Ésta es la quincuagésima entrada musical de este blog, y con ella quiero agradecer a la radiofonía y la televisión venezolanas, especialmente a las emisoras del Grupo 1BC, por haberme descubierto la buena música. Debo ayudarme de la memoria y la colección almacenada en los archivos de iTunes en mi computador, y la primera no es tan fiel.
Las piezas que he colocado aquí sonaron primero en mis oídos, principalmente, por la posición de 750 KHz en el dial AM y el Canal 2 de la banda VHF en televisión. No hubo televisión en Venezuela hasta 1952, cuando se estableciera el Canal 5 de la Televisora Nacional. Yo tenía entonces nueve años, y vi una tarde con mi padre su primera transmisión en el botiquín de Cartagena en la urbanización La Campiña, donde ahora se encuentra el edificio sede de PDVSA. Era un breve documental de escena en alguna selva africana, por la que poderosos leones se paseaban majestuosamente. Después vendrían chimpancés—el famoso mono Barrilete—y más tarde la más variada oferta de dos canales adicionales que incluyó deportes y los primeros enlatados.
…allí estarrá (sic) Tamakún
Pero fue antes, por la radio, cuando por primera vez me cautivara un tema de música culta. A la cesación de la mítica El derecho de nacer, que mi madre oía religiosamente por Radio Caracas, otra radionovela con libreto de Félix B. Caignet, Los ángeles de la calle, se presentaba con un tema hermoso. Claro que los chamos de entonces preferíamos a Tamakún y su carnal Alí Yabor (narrado, con divertida erre fuertemente afrancesada, por Aureliano Alfonzo Barrios: «Donde el dolor desgarre, donde la miserriaoprrima, donde la maldad imperre, donde el peligrro amenace… allí estarrá Tamakún, el Vengador Errante»). Pero mis orejas quedaban absortas al comienzo de la segunda radionovela de Caignet—luego me iba a hacer otra cosa—para escuchar el fragmento noble de Júpiter, de la suite Los planetas de Gustav Holst (1874-1934). Alfonzo Barrios fue, por cierto, el narrador de Los ángeles de la calle. Aquí está el gigantesco planeta por la Orquesta Nacional de Francia bajo la batuta de Lorin Maazel. El tema de la radio se inicia a los 2 minutos y 55 segundos de esta grabación.
Júpiter
La marca Radio Caracas no existiría hasta 1935, a la muerte de J. V. Gómez; antes había sido Broadcasting Caracas, y sus siglas radiofónicas eran YV-1BC, que designaban a la primera emisora radial del país. De allí la denominación posterior del grupo que añadiría a Ondas Populares (950 KHz) y, en 1953, a Radio Caracas Televisión. Unos meses antes, el Canal 4 se había establecido como la primera televisora privada del país; su nombre era entonces Televisa, el que luego sería cambiado a Venevisión cuando su licencia fuese adquirida por Diego Cisneros en 1960. El gobierno de Pérez Jiménez eligió de primero, naturalmente, su ubicación en la banda VHF, y tomó el Canal 5 por encontrarse hacia el medio; la sintonización se aseguraba así en las antenas que cada hogar orientaba para captar la banda entera.* En ese tiempo, estudiaba en el Colegio La Salle de La Colina, y quienes teníamos prácticas de laboratorio vespertinas a partir de tercer año de bachillerato (1956) almorzábamos a veces en el comedor de Televisa por valor de dos bolívares; allí aprendimos, con los fibrosos pedazos de carne, el sentido del refrán comparativo: «Más nervioso que bisté de a bolívar». (El Canal 4 había instalado un ring para transmitir la lucha libre, y especulábamos que Dark Buffalo, el imbatible luchador de la estranguladora, era en verdad nuestro profesor, el competente catalán Arturo Mulet Oro, de fuerte contextura, pues la forma de su cabeza se asemejaba a la que el luchador escondía bajo una máscara). También fuimos testigos de la instalación de la enorme antena de RCTV, un poco más arriba de Televisa; antes de erigirse, la gran estructura fue acomodada a lo largo de un tramo de la calle Bella Vista, que desembocaba en la entrada sur del colegio.
Primeros bachilleres de La Salle La Colina (1959). Alcalá sentado al lado del Hno. Gastón, 1er. Director. (Clic amplía).
