo fueron posibles en la campaña de 1983—contiene más de un tratamiento modernizante, a la vez que otros de corte más convencional, al incurrir, por ejemplo, en larguísimas elaboraciones sobre el tema educativo. Olavarría representó en 1983 un foco para la expresión del descontento que ya por ese entonces germinaba. El principio de la economía del voto le dio mucho más votos a OPINA, el vehículo que empleó aquella vez, que a su propia candidatura presidencial. Pero es claro que esa votación de tarjeta pequeña se debía a él y no a la organización, indudablemente insignificante. Desde entonces, sin embargo, la imagen de Olavarría ha quedado muy afectada, y su credibilidad electoral ha disminuido sensiblemente. No representa, a nuestro juicio, una opción de poder significativa.

El Rector Edmundo Chirinos logró impresionar a la opinión pública en sus primeros meses al frente de la Universidad Central de Venezuela. En aquellos momentos anunció—en una intervención en el programa Primer Plano—que su proyecto era un proyecto político. Luego vino el incidente de Tazón, en el que estudiantes universitarios resultaron heridos al reprimirse su secuestro de unidades de transporte universitario, incidente en el que la participación de Chirinos no fue muy transparente. Así acabó la temprana luna de miel de la universidad de Chirinos y la comunidad general, la que había incluido la vistosa presencia pacífica de soldados en el recinto uni­versitario en labores de mantenimiento de sus instalaciones. Ahora resurge como un candidato de los más fuertes a presentarse como opción «izquierdista». De sus posturas programáticas poco se conoce. Se conoce, sí, su trayectoria universitaria en la línea que alguna vez encarnó el fallecido Jesús María Bianco, y en estos últimos años se ha caracterizado por excitar y aupar las protestas estudiantiles y por participar en «marchas» dentro del tradicional corte de las protestas estudiantiles de los años sesenta. El posi­ble arraigo popular de una candidatura de Chirinos es harto dudoso. No re­presenta, en realidad, un planteamiento nuevo desde el punto de vista te­mático y, como otros precandidatos antibipartidistas (Granier, Quirós), ha tomado el camino racional y tradicional, pero poco congruente con la noción de outsider, de controlar primero una posición de poder y de exposición pública – en vez de un partido, el rectorado de una universidad, la dirección de un medio de comunicación, etcétera – para desde allí intentar el salto al máximo poder nacional. Este es un camino por el que sus seguidores deben incurrir en una inserción, más o menos comprometida, en el propio esta­blishment que se desea vencer, y en conductas de transacción similares a los de los actores políticos tradicionales a los que se combate.

Marcel Granier parece ser el precandidato emergente que cuenta con más posibilidades. Por un lado, es «de derecha», y la moda política a favor de la derecha no ha terminado sus mejores días, como la reciente demos­tración de Mario Vargas Llosa en Perú atestigua contundentemente. Por otra parte, su discurso contiene algunos rasgos de modernidad que lo aproxi­man al desiderátum. Su «resurrección» política, luego del «cierre» de su co­nocido programa de entrevistas, ha sido cuidadosamente ejecutada desde el punto de vista propagandístico. Primero fue la clausura de la «primera etapa de Primer Plano», con una entrevista a Uslar Pietri en la que el viejo matador parecía estar entregando los trastos de toreo a Granier, dándole «la alternativa». Luego se inició la «segunda etapa» con el mismo entrevistado, al tiempo que coincidía con la distribución, altamente publicitada, de «Más y mejor democracia», trabajo patrocinado por el Grupo Roraima y, según reza la muy repetida cuña publicitaria, «dirigido por Marcel Granier y coordinado por José Antonio Gil», quien imaginamos sería su ministro de planificación. Se había hecho preceder esta salida con una fuerte campaña de El Diario de Caracas en pro de la uninominalidad, en un eje de cooperación con el movimiento de «Los Vecinos», y que fue atenuándose progresivamente. En efecto, como es de lamentar, en «Más y mejor democracia» ya la uninomina­lidad para el Congreso de la República logró transformarse en «nominalidad» y su urgencia diferida para un «largo plazo» a partir de 1994.

Mucho más lamentable es la exacerbación que imprimió, en los me­dios de comunicación que controla, al tema del diferendo con Colombia a raíz del episodio de la «Caldas». Apartando la profusión cuantitativa de las referencias al tema y sus apariciones en televisión, radio y prensa, desde el punto de vista cualitativo sus exposiciones estuvieron subidas de tono, al llamar insultantemente al Presidente Barco y al Canciller Londoño «ignorantes» y «mal intencionados». A nuestro juicio el incidente con Colombia estuvo adecuadamente manejado por el Gobierno de Lusinchi, y no conducía a nada la airada presentación de Granier. Claro está que él ha debido entender que esa postura le reportaría algunos puntos a su favor en las encuestas.

Un dato curioso es que la tercera entrevista de la nueva etapa de «Primer Plano» fue concedida a Pedro José Lara Peña, tradicional «halcón» en el tema del diferendo con Colombia, y que la misma ocurrió, «premonitoriamente», antes de la incursión de la corbeta colombiana. En esa emisión del programa Lara Peña dijo a Granier que para resolver el problema serían necesarios: «hombres como Ud., Marcel.»

No obstante lo antedicho, Granier ha trabajado en la consolidación de un mensaje elaborado y estudiado, presentado a través del Grupo Roraima, que concita a muy influyentes y capaces jóvenes empresarios. La posición temática de Granier es la de un derechismo renovado y es en este sentido que aún no termina de ser un planteamiento completamente moderno, el que requeriría como condición la de trascender al tradicional esquema de derechas e izquierdas hacia un enfoque más clínico de la política. Su con­trol de importantes canales de comunicación masiva, su posesión de consi­derables recursos financieros y el acceso a otros tantos, y la obvia inteli­gencia de su diseño de campaña, lo convierten en lo más parecido posible a un outsider verdadero. Parece ser que podría usar, si quisiera, el vehí­culo del Movimiento de Integridad Nacional para ser postulado, como se desprende de la presentación que de él hiciera Gonzalo Pérez Hernández en reciente acto, en el que Granier expuso las tesis de «Más y mejor demo­cracia» a militantes de esa organización. Desde nuestro punto de vista, la opción de Marcel Granier constituye, hasta ahora, la postulación no biparti­dista de mayor efecto electoral, en razón de los factores apenas menciona­dos. En todo caso, resulta ser una opción más poderosa que la de Olavarría y la de Chirinos, y puede heredar lo que en 1983 fue la votación a favor del primero de estos otros dos candidatos.

