La potencia con la que comienza el año el gobierno de Rafael Caldera es considerable. La actividad del Presidente de la República es de tal grado de intensidad y variedad que tiene a los demás actores políticos a la expectativa y en análisis o, simplemente, paralizados. Ha recibido visitas de los gobernadores y alcaldes electos más significativos, y ha asistido a la toma de posesión de aquellos a los que ha querido distinguir de algún modo; está a punto de producir una decisión en torno al punto crucial del régimen de prestaciones sociales; produce un discurso de Año Nuevo de casi unánime aprobación; ha recibido a nadie menos que Alberto Fujimori y se apresta para recibir al Papa; aparece en la fiesta aniversaria de COPEI…
Seguramente ha sido este último el golpe más vistoso del Presidente. Caldera se “robó el show” de la fiesta aniversaria de los 50 años de la fundación del partido verde, evento de 1946 en el que no estaban presentes, por cierto, ni Luis Herrera Campíns, ni Donald Ramírez, ni Eduardo Fernández, pero sí estaba, como protagonista principal, Rafael Caldera Rodríguez. Llegando sin previo aviso al sitio de la celebración, desarticuló las defensas de un sorprendido Comité Nacional, cuyos miembros no tuvieron más remedio que recibirle con saludos que iban desde la frialdad más comedida hasta la efusión más sincera, en medio de una algarabía de los presentes que vocearon consignas en pro de la unidad de los políticos socialcristianos.
Menú de verduras
Hacia fines de 1993, ya electo Rafael Caldera, escribíamos, el Día de la Inmaculada, un artículo que fue publicado en El Nacional y que queremos reproducir in toto: “Poco falta para que en Oslo los señores De Klerk y Mandela reciban juntos, hermanados, el Premio Nobel de la Paz. ¿Es que hay en Venezuela una rencilla de mayor monta que la que representaban Mandela y De Klerk en Africa del Sur?
Hoy en día las Alemanias separadas ya son una sola, hoy en día los Estados Unidos y Rusia cooperan, Israel y la Organización para la Liberación Palestina cooperan. ¿Son los conflictos venezolanos más importantes que los de estos antiguos enemigos?
En 1992, ¿había entre COPEI y Pérez una diferencia menor que la que hay hoy día entre COPEI y Caldera? En ese año la intención del salvamento de la democracia sirvió para la participación de COPEI en el gobierno de Pérez. ¿Es que hoy en día la situación nacional es menos apremiante que entonces?
Es difícil encontrar algún punto en la «carta de intención» de Caldera, resumen de su programa de gobierno, que colida frontalmente con algún postulado doctrinario de COPEI. ¿Qué argumento podría esgrimirse, entonces, para que COPEI negara su apoyo a Rafael Caldera? La carta de intención mencionada es, como se ha hecho habitual en la política venezolana, un discurso con el que es muy difícil decir que se está en desacuerdo. No, la resistencia del alto mando copeyano a la cooperación con el gobierno de Caldera no tiene origen programático. Es la resultante de una competencia por el mismo objetivo: el poder.
Pero, ¿qué han dicho los dirigentes copeyanos, en advertencia a Caldera, que no pueda ser de inmediato y con mayor gravedad aplicado a COPEI y su más reciente candidato? ¿Que Caldera ha recibido solamente el apoyo de dieciocho por ciento de los electores? El candidato de COPEI recibió el doce por ciento. ¿Que Caldera dice que algunas cosas del paquete perecista permanecerán? COPEI no puede pelear con eso. Ni Caldera, por supuesto, puede pelear por eso con COPEI.
En 1979 asumía la Presidencia de la República Luis Herrera Campíns, candidato de COPEI. También asumía la Secretaría General del partido Eduardo Fernández. En el acto de proclamación de Eduardo, Caldera arremetió con un fuerte discurso, mucho más fuerte que el atributo de «inmaduro» que ahora endilgó a Oswaldo y Andrés Velásquez por no haberle reconocido su triunfo con mayor prontitud.
