Hace treinta y tres años, la edad de Cristo, de que el suscrito, en compañía de Eduardo Quintana Benshimol, filósofo, y Juan Forster Bonini, químico, se trasnochara mucho por culpa de una discusión que amenazaba con hacerse interminable. Los tres debíamos responder a un requerimiento de la Fundación Neumann, que nos había solicitado que le presentáramos un proyecto innovador en materia educativa.
Después de numerosos desvíos retóricos, ingeniosos aunque no poco bizantinos, aterrizamos hacia las cinco de la mañana en una declaración de principios: en la aplicación del proyecto, nos consideraríamos sin derecho de imponer nuestros puntos de vista a los alumnos, y nos comprometimos a advertirles cuando discutiéramos cosas que eran materia, no de conocimiento, sino de opinión. Una consideración ética como ésa no debe buscarse en el proyecto curricular oficialista.
Ante la pretensión totalitaria del nuevo currículum “bolivariano”—de bolivariano no tiene nada—no basta la oposición a un cierto número de sus postulados e imposiciones. Es preciso desmontar su base argumental la que, por fortuna y para mayor facilidad, es huera y menesterosa. Es necesario, por una vez aunque sea, más allá de la denuncia y la condena, ofrecer su refutación.
La tarea no es difícil. Hay mucho educador serio en Venezuela que ha guiado su vida de docente desde una doctrina pedagógica superiorísima a la blandida por Adán Chávez y sus acólitos. A esta última hay que arroparla, como se hace para apagar el fuego de una sartén. Aquí hay suficiente doctrina educativa como para abrumar el muy escaso y pernicioso esquema chavista en educación.
Por supuesto, también hay que desmontarlo agresivamente (en términos retóricos). No necesitamos estar a la defensiva. Cuando Eduardo, Juan y quien escribe nos afanábamos en 1975 por obtener buenos aprendedores, logramos recopilar una extensa bibliografía sobre el tema. Era un recurso fresco, recién editado, La revolución de la inteligencia, de Luis Alberto Machado. Pero el libro que resultó ser nuestra sagrada escritura era La enseñanza como actividad subversiva (1969), de Neil Postman y Charles Weingartner, obra que, como su nombre indica, no era complaciente con una educación mediatizada. Se encontrará en ella un agudísimo y moderno examen del problema de la educación, que abrevaba de fuentes frescas, como las poderosas intuiciones de Marshall McLuhan. Decían los autores que probablemente fuera la misión fundamental de la educación la de entregar a los educandos un “detector de porquerías”. (Crap detector).
Para que la persona reciba una educación que lo libere, que lo inmunice frente a la mediocridad y la propaganda, es muy importante enseñarle a distinguir, como decía Bárbara Tuchman, entre lo íntegro y lo postizo. Pocas cosas más postizas que las poses arrogantes y manipuladoras de este gobierno en casi cualquier esfera de las que invade (que son casi todas), pero especialmente en la esfera educativa. Y su cacareado proyecto curricular, juzgarían Postman y Weingartner, es una soberana porquería.
LEA
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Hola, (para lo cual obvio la lectura de su impresionante hoja de servicios). Me ha tomado años encontrar en la web alguna referencia acerca de quien fue uno de mis entrañables e inolvidables amigos: Eduardo Quintana Benshimol, a quien conocí en Ocumare de La Costa, en los Cursillos de Capacitación Social creados por Manuel Aguirre Elorriaga S.J.
Flamantes bachilleres, nos iniciamos en la vida universitaria con ese Bautizo.
Y las afinidades surgieron de inmediato: Pepe Lozano, Eduardo y el grupo de barquisimetanas y barquisimetanos que asistimos en esas vacaciones de 1962.
Luego vino la creación del Movimiento Universitario Católico, la diáspora después de graduados, los matrimonios con Elvira y Adriana, los eventuales encuentros en casa de los Nikken, en La California, y la triste noticia.
Por eso agradezco la nota, sorpresiva pues estaba buscando alguna información tranquilizadora acerca de su hermano Alberto (La Previsora). Cuéntame: a Eduardo, cómo lo conociste. Y la forma de adquirir «Pragmática de la Libertad».
Gracias de nuevo,
Reyna
Gracias Reyna. Me alegra su cálido comentario en mi blog.
También fue en 1962 cuando conocí a Eduardo, en época de incorporarme en el MUC de la UCV a mi regreso de la ULA, donde fui electo Presidente del movimiento y presidí el Primer Consejo Nacional de Dirigentes Universitarios Católicos. Muy poco después de eso (julio) emprendíamos viaje a los congresos de Pax Romana (Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos-Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos) en Montevideo, junto con Juan Forster y Oscar Yanes Febles. Fue inmediatamente luego del mes que pasamos allá (julio-agosto, invierno) cuando participamos en los inteligentísimos e inolvidables cursillos de Aguirre. (Hoy en día hace falta algo análogo, con una buena cantidad de ajustes).
