La voz de la serenidad
bálsamo. 4. m. Med. Medicamento compuesto de sustancias comúnmente aromáticas, que se aplica como remedio en las heridas, llagas y otras enfermedades.
Diccionario de la Lengua Española
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Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para conocer la diferencia.
Reinhold Niebuhr – Oración de la serenidad
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Señor, dame paciencia… ¡pero dámela ya!
Anónimo – Oración de la paciencia
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El alma del mundo está lesionada: el dolor de Japón, el de Libia. Nosotros, los venezolanos, sumamos esas penas a nuestra cotidiana crispación—que, hay que admitir, últimamente es de tensión menor—y, para colmo, se nos ha muerto Elizabeth Taylor. El alma del mundo pide música que la alivie. La serenidad no es tanto un ingrediente de la conciencia como una capa que la envuelve en toda su extensión. Ella es capaz de empacar, bajo su tranquilo celofán, dolores, pasiones, amores, deseos. La música es su más fiel retrato; la música serena es el papel adecuado para el envoltorio del desasosiego. He aquí dieciséis piezas que, juntas, son un poco más de una hora y cuarto de música balsámica. Cada quien puede dosificar su audición según sus necesidades de impavidez.
1. Adagio
El segundo movimiento de la Toccata, adagio y fuga en Do menor de Juan Sebastián Bach (BWV 564) es una de las composiciones más hermosas del decano de la música occidental. Como en otras de su repertorio, las notas que la componen hablan, dicen, conversan, explican, convencen. Esta rendición de Vladimir Horowitz—en vivo desde Carnegie Hall, el domingo 9 de mayo de 1965—deja en claro ese carácter conversatorio de las obras de Bach que, en este caso, se manifiesta con decires calmados.
2. Ave María
María, madre de Jesús de Nazaret, es remanso de los fieles cristianos. Sujeto de penas horribles, ella misma ha conocido el dolor y por eso aprovecha su poderosa influencia para calmar a los hombres. Ella es, proclaman las letanías, Madre del buen consejo, Madre de misericordia, Virgen clemente, Causa de nuestra alegría, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos, Reina de la paz. Franz Schubert logró decir todo eso en su Ave María, aquí cantada por Plácido Domingo, los Niños Cantores de Viena y la sinfónica de la ciudad. Su nombre es la placidez.
3. Poco allegretto
La nobleza caracterizó la persona y la música de Johannes Brahms, de corazón tan generoso como el del plácido tenor que acabamos de escuchar. No hay nobleza sin serenidad; la histeria, la iracundia, el resentimiento y la crueldad no son pasiones serenas. Se puede, en cambio, ser serenamente apasionado. Así es el tercer movimiento de la Tercera Sinfonía de Brahms en Fa mayor, opus 90. Wolfgang Sawallisch dirige la Orquesta Sinfónica de Viena que oímos también antes.
4. Panorama
Un recurso que el compositor puede usar para transmitir placidez es, por supuesto, el ritmo. En este número del ballet La bella durmiente, de Pyotr Illich Tchaikovsky, la partitura lleva la marca leggiero, es decir, sin acentuación. El tempo viene marcado por el pizzicatto de las cuerdas graves, pero si se pone atención a la canción de los violines y las insistentes figuras de las maderas—más tarde las trompas—uno se percata de que sus notas no llevan acento; todas suenan con la misma intensidad. Anatole Fistoulari dirige la Orquesta Sinfónica de Londres en esta serenidad paisajista.
5. Consolación
Si esta pieza de Franz Liszt—la tercera con ese nombre—no fuera consoladora, habría estado muy mal bautizada. Se trata del acto de conseguir serenidad como resultado del consuelo. El pianista británico Peter Katin la interpreta para nuestro apaciguamiento.
6. Dueto de la flor
La ópera Lakmé, de Léo Delibes, incluye en su primer acto la hermosísima aria Viens, Malika, en la que Lakmé y su sirviente cantan mientras recogen flores río abajo. La música refleja la serenidad que suscita la naturaleza bella y paciente. Dos grandes del canto, Katherine Jenkins y Kiri Te Kanawa, logran una versión difícil de superar.
7. Danza de los espíritus benditos
Cristoph Willibald Gluck fue finísimo compositor del período clásico—el mismo de Haydn y Mozart—de la música occidental. Compuso principalmente óperas y ballets; su obra puramente instrumental es breve. De la serenísima danza de su ópera Orfeo, interpretan su sección media los músicos de la Orquesta de Cámara Inglesa, dirigidos por Raymond Leppard. Serenidad mística, pudiera decirse.
