por Luis Enrique Alcalá | Mar 18, 2020 | Artículos, Política, Terceros |
Por considerarlo de interés, se reproduce acá un artículo de opinión publicado hoy por El País de España.

El presidente de Colombia, Iván Duque, este martes en rueda de prensa. REUTERS
Una política exterior de adolescente
En las épocas de Álvaro Uribe era común ver ataques vehementes a la comunidad internacional, pero nunca se llegó a las actuales circunstancias
En las últimas semanas, y en medio de la crisis del Covid-19, se ha dejado ver lo incoherente e ineficaz de la política exterior colombiana. Hace algunos días, la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos sacó su informe anual. En él, Colombia quedaba mal parada, pues era claro que la situación de seguridad en el país se estaba deteriorando. No debe olvidarse que la seguridad fue la principal bandera del actual presidente durante la campaña política de 2018. El resultado, luego de 18 meses de gobierno, es un deterioro increíble. El Gobierno colombiano acusó a la ONU de indebida injerencia en la soberanía nacional.
Días más tarde, salió el informe del relator para defensores y defensoras de derechos humanos de la Naciones Unidas, Michel Forst. Allí, quedaba claro que Colombia es el país de la región donde más se asesinan líderes sociales. Además, mostraba que los niveles de impunidad son particularmente altos. Nuevamente, el Gobierno colombiano hizo un gran escándalo. Pero lo más complicado se supo horas después de publicarse el documento: al señor Michel Forst no se le permitió regresar al país en 2019 para terminar su informe, su primera visita fue a finales de 2018. Aunque el relator buscó que lo invitaran, siempre el Ejecutivo colombiano esquivó esa petición. Este tipo de comportamiento solo lo tienen Gobiernos con democracias débiles o abiertamente autoritarios.
Horas después de estas dos reacciones del gobierno ante los dos informes en materia de derechos humanos, el presidente Iván Duque se reunió con el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres. Allí, el presidente intentó rebajar la tensión y anunció un acuerdo de cooperación con las Naciones Unidas. Todo esto ocurrió en unos cuantos días. El mundo diplomático en Colombia dice no entender nada. De hecho, calificaron la política exterior colombiana como caótica y errática.
Pero la cereza en el pastel llegó en las últimas horas. El presidente Iván Duque anunció el cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela. Horas después había una verdadera crisis humanitaria, centenares de personas pasaban por las trochas o caminos ilegales. La frontera entre ambos países tiene una extensión de poco más de 2.200 kilómetros, hay más de 150 trochas, todas ellas controlados por las 28 estructuras armadas ilegales que están en el espacio fronterizo. Cada vez que cierran los puentes fronterizos legales, se da una bonanza económica para estas estructuras, pues aumenta el cobro por persona que quiera pasar. De tal forma que el cierre no va a contener el Covid-19. La única forma de contenerlo es garantizando la coordinación entre ambos Estados o al menos entre las autoridades sanitarias de ambos Estados. Aun así, y a pesar de una posible crisis, el Gobierno colombiano sigue hablando de un presidente interino, Juan Guaidó, que en la vida real no existe.
Toda la política exterior colombiana gira en torno a Venezuela, al respaldo a un presidente interino que no controla nada, mientras que la frontera es un verdadero caos. En otro tiempo, en las épocas de Álvaro Uribe, era común ver estos ataques vehementes a la comunidad internacional, pero nunca se llegó a las actuales circunstancias. Además, en ese momento, Uribe tenía el 80% de aprobación, actualmente Duque ronda el 23%. Es decir, hay un gran ridículo internacional y una crisis política interna.