Desde entonces hicimos una estrecha amistad. Fue, con Adriana, padrino de mi boda con Nacha Sucre (1979). Lo llevé a un cuerpo asesor de Corimón, donde trabajé 11 años en total, y también (1975-76) al proyecto educativo aludido. Después, a mi paso por la Secretaría Ejecutiva de CONICIT (1980-82) lo contraté, primero como asesor-asistente y poco después como Jefe de la Oficina de Planificación Operativa. A mi salida, ejerció aquella secretaría por pocos meses. Divorciado de Adriana, casó con una Rangel.
Eduardo nunca se casó con Elvira Urdaneta, quien fue ciertamente su primera novia importante. La casa de los Nikken y sus padres es un grato recuerdo.
Ayer también sentí preocupación por Alberto por la misma razón del asunto de La Previsora. No tengo, al respecto, ninguna información. Tampoco sobre Pragmática de la libertad.
En otra mención de Eduardo escribí (Carta Semanal #103 – 9 de septiembre de 2004):
apéndice 2: El encuentro de Wittgenstein y Russell
Lo que sigue es anécdota que mi entrañable amigo Eduardo Quintana Benshimol, fallecido hace unos años, me contó en 1974, hace treinta. Tiene que ver con cómo fue que Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein se conocieron. Russell estaba en Cambridge dando una clase, escribiendo teorema tras teorema en un pizarrón. Volteado hacia el salón notó la presencia de un joven con chaqueta, de pie, hacia el fondo—era Wittgenstein—y se percató de que éste movía negativamente la cabeza. Regresó por un momento a escribir sobre la pizarra y volteó de nuevo. Wittgenstein continuaba negando con la cabeza. Ya molesto, Russell le increpó, preguntándole cuál era el problema. A lo que el genio (Russell no lo era) dijo simplemente: “Profesor Russell, ¿podría usted por favor demostrarme que en este salón no hay un elefante?” (Hipótesis nula como la de que no hubo fraude el 15 de agosto, dicho sea de paso). Russell acogió confiadamente el reto y se lanzó a borrar el pizarrón y a escribir nuevos y larguísimos teoremas. Pero Wittgenstein permaneció impertérrito: “Perdone, Profesor Russell, pero eso no es una comprobación de que aquí no hay un elefante”. Al borde del desespero Russell devolvió el desafío: “Bien, joven, ¿quiere usted demostrarnos a todos que en este salón no hay un elefante?” Dijo Wittgenstein entonces: «Con su permiso, Profesor Russell”, y se movió en el salón hacia adelante, examinando calmadamente bajo los pupitres, tras unas cortinas y unos cuadros, hasta llegar al escritorio profesoral cuyas gavetas abrió y cerró para sentenciar: “Profesor Russell, en este salón no se encuentra un elefante”.
Se non é vero é ben trovato. Eduardo Quintana me decía que Russell entendió inmediatamente que estaba ante un coloso, como después comprobaría. Tras la cita reproducida en el apéndice precedente, tomada de su introducción al Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein, no tuvo más remedio que admitir, con parco estilo británico de elogio: “But to have constructed a theory of logic which is not at any point obviously wrong is to have achieved a work of extraordinary difficulty and importance. This merit, in my opinion, belongs to Mr. Wittgenstein’s book, and makes it one which no serious philosopher can afford to neglect”.
Pues bien, el elefante de Hausmann & Rigobón era el fraude, y su estudio un “pizarrón de Russell”, inconexo con existencias concretas. A lo más que hubieran podido aspirar era a sostener que las anomalías encontradas justificaban un examen ulterior, porque ellas hubieran podido ser causadas por un fraude perpetrado según imaginaron. Jamás han debido afirmar, con la soberbia e irresponsabilidad con que lo hicieron, que habían probado que había habido fraude porque no habían podido rechazar la hipótesis alternativa de que lo hubo. En la época que a Eduardo tocó vivir, a eso se le hubiera tenido por grave pecado, no metodológico, sino moral.
LEA
Gracias. Certifico que la firma en rojo de Eduardo Quintana Benshimol es autentica pues asi firmaba las larguisimss cartas que escribia en letra menuda y perfecta.
Gracias a Ud. Supongo que se refiere a la firma de mi entrañable amigo en una ilustración de Memorias lógico-físicas (4 de marzo de 2012). En efecto, Eduardo escribía primorosamente, lo que hacía difícil falsificar su letra. Estando con Juan Forster y conmigo en Montevideo en 1962 recibió un giro desde Caracas y, al firmar el recibo en el banco que le dio el dinero, el cajero le dijo que su firma era más difícil de imitar que la típica de garabato.