Escribo esto con mucho retraso. Escribo, sin embargo, todavía anticipadamente. Cuando he podido sentarme a teclear ya es viernes, 4 de diciembre, por la tarde. No ha votado aún, entonces, el pueblo de Electores. Pero yo creo que todo el mundo sabe ya, y el primero que lo sabe es Henrique Salas Römer, experto interpretador de encuestas, que Hugo Chávez Frías es el nuevo Presidente de la República de Venezuela.
Esto la sabía Salas el mismo 8 de noviembre. De allí su cara de preocupación y su irritabilidad. Habrá que reconocerle a Salas, no obstante, un manejo muy inteligente de sus posibilidades, con un gran sentido del timing y la valerosa constancia de luchar hasta el final, aunque se supiera perdido. Pero hasta Datanálisis, la encuestadora que más le favoreció, le tenía como perdedor por unos quince puntos de diferencia. Con estos resultados es prácticamente imposible que Salas Römer pueda ahora liderar un futuro partido conservador en el que encontraría unos cuantos competidores. La estructura convergentoide del Proyecto Venezuela no es un trozo suficientemente grande como para dominar la próxima reagrupación de la derecha venezolana.
Ha ganado la izquierda nacional. Ha llegado Chávez, y sólo queda esperar que se parezca más a Mitterrand que a Castro. Su margen de maniobra económico es más bien estrecho. Acá no puede inventar demasiado. Y en lo político no es tampoco omnímodo, a menos que quiera intentar la dictadura. No podrá hacerlo.
Los casi dos meses que nos separan de su asunción efectiva al poder son cruciales para establecer, ante su esquema en su versión más cruda y beligerante, un curso más sereno y sensato. Es una enorme responsabilidad gobernar. Es una terrible responsabilidad entrometerse con la historia. Ante lo que está planteado, en todo caso, la actitud de fuga es necia y es cobarde. Ahora es cuando esto se pone bueno. Ahora es cuando hay que fajarse a trabajar.
Vienen nuevos actores al proscenio político. Y no son solamente los del polo “patriótico”, que de todas formas muchos de sus actuales miembros continúan siendo portadores de un viejo paradigma de Realpolitik.
Debí haber escrito esto ayer (jueves 3 de diciembre). Un cúmulo bien entreverado de asuntos que atender impidió mi puntualidad. Pero también la sensación de llenura que experimenté al leer, procedente de la Internet, el hermoso y potente texto de un ingeniero de petróleos venezolano. Después de leerlo sentí que era muy difícil superar su claridad y su fuerza, y tal vez creí que mi pluma sobraría. Es por eso que sólo pretendo hoy servir de anfitrión a sus palabras, que es bueno que lea mucha gente, sobre todo el Presidente electo.
Transcribo acá de seguidas el texto que Marco Antonio Suárez puso en la Internet el miércoles 2 de diciembre en horas de la tarde.
LEA
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Chávez habemus
Por Tony Suárez
Libero a mis amigos y a mi familia de todas las cosas que les he dicho sobre Hugo Chávez. Los dejo al libre albedrío de sus voluntades. Finalmente he comprendido que el 7 de diciembre tendremos que aceptar que el hombre de la verruga en la frente será el Presidente electo de Venezuela. Porque he comenzado a entender que la gente de mi país no está eligiendo a Chávez, está expresando un sentimiento que desde más adentro que el impacto de cualquier cuña electoral les dice a los usurpadores de la democracia y del tesoro nacional: basta.
Ha podido ser cualquiera, Chávez sólo cabalga sobre la cresta de la ola. Empezó siendo Irene, hasta que el vampiro COPEI se arrodilló a chuparle la inexperta sangre. Ha podido ser Salas, y realmente creí que pudiera haber sido Salas el estandarte del cambio pacífico, si ya no estuviese condenado al untarse sin querer queriendo de la bazofia adeca de la boca de Ixora y Morales Bello: le cuidaremos los votos.
Pero es Chávez, montado sobre una ola de genuina rabia y asco profundo, quien se ha convertido en el heraldo y en la patada de los que quieren decirle al patético y vergonzoso circo adeco: fuera; al fúnebre y tragicómico draculismo copeyano: fuera; al oportunismo voltiarepas masista: fuera. (Ya deben estar advertidos).
Bienvenido sea, entonces, Chávez presidente, desde lo más profundo de mis miedos y mis oscuras nubes que presagian tormenta. Y no es miedo a Chávez; el tipo se la ha ganado en buena lid en un debate donde la profundidad es escasa.