Al final, se puede decir que la política exterior de Colombia es un gran fiasco. Carece de dosis de realismo, de un horizonte común y sobre todo de alguien que la lidere. Pareciera que la política doméstica lo rige todo y el ala radical del partido de Gobierno controla la Cancillería. No se piensa con criterio de Estado sino de venganza partidista.¶
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Actualización: El mismo diario español trae hoy, 19 de marzo, un reportaje (La emergencia sanitaria acerca a Colombia y Venezuela) en el que se lee: «…se produjo una reunión entre el ministro de Salud y Protección Social de Colombia, Fernando Ruiz, el gerente de la frontera con Venezuela, Felipe Muñoz, con el titular de Salud de Venezuela, Carlos Alvarado. En la cita, realizada de forma virtual para coordinar información sobre la Covid-19, participaron en efecto los representantes de la OPS ante los dos Gobiernos. ‘Durante 46 minutos se habló de la estrategia para contener esta epidemia y salvaguardar la salud de la población más vulnerable’, informó el Ejecutivo colombiano». De todos modos, continúa siendo certera la caracterización de Ariel Ávila al escribir: «un presidente interino, Juan Guaidó, que en la vida real no existe». El Carabobeño titula una nota en este día de San José de este modo: «Juan Guaidó exhorta a la FANB a permitir el ingreso de la ayuda humanitaria a Venezuela». Un presidente no exhorta a los militares; les da órdenes. Vale.
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por Luis Enrique Alcalá | Abr 29, 2015 | Artículos, Política |
El texto que sigue es el de un artículo que se me solicitara para el segundo número de la revista VOTA, una publicación digital bilingüe (español-portugués) de comunicación y marketing político que fuera lanzada en Ciudad de México en diciembre de 2014, desde la IV Cumbre Mundial de Comunicación Política. La crisis de la Imagen Política fue el tema central adoptado para su segunda edición.

Quien tiene que hacerlo bien es el cliente
Si hay una crisis de la imagen política en una sociedad intensamente comunicada no es por el medio; medios hay ahora como nunca antes. Si hay una crisis de la imagen es por el mensaje. Es lo que produce la imagen lo que está en crisis, no su proyección.
Los mercadólogos políticos pueden ser los más competentes, pero si los políticos no tienen mensaje pertinente en el campo temático o en el personal, la imagen política seguirá en crisis. Uno habla de crisis en un cierto espacio cuando las acciones que allí se ponen en práctica ya no funcionan. En verdad, cuando la innovación se ha hecho imprescindible.
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La crisis del mensaje político es planetaria porque la política misma está en crisis, la profesión política está en crisis. Madrid y Ciudad de México publicaron el mismo día de la muerte de Carlos Fuentes su último artículo. (Viva el socialismo. Pero…) En él preguntaba: «¿Cómo responderá François Hollande a este nuevo desafío, el de una sociedad que al cabo no se reconoce en ninguna de las tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha?»
Las ideologías han perdido su poder de producir soluciones. El registro de la Organización Internacional del Trabajo hace tiempo que superó el millón de oficios diferentes en el mundo. ¿Cómo puede un partido representar en la única categoría de trabajadores una riqueza así, una complejidad de esa escala? Ya no vivimos la Revolución Industrial, cuando toda ideología se inventara; ahora vivimos la de la Internet, la telefonía móvil, las tabletas, las interacciones instantáneas, las enciclopedias democráticas, las apps. La de la biogenética, la cirugía mínimamente invasiva, la posibilidad de introducir al planeta especies vegetales o animales nuevas. La de una sonda espacial posada sobre un cometa, la comprobación experimental de la «partícula de Dios» o Bosón de Higgs, la fotografía cada vez más extensa y detallada de los componentes del cosmos, la materia oscura, la geometría fractal y las ciencias de la complejidad. La de la explosión de la diversidad cultural, la del referendo, del escrutinio inmisericorde de la privacidad de los políticos y el espionaje universal. La del hiperterrorismo, las agitaciones políticas a escala subcontinental, el cambio climático. Nada de esta incompleta enumeración cabe en una ideología, en la cabeza de Stuart Mill, Marx, Bernstein o León XIII. Cualquier ideología—la pretensión de que se conoce cuál debe ser la sociedad perfecta o preferible y quién tiene la culpa de que aún no lo sea—es un envoltorio conceptual enteramente incapaz de contener ese enorme despliegue de factores novísimos y revolucionarios. Ésta es una revolución de revoluciones.
