El concierto de Francisco

Michelangelo Merisi da Caravaggio: La incredulidad de Sto. Tomás

Michelangelo Merisi da Caravaggio: La incredulidad de Santo Tomás (clic sobre la imagen para ampliarla)

 

Por «invitación» de José Rafael Revenga, quien me introdujo a la poesía de Gerard Manley Hopkins

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En música amo a Mozart, obviamente. Aquel ‘Et Incarnatus est’ de su Misa en Do es insuperable: ¡te lleva a Dios! Me encanta Mozart interpretado por Clara Haskil. Mozart me llena: no puedo pensarlo, tengo que sentirlo. A Beethoven me gusta escucharlo, pero prometeicamente. Y el intérprete más prometeico para mí es Furtwängler. Y después, las Pasiones de Bach. El pasaje de Bach que me gusta mucho es el Erbarme Dich, el llanto de Pedro de la Pasión según San Mateo. Sublime. Después, a distinto nivel, no de la misma intimidad, me gusta Wagner. Me gusta escucharlo, pero no siempre. La Tetralogía del anillo, dirigida por Furtwängler en la Scala el año 1950 es lo mejor que hay. Sin olvidar Parsifal dirigido el ’62 por Knappertsbusch”.

Francisco I – Entrevista de Civiltà Cattolica

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El gusto musical de Francisco I privilegia las piezas vigorosas, heroicas, prometeicas. Parece haber cristalizado en las décadas de 1950 y 1960, a juzgar por las grabaciones que más valora, y esto indica que su formación jesuítica fue crucial en el proceso: empezó su noviciado en 1958 y fue ordenado sacerdote en 1969 (aunque tomó sus votos perpetuos en 1973). Si tal cosa es un indicador de su personalidad, habrá que esperar un papado épico; quizás se habría entendido mejor con Hugo Chávez que con Nicolás Maduro.

Todos los compositores que nombró en su famosa entrevista a Civiltà Cattolica, por otra parte, son germánicos: Mozart (austríaco), Beethoven, Bach, Wagner (alemanes). Antes, descubrió sus aficiones literarias: Dostoyevsky, Hölderlin (otro alemán), Manzoni (por fin alguien próximo a su apellido italiano) y Gerard Manley Hopkins, converso inglés y jesuita como el Papa actual:

Glory be to God for dappled things—
For skies of couple-colour as a brinded cow;
For rose-moles all in stipple upon trout that swim;
Fresh-firecoal chestnut-falls; finches’ wings;
Landscape plotted and pieced—fold, fallow, and plough;
And all trades, their gear and tackle and trim.

All things counter, original, spare, strange;
Whatever is fickle, freckled (who knows how?)
With swift, slow; sweet, sour; adazzle, dim;
He fathers-forth whose beauty is past change:
Praise him.

Pied Beauty (Belleza multicolor, 1877)

La placa Hopkins (clic amplía)

La placa Hopkins (clic amplía)

Este último poeta pareció tener tendencias homosexuales, centradas en Digby Mackworth Dolben, a quien conoció en 1865. Le dedicó una secuencia de sonetos publicada bajo el título The beginning of the end:

The sceptic disappointment and the loss
A boy feels when the poet he pores upon
Grows less and less sweet to him, and knows no cause

Hopkins pasó por esa turbación de alma que concluyó en 1867, cuando Dolben murió ahogado, y en todo caso el episodio es de su vida anglicana, antes de su conversión al catolicismo. Pero tal vez la elevación de espíritu manifiesta en sus poemas sea lo que mueve a Francisco I a admirarlo, y a declarar:

Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. (…) Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: «Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?» Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición.

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He aquí un concierto según el programa elaborado por Jorge Mario Bergoglio, Papa, con las grabaciones que especificó y otras que se aproximan a sus gustos y son de la época que prefiere.

Stader

Stader

Primero que nada, de la Gran Misa en Do menor (KV 427) de Wolfgang Amadeus Mozart, un fragmento del Credo: Et incarnatus est, en la voz de María Stader, a quien acompaña la Orquesta Sinfónica RIAS de Berlín que dirige Gustav König. La grabación es de 1957.

