Los apremios de una mujer fenicia

León de Pas – Zeus y Europa, 1997 – Cuartel General del Consejo Europeo, Bruselas

Según la leyenda, Zeus estaba enamorado de Europa y decidió seducirla o violarla, siendo ambas versiones casi equivalentes en la mitología griega. Se transformó en un toro blanco y se mezcló con las manadas de su padre. Mientras Europa y su séquito recogían flores cerca de la playa, ella vio al toro y acarició sus costados y, viendo que era manso, terminó por subir a su lomo. Zeus aprovechó esa oportunidad y corrió al mar, nadando con ella a su espalda hasta la isla de Creta. Entonces reveló su auténtica identidad y Europa se convirtió en la primera reina de Creta. El acto amoroso tuvo lugar bajo un plátano, árbol que, según la mitología, debe el que sus hojas sean perennes a este acontecimiento.

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Creta es la mayor isla de Grecia, naturalmente, allí donde Georgios Papandreou fue el primer gobernante que perdiera su investidura a causa de la crisis financiera de la zona euro. A aquel destino llegó Europa, una princesa fenicia, desde las arenas de las playas de Tiro. Un dios tan libidinoso como Silvio Berlusconi, el segundo gobernante que cayera por las mismas razones, se transformó en el símbolo de los mercados en pujanza para seducirla. Su hermano, Cadmo, trajo el alfabeto, la fundición de metales, el arado y la agricultura, tal vez la moneda inventada al continente y la cultura que comienzan con Grecia. Gente laboriosa estos fenicios, los comerciantes de la antigüedad que fueron a buscar estaño hasta las Islas Británicas donde David Cameron balbucea y reprime las protestas de la pobreza, los primeros colonizadores de la Península Ibérica, donde otro gobierno incapaz de arreglar la economía se prepara a cesar, esta vez por votos indignados.

Pero ahora su descendencia está en problemas: crujen las economías de doce repúblicas de la Unión Europea. Conductas macroeconómicas en gran medida irresponsables, exageradamente optimistas o arrogantes, han puesto en peligro el gran experimento de la integración de Europa. Ya hay quien expide certificados de defunción del euro; Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, ha hecho precisamente eso: «This is the way the euro ends. Not with a bang but with bunga-bunga». (El 9 de noviembre en su blog en The New York Times). Como él, la mayoría de los analistas espera el deceso del sueño europeo.

Y, sin embargo, viendo las cosas bien, asistimos a un inusitado esfuerzo de cooperación de los jefes de Estado de Europa. Nunca antes, los líderes del Viejo Continente habían actuado de manera tan coordinada, tan sinérgica. (Merkel y Sarkozy destacan por su diligencia y desprendimiento, por su prudencia). Antes resolvían sus problemas con guerras que extendían al mundo, dos veces el siglo pasado. Ahora los líderes se reúnen y acuerdan tratamientos sensatos.

La Zona Euro no ha muerto todavía; es más, se puede argumentar que se dirige a un nuevo estadio evolutivo. El peligro común alimenta el cambio, dirigido a un ulterior fortalecimiento de las instituciones centrales. Así, se le pide al Banco Central Europeo que funcione abiertamente como lo hace la Reserva Federal de los Estados Unidos, que intervenga para salvar a la moneda única del continente.

Stuart Kauffman es el biólogo teórico que destacara que la rica complejidad de la vida resulta no sólo de la selección natural de una competencia darwiniana, sino de una auto-organización que emerge de dinámicas bastante distantes del equilibrio. Un cristal es completamente organizado, sus átomos en posiciones fijas dentro de una estructura regular; pero un cristal es una estructura muerta. La desorganización total, por otra parte, es también la negación de la vida, que requiere la preservación de estructuras orgánicas. Por eso dice Kauffman que la complejidad de los organismos y los sistemas biológicos se crea en una franja al borde del caos.

Creo que es justamente eso lo que ahora ocurre en Europa y que, a pesar de los anuncios de Casandra, la fuente de la cultura occidental terminará por resolver su crisis sistémica. Europa saldrá fortalecida, una vez más, de tierras griegas y romanas.

El 2 de agosto de 1993, el esquema integracionista europeo, ya debilitado por la poco entusiasta—hasta difícil—aprobación del Tratado de Maastricht por parte de varios de los países de la Comunidad, recibió un golpe de importante magnitud. La especulación desatada contra las monedas de Francia, Dinamarca, Bélgica, España y Portugal, como consecuencia de la negativa del Bundesbank a las peticiones de reducción de su tasa de interés clave, pareció descarrilar el programa previsto para la unificación monetaria europea: la meta de una única moneda hacia 1999. Al mes siguiente de estos hechos, Milton Friedman, el Premio Nobel de Economía y líder de la llamada Escuela de Chicago, se expresaba en estos términos: «Si los europeos quieren de veras avanzar en el camino de la integración, deberían comprender que la unidad política debe preceder a la monetaria. El continuar persiguiendo algo que se acerca a una moneda común, mientras cada país mantiene su autonomía política, es una receta segura para el fracaso». (Entrevista en la revista L’Espresso, 26 de septiembre de 1993).

La nueva crisis es mucho más extensa y profunda. La apuesta de este blog es que de ella resultará el aprendizaje que unirá más a los europeos. Pocos grupos humanos merecen más una polis común próspera y poderosa. LEA

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Europa, una luna muy particular

Es muy apropiado que Europa, uno de los satélites de Júpiter—Dyēus-pətēr, en indo-europeo; Dyaus Pita en védico; Dieus-pater en latín; es decir, el Padre Zeus—, su dios amante, haya sido el nombre que Galileo Galilei le adjudicara hace cuatrocientos años y un año al descubrirlo. La especial tectónica de Europa, el hecho de que tenga agua y hasta una delgada atmósfera de oxígeno, han alentado especulaciones de que pueda alojar alguna forma de vida. Lo más reciente acerca de este caso hipotético es reportado en TIME Magazine. Allí se lee cómo se agencia Europa para tener una temperatura más propicia a la vida, con una superficie fracturada que los planetaristas han designado como «terreno del caos». Y eso que no estaban pensando en la tesis de Stuart Kauffman.

 

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