por Luis Enrique Alcalá | May 14, 2001 | Artículos, Política |
La intensa lluvia del martes 8 de mayo, comenzada a media mañana, produjo un extraño fenómeno de racionalidad exacerbada en al menos la zona de Sebucán, Sta. Eduvigis, Los Palos Grandes, Altamira y La Castellana de Caracas. A una hora normalmente terrible, la hora del transporte escolar de mediodía, el tráfico se mostraba relativamente fluido, los conductores se daban paso unos a otros y se escuchó una sola voz de corneta automotriz no repetida, mientras yo buscaba y traía escolares atravesando dos veces las urbanizaciones mencionadas.
Era como si la intensidad del agua, sobre conciencias asumidas por recuerdos de inundación y piedra, lodo y arena, sobre conciencias que ya saben evaluar instantáneamente magnitudes hidrodinámicas, hubiera rescatado ese espíritu de solidaridad que tiende a manifestarse como consecuencia de las calamidades, y hubiera disuadido la salida a la calle de transeúntes y transportes no imprescindibles.
Tiempo de catástrofes
La teoría de catástrofes es una creación relativamente reciente de la ciencia. No hace mucho tiempo desde que Per Bak y su grupo de colaboradores del Centro de Investigaciones Thomas Watson de IBM registrara lo que pasaba en un modelo a escala de avalanchas orográficas. Con un aparato tan sensible que era capaz de hacer caer arena grano por grano sobre una superficie circular, observaban la formación de colinas con una determinada “pendiente crítica”, a partir de la cual la caída de un solo grano de arena podía provocar avalanchas. Largos períodos de observación documentaron la regularidad de una distribución con sentido intuitivamente previsible: que una secuencia larga de granos de arena cayendo sobre la colina genera un buen número de pequeños aludes; que en menor medida ocurren aludes de mediano tamaño; que son posibles avalanchas de gran talla, aunque muy poco frecuentes. Y, dicho sea de paso, que no se observa hasta ahora ninguna avalancha que desmorone la colina íntegra.
Los grupos humanos, como los ríos y las montañas, como la población de huracanes y la de terremotos, también son asiento de episodios caóticos de pequeña, mediana y gran magnitud. Y también pueden ser expuestos a tensiones que agraven la intensidad de esos episodios. Si a un estadio en Ghana se le cierran las puertas mientras se suscita en él un arranque de desorden, y si al enjambre de espectadores se le acomete con gases lacrimógenos y ruido de explosiones, hay que contar conque el resultado no será una trifulca entre una media docena de fanáticos, sino una estampida con saldo de centenares de muertos y heridos. Por cierto, el último incidente de Ghana es el sexto que se registra en la zona en tiempos recientes. Algo pareciera causar el aumento de los desórdenes en patrones endémicos: pareciera siempre haber conflictos en el Oriente Cercano, en los Balcanes, en Colombia. Como los forúnculos.
Cuando los precios del petróleo subieron hacia el tercer trimestre del año pasado, una protesta de camioneros franceses prendió la mecha de una eclosión que se extendió por España, los Países Bajos, Italia, Nueva Zelanda y pare de contar. (Por cierto, no era una protesta contra la OPEP, sino como esta misma organización advirtiera, contra el nivel impositivo que los gobiernos de países consumidores aplican al gasto de energía). Los enjambres humanos, que a diferencia de las piedras y las arenas cuentan con un creciente grado de intercomunicación, están gradualmente adquiriendo la capacidad de catastrofizar a escala transnacional. No es solamente el comercio lo que se globaliza: también el alcance de la conflictividad social. No está lejos el día de un 27F a escala subcontinental o intercontinental.
Avestruces académicas
Estas cosas parecen ignorarlas analistas de éxito e ingresos profesionales considerables. Gente como Moisés Naím, cuyo más reciente “estudio”—en inglés, naturalmente, con el título The Venezuelan Story: revisiting the conventional wisdom–—se distribuye ahora por selectos lotes de direcciones electrónicas. Naím vuelve a exhibir una notable capacidad de confusión entre la dimensión de la síntesis y aquella de la simpleza, para rechazar la interpretación de Chávez como “evidencia de la fermentación de una reacción contra la globalización, el capitalismo al estilo estadounidense, la corrupción y la pobreza”.
El propio Naím indica que su explicación de las cosas es contraria a esa lectura, a pesar de que “por la mayor parte, la situación de Venezuela es citada como una señal temprana de alerta sobre una reacción planetaria contra las ideas políticas, las políticas económicas y las relaciones internacionales que dominaron los años 90, esto es, la democracia liberal, las reformas de mercado y la globalización”.
En ninguna parte de su documento de 41 páginas Naím se refiere a los múltiples otros signos de molestia planetaria contra, precisamente, ese “Consenso de Washington” cuyo descrédito prefiere ignorar. No menciona para nada, por poner un caso, que desde hace ya un tiempo a esta parte, cada reunión internacional relacionada con esa manera de entender la globalización, es objeto de significativas manifestaciones de protesta. (Las que se conoce, por cierto, que no son organizadas por el MVR).
