El Palais Garnier, sede de la Ópera de París (circa 1900)

 

Francia es abundante en historia política, en arquitectura y urbanismo, en literatura, en filosofía, en pintura (por supuesto), en vinos y quesos (de esto último se quejaba Charles de Gaulle, pues consideraba que su numerosa variedad dificultaba su gobernabilidad). También es abundantísima en buena música culta. Habitualmente se supone que los grandes compositores son los alemanes, los italianos y los rusos, pero los buenos músicos franceses están a la par de los mejores. Si se trata de señalar algún compositor cimero, como Bach o Beethoven, Francia nos regaló a Claude Debussy, que inventó el impresionismo musical.

Es así como, para cubrir con bálsamo musical algo del rigor político luego del hito portentoso del 26 de septiembre—y para celebrarlo—, vienen acá quince piezas de los mejores compositores de Francia, la cuna de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Un reposo, pues; hay que vivir. El orden de las piezas es estrictamente alfabético por compositores, pero este azar ha producido una secuencia interesante. Usted juzgará si es conveniente.

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Hector Berlioz (1803-1869)

Inicia la serie Héctor Berlioz, un compositor revolucionario. Si uno escucha su sinfonía dramática Romeo et Juliette, obra para voces individuales, coro y orquesta que completó en 1839, puede darse cuenta de lo adelantado de su lenguaje musical. En su estilo orquestal fue precursor de las instrumentaciones elefantiásicas de Gustav Mahler, y fue caricaturizado por eso. Aquí podemos escuchar el tercer movimiento—Un bal—de su Sinfonía Fantástica, el manifiesto de su revolución. El director y compositor francés Pierre Boulez dirige la Orquesta de Cleveland.

Georges Bizet (1838-1875)

Tchaikovsky tenía terror, muy justificado, de Georges Bizet, cuya música admiraba y amaba. En época anterior al gramófono de Edison, el gran compositor ruso se solazaba frecuentemente tocando una partitura para piano de su ópera favorita: la gran ópera Carmen. (Tchaikovsky rogó a Auguste Mustel, el inventor de la celesta, que no mostrara el dulce instrumento a Bizet, antes de que él la usara en sus composiciones, Voyevoda y El Cascanueces). En 1977, quien escribe se encontraba en una librería de Londres que tenía una rica sección discográfica. Me sobrecogió escuchar la hermosura de una música desconocida. Era el dúo de barítono y tenor Au fond du temple saint, de la ópera Los pescadores de perlas, ambientada en la isla de Ceilán (Sri Lanka), de Georges Bizet. Acá lo oímos en las voces de dos grandes amigos que cantaron juntos muchas veces: Jussi Bjoerling y Robert Merrill.

F. A. Boieldieu (1775-1834)

François-Adrien Boieldieu fue primariamente un compositor de óperas. Nacido en Ruan, donde recibió su primera educación musical, se mudó a París en plena Revolución Francesa y, antes de adquirir fama como compositor, se ganó el sustento como afinador de pianos. Berlioz encontraba en la música de Boieldieu «una agradable elegancia parisina, llena de buen gusto»; un reconocimiento de quien componía música algo brusca y diferente de la simple orquestación de Boieldieu. He aquí el primer movimiento de su Concierto para Arpa y Orquesta, su opus 25, en rendición de Jutta Zoff al arpa y la Staatskapelle de Dresde dirigida por Siegfried Kurz.

Claude Debussy (1862-1918)

Es muy difícil escoger una sola obra del grandísimo Claude Debussy para colocarla en esta parca colección de música francesa. Al líder del impresionismo hay que escucharle todo. Escribiendo acerca de su bisabuela, Josefina Sucre, que tocó valses venezolanos junto con mi tía bisabuela Graziella Calcaño en la gran Exposición Internacional de París de 1889, mi esposa, Nacha Sucre, refirió:

La música, protagonista principal de la exposición, fue potenciada por las más nuevas tecnologías. Josefina disfrutó de la interpretación de algunas de las mejores óperas, en aparatos telefónicos de un centro experimental que mucha gente visitó, y pudo conocer el gramófono de Edison, por primera vez expuesto ante el público, y escuchar la música extranjera que transformó la exposición en calidoscopio de nuevos sonidos. Éstos impresionaron a Claude Debussy, especialmente la música de los grupos Gamelán, venidos de la isla indonesa de Java. El compositor tomó de esta música étnica, interpretada en instrumentos artesanales construidos con metales y maderas exóticas, cadencias y contrastes desconocidos en Occidente, que luego llevaría a sus propias composiciones, interpretadas más tarde por todos los rincones del mundo civilizado. (Alicia Eduardo – Una parte de la vida, Fundación Empresas Polar, 2009).

El mundo sonoro de Claude Debussy es tan inconfundible como inigualable. En efecto, de aquella música oriental obtuvo nuevos sonidos que incorporó a su lenguaje, pero la arquitectura de una obra de Debussy, o su joyería cuando hacía piezas breves, son occidentales y renovadoras. Es un atrevimiento y una injusticia, sólo excusada por el espacio disponible, haber seleccionado su Rêverie como muestra de su dulzura melódica. La ejecuta la Orquesta de Filadelfia bajo la experimentada batuta de Eugene Ormandy.