Et incarnatus est

Haskil

Haskil

El papa Francisco dijo amar a Mozart, lo que me permitió saludar a Gustavo Sucre Eduardo S. J. con la noticia el mismo día de la publicación de la entrevista (19 de septiembre) en las revistas jesuitas de todo el mundo. Para el padre Sucre,* hay buenos compositores, grandes compositores y luego está Mozart. (Atendió mi llamada y me hizo notar con típico humor que el Papa es infalible). Francisco I expresó su preferencia por las interpretaciones de Clara Haskil de la música mozartiana. Pongo, pues, el 1er. movimiento del poderoso Concierto para piano y orquesta #20 en Re menor (KV 466), tocado por ella en 1950 junto con la Orquesta Sinfónica de Winterthur conducida por Henry Swoboda.

Allegro

Ingeniero de la película Prometeo

De la película Prometeo (clic amplía)

El Sumo Pontífice llamó prometeico (el más) a Wilhelm Furtwängler, el gran director de orquesta alemán, luego de decir que le gustaba escuchar a Beethoven prometeicamente. Es seguramente una de sus cumbres interpretativas la versión que grabó en 1954 de la Quinta Sinfonía (op. 67 en Do menor), con la Orquesta Filarmónica de Berlín. He aquí su primer movimiento.

Allegro con brio

Ludwig

Ludwig

Después de Mozart y Beethoven no podía hacer otra cosa que nombrar a Johann Sebastian Bach, de cuya obra cumbre—La Pasión según San Mateo—escogió evocar el aria Erbarme dich, el llanto de Pedro: Erbarme dich, mein Gott, um meiner Zähren willen! («¡Ten piedad, Dios mío, considerando mis lágrimas!»). En la versión que sigue, Otto Klemperer dirige en 1962 a la Orquesta Philharmonia para acompañar a la finísima mezzosoprano Christa Ludwig.

Erbarme dich

Furtwängler

Furtwängler

Konetzni

Konetzni

Entonces acude dos veces a Richard Wagner: primero, con un aprecio general por la tetralogía de El anillo de los nibelungos en manos de Furtwängler, cuando la dirigió en Milán en 1950 con la Orquesta de la Scala. Es de esta ejecución, grabada en vivo, la Escena final de El ocaso de los dioses, la ópera que cierra el épico ciclo. La estupenda mezzosoprano Hilde Konetzni canta acá la desolada meditación de Gutrune a la muerte de Sigfrido; luego, la orquesta magistralmente conducida por Furtwängler se encarga de cerrar el tercer acto, la ópera y la tetralogía con un trozo de música suprema. En él resurge el leitmotiv de la redención por el amor, en lo que, a juicio de quien escribe, es el momento más sublime de toda la música occidental.

 Götterdämmerung – Escena final

Knapperstbusch

Knappertsbusch

La última cosa musical que menciona Francisco I es la última ópera wagneriana, Parsifal, el héroe de la búsqueda del Santo Grial, y especifica la versión de Hans Knappertsbusch en 1962. Es la que se trae acá; dirige nada menos que la Orquesta del Festival de Bayreuth. (Es en esta ciudad de Franconia donde se escenifica anualmente un festival para representar exclusivamente las óperas de Wagner). He aquí, para el final del concierto franciscano, la Escena final de la ópera postrera.

Escena final de Parsifal

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Encore: Francisco I, una vez que cesaron sus confesiones musicales, declaró que su película favorita era La strada, obra cimera de Federico Fellini (1954). El video insertado a continuación trae imágenes del filme mientras suenan sus bellísimos temas musicales.


