No hay leyes para Hugo Chávez. No hay normas para él. A pesar de mencionarlas a cada rato, a pesar de que su acusación fundamental contra los que dice son sus enemigos es que violan las leyes que él mismo pisotea.
Anoche otra de sus notas de suicidio, otra de sus cadenas, constituyó una violación flagrante de las normas dictadas por el Consejo Nacional Electoral sobre propaganda. Anoche volvió a intentar su amedrentamiento, repitiendo por enésima vez que los que firmen para solicitar un referendo revocatorio de su mandato «en realidad» firman contra la patria, y que sus nombres, sus firmas y, sobre todo, sus huellas dactilares, quedarán registrados para la posteridad, para que la historia les cobre la infamia.
No hacía nada que El Nacional registraba un diálogo telefónico y televisado entre él y Teodoro Petkoff, quien visitaba el Canal 8 de Venezolana de Televisión para ser entrevistado por Vladimir Villegas, presidente de esa televisora «pública». Petkoff pareció creer que Hugo Chávez podría dejarse convencer por sus argumentos, entre los que estaba la siguiente línea de hábil razonamiento: «Tú te alzaste en el 92. Tú te alzaste con el gobierno constituido, tuviste tus razones, estuviste preso, pagaste tu prisión, saliste, construiste un partido y ganaste las elecciones. Ahora, no se puede, toda la vida, estar con que Hugo Chávez el golpista, el hombre que se alzó, que desconoció las instituciones. No chico, eso fue un episodio de la vida del país, como fue un episodio la violencia de los sesenta, como fue un episodio el golpe de abril».
Petkoff intentaba así enredar a Chávez para que admitiera que si se le había «perdonado» al presidente su intentona del 4 de febrero de 1992, y a él mismo sus intervenciones violentas en los años sesenta, entonces había que perdonar a los «golpistas» de abril de 2003. Lo que habría que hacer, según Petkoff, es borrón y cuenta nueva, «mirar hacia delante».
Pero es que este argumento no funciona con Chávez, pues este señor no cree que fue un error su alzamiento de 1992. Por lo contrario, lo glorifica como gesta magnífica, lo celebra todos los años. Chávez no muestra el menor arrepentimiento por su abuso de 1992, y donde puede lo presenta como acto digno y heroico.
Hay, además, otro problema con el argumento de Petkoff: que pareciera que alzarse contra los poderes constitucionalmente establecidos, que emplear las armas y la violencia para imponer un determinado criterio político no es algo demasiado grave. Me alcé y ya está, ya pasó. No me sigan sacando eso, por favor, toda la vida.
La impunidad a este respecto es un refuerzo para que continúen intentándose acciones de ese tipo, para que se entienda que pocas cosas serían tan rentables políticamente como el abuso de fuerza. Chávez y sus compañeros de aquella madrugada criminal de febrero de 1992 han debido pagar la condena exacta que nuestras leyes prevén en materia de rebelión, leyes que debiéramos reformar para incluir la inhabilitación política de por vida a quien cometa tan grave delito. Nunca debió su causa ser sobreseída, porque de ese modo se anunciaba que esas cosas son peccata minuta, cosas sin importancia, gajes del oficio. Sobre todo si, como en el caso de Chávez, o el de Arias Cárdenas, si a ver vamos, los golpistas pretenden que se les reconozca como próceres, en lugar de arrepentirse de su abuso.
Menos mal que, casi al final, Petkoff hizo una salvedad: «Pero después, hay una parte de gente—que nunca cometió errores, por cierto, que estuvieron en desacuerdo con las opciones golpistas y las aventuras—que ha tratado de imponer y ha impuesto la agenda democrática. Esa gente no puede seguir siendo llamada golpista, traidores. Esto no tiene ningún sentido».
Esa «parte de gente» es nada menos que la inmensa mayoría de los que adversamos a Chávez. Los que estamos siendo llamados traidores por Chávez, porque en lugar de un fusil FAL blandimos un bolígrafo para solicitar un referendo revocatorio. El mismo Petkoff tuvo que admitir después desde su periódico que su prédica encontró en Chávez oídos sordos, en muy molesto texto publicado en el periódico que dirige. Es bueno que, por fin, una voz tan influyente y bien intencionada como la de Petkoff haya terminado de entender que Chávez es incapaz de diálogo, incapaz de rectificación, incapaz de democracia.
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