Hace hoy veinte años exactos de una hazaña sin precedentes en el periodismo venezolano: el 27 de junio de 1990, el diario La Columna (Maracaibo) ganaba el Premio Nacional de Periodismo a escasos nueve meses de su reaparición. Entre los otros candidatos al galardón se encontraban El Nacional y el periódico que entonces era todavía «el decano de la prensa nacional», La Religión, que cumplía un siglo de existencia. La Columna había sido cerrado por su dueño, la Arquidiócesis de Maracaibo, en junio de 1988, y volvió a la vida el 8 de septiembre de 1989, coincidiendo con la fecha convencionalmente aceptada como la de la fundación de la ciudad.
En un patio dominado por la presencia de Panorama, la hegemonía informativa de este periódico nunca había sido quebrada por otro diario; ni La Columna, que era más antigua, ni El Diario de Occidente, ni Crítica, ni El Nacional de Occidente, ni El Zuliano, habían podido hacer mella en un cuasi-monopolio que decidía el mundo que existiría oficialmente para los zulianos: el registrado en las páginas de Panorama. Pero La Columna nueva ya alcanzaba en febrero de 1990, a cinco meses de su reaparición, una circulación pagada que superaba la de ese periódico en unos seis a nueve mil ejemplares diarios en la ciudad de Maracaibo; en abril alcanzaba (en siete meses) el punto de equilibrio entre costos de operación e ingresos por publicidad (USA Today se conformaba con lograr esa meta en cuatro años) y en junio no hubo más remedio que reconocer su increíble proceso con el premio máximo del periodismo nacional.
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Es natural que una aventura de esa clase estuviera repleta de anécdotas, y que muchos factores contribuyeran al éxito de un periódico tabloide que, en enero de 1989, fuera apenas un edificio viejo y con goteras cuidado por un vigilante que vivía en el sitio, una rotativa echada a perder y un murciélago. De esa confluencia factorial es preciso destacar unos pocos.
La gente del periódico, por supuesto, fue el factor principal, la columna de La Columna. Una decena de periodistas jóvenes, recién egresados de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia—donde recibieron conocimiento y guía ética de profesores que incluyeron al legendario Sergio Antillano—conformó el equipo inicial, que el éxito permitió complementar luego con unos pocos más: Jesús Urbina Serjant, Lilia Montero, Carlos Caridad, Marco Tulio Socorro, Patricia Rincón, Vinicio Díaz, Judith Martorelli y los fotógrafos Gustavo Bauer y Fernando Bracho, un grupo al que se unían Paola Badaraco, Mayra Chirino y María Angélica Dávila desde la corresponsalía que se abrió en Caracas y, en Maracaibo mismo, Lucía Contreras, Sarita Chávez, Marlene Nava y Celalba Rivera. Con la excepción de unos muy pocos veteranos—como Francis Blackman, en deportes—La Columna de 1989-1990 fue la obra de jóvenes. Fueron ellos quienes hicieron el primer periódico venezolano compuesto íntegramente en computadores, desde la redacción, pasando por el diseño y la diagramación que comandaba el arquitecto Juan Bravo Sananes, hasta la impresión de planchas generadas mágicamente por máquinas RIB computarizadas y colocadas en la Color Press (que no imprimía color) que dirigía Mario Ojeda.
Ese equipo hizo cosas notables, como tubear (tener una noticia que otros no consiguieron) a nada menos que The New York Times y The Washington Post, que no alcanzaron a reportar, como sí lo hizo La Columna, la invasión estadounidense a Panamá para apresar a Manuel Antonio Noriega.
Además de esta plantilla especialísima para la redacción, composición gráfica e impresión del periódico, La Columna de la época tuvo la inmensa fortuna de contar con tres pivotes fundamentalísimos: Ana Osechas, la gran Secretaria Ejecutiva del periódico, don Juan Planas Alsina, el sabio Gerente de 73 años de edad, y Orlando Espina, el Gerente de la Distribuidora Onda, la empresa que se formó para distribuir el periódico, ideador de una estrategia de colocación que ayudó a alcanzar las cotas insólitas de 4% de devolución.
