Cartas

En 1974 moría el ingeniero civil brasileño Júlio César de Mello e Souza, insigne pedagogo matemático. Bajo ese nombre, sin embargo, era conocido sólo por los círculos de amigos y colegas universitarios. En cambio, por el seudónimo de Malba Tahan que asignaba a un presunto escritor árabe—de Mello se empeñó en construir una detallada biografía del mítico autor—fue conocido por millones de lectores. Como Malba Tahan escribió «A la sombra del arco iris», «Cuentos del desierto» y la inmortal obra «El hombre que calculaba».

En este libro, vendido por millones en el mundo entero, se relata la vida de un calculista árabe que respondía al nombre de Beremís Samir, cuya fama fue creciendo a medida que resolvía magistralmente problemas que la gente le planteaba. Su prestigio llegó, finalmente, a los oídos del Califa, quien le invitó a su palacio para someterlo a las pruebas que formularon los más grandes sabios del reino. La última de éstas fue la más difícil.

Se presentó a Beremís un grupo de cinco esclavas con el rostro cubierto por un velo y se le dijo que algunas tenían los ojos negros y otras los tenían azules, y que las de ojos negros siempre decían la verdad, mientras las de los ojos azules siempre mentían. Beremís Samir debía decir exactamente cuál era el color de los invisibles ojos de cada una de las esclavas, pudiendo hacer sólo tres preguntas a las veladas mujeres.

El calculista se aproximó a la primera de las esclavas y preguntó: «¿De qué color son tus ojos?» Una exclamación de horror cundió por la atestada sala del palacio donde se celebraba la prueba, pues la esclava contestó en chino. Todos pensaron que Beremís estaba destinado a fracasar en esta última y más importante de las pruebas, pues habría desperdiciado ya una de las escasas y valiosísimas preguntas.

La narración indica que el protagonista, por lo contrario, aprovechó la «equivocación» y la usó para dilucidar el difícil acertijo. (Por un lado, Malba Tahan asegura que Beremís conocía el chino; por el otro, y aparentando estar desconcertado por la respuesta, el astuto calculista preguntó a la segunda de las esclavas, como en busca de aclaratoria: «¿Qué fue lo que dijo tu compañera?» En realidad, sólo podía haber sido una respuesta: «Tengo los ojos negros», pues si en verdad los tenía de ese color diría la verdad y si, en cambio, tenía los ojos azules, mentiría y entonces también diría que los tenía negros).

Es así como el ilustre calculista aprovechó un aparente error para reponerse y salir, finalmente, airoso de una prueba diseñada para derrotarlo.

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El Consejo Nacional Electoral se apresta para rechazar por inválida la solicitud de referendo revocatorio del mandato presidencial que fuera refrendada por un poco menos de tres millones de electores el pasado 2 de febrero. En justificación de su decisión estipulará las reglas para una solicitud válida.

Como le aconteciera a Beremís, esta respuesta en chino del CNE será, sin duda, lo mejor que puede pasarle a la oposición venezolana, pues un segundo firmazo sabrá atenerse estrictamente a las estipulaciones emanadas de las autoridades electorales, y esta vez no habrá forma de invalidar la solicitud. Con sus exigencias procedimentales para el referendo revocatorio, Chávez Frías continúa dando vueltas a la soga que él mismo se ha puesto al cuello; complaceremos esas exigencias en exceso.

Las investigaciones de Greenberg, Quinlan, Rosner Research arrojan los siguientes resultados: 91% de quienes dijeron haber firmado por el revocatorio asegura que volvería a hacerlo en todo caso pero, además, un 46% de quienes no firmaron en esa ocasión indica que lo haría ahora en una segunda oportunidad. En consecuencia, un segundo firmazo debe concitar un número abrumador de firmas y sería de hecho un referendo anticipado: el verdadero referendo vendría siendo casi un mero trámite formal.

Es bueno que la oposición enmiende sus errores. El firmazo del 2 de febrero, se recordará, fue un increíble ejercicio ciudadano y un estupendo esfuerzo de la Asociación Civil Súmate, pero su foco no estuvo claro, ni concentrado en el único objetivo del revocatorio presidencial. Convocado a raíz de que el referendo consultivo—previsto para el mismo 2 de febrero—fuese detenido por decisión administrativa del Tribunal Supremo de Justicia, contó con no más de tres semanas de preparación—lo que habla muy bien de la eficiencia de Súmate—y se trató en realidad de un «combo» de muy variadas opciones, no de una convocatoria única a revocar el mandato de Hugo Chávez.