Pero a pesar de aquel acre discurso de 1979 contra, fundamentalmente, Pedro Pablo Aguilar, más cercano a Luis Herrera, COPEI terminó ofreciéndole a éste su «solidaridad inteligente», como queriendo decirle que no se le entregaba al presidente de entonces un cheque en blanco, por más copeyano que fuese. ¿Es que Caldera no puede recibir de COPEI al menos una solidaridad de ese tipo? Si esa fue la solidaridad que él ofreció por intermedio de Eduardo Fernández, ¿no debiera ofrecérsele al menos eso mismo?
La estrategia de la dirigencia copeyana de los años recientes no ha llevado al éxito candidatural. COPEI perdió en 1983 con Rafael Caldera, perdió con Eduardo Fernández en 1988, perdió con Oswaldo Álvarez Paz en 1993. No hay cifras ni malabarismos interpretativos que puedan ocultar o disimular esos hechos, por más laudable que sea el esfuerzo de los líderes copeyanos por animar a una militancia dolida. Pero no todo lo que la dirigencia copeyana ha estado haciendo puede estar equivocado, o no habrían obtenido, primero en las encuestas y luego en las elecciones, la votación más alta entre las organizaciones políticas. Esa es precisamente la contradicción que hay que explicar.
Lo indicado ahora para COPEI es la reflexión más profunda y cuestionadora sobre lo que habían venido siendo sus esquemas estratégicos, evidentemente equivocados en grado importante. O su dirigencia actual recapacita y enmienda, o la población copeyana encuentra un nuevo liderazgo, o COPEI va hacia su desaparición. Pero el camino de la recuperación de COPEI no pasa por la contestación de rabieta con rabieta. Si COPEI ha sido un consecuente defensor de los entendimientos, hasta con los adversarios doctrinales de antaño, ¿cómo podría justificar su negación a cooperar con Rafael Caldera?
La tragedia de COPEI consiste en que sus líderes, en gran medida, han hecho la política que Rafael Caldera les enseñó a hacer. Pero la solución de COPEI es la política, no la polémica. Puede cooperar con Caldera, debe cooperar con Caldera, exigiéndole a éste un tratamiento respetuoso.
Para empezar, COPEI debe leer con mucho detenimiento la carta de intención de Rafael Caldera. Debe determinar a cuáles de sus planteamientos creerá que debe oponerse, si es que existe alguno, y decirlo leal y abiertamente al Presidente. Pero decirle también: en todo lo demás, cuente con nuestro apoyo”.
No tenemos razón hoy para modificar una sola coma del texto anterior. La estructura del problema es la misma y por tanto la solución debe discurrir por el mismo cauce. Más aún, los resultados del 3 de diciembre de 1995 indican que es urgente para la “familia” socialcristiana algún tipo de dilucidación de su problema. Por el lado del calderismo, Convergencia poco menos que ha desaparecido, mientras que COPEI resultó igualmente muy vapuleado.
Por supuesto, la acumulación de resentimiento de ambos lados es considerable y, lamentablemente, las organizaciones políticas no escapan a la pequeñez. Más peso tienen, habitualmente, las rencillas, las listas reivindicatorias, que los intereses más fundamentales. Es por esto que la reunificación socialcristiana es harto difícil.
Sin embargo, debería ser menos difícil que poner en práctica la peregrina idea—que no fue rechazada por Donald Ramírez, nada menos—de constituir entre COPEI, el MAS y la Causa R una alianza contra Acción Democrática. Es síntoma de pequeñez, de pérdida de la conciencia política profunda, el estar dispuesto a componendas tan absurdas como la de esa alianza porque Rafael Caldera no saludó a alguien o Andrés Caldera despidió de su puesto a tal o cual copeyano. Como tampoco el Presidente de la República debe oponerse a una reunificación socialcristiana porque Felipe Montilla haya empleado el adjetivo “perverso” en relación con supuestas intenciones del calderismo.