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Otros factores del éxito eran menos tangibles, pero fueron igualmente cruciales. Para el suscrito, a quien cupo el honor de dirigir el proyecto y el lanzamiento hasta abril de 1990, uno fue definitivo. Éste fue el concepto que La Columna postuló para entender al lector al que serviría; un mes antes de su salida quedó definido como un lector inteligente, que preferiría se le elevase a ser reducido a lo chabacano, y como ciudadano del mundo, no como marabino sojuzgado por un más bien mítico centralismo caraqueño. Esta concepción no fue nunca explicada a los lectores, pero penetró los cerebros y corazones de cuantos trabajaron en el periódico. Los lectores llegaron a entenderlo así y premiaron, con 49.000 ejemplares pagados diarios en febrero de 1990, al tabloide que arrancara con 18.000 seis meses antes.
En otro texto en este blog (De héroes y de sabios), he usado el caso de La Columna para justificar la siguiente conclusión:
Depende, por tanto, de la opinión que el líder tenga del grupo que aspira a conducir, el desempeño final de éste. Si el liderazgo venezolano continúa desconfiando del pueblo venezolano, si le desprecia, si le cree holgazán y elemental, no obtendrá otra cosa que respuestas pobres congruentes con esa despreciativa imagen. Si, por lo contrario, confía en él, si procura que tenga cada vez más oportunidades de ejercitar su inteligencia, si le reta con grandes cosas, grandes cosas serán posibles.
La Columna que reapareciera en 1989 ya no existe. Luego de peripecias que negaron su espíritu franco e innovador, que destrozaron su enriquecido ambiente de trabajo, cerró sus puertas definitivamente diez años después. Pero hace veinte años fue—todavía lo es—el mejor periódico que se haya hecho en Venezuela. Sus proezas de entonces esperan todavía por un trovador que las cante. LEA
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Querido Luis Enrique. Quizá, en los próximos 20, 30 ó 40 años, al increíble diario La Columna no le haga falta otro trovador, si tú mismo entonas sus (tus) proezas. Sin embargo, tu canto de hoy adolece de muchísimas estrofas. Una para el cura Antonio José López Castillo, para entonces obispo titular de Teuzi y Auxiliar de Maracaibo quien, quizá por inspiración divina sintió que era posible destronar el reinado mediático existente en el Zulia y logró que el poder de la iglesia maracucha se alineara con la idea. Otra para los financistas, que en ese tiempo lo financiaban todo en el país, el Grupo Latino, a través de su presidente Gustavo Gómez López. Una tercera para los innovadores nacionales en tecnología que en ese momento estaban interesados en demostrar a la industria editorial venezolana que era posible cambiar un panorama que se mantuvo estático durante cuatro siglos. La cuarta se la debes dedicar al diseñador gráfico Henry Figueroa, El Fuga, gran animador y buscador impenitente de los mejores caminos para el usuario de tecnología. La quinta me ha debido pertenecer. Haber contribuido en la implantación de casi todas las soluciones técnicas (desde el modelo redaccional, de diagramación y producción editorial hasta la trasmisión de información a distancia desde la corresponsalía en Caracas) como profesional del periodismo inclinado a la tecnología me abrió senderos insospechados a partir de esa primera experiencia que contó con exclusivos talentos nacionales. Esperaré otros 10 años, mi querido Doctor Político.
Estimado Víctor: no es necesario que esperes una década para que tu reclamo se vea satisfecho. En efecto, no me cuesta nada reconocer que se debe a ti, antes de mi llegada al proyecto, la selección de los equipos computarizados que fueron referidos en mi más bien escueta nota la que, por su brevedad, incurrió en más de un silencio, incluyendo alusiones inexistentes al papel, más importante que el tuyo, que jugaron en todo el asunto personalidades como el jefe de Mons. López Castillo, el Arzobispo Titular de Maracaibo, Mons. Domingo Roa Pérez, el líder del canal de televisión de la Arquidiócesis, monseñorino Gustavo Ocando Yamarte, el ex gobernador Fernando Chumaceiro o el recordado Jorge Abudei, así como el trío de periodistas conformado por Janet Olier, Vinicio Díaz y Laurentzi Odriozola. La nota no pretendió ser, en ningún momento, exhaustiva. Traté, en cambio, de redactar una participación moderada y sintética de los hechos, y el recuerdo de muchas personas que participaron en el proyecto, unas como héroes y otras como villanos, se quedó en el tintero por fuerza de la concisión.
