Cartas

De forma parecida a los comienzos del año pasado, cuando quien ahora ocupa la Presidencia de la República indicaba que los venezolanos no teníamos nada que celebrar el 23 de enero, ahora desbarra asegurando que la fecha del 12 de octubre no debe entenderse en la manera inclusiva y feliz que es tradicional, sino como aniversario del comienzo de un genocidio que se habría extendido por cinco siglos.

La lectura de Chávez encuentra eco en Bolivia: Evo Morales, el líder izquierdista que contribuyó a la estrepitosa salida de Sánchez de Losada, ha declarado con enfoque algo más práctico-financiero que está pensando en una megademanda contra el gobierno de Aznar por medio milenio de daños y perjuicios. Algo así como si a Juan Pablo II se presentase algún israelita para reclamar el pago de la cuenta de La Última Cena.

Uno tiende a pensar en aquel chiste sobre los efectos tardíos de la Guerra de Independencia: un grandote entra súbitamente en un bar y, sin mediar palabra, la emprende a golpes contra el español dueño del establecimiento, de quien hasta hace nada era amigo y a quien deja muy mal parado. Uno de sus compañeros de tragos le reclama: «¡Pero chico! ¿Qué te ha hecho el pobre José?» Y el agresor responde: «Bueno, ¿y es que tú no sabes que los españoles mataron a miles de venezolanos, violaron mujeres y torturaron?» «¡Pero eso fue hace siglo y medio!» «Sí—contesta el violento—pero tienes que comprender que yo me enteré hace media hora».

¿Qué pasaría si Aznar instruyese a los abogados del gobierno español para que presentaran querella contra la comunidad árabe por compensaciones que cubran la explotación de España a manos de los moros? ¿No debiera Inglaterra demandar a Berlusconi porque los romanos pisotearon suelo de Albión? ¿O a los noruegos que destruyeron el monasterio de Lindisfarne en el año 793 de nuestra era? ¿No querrán los nórdicos, a cambio, exigir a los ingleses el pago de honorarios profesionales por la fundación de Dublín?

Por lo menos hay de estas últimas cosas registro, como lo hay, por supuesto, del proceso de conquista y poblamiento de América desde que Colón llegara por estas tierras. De lo que no hay memoria escrita, porque los indígenas con los que Chávez se emparenta no sabían escribir (el Plan Robinson no había sido inventado todavía), es de las tropelías que los caribes cometieron contra los arawakos, de las que hayan podido ser responsables los incas en desfavor de algún araucano o guaraní, ni sabemos la cuenta exacta de los corazones arrancados por sacerdotes aztecas de sus vivas víctimas propiciatorias.

La historia de Chávez guarda parentesco con la postura del extinto Víctor Raúl Haya de La Torre, fundador del partido APRA en Perú, muy amigo de Rómulo Betancourt, odiado por Chávez. Haya de La Torre se negaba a decir «Latinoamérica», con mucha mayor energía rechazaba el término «Hispanoamérica», y prefería hablar de «Indoamérica». Los indios al poder, pues.

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La «hipótesis de Sapir-Whorf» en el campo lingüístico sugiere que los lenguajes imponen, por decirlo así, una metafísica sobre sus parlantes. Es decir, por el mero hecho de hablar español—más propiamente, castellano—pensamos en alguna forma diferente de cómo piensa el inglés o el bantú. Por ejemplo, en castellano diferenciamos con facilidad entre las nociones de «ser» y de «estar». Los pobres angloparlantes están impedidos de ese pensamiento, pues con «to be» están condenados a decir ambas cosas de una vez, de modo indisoluble. Uno no piensa «en chino», sino que «piensa chino».

Esto es: incluso para decir barrabasadas Evo Morales y Hugo Chávez emplean el español, piensan en español, piensan español. Si fuesen lógicamente consistentes Morales debiera amenazar en quechua y Chávez despotricar en pemón. Debieran negar sus nombres, pues Morales no es apellido inca ni Chávez es caribe. Debieran resistir los micrófonos y las cámaras, puesto que son de marca Sennheiser o Ikegami, en lugar de modelos Paramaconi XC o Atahualpa Special Edition.

Si al encuentro de la civilización occidental con una miríada de tribus por su mayor parte dispersas y enemistadas entre sí, éstas «aportaron» un continente físico que de todos modos les quedaba grande, los españoles en Hispanoamérica contribuyeron precisamente con eso, con civilización. No hay manera de que Chávez siquiera formule una sola idea si no es a partir de los hechos de Losada o Garci González de Silva.

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El problema es que el discursito falaz y demagógico de Chávez y Morales es harto peligroso, porque provee un marco conceptual desde el que las más estrafalarias conclusiones y los más errados criterios son posibles, y su mensaje se riega por un área que incluye, por ejemplo, los territorios habitados por la guerrilla colombiana.

Naturalmente, en la cosmogonía Morales-Chávez los aborígenes del continente eran seres angélicos, intocados por la maldad que, como viruela, trajeron los españoles. ¿Cuántas muertes, cuántos genocidios conoció nuestro condominio continental antes de que a la Reina Isabel se le ocurriera financiar con sus joyas la atrevida aventura de Colón? La palabra makiritare significa sencillamente «hombre», por lo que estaba implicado que ninguna otra tribu era humana. Por eso los maquiritare decían waika o «infrahumano» a los yanomami, a quienes procuraron exterminar. Sostener que España vino a fregar la existencia a un idílico universo de hombres buenos y felices es una colosal tontería, pues antes del Descubrimiento estas tierras vieron la sangre que los humanos sabemos verter en toda latitud y toda época.

Ahora Bolivia ha firmado con Evo Morales, el implacable cobrador de siglos, un pagaré a noventa días, que es el plazo que el líder indigenista ha concedido al gobierno de su país para que haga lo que él quiere. Por las primeras declaraciones del nuevo presidente Mesa pudiera pensarse que tal vez Bolivia represente el regreso del péndulo de la barbarie a la civilización. En su primera alocución arrancó los más nutridos aplausos de las bancadas partidistas del congreso boliviano al anunciar que compondría su gabinete prescindiendo de los partidos, con puros independientes. Expuso que su gobierno debiera ser entendido como transición breve, mostrándose dispuesto a convocar elecciones para fecha anterior a la conclusión del período que le toca. Remitió al referendo popular cuestiones de economía del Estado que han dividido a la población. Y no dejó de advertir que el Estado boliviano no puede satisfacer todas las necesidades que la población exprese.

Por esto hay que apostar al éxito de Mesa. Aquí en Venezuela todavía hace falta algo que la oposición institucionalizada se ha mostrado incapaz de hacer: superponer al marco conceptual chavista uno de nivel y calidad superiores. Nuestra oposición ostensible acusa a Chávez, pero no le refuta.

Los medios de comunicación del país debieran ofrecer espacio a un ejercicio argumental diferente al del mero discurso opositor. Y a quienes sean capaces de formularlo y decirlo. LEA

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