Pero aun si se produjese esa reunificación, no se habría logrado nada si COPEI continúa siendo lo mismo que ha venido siendo hasta ahora. Así como el Estado venezolano, así como Acción Democrática, COPEI necesita sufrir una reingeniería profunda. En 1994 esta publicación incluyó un “Estudio copeyano”, en el que se apuntaban, entre otras, cosas como la siguiente: “A la fundación de COPEI, estas siglas designaban a un «Comité de Organización Política Electoral Independiente». La designación de partido «socialcristiano» o «demócrata cristiano» fue una consideración posterior aunque, naturalmente, respondió a la ideología predominante entre los miembros fundadores, provenientes de institutos de educación católica. COPEI podría volver a pensarse a sí mismo como un comité de operaciones políticas y electorales, dejando a la dimensión personal de sus militantes el problema ideológico y ético de guiarse en la acción política por un código de criterios de inspiración cristiana o, más concretamente, de inspiración en la doctrina social de la iglesia católica… Es decir, COPEI no insistiría en una aglutinación ideológica tan «integrista» como llegó a plantearse a partir de los años sesenta, conformándose con establecer un «límite socialcristiano». Esto es, abandonaría toda esperanza de deducir políticas a partir de primeros principios y en cambio rechazaría toda política que fuese incompatible con el código de valores del socialcristianismo”. (Vol. 1, Nº 8, 19 de octubre de 1994).
Quien parece estar trabajando en la dirección de la reunificación socialcristiana es Eduardo Fernández. Recientemente pasó trabajo tratando de justificar la presencia de Caldera en el acto aniversario, ante una mayoría de opiniones contrapuestas y seguramente continuará en la misma dirección por algún tiempo. Del lado contrario encontrará a Luis Herrera Campíns, Donald Ramírez, Felipe Montilla, Gustavo Tarre Briceño, a pesar de que este último escribió no hace demasiado tiempo: “Copei significa demasiado para Caldera, para que puedan existir barreras que le separan de su obra más importante, que es precisamente el partido. Caldera significa demasiado para el alma de Copei y creo que, a pesar de todo nunca perdió vigencia la afirmación de que en Copei, el que no es calderista no es copeyano”. (Carta abierta a los copeyanos, Ediciones Centauro, segunda edición, junio de 1990).
En buena medida es Rafael Caldera quien tiene el sartén tomado por el mango. Como lo demostró su aparición inesperada en el acto aniversario del partido que fundó en 1946, es muy difícil que dirigentes copeyanos inteligentes y de verdadero peso específico puedan articular un rechazo montado sobre argumentos convincentes.
De nuevo, la autocita. En el Nº 0 del Volumen II de esta publicación (abril de 1995) escribíamos esto: “En 1987 Rafael Caldera comunicó al pueblo copeyano que pasaba a la reserva del partido, como resultado de su derrota ante Eduardo Fernández en la selección del candidato de COPEI para las siguientes elecciones presidenciales. Caldera jamás dijo que renunciaba a COPEI, y el propio partido no se atrevió, como si lo hizo Acción Democrática con Carlos Andrés Pérez, a expulsarlo de sus filas, limitándose a producir una bizantina declaración en el sentido de que el propio Rafael Caldera se habría puesto al margen de la militancia al aceptar su postulación presidencial desde otras toldas diferentes a las de COPEI. ¿Qué pasaría hoy si se le ocurriera decir a Rafael Caldera que ha salido de «la reserva»? ¿Cómo podría manejar COPEI una jugada de esta naturaleza?”
Blanco es el mantel
Son los resultados electorales recientes los que, por supuesto, motivan la sorpresiva “apertura” de Rafael Caldera. El telón de fondo es blanco ahora en su mayor parte, a partir del 3 de diciembre, y por más que hasta ahora ha sido Acción Democrática la más “comprensiva” entre las organizaciones políticas en relación con las necesidades legislativas del gobierno de Caldera, éste no puede presumir que tal actitud sea de vida perdurable y, aunque lo fuera, no debe resultarle agradable la perspectiva de depender para todo de las decisiones de Luis Alfaro Ucero.
Que este señor es el señor de Acción Democrática no puede ser discutido, hasta el punto de que si este partido tuviese que determinar hoy quién sería su próximo candidato presidencial, Luis Alfaro Ucero no tendría opositores. Así se cuidó de decirlo, por ejemplo, Lewis Pérez, uno de los mencionados como presidenciables, ante militantes que le presionaban sobre el tema.