La superficialidad de la tesis de fondo naimista se pone en evidencia en simplistas afirmaciones como ésta: “…la desaparición del sistema de partidos que dominó la política venezolana por más de cuatro décadas no fue un súbito colapso al estilo soviético que resultara de una excesiva concentración de poder en manos de una pequeña clique de políticos. Más bien ocurrió como consecuencia de la descentralización del poder político y económico que comenzó a fines de los 80”.
Y no es que Naím carezca de razón en todo lo que dice, o que no sea fácil establecer conexión entre dos hechos simples cualesquiera de la reciente historia venezolana. Por lo contrario, como Naím cita con profusión un número de hechos incontestables, adquiere por ese procedimiento la falaz apariencia de científico social cuando fabrica sus tendenciosos enlaces factuales.
Todo esta bien, nos dice Moisés Naím. Chávez no es sino un incidente anómalo aislado. No viene ningún terremoto, no vendrá ninguna avalancha, sino tal vez solamente en Venezuela, donde ahora impera la barbarie. No hay descontento contra las prescripciones de gente como él mismo. Política homeopática: para curar a los pobres es preciso hundirlos más en la pobreza, siempre pedirles más sufrimiento, más “ajustes”.
La única manera de explicar cómo un gobernante tan obviamente dañino e incompetente como Chávez ha prevalecido últimamente, es precisamente reconocer que su irracionalidad y su iracundia se asientan sobre muy reales substratos.
La globalización es un proceso que, gracias a Dios y a su ingeniería de la complejidad del mundo, es bastante más rico que la casi estrictamente económica globalización de Naím y gente como él. El mundo construye, ciertamente, una economía que incluye—no es el único—un nivel planetario. Pero también construye un cerebro y una cultura del mundo, una polis del mundo. Mientras esa polis no adquiera las inéditas instituciones que pudieran satisfacerla mejor, la potencia de la protesta planetaria jugará un papel cada vez mayor. No, profesor Naím, no vienen todavía los tiempos tranquilos.
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por Luis Enrique Alcalá | Abr 25, 2001 | Artículos, Política |
“La democracia participativa está revolucionando la política local en América y borbotea hacia arriba para cambiar también la dirección del gobierno nacional. Los años 70 marcaron el comienzo de la era participativa en política, con un crecimiento sin precedentes en el empleo de iniciativas y referenda… Políticamente, estamos en un proceso de desplazamiento masivo de una democracia representativa a una democracia participativa… El hecho es que hemos superado la utilidad histórica de la democracia representativa y todos sentimos intuitivamente que es obsoleta… Esta muerte de la democracia representativa también significa el fin del sistema de partidos tradicionales”.
El texto precedente no es de Hugo Chávez Frías. Tampoco lo es de ningún ideólogo del Movimiento Quinta República o de algún ministro del gobierno venezolano actual. Las palabras citadas han sido extraídas de la edición de 1984 del libro Megatendencias, bestseller de un gurú de la futurología, consentido de los gerentes de la globalización, y muy exitoso y próspero vendedor de libros, cursos y conferencias: el muy norteamericano y estadounidense John Naisbitt, el que, por cierto, no ha dejado de venir al país invitado por organizaciones empresariales locales. Más aún, el país al que Naisbitt se está refiriendo con ese usurpado cognomento de “América”, es nada menos que su propio país, los Estados Unidos.
Pero basta que al llanero Chávez se le ocurra solicitar que la Declaración de Québec vaya más allá de la consabida frase laudatoria de la democracia representativa, y que ninguno de los mandatarios asistentes a esa reciente Cumbre de las Américas le acompañara, para que un buen número de analistas cope los espacios nacionales de opinión para declararlo solitario y asegurar que con tal actitud Venezuela queda aislada en el concierto de las naciones del continente.
El pez muere por…
Chávez tiene, entre muchos, un problema constante: el del prejuicio en su contra que ha logrado construir él mismo diligentemente, gracias a sus reiteradas manifestaciones de malacrianza y agresividad. Es un problema que me complaceré en denominar el “efecto Radhakrishnan”. Resulta que por allá por los fines de los cincuenta o comienzos de los sesenta, el autor hindú Sri Radhakrishnan escribía un librito titulado Kalki o el futuro de la civilización, en el que hacía un análisis comparado de los valores occidentales y orientales, para predecir, al final, una fusión de ambas culturas en el largo plazo.
Cuando hacía el análisis de los valores de la civilización occidental, nuestro hindú tomó el caso de las famosas convenciones de Ginebra que regulan el uso lícito de armas en la guerra, para destacar que era muy bien visto despaturrar el cráneo de un enemigo con una granada o ametralladora, así como arrasar un poblado con el empleo de bombas incendiarias. En cambio es visto como del todo incivil y grosero, como diría Carreño, proceder a la exterminación de combatientes mediante un bombardeo con gases venenosos. El comentario de Radhakrishnan a esta sutil distinción fue el siguiente: “Eso equivale a criticar al lobo, no porque se coma al cordero, sino porque se lo come sin cubiertos”.