Has pretendido llenar uno que otro de esos silencios, pero lo has hecho con marcada inexactitud y ahora será preciso corregir lo que apuntas y escribir mucho más que lo que siempre planeé hacer, para que las cosas queden completamente claras. De paso, no he cantado mis proezas, como sugieres; la única referencia a mi persona en el artículo que comentas dice, simplemente: «Para el suscrito, a quien cupo el honor de dirigir el proyecto y el lanzamiento hasta abril de 1990…», y esto casi al final, luego de certificar elogiosamente los aportes de otras personas. Respecto de mi autorreferencia, no hubo elogio alguno; sólo a statement of fact, que supongo no discutirás. Esto es bastante más escueto que lo siguiente que escribiste: «La quinta [estrofa] me ha debido pertenecer. Haber contribuido en la implantación de casi todas las soluciones técnicas (desde el modelo redaccional, de diagramación y producción editorial hasta la trasmisión de información a distancia desde la corresponsalía en Caracas) como profesional del periodismo inclinado a la tecnología me abrió senderos insospechados a partir de esa primera experiencia que contó con exclusivos talentos nacionales. Esperaré otros 10 años, mi querido Doctor Político».
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Se me ofreció el cargo de Editor Ejecutivo de La Columna, comenzando el 1º de enero de 1989, a raíz de un memorándum mío (luego de una visita a Maracaibo) que convenció a Gómez López y López Castillo, la pareja bancario-episcopal que tanto gravitó sobre el subsiguiente destino del periódico. Proposiciones conceptuales previas, incluyendo una tuya y otra de Rodolfo Schmidt, no tuvieron la misma persuasividad estratégica. En ese memorándum, de diciembre de 1988, me atreví a pronosticar el Premio Nacional de Periodismo en no más de dos años, indicando que mi propensión al atrevimiento me inducía a imaginarlo en el primer año. Esta premonición resultó ser acertada. También destaqué en ese documento como un valioso acierto estratégico la computarización decidida con tu consejo, por si no lo sabías.
Quizás sabes que el contacto inicial, por boca de Aníbal Romero (mano derecha política de Gustavo Gómez López), se produjo precisamente porque yo dominaba el mundo computacional, específicamente el de equipos Macintosh, que eran los seleccionados por ti como proveedor técnico. Más específicamente todavía, conocía el software de PageMaker, programa que sería empleado en la composición y diagramación, al haber tomado un curso dictado sobre el mismo por Manapro a mediados de 1988, aunque esto último era ignorado por Romero. Y más aún: el mundo de las redes informáticas me era muy familiar, puesto que a mi paso por la Secretaría Ejecutiva del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (1980-1982), se estableció desde allí la primera red de Internet en Venezuela, luego de que en viaje mío a Washington en 1981 se asegurara la cooperación técnica de la National Science Foundation de los Estados Unidos. Más tarde (1994), asesoraría al fruto de esa iniciativa: la Red Académica de Centros de Investigación y Universidades Nacionales (REACCIUN).
Esto, pues, por lo que respecta al reino de tu aporte, que fue ciertamente muy importante. Tampoco es que aprendiera yo mucho de él, y de no haber existido tu recomendación, o la selección de equipos que hiciste para el momento de mi incorporación, habría recomendado y seleccionado exactamente lo mismo.
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En cuanto a tus restantes cuatro representados, debo decir primeramente que no se entiende qué significa la expresión «los innovadores nacionales en tecnología», que pareciera incluirte aunque no mencionas a ninguno de ellos. (Tu texto adolece de falta de estrofas). Los computadores Macintosh son estadounidenses, como lo era el programa PageMaker y también las máquinas RIB, que traducían los archivos generados por Juan Bravo y su equipo a un negativo para las planchas de la rotativa. Si acaso, pues, hubo en Venezuela para la época un grupo de intermediarios, entre los que te contabas, que supieron aplicar las tecnologías desarrolladas por innovadores foráneos a proyectos locales. Tú mismo lo harías luego para la segunda etapa de El Globo, periódico del que fuiste Jefe de Información. Por lo que he referido en relación con los logros de CONICIT y mi relación posterior con Manapro, en todo caso, tendrías que incluirme entre «los innovadores nacionales en tecnología».