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Crucifixión blanca

Crucifixión blanca

El pintor favorito del papa Francisco es Caravaggio, y Marc Chagall, en especial su Crucifixión blanca, lo conmueve. De ese ajusticiamiento portentoso nace la fuerza del cristianismo, de la idea del sacrificio de Dios para salvarnos de la condenación. Caravaggio pinta la herida—que mana Lumen fidei y convence a Tomás—en el costado de Jesús, pero ha habido en el mundo mucha gente cuyo sufrimiento fue más doloroso que la cruz. Hay hoy muchas más heridas, y más profundas heridas; Francisco lo sabe, y es eso lo que le ocupa. LEA

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* …Gustavo Sucre S. J., verdadera columna vertebral de la Universidad Católica Andrés Bello, su Decano de la Facultad de Economía y su Secretario por muchos años. La universidad quiso premiarle con un especialísimo Doctorado Honoris Causa en Derecho pues, como cuenta el jurista José Luís Aguilar Gorrondona, quería ser abogado y sacrificó su interés al de la universidad, que tenía demasiados hombres de leyes cuando carecía de quienes supieran ciencia económica. No hay misas que den más paz y más sucintas que las que oficia, en cuyos escuetos y pertinentes sermones nunca falta una balsámica nota de humor. (Del prólogo al libro Alicia Eduardo – Una parte de la vida, de Nacha Sucre).

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20 sinfonistas, 20 directores

James Whistler: Sinfonía en blanco (1866)

Si se oyera una tras otra las veinte piezas en esta entrada, se habría consumido dos horas, cincuenta y cinco minutos y dieciséis segundos de tiempo; valdrían la pena aunque, por supuesto, puede escuchárselas con ganancia en dosis menores separadas. Son veinte movimientos de veinte sinfonías distintas de veinte compositores distintos por veinte directores distintos. Quince orquestas diferentes—Berlín, Cleveland, Chicago, Filadelfia y Londres se repiten una vez—acometen el trabajo de deleitarnos.

La sinfonía es, sin duda, la reina de las formas musicales. Corresponde a la versión orquestal de la forma sonata o, más específicamente, la forma Allegro de sonata. Ésta consiste en la organización del material musical en tres secciones sucesivas, a saber, exposición, desarrollo y recapitulación. A estas secciones, unidas entre sí por transiciones, puede añadirse una introducción al inicio y una coda (cauda o cola) al final, con distinto material. Una sinfonía típica consiste de cuatro movimientos, de los que normalmente el primero y el último están compuestos en forma sonata.

Georges de La Tour: Ciego tocando la zanfonía (clic para ampliar)

Pero el término sinfonía fue empleado antes de la época clásica, cuando se establece formalmente, para referirse a piezas de un solo movimiento, pues etimológicamente significa sonar en conjunto. Igualmente se ha aplicado la palabra a instrumentos específicos: el organistrum inventado en Galicia en la Edad Media a fines del siglo X, un instrumento tocado por dos ejecutantes, uno de los cuales hace girar una manivela para golpear dos cuerdas dentro de una caja de resonancia, dio paso a la sinfonía o zanfonía, tocada por uno solo. Éste es el origen de la clase de instrumentos a manivela que se conoce en inglés como hurdy gurdy. En mi infancia se llamaba sinfonía al instrumente cuyo nombre propio es armónica. Era rara la navidad en la que alguna tía o el mismo Niño Jesús no nos trajese, otra vez, una «sinfonía» (Hohner, of course).

No divago más, que la serie es larga. Será construida en orden cronológico de composición, y empieza con el elegante Menuetto en tempo de Allegretto que Wolfgang Amadeus Mozart escogió para el tercer movimiento de su vivaz Sinfonía 40 en Sol menor (1788). Esa obra—llamada Gran Sinfonía en Sol menor para distinguirla de la #25, en la misma tonalidad—estaba, junto con la 39 en Mi bemol mayor, en el cuarto disco de música culta que yo comprara, allá por 1956, con Karl Bohm dirigiendo la Sinfónica de Bamberg. Esta versión es con la Orquesta del Festival de Londres dirigida por Alfred Scholz.