Ahora tendremos, por tanto, la posibilidad de volver a hacer la tarea o, si se quiere, de ir a examen de reparación. Tenemos que sacar una nota de 20 en esta ocasión. Todo está dispuesto para que éste sea el resultado, y por fortuna contamos con la muy seria y valiente organización de Súmate para un nuevo firmazo. A la tercera va la vencida: luego de la frustración del consultivo frenado y de la inminente declaración de invalidez sobre el firmazo del 2 de febrero, el tercer intento tendrá éxito y de paso servirá para recalentar la presencia de una mayoritaria oposición en la calle.

Pero como tendremos éxito en solicitar el revocatorio, como éste se celebrará, y como el resultado ineludible será la revocación del mandato, un nuevo y acuciante problema deberá ser resuelto y, de nuevo, Súmate será la pieza clave de la solución. Revocado el mandato de Chávez antes del 19 de agosto de 2004, tendremos que elegir un nuevo presidente en un lapso no mayor de treinta días posteriores a la falta absoluta del Presidente.

Esta elección determinará quién, entre los ciudadanos postulados, deberá completar el período que concluye el 19 de agosto de 2006. Se trata, por consiguiente, de un lapso breve y extraordinario, conformado por los hechos con el carácter de un período de transición.

Un amplio consenso ciudadano a este respecto se encuentra en construcción: además de los obvios rasgos de un perfil ideal—capacidad, honestidad, etcétera—los venezolanos estamos exigiendo que el presidente de la transición sea una persona sin ataduras partidistas—independiente, outsider—que no pretenda reelegirse en las elecciones de 2006, que sea un candidato único, que venga determinado por las bases y no por un cogollo, ni siquiera impuesto por el ampliado conciliábulo de una atribulada y dividida Coordinadora Democrática.

Que sea independiente y que no pretenda reelegirse son condiciones harto razonables que se exigen a quien requerirá el mayor apoyo posible durante el difícil lapso de la transición. Que sea único conviene en unas elecciones a las que tal vez podría presentarse el mismo Chávez, que aun disminuido pudiera ganar en un escenario de múltiples candidatos de oposición. (Iván Rincón Urdaneta, luego del extraño caso de la supuesta alteración de una sentencia que invalidaría la candidatura de un Chávez revocado, ha observado que la Constitución invalida explícitamente a los diputados a quienes se les revocara su condición, no así en el caso del Presidente o los ejecutivos estadales y municipales. Dicho sea de paso, este adelantamiento de opinión sobre cosa en teoría no juzgada, debiera conllevar la inhibición de Rincón Urdaneta en el punto, o su recusación por el mismo hecho).

Que el candidato sea seleccionado por los ciudadanos, y no por una cúpula negociadora, es una condición que aseguraría el triunfo y la sintonía de los electores con esa candidatura. Sería un contrasentido que en una época en la que la participación ciudadana se ha exacerbado, en la que grandes sacrificios le han sido exigidos a la ciudadanía, viniera a determinarse un candidato único en forma cerrada, en transacciones indecibles y a espaldas del pueblo.

Este problema tiene una sola solución: la celebración de elecciones primarias para la determinación del candidato. Es este objetivo uno en el que la ciudadanía debe centrar sus reclamos y exigencias sobre una dirigencia opositora que, por razones discutibles o legítimas, está constitucionalmente impedida de producir una solución conveniente.

Y esas primarias deberán ser lo suficientemente abiertas a la participación de actores sin aparato partidista. Que se presente a los electores una gama amplia para la escogencia; que se permita la emergencia de actores no convencionales.

A la cesación de Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato la constitución de entonces estipulaba que el Congreso tendría que escoger al sucesor. La elección de segundo grado era el procedimiento pautado, y así los congresistas de entonces eligieron a Ramón J. Velásquez. Hoy las condiciones son distintas: la Constitución ordena que sea el pueblo, en elección directa, universal y secreta, quien determine al sucesor. En consonancia con esta disposición, nada asegurará mejor las probabilidades de una transición exitosa que unas elecciones primarias para determinar el candidato de consenso.

Y allí está Súmate, lista, técnicamente suficiente, claramente imparcial, para organizar esas primarias. Después del segundo y último firmazo, ésa será la tarea que le tocará realizar. A Súmate, todo nuestro apoyo.

LEA

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