Luego, debo decir que fui yo quien contrató a Henry Figueroa Brett, y que éste no se desempeñó como diseñador gráfico, sino como un editor «horizontal», según mi diseño y definición, que apoyaba el proceso en sus aspectos informáticos. También se ocupó de adiestrar a los periodistas en el uso de los computadores. Sin duda, cumplió un papel útil. Dicho sea de paso, mientras ejercí como Editor Ejecutivo de La Columna, «la transmisión de información a distancia desde la corresponsalía en Caracas» se hacía por conversaciones telefónicas y la recepción por fax de las notas redactadas por Badaraco, Chirino y Dávila. No hubo en ese tiempo alguna tecnología más innovadora que eso.
Y ahora llego a la pareja López Castillo-Gómez López. En efecto, fueron un eje fundamental de toda esa etapa. El primero, el obispo, porque había recibido el encargo de resucitar a un periódico cerrado en junio de 1988; el segundo, el banquero, porque aseguró el flujo de capital de trabajo necesario para el arranque. Comencemos por este último.
Gustavo Gómez López no era entonces, como tu redacción indica, el Presidente del grupo del Banco Latino. Éste era todavía el Dr. Pedro R. Tinoco; Gómez López presidía el Banco Hipotecario de Occidente. Fueron recursos de este banco, es decir, de sus depositantes y no de Gómez López, los que financiaron el arranque de La Columna hasta abril de 1990, cuando el periódico alcanzó el punto de equilibrio y podía cubrir sus costos y gastos con la venta de publicidad (2.300 cms/col diarios en abril). El financiamiento aportado muy oportunamente por el BHO ocurría sin que mediara ninguna garantía por parte de la Arquidiócesis, según arreglos que manejaban en secreto el obispo y el banquero. A éste le pregunté directamente en enero de 1989 si él aspiraba a una participación en el capital del periódico. Gómez López me aseguró enfáticamente que no quería tener «ni una sola acción». (El BHO también financiaba a NCTV, la televisora que dirigía Ocando Yamarte).
Monseñor López Castillo, por su parte, había establecido una relación harto especial con Gómez López, al punto de que lo había nombrado padrino de su propia consagración episcopal. Se refería a él justamente, como su «padrino», y este concepto llegó a parecerse más al empleado por Mario Puzo. Es una gran exageración decir, como lo haces, que López Castillo había previsto que fuera posible «destronar el reinado mediático existente en el Zulia». Para el momento cuando se me encarga el proyecto, los pronósticos más ambiciosos para La Columna no pasaban de una proyección de 8.000 ejemplares diarios de tiraje, y Panorama imprimía entonces unos 60.000 y Crítica entre 4.000 y 6.000. En el mejor de los casos, por tanto, se trataba de ocupar un honroso aunque distante segundo lugar, jamás «destronar» al dueño del patio. Mal ha podido López Castillo lograr que «el poder de la iglesia maracucha se alineara con la idea», según escribes, puesto que esa idea no existía.
Pero es que, además, cuando el éxito de La Columna superó todas las expectativas—ordené un tiraje de arranque de 20.000 ejemplares para el 8 de septiembre de 1989—al alcanzar un tiraje de 51.000 ejemplares en febrero de 1990 con una devolución de 2.000, para una circulación efectiva de 49.000 ejemplares pagados, Gómez López y López Castillo complotaron para frenar al periódico que había, en efecto, destronado a Panorama en la ciudad de Maracaibo. (De los 60.000 ejemplares de Panorama, sólo el 60%, o 36.000, se distribuía en la capital del Zulia; la diferencia iba, mayormente, al resto del estado, los estados andinos y Falcón; una pequeña cantidad de ejemplares llegaba a Caracas. En cambio, La Columna se había posicionado como el Diario Metropolitano de Maracaibo, y 90% de su tiraje se distribuía en esa ciudad; el 10% iba a la Costa Oriental del Lago. Esto significa que en abril de 1990 el periódico tenía una circulación de 44.000 ejemplares en Maracaibo; 8.000 más que los colocados por Panorama).
