Facsímil del quinto honor

Facsímil del quinto honor (un clic sobre la imagen la amplía)

 

Alí Babá es el nombre escogido por santones radicales de la oposición, que ocultan su identidad mientras lanzan piedras alegre e irresponsablemente, mientras agreden gratuitamente desde una pretendida posición moral. Esto es, mientras se autocontradicen.

Ya se ocuparon irrespetuosamente de mis opiniones en otra ocasión, lo que refuté abundantemente en Disección de una «mancheta» necia. Entonces me habían condenado porque afirmé que ni había sido probado un fraude electoral reciente en Venezuela ni tampoco la nacionalidad colombiana de Nicolás Maduro, lo que de acuerdo con sus criterios son gravísimos pecados míos. A mi refutación de su necedad, reviraron aduciendo que su planteamiento había sido «respetuoso», a pesar de que habían titulado la invectiva así: «¿Son sensatas las posiciones defendidas por el Sr. Luis Enrique Alcalá o son necedades de un erudito?»

Por mi parte, no me ocupé de otras tres manchetas con las que pretendieron librarse de mi defensa; en una de ellas creyeron eficaz argumentar que ciertos estudios basados en la «Ley de Newcombe-Benford» eran una prueba irrebatible y definitiva de fraude electoral en Venezuela. Bueno, acá puede leerse un trabajo que asienta la impertinencia de esa clase de pretensiones: Irrelevancia de ley de Benford. El sumario asienta: «With increasing frequency websites appear to argue that the application of Benford’s Law – a prediction as to the observed frequency of numbers in the first and second digits of official election returns — establishes fraud in this or that election. However, looking at data from Ohio, Massachusetts and Ukraine, as well as data artificially generated by a series of simulations, we argue here that Benford’s Law is essentially useless as a forensic indicator of fraud. Deviations from either the first or second digit version of that law can arise regardless of whether an election is free and fair. In fact, fraud can move data in the direction of satisfying that law and thereby occasion wholly erroneous conclusions.»

Ahora han regresado para una nueva condena, la quinta, sólo que ya no en términos de observaciones supuestamente «respetuosas». En ella sugieren que ayer marcharía para acompañar a Nicolás Maduro en su repudio de las sanciones acordadas por el Congreso de los Estados Unidos el miércoles 10 de los corrientes, me endilgan el cognomento de «camarada», se refieren a mis argumentos como «cinismo» y me atribuyen una «supina estupidez», «soberbia» e «impericia». Es decir, intentan ofenderme. Ésos son los argumentos de quienes reivindican ser demócratas—condición que en principio exige respeto por la opinión ajena—y gente que combate al «régimen» por inmoral. La justificación de tal proceder la presentan de este modo: «Intervenir en la política interna de un país debería ser, en condiciones normales, rechazado por cualquiera. El tema Sr. Alcalá es que este país no está en condiciones normales». Es decir, la anormalidad autorizaría una conducta inmoral para combatir otra conducta inmoral; guerra es guerra, pues. Así razona Dick Cheney para defender las torturas de la Agencia Central de Inteligencia de los EEUU, que él autorizara directamente: “I have no problem as long as we achieve our objective.”

Los anónimos héroes de la contrarrevolución dejan de notar que mi argumentación en el programa #123 de Dr. Político en RCR no se centró sobre el punto de una intervención extranjera, a la que sólo hice una referencia de pasada el 10 de mayo en el programa #94, sino sobre la flagrante carencia de autoridad moral de los EEUU, contumaces violadores de derechos humanos, para imponer sanciones a nadie, ni siquiera al siniestro Sr. Milosevic, por el crimen que han cometido muchas veces. Punto.

El refugio de estos héroes en el incógnito es la excusa que aducen para justificar su cobardía (uso acá su ortografía y su sintaxis): «Asumimos el anonimato, no como un medio para actuar impunemente, sino como defensa ante ataques que vulneren aun mas nuestra integridad y la de nuestros». (¿?) Yo no me escondo tras nombres supuestos para refutar, con mejores argumentos, el sistema al que he combatido desde febrero de 1992; tampoco para exponer las críticas a actores distintos del oficialismo que pueda considerar necesarias. Estoy obligado por un código de ética que pronto cumplirá veinte años de haber sido formulado: «Procuraré comunicar interpretaciones correctas del estado y evolución de la sociedad general, de modo que contribuya a que los miembros de esa sociedad puedan tener una conciencia más objetiva de su estado y sus posibilidades, y contradiré aquellas interpretaciones que considere inexactas y lesivas a la propia estima de la sociedad general y a la justa evaluación de sus miembros». El gobierno sabe perfectamente bien que me le opongo, y la transmisión por Internet asegura que se vea mi rostro mientras lo combato, sin preocuparme por «mi integridad y la de míos». (Ayer recibí un chisme cuya veracidad no me consta: que CONATEL tendría a mi programa en la mira para sacarlo del aire, lo que seguramente haría felices a los ocultos Alí y Babá).

Hay modos eficaces y otros enteramente ineficaces de combatir el error. El protocolo de actuación del opositor enfermo, que se ha dejado enfermar por el chavismo, es la acusación ritual y cotidiana desde una «santa» indignación, pero lo que es tan eficaz como necesario no es eso, sino la refutación de su discurso, y es esto lo que procuro hacer incesantemente desde hace casi veintitrés años. Creo, además, que «Lo peor que puede hacer un opositor a Chávez es parecerse a él». (Conocimiento y opinión, 14 de junio de 2007). En Las élites culposas escribí: «Y ésa es la tragedia política de Venezuela: que sufre la más perniciosa dominación de nuestra historia—invasiva, retrógrada, ideologizada, intolerante, abusiva, ventajista—mientras los opositores profesionales se muestran incapaces de refutarla en su discurso y superarla, pues en el fondo emplean, seguramente con mayor urbanidad, el mismo protocolo de política de poder afirmada en la excusa de una ideología cualquiera que, como todas, es medicina obsoleta, pretenciosa, errada e ineficaz. Su producto es mediocre». Seguramente Alí y Babá encontrarán manera de transmutar esa muy explícita condena en un apoyo al presidente Nicolás Maduro. LEA

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