Acá nos vemos mejor: de izq. a der. 1ª fila: Hail, Nouel, Chapellín, Áñez, Rojas, Guinand, Carrillo, Plaza, Arcia, Cardona, Weil; 2ª fila: Quintard, Yoris, Barreiro, Henao, Morandi, Díaz, Avella, Brucker, Stolk, Romero; 3ª fila: Leo, De Fries, Alcalá, Jugo, Sassano, Sarmiento, Gabor, Medina, Mijares, Daumen.
Vuelvo a la radio: el 9 de diciembre de 1930, el compositor Carlos Bonnet—Quitapesares, Negra la quiero, El curruchá—, nacido en Villa de Cura, dirigió a la Orquesta de Radio Caracas para la interpretación de la marcha oficial de la estación, la sabrosa Marcha 1BC que él compuso y escuchamos a continuación.
Marcha 1BC
Tomaba Coca-Cola
Era mi amigo de infancia, estrecho compinche de barajitas y partidas de béisbol, aviones de plástico y planes de hacer cine, Oscar Álvarez Sylva. Su padre, Oscar Álvarez De Lemos, era ingeniero técnico del Grupo 1BC, y en su casa de La Campiña conocí a Félix Cardona Moreno—Pancho Tiznados y de El Baúl—, Cecilia Martínez y Charles Barry, figuras de RCR y la incipiente RCTV. El cuñado del Sr. Álvarez—hombre éste bondadoso y de eterno buen humor—era Rafael Sylva Moreno, pintor, publicista y director y productor de programas de televisión. Dirigió, por ejemplo, Kit Carson, héroe y cowboy cuyas aventuras transmitía RCTV con producción de McCann-Ericson (La verdad bien dicha). Era este Sylva el mismo del insólito Nuestro Insólito Universo. La cultura sinfónica de Rafael es asombrosa, y con frecuencia determinaba la musicalización de los programas. Así, escogió Fêtes—aquí por Pierre Boulez y la Orquesta de Cleveland—, uno de los Nocturnos orquestales de Claude Debussy (1862-1918), para la presentación de Kit Carson, cuyo anfitrión era Guillermo Rodríguez Blanco (de justa fama por su encarnación del charnequeño Julián Pacheco). Mientras sonaba la sección que se inicia a los 2 minutos y 33 segundos del comienzo de esta versión, Kit se acercaba en una lenta cabalgata hasta un establecimiento en cuyos palos exteriores amarraba el caballo; luego subía unos escalones de madera para abrir una máquina expendedora de refrescos de la que tomaba una botella de Coca-Cola, patrocinadora del programa. (A la sazón, mi padre era Gerente de Administración de la Cervecera Nacional, y encargaba una caja semanal de veinticuatro botellas del refresco que los hermanos Alcalá-Corothie bebíamos ante alguna peripecia del Oeste vaquero).
Fêtes
Marcos y Pedro en el exilio
Hubo programas de radio que fueron transplantados al medio televisivo: Frijolito y Robustiana, El Bachiller y Bartolo, o radionovelas convertidas en telenovelas; precisamente fue la más famosa El derecho de nacer, y Raúl Amundaray fue el Dr. Albertico Limonta que vimos en televisión.
Televisa y RCTV competían en todo: el primer beso abiertamente erótico de la televisión venezolana se lo dieron Henrique Vera Fortique y la despampanante Zoe Ducós—después esposa de Miguel Silvio Sanz, segundo de Pedro Estrada en la temible policía política de Pérez Jiménez: la Seguridad Nacional—, por Televisa. Ni cortos ni perezosos, los libretistas de RCTV ripostaron a la noche siguiente con uno de Luis Salazar y su esposa: Hilda Vera Fortique, hermana del precursor. (Como en la vida real estos últimos eran consortes, su beso fue más largo y convincente; todo un escándalo protestado por el Arzobispado de Caracas. El me-too de RCTV no ganaba en premura, pero lo había hecho en verismo).