Mozart, 40, III

Ahora sigue Franz Josef Haydn, el Padre de la Sinfonía. Este caballero compuso nada menos que 104 obras de esa clase (si no se añade dos o cuatro más que siguen la forma sonata, una de ellas una sinfonía concertante en la que un grupo de instrumentos se opone a la orquesta en tutti). Es tal vez la más famosa de ese largo centenar la #94 en Sol mayor (1791), apodada «Sorpresa». Su segundo movimiento, Andante, es lo que justifica el apelativo; se dice que Haydn lo compuso maliciosamente para sobresaltar a quienes durmieran en los conciertos con un inesperado golpe de timbal (los alemanes llaman a la obra Sinfonie mit dem Paukenschlag). Aquí lo interpreta la Camerata Romana que dirige Alberto Lizzio.

Haydn, 94, II

La Sinfonía #7 en La mayor (1811), el opus 92 de Ludwig van Beethoven, fue apodada La apoteosis de la danza por Richard Wagner. El Allegretto, su segundo movimiento, puede ser empleado para mostrar del modo más diáfano qué es contrapunto: la textura musical en la que dos o más melodías distintas, pero armónicamente compatibles, suenan al mismo tiempo. Pruebe a cantar las dos evidentes líneas melódicas alternadamente. Anton Nanut conduce la Orquesta Sinfónica de la Radio de Ljubljana.

Beethoven, 7, II

Otro minué (Menuetto, Allegro vivace, Trio) es el tercer movimiento de la Sinfonía #4 en Do menor (1816), llamada Trágica, de Franz Schubert, el gran melodista de oído absoluto. Acá se lo escucha mientras Carlo Maria Giulini dirige apropiadamente la Orquesta Sinfónica de Chicago.

Schubert, 4, III

Una de las más famosas sinfonías en la historia de la música es obra del adelantado francés Héctor Berlioz, su Sinfonía Fantástica (1830) opus 14, una sinfonía de programa (que sigue un esquema textual descriptivo o narrativo). Es Un bal, el segundo movimiento de la obra—inspirada por un amor apasionado del compositor hacia la actriz irlandesa Harriet Smithson—, interpretado a continuación por Pierre Boulez al frente de la Orquesta de Cleveland. (Smithson se enteró del amor de Berlioz por ella cinco años después de que éste se enamorara, dos años después del estreno de la obra. Se casó con él en 1833, para un matrimonio neurótico que terminó en divorcio).

Berlioz, Fantastique, II

Félix Mendelssohn Bartholdy, un compositor de fortuna, trabajó la forma sonata tanto en conjuntos de cámara como en orquesta completa. Nos dejó cinco sinfonías, de las que la alegre Cuarta en La mayor (1833) o Italiana es tal vez la más interpretada. Él dirigió su estreno, pero la partitura no se publicó hasta después de su muerte (a los 36 años de edad), pues nunca terminó de pulirla a su entero gusto. Oigamos su primer movimiento, Allegro vivace, por la Orquesta de Cleveland bajo la batuta de su director por muchos años, George Szell.

Mendelssohn, 4, I

También tiene apodo geográfico (Renana) la Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor (1850) de Robert Schumann. Herbert von Karajan, al frente de su Orquesta Filarmónica de Berlín, nos da su versión del tercer movimiento—Nicht Schnell (No rápidamente)—de esa famosa sinfonía.

Schumann, 3, III

La magnífica sede de la Orquesta Filarmónica de Berlín

La Sinfonía en Do mayor (1855) de Georges Bizet, obra de juventud, es seguramente la mejor de sus piezas puramente orquestales. El gran melodista y orquestador, compositor de la inmortal Carmen, la música incidental a La arlesiana y Los pescadores de perlas, hizo dos sinfonías posteriores que merecen el olvido. Pero su sinfonía juvenil fue reconocida de inmediato como una joya musical. Leonard Bernstein dirige a la Orquesta Filarmónica de Nueva York en esta versión de su tercer movimiento, Allegro vivace.

Bizet, 1, III

Alexander Borodin formó, junto con Balakirev, Cui, Moussorgsky y Rimsky-Korsakoff, el grupo Los cinco, también conocido como El puñado poderoso. Seguidores de Mikhail Glinka, se propusieron hacer música específicamente rusa. Poderoso y pegajoso es el tema del primer movimiento (Allegro) de su Segunda Sinfonía en Si menor (1876); ocupa prácticamente el movimiento entero y la reiteración no molesta. Borodin sabía que había encontrado un tema muy bueno. Jean Martinon se encarga de la gran Orquesta Sinfónica de Londres para esta ocasión.

