el blog de luis enrique alcalá de sucre
la política como arte de carácter médico (y otras cosas)Invitación a la misa en memoria de Luis Enrique Alcalá
Credo de Aquiles Nazoa
Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón de los hombres.
Creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable.
Creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales.
Creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa.
Creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan, abatiéndose como una purísima paloma herida bajo el cielo del Mediterráneo.
Creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez.
Creo en la fábula de Orfeo.
Creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia vi, al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma.
Gabriel Fauré – Pavana (Daniel Barenboim – Orquesta de París)
Creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer.
Creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia. Creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar.
Creo en un barco esbelto y distantísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y junto a sus sienes un resplandor de estrellas.
Creo en el perro de Ulises, en el gato risueño de Alicia en el País de las Maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Beralfiro el caballo de Rolando, y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero.
Creo en la amistad como el invento más bello del hombre.
Creo en los poderes creadores del pueblo.
Creo en la poesía y, en fin, creo en mí mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama.
Aquiles Nazoa
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Club Campestre Los Cuartillos
En Día de los Inocentes, complacemos peticiones pidiendo un bis de Aquiles Nazoa
Nos encontramos en los aristocráticos salones del Club Campestre Los Cuartillo, la tarde de un domingo. En el salón de recreo, algunos de los miembros más distinguidos juegan dominó. Todos están sin saco, con el sombrero puesto, las elásticas caídas sobre los fondillos, los pantalones desabrochados a la altura de la barriga y un cigarro detrás de la oreja. En la biblioteca y discoteca —llamada también «billoteca y discotea» por los miembros más nuevos— hay una motorola que toca un concierto de música clásica a base de «Júrame», la «Serenata» de Schubert y «Estrellita» en inglés. Por todas partes se ven educativas tablillas que dicen: «Se prohibe escupir en las matas», o bien: «Sea decente. No bote cabos de tabaco en la piscina». De paso para el jardín viene una tal Cuchi, dama bastante antigua, más cursi que mondongo en copita y fea como el cará. Como hoy es uno de los días señalados por el reglamento del club, para que sus miembros vistan el traje típico venezolano, la tal Cuchi lleva una sencilla indumentaria criolla, consistente en unas alpargatas blancas de esas que dicen «Souvenir of Venezuela», unos pantalones de los llamados pescadores y una cotica bordada con motivos tropicales. Con todo lo cual, lo que Cuchi parece no es precisamente una persona decente, sino un «pato» disfrazado de apache. Cerca de ella hay otras dos socias del aristocrático club, que en ese momento se ponen los sombreros de sus maridos para retratarse con ellos puestos y haciendo una venia militar. Hecha la fotografía, las espirituales consocias siguen paseando. Una de ellas ve a Cuchi y da un brinquito de sorpresa.
—Ay, me privo: Ahí esta Cuchi Hueleperro… Jaló, Cuchi!
—¡Plasty! No me digas que eres tú. ¿Y ese milagro tú en el clús?
—Guá, con William Guillermo, que está antojadísimo de comer unas caraotas con langosta. Tú sabes que él se chifla por la comida criolla.
—¿Y dónde está ese sanababiche? No lo veo desde Mayami Flórida.
—Fue hasta la casa un momento en el carro. Figúrate que vino con intenciones de darse un baño en la piscina, y tuvo que devolverse porque se le olvidó el jabón… ¿Y ustedes no se conocen?
—Cómo no, niña… ¿Usted no es la cuñada del doctor Peter Pérez?
—No, usted me confunde con Puppy. Yo soy Ñoñi.
—¿Ñoñi? Yo tengo una sobrinita haciendo el jai escul en Canadá, que también se llama Ñoñi. Que confidencia, ¿verdad? ¿Y qué está haciendo Peter ahora?
—Sigue en París. En la última carta nos decía que pensaba dictar una transferencia en la Universidad de Las Hormonas.
—Ay, eso es fantástico. ¿Y sobre qué versaba la coincidencia?
—Guá, sobre antropología. Usted sabe que él se graduó de antropófago.
—Niña, ese Peter es inmortal. Cuando yo estuve en Europa, puede decirse que pasamos todo el año santo juntos. Primero fue en París… Me meto en el Museo de la Ubre, y con el primero que me encuentro es con Peter.
—Ah sí, él nos mandó la fotografía que se sacaron junto a la Momia Luisa.
—Bueno, después nos volvimos a encontrar en Roma cuando fuimos a visitar las cacatumbas. La última vez que lo vi fue en la canal…
—¿En la canal? ¿Y qué hacían ustedes en una canal, Cuchi?