Uno de los programas estrella de RCR, y uno de mis favoritos, era El Torneo del Saber, una producción de ARS Publicidad (Permítanos pensar por Ud.), agencia fundada por Carlos Eduardo Frías en sociedad con Arturo Úslar Pietri. El público enviaba preguntas a un cuarteto infalible, compuesto por nada menos que Úslar Pietri, Alejo Carpentier, Miguel Acosta Saignes y Franklin Whaite, encargado de fildear las cuestiones de deporte. (A veces sustituido por Abelardo Raidi; en ocasiones, José Antonio Calcaño hacía la segunda a alguno de los humanistas). Era muy difícil ponchar a esta poderosa batería, pero si ésta no podía contestar alguna pregunta, el remitente recibía por correo certificado la cantidad de cien bolívares. Usualmente, debía conformarse con veinte, pues era raro que la pregunta más difícil no fuera contestada de inmediato. El Torneo del Saber, transplante de la radio, fue el primer programa de concursos de la televisión en Venezuela, y su tema musical era el primero de La gazza ladra, obertura de Gioacchino Rossini (1792-1868). Es el que oímos en la venerable versión de Arturo Toscanini y su Orquesta de la NBC poco antes de los 12 segundos del comienzo, justamente después de los redobles iniciales.
La gazza ladra
La cátedra en las ondas de Hertz
Úslar Pietri fue siempre hombre de medios, especialmente de televisión, y Valores Humanos fue desde RCTV una cátedra invalorable de cultura general. El 17 de mayo de 1996, con ocasión de sus noventa años, se publicaba en mi revista referéndum el artículo Noventa años de luz: «Uno era niño cuando ya aprendía de él porque, habiendo sido siempre de la modernidad, Arturo Úslar Pietri estuvo en nuestra primera televisión y así llegó a ser el maestro cimero de una muchedumbre de amigos invisibles. Su inconfundible hablar, sus palabras favoritas, su abundante discurso nos fascinaban, nos paralizaban ante la pantalla porque podía saborearse cada dato, cada certero juicio, cada regalo de luz. ¿Quién entre nosotros, los invisibles, puede decir que no aprendió de él? (…) Úslar es Venezuela, y como eso es así es buena Venezuela. Porque un país en el que nace Úslar, en el que vive Úslar, al que regresa Úslar, en el que se queda Úslar prefiriéndolo entre todos los que le ofrecerían patria de inmediato, no puede ser un mal país. Es un país bueno, y que siempre ha sido su oficio. Es por esto entonces, visible Maestro, que somos mejores, porque Usted se ha ocupado de nosotros». El tema de la primera temporada de Valores Humanos era el de la coda de recapitulación del último movimiento de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, pero luego fue sustituido por el comienzo de Primavera, el primero de los concerti grossi que conocemos como Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi (1678-1741). Aquí está la refrescante música por Ettore Stratta y la Orquesta de Cámara Barroca.
<Primavera
El fiscal científico
No estoy del todo seguro, pero pudiera haber sido Rafael Sylva quien escogiera la Marcha de El amor de las tres naranjas, de Sergei Prokofiev (1891-1953), para musicalizar la presentación de un apasionante programa que RCTV transmitía, a fines de los cincuenta, los domingos a las nueve de la noche: El Sr. Fiscal (1954-1955). El anunciante del programa era General Motors, y sobre los acordes del ruso el locutor decía con solemnidad y una pausa para cada marca cuando su emblema aparecía en la pantalla: Chevrolet… Pontiac… Oldsmobile… Buick… Cadillac… Opel… Vauxhall… y camiones GMC… presentan, el Señor Fiscal. Entonces comenzaba el típico programa de tribunales estadounidense, sólo que en este caso no se seguía la línea tradicional del héroe defensor—por ejemplo, Perry Mason—, sino que su protagonista era un acusador fiscal de distrito llamado Paul Garrett, Mr. District Attorney. (David Brian era el actor). George Szell dirige a la Orquesta de Cleveland.
Marcha
¿El de la patria?
La buena música no siempre musicalizaba programas; la industria de la publicidad tiende a emplear gente de cultura para sus departamentos creativos, y por tal razón la música clásica emerge en la propaganda de productos específicos, aquí y en todo el mundo. (Por ejemplo, Sous le dôme épais, o Dueto de la flor, de la ópera Lakmé de Léo Delibes, usado por British Airways en una larga serie de anuncios en TV). Dos ejemplos vienen de inmediato a mi memoria: los relojes Rolex y la salsa de tomate Heinz. Varias décadas atrás, Rolex se anunciaba en nuestra televisión con la fanfarria de apertura de Así hablaba zaratustra, poema sinfónico de Richard Strauss (1864-1949), la misma que usara Stanley Kubrick en 2001: Odisea del espacio. La rica ketchup, en cambio, tardaba una eternidad en salir silenciosamente de una botella puesta boca abajo, y al emerger por fin la viscosa pasta, sonaba triunfalmente el tema ceremonial de la primera de las marchas de Pompa y circunstancia de Edward Elgar (1857-1934). Georg Solti se encarga ahora de ambos temas, de Strauss al dirigir la Orquesta Sinfónica de Chicago y de Elgar con la Sinfónica de Londres. (La fanfarria abre y se sostiene con un pedal de órgano sobre el Do audible de más baja frecuencia, a 32 Hz; el tema usado para Heinz es el de la recapitulación, a los 5 minutos y 4 segundos de la grabación colocada acá).