Alfaro ha procedido, por lo demás, a completar la purga del partido. Lo que pudiera quedar de perecismo con alguna posibilidad de influencia ha sido suprimido, en medida tempranera de este año de 1996 que define un punto clave de la política acciondemocratista, antes de que la Corte Suprema se haya pronunciado en el caso contra Carlos Andrés Pérez.
Esto tiene un significado adicional: Antonio Ledezma no está en la lista de los execrados, y eso le deja vivo como protoprecandidato de Acción Democrática para 1998. Ledezma suena mucho más, por supuesto, que el propio Alfaro Ucero, y esto es una conjunción de dos personalidades bastante diferentes. La de Ledezma, personaje extravertido, afanoso, halagador, muy pendiente del marketing de imagen electoral. La de Alfaro, persona taciturna, reservada, tenaz.
Pero ni siquiera Antonio Ledezma, con su bastante trabajada y buscada imagen nacional de presidenciable, sería capaz de hacer oposición a Luis Afaro Ucero en caso de que la determinación del candidato de Acción Democrática tuviese que obtenerse ahora. El punto es que esa determinación tomará, con mayor probabilidad, casi dos años a partir de ahora. Si Acción Democrática, si Alfaro Ucero, se portan bien y no cometen errores, entonces hay, como en el cuento ruso, dos posibilidades: o es el propio Alfaro el candidato, o éste permite “abrir el juego” a otras figuras de AD. Y esto último permitiría, a diferencia del cuento ruso, al menos tres posibilidades: Antonio Ledezma, Lewis Pérez, Guillermo Call.
Ledezma tiene el importante problema de haber prearrancado; Alfaro, nuevamente, determinará el momento en que se permita hablar de candidaturas presidenciales en Acción Democrática. Ha prearrancado Ledezma porque es el más vistoso de los candidateables de Acción Democrática. El que emite más señales. Eso lo ha posicionado en la mente de más de un Elector como el próximo candidato adeco, y por tanto, en opinión de muchos, como el próximo Presidente de la República. Pero eso mismo lo obliga a un desempeño impecable, porque esa misma imagen y el cargo que ahora ocupa lo mantendrán bajo intenso escrutinio. Por cierto, es muy sostenible la tesis de que el cargo de Alcalde es de ejercicio considerablemente más difícil que el de Gobernador del Distrito Federal, que fue su puesto en la fase final de Carlos Andrés Pérez y del que salió, sorprendentemente, menos marcado que, por mencionar el nombre de otro sobreviviente a la purga de Año Nuevo, Carmelo Lauría. Esto es así porque las alcaldías tienen una relación más directa con la clientela electoral. En cambio, el cargo de Gobernador del Distrito Federal—el único gobernador no electo—es el de un ministro de segundo rango, puesto que sus funciones más ostensibles se establecen en un área en la que el Ministro de Relaciones Interiores, simplemente, manda más.
No es pues, sencillo, el camino que Ledezma tiene por delante en la Alcaldía de Caracas. Y si no que lo diga Aristóbulo Istúriz, que si no ganó las elecciones, por lo menos tuvo el impresionante logro de obtener juicios y comentarios aprobatorios en predios del Country Club a pesar de ser de obvia coloración y, quizás más en su contra, de ser maestro, y que sin embargo dio la mayor lección de elegancia política entre todo el crecido número de perdedores del 3 de diciembre.
El camino de Ledezma es difícil. Y si no que lo diga Claudio Fermín, que para todo propósito práctico puede considerarse totalmente impedido en la actual Acción Democrática. Lo que significa que si Ledezma llega a ser postulado por AD después de sortear con éxito el campo más o menos minado de la Alcaldía de Caracas, habrá de reconocérsele grandes dotes de político, en el sentido tradicional de la palabra.