Uno puede buscar consuelo en la hermosura sentimental. Nos dice Ryszard Kapuściński: «Caídas las grandes ideologías unificadoras y, a su manera, totalitarias, y en crisis todos los sistemas de valores y de referencia apropiados para aplicar universalmente, nos queda, en efecto, la diversidad, la convivencia de opuestos, la contigüidad de lo incompatible. Puede derivarse de todo ello una conflictividad abierta y sanguinaria, arcaica, el enfrentamiento difuso, el renacimiento de los localismos y de los más feroces tribalismos, pero también podría surgir un lento aprendizaje de la aceptación de lo distinto a uno mismo, de la renuncia a un centro, a una representación única. Como el arte posmoderno nos enseña, quizás podríamos darnos cuenta de que hay espacio para todos y que nadie tiene más derecho de ciudadanía que los demás. (En Los cínicos no sirven para este oficio»).
Pero es preciso ir más allá: hay asuntos cuya verdad no depende de la mera diversidad. Es misión profesional de la política establecer su conexión con la verdad, y hoy en día los marcos mentales que soportan la idea de la política como lucha por el poder han dejado de funcionar. (Ver John Vasquez The Power of Power Politics, 1983). Son marcos mentales más recientes, derivados de las ciencias de la complejidad y el caos, de las avalanchas, de los enjambres, aquellos que pueden ofrecer la gramática necesaria, ésa que Arturo Úslar Pietri ansiaba en artículo suyo de 1991: «Toda una retórica sacramentalizada, todo un vocabulario ha perdido de pronto significación y validez sin que se vea todavía cómo y con qué substituirlo. Hasta ahora no hemos encontrado las nuevas ideas para la nueva situación».
Esas ideas existen: no son otra cosa que una aproximación clínica a la Política, como arte que se ocupe de soluciones a problemas públicos, exigible por una sociedad cada vez más informatizada.
Necesitamos políticos nuevos: exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos. Por esto tomará un tiempo aceptar que son los actores políticos adecuados, los que tienen la competencia necesaria, pues, como ha sido dicho, nuestro problema es que «los hombres aceptables ya no son competentes mientras los hombres competentes no son aceptables todavía». (Ver De caciques y de úslares, 18 de octubre de 2005).
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En noviembre de 1974, un ministro venezolano reunió un grupo al que planteó su intención de optar por la Presidencia de la República en las siguientes elecciones. Uno de sus invitados le habló así: “En tu anuncio distingo dos problemas diferentes. No me interesa el primero de ellos: cómo llegarías a ser presidente, con cuánta publicidad, cuántos mítines. Me parece más importante el segundo: ¿qué harías tú como presidente? ¿Por qué los venezolanos votaríamos por ti?” El interpelado se recuperó con rapidez y contestó: “Aquel presidente que se rodee de gentes tan capaces como las que están acá será un gran presidente”. No necesitaba tener contenido; su ambición debía bastar para construir una imagen ganadora.
La mera mercadotecnia política no es suficiente. No bastó peinar como Evita Perón a Irene Sáez, otrora Miss Universo, o hacer muñecas Barbie con su efigie. La imagen no puede sustituir el contenido; especialmente en política, el medio no es el mensaje. LEA
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*Stafford Beer, Platform for Change, 1975.
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por Luis Enrique Alcalá | Abr 3, 2008 | Artículos, Política |
Hace treinta y tres años, la edad de Cristo, de que el suscrito, en compañía de Eduardo Quintana Benshimol, filósofo, y Juan Forster Bonini, químico, se trasnochara mucho por culpa de una discusión que amenazaba con hacerse interminable. Los tres debíamos responder a un requerimiento de la Fundación Neumann, que nos había solicitado que le presentáramos un proyecto innovador en materia educativa.