Fanfarria
Pompa y circunstancia
La televisión, pues, y sobre todo la radio, me enseñaron buena música, formaron mi gusto. Por RCTV no podía dejar de ver la emisión semanal del Concierto Firestone, del que recuerdo maravillarme con la perfección instrumental del Vals de las flores y la hermosura de El Cisne, la pièce de résistance del Carnaval de los animales de Saint-Saëns. Mi relación con la radio es mágica, e incluye episodios de sincronicidad jungiana. Viniendo una mañana de Montalbán hacia Las Delicias de Sabana Grande, decidí repentinamente estacionarme en la Avenida Páez de El Paraíso para completar la audición de una música cuyo nombre no poseía; la había oído antes y apreciaba la nobleza de su tema principal, pero no sabía cómo se llamaba. Al terminar la obra, el locutor de Radio Nacional de Venezuela me informó que acababa de escuchar la Segunda Sinfonía de Jan Sibelius. (Abajo su majestuoso último movimiento por la Orquesta Sinfónica de Boston, dirigida por Colin Davis). ¡Ya era rico! Entonces me percaté de que había detenido el automóvil justo enfrente de Radio Caracas. Una hora más tarde supe también que ese mismo día de 1966 concluía Oscar Álvarez de Lemos su larga relación laboral con las Empresas 1BC para dedicarse a fundar Audio Especialistas, la firma de equipos de sonido que había sido el sueño de toda una vida. Allí pude comprar, gracias a un legado de mi madrina de bautizo, un equipo con el que oiría mejor a Sibelius; creo que fue la primera venta de su compañía. (Una noche de mediados de 1972, embriagado por un nuevo amor, subía a jugar bolas criollas en casa de los Plaza-Ayala en Club de Campo con Javier Ayala Buroz, en época del campeonato mundial de ajedrez que Bobby Fischer ganó a Boris Spassky en Reikiavik; es decir, entre julio y septiembre. Teníamos puesta en el carro la Radio Nacional de Venezuela, y entonces le pedí que se callara. De nuevo, era una hermosa melodía que mi abuela materna tocaba al piano y me encantaba, pero no sabía qué era. Esa noche supe que se trataba de Mon coeur s’ouvre a ta voix, la bellísima aria para soprano de la ópera Sansón y Dalila de, una vez más, Camille Saint-Saëns. (La mejor versión que conozco, puesta abajo, es por la insuperable María Callas). De nuevo, me había enriquecido súbitamente gracias a la radio).
Allegro moderato
Mon coeur s’ouvre a ta voix
La partitura de Rimsky-Korsakoff
Ahora enfrento dos lagunas, pues no recuerdo los programas cuyos temas pondré a continuación. Mejor dicho, recuerdo uno de ellos pero no su nombre. Del otro evoco sólo que era una telenovela de RCTV, que mi madre veía, con musicalización de la Variación 18 de la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Sergei Rachmaninov (1873-1943). Aquí pongo el hermoso fragmento por Philippe Entremont al piano y la Orquesta de Filadelfia dirigida por Eugene Ormandy. La misma orquesta y el mismo director interpretan después la Procesión de los nobles, de la ópera-ballet Mlada, compuesta por Nikolai Andreievich Rimsky-Korsakoff (1844-1908). Esto era el tema de un programa matutino de música clásica que difundía la Emisora Cultural de Caracas (FM 97,7); quien había escogido la pieza y alimentaba las emisiones con su prodigiosa discoteca era el ingeniero Humberto Peñaloza, valor de la civilidad venezolana que había fundado, con gente como Gonzalo Plaza, la primera emisora del país en frecuencia modulada. (Sus estudios e instalaciones técnicas están también al borde sur del Colegio de La Salle en La Colina de Los Caobos). La pieza de Rimsky es un toque de alegre alerta, pero he olvidado el nombre del programa y Google no ha podido ayudarme.
