La música «clásica» reciente
El plan secreto, de la música de El ilusionista
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A Leopoldo, hombre de la Nueva Era
La producción de música que llamaríamos, en un sentido lato del término, música clásica, no se detuvo con Igor Stravinsky (1882-1971). En el siglo XX hubo una copiosa producción que, en general, quería alejarse del lenguaje musical del Romanticismo y el Postromanticismo. Esta intención implicó alejarse de la tonalidad, las melodías hermosas, los acordes consonantes. En su lugar tuvimos el atonalismo, las series melódicas abruptas, la disonancia y hasta el absurdo del silencio. En 1952, el compositor estadounidense John Cage (1912-1992) presentó 4′ 33″, una «pieza» para cualquier instrumento o grupo de instrumentos, cuya ejecución consiste en ¡no tocarlos en absoluto durante tres «movimientos» que deben durar exactamente cuatro minutos y treinta tres segundos! El propio Cage la consideraba su obra más importante (¿A una música que no suena?).
Webern: Cantata #2, op. 31
En esta lucha excesivamente intelectual contra lo que suena bien, los dodecafonistas—Arnold Schoenberg, Alban Berg, Anton Webern—se propusieron asesinar el concepto mismo de tonalidad, con estrictas reglas para evitar la repetición de notas antes de que sonaran los restantes once tonos de la escala cromática (las siete teclas blancas y las cinco negras en un piano). La «música electrónica» (Karlheinz Stockhausen, Edgar Varèse) hizo su aparición, así como su predecesora, la musique concrète (Pierre Schaefer). Búsquedas menos radicales condujeron a la música algo menos irritante de Pierre Boulez, Benjamín Britten, o Luciano Berio. Así aprendimos a tolerar la Trenodia a las víctimas de Hiroshima, de Krzysztof Penderecki (1933) quien, felizmente, ha procurado regresar a la música tonal.
Pero ahora hay una nueva camada que se ha desprendido de la música horrorosa, que se ha reconciliado con la tonalidad y la hermosura melódica. Es el contenido de su discurso musical lo que es nuevo; no era verdad que todo estaba dicho.
Casi todos ellos hacen música para el cine. («Y es que antes hubo cortes reales, ducales, condales que sostenían el trabajo de los buenos músicos, e iglesias que podían contratar un Kapellmeister que se encargara de tocar órgano, dirigir coro y orquesta y, de paso, componer una que otra cantata, como hizo Juan Sebastián Bach para cada día del año litúrgico. Es decir, había que empatarse con la realeza o la nobleza, o con los apoderados de Dios en la tierra, para hacer música y comer al mismo tiempo. Pero ahora son las cortes de Hollywood o Bollywood o Cinecittà las que hacen económicamente posible mucha música bien compuesta». Música para ver).
Así, por ejemplo, Philip Glass (1937), compositor estadounidense nacido en Baltimore, Maryland, de familia originalmente lituana. Hay quienes tienen a su obra como ejemplo de un «clasicismo minimalista»; él mismo dice que hace música con «estructuras repetitivas», tal como comprobamos al inicio en The secret plot de su musicalización de El ilusionista. Glass, y la mayoría de los compositores contemporáneos, son reiterativos, recursivos, hacedores de música que se parece a sí misma, como un fractal. El Bolero de Ravel es ciertamente iterativo, machacón, pero la exposición de su tema lleva un buen número de compases. No es así la música de Glass, bastante más minimalista. Sus temas se construyen con un número reducido de notas, y pudiera más tenérselas como motivos musicales, en el mejor de los casos como exiguos diseños melódicos que se repiten, como en ciertas obras de J. S. Bach o en muchas imágenes de Maurits Escher o las paredes de la Alhambra. (Libro fascinante de Douglas Hofstadter: Gödel, Escher, Bach).
Y sobre Glass, que tuvo la fortuna de formarse bajo la guía de la grande dame de la educación musical del siglo XX, Nadia Boulanger, ha debido influir un compatriota de ésta: Erik Satie. Esa influencia es evidente en las dos piezas que se pone a continuación: la primera y la tercera de sus cuatro Metamorfosis. Tal como las Gimnopedias de Satie, parecen asediar una misma idea musical desde diferentes perspectivas.
Metamorfosis I
Metamorfosis III
Un botón adicional en esta muestra vítrea: Aguas vivientes, uno de los temas que compusiera para la película The Truman Show, protagonizada por Jim Carrey.
Living waters
También es hombre de muy redonda y apropiada formación el belga-flamenco Wim Mertens (1953). Este culto caballero se graduó en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Leuven y en Musicología en la Universidad de Ghent, y estudió Teoría Musical y Piano en el Conservatorio de esa ciudad y el Conservatorio Real de Bruselas. Es, pues, un músico extraordinariamente preparado.
Antes de sobresalir como compositor él mismo, Mertens produjo importantes eventos musicales para la Radio-Televisión Belga. Igualmente para la Radio de Brabante; por ejemplo, conciertos de Philip Glass, cuyo estilo minimalista llamó su atención, al punto de que escribiera el libro American Minimal Music, sobre la Escuela de Música Repetitiva de los Estados Unidos. En 1980, sin embargo, su propia composición hizo impacto, con la pieza Lucha por el placer, que aquí podemos escuchar:
Struggle for pleasure
Y para reiterar que Mertens escribe música reiterativa, he aquí su composición A menudo un pájaro:
Often a bird
Seguramente está en una liga diferente, más académica, el compositor estoniano Arvo Pärt (1935), quien no compone para el cine. Sin embargo, Pärt es también minimalista; uno de los más destacados compositores de música sacra en la actualidad, toma inspiración en las austeras formas del Canto Gregoriano. Ha desarrollado una técnica propia de composición, que bautizara como tintinnabuli (campanillas, en latín). Armonías simples, un único tempo a lo largo de una pieza, son características de sus composiciones. El 10 de enero de 2009, Esa-Peka Salonnen, el predecesor de Gustavo Dudamel al frente de la Filarmónica de Los Ángeles, dirigió la première de la 4a. Sinfonía de Pärt, apelada justamente Los Ángeles. Entre las composiciones más famosas de Pärt está—¿qué pudiera ser mayor reiteración?—Un espejo en un espejo. Hela aquí:
Spiegel im Spiegel
Una pieza más familiar cierra este recorrido por la más reciente composición culta, y nos regresa a las cámaras. Es el simple y hermoso tema del magnífico programa de televisión Inside the Actors Studio, que produce y conduce James Lipton y vemos por Film & Arts. Su compositor, a pesar del italiano nombre, es un nativo de Brooklyn, Angelo Badalamenti (1937). Tampoco ha podido evitar el contagio en la epidemia musical minimalista y recursiva. Todo muy New Age. LEA
Inside the Actors Studio
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