—Guá, niña, en la Canal de Venecia. ¿No te acuerdas que te mandé una postal diciéndote que había paseado en gandola y todo?
—Ah, cómo no. Sí hombre, si Freddicito me contó que hasta tuviste un romance con el hombre que manejaba la gandola.
—Ay sí. Esos bandoleros son muy románticos.
—A propósito de romántico: ¿quieres ir esta noche al concierto de Elena Rubistein?
—No, gracias. Yo nunca voy a conciertos. A mi no me gusta dormir fuera de casa. Además, tú sabes que en casa tenemos piano.
En ese momento, de un cercano cocotero se desprende un enorme coco. Y habiendo abajo tantos nuevos ricos dignos de un cocazo el contundente fruto va a caer directamente—oh justicia divina, dónde estás—en la cabeza de un inocente mesonero. ¶
Aquiles Nazoa
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El primo tercero
José Antonio Calcaño Calcaño (1900-1978) fue un músico, escritor y maestro venezolano del que la mayoría supo por sus programas de divulgación, como el muy importante Por el mundo de la cultura, y de los conciertos de la Coral Creole que fundara y dirigiera. Me unían a él dos cauces de parentesco; por el lado materno, era primo hermano de mi abuela, María Francisca (Mamá Mary) Chenel Calcaño, así que él y yo éramos primos terceros; por el lado de mi padre, mi tía Rita Alcalá Reverón estaba casada con Pablo Aurrecoechea Cobeña, hermano de la esposa de José Antonio, Carmen Aurrecoechea de Calcaño, y de la esposa de su hermano Eduardo Calcaño Calcaño, casado con Ana Dolores Aurrecoechea.
Aunque era mencionado con admiración en la familia, lo vi por primera vez en la televisión, en el estupendo programa aludido. (Radio Caracas Televisión, 1957-1958; Venezolana de Televisión, 1973-1976; Televisora Nacional, canal 5, 1976-1978 y Radio Caracas Radio, 1975-1978). Luego lo vi de visita en la casa vecina al sur de la de mi infancia, en la Calle Los Mangos de Las Delicias de Sabana Grande. Allí, en la quinta Churumbela, vivía su hermana, Rosalvina Calcaño Calcaño, casada con Don Jesús Flores Lairet.
Más tarde desarrollé una justificada admiración por quien fundara el Conservatorio Teresa Carreño, la Orquesta Sinfónica de Venezuela, la Coral Creole y el orfeón Los Madrigalistas.
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José Antonio no sólo era músico; era un humorista nato. («En 1918, en compañía de Francisco Pimentel (Job Pim), Leoncio Martínez y José Rafael Pocaterra,* funda el diario humorístico Pitorreos». Wikipedia en Español). También fue diplomático, y de esa actividad, cuando asistiera a la Conferencia de San Francisco que dio origen a la Organización de las Naciones Unidas, proviene la primera anécdota divertida que escuchara de él. Resulta que uno de sus compañeros de delegación, quien no hablaba tan bien el inglés como José Antonio, le pidió ayuda para que la recepcionista estadounidense de la delegación venezolana entendiera cuál era el apellido de su padre y cuál el de su madre. Digamos que se llamaba, en nuestro uso, Javier Gómez Rodríguez y la empleada le decía Javier Rodríguez Gómez. (Es uso estadounidense poner por delante el apellido de la madre, como en John Fitzgerald Kennedy). Bien, José Antonio interpeló a la funcionaria preguntándole como se llamaba él. La empleada respondió: «Muy fácil; Ud. se llama José Antonio Calcaño Calcaño». A lo que mi primo tercero repuso: «No; yo me llamo José Antonio Calcaño Calcaño, pero el Calcaño que usted pone delante es el de mi mamá».
Durante sus últimos años, intensifiqué mis contactos con él. Primero lo visitaba en su casa de la Calle Madrid de Las Mercedes, que compartía un jardín interno con la de mi tía paterna, Cecilia Alcalá, casada con Eduardo Mibelli. Allí me obsequió dos textos: 1. Clitova Culón, la historia del Descubridor contada por un chino, de la que sólo recuerdo una exclamación del almirante italiano al encontrarse con una india despampanante: «¿Santa Malía! ¡Qué pinta tiene la niña!» 2. Una lista con miembros de la familia de Hércules: el arzobispo Herculísimo; la monja Herculación, el torero Herculete y Herculo, el vago de la familia…
Luego se mudó a la Alta Florida, y nuestros encuentros eran ya más intelectuales. De esa época final recuerdo escucharle tocando el violonchelo en un cuarteto con amigos músicos y el regalo que me hiciera de La ciudad y su música, Premio Municipal de Literatura en 1958. A escasos metros de su casa vivían los Aurrecoechea Alcalá y también Críspula Aurrecoechea, otra cuñada de José Antonio y madre de mi compadre Eduardo Plaza Aurrecoechea, músico como el pariente Calcaño Calcaño y fundador de una coral a la que perteneció mi esposa. (Ver Tremenduras del sol de diciembre). ¶
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*Martínez tenía entonces treinta años de edad; Pimentel y Pocaterra veintinueve y Calcaño dieciocho. Precoz, el pariente.