Variación 18
Procesión de los nobles
El mejor programa sabatino
Pero la radio de hoy en día es otra cosa; ahora pone la hipermoderna Radio Caracas Radio, los sábados a mediodía, un programa buenísimo. Se trata de Dr. Político, y como consiste en una aproximación médica a la Política, su tema musical es tranquilizante, propio para la sanación de una psiquis ciudadana atribulada por sobresaltos y alarmas frecuentes. Este tema no es otro que Baïlèro, el más hermoso de los números de Chants d’Auvergne, la maravillosa recopilación hecha por Joseph Canteloube (1879-1957) de estos cantos provenzales. (Baïlèro es canto de los pastores del Alto Auvergne). Lo canta como nadie la gran soprano estadounidense Renée Fleming (The Beautiful Voice). El programa tomó, sin embargo, sólo material de su introducción instrumental, y la música que se escucha en Dr. Político en RCR es un fragmento que arranca a los 36 segundos del inicio de lo que aquí coloco. Creo que Ud. convendrá en que es una melodía apaciguadora.
Baïlèro
Gracias, Marconi; gracias, Zworykin. A Uds. debo la música. LEA
………
*Oscar Álvarez Sylva me ha recordado esto: «Cuando empezó RCTV, el canal asignado fue el canal 7; luego de un tiempo, fue cambiado por solicitud de RCTV al canal 2, un canal en una frecuencia más baja y de mejor propagación en la complicada geografía de Caracas. Finalmente, los canales fueron 2-3-7 y 10 para cubrir el territorio nacional». Esto es la verdad; Televisa-Venevisión asumió los canales 4, 9 y 11. Vale.
La unción de la reina Alejandra en la coronación de Eduardo VII – Laurits Regner Tuxen (1903)
Las celebraciones pomposas siempre han sido acompañadas de música apropiada a la circunstancia. De allí, por caso, el nombre de las cinco marchas ceremoniales compuestas por Edward Elgar (1857-1934): justamente, Pompa y Circunstancia. La #1 es la más popular de todas; a su elegante tema se la ha puesto letra, y los ingleses saben cantarla como el himno Land of hope and glory. (Ver en este blog el final de Voces en multitud, para un video de su ejecución desde el Royal Albert Hall y el canto simultáneo de un gentío en Hyde Park). Ha sido usada hasta la saciedad para sugerir musicalmente poder o éxito, como en una cuña de la televisión venezolana de la salsa de tomate Heinz, famosa por la deseable viscosidad que hace lenta su salida del frasco. He aquí la marcha #4 en Sol mayor de Elgar, a cargo de la Orquesta Filarmónica de Londres dirigida por el gran director húngaro Sir Georg Solti (1912-1997).
Elgar
Parte de Trompeta I – Fanfarria de La Péri (clic amplía)
Pero bastan unos pocos compases para sugerir solemnidad o importancia al sonido de una breve fanfarria (DRAE: 1.f. Conjunto musical ruidoso, principalmente a base de instrumentos de metal. 2. f. Música interpretada por esos instrumentos). Un ejemplo elocuente es proporcionado por la Fanfare pour précéder La Péri, del compositor francés Paul Dukas (1865-1935), conocido del público general por su familiar El aprendiz de brujo, que el dibujo animado de Walt Disney (1901-1966) inmortalizara en Fantasía (1940).La Péri, o La flor de la inmortalidad es un ballet que Dukas compuso en 1912. La fanfarria de Dukas requiere el concurso de tres trompetas, cuatro trompas, tres trombones y una tuba.
Dukas
Otras fanfarrias despliegan más poder, y la más poderosa de todas es la que abre el poema sinfónico Así hablaba Zaratustra (Also sprach Zarathustra) de Richard Strauss (1864-1949), inspirado en la obra del mismo nombre por Federico Nietzsche (1844-1900). De nuevo, ha sido usada muchas veces; la recordamos en la apertura de 2001: Odisea del espacio, la gran película de Stanley Kubrick (1928-1999) sobre guión convertido posteriormente a novela de Arthur C. Clarke (1917-2008), pero también, nuevamente, en cuñas para televisión de los relojes marca Rolex. Otra vez Georg Solti dirige, en este caso la Orquesta Sinfónica de Chicago, en la sobrecogedora fanfarria. La nota fundamental de la pieza es un Do a 32 hercios, prácticamente en el límite del oído humano para frecuencias graves, tocada en el pedal de un gran órgano de tubos.
