Cartas

Parece ser que nuestros historiadores del futuro entenderán nuestra evolución como un proceso de enorme complejidad, de causación riquísima, de variedad que escapa a fórmulas explicativas simples. La política ya no será reducible a ciertas máximas tajantes, que además son muchas veces lógicamente falsas o incompletas.

Tomemos el caso de otra instancia presidencial de «mano segura no se tranca». Como receta no puede ser más difundida en el mundo del dominó, y Hugo Chávez volvió a usarla ahora para referirse a cómo se siente ante el eventual referendo revocatorio.

La receta es falsa, como sabe cualquier buen jugador de dominó. El objetivo del juego es el de obtener en cada mano ganadora el mayor número posible de puntos (y perder el menor posible en una mano perdedora), de modo que si se tiene una tranca segura debe trancarse, aunque no trancando se gane con seguridad, pues así se evita que algunos puntos puedan escapar. Así que Chávez debiera trancar. Una de dos: o Chávez es un mal jugador de dominó o no está seguro.

Pero esto no es el problema fundamental de la política de máximas: el punto es que la realidad social es demasiada compleja como para explicarla o manejarla por máximas o recetarios dogmáticos y elementales.

Una de las recetas más persistentes, favorita entre quienes pretenden ser entendidos como los más valientes patriotas que Venezuela haya tenido, se presenta en varias versiones. Una de las más vulgares reza: «no debemos pisarnos la manguera entre bomberos».

Se trata del rechazo que en ciertas cabezas encuentra cualquier crítica que se haga, por ejemplo, a la Coordinadora Democrática, al Bloque Democrático, a los militares de Altamira, a la Gente del Petróleo. «No debemos atacarnos entre nosotros mismos».

En la mayoría de los casos la prescripción parece contener una gran dosis de sentido común. Si hay base para presumir que la desunión puede conducir a la derrota, entonces parece suicida e irresponsable la crítica de «nosotros mismos». Tan claro como el récipe de no trancar una mano segura.

Pero ¿qué pasa si lo que se critica es precisamente la aparente sabiduría de una estrategia estúpida? En retrospectiva ¿no hubiera sido mejor que la crítica a la idea del paro de hace un año se hubiera dejado sentir con más fuerza, si hubiera terminado por imponerse?

En cambio, quienes se opusieron a tan demencial estrategia—excusa petrolera: «Chávez quería fregarnos en año y medio; nosotros le obligamos a quitarse la carreta y derrotarnos en tres meses»—fueron tenidos por poco menos que traidores o cobardes, aun cuando a pesar de su crítica sumaran su concurso final a una aventura que sabían condenada al fracaso.

Hay quienes, no obstante, emplean la excusa de la manguera para otra cosa distinta que preservar una unidad que no resiste la revisión: la usan para tapar su incompetencia. «Lo que tenemos es malo, tal vez lleno de defectos, pero es lo que tenemos».

No reaccionan como debiera hacerlo la gente responsable: «¿Encontraron un defecto? Gracias por decírnoslo. Vamos a corregirlo». Y entonces la condenación se proyecta de quien lo hace mal a quien se lo señala.

Otra receta elemental de la «política práctica», en buena medida de la misma clase que el pretexto anterior, es la sentencia que estipula: «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Sirve de refugio a los saltadores de talanquera, por ejemplo.

Y no es que el cielo no se alegre más por un pecador que se arrepiente que por cien justos. No se trata de esto. En verdad, congelar a alguien en su pasado es un grave atentado a su libertad, pues no puede a nadie prohibírsele que cambie para bien.

Eso es una cosa y otra muy distinta reconocer como gente tan clara y acertada que se les puede permitir guiarnos a quienes sostuvieron el error por mucho tiempo. Que vengan como soldados, con la humildad que debiera conferirles la conciencia de su reciente error. No es un mérito enmendar un error: es una obligación. Quienes hasta hace nada sostuvieron a Chávez y ahora entienden que estaban equivocados, están moralmente obligados a poner más denuedo que quien le adversó siempre, y no deben reivindicar título alguno a generalatos destacados.

La política de inclusión, por otra parte, no puede significar impunidad.

Ahora que quedará activada la convocatoria al referendo revocatorio presidencial debiéramos asegurarnos de ganarlo. No es hora, por tanto, de repetir errores costosísimos. Debiera abrirse el espacio, entonces, para la consideración de varias posibles estrategias ganadoras, para escoger la mejor y más segura. No es el momento de aceptar sin más que la estrategia por la que pueda optar, digamos, la Coordinadora Democrática, o su novísimo «G5», debe ser la escogida, por aquello de que no debemos atacarnos «nosotros mismos».

Habrá que reconocer y saludar todo el esfuerzo que los principales factores de la Coordinadora habrán dedicado a la recolección de las firmas, pero tal cosa no equivale a merecer prebendas o acatamientos, pues se trató de su deber. Habrá que agradecer inmensamente su trabajo, y felicitarlos. Pero el referendo revocatorio es remedio genérico; no está patentado por Pfizer, por Lilly o por la Coordinadora Democrática. El referendo revocatorio es una prerrogativa de los ciudadanos.

Tampoco habrá de rechazarse sus proposiciones, por otra parte, si son capaces de formular una buena estrategia ante el referendo que ahora se convoca. La Coordinadora tiene todo el derecho del mundo al acierto. Tanto, como el deber de la apertura a la crítica y las proposiciones alternativas.

Por ejemplo, hay quienes, importantes dirigentes de la Coordinadora, han dicho que las primarias para escoger un candidato unitario a la presidencia «de transición» pudieran realizarse junto con el referendo revocatorio mismo, y aducen que en California se hacen revocaciones y elecciones en un mismo acto.

Pero ¿se creerá que los Electores quedarían bien servidos si se deja para última hora—el Artículo 233 obliga a elecciones presidenciales en un lapso de treinta días a partir de la revocación—el examen de posibles candidatos?

Al día siguiente de la certeza de la suficiencia de nuestras firmas, la Coordinadora Democrática debiera acometer la definición de las elecciones primarias que han venido mencionándose en su seno. Esto no debe diferirse demasiado, menos ante un gobierno en campaña, que ha cazado la batalla del revocatorio. Veremos entonces cuan democrática sería la solución de una Coordinadora de ese mismo nombre. Cuán abiertas serían verdaderamente esas primarias.

LEA

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