LEA
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Las Muñoz Marín salen de compras
Conocí a Aquiles Nazoa por casualidad, mientras trabajaba en Corimón. Por mis labores en la Fundación Neumann debía supervisar la producción de libros en Editorial Arte, ya mudada de La Candelaria a Los Ruices Sur. En una tarde que se terminaba, todavía estaba en funciones cuando llegó Nazoa; extrajo un gurrufío y procedió a disertar acerca de su origen, pues su humor tenía mucho de costumbrismo. A partir de allí se hizo habitué de tertulias que pronto se celebraban los sábados antes del mediodía, y yo procuraba no faltar para consumir el vino blanco y escucharlo.
El texto transcrito abajo, un retrato de damas que calzan la definición de sifrinas,* incluido en el volumen Humor-y-amor-de-Aquiles-Nazoa, era uno de mis favoritos y lo había extraviado.
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En Sears una señora andaba como una hormiga loca sin resolverse por nada, cuando se topó con otra señora que también andaba como una hormiga loca.
—Guás, niña, óuh, tú por aquí! Yo te hacia en la vieja.
—¿Cuál vieja?
—La Vieja Uropas.
—Pues no. A última hora resolvimos dejar el viaje para el año retro-próximo venidero. ¿Y tús, qué haces por aquís?
—Ay niña, loca buscando un fulano papel tualé de Navidad que no se consigue. ¡No sé como van a hacer pupú esos niños este año!… ¿Y esos discos que llevas ahí, qué son?
—Música plástica. Tú sabes que a Freddicito le ha dado por la música plástica desde que vio el Valle Ruso en Nueva York. Aquí le llevo la Sí- filis de Chaplín, La Hipotética de Charcosqui, y una sinfonía de Schubert que me dieron más barata porque le falta un disco—¿Y eso fue todo lo que compraste? ¿Por qué no compraste la novela de Beethoven el Divino Sórdido?
—Ya la tenemos. Freddicito la compró en Nueva York tocada por la orquesta de Arturo Brinquinini. También tenemos El Mascanueces, El Lago de los Chismes, El Manubrio Azul, y una ópera que se llama Tristán y la Sorda de la Warner Bros.
—Niña, pero entonces ustedes tienen una discoteca completa.
—Y eso que tú no has visto la billoteca. ¡Tenemos una billoteca!… Todas las noches me pongo mis anteojos jazzband, abro una caja de manzanas y me acuesto a leer Don Cipote de la Mancha en inglés. ¡A mí me encanta Don Pipote!
—Tendrán muy buenos libros, ¿verdad?
—Naturalmente. Todos están forrados en cuero. Vamos hasta ahí, que estoy buscando unas velitas de vidrio de esas que tienen agua hervida por dentro y echan bombita.
—¿De esas que parecen unas ampolletas rosadas?
—Yes… ¿Verdad que son un sueño? Figúrate que Freddicito trajo dos cajas de Nueva York, ¿y tú crees que queda una para remedio?… Todas las hemos ido regalando entre nuestros amigos más ínfimos. Y a mí me dislocan esas condenadas velitas. Para ponérselas a las tortas de cumpleaños están soñadas. Uno las sopla y no se apagan como las otras.
—Ahí las tienes…
—Ah sí… (Llamando) Esteeem… ¡Mire, señorita! (Ahí viene, Pregúntale tú a cómo son).
—¿Very moch bólivar biutiful general electric merry critsmas?
—¿Cómo es el golpe?
—Ay, chica, como que no entiende. Esa mujer es nativa. Mire, señorita, ella le está preguntando que a cómo son esas velitas. (Qué horror, qué servicio tan pésimo; no sé cómo a estos americanos tan prácticos que son se les ocurre poner nativas a atender a uno. En Estados unidos todas las dependientas de tiendas saben hablar en inglés).
—¡Ay, mira quién viene allá!
—Ay, qué sorpresa. Cuchi Mogollón. Me privo. (Llamando) ¡Come jía, Cuchi!
—Jalou!… ¿Pero que hacen ustedes aquí? Yo las hacía en la Exposición de Huérfanos. ¿Ustedes no y que eran del Comité Organizador, pues?