Strauss
Esta clase de música, pues, está diseñada para acompañar los actos de solemnidad, que cumplen función propagandística en busca de la exaltación de personajes poderosos. Antes estaba asociada a personajes de la realeza en sus distintas ceremonias, pero aun en países de gobierno republicano se las emplea para realzar a sus mandatarios. O ¿qué es, si no, la ejecución del Himno Nacional de Venezuela en honores al Presidente de la República? No otra cosa que la exaltación de ese funcionario como si estuviera por encima de los mortales ordinarios. Por fortuna, Aaron Copland (1900-1990) tuvo la ocurrencia de componer su Fanfarria para el hombre común, una celebración democrática del ciudadano de a pie. (Puede escuchársela en este blog por la Orquesta Sinfónica de Detroit bajo la batuta de Antal Doráti (1903-1988) en Música política y también por la Orquesta de Filadelfia que dirigía Eugene Ormandy (1899-1985) en Más música política. (Como Solti, Doráti y Ormandy eran húngaros. Algo sabrán de música en Hungría).
Así como Elgar, otro compositor inglés, William Walton (1902-1983), compuso marchas ceremoniales. Suya es la Marcha de la coronación Crown Imperial, compuesta en 1937 para la coronación de Jorge VI de Inglaterra (1895-1952), el rey tartamudo—representado por Colin Firth (1960), Oscar a la mejor actuación de 2010—, que era el padre de la actual reina Isabel II (1926). Aquí es interpretada por la Orquesta Sinfónica de Londres dirigida por Sir John Barbirolli (1899-1970).
Walton
No hay duda de que los temas, usualmente épicos, que Richard Wagner (1813-1883) escogía para sus óperas se prestan para la composición de música solemne. Tampoco dudamos que esta propensión a la grandiosidad se expresa elocuentemente en la Obertura de Los Maestros Cantores de Nuremberg. Quizás haya sido esa pieza ejecutada como nadie por los músicos de la Orquesta Filarmónica de Berlín, cuando eran dirigidos por el célebre Herbert von Karajan (1908-1989), austríaco de ascendencia macedonia. Es la versión que ahora podemos escuchar una de las muchas veces que tocaron la hermosa y noble pieza.
Wagner
Coronación de Nicolás II Romanov – Laurits Tuxen (1898)
Mucha música ceremonial y solemne fue compuesta por los rusos. Modesto Moussorgsky (1839-1881) produjo un ejemplo típico en su Introducción y polonesa a la ópera Boris Godunov, que nunca contó con la aprobación de la familia imperial. Vladimir Stasov (1824-1906) escribió a Nikolai Andreievitch Rimsky-Korsakov (1844-1908) una carta en 1888 en la que refiere cómo el zar Alejandro III (1845-1894), a quien se había presentado una lista de óperas a ser escenificadas en el invierno, tachó con su mano imperial la ópera de Moussorgsky, que había sido estrenada en 1874 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo. No era para menos; entre las escenas de la obra estaba una en la que un policía zarista arremetía a rolazos contra gente de la plebe. Claudio Abbado (1933) dirige a la Filarmónica de Berlín.
Moussorgsky
Eugene Ormandy y sus músicos de Filadelfia nos ofrecen ahora la ejecución de dos piezas de similar carácter en tempo diferente: de Mikhail Ippolitov-Ivanov (1859-1935) la Procesión de los Sardar de sus Esbozos caucásicos, y de Rimsky-Korsakov la Procesión de los nobles de la ópera Mlada.
Ippolitov-Ivanov
Rimsky-Korsakov
Ya en el siglo XX, Sergei Prokofiev (1891-1953) compuso música de pompa, aunque en el primer ejemplo que se pone acá se trate de una sátira: su ópera El amor de las tres naranjas, de la que escucharemos su Marcha. Radio Caracas Televisión la empleó para musicalizar a fines de los cincuenta la presentación, los domingos por la noche, de su serie El Sr. Fiscal (District Attorney); esta música sonaba mientras la voz engolada de un locutor enumeraba con marcadas pausas las marcas de General Motors, el patrocinante del programa: «¡Chevrolet… Pontiac… Oldsmobile…Buick… Cadillac… Opel… Vauxhall… y camiones GMC… presentan El Sr. Fiscal!» Por otro lado, la música que reconoce la nobleza de dos familias veronesas shakespeareanas, los Montescos y Capuletos, es uno de los números más conocidos de un ballet de Prokofiev: Romeo y Julieta. Leonard Bernstein con la Orquesta Filarmónica de Nueva York y Riccardo Muti con la de Filadelfia, ejecutan estas piezas en sucesión.