Borodin, 2, I

Al menos catorce años tardó Johannes Brahms en completar su Primera Sinfonía en Do menor (como la anterior, de 1876), tan sobrecogido se hallaba por la obra de Beethoven. El cuarto movimiento de la obra incluye una clara alusión melódica a la gran Sinfonía Coral de su predecesor. He aquí a la Orquesta Sinfónica (no Filarmónica) de Viena, dirigida por el especialista Wolfgang Sawallisch, en el potente cuarto movimiento de la gran sinfonía, noble como su creador.

Brahms, 1, IV

La Tercera Sinfonía en Do menor (1886) de Camille Saint-Säens es conocida como la Sinfonía Órgano. Es más apropiado seguir la especificación francesa: avec orgue, con órgano. Hay bastantes grabaciones de esta popular obra. En este caso, Charles Dutoit, director conocido en Venezuela, dirige a la Orquesta Sinfónica de Montreal en el tercero y último movimiento de la obra; Peter Hurford es el organista responsable.

Saint-Säens, 3, III

El belga César Franck compuso una única Sinfonía en Re menor (1888). Más que suficiente; le quedó estupenda. Su textura evoca la de la música para el órgano, instrumento para el que Franck, él mismo organista—de manos enormes que abarcaban doce notas blancas en un teclado—, compuso abundantemente con calidad. Riccardo Muti dirige a la Orquesta de Filadelfia en el tercer movimiento (Allegro non troppo) de la gran sinfonía.

Franck, única, III

Antonín Dvořák fue un prolífico y fino compositor checo antes de que Checoeslovaquia existiera, pues murió en 1904. Entre 1892 y 1895 dirigió en Nueva York el Conservatorio Nacional de Música y buscó asimilar raíces musicales de los Estados Unidos, como la de los Negro spirituals, recomendando que fueran la base de la composición seria en ese país. Él produjo un ejemplo maravilloso en la Sinfonía #9 (antes #5) en Mi menor (1893), ampliamente conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo. Una lujosa interpretación es la de Georg Solti y la Orquesta Sinfónica de Chicago, por quienes escuchamos ahora el tercer movimiento (Scherzo: Molto Vivace – Poco sostenuto).

Dvořák, 9, III

Partitura original de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Portada.

Pyotr Illich Tchaikovsky compuso bien lo que le dio la gana; pudiera argumentarse el caso de que fuera el compositor más talentoso de la historia de la música occidental, y su propósito no era otro que el de impactar estéticamente a los oyentes de su música. ¿No es, acaso, el fin estético la esencia de lo musical? Bueno, entre otras cosillas Tchaikovsky compuso siete sinfonías, las numeradas 1 a 6 y la Sinfonía Manfredo, como la de Berlioz, una sinfonía de programa. Es el tercer movimiento (Allegro molto vivace) de su Sexta Sinfonía en Si menor (1893)—a sugerencia de su hermano, Modesto, nombrada Patética—lo que escucharemos a continuación, en las voces de la Orquesta Nacional Rusa conducida por Mikhail Pletnev. El gran compositor era de temperamente neurótico; en una carta de 1892 dijo que la obra debía ser apartada y olvidada; al año siguiente opinaba: «Creo que se está convirtiendo en la mejor de mis composiciones». Somos nosotros quienes tenemos la palabra.