Después de numerosos desvíos retóricos, ingeniosos aunque no poco bizantinos, aterrizamos hacia las cinco de la mañana en una declaración de principios: en la aplicación del proyecto, nos consideraríamos sin derecho de imponer nuestros puntos de vista a los alumnos, y nos comprometimos a advertirles cuando discutiéramos cosas que eran materia, no de conocimiento, sino de opinión. Una consideración ética como ésa no debe buscarse en el proyecto curricular oficialista.
Ante la pretensión totalitaria del nuevo currículum “bolivariano”—de bolivariano no tiene nada—no basta la oposición a un cierto número de sus postulados e imposiciones. Es preciso desmontar su base argumental la que, por fortuna y para mayor facilidad, es huera y menesterosa. Es necesario, por una vez aunque sea, más allá de la denuncia y la condena, ofrecer su refutación.
La tarea no es difícil. Hay mucho educador serio en Venezuela que ha guiado su vida de docente desde una doctrina pedagógica superiorísima a la blandida por Adán Chávez y sus acólitos. A esta última hay que arroparla, como se hace para apagar el fuego de una sartén. Aquí hay suficiente doctrina educativa como para abrumar el muy escaso y pernicioso esquema chavista en educación.
Por supuesto, también hay que desmontarlo agresivamente (en términos retóricos). No necesitamos estar a la defensiva. Cuando Eduardo, Juan y quien escribe nos afanábamos en 1975 por obtener buenos aprendedores, logramos recopilar una extensa bibliografía sobre el tema. Era un recurso fresco, recién editado, La revolución de la inteligencia, de Luis Alberto Machado. Pero el libro que resultó ser nuestra sagrada escritura era La enseñanza como actividad subversiva (1969), de Neil Postman y Charles Weingartner, obra que, como su nombre indica, no era complaciente con una educación mediatizada. Se encontrará en ella un agudísimo y moderno examen del problema de la educación, que abrevaba de fuentes frescas, como las poderosas intuiciones de Marshall McLuhan. Decían los autores que probablemente fuera la misión fundamental de la educación la de entregar a los educandos un “detector de porquerías”. (Crap detector).
Para que la persona reciba una educación que lo libere, que lo inmunice frente a la mediocridad y la propaganda, es muy importante enseñarle a distinguir, como decía Bárbara Tuchman, entre lo íntegro y lo postizo. Pocas cosas más postizas que las poses arrogantes y manipuladoras de este gobierno en casi cualquier esfera de las que invade (que son casi todas), pero especialmente en la esfera educativa. Y su cacareado proyecto curricular, juzgarían Postman y Weingartner, es una soberana porquería.
LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Ene 14, 2008 | Artículos, Política |

Quienes propugnamos un paradigma “clínico” para la Política, al entenderla como profesión que se ocupa de resolver problemas de carácter público (en contraposición del paradigma “realista”, que la entiende como lucha por el poder), usualmente somos tenidos por románticos. Son justamente los “realistas” quienes nos acusan de no tener los pies en el suelo.
Una Política Clínica no cree que “el maestro es el apóstol de la juventud”, como titulaba Luis Beltrán Prieto Figueroa uno de sus recordados artículos, ni tampoco que la universidad es “fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”, como reza nuestra Ley de Universidades. (1970). Ese lenguaje hiperbólico no es bueno para fundar repúblicas, y ya Bolívar alertaba contra las que llamaba “aéreas”. Para ser político clínico no es necesario chuparse el dedo.
Pero una aberración contraria es desconocer el altruismo en política, conducta que los zoólogos encuentran hasta en los chimpancés. El político profesional serio debe ser, sin duda, realista, lo que no equivale a ser cínico. Nadie menos que Federico el Grande de Prusia quiso escribir un breve ensayo para refutar a Maquiavelo, quien opinaba: “Es mejor ser a la vez temido y amado; sin embargo, si uno no puede ser ambas cosas es mejor ser temido que amado”. En “Anti-Maquiavelo” (1740), Federico expuso que el italiano había ofrecido un punto de vista parcial y sesgado del arte del estadista. Además de reivindicar un lugar para un genuino interés por la prosperidad de los ciudadanos, el gran monarca apuntó agudamente cómo Maquiavelo había escamoteado la evidencia del término infeliz o desastroso de más de un gobernante malhechor por él alabado.