Lewis Pérez es un caso diferente. Menos asertivo que Ledezma, es un hombre que estudia, que está pendiente de informarse, y que puede ser visto con facilidad como una persona que lleva el “sello Norvén” de Luis Alfaro Ucero. Si no llegare a ser el candidato de AD, sería o porque Alfaro decide autopostularse, o porque Alfaro opina que su carácter es inferior al de otro acción-democratista.
Guillermo Call es reconocido por personas ajenas a Acción Democrática como un político de gran penetración. Su inconveniente es su carencia de imagen nacional. En Monagas, feudo de Luis Alfaro Ucero, tiene una aprobación mayoritaria. En quienes conocen su trabajo en ese estado de Venezuela, incluso, como hemos dicho, en quienes no son adecos—un fundador de COPEI, por ejemplo—su imagen es bastante positiva. Call tendría que hacerse más notorio, y la renovación del Comité Ejecutivo Nacional de Acción Democrática podría permitirle una mayor proyección.
Nada de lo anterior debe ser entendido como una predicción de silencio o rendición inmediata de Carlos Andrés Pérez, de los recientemente expulsados—Alonso López, Perozo, etcétera—o de Claudio Fermín. Cada uno de estos pataleará, sin duda, pero no tienen el más mínimo chance de prevalecer en la Acción Democrática de la égida alfarista, de la Acción Democrática que triunfó en diciembre y que en gran medida lo hizo porque procedió, primero que nada, a expulsar de sus filas a Carlos Andrés Pérez. (Ya para la época del caso Sierra Nevada, cuando la Comisión de Ética de AD encontró motivos para censurar a Carlos Andrés Pérez, Alfaro y sus oficiales, entre quienes se encontraba el antiguo pupilo Luis Raúl Matos Azócar, estaban entre los más decididos atacantes del ex presidente en reclusión domiciliaria).
Es más, entre los cursos más probables de la actual política venezolana, en vista de la manifiesta incapacidad de quienes hayamos intentado una organización política distinta de las de corte más tradicional—AD, COPEI, MAS, Causa R, Convergencia—está la continuación del proceso de recuperación de Acción Democrática.
¿Cuál va a ser la actitud de esta Acción Democrática repotenciada ante el gobierno de Rafael Caldera en lo sucesivo? Nuestra impresión es la de que Alfaro Ucero, aunque seguramente tomó en cuenta la debilidad de AD y COPEI, del Congreso de la República, y la fortaleza de la imagen del Presidente de la República durante el primer año del este su último período, ha considerado razones más profundas que las de la mera conveniencia partidista. Esto es, en nuestra opinión, Alfaro Ucero es un hombre serio, como diría Leopoldo Díaz Bruzual.
Pero, naturalmente, en el juego tradicional de la política las conveniencias pesan de modo determinante, y no es en absoluto un futuro dado uno en el cual el presidente Caldera vea totalmente erosionada su figura y el respeto amplio con el que se le distingue, aun si se critica su reciente ejecutoria. Como acaba de demostrar el Presidente, mantiene muy a punto su capacidad de ejecutar movimientos tácticos con un sentido del timing y de la escena que ya desearía para sí Antonio Ledezma. Es por esto que no tiene nada de inminente un deslinde entre Acción Democrática y el gobierno.
Eppur si muove
El gobierno de Caldera está vivo. Nuevamente arranca un nuevo año con una mejora instantánea. A comienzos del año pasado andaba montado sobre la ola generada a fines de 1994: “El diciembre de Caldera incluye una victoria diplomática considerable, al haber logrado la inclusión programática de la lucha contra la corrupción en la agenda de la Cumbre de Miami; incluye los resultados favorables de la encuesta Gaither, con un ascenso de un 19% de los niveles de aprobación en los últimos meses; incluye un importantísimo espaldarazo de Michel Camdessus, el Director del Fondo Monetario Internacional; incluye unas predicciones de PDVSA bastante más moderadas que las de la encuesta del IESA en materia de inflación y valor del dólar (IESA: inflación de 100%, dólar a Bs. 274; PDVSA: inflación de 50%; dólar a Bs. 200); incluye, finalmente, la decisión sobre la apertura a la inversión foránea y el cronograma de privatización de algunas empresas de la CVG. Que se haya podido culminar así un año que transcurrió dentro de un elevado nivel traumático no tiene poco de milagroso. Es la conciencia de esta coyuntura triunfal lo que permite a Rafael Caldera hablarle al Congreso con tono exigente”. (referéndum, Vol. 1, Nos. 9 & 10, noviembre-diciembre de 1994).