La nuestra es democracia coja hasta por ahí, nos guste o no. Anoche cuando lo veía en un programa de televisión internacional sus limitaciones se me hicieron escandalosamente evidentes, pero eso no importa ya. El problema de Venezuela es muy superior a Chávez en este fin de siglo tropical y deliafiallesco.
Es el mensaje que le mandamos al mundo de elegir al hombre de las nueve caras, The Economist dixit. Es el temblor de una economía frágil en un entorno universal también frágil. Es una señal caótica que emite un país proveedor de buena parte de la energía que mueve al planeta, commodity que andará de capa caída. Es caos dentro del caos global, que nos arrastra en una bajada de montaña rusa, a pesar de las buenas intenciones del presidente electo del 6D, que de seguro las tiene.
No lo culpo a él, ni a la gente que hoy lo ve como un mesías de las circunstancias de los años cuarenta. Pienso que en ese puntapié al mero coxis de AD y COPEI se nos van a ir también veinte años de reconstrucción nacional. No está mal. Somos un país de jóvenes. Pero tendremos que pagar el learning curve de Hugo Chávez y su equipo. Y nos va a salir costosísimo el adiestramiento.
II
Lo que he dicho arriba no quiere decir que yo me haya sumado a la corriente. No puedo votar por Chávez. Hago uso de mi muy democrático derecho a disentir. Por mucha arrechera que también tenga encima no pretendo lanzarme del trampolín sin saber si la piscina tiene agua, o por lo menos si hay piscina. No he visto en Chávez ni la intuición de saber gobernar esta complicación llamada Venezuela. No le he leído una frase coherente, sino efectista; no le he escuchado una propuesta sabia, sólo una denuncia hiperbólica llena de malabares. Lo cual no me impide ver que su triunfo es inminente y hasta posiblemente necesario. Creo que en su rabia represada los venezolanos estaremos tomando una decisión propia de ignorantes.
Y eso es válido. Hace unos cuarenta años, la educación primaria en Venezuela gozaba de estándares muy altos, que la calificaban como una de las mejores del continente. Hoy, en los albores del milenio, las cifras comparativas colocan a la educación venezolana a niveles del sub-Sahara, por encima apenas de países con condiciones paupérrimas del cuerno de África. ¿Qué nos pasó? En nuestro gran esfuerzo de masificar la educación y llevarla a todos los rincones, descuidamos la calidad y la preparación, nos interesó el volumen sin importarnos el producto. Los maestros pasaron de ser dignos representantes comunitarios a lamentables parias malhablados y llenos de carencias.
En cuarenta años la democracia venezolana ha preparado una generación completa de ignorantes, educados mediocremente, que leen y escriben su propia lengua mediocremente, mientras el chorro petrolero nos pasaba a todos por encima en cantidades encandilantes e iba a parar a bolsillos más que identificados, los mismos que de quienes hoy se rasgan las vestiduras. He aquí la combinación de la cual Hugo Chávez es producto: Venezuela está a punto de tomar una decisión marcada por la ignorancia innata de toda una generación estafada por nuestra versión de democracia.
Hay que aceptar la lección y aprender de ella. Somos un campanazo para América Latina, dicen las “imparciales” publicaciones globales. Ya una vez lo fuimos, y a lo mejor ése es nuestro papel en la historia. Nos toca vivir las consecuencias de ese campanazo, nos toca agarrarnos duro de los pasamanos de este vagón que nos lleva cuesta abajo con espeluznante vértigo.
Ya ni siquiera hace falta pensar en los culpables, que en su hirsuto afán de aferrarse a cualquier tipo de poder no se detienen a pensar que están frente a lo que crearon, y que lo mejor es encararlo con una dignidad que desconocen. Ojalá que entre la miríada de interrogantes que Chávez se niega a responder con algún dejo de claridad esté escondida en alguna parte una declaración de emergencia de la educación venezolana. Si alguno, ése debe ser su legado.
Porque una vez electo, no son cinco, ni diez, son veinte años antes de que volvamos a ver luz. Y mientras tanto una nueva generación podrá educarse para que estos resbalones históricos no vuelvan a suceder. Para que la retórica superficial y sabanera no vuelva a ser protagonista. Para que los adornos baratos del lenguaje no sustituyan la discusión seria.
Por lo pronto, Chávez habemus, con todo y verruga. Es nuestra manera particular de recibir el siglo XXI. Por ahora.
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