Otros nombres son sin duda menos importantes. El Movimiento Moral, de escasa repercusión, no ha definido siquiera un candidato. El «Búfalo» Díaz Bruzual es una opción menesterosa. Vladimir Gessen ha sufrido una reciente derrota, cuando se le ocurrió arremeter contra el Movimiento al Socialismo para luego retractarse. Hubiera podido ser interesante la evolu­ción de un fuerte movimiento de los evangélicos, pero la Organización Renovadora Auténtica ha presentado un candidato débil y de corte dema­gógico—basta verlo hablar en las congregaciones a las que asiste—y aun­que fue anunciado como el producto de unas elecciones primarias éstas fueron una farsa, pues de tres precandidatos, que le incluían, uno de sus oponentes fue obligado a retirarse tras alguna cosa inconveniente descu­bierta en su biografía y el tercero, que ni siquiera era evangélico, declinó a favor de Godofredo Marín, el actual abanderado. Personeros de esa organi­zación, por otra parte, creyendo que en todo caso los pocos votos que lo­grarían los restarían de COPEI, se han mostrado dispuestos a negociar con Carlos Andrés Pérez en base a esta presunción.

En conclusión, dentro de los nombres que hasta ahora han emergido como posibles candidatos fuera de Acción Democrática y COPEI, tan sólo Marcel Granier parece poder hacer una campaña medianamente significa­tiva. Afirmábamos, sin embargo, al comienzo: «Es nuestra impresión que la situación actual de la política venezolana corresponde a la situación de sa­turación descrita anteriormente en los términos de Hawrylyshyn. Por esta ra­zón pensamos que ninguno de los nombrados en esta lista tiene la poten­cialidad de ser el «catalizador» que cristalice, o mejor, canalice a su favor las tensiones. La gran mayoría de ellos han tenido ya exposición pública suficiente, por lo que, si hubiera sido percibido alguno como el líder bus­cado, hace tiempo ya que se hubiera producido la estampida y hace tiempo ya que esto se hubiera manifestado en los registros de opinión pública.»

 

SORPRESA #1: EL GOLPE MILITAR

 

En todo tiempo, en todo sistema político, subsiste una fracción de per­sonas, muy reducidas las más de las veces, que piensan en un golpe de Estado por la fuerza como solución a los problemas. Hay conspiradores por vocación, que necesitan la excitación del secreto y la urdimbre de siniestros planes para hacerse con el poder.

 

1. Fortalecimiento del substrato de la posibilidad

Las mismas condiciones que hacen en general más probable la apa­rición de un hecho político sorpresivo son las que han aumentado la base con la que contaría un intento militar de tomar el control de las cosas: las condiciones de creciente deterioro de la situación. Sería muy raro que en las condiciones venezolanas de la actualidad no hubiesen aumentado las aproximaciones al tema y el examen de las consecuencias de un hecho tal por parte de actores con alguna posibilidad técnica de intentarlo.

Para empezar, la imagen del golpe circula por la psiquis del país en una mayor proporción desde hace al menos dos años. Este fenómeno in­cluye la añoranza comparativa de Pérez Jiménez para quienes conocieron su época, así como el atrevimiento de decirlo en personas de los estratos sociales menos dotados, quienes tienen menos que perder, pues en todo caso participan menos de los ya exiguos beneficios del sistema actual.

A veces es requerido algún incidente que pueda ser visto por las Fuerzas Armadas o parte de ellas como agravio directo. El affaire de las armas de CAVIM que fueron a parar a manos de la guerrilla colombiana constituyó, a juicio de algunos observadores con conexión militar, un inci­dente de este tipo en 1986. Técnicamente, CAVIM no era responsable, pues su caso es el de una fábrica que coloca su producción para la venta en manos de negociantes cuya autorización debe provenir del Ministerio de Relaciones Interiores. Así que, cuando el Presidente de CAVIM fue desti­tuido de su cargo, esto fue tomado con disgusto en el seno de la institución militar, pues a juicio de ésta la salida no era otra cosa que la consecución de un chivo expiatorio, que habría sido necesario al Gobierno para impedir que el asunto recayera sobre el Ministro de Relaciones Interiores, en esos momentos en proceso de separarse de su cargo para lanzarse a la cam­paña por la candidatura de Acción Democrática. Algunos observadores de esos que disfrutan con la posibilidad de un golpe, hablaban del asunto como posible detonante y hasta del general en cuestión como de la figura líder que hasta ese entonces no había. La verdad es que no pasó de ser un episodio aislado y sin mayores consecuencias. El ex presidente de CAVIM fue incorporado a un alto cargo del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y poco después fallecía víctima de una penosa dolencia.

Pero la posibilidad subsiste, y su cristalización supondría un deterioro más acusado, tal vez con la explosión de violencia social previa y la ausen­cia de una solución civil eficaz a los ojos de los militares que estuviesen pensando en esa dirección. Hay que decir que a nuestro modo de ver no deben ser muchos los altos oficiales que deliberadamente preplanifiquen un asunto así. Primero, porque la gran mayoría de nuestros militares son parti­darios de la democracia y sería muy difícil convencerlos de que participaran en una cosa tan grave. Segundo, porque mal que bien los miembros de las Fuerzas Armadas se cuentan entre los sectores sociales menos vulnerados económicamente y, por tanto, no tienen entre sus preocupaciones inmedia­tas el obtener reivindicaciones que hubiesen sido largamente diferidas. Tercero, porque los propios militares dudarían de poder afrontar con éxito la gobernabilidad de nuestro país. No es una tarea fácil, y no creemos que ha­yan muchos militares que piensen que podrían gerenciar al país mejor que lo que nuestros gobernantes democráticos se esfuerzan por hacer.