Tchaikovsky, 6, III

Gustav Mahler es compositor popularizado en los años sesenta, primero por la incansable labor de directores como Leonard Bernstein o Georg Solti, y antes por John Barbirolli y Dimitri Mitropoulus; en los años setenta tal vez fue más decisiva la película Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, que emplea a lo largo del film el Adagietto de la Quinta Sinfonía del compositor y director bohemio. La Segunda Sinfonía en Do menor (1894), conocida como Resurrección, es una mutación del lenguaje musical tras la más convencional Primera Sinfonía (Titán). El tercer movimiento—In ruhig fliessender Bewegung (En silencio, el movimiento que fluye)—de la Sinfonía Resurrección ostenta el carácter de danza macabra, interrumpida por estallidos triunfales, que Mahler empleará en otras composiciones, como la Tercera y la Séptima Sinfonías. Rafael Kubelik se pone al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera en la ejecución que sigue.

Mahler, 2, III

La batuta prodigiosa de Rafael Kubelik

El compositor finlandés Jan Sibelius es el autor de siete sinfonías. Para el gusto del suscrito es uno de los temas más hermosos y emocionantes de ese tesoro sinfónico el principal del Finale (Allegro moderato) de su Segunda Sinfonía en Re mayor (1902). Acá suena por la Orquesta Sinfónica de Londres con la dirección de Charles Mackerras. El comienzo del audio parece inexacto, pero es que en la obra no hay interrupción entre el tercero y el cuarto movimiento, que es el que aquí oímos.

Sibelius, 2, IV

Conocemos más de Sergei Rachmaninoff por sus conciertos para piano y orquesta y las numerosas piezas que compuso para el instrumento del que fue reputado concertista. Compuso, sin embargo, cuatro sinfonías muy aceptables, de las que es la Segunda Sinfonía en Mi menor (1907) la mejor lograda. Rachmaninoff era, por encima de todo, un consumado fabricante de melodías. La que domina el Adagio, tercer movimiento de esa sinfonía, es memorable. Nada mejor que las cuerdas opulentas de la Orquesta de Filadelfia, dirigida por Eugene Ormandy, para ofrecernos ese hermoso y apasionado movimiento.

Rachmaninoff, 2, III

Los tres últimos compositores en esta selecciónAram Khachaturian, Sergei Prokofiev y Dmitri Shostakovich—fueron considerados por el público y los críticos rusos como el trío de los mejores músicos de su país en el siglo XX. (De los que permanecieron en Rusia; Igor Stravinsky logró escapar al cepo comunista que en 1948 obligó a estos compositores a abandonar sus estilos musicales, calificados de «formalistas», y a ofrecer excusas públicas y emprender la escritura de «música proletaria», según el Decreto Zhdanov). Escuchemos primeramente al armenio Aram Khachaturian al frente de la justamente reputada Orquesta Filarmónica de Viena, en el segundo movimiento (Allegro risoluto) de su Segunda Sinfonía en Mi menor (1944), o Sinfonía de la Campana (así conocida por el extenso uso de campanas tubulares en el tema que emplea en los primeros compases del primer movimiento y los últimos de su movimiento final). Los característicos ritmos de Khachaturian, y sus exóticas armonías al borde de la disonancia, florecen en esta ejecución de una de las mejores agrupaciones orquestales del mundo, que respondió lealmente al mando del compositor.

La Filarmónica de Viena en el Palacio Schönbrunn

Khachaturian, 2, II

Sergei Prokofiev, que lideró una colonia de músicos soviéticos, protegida por su lejanía del frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial, compuso abundante música: de cámara, óperas, ballets, bandas sonoras para películas (como el Alexander Nevsky de Sergei Eisenstein), conciertos, instrumentos como el piano y, por supuesto, sinfonías, en número de siete. Una de las que son más frecuentemente interpretadas es su Quinta Sinfonía en Si bemol mayor (1944). André Previn dirige a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles en una ejecución perfecta de su Allegro marcato, el segundo movimiento de la obra, y preserva la frescura de la ácida y juguetona elegancia típica de Prokofiev.

Prokofiev, 5, II

La Sinfonía #10 en Mi menor (1953) de Dmitri Shostakovich hace uso profuso, en su tercer movimiento (Allegretto), de la textura contrapuntística. De estructura ternaria A-B-A, comienza con un tema jocoso que da paso a una sección media de hermoso tema en la que destaca un lírico solo de flauta, antes de recuperar el tema inicial en una explosión de alegría, que ocurre en esta versión de la Filarmónica de Berlín y su jefe, Herbert von Karajan, a los 7 minutos y 27 segundos del comienzo, antes de morir pianissimo entre reminiscencias de la segunda sección.