El crecimiento fue tan vertiginoso, que el 21 de diciembre de 1989 (dos meses y trece días después de la salida), en reunión nocturna de Orlando Espina—Gerente de Circulación que traía las cifras más recientes y él mismo no podía creerlas—, López Castillo, Héctor García Arcaya, Juan Planas (Gerente de La Columna) y quien escribe, se llegó a la conclusión de que la vieja rotativa Color Press no podría con la carga de la demanda y tendríamos que buscar una de mayor capacidad. Don Juan Planas no tardó mucho en identificar una óptima solución: estaba en venta una rotativa Roland a colores, mucho más moderna y veloz, que no había consumido más de 8% de su vida útil. Decidimos su compra sobre la marcha y para marzo de 1990 estaba en la sede del periódico para el comienzo de su instalación.
Absorber esta inversión suponía un aumento de capital (de 15 millones de bolívares), y se empezó a solicitar la participación de accionistas de Maracaibo con la condición de que la Arquidiócesis preservara su mayoría accionaria y el control. Supuse como cosa natural que el BHO, o Gómez López personalmente, tenían hasta cierto punto derecho de participar, a pesar de las seguridades de este último acerca de no querer «ni una sola acción». El 17 de marzo del año pasado, explicaba lo que ocurrió cuando recordaba a periodistas de aquella época que en 2009 se cumplían veinte años de la salida:
Tanto Roa como López Castillo, habituados a que yo me ocupara de todo, dejaron en mis manos el levantamiento de la suma. En mi criterio, Gómez López merecía una participación, dado su decidido apoyo financiero a lo largo del recorrido, pero pensaba que ella debía ser menor que el capital que aportaran inversionistas zulianos. Dos obstáculos emergieron entonces: uno, los primeros convocados a la cena del señor, salvo el infaltable Jorge Abudei y una vaga promesa de Fernando Chumaceiro, no quisieron asistir y, como en el evangelio, hube de salir a los caminos a reclutar viajeros y otra gente polvorienta… Después surgió el segundo: el banquero Gómez López, que un año antes había jurado no querer ni una acción de La Columna, nos hizo saber que pretendía poseer—para empezar, se me dijo—sólo ¡el 30% del capital! Expliqué a quien me informaba en Caracas que esa pretensión resultaría excesiva a los ojos de Roa, y recomendé que fuera reducida a 5%. En este momento, López Castillo viajó a Caracas, de donde regresó diciéndome que no debía preocuparme pues su padrino—Gómez López, que había realmente apadrinado su consagración episcopal—le daría a él la representación de su 30%. Esto es, el obispo que debía jugar con la Arquidiócesis, jugaría ahora con el banquero.
Poco después salí del proyecto. Una serie de ataques contra el periódico, que había comenzado por la acusación de izquierdistas a algunos de los periodistas—por Ocando Yamarte, quien, irónicamente, años más tarde sería chavista y tendría un programa propio en Venezolana de Televisión—, llevó a un desenlace dramático en la Semana Santa de 1990. Antes de llegar a Maracaibo para encargarme del proyecto, ya había advertido a mi esposa que mi salida se produciría tarde o temprano, por lo que conocía del financista del periódico. El Sábado de Gloria supe por López Castillo que su padrino había pedido mi cabeza, y él mismo llegó a insinuar que mi vida corría peligro en Maracaibo. Entregué el cargo y permanecí en la ciudad hasta septiembre, para permitir que mi hijos concluyeran su año escolar. Nadie más me amenazó, ni directamente ni con sutileza episcopal.
En julio, la circulación de La Columna había sido bajada artificialmente a 30.000 ejemplares. Poco después, el Banco de Maracaibo, en el que Esteban Pineda Belloso—dueño de Panorama, recientemente fallecido—tenía una importante participación accionaria, abrió sus puertas a la inversión del Banco Latino y éste sentaba un representante suyo en la junta directiva del que fuera el primer banco fundado en Venezuela. La vocación de un periódico milagroso fue sacrificada a un interés financiero.
Tal vez comprendas ahora, estimado Víctor, por qué preferí no mencionar al banquero y el obispo en mi breve recordación. Ésta ha sido bastante más larga, pero te aseguro que mis memorias de la época son mucho más extensas todavía. Ni siquiera esta respuesta a tu comentario comienza a hacerle justicia a los protagonistas de La Columna en 1989 y 1990.
En cuanto a tu participación en la cosa, lamento no haberte mencionado. Esa falta ha sido subsanada en esta relación y, sobre todo, en tu propio comentario. Gracias por haberte interesado en escribirlo.