Sin embargo, el tema está planteado. Una reciente encuesta encar­gada por el diario El Nacional ha rendido resultados, por decir lo menos, harto curiosos. El tópico central era la relación de la crisis con el progreso o el deterioro moral de varios grupos sociales. Hubo dos preguntas relaciona­das: 1. ¿ha servido la crisis para que el grupo x haya progresado moral­mente? 2. ¿ha servido la crisis para que el grupo x haya desmejorado mo­ralmente? Las respuestas fueron presentadas como porcentajes de entre­vis­tados que hubieran respondido afirmativamente a cada pregunta en rela­ción con cada grupo social: campesinos, empleados privados, empresarios, funcionarios públicos, militares, obreros, políticos, profesionales y religiosos.

Llaman la atención en los resultados dos zonas de aparente inconsistencia. La primera muestra a los empleados privados y a los religiosos como grupos sociales que merecieron los últimos lugares en am­bas preguntas: no habrían progresado moralmente mucho, pero tampoco habrían exhibido mucho deterioro. El grupo de profesionales se encuentra muy cerca de esta zona y constituye, junto con los empleados privados y los religiosos, un conjunto de tres de los cuatro grupos de clase media incluidos en la encuesta. (El otro grupo es el de los funcionarios públicos). La se­gunda zona es bastante más curiosa: en ella los políticos aparecen como los que más habrían progresado moral­mente y como los que, simultáneamente, habrían experimentado un mayor deterioro.

La faja central arroja ubicaciones más consistentes (en términos de las respuestas), y muestra cómo el peor de los grupos sería el de los obre­ros seguido por el de los funcionarios públicos. Los campesinos aparecen en una ubicación algo mejor. Finalmente, la pareja militares-empresarios resulta ser la más favorecida. Serían aquellos a quienes la crisis habría he­cho progresar moralmente más y los que habrían tenido, por la misma causa de la crisis, un menor deterioro moral.

Un analista malicioso nos comunicó su impresión de que la encuesta hubiese podido ser prefabricada para producir esa asociación mental favo­rable a un golpe, en vista de la «nitidez» de sus resultados: los políticos ubi­cados como en una especie de limbo contradictorio que les impidiera que­jarse mucho; los obreros—el apoyo principal de Carlos Andrés Pérez—retra­tados como los más corruptos; la pareja conformada por los militares y em­presarios como los «santos» del país, mientras la clase media es anulada en forma similar a como se habría hecho con los políticos. Llamó nuestra aten­ción al hecho de que El Nacional no especificó esta vez la fecha de reco­lección de los datos. En todo caso, prefabricada o no, los datos presentados por la susodicha encuesta son preocupantes, pues señalan la existencia de un estado de opinión en la que los militares serían vistos como el grupo so­cial que escapa a la corrupción o el interés de algunos en que se crea que tal estado de opinión existe.

Dando por sentado, pues, que dos de las precondiciones necesarias a un golpe de Estado parecen irse conformando (deterioro político, económico y social en aumento y emergencia de la deseabilidad del golpe en un seg­mento creciente de la opinión), faltaría la voluntad de un grupo de las Fuerzas Armadas en capacidad de intentar la aventura y, fundamental­mente, la presencia de un líder. A nuestro modo de ver, este líder puede ser de tres clases, según se emprenda uno de tres modelos concebibles de ré­gimen militar.

 

2. Modelo del «Cono Sur»

Este modelo vendría a ser el modelo clásico de golpe militar latinoa­mericano, compuesto por la conjunción del poder militar y el poder econó­mico (pareja de la encuesta de El Nacional), con proscripción o muy es­tricto control de la actividad de partidos políticos. Esto requiere una con­fianza, por parte de los elementos militares, en que sabrían «qué hacer con el coroto».

Tal condición no es tan fácil de llenar, como ya apuntáramos antes. Los más recientes ejemplos de dictadura militar de este estilo—Argentina, Chile—han mostrado con claridad las dificultades en las que se incurre en materia de gobernabilidad. En particular, tales regímenes no han conse­guido la fórmula de estabilización de las economías. Ni en Chile—donde se aplicó a conciencia un programa de recetas según Friedman—ni en Argentina, fue posible que la situación económica mejorase. De hecho, las dificultades de los dictadores argentinos en su frente interno fueron un in­centivo poderoso para la acción emprendida en las Islas Malvinas en 1982, como se sugiere hoy que el Gobierno de Virgilio Barco desea la confronta­ción con Venezuela como medio de desviar la atención de la población de sus problemas cotidianos.

Por esta razón, un golpe militar en Venezuela según este modelo re­queriría, en ausencia de demandas reivindicativas propias de los militares, un grado mucho más acusado de deterioro de la situación general. Sólo un proceso de creciente protesta social, con disrupciones violentas de varios ti­pos, y la pérdida de control de la situación por parte del Gobierno Constitucional, podría hacer cruzar la barrera a un grupo militar aventurado. No parece excesivamente probable que un proceso de este tipo pueda de­sarrollarse en Venezuela en los próximos doce meses, al término de cuyo plazo, la inminencia de unas elecciones serviría de disuasivo a cualquier intentona, hasta tanto un nuevo gobierno no haya dado muestras de su orientación.