Shostakovich, 10, III

Ahora reposan todas las batutas. Feliz domingo. LEA
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Voces en multitud

Vicente Emilio Sojo dirige aguinaldos del Orfeón Lamas en Sta. Teresa. Evencio Castellanos al órgano.

 

Los carnavales de 1928 en Caracas vieron nacer un movimiento político y un movimiento cultural. Del primero, naturalmente, se habla más; de él surgieron con el tiempo los partidos políticos del siglo XX venezolano. Pero por esos mismos días nació lo que conoceríamos y apreciaríamos luego como el Orfeón Lamas. Vicente Emilio Sojo, los hermanos Emilio y José Antonio Calcaño, su primo Miguel Ángel Calcaño—dueño de un oído absoluto—, Juan Bautista Plaza y William Werner recorrieron calles caraqueñas en comparsa, disfrazados a la usanza ucraniana, y cantaron en ellas para sorpresa y goce de los transeúntes. El año anterior, un grupo vocal ucraniano había cantado en el Teatro Municipal de Caracas y de esta presentación concibieron la idea de cantar juntos. Luego decidieron honrar la memoria de José Ángel Lamas (1775-1814), el compositor de la pieza venezolana clásica de nuestra Semana Santa: Popule meus. He aquí su comienzo en rendición del ensemble coral y orquesta de la Camerata Barroca de Caracas, bajo la dirección de Isabel Palacios.

Popule meus

El padre Sojo

Probablemente fue mejor compositor que Lamas la estrella de la Escuela de Chacao, Juan Manuel Olivares. El padre Sojo—Pedro Palacios y Sojo, tío abuelo de Simón Bolívar—, estableció la primera escuela de música en Venezuela y llamó a Olivares, ya sabio en composición, para codirigirla con él. El Orfeón Lamas es acompañado por la Orquesta Sinfónica Venezuela mientras los conduce el gigantesco Vicente Emilio Sojo, fundador de ambas agrupaciones y también de Acción Democrática (música y política), en el hermosísimo Stabat Mater de Olivares.

Stabat Mater

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La felicidad coral

El canto de varias voces reunidas en coro, coral, orfeón—voz que viene de Orfeo, el dios griego que era músico y protector del teatro—es una de las invenciones humanas más satisfactorias. Es estupendo oír una agrupación profesional, pero asimismo es muy remunerador participar en una que se forme con aficionados. Me consta porque fui, con mi limitado y nada pulido registro de barítono, miembro de una coral que dirigía Eduardo Plaza Aurrecoechea (sobrino de Juan Bautista e hijo de Eduardo Plaza Alfonzo, también compositor); cantar con otros, puedo certificar, es una incomparable fuente de alegría.

Por otra parte, la cantidad de obras para coro es enorme, sobre todo si se agrega las piezas provenientes del inagotable folclor de los pueblos de la Tierra. Seguramente los fundadores de lo que sería el Orfeón Lamas cantaron en aquel carnaval las Campanas de Ucrania—Eduardo la dirigía estupendamente—, la hermosa pieza de Nikola Leontovich que suena a continuación aunque no, por supuesto, por los revoltosos músicos de la Generación del 28, sino por el fino coro de los Niños Cantores de Viena.

Campanas de Ucrania

Con la última pieza, obviamente, me he salido del luto de la Semana Santa buscando regocijo. Antes de seguir con el jolgorio, pues, retornemos a la pasión y a la muerte con grandes números corales, todos del rito cristiano. Primeramente, una pieza que no es propiamente cuaresmal, aunque sí de tono lóbrego a pesar de su tema: el Ave María de Sergei Rachmaninoff, cantada a cappella por el Coro del Nuevo Colegio de Oxford.