Prokofiev (1)
Prokofiev (2)
Premios Oscar para Bergman y Brynner
Propongo que nos quedemos, para finalizar, a mitad de camino entre Rusia y Occidente. Alfred Newman (1901-1970) compuso mucha música para el cine, incluyendo la energizante Fanfarria de la 20th Century Fox. Es justamente ella la que suena antes de que, inmediatamente, surja el tema de la película Anastasia (Ingrid Bergman, Helen Hayes y Yul Brynner en 1956), también de su composición, en los instrumentos de la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington que él mismo dirige. La historia de la archiduquesa rusa, presuntamente salvada por milagro de la masacre en Ekaterimburgo (1918) que acabó con la dinastía Romanov, fue retomada por los Estudios Fox de Animación, los que confiaron a David Newman (1954), hijo de Alfred, la música de su primer filme animado.
Newman
Como podemos ver, hasta los impostores han merecido música que celebra su pretendida nobleza. LEA
Partitura de Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración), de Richard Strauss. (Clic amplía).
A Aurelio Useche Kislinger, amante de la mejor música.
elegía. (Del lat. elegīa, y este del gr. ἐλεγεία). 1. f. Composición poética del género lírico, en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado, y la cual en español se escribe generalmente en tercetos o en verso libre. Entre los griegos y latinos, se componía de hexámetros y pentámetros, y admitía también asuntos placenteros.
No podía la muerte estar ausente de la obra musical de los compositores más famosos. La música es vida y ésta es muerte. Federico Nietzsche había sentenciado que «Sin la música, la vida sería una equivocación» y, más simplemente, la abuela de mi esposa—como la madre de Forrest Gump—solía decir que «La muerte es parte de la vida».
Se ha producido, pues, abundante música fúneraria, desde la que conmemora la muerte en forma de réquiem hasta la que sirve para acompañar cortejos exequiales con marchas. Movimientos enteros de sinfonías, como el tercero de la primera sinfonía romántica—la Heroica o Tercera Sinfonía de Ludwig van Beethoven en Mi bemol mayor—, el tercero de la Sinfonía #1 en Re mayor (Titán) de Gustav Mahler, o de sonatas, como en el caso de la #2 de Federico Chopin en Si bemol menor, son marchas fúnebres. Charles Gounod escribió la jocosa Marcha fúnebre para una marioneta, que sirvió de tema a la serie televisiva de misterios de Alfred Hitchcock y es apropiada para el luto de personas que se dejan manejar por terceros, sobre todo si éstos son gobernantes extranjeros.
Como es natural, se trata de música frecuentemente sobrecogedora y muy hermosa. En muchas ocasiones han sido llamadas elegías, incluso en música popular como la canción de Joan Manuel Serrat para la muerte de un amigo de Miguel Hernández sobre poema de éste: «En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería».
Elegía – Joan Manuel Serrat
Pero es la música académica la que cuenta con mayor cantidad de estas manifestaciones luctuosas. Un ejemplo temprano y destacadísimo viene provisto por la Música para el funeral de la Reina María II de Inglaterra (1662-1694), compuesta por el más grande de los compositores ingleses, Henry Purcell. Ésta es la Marcha fúnebre, de una obra formada por diecisiete piezas; fue popularizada en la ácida película La naranja mecánica, del genio Stanley Kubrick:
Música para el funeral de la Reina María – Henry Purcell
En un continente cristiano, sus músicos compusieron muchas veces con la vista puesta en alguna forma de resurrección. Así, por ejemplo, la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler fue apodada, precisamente, Resurrección, y Richard Strauss compuso a sus 25 años de edad el poema sinfónico Muerte y transfiguración. Después de haberlo completado, pidió a su amigo, el poeta Alexander Ritter, que escribiera versos que correspondieran a las cuatro partes de la obra musical. La primera de ellas representa a un artista enfermo, cercano a la muerte, con un dulce tema:
Muerte y transfiguración, 1ra. sección – Richard Strauss
Y he aquí a la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Daniel Harding, al comienzo de la sección siguiente, una batalla entre la vida y la muerte en la que el artista no conoce cuartel:
En sucesión, ahora, cinco piezas elegíacas, de los compositores Gabriel Fauré y Jules Massenet, franceses, Alexander Glazunov y Sergei Rachmaninoff, rusos, y Edvard Grieg, noruego.