 

3. Modelo populista

Por otra vía, los golpistas podrían buscar apoyo, ya no en los sectores económicos, sino en los estratos de más bajos ingresos, planteando una orientación populista (al estilo de Perú en los años sesenta) nutrida ideoló­gicamente de fórmulas de izquierda, esto es, con dosis variables de mar­xismo. Los requisitos de un golpe de esta naturaleza son básicamente los mismos que los de cualquier intento militar. Principalmente, requiere un ni­vel muy acusado de descontento popular e incidentes reiterados de protesta social. Pero además requiere la presencia muy marcada de un liderazgo militar con ideología de izquierda. Es este último ingrediente el que no pa­rece hallarse dentro de las Fuerzas Armadas Nacionales. Sin embargo, es posible pensar en un caso leve de izquierdismo, al estilo del régimen del desaparecido General Torrijos en Panamá.

De los tres posibles modelos en discusión, éste parece ser el menos probable. Por otro lado, la otra vía tradicional de acceso al poder de elemen­tos militares izquierdistas—la insurrección popular con un brazo guerrillero—requiere bastante tiempo de organización y lucha, junto con una situación de deterioro del régimen combatido. Ninguna de estas condiciones está presente en Venezuela en forma significativa.

Existe, sí, la acción cada vez más preocupante de guerrillas con base en territorio colombiano y unidas tácticamente con los aparatos de tráfico de drogas. Lo esperable de este foco es un aumento en la frecuencia y audacia de actos terroristas. Esto, sin embargo, no es una ruta que posibilite la irrupción de un movimiento militar izquierdista, ni tiene la capacidad de con­vertirse en insurrección exitosa. Todo lo contrario, el rechazo instintivo de la población al terrorismo produce más cohesión de ésta con su gobierno le­galmente constituido. En el peor de los casos, puede llegar a constituir un acicate más para un golpe de derecha, si es que el gobierno civil no se muestra eficaz en impedir la acción terrorista.

 

4. Modelo cívico-militar

Por la discusión precedente vimos que el problema principal de los potenciales golpistas es el del liderazgo del golpe, especialmente por lo que respecta a la siguiente pregunta: ¿qué hacer con el poder una vez asu­mido?

Es por esto que, si se piensa en un golpe con viabilidad posterior al golpe mismo, el sector militar tendría que buscar a un líder civil que dé el frente y pueda exhibir un recetario para aplicar.

En la Venezuela reciente dos ciudadanos civiles han aparecido como presidentes de juntas revolucionarias: Rómulo Betancourt y Germán Suárez Flamerich. Pero en estos dos casos se trataba de algo diferente a lo que consideramos en este punto. En el caso de Rómulo Betancourt éste aportó mucho más que un recetario o programa de gobierno: aportó todo un partido político. No era, pues, simplemente un personaje con credibilidad, al que la población pudiera suponer capacitado para presidir al país, sino que era el jefe de una organización política que para la fecha ya tenía cobertura nacio­nal y el mayor apoyo de la opinión pública.

En cambio, en el caso de Suárez Flamerich se trataba de colocar una figura civil como mascarón de proa, mientras el poder real residía en los je­fes militares.

La vía abierta actualmente a un golpe de Estado mixto, es decir, con participación de civiles y militares, no puede darse según el modelo Betancourt, pues no existe en Venezuela un movimiento político de peso que esté dispuesto a asumir ese papel. Por otro lado, si bien pudiera pen­sarse en una personalidad civil de cierto renombre para servir de emblema, lo probable es que el civil en cuestión exigiera una participación mucho más determinante que la que fue reservada a Suárez Flamerich. En la medida en la que tal civil pudiese aportar algún factor de poder (distinto de un partido sólo queda prácticamente el poder económico, la posibilidad de ofrecer ga­rantía de colaboración, anuencia o al menos tolerancia del sector empresa­rial de más peso) y un programa de gobierno más o menos consistente, en esa medida sería posible un acuerdo práctico.

A todo evento, un golpe de Estado, aún en las condiciones mencio­nadas, experimentaría muy fuertes resistencias, incluyendo oposición ar­mada. No es concebible sin la puesta en práctica de una represión eficaz y sin contemplaciones, a un costo social enorme. La responsabilidad de un golpe de Estado es, verdaderamente, grave asunto. Es pensable, no obs­tante, que alguien pueda querer asumirla.

 

SORPRESA #2: OUTSIDER DEMOCRATICO

Es posible también una sorpresa más democrática que un golpe de Estado. Es más, la probabilidad de ese tipo de sorpresa es significativa­mente mayor que la de una «solución» militar. No obstante, sigue siendo una sorpresa. Es decir, la probabilidad de un evento tal es baja. No es altamente probable que un candidato no postulado por Acción Democrática o COPEI llegue a ganar las elecciones. Pero de esto se trata precisamente, de considerar cualitativamente las sorpresas, pues de su ocurrencia se ocu­pará el curso de los acontecimientos y el signo de los tiempos, según el cual, para recordar a Dror, la sorpresa es ahora un fenómeno endémico.

El tipo de análisis que haremos acá es el de estipular cuáles serían los requisitos necesarios en un candidato sorpresa y en su campaña, sin los que no podría darse su triunfo.

 

1. Rasgos necesarios del candidato

El primer rasgo indispensable en el líder que pueda orientar a su favor la considerable potencialidad de un voto harto de lo tradicional y de su inefi­cacia, es que sea un verdadero outsider. Hay, al menos, dos sentidos en los que este concepto de outsider se aplicaría en este contexto.

Para comenzar, el candidato debe ser un político que pueda ser per­cibido como estando fuera del establishment de poder venezolano. No ne­cesariamente significa esto que el candidato deba estar contra la actual ar­ticulación de poder en Venezuela. Simplemente es necesario que no se le perciba como formando parte de la red de compromisos que caracterizan a la configuración actual.

En una reunión del «Grupo Santa Lucía» de hace unos años, Allan Randolph Brewer Carías advirtió a los asistentes: «Estamos hablando del Estado como si se tratara de un caballero que se encuentra en la habitación de al lado, que está a punto de entrar y de ser presentado a nosotros. Pero la verdad es que todos nosotros hemos sido el Estado. De quien estamos hablando es de nosotros.»