¡Hola!:
Estoy realizando una investigación acerca del exilio republicano español y el nombre de Juan Planas Alsina ha surgido en un par de documentos; quisiera preguntarle si la persona que llevaba este nombre y a la que se refiere en su artículo era de origen español, y en su caso si sabe algo más de él o de algún conocido y/o familiar suyo que pudiera contactar. Le agradezco mucho y le mando un cordial saludo desde México.
Es con gran alegría que recuerdo a Don Juan Planas Alsina. En efecto, Don Juan peleó en la Guerra Civil Española del lado republicano. Vino a Venezuela y se residenció en Maracaibo. Me cupo el honor de contratarlo como Gerente del diario La Columna a sus 73 años de edad, y la suerte de sacar provecho de su sabiduría. Esa fue una de las decisiones más acertadas de mi vida profesional.
Don Juan no tuvo éxito al gestionar una pensión del gobierno español como antiguo combatiente; le representé infructuosamente ante la Embajada de España en Caracas. El hijo de Don Juan, Amenhotep Planas Raga, es profesor universitario. Le haré llegar a su dirección electrónica la de él, para que establezcan contacto.
Muchas gracias por esta comunicación.
Yo trabajé en ese periódico como en el año 90-91. Era la asistente de producción en horario nocturno. El Señor Planas era mi jefe inmediato, junto con Marlene que era la encargada de producción. Trabajaba de noche, en pleno proceso de impesión. Fue una buena escuela. El señor Alcalá poco lo veía, solo cuando me lo presentaron en mi entrada. Lastima que mi época por allí fue corta. Luego supe que la maquina rotativa que estaba en el Diario el Periodiquito era una sola parte de la Máquina con la que imprimiamos en Diario La Columna. También recuerdo que habian varios estudiantes de la Universidad Cecilio Acosta que dirigia Ocando Yamarte. Muy buenos tiempos.
La rotativa comprada en San Cristobal era pobablemente peternecia posiblemente del Diario El Pueblo para el cual trabaje como como coordinadora de producción y posteriormente cerrado
Gracias por los recuerdos. Don Mario Ojeda, nuestro jefe de rotativa, podría certificar las muchas medias noches que pasé en sus predios, acompañando el arranque de las máquinas. Yo dejé de ser el Editor Ejecutivo a fines de abril de 1990; eso explica que no tuviéramos más contacto. En efecto, la Roland era la del Diario El Pueblo, que no había usado mucho de su vida útil. Por eso su compra fue una buena decisión.
Gracias por su comentario. Me contenta haber encontrado este artículo. Después, continuó la gestión de Hector García Arcaya. Allí conocí en esas noches de trasnocho en la rotativa a Eldy Aleman. El Sr Plana lo había traído para una asesoría en la impresión. Allí me ofreció el cargo de gerente técnico en EJ Aleman, y me fui a Caracas.
Gracias a El aprendí mucho el tema de las artes gráficas, pase por Notitarde, El sol de Margarita, el Diario de Monagas, Lithomundo, entre otros…
A fines de 1999 y hasta febrero de 2000 fui llamado a «salvar» El Diario de Caracas como su Editor en Jefe. Fue su dueño, el Sr. Hans Neumann, quien decidió cerrarlo primero y venderlo después, pues se comprometió en el apoyo de Teodoro Petkoff en Tal Cual.
Me alegra saber de usted…hace muchos años tuvimos un amigo en común, dueño de una productora de Tv en Maracaibo…Mas nunca supe de èl…Creo que a usted le gustaba mucho los Mercedez Benz…como Marca.
Mientras estuve en Maracaibo, poseía un Dodge Dart de segunda mano. Como marca me gustan, además de los Mercedes Benz, los Porsche, los BMW, los Aston Martin, los Mitsubishi… en general, los automóviles bien hechos. No recuerdo que un amigo tuviera una productora de TV mientras estuve allá; uno se interesó y tal vez invirtió en una, pero creo que antes regresé a Caracas, y algunos amigos trabajaban en agencias de publicidad y se involucraban en producciones de TV. Gracias por sus datos. Voy a suprimir su dirección electrónica (que ya me aparece en la página de control) de su comentario para que no la tenga todo el mundo.
