Hans Neumann y su hija Ariana

 

A Luis Armando Alcalá Sucre, quien me ha regalado el libro de Ariana Neumann Anzola

 

El apellido Neumann es un nombre de origen alemán que significa «nuevo hombre». El apellido proviene del término medieval alemán neuenmann, que se usó para describir a alguien que recién había llegado a la región. Esto podría referirse a un inmigrante o un soldado recién llegado. También puede significar alguien que es nuevo en el oficio.

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Tuve la fortuna y el honor de trabajar para Hans Neumann Haasova en tres ocasiones. La primera comenzó en 1968. En diálogo reproducido en este blog con Caresse Lansberg, hija de Iván, cuento cómo se inició la cosa:

En 1968, yo era el Director del Instituto para el Desarrollo Económico y Social, cuyo principal cliente era el Dividendo Voluntario para la Comunidad, que Iván presidió antes de Hans. Éste quiso que me encargara de dirigir Acción en Venezuela, una organización de desarrollo comunal en barrios que él presidía entonces. Preparó para mí una intensa e interesante sesión de inducción y creyó que terminaría aceptando. Cuando me fue claro que declinaría el ofrecimiento, Hans estaba en Italia, adonde le hice llegar una carta que razonaba así: «Llevo mucho tiempo en actividades sin fines de lucro; ahora quisiera aprender de la empresa privada». Suponía que Hans perdería el interés en mí.

No recuerdo si fue la intuición de tu padre o que yo le hubiera comentado la misiva; lo cierto es que un día me llamó para decirme: «Luis Enrique: yo estoy en el ramo de seguros, en el de reaseguros, de corretaje de seguros y corretaje de reaseguros. Ahora estoy montando una holding de todas las empresas y quiero que vengas como mi mano derecha a trabajar en ella».

La oferta me entusiasmó y enorgulleció y le di mi asentimiento; Iván era hombre al que admiraba grandemente (…)

Bueno, por la tarde del jueves inmediatamente anterior recibí una llamada de Hans, recién llegado de Italia. Le escuché decir: «Sr. Alcalá: ¿va Ud. por fin a trabajar conmigo? ¿Sí o no?» Sorprendido, le pregunté: «¿Pero en qué, Sr. Neumann?» Entonces contestó: «Venga mañana a las 10 a mi oficina y aquí veremos». Al día siguiente me reuní con él y los dos vicepresidentes de Corimón, y de allí salí con el compromiso de empezar a trabajar para él como Asistente de la Presidencia.

Tenía el enorme problema de desencantar a tu padre, quien ya había dispuesto para mí una oficina y un escritorio. El domingo fui a la casa de la 4ª Avda. de Altamira y le conté, ofreciendo como justificación: «Sr. Lansberg, me da mucha pena y lo siento muchísimo, pero me atrae mucho más el mundo industrial que el de los servicios».

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El primero de los tres períodos en los que trabajé con Handa fue aquél en el que no me atreví a tutearlo; él, por su parte, decía mi apellido como si fuera palabra esdrújula: «Sr. Álcala». Comencé en nómina el 1ro. de mayo de 1968, por lo que mi primer día de trabajo fue al día siguiente. Recuerdo haber asistido a las siete y media de la mañana, para una jornada que comenzaba formalmente a las ocho, con ánimo de impresionarlo. Fue inútil; él había llegado a las siete y un barbero le afeitaba en su oficina a fin de no perder tiempo.

Pronto me percaté de que la puntualidad era sagrada para él. Ariana Neumann, la hija que surgió de su casamiento con María Cristina Anzola Etchevers, escribió When Time Stopped – A Memoir of My Father’s War and What Remains, una reconstrucción apasionante de la vida de los Neumann durante el período de Adolfo Hitler. Los abuelos de la autora fueron asesinados en el campo de Terezín, dos muertes de las seis millones de víctimas en los campos de exterminio que operaron durante la colosal tragedia que condujera Adolfo Hitler. Al cierre del segundo capítulo de la increíble e impactante crónica puede leerse:

En casa, en Libcice* o en Praga, se cenaba siempre a las siete y media de la tarde. (…) Mientras Hans volvía corriendo en bicicleta por el camino hacia la casa, no vio una piedra en las sombras proyectadas por la luz menguante del sol. Perdió el control. Se cayó. Se levantó, se sacudió el polvo de las gafas y volvió a colocar la cadena. Se había raspado los brazos y las piernas y en los cortes se había alojado tierra enrojecida. Mañana, sin duda, las contusiones serían evidentes, pero esto no tuvo importancia. Hans parecía estar perpetuamente cubierto de moretones. (…) A las siete y treinta y cuatro de esa tarde, rayado y sucio, aquel desgraciado arrojó la bicicleta por la puerta lateral y entró corriendo por la cocina. Ella, Otto y Lotar ya estaban sentados en el comedor. (…) Hans se sentó rápidamente y miró fijamente a su padre con desafiantes ojos verdes que parecían más oliváceos mientras su rostro enrojecía de vergüenza. “Handa…” suspiró Ella con resignación mientras él se disculpaba por llegar tarde. Hans miró hacia abajo y se frotó las manos embarradas debajo de la mesa. Ante él podía ver los elaborados diseños de enredaderas y flores de color azul cobalto que serpenteaban sobre el plato blanco. Esto era visible en todas partes excepto en el centro.

Allí, a modo de reprimenda, en lugar de la cena, su padre había colocado su sencillo reloj de bolsillo de oro.

Cuando leí el libro, recordé que muy pronto en nuestra relación profesional Hans me contó esa anécdota. Él mismo ha debido referirla a su hija.

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Mi primera contratación cambió a los dos meses de iniciada. Oscar Tejada, el Gerente de Relaciones Industriales de Corimón, quien también se ocupaba de la gerencia de la Fundación Neumann, cayó enfermo y recibí el encargo de la misma. Tejada se repuso pero no reasumió la gerencia de la fundación, lo que me fue anunciado telefónicamente; yo era el nuevo gerente. Entonces recordé a Hans en qué condiciones había aceptado trabajar para él. De inmediato me dijo que tenía razón y prometió llamarme en breve. Unos veinte minutos después le atendí para escucharle: «Señor Álcala: usted es Asistente a la Presidencia de Corimón, Gerente de la Fundación Neumann y Secretario de las Juntas Directivas de todas las empresas del Grupo». Allí capitulé.

En esas funciones me desempeñé, y debo admitir que los tres programas de la Fundación Neumann me llenaron de satisfacción. Ellos eran el Centro Infantil Altamira–originalmente de la Fundación Lotar Neumann–, el Instituto de Diseño (la Neumann) y el Taller FN, un proyecto de artesanía textil que Hans estableció al comprobar que su esposa de entonces, Milada Svaton, tenía un apasionado interés en el tema.

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En 1974, infectado de un incipiente virus político, renuncié a mis ocupaciones. El profesor Yehezkel Dror consiguió que Heinz Eulau me admitiera en el postgrado de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Nunca fui, pues no creí que la Fundación Neumann, a la que abandonaba, debiera financiar mi pasantía y debí rechazar la única otra fuente que se me ofreciera por motivos de ética profesional. (Contada sin mención de los pecadores en Mis roces con la corrupción).

Dos años más tarde, Pedro J. Pick, el conductor del Conjunto Químico del Grupo Montana, me convenció de que viajara a Israel para reunirme con Ora Kedem en el Instituto Weiszman en Rehovot, Israel. De allí surgió la Corporación de Desarrollo Tecnológico (CORDETEC), la empresa que propuse como centro de investigación y desarrollo tecnológico para servicio a las empresas. Fui su Gerente General por año y medio.

Finalmente, luego de mi trabajo en Maracaibo como Editor Ejecutivo de La Columna, Hans me ofreció el cargo de Editor Jefe de El Diario de Caracas, el que ejercí a fines de 1999 y principios de 2000. He aquí una entrevista que coloqué en este blog al enterarme de la publicación del libro de Ariana. Allí hago constar que la cremación del cuerpo sin vida de Handa tuvo lugar el mismo día de los ataques a las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, para inaugurar el nuevo milenio. LEA

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* Liblice se traduce en Venezuela como Lídice. Es el nombre que se escogió para conmemorar empáticamente sus dolores, causados por el nazismo. En mayo de 1943, durante el gobierno presidido por Isaías Medina Angarita, la Cámara Municipal de Caracas cambió el nombre de Urbanización Quinta Villa Amelia por el nombre de «la aldea arrasada por los nazis, cuyos habitantes, campesinos y mineros checoslovacos ejecutados durante la medianoche del 9 y la mañana del 10 de junio de 1942, significó total repudio a nivel mundial, dejando para la eternidad el nombre de Lídice, como un símbolo de lucha contra la barbarie». (Tomado del Blog: http://lidice.blogspot.com). Los checos con los que trabajé nunca dejaron de agradecer a Venezuela por tal empatía.

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