Lo que Brewer quería decir es que las elites de Venezuela forman parte de un sistema consensual que determina una buena parte de las polí­ticas principales, o al menos el esquema general de la cosa política. En el caso de un líder político tradicional, por ejemplo, sus buenas intenciones hacia, digamos, una mayor democratización, se encuentran impedidas por las trabadas reglas de juego de su partido.

El pueblo sabe, empírica o intuitivamente, que una persona, partici­pante directo de la configuración de poder actual, carece de la libertad ne­cesaria para acometer los cambios que sería necesario introducir a través de tratamientos novedosos a la situación política. Para ponerlo en otros términos: un líder que ostente en los momentos actuales una cantidad signi­ficativa de poder, estará al mismo tiempo muy impedido por la serie de tran­sacciones en las que, con toda probabilidad, habrá debido incurrir para ac­ceder a la posición que ocupa y para mantenerla. Esta es, por poner un caso, la situación en la que se encuentra Eduardo Fernández. Es, posible­mente, la condición que anularía un intento de Marcel Granier, como fue, por argumento en contrario, la que significó, en el pasado, un apoyo importante al intento de Jorge Olavarría, percibido entonces como outsider.

Hay un segundo sentido, más específico, en el que el candidato que pueda resultar la sorpresa debe ser un outsider. Debe serlo también en términos de estar afuera o por encima del eje tradicional del «espacio» polí­tico. Tal eje viene determinado por un continuum más o menos lineal, que va desde las posiciones de «izquierda» hasta las posiciones de «derecha». Esta es una división tradicional del campo político, pues responde al criterio de que el principal «problema social» (o político), consiste en distribuir la renta social: si se acomete este asunto con preferencia para «los pobres» entonces se es izquierdista; si esto se hace con preferencia por «los ricos», entonces se es derechista.

No es éste el sitio para describir otra noción política más moderna que considera obsoleto el planteamiento anterior, definitorio de «derechas» e «izquierdas». Pero el candidato que pretenda tener éxito en 1988 deberá ser outsider también en el sentido de no situarse en alguna posición del eje referido, sino en un plano diferente.

La segunda característica importante (a nuestro juicio más importante que la condición de outsider ) que debe ostentar un candidato con posibili­dades de «dar la sorpresa», es la posesión de tratamientos suficientes y convincentes para la crisis.

La base de esta condición consiste en poder partir de una concepción de lo político que comprenda importantes y hasta radicales diferencias con las concepciones convencionales. En la raíz de tal concepción está la ne­cesidad de una sustitución de paradigmas políticos, en el sentido que Tomás Kuhn da al término paradigma. Es decir, nos hallamos ante una rea­lidad social y política que ya no puede ser comprendida por los plantea­mientos y enfoques convencionales, lo que es la causa de fondo de la crisis de gobernabilidad. No es el caso que los políticos tradicionales tengan las recetas adecuadas y por «maldad» se resistan a aplicarlas. El punto es que no las saben. De allí que no sepan contestar cuando se les pregunta por tratamientos concretos, como en la reciente entrevista en «Primer Plano» a Carlos Andrés Pérez. Marcel Granier le preguntó a Pérez cuál sería su so­lución al problema de la inflación. Pérez se limitó a decir que él suponía que el Gobierno de Lusinchi estaba por resolverlo y que, en todo caso, él, Pérez, le daría su opinión al Gobierno. En resumen, una respuesta evasiva.

A partir de una concepción diferente, más científica y moderna de la política y sus posibilidades tecnológicas reales, es como podría ser posible la generación de tratamientos que cumplan con tres condiciones necesarias a la persuasión pública requerida:

1. Deben ser radicales pero pocos: dos extremos resultan imposi­bles, dañinos o inútiles: el planteamiento de una reforma radical y global, que se ocupe de todo a la vez, en el mejor de los casos será altamente traumático y, más probablemente, imposible de aplicar por falta de capaci­dad para gerenciar un grado de cambio tan exhaustivo; la estrategia de cambiar lo menos posible e ir ajustando las cosas de modo incrementalista es derrotada por la complejidad original del problema y su velocidad de complicación creciente. Este dilema es comprendido intuitivamente por el elector promedio. De allí la poca credibilidad de los programas de gobierno exhaustivos, así como la de los programas tímidos e incrementalistas. Para que un programa alcance la credibilidad necesaria deberá ser del tipo radi­cal selectivo, es decir, identificador de pocos puntos estratégicos sobre los que se ejerza una acción transformadora a fondo. Y a esta condición deberá sumarse la de concreción, pues no bastará la enumeración de pocas áreas si éstas son vagamente definidas.

2. Deben ser eficaces: no se trata por tanto de pseudotratamientos. «Reactivar la economía» no es la solución, sino el estado final que debe al­canzarse una vez aplicada la solución. Combatir el «centralismo», combatir el «presidencialismo», etcétera, son orientaciones generales muy loables pero poco concretas. Los tratamientos deberán venir explicados en forma tan concreta que se pueda especificar su beneficio y su costo. Los tratamien­tos deberán dirigirse al ataque de causas problemáticas antes que a la mo­deracion temporal de sintomatologías anormales.

3. Deben ser positivos: se necesita un planteamiento terapéutico que trascienda la política quejumbrosa para ofrecer salidas que permitan un ra­zonable optimismo.