Si uno se pone a ver, la frase “constitución moribunda”, que tanto nos alarmó por lo inoportuna e irrespetuosa que fue en boca de Chávez en el solemne acto de su primera toma de posesión, es menos radical que la de “muerte de la democracia representativa”, que Naisbitt emitiera, con el aplauso de sus muchos admiradores, hace ya diecisiete años.
Chávez, pues, no come con cubiertos. Ya es tiempo de que nos percatemos de ese extraño fenómeno y aprendamos a descontarlo del contenido mismo de sus aseveraciones.
Tomemos por caso el siguiente texto: “El régimen latifundista es contrario al interés social. La ley dispondrá lo conducente a su eliminación, y establecerá normas encaminadas a dotar de tierra a los campesinos y trabajadores rurales que carezcan de ella, así como a proveerlos de los medios necesarios para hacerla producir”. Parece un postulado programático de la “Quinta República”, ¿no es así? Pues no, el entrecomillado contiene íntegramente la redacción del Artículo 105 de la Constitución de 1961, la constitución de Betancourt y Caldera, la moribunda muerta, por decirlo así.
Ah, pero si Chávez la emprende contra el latifundio, el aderezo que él le pone de temblores de oligarcas y otras yerbas, produce una ensalada intragable para quienes ahora le vislumbran como el Llanero Solitario de Québec. Acá hay, por supuesto, una lección para Chávez: que su eficacia política se ve reducida por su irresistible concupiscencia verbal. Debe aprender, por tanto y si le es posible, que la función presidencial no se identifica con la esencia de una sustancia irritante, so pena de aislarse por aquello de los cubiertos. ¿Podrá María Isabel, con la excusa de enseñar a Rosa Inés el arte del buen comer, instruir a Chávez en el uso del cuchillo y el tenedor?
Chávez el moderno
Volviendo al fondo del asunto, Chávez tiene razón. O por lo menos, Naisbitt sostendría que la tiene. Oigámoslo de nuevo, refiriéndose, igualmente, a la patria de Mr. Bush: “Hemos creado un sistema representativo hace doscientos años, cuando ésa era la manera práctica de organizar una democracia. La participación ciudadana directa simplemente no era factible… Pero sobrevino la revolución en las comunicaciones y con ella un electorado extremadamente bien educado. Hoy en día, con una información compartida instantáneamente, sabemos tanto acerca de lo que está pasando como nuestros representantes y lo sabemos tan rápidamente como ellos”.
Las ideas de Naisbitt no dejan lugar a equívocos, y vale la pena recordar que fueron escritas bastante antes de la explosión de posibilidades abiertas por la Internet, que durante la última década ha comenzado la construcción, cada vez más acelerada, de la mente del mundo.
No es timbre de ningún orgullo para Fox, para Pastrana, para Cardoso o para Bush, el haber rechazado la sugerencia chavecista de incluir en la redacción de Québec, el corazón mismo del separatismo canadiense, el concepto de democracia participativa como meta deseable para los pueblos de América. Chávez, que tanto tiene de trasnochado y anacrónico, esta vez se les fue por delante. En este caso los reaccionarios son ellos, los atrasados son ellos; el futurista es Chávez, el correcto es Chávez.
Y es que la muy moderna teoría de los sistemas complejos, y su hermana la teoría del caos, ofrecen ahora el más sólido de los fundamentos a la bondad de una democracia participativa. No creo que Hugo Chávez tenga ideas claras acerca de tales exquisiteces teóricas, pero lo cierto es que los sistemas complejos, tales como los de una sociedad complejamente entrelazada por múltiples y constantes nexos de comunicación, exhiben “propiedades emergentes”, comportamientos que son indeducibles de la calidad de sus componentes. Esto es, que aunque en una población dada, muchos de sus componentes no estén bien educados, el conjunto será capaz de rendir decisiones eficaces. Esto por lo que respecta a quienes creen que su voto personal contiene mayor calidad que el de la mayoría de sus compatriotas.
No digo nada respecto de las reservas de Chávez respecto de la fecha de entrada en vigencia de los convenios de libre comercio. Creo como él, eso sí, en que lo que hace tiempo hemos debido establecer es una entidad política multinacional al sur de los Estados Unidos. Para mí que un ámbito como el latinoamericano y caribeño es desmedido. Creo que lo que tiene sentido es el condominio político y ecológico suramericano, el continente de mayor espectro de latitudes, el que produce la mitad del oxígeno del planeta.
Pero eso es harina de otro costal. En cuanto a la Declaración de Québec, pienso que es un honor para nosotros que el único mandatario que se haya atrevido a defender la noción de democracia participativa haya sido el Presidente de Venezuela. Que se fue después de Québec, traviesamente, a la localidad de Hickory, en Carolina del Norte, para elogiar, in situ, sus procesos de democracia participativa.
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