George Lakoff es profesor de lingüística y ciencia cognitiva en la Universidad de California en Berkeley. Se especializa en asesoría a políticos demócratas (USA) y parte de la base del empleo político de los marcos del lenguaje. Lakoff cree que los republicanos han tenido éxito en enmarcar el debate político, mientras los demócratas reaccionan. ¿Suena conocido?
El profesor Lakoff propone este ejemplo: la palabra «alivio» tiene un marco conceptual asociado a ella. Es el siguiente: con el fin de dar alivio a alguien es preciso que haya una aflicción y una parte afligida y una parte que la alivie, que quite el daño o el dolor. Quien alivia es un héroe. Quien quiere impedirle es un villano, puesto que quiere que la aflicción siga. Toda esa información se conjura con el uso de una sola palabra. (Inside the Frame, BuzzFlash, 15 de enero de 2004).
El siguiente paso es una metáfora, al añadir el término «fiscal» para obtener la sucinta frase «alivio fiscal», que dice que el impuesto es una aflicción. Con esa metáfora quien libere del impuesto es un héroe y quien trate de detenerlo un hombre malo.
Ese ejemplo está tomado de la realidad. Reporta Lakoff: «Desde el primer día de Bush en el poder, el lenguaje proveniente de la Casa Blanca cambió por completo. Los boletines de prensa cambiaron. Una de las nuevas expresiones fue «alivio fiscal». Evoca todas esas cosas: que los impuestos son una aflicción de la que debemos librarnos, que hacer eso es heroico, que quienes tratan de impedir esta cosa heroica son malos. Los boletines de prensa se enviaron a todas las televisoras, a todos los periódicos, y pronto los medios comenzaron a usar la expresión «alivio fiscal». Esto pone allí un cierto marco: un marco conservador, no un marco progresista. Pronto una buena cantidad de gente estaba usando la expresión «alivio fiscal» y antes de darnos cuenta los demócratas comenzaron a usar la expresión «alivio fiscal» y se dieron un tiro en el pie».
Aquí por estos patios, naturalmente, quienes hacen el trabajo de marquetería política no son los republicanos, o Bush, o la derecha radical; aquí quien enmarca es Chávez.
En el instante en que nos prendemos—nos enganchamos, para usar la gráfica expresión—de algún uso nomenclador de Chávez—constituyente originaria, plan Bolívar, círculo bolivariano, República Bolivariana, Defensor del Pueblo, revolución bonita, la bicha—asimos con él su marco lingüístico, así sea para oponernos. Pero es él quien escoge el terreno de la batalla lexicológica; en verdad, quien escoge el léxico. Razón tiene Fernando Egaña cuando dice: «Las armas más efectivas que ha tenido el señor Chávez y su supuesta «revolución bolivariana», no están en el arsenal de las FAN, o en los reales de la bonanza petrolera, o en la legitimidad de origen. Se encuentran en un reducido conjunto de conceptos y categorías de pretensión político-histórica que han logrado imponer en la opinión pública, y que buena parte de sus adversarios repiten como verdades bíblicas».
Cuarta República, por ejemplo. (Mea culpa. Hemos usado el término más de una vez). Egaña nos explica lo que nos tragamos como marco lingüístico cada vez que admitimos la denominación «cuarta república». Como las primeras tres ocurren entre 1811 y 1830, y la quinta empezó propiamente el 15 de diciembre de 1999, entonces la «cuarta» comprende «los 168 años que incluyen el paecismo, la Federación, el dominio andino y el surgimiento de la democracia». Para la nueva enciclopedia del régimen «son un mismo magma tenebroso que separa la gesta libertadora de la «revolución bolivariana». Semejante mamarracho historiológico no resiste el menor soplido y, sin embargo, es la «versión oficial» que el actual régimen difunde a diestra y siniestra, con el conformismo escandaloso de buena parte de la opinión pública y publicada».
Bueno, así debiéramos entender el problema del «millardito», cariñosa expresión con que el presidente quiere que evoquemos su exigencia de mil millones de dólares ya. (Ustedes saben, el «millardo agrícola»). Quien se opone al millardo (en realidad más de tres billones de bolívares, si lo sacamos del marco dolarizado empleado por Chávez) lo hace porque quiere que el campo venezolano se mantenga deprimido, subdesarrollado, pobre, para así facilitar el dominio de los neoliberales salvajes golpistas. ¿Cómo va a negar el Banco Central de Venezuela lo que necesita nuestro agro cuando «esos reales no son de ellos»?
La oposición debe eludir el terreno escogido acá por Chávez. Por ejemplo, insistir demasiado en la línea de la ilegalidad de la pretensión produce instantáneamente la respuesta: bueno, la Asamblea Nacional aprobará una ley al respecto. Y sanseacabó. (Bueno, en realidad no se acabó. La ley no sería sólo para el millardo rural, sino para albergar otras «peticiones» similares. ¿Realmente queremos dar pie a la Asamblea chavista para que nos regale esa ley?).
Es más dura la argumentación de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela: «la transferencia o liquidación de reservas internacionales en poder del Banco Central para generar nuevamente bolívares con las mismas reservas, es un acto de doble contabilidad, y como tal, constituye una práctica fraudulenta. Igualmente, la transferencia de las reservas internacionales hacia otras cuentas en el exterior, distintas a las del BCV, también constituye un acto fraudulento que atenta contra el patrimonio de la República».
Pero si se quiere verdaderamente ganar la bienal de marquetería política uno debe plantear el asunto en un nivel enteramente distinto. Por ejemplo, que no se debe dar más reales a Chávez.
Ya el presupuesto real de 2004 es de 54 billones de bolívares, cuando los ingresos ordinarios no llegan a 30. Que quien ha dispuesto de tanto real sin que haya tenido la ocurrencia de planes y misiones sino a última hora—una vez que el revocatorio comenzó a convertirse en realidad, más de dos años después de sus leyes autocráticas, que incluyeron una muy cacareada «ley de tierras»—pretenda que le aprueben un gasto de ese tamaño en año electoral, está pretendiendo demasiado. Consigna: ni un bolívar más para Chávez. No más Bolívar para Chávez. Ni en numerario ni en historia.
Dentro de once días se cumplen cinco años de Chávez en el poder. Ya gastó demasiado. Ya gobernó demasiado.
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