Por último, el candidato debiera tener la capacidad de «librar por to­dos». (En el juego infantil del escondite se estipula a veces una regla por la que al quedar sólo un jugador por descubrir, éste puede salvarse, no úni­camente a sí mismo, sino a todos los anteriores que hayan sido atrapados.) No se trata acá de «capacidad de convocatoria», como se la asigna a sí mismo (con cierta razón) Rafael Caldera y como se la niega a sí mismo Marcel Granier. (Entrevista de Alfredo Peña a Granier en «El Nacional» del 21 de septiembre de 1983: «Pero yo no tengo la capacidad de convocatoria necesaria para enfrentar los problemas que el país tiene en este momento.» ) El cargo de Presidente de la República tiene de por sí mucha capacidad de convocatoria, y lo tendría mucho más si tal cargo lo ocupase un outsider que hubiera logrado dar la sorpresa. El punto está más bien en la voluntad real de convocar que tenga el involucrado, en la medida en que no esté atado a intereses tan específicos que no pueda verdaderamente pasar por encima de rencores de asiento grupal. Si un aspirante a outsider sorpre­sivo, a «tajo» de las elecciones, plantea su campaña con un grado aprecia­ble de vindicta, de falta de comprensión de lo que en materia de logros polí­ticos debemos aun a los adversarios, obtendrá temprana resonancia y fra­caso final. El outsider con posibilidad de éxito no se impondrá por una mera descalificación de sus contendientes y, en todo caso, no por descalificación que se base en la negatividad de éstos sino en la insuficiencia de su positi­vidad. El propio Isaac Newton reconoció: «Si pude ver más lejos fue porque me subí sobre los hombros de gigantes.»

 

2. Rasgos necesarios de la campaña

Suponiendo que exista el verdadero outsider y que éste posea un ar­senal terapéutico eficaz, concentrado y positivo, capaz de ser asumido vo­luntariamente como programa por el público en general, todavía queda el problema de ejecución de su campaña en forma correcta.

El eje básico de una campaña correctamente ejecutada pasa nueva­mente por la suficiencia de los tratamientos que el outsider proponga. La campaña debe ser planteada en esos términos: suficiencia vs. insuficiencia.

Luego viene la consideración del tiempo estratégico. Por diversas ra­zones el tiempo de lanzamiento de la candidatura con posibilidades debe ser lo más tardío posible. Por un lado está el problema de los recursos: es improbable que un verdadero outsider pueda conseguir los fondos necesa­rios a una campaña prolongada. Por otra parte, el intento debe ser hecho contraviniendo los intentos de actores muy poderosos. En tales condiciones una guerra de atrición no es sostenible. No puede un outsider trenzarse en una larga «guerra de trincheras» contra Acción Democrática y COPEI, pues caería en el asedio. Nuestro outsider se encuentra en la situación de Israel, país pequeño y rodeado de enemigos mucho más numerosos y de mayor poder. Así, su estrategia indica un golpe sorpresivo y contundente y definitivo. Por último, el tiempo debe ser tardío porque lo que es necesario producir corresponde a lo que los psicólogos de la percepción llaman un gestalt switch. Es un cambio súbito en la manera de percibir una misma cosa. De este modo, o el cambio de percepción se produce o no se produce, o se entiende o no se entiende, y para esto no es necesaria o correcta una campaña de convencimiento gradual, sino una argumentación suficiente que tienda a producir una respuesta más instantánea.

Este punto viene ligado, como dijimos, al tema de los recursos. Pues una condición de corrección de la campaña deberá ser por fuerza la de su economía. La campaña deberá ser económica. Tanto porque no se dispon­drá de muchos recursos como porque un gasto excesivo produciría un re­chazo de la misma. Así, la campaña debiera ser diseñada en términos eco­nómicos.

Esto será posible si la campaña es planteada en términos de calidad vs. cantidad. Contra la reiteración sloganista de millares de cuñas y pancar­tas, una concentración en mensajes más completos, más densos y contun­dentes.

A favor de esta posibilidad jugaría la amplificación que se daría por el efecto de novedad. Por el mismo hecho de plantearse una campaña de es­tilo diferente es como se daría la posibilidad de distinguir el mensaje en un mar de ruido electoral, en la cacofonía de las abrumantes campañas tradi­cionales, como un minúsculo flautín clarísimo lo hace dentro de un tutti or­questal.

La campaña deberá caracterizarse, además, por una extraordinaria capacidad organizativa. Se trata, para mencionar sólo un problema, de dis­poner de testigos en unas treinta mil mesas electorales, con su correspon­diente apoyo logístico y de comunicación. Para un outsider este problema es de gran cuantía, puesto que por definición, al ser outsider, no dispone de la «maquinaria» de antemano.

Finalmente, el outsider deberá ser capaz de resistir los ataques que sobrevendrían, en una gama que puede ir desde el enlodamiento de su re­putación hasta la eliminación física. El riesgo aumentará a medida que la opción que representa comience a significar una posibilidad clara de victo­ria.

 

3. Las probabilidades

Siendo lo que antecede las condiciones indispensables a una «sorpresa» exitosa ¿qué puede decirse de las probabilidades de tal aven­tura?

La condición crítica será seguramente la de disponibilidad de los re­cursos. Acá se enfrentaría un outsider con la incredulidad básica ante una aventura no convencional y con la tendencia conservadora que aún en ca­sos de crisis encuentra difícil ensayar algo novedoso. Aquellos que pudie­ran dotar a una campaña como la esbozada de los recursos suficientes es­tarán oscilando entre los extremos de más de un dilema.

Uno de los dilemas es el de seguridad vs. corrección. Se sabe de lo inadecuado de los actores políticos tradicionales, pero ante un plantea­miento correcto por un outsider habría la incomodidad de abandonar lo co­nocido. Es queja perpetua del sector privado que el Gobierno no establece reglas de juego estables. La verdad es que hay reglas tácitas de conducta establecidas desde hace tiempo, incluyendo las que regulan la urbanidad de la corrupción. Stafford Beer decía, refiriéndose a la sociedad inglesa de hoy, que su problema era que «los hombres aceptables ya no son competen­tes, mientras los hombres competentes no son aceptables todavía.» En forma similar Yehezkel Dror destaca otro dilema: si se quiere eficacia es ne­cesaria una transparencia en los valores, la exposición descarnada de los mismos; si lo que se quiere, en cambio, es consenso, entonces es necesaria la opacidad de los valores, no discutirlos más allá de vaguedades y abs­tracciones.

Así, pues, se estaría ante un dilema de tradicionalidad vs. eficacia, de poder vs. autoridad. Es pronosticable que la mayoría de los actores con re­cursos, ante una solicitud de cooperación por parte de un outsider con tra­tamientos realmente eficaces, se pronunciaría por los términos dilemáticos más conservadores.

