Sacrilegio sinfónico

Tumba de Sergei y Natalia Rachmaninoff en el Cementerio Kensico, N. Y.

Tumba de Sergei y Natalia Rachmaninoff en el Cementerio Kensico, N. Y. (clic amplía)

 

Sergio y Natalia, parado y sentada 2dos. desde la izq. en Ivanovka

Sergio y Natalia, parado y sentada, 2dos. desde la izq. en Ivanovka

Sergei Vasilievich Rachmaninoff reposa apropiadamente en el Cementerio Kensico del pueblo neoyorquino de Monte Agradable (Mount Pleasant, condado de Westchester) en la comunidad de Valhalla. Era, por derecho adquirido a punta de música hermosa, un dios cuyo ocaso acaeció el 28 de marzo de 1943, faltando cuatro días para su septuagésimo cumpleaños, a causa de un melanoma. Se despidió de los mortales comunes en Beverly Hills, Los Ángeles, California, y habría querido que lo enterraran en la Villa Senar a las orillas del lago suizo de Lucerna, pero la II Guerra Mundial hizo imposible el cumplimiento de ese deseo. Había adquirido la villa—su nombre se componía de Sergio y Natalia (su esposa, de apellido Satina) más la inicial del apellido de la pareja—y  la había modelado según sus recuerdos de Semyonovo, la propiedad de sus padres cercana al Gran Novgorod donde naciera el 1º de abril de 1873 y viviera su primera infancia. La última vez que la visitó fue en 1939, poco antes de que la Wehrmacht invadiera Polonia por órdenes de Adolfo Hitler. Ya antes, había huido con su esposa y sus dos hijas del comunismo pasando con poquísimos enseres, que incluían la partitura de una ópera de Rimsky-Korsakoff (El Gallo de Oro) y una suya incompleta, en un trineo abierto sobre el hielo que compartían Rusia y Finlandia en 1917, mientras otra Gran Guerra no había cesado de un todo.

Monumento a Rachmaninoff en Veliky Novgorod (foto de Marianne Alkonost)

Monumento a Rachmaninoff en Veliky Novgorod (foto de Marianne Alkonost)

Ahora, calles de Veliky Novgorod, cerca de su casa natal, y Tambov llevan su nombre, como una sala íntima del Conservatorio de Moscú, y en el Conservatoire russe de Paris Serge Rachmaninoff se enseña música mediante lecciones en francés y ruso.

Pero, durante un tiempo, la calidad de la música de Rachmaninoff fue puesta en duda. He tenido amigos que pretendían ser puristas apreciadores del arte sonoro y creían que yo debía avergonzarme de mi gusto por sus composiciones. Lo mismo sostenía el Diccionario Grove de Música y Músicos; en su edición de 1954, declaraba que eran «de textura monótona, consistente por su mayor parte en melodías artificiales y efusivas», llegando a pronosticar que su aprobación por el público no sería duradera. Sin embargo, Harold C. Schonberg, el primero en recibir el Premio Pulitzer de Crítica (1971), fustigó esa opinión en su Vida de los Grandes Compositores: «Se trata de uno de los juicios esnob más indignantes y aun estúpidos que se pueda encontrar en una obra supuesta a ser una referencia objetiva». En efecto, pocos compositores han logrado el dominio del arte de crear música como Rachmaninoff: la rica armonización de sus obras, la eficacia de su orquestación, sus inteligentes ritmos y, sobre todo, el lujo de sus opulentas melodías, no necesitan la aprobación de quienes son capaces de sospechar de una hermosura franca e inmediata que infunde intensas emociones.

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Parte del corno inglés al inicio

Parte del corno inglés al inicio de la sinfonía

Probablemente, Schonberg tendría por sacrílego el acto que estoy a punto de cometer: presentar una obra de Rachmaninoff a la que apreciaba especialmente, su Segunda Sinfonía (en Mi menor, op. 27) completa, pero con cada uno de sus cuatro movimientos interpretado por un director diferente. (No se enterará, pues Schonberg murió en 2003, así que no podrá reprenderme con su cáustico verbo). Es así como se ensambla acá un primer movimiento ejecutado por la japonesa Orquesta Sinfónica NHK, bajo las órdenes del berlinés estadounidense André Previn, uno segundo dirigido por el gran latvio Mariss Jansons ante la mejor orquesta del mundo, la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam, uno tercero en la sedosidad de la Orquesta de Filadelfia que lograra el húngaro Eugene Ormandy, quien aquí la conduce, y uno último dirigido por el ruso Kiril Kondrashin, de nuevo con el regalo de los músicos de atril holandeses para cerrar un concierto en vivo (el 18 de agosto de 1980), del que se preserva el comienzo de la ovación del público en la sala del Concertgebouw.

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 I. Largo – Allegro moderato (Previn-NHK)

II. Allegro molto (Jansons-Concertgebouw)

III. Adagio (Ormandy-Filadelfia)

IV. Allegro vivace (Kondrashin-Concertgebouw)

Es una de mis obras musicales favoritas; estoy seguro de que lo es o lo será de usted. LEA
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