Y es que, asimismo, no es nada difícil recabar comprobación empírica de que la bondad es eficaz. La bondad funciona en la práctica. Los expertos en gerencia de personal ya abrazaban, a fines de los años sesenta del siglo pasado, la “Teoría Y”, que se oponía a una “Teoría X” que contemplaba cínicamente las motivaciones de los empleados de las empresas privadas. Sin darse cuenta de lo que hacían, eran, como Federico el Grande, antimaquiavélicos. Habían descubierto que, con mucho, era preferible ser amado que temido.
El líder temido, no cabe duda, puede ser muy eficaz. Con frecuencia logra sus propósitos. Pero para lograr metas más elevadas es necesario ser líder amado. No se puede convocar a grandes cosas desde el miedo.
Es en este sentido práctico, plenamente realista, que Don Pedro Grases, el gran catalán venezolano, afirmaba en su septuagésimo quinto cumpleaños: “La bondad nunca se equivoca”. Para quien había logrado escapar de la muy real y concreta tragedia de la Guerra Civil Española, eso no era poesía, sino constatación práctica.
Una política fundada en ese sentimiento, a pesar de su hermosura, es perfectamente posible. (Y muy necesaria).
LEA
por Luis Enrique Alcalá | Nov 19, 2007 | Artículos, Política |

Dos críticas distintas han sido dirigidas sobre Raúl Isaías Baduel, pero se hermanan en una cosa: provienen ambas de posiciones extremas. El chavismo radical ha optado por ignorar el fondo de su oposición a la “reforma” constitucional de Chávez y descalificarlo con meros epítetos. El oposicionismo radical estuvo de acuerdo con su entera exposición… hasta que recomendó ir a la votación para decir no. Allí se perdió esa cosecha, dijeron los ultrosos de la oposición. Para ellos, Baduel ha debido decir todo lo previo y de seguidas llamar a la abstención. Uno que otro militar alborotado dice: “Mi general Baduel apuntó mal. Todo iba muy bien, hasta que llamó a votar. Ahí nos decepcionó”.
Pero Baduel no ha decepcionado a una persona muy particular: un influyente teórico marxista, cuya opinión pesa sobre toda la izquierda latinoamericana y aun en el pensamiento neo-marxista mundial. La referencia es a Heinz Dieterich, quien hasta no hace mucho era uno de los más importantes apoyos teóricos de Chávez. Dieterich acaba de escribir un preocupado artículo (8 de noviembre) sobre el distanciamiento de Chávez y Baduel. En su texto no sólo sale Dieterich en decidida defensa de la trayectoria y personalidad de Baduel, no sólo considera que con su reciente jugada éste “procura ocupar el centro político del país”, sino que recomienda a Chávez la búsqueda de un acuerdo con su antiguo Ministro de Defensa y además se atreve a decir: “Es evidente que la nueva Constitución no es necesaria para avanzar el carácter antiimperialista y popular del proceso bolivariano que encabeza el Presidente en los ámbitos nacional e internacional, ni tampoco es necesaria para avanzar hacia el Socialismo del Siglo XXI”. O sea, dice a Chávez que su proyecto de “reforma” constitucional es enteramente prescindible y, de paso, se refiere al mismo como lo que verdaderamente es: una “nueva Constitución.
Ya antes, el 2 de agosto de este año, Dieterich había insertado otras advertencias en su sitio web. Allí, en torno al problema de un “socialismo del siglo XXI”, pone: “Después de dos años de discusión, en gran medida caótica, irrespetuosa y superficial, que empieza a mermar la credibilidad del discurso socialista del Presidente, es una necesidad política para Hugo Chávez y la Revolución bolivariana pasar a la etapa del debate científico”.