No se preocupe, Gracias por sus comentarios. Su memoria, es única. Después de Roa Pérez, entro otro Arzopisbo que ahora no recuerdo su nombre, y creo que para Ocando Yamarte fue su fin. De hecho cuando asumí el cargo hubo una visita al periodico con lo que era la plana mayor; yo no se porque estaba yo allí pero me dijeron que estuviera presente… Creo que le restaron poder a Ocando Yamarte, y de allí que mas tarde, se iria al otro extremo con el Chavismo. Recuerdo – porque fue estudiante de la UNICA, creada por el Monseñor Ocando – al ex presidente Luis Herrea Campins en los pasillos de Niños Cantores; también a quien fue presidente de Radio Caracas Televisión, Marcel Granier. El padre Ocando, se reunía con ellos y con muchos otros que ahora no vienen a mi memoria; pero luego como que se le olvidó de quienes le ayudaron.
Del amigo a quien le hablo era Roberto Watkin Molko, dueños de las tiendas Molko y luego de la productora en la cual yo trabajé…El tenia unos dos o tres mercedes viejos y el me comentó en una oportunidad que a usted le gustaban esos vehículos… solo fue comentario, nada en particular…
En efecto, era Roberto Watkins Molko quien se interesó en la productora de TV en la que la principal accionista era Lupita Ferrer, pero no llegué a saber si finalmente invirtió en ella. Roberto hizo su dinero con las tiendas de ropa Molko, de las que había varias en Maracaibo; creo que la más importante, aunque no la primera, era la del centro comercial Costa Verde. En La Columna temprana le concedí un espacio para sus notas sobre el buen vestir y la elegancia en general, y hasta le sugerí el nombre con el que las firmaría: Lord Robert (¿o era Lord Watkins?) Fue un decidido entusiasta de La Columna, apoyado por su gran amigo Umberto Banfi, el comerciante de calzados.
Ocando Yamarte fue una figura importante, sin duda, pero tenía rasgos lamentables. Dos veces me entrevistó en su programa de televisión, hecho en imitación del formato de Primer Plano, de Marcel Granier. En la segunda ocasión, atacó arteramente a Marlene Nava—una periodista a la que contraté—sobre bases de moral y yo la defendí dándole precisamente una lección de teología moral, lo que le molestó; concluido el programa, el debate continuó fuera del estudio y se molestó más cuando los circunstantes, entre los que había mayormente gente del canal, asentían dándome la razón. Supe luego que monseñor Roa se divirtió mucho con la discusión y me apoyaba.
Luego Ocando se pelearía con monseñor Ovidio Pérez Morales, el sucesor de Roa. Antes de la reaparición de La Columna, Ocando me invitó a los predios de NCTV para mostrarme una lista de periodistas ya contratados para decirme que eran comunistas e inconvenientes en el periódico, pero fueron ellos los que hicieron lo que fuera reconocido en junio de 1990 con el Premio Nacional de Periodismo; es irónico que luego ingresara a Venezolana de Televisión como furibundo chavista. De él se dijo cosas terribles en materia de moral que no reproduciré acá. Gracias por su interés en lo que fue una de las épocas más felices de mi vida.
Yo estuve al lado de Roberto desde sus comienzos con la productora. Me atrevería a decir que Lupita solo habría sido dueña de la casa ubicada en la 72 con Indio Mara, y adquirida por Roberto años después. Cuando los canales nacionales comenzaron su programación regional, Roberto hizo una alianza con Televen, arrancaron con la corresponalìa y se organizó una gran Preventa, anunciada y esperada por muchos. La noche de la gran fiesta, a alguien le habría hecho tal ruido esta alianza, entre Roberto y Televen, que haciendo uso de sus influencias, le enviaron la Guardia Nacional al evento, para que revisara la legitimidad de los equipos adquiridos por Molko Visión. Roberto fue tan astuto, que agarró a los dos o tres funcionarios y los metió en el estudio donde se celebrara el lanzamiento y allí los sentó por horas. Pocos se percataron de los sucedido. Roberto con su Poder, que también tenía, días después ya se había hecho amigo del Comandante. El que le hizo esta mala jugada pareciera que no se salió con al suya, aparentemente. Así se manejaba el «poder» de los medios.