Elegía – Gabriel Fauré
Elegía – Jules Massenet
Elegía para viola y piano – Alexander Glazunov
Elegía – Sergei Rachmaninoff
La última primavera (de Dos melodías elegíacas) – Edvard Grieg
Grieg fue, por supuesto, un gran melodista y por eso cabe proponer acá otras dos piezas de carácter elegíaco: primero, La muerte de Åse, de la música incidental al drama Peer Gynt de su glorioso compatriota, Henrik Ibsen; luego, el inefable Aire—Andante religioso—de su Suite (al viejo estilo) En tiempos de Holberg. Aunque fue compuesta toda para celebrar el bicentenario del nacimiento de otro dramaturgo noruego (y danés), Ludvig Holberg, el aire tiene ciertamente ese carácter.
La muerte de Åse – Edvard Grieg
Aire (Andante religioso) – Edvard Grieg
Finalmente, es otro concepto distinto del luto el de la saga germánica del Anillo del Nibelungo, el ciclo de cuatro óperas de Richard Wagner. En la última de ellas, El ocaso de los dioses(Götterdämmerung), muere Sigfrido a manos de Hagen, quien lo hiere por haber jurado en falso sobre la lanza que lo mata. Es asunto épico, no romántico o renacentista, sino mucho más primordial y antiguo. De aquí que la Música funeral de Sigfrido no sea dulce o melancólica sino poderosa, hasta triunfal. Es la que Hitler quería para el cataclismo de su muerte, con la que debía hundirse todo el pueblo alemán. Joseph Goebbels decía él mismo, o mandaba que dijera la prensa alemana en 1945, o que Radio Werewolf propalara cosas como éstas:
El terror de las bombas no conserva las viviendas ni de ricos ni de pobres; ante los laboriosos oficios de la guerra total las últimas barreras de clase han tenido que caer. Bajo los escombros de nuestras ciudades destrozadas, los últimos presuntos logros de la clase media del siglo diecinueve han sido finalmente sepultados. No hay un fin de la revolución; una revolución está condenada al fracaso sólo si aquellos que la hacen dejan de ser revolucionarios; junto con los monumentos culturales se desmoronan también los últimos obstáculos al logro de nuestra tarea revolucionaria. Ahora que todo está en ruinas, estamos obligados a reconstruir Europa. En el pasado las posesiones privadas nos ataban a una moderación burguesa. Ahora las bombas, en vez de matar a todos los europeos, sólo han roto los muros de la prisión que les mantenían cautivos. Al tratar de destruir el futuro de Europa, el enemigo sólo ha tenido éxito en destruir su pasado; y con eso todo lo que es viejo y gastado se ha ido.
Los alemanes supieron evitar ese destino, y nosotros también podremos. Podemos oír a Wagner sin temor alguno:
Música funeral de Sigfrido – Richard Wagner
………
Las elegías formaron todo un género poético en la Edad Media. Se las llamaba planto cuando eran cultas y endechas cuando populares. Jorge Manrique escribió ésta en sus Coplas a la muerte de mi padre:
Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fué mejor.
Y pues cemos lo presente cómo en un punto es ido y acabado si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera má que duró lo que vió, porque todo ha de pasar por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos á se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos; allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos.
Y la más antigua de las canciones funerarias españolas que se conserva fue la cantada por las mujeres canarias a la muerte del caballero Guillén Peraza (1443). Así dice:
Llorad las damas, / si Dios os vala, Guillén Peraza / quedó en la Palma, la flor marchita / de la su cara. No eres palma, / eres retama, eres ciprés / de triste rama, eres desdicha, / desdicha mala. Tus campos rompan / tristes volcanes, no vean placeres, / sino pesares, cubran tus flores / los arenales. Guillén Peraza, / Guillén Peraza, ¿dó está tu escudo, / dó está tu lanza? Todo lo acaba / la malandanza.
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