Pero es concebible que una minoría lúcida entre los mismos pueda proveer los recursos exigidos por una campaña poco costosa en grado su­ficiente, al menos para cebar la bomba que pueda absorber los recursos totales del mercado político general, pues si la aventura cala en el ánimo del público, una multitud de pequeños aportes puede sustituir o complementar a un número reducido de aportes cuantiosos.

Pero el obstáculo principal consistirá en salvar la diferencia entre una percepción de improbabilidad y una de imposibilidad. Ni aún el menos con­servador de los hombres dará un céntimo a una campaña de este tipo si considera que todo el esfuerzo sería inútil, si piensa que un resultado exi­toso es, más allá de lo improbable, completamente imposible. El análisis que hemos hecho indica que, si bien el éxito de una aventura así es por de­finición improbable—a fin de cuentas se trataría de una sorpresa—no es ne­cesariamente imposible, y que, por lo contrario, la dinámica del proceso po­lítico venezolano hace que esa baja probabilidad inicial vaya en aumento. Si esto es percibido de este modo, entonces tal vez las fuentes de apoyo necesarias quieran comportarse como un jugador racional de la ruleta con cien dólares en la mano. Apartará cincuenta dólares como reserva y de los cincuenta restantes apostará la mayoría, cuarenta y cinco quizás, a las po­sibilidades de mayor probabilidad, rojo (Pérez), negro (Caldera), par (Fernández), impar (Lepage). Pero jugará cinco de los cien dólares en pleno al diecisiete negro (outsider), porque sabe que si la apuesta es de éxito menos probable, si pierde pierde poco y si gana ganará mucho más que lo que invirtió.

Finalmente, y nuevamente en la analogía de los juegos, bastante de­penderá de la lectura que se tenga de la crisis. Para aquellos para los que la abrumadora acumulación de evidencias no sea suficiente para creer que la crisis no es de carácter coyuntural y pasajero, será lo indicado negar su apoyo al outsider. Sólo aquellos que ya se hayan convencido de que la crisis es estructural y requiere por tanto terapias no convencionales, podrán pensar como el buen jugador de dominó (o de bridge) que carezca de la información completa sobre la localización de las piezas o cartas claves. En esas condiciones un buen jugador identificará cómo tendría que darse esa ubicación de piezas para poder ganar la mano. Entonces jugará como si en verdad la disposición fuese esa única forma de ganar, rogando para que así sea.

Yehezkel Dror nos dice que la situación del agente de decisión de hoy es cada vez más la de una apuesta difusa.

 

CONCLUSIONES

La probabilidad de una sorpresa política en Venezuela en el futuro próximo no es despreciable. La dinámica del proceso, es más, hace que su probabilidad aumente. Dentro de estas sorpresas aparecen como más pro­bables, solamente, la de un golpe militar y la del triunfo electoral en 1988 de un outsider democrático. Otras sorpresas, sin embargo, son pensables. Por ejemplo, pudiera volverse a excitar la inconveniente disputa colombo-vene­zolana, en la que escenarios muy complicados, con participación de facto­res tan anómalos como el del binomio drogas-guerrilla podrían producir cambios poco previsibles de antemano.

Por lo que respecta a un golpe militar antes de las elecciones de 1988 las probabilidades aparecen como minúsculas, aun cuando el deterioro continuase, como parece lo inevitable. Sólo un deterioro muy fuertemente acelerado en lo que resta desde ahora hasta las elecciones, pudiera provo­car un intento serio de golpe militar. Por esto el sistema político venezolano deberá estar pendiente de acciones intencionales de agitación y agrava­miento de la situación por parte de elementos que estuviesen jugando a esta posibilidad. En cambio, de ganar las elecciones de 1988 uno de los candidatos tradicionales, probablemente lo haría con un porcentaje muy re­ducido de votos. En ese caso el próximo gobierno sería, por un lado, débil; por el otro, ineficaz, en razón de su tradicionalidad. Así, la probabilidad de un deterioro acusadísimo sería muy elevada y, en consecuencia, la probabi­lidad de un golpe militar hacia 1991, o aún antes, sería considerable.

En lo tocante al caso del outsider democrático las probabilidades son algo mayores. Pero lo cierto es que el outsider con las condiciones necesa­rias no ha hecho todavía su aparición. Esto no significa, por supuesto, que no exista. Es posible que sí exista y que, en cumplimiento de uno de los re­quisitos funcionales de su campaña, haya decidido no presentarse todavía.

 

Apéndice

Nuevas expresiones de la «matriz» de opinión pública

Uno de los registros de opinión más indicativos respecto del problema acometido en este estudio es la encuesta Gallup referida por el diario El Nacional el día 19 de septiembre de 1987. La encuesta fue dirigida a una muestra de 900 personas del Área Metropolitana de Caracas. Los resulta­dos de la misma son extraordinariamente reveladores y confirman la hipó­tesis central de este texto: la significativa propensión a la sorpresa política hoy en día existente en Venezuela. Veamos.

En relación con la aceptabilidad de una «tercera opción» ante el biparti­dismo el 31,2% de los encuestados respondió que «le gustaría mucho», el 21,9% que «le gustaría». Esto hace un total de 53,1%. Dependiendo del gusto de los analistas a este último porcentaje podría añadirse un 3,7% de «no sabe/no contesta», para un total global de 57% no negativo a la tercera opción. Sólo 36,7% contestó que «no le gustaría», junto con 6,5% que res­pondió que «le gustaría poco».