Ave María

Ecce Homo – Antonello da Messina (1473)

Luego, entremos de lleno en el tema de estos días con el coral O Haupt voll Blut und Wunden (Oh, Sagrada Cabeza herida) de la Pasión según San Mateo, obra cumbre de Juan Sebastián Bach. Lo interpretan el Coro y la Orquesta Barroca de la Sociedad Bach de Holanda que dirige Ton Koopman.

O Haupt voll Blut und Wunden

La sobrecogedora majestad de lo que acabamos de oír sólo puede ser seguida por música de un compositor de calidad equivalente: Wolfgang Amadeus Mozart. Su última obra—KV 626—fue su Requiem; una leyenda sostiene que lo compuso al presentir su muerte. De esta grandiosa pieza, oigamos el vigoroso Kyrie y Rex tremendæ. Karl Bohm dirige la Orquesta Filarmónica de Viena y su coro.

Kyrie

Rex tremendæ

Fue Eduardo Plaza Aurrecoechea quien me hizo conocer el Requiem en Re menor, op. 48 de Gabriel Fauré. Es un concepto enteramente distinto del convencional; en el último de sus números, In paradisum, son las almas que comparten la gloria divina quienes cantan en el cielo, y por tanto la obra de Fauré no concluye con tristeza. Aquí cantan ese final gozoso los miembros del Coro del Colegio del Rey de Cambridge.

In paradisum

Pero salgamos definitivamente del luto con una pieza para coro y orquesta que todos conocemos: el vibrante Aleluya del oratorio El Mesías, de Georg Friedrich Händel. Colin Davis está a cargo del Coro y Orquesta de la Sinfónica de Londres.

Aleluya

La versión londinense de Muti

Es muy distinta deidad la aludida en O Fortuna, el número que abre la mágica cantata escénica Carmina Burana, de Carl Orff. Hay numerosas grabaciones de la obra, pero una particularmente vigorosa es la interpretación de Riccardo Muti al frente de la Orquesta Filarmonia y su coro.

O Fortuna

Sergei Prokofiev hizo la música para la película de un tocayo suyo, Sergei Einsenstein, sobre el héroe épico ruso Alexander Nevsky. Lo que sigue es la Canción de Alexander Nevsky, en versión de la Orquesta y Coro de la Sinfónica de Londres con André Previn a la batuta.

Canción de Alexander Nevsky

Si Nevsky y sus jinetes pudieron salvar a Rusia de una invasión de caballeros teutones, Finlandia ha tenido que defenderse muchas veces de los rusos. El poema sinfónico de Jan Sibelius con el nombre de su país fue compuesto como protesta a la creciente censura de prensa que imponía, a fines del siglo XIX, el Imperio Ruso. Contiene como sección final lo que él llamara Himno Finlandia, que aunque no es el himno oficial de los finlandeses es, sin duda, una de sus más importantes piezas patrióticas. Acá se reproduce justamente esa sección final en las voces del Coro del Tabernáculo Mormón, en compañía de la Orquesta de Filadelfia y la conducción de Eugene Ormandy.

Finlandia

Y para remachar la tesis de que es sabrosísimo cantar en multitud, cierra esta entrada coral con la #1 de las marchas ceremoniales Pompa y Circunstancia, de Edward Elgar. Es tradicional que la temporada de los conciertos Promenade, que tienen lugar en el Royal Albert Hall de Londres, concluya con esta enérgica y elegante pieza. El público se une con alegre entusiasmo al coro y a la orquesta para palmear y cantar, como buenos imperialistas, Land of Hope and Glory, Mother of the Free, / 
How shall we extol thee, who are born of thee?
 / Wider still and wider shall thy bounds be set;
 / God, who made thee mighty, make thee mightier yet.
 / God, who made thee mighty, make thee mightier yet. El video que sigue es de la clausura del año pasado, cuando la ejecución fue transmitida a varios parques en Inglaterra, donde miles se unieron al coro. Acá se ve la ejecución por los Cantores, el Coro y Orquesta de la Sinfónica de la BBC, dirigidos por Edward Gardner, y la multitudinaria escena en Hyde Park.

 

A te la buona Pasqua. LEA

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