Del mismo modo, y si bien el año de 1995 fue menos traumático que el de 1994—que absorbió el grueso de la crisis financiera—Rafael Caldera comienza de nuevo con bríos, ya lo hemos registrado, en buena medida porque tuvo que superar, precisamente, un segundo año de gobierno aún pleno de importantes dificultades, durante el que, por primera vez, su nivel de aprobación popular descendió. Destaca, por ejemplo, el analista Robert Bottome en su muy prestigiosa y útil publicación mensual (traducción libre de su versión inglesa): “Durante la mayor parte de 1995 se trató de convertir a la corrupción en un tema resaltante. No obstante, de algún modo las acusaciones de fraude en altos lugares no parecen cuajar. Chistes sí, pero preocupación seria no”. (Frog Soup, VenEconomy Monthly, December 13, 1995).
Naturalmente, ni las dificultades de fondo ni los escollos en general han desaparecido. Al mes de esa certificación de buena conducta resurge con nuevos bríos lo que pudiera ya comenzar a llamarse el affaire de la licitación de la Autopista Caracas-La Guaira, emergen acusaciones sobre la comercialización de indultos—que no de indulgencias—con motivo de la visita papal, y se enturbia de nuevo la política económica con las diferencias entre el Ministerio de Hacienda y, por una parte, el SENIAT y, por la otra, PDVSA.
Si el presidente Caldera quiere de verdad que este año de 1996 transcurra por una senda más serena, es posible que la figura de Luis Raúl Matos Azócar haya comenzado a ser ya un costo que querrá ahorrarse. Matos, que ingresó al gobierno precisamente para cerrar un enfrentamiento de PDVSA con la Junta de Administración Cambiaria, y que produjo la instantánea —y prácticamente unánime—aprobación de los actores y observadores de la economía venezolana, pareciera estarse labrando una inmolación que podría incluso servir, una vez “ablandado” el Fondo Monetario Internacional, para recomenzar a través de un ministro nuevo, la búsqueda de un acuerdo con este organismo en términos lo más cercanos que sea posible al desiderátum del gobierno.
A menos que Matos sea para Caldera lo que Díaz Bruzual fue para Herrera. En este último caso el radical estaba en el Banco Central de Venezuela y el conservador—Ugueto—estaba en el despacho de Hacienda. Caldera ha invertido las posiciones. Díaz Bruzual fue para Luis Herrera, en sus palabras, una “segunda voz en materia económica”, mientras que Rafael Caldera ha preferido asignar a Matos, admirador de Robin Hood, el papel de primer tenor.
Habiéndose puesto de moda, en todo el mundo, las cosas que ocurrían hacia 1945—el golpe del 18 de octubre, la Segunda Guerra Mundial, las frases de Churchill—no sería descabellado imaginar a Rafael Caldera con una chaqueta de piloto de bombardero cuya nariz, una vez más, apunta hacia arriba en medio de un asedio antiaéreo que todavía no ha concluido. ¿Cuántas veces podrá el piloto repetir la maniobra? ¿Cuánto combustible le queda? ¿Llegará un momento en el que una granada estalle en las mismas entrañas del bombardero?