8. Mantras tibetanos
Pero lo místico no es, en absoluto, exclusivo de Occidente. De hecho, es muy anterior en Oriente. Los monjes budistas del Monasterio de Maitri Vihar entonan ahora tres mantras del Tíbet en sucesión, y el efecto que obtienen no está lejos, gracias a su simplicidad, de la serenidad típica del europeo Canto Gregoriano.
9. In Paradisum
El Réquiem en Re menor, opus 48, de Gabriel Fauré es único porque su último número no es sobre la muerte, sino sobre la vida perdurable en el Paraíso. El Coro del King’s College de la Universidad de Cambridge interpreta este consuelo, unas estrofas que parecen cantar muy tranquilas las almas resurrectas. La angustia por la inmortalidad se tranquiliza.
10. Au fond du temple saint
La serenidad que sucede a la renuncia, esa liberación del objeto deseado, emerge en el dúo de barítono y tenor del Acto I de Los pescadores de perlas, fina ópera de Georges Bizet. Dos hombres recuerdan a una mujer que enamoró a ambos, a la que renunciaron para preservar la amistad. Zurga y Nadir son los pescadores de Ceilán (hoy Sri Lanka) personificados por Jussi Bjoerling y Robert Merrill, quienes cantaron el dueto como ningún otro par de cantantes pudo hacerlo.
11. Preludio en Mi menor
De sus Preludios del opus 28, el #4 en Mi menor ilustra cómo era Federico Chopin capaz de envolver la melancolía romántica en canto sereno, que cubre las tensiones que surgen de la mano izquierda, la mano del corazón. La serenidad las envuelve y las protege. Vladimir Ashkenazy al piano.
12. Claro de luna
Philippe Entremont, por francés y por refinado pianista, es muy indicado para tocarnos la serenidad de esta pieza de la Suite bergamasca de su compatriota, Claude Debussy, Claude de France. El Día de San José tuvimos la infrecuente Luna Grande, pero Debussy capturó para siempre su impertérrita dulzura en pentagramas inmortales.
13. Salut d’amour
El opus 12 de Edward Elgar es una sencillísima y tranquila canción sin palabras, aquí dirigida por David Zinman al frente de la Orquesta Sinfónica de Baltimore. Se trata del saludo de un amor apacible pero alegre, seguro de sí mismo, sereno en la conciencia de su naturalidad.
14. Nimrod
La variación IX de las catorce Variaciones Enigma de Elgar—designadas con títulos en clave—alude a uno de sus grandes amigos, Augustus Jaeger, quien le ofreció a lo largo de su vida sinceros y útiles consejos críticos. Es el número la más bella de las variaciones; en ella, el espíritu crece con la crítica y adquiere fortaleza que no está reñida con la serenidad. La gente superior sabe que la crítica es el mejor de los alimentos. Eugene Ormandy dirige la Orquesta de Filadelfia.
15. Sehr ruhig
Muy calmo (Sehr ruhig) es la indicación dinámica para el trozo final de la Noche transfigurada (Verklärte Nacht) de Arnold Schönberg, una obra de su período tonal, antes de que desarrollara los principios atonales dodecafónicos. (Aquí por la Orquesta de Cámara de Viena, dirigida por Raphael Eröd). Una mujer cuenta, al hombre enamorado que la acompaña en su paseo nocturno, que lleva en su vientre el hijo de otro. El hombre le dice: «No dejes que el niño concebido sea en tu alma una carga. ¡Mira como brilla el universo! (…) Me has inundado de esplendor, haz hecho un niño de mí». Es la serenidad del amor que sabe perdonar.
16. Aire en la cuerda de Sol
Juan Sebastián Bach tuvo veinte hijos. Imaginemos a la mitad portándose mal al unísono y entenderemos que la serenidad era, para él, asunto crucial en materia de salud psicológica. De su Tercera Suite Orquestal en Re mayor (BWV 1.068) es el movimiento más famoso el segundo: Aire («en la cuerda de Sol». Lo toca al cierre la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Eugene Ormandy). Es, en efecto, la atmósfera toda, el aire que respiramos, lo que se confunde con la esencia de la serenidad. Hace algún tiempo pensé que sería la música que quisiera escuchar mientras muriera. En paráfrasis de Andrés Eloy Blanco, es la mejor música para decir me muero. LEA
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(Las distintas piezas aquí colocadas pueden ser descargadas al disco duro de su computador desde el Canal Dr. Político en www.ivoox.com; también conduce allí oprimir la letra «i» a la derecha de cada reproductor o, directamente a la pieza en cuestión, la pequeña flecha vertical naranja a la izquierda).
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