Cartas

¿Quién eres tú políticamente? ¿Quién soy yo políticamente? ¿Quiénes somos políticamente todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos venezolanos?

No es la misma cosa todos y cada uno. Una cosa son los derechos individuales y otros los colectivos. Pero hasta el individuo menos crucial tiene derechos que ni siquiera el Pueblo Soberano, expresado en su mayoría, puede conculcar o desconocer. Ni siquiera la mitad más uno de los Electores venezolanos, sentados en posible referéndum en las calles, puede decidir la violación de los derechos humanos de nadie.

Entre estos derechos están los políticos, precisamente. Pero ¿cuál, se preguntará, es el más fundamental de los derechos políticos? Que tú tienes—yo tengo, todos y cada uno tenemos por separado—el carácter de constituyente del Pueblo Soberano. Supongamos una nación de 50 millones de habitantes y 30 millones de Electores. Supongamos que en esa nación su república es tan moderna que en el momento en que una votación alcanza la mayoría requerida el hecho es conocido por el Pueblo. Supongamos que en este instante exactamente 15 millones de electores han votado o firmado a favor de alguna cosa que no viole los derechos humanos. (O los tratados internacionales válidamente signados por la república).

Supongamos que entras tú a votar ahora. Tu voto positivo—ya no importa cuántos voten después de ti en la misma forma—determina la voluntad del Soberano y ésta es de inmediato conocida por todos. Tú puedes ser quien decida. Cualquiera de nosotros pudiera determinar la voluntad del Pueblo Soberano.

Ahora bien, es justamente una mayoría de nosotros—una gran mayoría, alguna parte expresa y el resto tácita—la que manifiesta el supremo derecho de la Soberanía y da origen al Estado. El Estado no es lo mismo que el Pueblo Soberano, sino su creación. Es ése nuestro carácter, irrenunciable, irrevocable, de Poder Constituyente Originario. En cambio el Estado es un poder constituido para fungir como gestor nuestro, como agente de negocios públicos.

¿Qué está por encima del Estado? La Constitución, primero que nada. Precisamente se hacen constituciones y estatutos de derechos para garantizar la observancia de éstos ante, fundamentalmente, el Estado y para, del otro lado, limitar a éste último. Nuestra Constitución limita a nuestro Estado y describe la expansión de nuestros derechos como personas.

De allí, por supuesto, que la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia sea algo tan importante, siendo su misión vigilar la correspondencia de los actos del poder público con las previsiones constitucionales y asegurar que nuestros derechos no sean limitados por el Estado.

Pero es que la Constitución dimana de nosotros, formados en mayoría suficiente. No somos creados por la Constitución, sino que la antecedemos y le damos el ser. Nosotros estamos, cuando estamos en consciente mayoría, por encima de la Constitución. No estamos limitados por ella en materia distinta de los derechos humanos.

Ésa es, pues, la jerarquía. El Estado es poderoso, sin duda, pero debe serlo a favor nuestro. El Estado está por debajo de nuestra voluntad, por debajo de la Constitución que decretemos. Y esa misma Constitución, por supuesto, también es inferior a nosotros. Nosotros somos el primero de los poderes públicos. Somos constitucionales porque somos los que verdaderamente constituimos la nación; somos constituyentes porque así somos los que definimos la República en la Constitución. Somos supraconstitucionales.

A veces ocurre, entonces, que el gestor completo que es el Estado actúa contra los intereses del Pueblo Soberano y los derechos de sus constituyentes. Se suscita así un conflicto entre el Pueblo Soberano y el Estado. Entre la Corona y su Mandatario. En este caso quien debe ser sustituido es el Mandatario, porque el Pueblo, la Corona, es insustituible, por más que se le invada.

El conflicto puede ser tan agudo que el Mandatario pretenda entenderse como soberano, y en esta agravada situación puede hablarse de usurpación. En un conflicto de tal naturaleza la Fuerza Armada debe reconocer al Soberano por encima del Mandatario, por encima del usurpador y debe desconocerle. No se trata sólo de que la Fuerza Armada deba respetar nuestros derechos humanos en cada caso individual, sino que debe acatar nuestra soberanía en el instante cuando nos expresemos inequívocamente en mayoría.

Una expresión nuestra en este sentido no es un acto electoral. Es un acto constituyente primario. No sólo no está sujeto a regulaciones electorales. No sólo no está sujeto a decisiones de salas constitucionales accidentales o no. No está sujeta, siquiera, a la Constitución misma. La caja ya no nos contiene.

Por esto una decisión soberana de esta naturaleza no tiene que ver con lo que diga Brito desde su «jurídica» consultoría, ni con lo que opine Cabrera Romero, ni con el 19 de agosto de ningún año en particular, ni tiene por qué seguir la letra del 350 o del 900 o del 2.021 de ninguna constitución. Cuando decidamos hablar así no estaremos desconociendo ni desacatando ninguna autoridad, puesto que la autoridad somos nosotros. No desacatamos. Mandamos.

Y comoquiera que el conflicto es con el Estado mismo no nos importa lo que diga el Estado. ¿Queremos un Estado de Derecho? Pues el Derecho somos nosotros. La organización de nuestra voz no es el Estado ni tiene que ser autorizada por éste. Si nos diera la gana de confiarle ese outsourcing a Súmate, por poner un caso, tal cosa no podría ser desconocida.

Es esta radicalidad la que deberemos asumir. Debemos hacer sentir nuestra voz de este modo. Mientras tanto, vemos con soberana simpatía lo que a nuestro favor intenta la Sala Electoral, la Sala de los Electores. No entendemos cómo una coordinadora «democrática» negocia el manifiesto irrespeto a nuestra voluntad.

Ya nos damos cuenta, no de que Chávez nos quita libertad con sus cadenas, con sus controles económicos, con sus acciones impositivas; no de que mata constituyentes; nos damos cuenta ahora de que él, Rincón, Rodríguez, nos desacatan. No es que desacaten a la Sala Electoral de nuestro Tribunal Supremo de Justicia; es que desacatan al Soberano.

Es como Corona que debemos pensarnos. Es ésta la conciencia que debemos adquirir. Que desde nuestra majestad serenísima podemos hacerlo todo. Incluso sustituir un Estado por otro.

LEA

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