Aun si llegara a ocurrir esto último queremos aventurar una doble predicción. Nadie que intente llegar a Miraflores tendrá éxito si busca hacerlo centrado sobre un ataque despiadado a Rafael Caldera. Nadie que quiera ser Presidente de la República lo logrará a través de una defensa entusiasta de Carlos Andrés Pérez. Pérez es pasado que los venezolanos no queremos reeditar. En cambio, de no mediar errores garrafales en lo sucesivo, Caldera tendrá un reconocimiento que ha ganado, por ahora, irreversiblemente. De lo más que podrá acusársele será de oponerse al absolutismo del mercado libre, y por eso, a pesar de que su carácter pueda producir la irritación de ciertas epidermis, un juicio mayoritario de la población, que no dejará de escuchar a sus defensores, tenderá a pensar que Caldera “estuvo del lado del pueblo”. Lo demás, que habla de traidores y fusilamientos, que sea arrogante, que tenga pretensiones dinásticas, que se fue de COPEI, caerá como insubstancial ante el meollo mismo de este período: la lucha de un viejo Cid ante la invasión de Fukuyama, ese que declaró que la historia había terminado porque ahora todo el planeta sería, como los Estados Unidos, democrático y capitalista.
Es posible que de todo esto sean los rasgos caracterológicos de Caldera lo que más alimente la oposición a su figura. Por ejemplo, nadie objeta con la pasión conque el cargo de Andrés Caldera es objetado, que Henrique Salas Römer haya puesto a su hijo como sucesor y lo haya candidateado en una mini Convergencia carabobeña, fuera del cauce de COPEI. La patricia altivez de Caldera es, para unos cuantos, un revulsivo y, en el mejor de los casos, un handicap en un país que fue psíquicamente formado, desde 1945, en los ideales democráticos por el taller de alfarería del partido de Alfaro.
Sería craso error suponer que un juicio a Caldera encontraría inerme y sin argumentos a su defensa. Sería igualmente una equivocación mayúscula, sobre todo para COPEI, suponer que el destino de Rafael Caldera va a ser similar al de Carlos Andrés Pérez. Es comprensible que los deudos del paquete perecista tengan un interés, tan intenso como cerrado sea su luto, por borrar la raya de haber sido miembros del elenco salino-gortarista del último gobierno de Carlos Andrés Pérez. (El primer gobierno fue lópez-portillista). “Pero quienes antes no atentaron contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez carecen de toda autoridad moral para atentar ahora contra el gobierno de Rafael Caldera Rodríguez”. (referéndum, Vol. 1, Nº 6, 8 de agosto de 1994).
A estas alturas de su vida, Rafael Caldera se encuentra buscando, de nuevo, un sucesor. Hasta ahora tuvo dificultades con sus escogidos y delfines: Lorenzo Fernández, Eduardo Fernández, Oswaldo Álvarez Paz. Y esto pudiera ser una manifestación de algo que parece ser extraño fractal de la sociedad venezolana: las segundas generaciones que dilapidan lo que la primera hizo. José Joaquín González Gorrondona y el “Junior”; Iván y Maurits Lansberg; Eugenio Mendoza Goiticoa y Eugenio Antonio; Pedro Tinoco y Gustavo Gómez López; Hans Neumann y Philippe Erard. Hasta los mayores hijos de Caldera—Rafael Tomás y Juan José—parecen desinteresados en o incapaces de sucederle, puesto que es el menor de la prole quien pudiera tener el más prometedor futuro político.
Lo natural o, tal vez más propiamente, lo convencional, sería que COPEI fuese la madre que le gestase ese heredero, por más que fuere, a la larga, a diferenciarse del padre, como Alejandro de Filipo o Carlomagno de Pipino. Claro que si el COPEI burocrático de Donald Ramírez pretende más bien perseguir el espejismo de la unión antiadeca de su partido con el MAS y la Causa Radical, estaría perdiendo la oportunidad de consumar ese difícil matrimonio y, por tal expediente, no haría otra cosa que hacerle el juego a Acción Democrática. En efecto, no es que AD tenga miedo ni siquiera de un COPEI reconstituido—tal es el rescate de la autoestima adeca que Alfaro está logrando—pero no hay duda de que si Acción Democrática pudiera escoger, preferiría con mucho una confrontación en la que ella sería un polo indiviso ante un otro polo fragmentado.
Este año de 1996, que nos deparará más de una sorpresa, será también el que producirá las definiciones de cuestiones tales. De resto, y “por ahora”, no parece que cosas como el “movimiento” de Miguel Rodríguez puedan calzar los zapatos del Úslar anti status, el maestro campanero que estuvo a punto de lograr algo distinto en 1963.
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