Léo Delibes (1836-91)

Léo Delibes tuvo por padre un cartero, pero su madre era una competente música amateur. El Dueto de la flor (Viens, Malike), de su ópera Lakmé—como Bizet y Debussy, Delibes se interesó en cosas orientales—, usado hasta el cansancio en comerciales de British Airways, lo llevó a la conciencia y el gusto populares en la década de los noventa. Pero su talento melódico, rítmico y orquestal se puso más claramente de manifiesto en su música de ballet, principalmente en sus composiciones Coppelia y Sylvia. De esta última, ponemos a continuación el Vals lento, del Acto Primero. Lo hace sonar la Orquesta del Conservatorio de París, dirigida por Jean Martinon.

Paul Dukas (1865-1935)

Sabemos de Paul Dukas, por supuesto, viendo Fantasía, la película de Walt Disney de 1940, puesto que una de sus escenas más logradas es la del ratón Mickey en el papel de El aprendiz de brujo, ciertamente la más famosa de las piezas de Dukas. Ahora escucharemos la Fanfarria de su ballet en un acto, La Péri o La flor de la inmortalidad, como cosa rara, ambientado en tierras orientales. El ballet propiamente dicho comienza con pasajes tocados muy suavemente, y Dukas escribió la fanfarria para dar tiempo a que el público remolón y ruidoso se sentara y dejara de molestar. Leonard Slatkin dirige la Orquesta Nacional de Francia.

Gabriel Fauré (1845-1924)

A mi gusto personal, Gabriel Fauré es el compositor más profundo del lote. Tiene un Requiem extraordinario, el único del género que concluye con una nota jubilosa, pues se canta, luego de la resurrección, In Paradisum. Cuando a su pupilo, Maurice Ravel, le fue negado el Prix de Rome por decisión del Conservatorio de París, una verdadera revuelta llevó a Fauré al puesto de Director. Desde allí introdujo grandes cambios administrativos y curriculares, con un celo que le ganó el sobrenombre de Robespierre. Cuatro años después era elevado al Institut de France. Podemos oír el hermoso dolor de su Elegía en Do menor, op. 24, con Jacqueline du Pré en el violoncello, acompañada al piano por quien fuera su esposo, Daniel Barenboim.

Charles Gounod (1818-1893)

Hace ahora su entrada Charles (Charles-François) Gounod. Hemos tenido la suerte de que su madre fuera pianista, y que ella le enseñara y descubriera sus talentos. Estudió en el Conservatorio de París, donde ganó el codiciado Prix de Rome, a sus 21 años, en 1839. Compuso trece óperas, Fausto la más conocida de ellas. También compuso dos sinfonías, varios oratorios y una buena cantidad de música de cámara. Aquí está representado por su Marcha fúnebre para una marioneta, que fuera el tema de las series para televisión Alfred Hitchkock presenta y La hora de Alfred Hitchcock. De nuevo, es Eugene Ormandy quien conduce la interpretación de la Orquesta de Filadelfia.

Clément Janequin (der. 1485-1558)

Para demostrar que la excelencia musical francesa data de hace mucho tiempo, basta considerar el liderazgo europeo en el Renacimiento de la Escuela de Notre Dame y la producción de figuras como Josquin des Prez (1450-1521) y, antes, Guillaume Machaut (c. 1300-1377). Es del período renacentista la obra de Clément Janequin, el más prolífico compositor de canciones—por centenares—de su época. La bataille puede ser cantada a capella, pero acá viene en forma de pavana instrumental, con percusión muy destacada. Interpreta el Ensemble Clément Janequin.

Jules Massenet está entre mis compositores franceses favoritos, por su fina orquestación, sus muy hermosas melodías y sus elegantes ritmos. Gounod, como Tchaikosky y Vincent d’Indy, expresaron grandes elogios por su primera obra notable, el oratorio María Magdalena. La Méditation de su ópera Thaís es una de las piezas académicas más populares en el mundo. Treinta y cuatro óperas compuso Massenet, El Cid entre las más famosas. De esta obra, he aquí su danza Andaluza, que toca la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Robert Irving. (En La tesis de la elegancia, en este blog, puede oírse la danza Aragonesa de El Cid).

Francis Poulenc (1899-1963)

Un miembro destacado de Les Six, un grupo franco-suizo de compositores de música de avanzada, fue Francis Poulenc. Hizo música de todos los géneros: orquestal, concertante, vocal y coral (incluyendo ópera), de ballet y, sobre todo y más copiosamente, composiciones para piano. Con un tío escuché en el Teatro Municipal al pianista venezolano Humberto Castillo una pieza de Poulenc por primera vez, el primero de sus Trois mouvements perpétuels, asombroso. Fue el primer músico de su generación que se admitiera abiertamente homosexual, aunque también mantuvo relación con mujeres y hasta tuvo una hija, que no reconoció. Criado como católico, su sexualidad significó para él graves problemas de compatibilidad entre creencia y emoción. André Previn, que empezara haciendo música para Hollywood y luego se convirtiera en Director Titular de nada menos que la Orquesta Sinfónica de Londres, es un magnífico pianista. Interpreta de Poulenc la bella pieza Melancolía, que cierra la muestra de hoy.

LEA

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