—Yo sí, pero tuve que renunciar porque no me ha quedado tiempo para nada. Primero, despidiendo a William Guillermo que se fue para Mayami Flórida; después, recogiendo levitas viejas para los niños pobres: Total, no he tenido tiempo para nosing at oll.
—Yo también renuncie al Comité. No me he sentido muy bien después de aquella botella de ponche crema que nos tomamos el otro día en el desayuno. Bueno Cucky, ¿y cómo está tu marido?
—¡Guá, niña, en Estados Unidos. Tú sabes que a él lo mandaron en una Micción. Es que los dos gobiernos celebran el año el fifticentenario del Natalicio de la muerte del Libertador, y él va a pronunciar la oración lúgubre.
—¡Ay, prívense! ¡Miren aquella americana que viene allá!
—¡De veras, niña! ¡Que musiúa tan elegante! ¿Verdad que se parece a Majarete Truman?
—Bueno, yo las dejo. Voy a ver si me cambian un tráveler para comprar aquel juego de reinocerontes de yeso parados en dos patas. ¿Verdad que están soñados?
—Son fantásticos. Bueno, yo también me voy. Freddicito debe estar esperándome para ir a la piccina a practicar un poco de nutrición. Mañana damos un almuerzo criollo en casa. No dejes de ir por allá para que te tomes aunque sea una copita de mondongo. Babay…
—Gubay… —So long… —Ariós!… —Iúuju!… —Iuju… —Jasta luegou!… ¶
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- sifrino, a Ve. Referido a persona, lechuguina, de gustos sofisticados o fatuos, y con cierto aire despectivo frente a lo que considera socialmente inferior. pop.
Diccionario de americanismos – Asociación de Academias de la Lengua Española.
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Política en nuestro continente
El texto que sigue está tomado de correo proveniente de The New York Times con fecha de hoy.
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América Latina vive una ola de recambio político. Argentina, Ecuador, Guatemala y Paraguay eligieron nuevos presidentes este año. México, Venezuela y El Salvador harán lo mismo en 2024.
El domingo, Javier Milei asumió la presidencia de Argentina diciendo: “Hoy enterramos décadas de fracasos, peleas intestinas y disputas sin sentido”. Milei, candidato de ultraderecha que ganó en segunda vuelta con promesas de dolarizar la economía, recortar ministerios y privatizar muchos sectores, también ofreció un mensaje de unión: “Recibiremos con brazos abiertos a todos aquellos dirigentes políticos, sindicales y empresariales que quieran sumarse a la nueva Argentina”.
Milei asumió el cargo tres semanas después de ganar las elecciones, como estaba previsto.
En Guatemala, a 6600 kilómetros al norte de Buenos Aires, han pasado cuatro meses desde que Bernardo Arévalo se impuso en las urnas con una aplastante victoria. Y en ese tiempo, la institucionalidad democrática ha sido puesta a prueba.
Arévalo se postuló con una plataforma anticorrupción y últimamente se ha visto inmerso en una serie de dificultades jurídicas.
Simon Romero, corresponsal del Times para México y Centroamérica, estuvo hace poco en el país. Ahí se han vivido semanas de protestas, de batallas en los tribunales y del éxodo de algunos de los fiscales anticorrupción, que han abandonado Guatemala por temor a represalias.
“Me quedé con la impresión de que Guatemala está al borde de una explosión”, me comentó Simon por correo electrónico ayer. “Y eso es lo que algunos partidarios de Arévalo temen, que sus oponentes estén impulsando una crisis más aguda que les permita intervenir en la transición y afirmar su propio poder”.
El viernes, el Ministerio Público anunció que, debido a supuestas irregularidades, las elecciones presidenciales debían anularse. Por su parte, el Tribunal Supremo Electoral reiteró que Arévalo debe ocupar la presidencia.
Ayer Jody me dijo que, por ahora, el ambiente en Guatemala es de nerviosismo aunado al bullicio habitual de las fiestas decembrinas.
Las calles de la Ciudad de Guatemala se han llenado de adornos y ventas navideñas. En medio del espíritu de fin de año, la población vive en la incertidumbre sobre el futuro de la democracia en el país. En las redes sociales, las calles, comedores, cafeterías, mercados y taxis, el tema de conversación son los intentos de la fiscalía, el Congreso y aliados al gobierno de Alejandro Giammattei de impedir una transición pacífica de poder. La tensión continuará las próximas semanas mientras se acerca la fecha para que asuma un nuevo gobierno que ha prometido luchar contra la corrupción tras más de dos años de persecución contra fiscales, jueces y activistas que investigaron estos delitos. ¶
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intercambios