Algo muy grave está ocurriendo ahora mismo en las entrañas y el contexto del chavismo, cuando el interesado consultor Dieterich se arriesga a dejar sentado por escrito que está mermando “la credibilidad del discurso socialista del Presidente”.
Y no es sólo el alemán; el 1º de noviembre, una nutrida Sala 1 de Parque Central alojaba un foro-bautizo del libro ““La Revolución Bolivariana: Nuevos desafíos de una creación heroica”, escrito por Amílcar Figueroa. El panel de comentaristas, que incluía a Douglas Bravo, desató una feroz crítica contra Chávez y su proyecto de “reforma” constitucional. Hubo quien lo llamara “el nuevo Führer”.
LEA
por Luis Enrique Alcalá | Nov 5, 2007 | Artículos, Política |

En artículo publicado el pasado jueves 25 de septiembre por el diario El Nacional, el padre Luis Ugalde, rector de la Universidad Católica Andrés Bello, opta por la indefinición respecto de las prescripciones opuestas de votar o abstenerse en el próximo referéndum, previsto por el proyecto chavista de reformar la Constitución. Ugalde también se hace eco de una conmovedora y falsa impresión: la de que un porcentaje muy elevado de abstenciones y votos negativos equivale a una deslegitimación de la reforma que pudiera ser aprobada. Así escribe: “…el día del referéndum el rechazo se expresará de dos maneras, ambas con fuertes razones y motivos: por la abstención y por el no. No será posible acordar una única forma de rechazo. Millones (opositores y chavistas) lo harán con la abstención y otros millones con el voto por el no. Ambas formas de rechazo sumarán más de 70% (ya 60% sería un triunfo) y dejarán en evidencia que, con minoría de 30%, el Gobierno quiere imponer como obligación constitucional un régimen autoritario y un modo de vida rechazado”.
La indecisión de Ugalde podrá ser cómoda, pero el proverbial asno de Buridan murió de inanición, al no saber escoger entre dos pacas de heno igualmente apetitosas que tenía a la misma distancia.
Luego, son de una supina inocencia estas prescripciones de dejar “en evidencia”—¿ante quién, por cierto?—las intenciones autoritarias y socializantes de un gobierno que, para empezar, nunca ha cesado él mismo de ponerse descaradamente en evidencia a este respecto. La puesta “en evidencia” que Ugalde prescribe no añade absolutamente nada.
Pero cabe preguntar: ¿sostiene Ugalde que la Constitución que nos rige es ilegítima? No pareciera; más bien la da por sentada y por aceptable: “Chávez ha decidido imponer una nueva Constitución (acabando con la bolivariana)… La nueva constitución es una locura… Hay que… evitar que se aplique un régimen que reduzca los derechos humanos y elimine la democracia pluralista”.
Refresquemos entonces las cifras del referéndum del 15 de diciembre de 1999, que consagró la Constitución que Ugalde acepta. Para ese día el registro electoral computaba un total de 10.940.596 electores. De éstos, sólo 3.301.475 electores (30,2%) votaron afirmativamente. Descartemos los votos nulos (219.476), suponiendo que Ugalde no querrá aducir que se les debe computar como rechazos. Quedan entonces, para constituir la suma que propugna, y que interpreta como rechazo expreso, los votos negativos (1.298.105) y las abstenciones (6.121.540); nada menos que 7.419.645 electores, para un total de 67,8%, o 7,8% por encima de lo que Ugalde consideraría “un triunfo”.
Si fuera correcta su teoría de que la suma de las abstenciones y los votos negativos debe ser tenida por explícito rechazo, ¿por qué no escribe Ugalde denunciando la Constitución de 1999 como írrita, dado que el 15 de diciembre de ese año se cumplieron casi exactamente las metas cuantitativas que ahora propone?
LEA
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