Entre los motivos para querer una opción diferente a la del biparti­dismo el porcentaje más alto lo obtuvo la simple declaración de que el bi­partidismo «es negativo». En cambio, otras razones no llegaron al 10% de las contestaciones: «probar otra forma» 7,9%; por los «males administrativos» 8,7%; por la «corrupción» 7,3%»; porque «no cumplen» 8,5%; «otras razones» 2,7%; «no sabe/no contesta» 6,6%. Es interesante notar que la corrupción no es, ni con mucho, el factor principal de rechazo, lo que indica lo equivoca­dos que han estado, aún en términos de su propio enfoque de política rea­lista, personajes como Oswaldo Alvarez Paz, Luis Piñerúa Ordaz, Leopoldo Díaz Bruzual y otros actores y hasta movimientos que han buscado legiti­marse con una lucha moralista contra la corrupción.

Muy interesantes son las respuestas en torno a cuál sería la mejor opción respecto de un nuevo partido. Acá los resultados fueron los siguien­tes: un partido nuevo de derecha, 14,8%; un partido nuevo de izquierda, 9,7%; un partido nuevo de centro, 11,4%; una coalición de derecha, 5,2%; una coalición de izquierda, 6,1%; una coalición de centro, 2,2%; una coali­ción de todas las tendencias, 11,8%; una coalición de independientes, 9,2%; un gobierno militar, 3,6%; un gobierno cívico-militar, 4,9%; un gobierno con apoyo de la iglesia, 0,8 %; un gobierno con apoyo de empresa­rios, 0,2%; no saben/no contestan, 13,9%.

La suma de las respuestas interpretables a favor de la derecha (partido nuevo de derecha, coalición de derecha, gobierno militar, gobierno cívico militar, gobierno con apoyo de la iglesia y gobierno con apoyo de em­presarios) es de 29,42%. La suma de las respuestas interpretables a favor de la izquierda (partido de izquierda y coalición de izquierda) es de 15,8%. La suma de las respuestas interpretables a favor del centro (partido de cen­tro, coalición de centro, coalición de todas las tendencias, coalición de inde­pendientes) es de 34,6%. La suma de las respuestas favorables a un go­bierno militar (con o sin civiles) es de 8,4%.

En materia del perfil de un candidato de una tercera opción El Nacional publicó las respuestas a dos preguntas: una sobre conocimiento de las personalidades de una lista (ignoramos porque no se incluyó en ella a Marcel Granier, quien obtuvo más de 15 puntos en la encuesta Gaither mencionada en este trabajo) y otra sobre la intención de votar por esas mismas personalidades. Los resultados fueron los siguientes:

Personalidad            Lo conocen                 Votarían por él

______________(%)                                 (%)

 

A. Uslar Pietri 80 50,5
R. J. Velásquez 20,3 1,3
D.F. Maza Zavala 31,1 6,6
R. Cervini 25,3 2,6
A. Quirós Corradi 9,7 2,4
E. Mayz Vallenilla 16,3 1,4
M.E. Otero 17,7 0,5
P.L. Zapata 61,9 4,9
L. Díaz Bruzual 63,3 2,2
Ninguno 1,9 16,6
Por A.D. o C.O.P.E.I. —— 4,4

………

Son significativos puntos de estas dos últimas preguntas (según la publicación de El Nacional) la ausencia de Marcel Granier, ya anotada; la muy importante opinión favorable al Dr. Úslar Pietri (aunque 37% de los que lo conocen no votarían por él); los resultados respecto de la dispareja pa­reja de El Nacional (aunque Otero es más conocido que Quirós más per­sonas votarían por Quirós que por Otero); el hecho de que más del 96% de las personas que conocen al «Búfalo» no votarían por él; que sólo el 4,4% dice que votaría por AD o por COPEI.

Finalmente, la encuesta—tal como fue reportada—incluye una investi­gación más en detalle sobre las posibilidades de una coalición de izquierda. (Se recordará que el Director de El Nacional, Alberto Quirós Corradi, había propuesto que una coalición tal fuese el eje central de un intento antibipar­tidista.) En cuanto a intención de voto por una coalición MAS-MEP-MIR, las respuestas fueron éstas: votarían a favor en cualquier caso, 11,6%; votarían a favor dependiendo del candidato, 14,1%; votarían a favor dependiendo del programa, 17,6%; no votarían favor en ningún caso, 52,5%. (No saben o no contestan, 4,2%). Apartando la clara negación a una posibilidad de este tipo, es digno de notarse la madurez expresada en el hecho de que más personas condicionan su voto a un programa que las que lo hacen según un candidato.

En cuanto a las posibilidades de triunfo la coalición MAS-MEP-MIR las respuestas fueron: creen que ganaría seguro un 2,9%; que muy probable­mente ganaría un 12,6%; que tiene posibilidades de triunfo el 21,1%; que tiene pocas posibilidades el 21,8%; que no gana en ningún caso el 38,1%. (No sabe o no contesta el 3,4%.)

De esta encuesta es destacable, pues, en primer término la clara op­ción que tiene una opción diferente a Acción Democrática y COPEI que se plantee correctamente y ejecute una campaña correcta. Luego, la apa­rente facilidad con la que pudiera ganar una campaña con el Dr. Úslar Pietri como candidato. (Al menos en Caracas.)

En este último sentido lo importante sería conocer si el Dr. Úslar Pietri estaría en disposición de acometer la tarea. A este respecto el autor de este trabajo se siente tentado a usar información privilegiada: en enero de 1985 Arturo Úslar Pietri nos dijo enfáticamente: «Usted y yo no somos políticos».

Sin embargo, la hora de la Nación es harto especial, y tal vez el Dr. Úslar consienta ante una muestra de aprecio tan abrumadora, sobre todo si es posible concebir para él una campaña cónsona con su edad y sus gustos en materia de contacto con el pueblo. O tal vez el Dr. Úslar Pietri consiga la manera de transferir ese presunto enorme apoyo a un ungido suyo. Si Marcel Granier dice no tener la capacidad de convocatoria necesaria, el Dr. Úslar indudablemente la tiene. Bastaría ver si es suficiente que el Dr. Úslar dijera de Marcel Granier «he aquí mi hijo bienamado en quien he puesto to­das mis complacencias», suponiendo que quisiera decirlo.

LEA

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